El hombre de confianza |Flashback| Privado

por **Eliah Sainz** Dom Jun 17, 2018 10:32 pm

El hombre para el que Eliah había comenzado a trabajar era muy extraño, tanto que ya pensaba en renunciar a su puesto pese a que necesitaba el dinero y que solo había permanecido a su servicio dos semanas. ¿A qué se refería cuando lo definía como extraño? A que salía muy temprano en la mañana y le pedía que lo llevase hasta Notre Dame, pero a medio camino le pedía que torciese el rumbo hacia las afueras de la ciudad y que condujese el carruaje hasta una armería que allí había… lo mismo había sucedido tres veces en una semana. Otra de las cosas que el hombre hacía era despertar a Eliah en mitad de la noche para que lo llevase a sitios de lo más cuestionables.

Esa era una de las noche, el señor le había pedido que lo llevase hasta el centro, a una de las tabernas. Una vez allí le había ordenado que lo esperase por espacio de tres horas en el callejón trasero y que, pasado el tiempo, entrase por él. Había puntualizado en que no importaba como lo hallase ni lo que le dijese, Eliah debía cargarlo incluso de ser necesario y llevarlo a la casa.

-¡Maldición! –se quejó porque se estaba helando allí, aguardando. ¿Acaso no iba a tener nunca una familia normal para la que trabajar? ¿Era eso pedirle demasiado a Dios?

Descendió con un salto de su lugar de trabajo, el asiento desde el que conducía a los caballos, y comenzó a mover el cuerpo girando su torso de un lado al otro, llevando sus rodillas al pecho y moviendo rápidamente las manos. Necesitaba entrar en calor o su cuerpo se congelaría, había pasado dos horas casi en la misma posición mientras rememoraba momentos más felices, recuerdos que le ayudasen a que el tiempo pasase más veloz.

Eliah daba saltos en el lugar, mientras esperaba que la hora que restaba de espera pasase lo más pronto posible, cuando oyó gritos provenientes del lateral de la edificación. Se dijo que no iba a meterse, que no debía acercarse a ver qué ocurría, pero las voces anunciaban que habría una pelea inminente y que muchas eran las personas congregadas ya. Finalmente decidió que nadie le robaría el coche en dos minutos, y era solo ese el tiempo que pensaba gastar en ir a enterarse de lo que sucedía y volver junto a los caballos.

Eliah recorrió los metros que lo separaban del callejón lateral y cuando dio la vuelta a la esquina fue testigo de lo que parecía un duelo con cuchillas entre dos hombres ebrios mientras tres o cuatro tipos más los arengaban. Pensó en quedarse a ver qué sucedía, principalmente por si llegasen a necesitar en algún momento la ayuda de alguien que no hubiese bebido ni una gota de alcohol… pero cuando los hombres giraron para continuar midiéndose, Eliah notó que conocía a uno de ellos. Era el señor que hacía poco lo había contratado.

-¡No, alto! –pidió con un grito y una corrida que lo posicionó en el centro de la escena-. ¡Ya basta! Vamos, debemos volver a la casa. Deme ese cuchillo, por favor –lo tomó del brazo y notó el desequilibrio en el cuerpo del hombre, con la otra mano lo desarmó y comenzó a arrastrarlo para salir rápido de allí.

por **Nikolai Saratov** Lun Ago 13, 2018 6:11 pm

Cuando Nikolai entró en la taberna, el calor del interior lo agobió. Fuera hacía un frío típico del invierno parisino, pero nada que ver con el inclemente tiempo que se vivía en San Petersburgo los meses de frío. ¡Aquello sí era horrible, y no lo que ahora sufrían en la capital francesa! Las calles estaban prácticamente desiertas, y de cada local abierto salía un ruido ensordecedor de voces que hablaban al mismo tiempo. Al ruso no le importaba aquella estampa, al contrario: disfrutaba mucho del frío, porque el calor era tan insoportable como los propios franceses, remilgados hasta unos límites que Nikolai no había visto nunca.

