AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La búsqueda: Continuación (Aishell Demberg)
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La búsqueda: Continuación (Aishell Demberg)
Recuerdo del primer mensaje :
La seguí. Ella había aceptado mi ayuda, aún sin decirlo de forma explícita. Estaba seguro, pues no sólo había dicho "tenemos que irnos", sino que además se había tomado la molestia de no correr muy rápido, de no tomar caminos que pudieran despistarme mientras le seguía. Habría podido seguirla igual pensé mientras dejábamos la ciudad atrás. No había luna llena, y las estrellas que adornaban el cielo no eran suficientes para iluminar a través de las copas de los árboles que parecían cernirse sobre el suelo del bosque. Mientras ella se sentaba en el tronco del árbol caído, me paré un momento a pensar. Estábamos en los lindes del bosque y lamenté no haberme obligado antes a explorar esos bosques, porque si lo hubiera hecho un par de veces de día, ahora sería capaz de reconocer dónde estaba exactamente y no temería perderme en su interior si nos adentrábamos. Pero no lo había hecho, y ahora era tarde para cambiar aquello, y tenía mejores cosas en las que pensar.
Cuando se quitó la capucha yo debería de haberme quedado sin aliento. Sus facciones, su tez, sus ojos... su mirada. Decir que era guapa habría sido casi un pecado, esa joven estaba por encima de las palabras que nosotros los humanos podemos utilizar. Era una belleza distinta, una belleza que juntaba cada rasgo de su rostro y lo unía con su carácter y su personalidad, creando así una melodía perfecta. Pero en ese momento, no reparé en ello, no me di cuenta de lo que tenía ante mi... simplemente podía ver la llave que abría la puerta de mis recuerdos.
La pregunta que me hizo me pilló por sorpresa. Que ¿qué quiero a cambio de ayudarla? reproduje la pregunta en mi mente, como si no la hubiera entendido y necesitara asimilarla. ¿Cómo explicarle lo que necesitaba de ella sin que resultara completamente extraño y absurdo? Apoyé mi espalda en el árbol que tenía tras de mi, cruzando los brazos y sin poder apartar la mirada de ella. -A cambio quiero que me dejes estar a tu lado- dije sin estar convencido de que esa fuera la mejor respuesta, pero seguro de que eso era exactamente lo que quería de ella. No sabía cómo reaccionaría a esto, pero independientemente de su respuesta, yo no iba a dejarla escapar.
Ojalá no lo complique. pensé mientras esperaba su reacción.
La seguí. Ella había aceptado mi ayuda, aún sin decirlo de forma explícita. Estaba seguro, pues no sólo había dicho "tenemos que irnos", sino que además se había tomado la molestia de no correr muy rápido, de no tomar caminos que pudieran despistarme mientras le seguía. Habría podido seguirla igual pensé mientras dejábamos la ciudad atrás. No había luna llena, y las estrellas que adornaban el cielo no eran suficientes para iluminar a través de las copas de los árboles que parecían cernirse sobre el suelo del bosque. Mientras ella se sentaba en el tronco del árbol caído, me paré un momento a pensar. Estábamos en los lindes del bosque y lamenté no haberme obligado antes a explorar esos bosques, porque si lo hubiera hecho un par de veces de día, ahora sería capaz de reconocer dónde estaba exactamente y no temería perderme en su interior si nos adentrábamos. Pero no lo había hecho, y ahora era tarde para cambiar aquello, y tenía mejores cosas en las que pensar.
Cuando se quitó la capucha yo debería de haberme quedado sin aliento. Sus facciones, su tez, sus ojos... su mirada. Decir que era guapa habría sido casi un pecado, esa joven estaba por encima de las palabras que nosotros los humanos podemos utilizar. Era una belleza distinta, una belleza que juntaba cada rasgo de su rostro y lo unía con su carácter y su personalidad, creando así una melodía perfecta. Pero en ese momento, no reparé en ello, no me di cuenta de lo que tenía ante mi... simplemente podía ver la llave que abría la puerta de mis recuerdos.
La pregunta que me hizo me pilló por sorpresa. Que ¿qué quiero a cambio de ayudarla? reproduje la pregunta en mi mente, como si no la hubiera entendido y necesitara asimilarla. ¿Cómo explicarle lo que necesitaba de ella sin que resultara completamente extraño y absurdo? Apoyé mi espalda en el árbol que tenía tras de mi, cruzando los brazos y sin poder apartar la mirada de ella. -A cambio quiero que me dejes estar a tu lado- dije sin estar convencido de que esa fuera la mejor respuesta, pero seguro de que eso era exactamente lo que quería de ella. No sabía cómo reaccionaría a esto, pero independientemente de su respuesta, yo no iba a dejarla escapar.
