AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La maldición de Moctezuma
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La maldición de Moctezuma
Escoltado por águilas y tigres, voy andando con pies de plomo por las avenidas de Tenochtitlán. Quisiera no llegar nunca a mi destino, mas aquí voy sin remedio, no hay escape posible! El señor Furioso, El Flechador del Cielo me ha llamado por mi nombre.
Solo unos cuantos han visto su rostro. ¡El gran jefe azteca nunca se deja ver! Sin embargo es probable que yo que tendré tal privilegio no pueda vivir para relatar cómo es su rostro. Se dice de mí que soy un diablero, nagual; un brujo, lo cual es falso. Pero de la fama me aproveche para pasar por adivino. Un oráculo. ¿Cómo podría imaginar siquiera hasta donde me llevaría mi supuesta fama?
Ningún caso tenía ya tratar de convencer a los guerreros que envió el Tlahtoani a capturarme de que yo no soy un Hombre-Buho. De que aquello eran leyendas, historias que representan símbolos. Quizás nuestro héroe Mixcóatl, la Serpiente-de-Nubes no existió realmente. Es decir que quizás los ancianos no se referían a una persona de carne y hueso como nosotros, sino a las estrellas, porque eso representa la serpiente de Nubes, una constelación en el cielo.
¿Pero podrán entenderme estos macehualtin? Estas águilas, estos tigres, ciertamente fueron educados en la guerra, pero no en la historia de nuestro pueblo. Aún el temible Tlahtoani y su Cihuacóatl (consejero) están lejos de entender realmente. ¿Cómo comenzar a explicar?
El camino transcurre entre un incómodo pero necesario silencio. Mi cabeza es un bullicio constante de pensamientos, tratando de hilvanar algo que le de paz a nuestro Señor Ilhuicamina. Le atormentan sus sueños, pesadillas y no es para menos.
Le han lanzado una terrible maldición. Eso me dicen al consultar los caparazones de tortuga, al arrojar los cocos he obtenido el mismo resultado. Reservé los huesos por que se que ese oráculo es poco conocido en la capital, pero sé que nada puede oponerse a esto. Es más fuerte que nosotros, viene desde lo profundo de la tierra. La caída de la casta mexica-chichimeca profetizada por nuestro señor Huitzilopochtli, al dejar la casa materna. ¿Tendrán memoria en el gran templo de esta profecía? Seguro la habrán quemado todo vestigio de ella allá en Tenochtitlan. Pero los libros que guardaban la memoria de nuestro pueblo hablaban de que un día habríamos de ser lanzados desde lo alto de nuestros propios soberbios templos.
¿Con que palabras he de explicarle eso a Ilhuicamina? Aquel que se atreve a retar a las estrellas mismas lanzándoles sus dardos… ¿cómo acogerá estas funestas palabras que para él tienen los oráculos? De qué forma podría consolarle, sino mintiendo, lo cual también es alta traición.
Se dice que ya mandó asesinar a sus propios agoreros, incluso cuentan los rumores que los mandó cocinar para luego comérselos, pero la gente siempre exagera. Lo cierto es que ninguno hasta ahora ha acertado en revelar sus sueños por lo que acusándolos de impostores uno tras otro los ha matado, hasta prescindir totalmente de ellos; todo eso si me dijeron los soldados cuando fueron a sacarme de mi casa. Que ahora me ha llegado el turno a mí. No he podido averiguar mucho antes de que me encontraran, pero imagino que siendo tan hábiles, alguno de los difuntos ya le habrá dicho lo que yo. Que su corazón fue enterrado en chile, que pesa sobre él una terrible, terrible maldición. ¿Alguno habrá tenido el valor de decirle al Furioso Señor que el mismo se lo había buscado? El en primer lugar por seguir avanzando en sus conquistas sin respetar las tumbas sagradas de los reyes toltecas, ni la potestad de sus herederos.
Todos nosotros hemos de caer pues rompimos un pacto muy antiguo. ¡La profecía del regreso de Quetzalcoatl esta cercana a cumplirse! ¿Pero que pueden saber estos mexicas sobre las leyendas milenarias de esta tierra? ¿Qué saben ellos de Pahana, el hombre blanco?
Esta tierra guarda secretos mucho más viejos que todos estos Chichimecatl, anteriores incluso a los Toltëcatl que vivieron antes que nosotros. Pueblos que sabios que inclusive vieron otros soles sobre sus cabezas. Otras eras. Madre tierra, si pudieras hablar. ¡Si alzaras la voz en mi defensa! ¿Estos sordos Hombres-Perro escucharían?
Aquí llego ya a los aposentos del gran Señor. Aunque cansado y aturdido, desearía que el camino fuese todavía más largo. Ya me dejan solo en una estancia, llena de comida, platillos traídos por Tamemes (mensajeros) que por todo el vasto imperio extendido de un mar a otro. -¡Se cree señor del Universo! (y de no ser por los bravos Tarascos y los rebeldes Tlaxcaltecas, en verdad lo sería)- ¡Tanta comida para un solo hombre! Mucha de la cual ni siquiera sería tocada por el Tlahtoani.
Venados, conejos, serpientes y otros tantos tipos de carne que no pude reconocer. Cada una de las clases de Aves, preparadas de las más variadas formas, con exquisitos condimentos y aromáticas hierbas que convertían la sala en un festín para mi olfato que pronto me hizo recordar que hacía ya mucho tiempo que venímos caminando sin detenernos siquiera a comer. Admiraba con gran interés sobre todo los ricos frutos del mar que desde tan lejanas tierras le traían exclusivamente para su paladar. Un vulgar despliege de poder y yo como un mero títere, un divertimento de postre para Ilhuicamina; o lo que sería mucho peor: Una esperanza.