Oteó el interior de la taberna en busca del hombre con el que había quedado en verse. Observó a cada uno de los solitarios que había sentados en las mesas y, basándose en la descripción que tenía del tipo, terminó encontrándolo. Se acercó tranquilo para no llamar demasiado la atención y se sentó frente a él. Sobre la mesa había un sombrero de lana que debía pertenecer al hombre, y Nikolai empezó a sudar sólo de verlo. Se quitó el abrigo y lo dejó doblado a su lado.

—Buenas noches —saludó el ruso—. Eres de Bordeaux, ¿cierto?
—Buenas noches —contestó el hombre, apartando el vaso de los labios—. En efecto, ese soy yo. Saratov, supongo.

Nikolai asintió. Una camarera se acercó a la mesa y le ofreció del vino que llevaba en una jarra de barro, pero lo rechazó con un gesto y se giró hacia el hombre. No tenía intención de pasar allí más tiempo del necesario, sino lo suficiente para pagar y que le dieran lo que había ido a buscar: tres libros iguales, uno escrito en sánscrito, otro en griego y, el último, en cirílico, algo muy poco común de encontrar en aquella latitud.

—¿Has traído el dinero?
—Sí —contestó Nikolai—, pero primero quiero ver los libros.

El hombre carraspeó.

—Los tengo fuera, en el coche. Entenderás que no vaya a entrar aquí con un paquete enorme. Son unos volúmenes pesados. —Dio otro sorbo al vino—. Dame el dinero y te llevaré para que los veas.
—No voy a darte el dinero sin verlos antes. No soy tan estúpido. —Sacó el saquito y lo dejó sobre la mesa—. Lo he traído, como puedes ver. Ahora, llévame a ver los libros.

El hombre negó con la cabeza y llamó a la camarera para que le sirviera más vino. Por lo que pudo apreciar Nikolai, llevaba unos cuantos metidos en el cuerpo ya, lo que le produjo una urgencia por terminar el negocio y marcharse a casa. Aunque lo que había traído para él le resultaba fascinante, no le gustaba el tipo.

Fue a hablar, pero de Bordeaux miró hacia el fondo y saludó a alguien. Nikolai miró hacia atrás y vio a un hombre, recién llegado, que los miraba a ambos. El otro se levantó de la mesa, murmuró algo que Saratov no comprendió y se acercó a ese tercer tipo, cogiendo el saquito del dinero de manera discreta y guardándolo en el bolsillo.

Nikolai los observó salir de la taberna por la puerta trasera y, cuando se volvió a girar para esperar al hombre, se dio cuenta de que su dinero no estaba sobre la mesa. ¡Maldito ladrón! Se levantó, sin importarle ya si llamaba o no la atención, y salió por la misma puerta por la que habían desaparecido los dos hombres. Miró a su alrededor y no los vio, pero el sonido de unas voces que provenían de la calle colindante lo alertó. Corrió hacia allí y, cuando llegó, vio a los dos tipos peleándose con unas navajas en la mano. Pensó en marcharse de allí para no verse inmiscuido en asuntos que no eran de su incumbencia, pero recordó la bolsa con el dinero y decidió que, primero, recuperaría lo que era suyo.

Fue a separar a los dos hombres cuando, de pronto, apareció un chico que agarró al hombre y se lo llevó de allí. Nikolai consiguió confundir al otro, así que aprovechó que se estaba pegando con una escalera colgada en la pared para acercarse al joven.

—¡EH! —gritó a pleno pulmón—. ¡Tú, espera!

Corrió el último trecho y agarró al muchacho de un brazo.

—Este hombre tiene algo que es mío. Dámelo.

por **Eliah Sainz** Vie Ago 17, 2018 11:28 pm

¿Por qué nunca le tocaban empleadores decentes? La última había sido Lorraine, pero eso había acabado demasiado rápido… como todo en la vida de Eliah que cada día se convencía más de que había nacido bajo la estrella equivocada, simplemente no tenía suerte, nada bueno le sucedía… bastaba con mirarlo en esos momentos: arrastrando a un hombre borracho, inconsciente total, bajo el frío de la noche. Qué horrible vida.