Ojalá no lo complique. pensé mientras esperaba su reacción.
Gonnar Domne- Cazador Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/11/2013
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Re: La búsqueda: Continuación (Aishell Demberg)
No pude evitar sonreír cuando le vi coger los libros de la estantería, y tampoco pude evitar preguntarme cuánto tiempo hacía que ella no se comportaba de forma tan humana. Empecé a pensar por unos momentos en la condición de los hombres lobo, hasta que punto están perdidos en su propia maldición, y hasta que punto son ellos mismos los que, al alejarse de su parte humana para evitar herir a los que les rodean, se adentran más en la oscuridad de la bestia que llevan dentro. Pero fue sólo un pensamiento fugaz, y su voz me devolvió a la realidad rápidamente.
-Estoy seguro que su antiguo dueño no tendrá problemas en que te los quedes, Aishell- comenté, pronunciando su nombre a propósito mientras justo en ese momento le devolvía la mirada -Es más, seguramente aquel que los escribiera agradecería enormemente que te los llevaras, pues los libros están para ser leídos, no para adornar una estantería- le sonreí.
Verla sonreír me satisfizo extrañamente, habían sido pocas las oportunidades que había tenido de verla disfrutar con algo, de reír con un comentario o situación, y todavía era algo que se me hacía extraño. Y por lo que pude intuir en ella, para ella también se parecía ser algo extraño. Pensar que ella hubiera tenido que estar sola durante mucho tiempo, que hubiera tenido que huir de entablar relaciones con personas por miedo a su oculto yo, por miedo y estrés de ocultar su verdadera condición... me hizo sentir que quizá nuestros caminos no se había cruzado por casualidad, sino que simplemente, teníamos que cruzarnos.
Ella despertó de su ensimismamiento y yo desperté detrás, sorprendiéndome a mí mismo todavía aguantando la mirada en ella. Tan compleja, tan distinta...heh y sonreí para mí mismo, en mi interior, sin que mis labios se movieran ni un ápice, entendiendo de repente por qué me agradaba tanto su compañía, entendiendo de pronto por qué había decidido permanecer cerca de ella, más allá del motivo de las visiones. Entendí un poco más de mi mismo.
Mi mirada acompañó a la suya cuando se refirió a mis ropas y mi falta de higiene. Era cierto que estaba sucio, necesitaba un baño, pero como bien había dicho ella, un baño a esas horas sólo habría terminado de una manera. Tiritando y cogiendo como poco una pulmonía. Y volvió a hacerme gracia, que ella misma, sin darse cuenta, a cada paso que daba desde que me había conocido, daba un paso hacia lo que un día había sido antes, humana. ¿Por qué si no le habría dado tanta importancia a la limpieza de sus ropas? Y todos estos pensamientos que había tenido en las últimas horas convergieron en una idea que quedó flotando en mi cabeza durante mucho rato: Quizá yo la necesite... tanto como ella a mi
-Está bien. Yo tengo atuendos limpios en mi mochila, y será mejor que el baño espere a mañana, como has dicho. Ten cuidado- le dije, sin estar realmente preocupado. No me cabía ninguna duda de que tendría cuidado, y de que era suficientemente inteligente y hábil para apañárselas sola si algún problema le surgiera. -Yo me quedaré aquí vigilando tus libros- mentí.
Me pilló totalmente desprevenido su proposición de lucha, y por ello no me dio tiempo a contestar ninguna de las brillantes respuestas que se me ocurrieron segundos después de que ella ya se hubiera marchado por la puerta de la caravana, que paradójicamente, resultaba ahora más pequeña y oscura que cuando había entrado con ella.
Conté hasta 10 sentado en la cama, y después me levanté y salí por la puerta, dejando un papel entre el marco de la puerta y la puerta misma, a la altura del tobilllo, de manera que si alguien entraba el papel caería al suelo desapercibido y nosotros podríamos saberlo después. Seguí su rastro, tan recién y tan evidente para mi ahora que había pasado tanto tiempo con ella. Me pregunté si ella sería capaz de captar mi presencia, y sobretodo, si se molestaría en hacérmelo saber si en efecto reparaba en mi. Fui deslizándome tan sigilosamente como pude entre los árboles, carros, esquinas y farolas que la ciudad de París me ofrecía como cobertura. Por costumbre, al seguir a alguien, procuro tener todos mis sentidos alerta, al cien por cien, incluso si en esta ocasión no tenía prisa por llegar a mi presa.