Solo unos cuantos han visto su rostro. ¡El gran jefe azteca nunca se deja ver! Sin embargo es probable que yo que tendré tal privilegio no pueda vivir para relatar cómo es su rostro. Se dice de mí que soy un diablero, nagual; un brujo, lo cual es falso. Pero de la fama me aproveche para pasar por adivino. Un oráculo. ¿Cómo podría imaginar siquiera hasta donde me llevaría mi supuesta fama?
Ningún caso tenía ya tratar de convencer a los guerreros que envió el Tlahtoani a capturarme de que yo no soy un Hombre-Buho. De que aquello eran leyendas, historias que representan símbolos. Quizás nuestro héroe Mixcóatl, la Serpiente-de-Nubes no existió realmente. Es decir que quizás los ancianos no se referían a una persona de carne y hueso como nosotros, sino a las estrellas, porque eso representa la serpiente de Nubes, una constelación en el cielo.
¿Pero podrán entenderme estos macehualtin? Estas águilas, estos tigres, ciertamente fueron educados en la guerra, pero no en la historia de nuestro pueblo. Aún el temible Tlahtoani y su Cihuacóatl (consejero) están lejos de entender realmente. ¿Cómo comenzar a explicar?
El camino transcurre entre un incómodo pero necesario silencio. Mi cabeza es un bullicio constante de pensamientos, tratando de hilvanar algo que le de paz a nuestro Señor Ilhuicamina. Le atormentan sus sueños, pesadillas y no es para menos.
Le han lanzado una terrible maldición. Eso me dicen al consultar los caparazones de tortuga, al arrojar los cocos he obtenido el mismo resultado. Reservé los huesos por que se que ese oráculo es poco conocido en la capital, pero sé que nada puede oponerse a esto. Es más fuerte que nosotros, viene desde lo profundo de la tierra. La caída de la casta mexica-chichimeca profetizada por nuestro señor Huitzilopochtli, al dejar la casa materna. ¿Tendrán memoria en el gran templo de esta profecía? Seguro la habrán quemado todo vestigio de ella allá en Tenochtitlan. Pero los libros que guardaban la memoria de nuestro pueblo hablaban de que un día habríamos de ser lanzados desde lo alto de nuestros propios soberbios templos.
¿Con que palabras he de explicarle eso a Ilhuicamina? Aquel que se atreve a retar a las estrellas mismas lanzándoles sus dardos… ¿cómo acogerá estas funestas palabras que para él tienen los oráculos? De qué forma podría consolarle, sino mintiendo, lo cual también es alta traición.
Se dice que ya mandó asesinar a sus propios agoreros, incluso cuentan los rumores que los mandó cocinar para luego comérselos, pero la gente siempre exagera. Lo cierto es que ninguno hasta ahora ha acertado en revelar sus sueños por lo que acusándolos de impostores uno tras otro los ha matado, hasta prescindir totalmente de ellos; todo eso si me dijeron los soldados cuando fueron a sacarme de mi casa. Que ahora me ha llegado el turno a mí. No he podido averiguar mucho antes de que me encontraran, pero imagino que siendo tan hábiles, alguno de los difuntos ya le habrá dicho lo que yo. Que su corazón fue enterrado en chile, que pesa sobre él una terrible, terrible maldición. ¿Alguno habrá tenido el valor de decirle al Furioso Señor que el mismo se lo había buscado? El en primer lugar por seguir avanzando en sus conquistas sin respetar las tumbas sagradas de los reyes toltecas, ni la potestad de sus herederos.
Todos nosotros hemos de caer pues rompimos un pacto muy antiguo. ¡La profecía del regreso de Quetzalcoatl esta cercana a cumplirse! ¿Pero que pueden saber estos mexicas sobre las leyendas milenarias de esta tierra? ¿Qué saben ellos de Pahana, el hombre blanco?
Esta tierra guarda secretos mucho más viejos que todos estos Chichimecatl, anteriores incluso a los Toltëcatl que vivieron antes que nosotros. Pueblos que sabios que inclusive vieron otros soles sobre sus cabezas. Otras eras. Madre tierra, si pudieras hablar. ¡Si alzaras la voz en mi defensa! ¿Estos sordos Hombres-Perro escucharían?
Aquí llego ya a los aposentos del gran Señor. Aunque cansado y aturdido, desearía que el camino fuese todavía más largo. Ya me dejan solo en una estancia, llena de comida, platillos traídos por Tamemes (mensajeros) que por todo el vasto imperio extendido de un mar a otro. -¡Se cree señor del Universo! (y de no ser por los bravos Tarascos y los rebeldes Tlaxcaltecas, en verdad lo sería)- ¡Tanta comida para un solo hombre! Mucha de la cual ni siquiera sería tocada por el Tlahtoani.
Venados, conejos, serpientes y otros tantos tipos de carne que no pude reconocer. Cada una de las clases de Aves, preparadas de las más variadas formas, con exquisitos condimentos y aromáticas hierbas que convertían la sala en un festín para mi olfato que pronto me hizo recordar que hacía ya mucho tiempo que venímos caminando sin detenernos siquiera a comer. Admiraba con gran interés sobre todo los ricos frutos del mar que desde tan lejanas tierras le traían exclusivamente para su paladar. Un vulgar despliege de poder y yo como un mero títere, un divertimento de postre para Ilhuicamina; o lo que sería mucho peor: Una esperanza.
Sta.Cruz- Fantasma
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