-¿A usted le parece correcto esto? ¿Qué dirá su esposa cuando lo vea así? Ya sabemos, lo insultará y se acordará de lo mal que lo han educado sus padres –aprovechó que el hombre no recordaría nada al día siguiente, bien lo sabía porque esa no era la primera vez que debía seguirlo de cerca, para arrastrarlo de nuevo a su hogar aunque no sin antes sermonearlo y liberar así parte de su frustración-. Un hombre grande como usted, qué vergüenza me daría a mí…

Ya estaban llegando al carruaje y Eliah se preguntaba como haría para lograr que el señor Moreart quisiera subirse, cuando oyó una voz masculina que gritaba tras ellos, llamándolo. Giró justo cuando el hombre, de gran porte y elegancia, llegaba hasta él y lo tomaba con fuerza del codo. Eliah no estaba preparado para aquello, no lo esperaba, por lo que perdió el equilibrio, pero no cayó… aunque el señor Moreart no corrió la misma suerte que él y acabó de boca en el suelo.

-Arriba, arriba, vamos que no ha pasado nada –le dijo, tirando de su brazo para que se incorporase, usaba la misma voz que cualquiera utilizaría con un niño que está aprendiendo a caminar y que pierde demasiadas veces el equilibrio hasta lograr dar varios pasos seguidos-. ¿Que tiene algo que le pertenece? –dijo, pensativo, sabiendo que era probable que llevase la razón-. Ayúdeme a sentarlo en el carruaje, una vez allí puede revisarlo usted mismo, le aseguro que mañana no recordará nada… Bebe demasiado y luego se queja de que la esposa le grite e insulte. –No le importaba estar revelando intimidades de la familia, Eliah no lo soportaba más y en cuanto consiguiese un mejor trabajo en otro lugar se iría sin mirar atrás.

Con dificultad, porque el maldito no colaboraba en nada sino que se removía, lograron subirlo. Una vez que lo vio allí –aunque no bien ubicado pues había quedado medio de costado-, Eliah se movió para darle paso al otro hombre dejando así que recuperase lo que fuese que el borracho señor Moreart le había quitado.

por **Nikolai Saratov** Lun Feb 11, 2019 2:47 pm

Cuando se dio cuenta de la fuerza que estaba empleando para sujetar a ese joven, que nada tenía que ver con el asunto que lo había llevado hasta allí, le soltó el brazo y murmuró una disculpa que sólo escuchó el cuello de su camisa. El hombre no pareció ofenderse y eso sólo hizo que la vergüenza que sentía Nikolai se agravara aún más.

—En efecto. Se ha llevado mi dinero, más concretamente.

Pensó que tendría tiempo de explicarle los tratos que había ido a hacer con el señor de Bordeux —suponiendo que ese fuera su nombre—. Ayudó al cochero a subir al borracho al coche, no sin esfuerzo, y lo dejaron sentado de mala manera en unos de los asientos.

—Hay muchos como él. Maldito desgraciado —comentó—. Gracias.

Se subió al coche y se sentó en el asiento que quedaba frente a él para poder rebuscar en los bolsillos de su chaqueta. Le costó dar con el saquito que almacenaba sus francos, puesto que lo había guardado en un bolsillo interno y semi oculto de su abrigo. En la lucha era lento, pero para el hurto era bastante avispado. Eso debía reconocérselo.

Volvió junto al joven de un salto y abrió el saquito para contar las monedas. Las dejó en la palma de la mano y comprobó que no faltara ninguna, antes de tomar un par de francos y dárselos al cochero, por las molestias.

—Gracias de nuevo. Será mejor que lo lleves a casa cuanto antes.

Iba a marcharse cuando, de pronto, recordó los libros que había ido a buscar allí. Se giró y se acercó deprisa hacia el joven.

—¡Espera! —lo llamó—. Espera. ¿Sabes tú si hay guardados unos libros en ese coche? —preguntó—. Son tres, imagino que voluminosos, y están escritos con carácteres extraños. Si están aquí y me ayudas a encontrarlos, te daré el dinero a ti.

Levantó la bolsa para demostrarle que iba en serio.

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