Estaba girando una esquina y de pronto me sobresalté. Un sonido sordo y tenue, o simplemente que desentonaba en la melodía de la nocturnidad de la ciudad. O quizá fue un olor más fuerte, o uno más suave. No sabría decirlo con certeza, pero algo me descolocó durante unos segundos.
Miré a mi alrededor mientras continuaba avanzando, fijándome atentamente en cada recoveco que dejaba atrás para asegurarme de que nada ni nadie me seguía. Tonterías, nadie puede seguirte sin que lo notes. Eres Gonnar el cazador pensé para mis adentros, recordando con una sonrisa desconocida que por una vez, la presa a la que estaba siguiendo, no era alguien a quien quisiera matar.
Cuando llegué, ella estaba ya arrodillada en la orilla del lago. No sabía exactamente el por qué estaba yo ahí, no sabía si el pensar que era por su seguridad era una burda excusa que ocultaba mis simples ganas de descubrir un poco más de ella. La luz de la luna se reflejaba pálida en su rostro, no parecía feliz, pese a todo. Tampoco parecía estar sumida en una tristeza fatal, sino que simplemente parecía que no sabía dónde estaba, ni qué hacía. Perdida o confusa, entre dos mundos, sin saber cuál elegir...si es que quería elegir.
O al menos, esa era la impresión que me daba a mi desde la rama de aquel árbol en el que me había ubicado, cubierto por el follaje para camuflarme, y con buena vista de todo lo que ocurriera alrededor.
Tú y yo aún tenemos mucho de qué hablar, y que compartir. y sus ojos se quedaron fijos, entre la laguna, la luna, y la figura de Aishell, la misteriosa y necesaria Aishell.
-Estoy seguro que su antiguo dueño no tendrá problemas en que te los quedes, Aishell- comenté, pronunciando su nombre a propósito mientras justo en ese momento le devolvía la mirada -Es más, seguramente aquel que los escribiera agradecería enormemente que te los llevaras, pues los libros están para ser leídos, no para adornar una estantería- le sonreí.
Verla sonreír me satisfizo extrañamente, habían sido pocas las oportunidades que había tenido de verla disfrutar con algo, de reír con un comentario o situación, y todavía era algo que se me hacía extraño. Y por lo que pude intuir en ella, para ella también se parecía ser algo extraño. Pensar que ella hubiera tenido que estar sola durante mucho tiempo, que hubiera tenido que huir de entablar relaciones con personas por miedo a su oculto yo, por miedo y estrés de ocultar su verdadera condición... me hizo sentir que quizá nuestros caminos no se había cruzado por casualidad, sino que simplemente, teníamos que cruzarnos.
Ella despertó de su ensimismamiento y yo desperté detrás, sorprendiéndome a mí mismo todavía aguantando la mirada en ella. Tan compleja, tan distinta...heh y sonreí para mí mismo, en mi interior, sin que mis labios se movieran ni un ápice, entendiendo de repente por qué me agradaba tanto su compañía, entendiendo de pronto por qué había decidido permanecer cerca de ella, más allá del motivo de las visiones. Entendí un poco más de mi mismo.
Mi mirada acompañó a la suya cuando se refirió a mis ropas y mi falta de higiene. Era cierto que estaba sucio, necesitaba un baño, pero como bien había dicho ella, un baño a esas horas sólo habría terminado de una manera. Tiritando y cogiendo como poco una pulmonía. Y volvió a hacerme gracia, que ella misma, sin darse cuenta, a cada paso que daba desde que me había conocido, daba un paso hacia lo que un día había sido antes, humana. ¿Por qué si no le habría dado tanta importancia a la limpieza de sus ropas? Y todos estos pensamientos que había tenido en las últimas horas convergieron en una idea que quedó flotando en mi cabeza durante mucho rato: Quizá yo la necesite... tanto como ella a mi
-Está bien. Yo tengo atuendos limpios en mi mochila, y será mejor que el baño espere a mañana, como has dicho. Ten cuidado- le dije, sin estar realmente preocupado. No me cabía ninguna duda de que tendría cuidado, y de que era suficientemente inteligente y hábil para apañárselas sola si algún problema le surgiera. -Yo me quedaré aquí vigilando tus libros- mentí.
Me pilló totalmente desprevenido su proposición de lucha, y por ello no me dio tiempo a contestar ninguna de las brillantes respuestas que se me ocurrieron segundos después de que ella ya se hubiera marchado por la puerta de la caravana, que paradójicamente, resultaba ahora más pequeña y oscura que cuando había entrado con ella.
Conté hasta 10 sentado en la cama, y después me levanté y salí por la puerta, dejando un papel entre el marco de la puerta y la puerta misma, a la altura del tobilllo, de manera que si alguien entraba el papel caería al suelo desapercibido y nosotros podríamos saberlo después. Seguí su rastro, tan recién y tan evidente para mi ahora que había pasado tanto tiempo con ella. Me pregunté si ella sería capaz de captar mi presencia, y sobretodo, si se molestaría en hacérmelo saber si en efecto reparaba en mi. Fui deslizándome tan sigilosamente como pude entre los árboles, carros, esquinas y farolas que la ciudad de París me ofrecía como cobertura. Por costumbre, al seguir a alguien, procuro tener todos mis sentidos alerta, al cien por cien, incluso si en esta ocasión no tenía prisa por llegar a mi presa.
Estaba girando una esquina y de pronto me sobresalté. Un sonido sordo y tenue, o simplemente que desentonaba en la melodía de la nocturnidad de la ciudad. O quizá fue un olor más fuerte, o uno más suave. No sabría decirlo con certeza, pero algo me descolocó durante unos segundos.
Miré a mi alrededor mientras continuaba avanzando, fijándome atentamente en cada recoveco que dejaba atrás para asegurarme de que nada ni nadie me seguía. Tonterías, nadie puede seguirte sin que lo notes. Eres Gonnar el cazador pensé para mis adentros, recordando con una sonrisa desconocida que por una vez, la presa a la que estaba siguiendo, no era alguien a quien quisiera matar.
Cuando llegué, ella estaba ya arrodillada en la orilla del lago. No sabía exactamente el por qué estaba yo ahí, no sabía si el pensar que era por su seguridad era una burda excusa que ocultaba mis simples ganas de descubrir un poco más de ella. La luz de la luna se reflejaba pálida en su rostro, no parecía feliz, pese a todo. Tampoco parecía estar sumida en una tristeza fatal, sino que simplemente parecía que no sabía dónde estaba, ni qué hacía. Perdida o confusa, entre dos mundos, sin saber cuál elegir...si es que quería elegir.
O al menos, esa era la impresión que me daba a mi desde la rama de aquel árbol en el que me había ubicado, cubierto por el follaje para camuflarme, y con buena vista de todo lo que ocurriera alrededor.
Tú y yo aún tenemos mucho de qué hablar, y que compartir. y sus ojos se quedaron fijos, entre la laguna, la luna, y la figura de Aishell, la misteriosa y necesaria Aishell.
Gonnar Domne- Cazador Clase Baja
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Re: La búsqueda: Continuación (Aishell Demberg)
¿Cuánto tiempo llevaba arrodillada en la misma postura? Ni siquiera me había quitado el vestido para lavarlo. Mis ojos se habían cruzado con mi reflejo, y todo lo acontecido en los días anteriores se me había aparecido como un muro a punto de derribarse sobre mí. Ese había sido mi estado durante todo el día. El recuerdo se iba, los recuerdos volvían... y por eso comprendí que había llegado el momento de enfrentarme a mis demonios y abrir las puertas a la avalancha de dolor, de angustia, o de lo que tuviera que el cuerpo reclamara. Había huido de la realidad desde mi encuentro con Alec, y lo había hecho envolviéndome en cristales y escondiéndome en un rincón secreto de mi mente. Había andado durante horas por el bosque y había aparecido en mi propia casa como un fantasma, avanzando por inercia hasta hallarme, helada, frente al fuego de la cabaña. Comprendí que ese estado catatónico se habría alargado durante semanas si Gonnar no hubiera estado dispuesto a refugiarme entre sus brazos del frío durante esa tormentosa noche. Suspiré.
Debía aprovechar aquellos minutos a solas para abrir las puertas a los sentimientos. Y la verdad es que no sabía si estaba preparada. Enfoqué la vista, y las suaves olas del lago me obligaron a, al menos, hacer algo útil mientras pensaba en ello. Me puse de pie, me desabroché el vestido como pude y lo saqué de mis caderas como pude. Inmediatamente sentí el viento en la piel, pero la inmunidad del licántropo jugaba a mi favor en esas condiciones. El frío no me aturdía como a un humano normal... a no ser que reptara por mis huesos como había hecho la noche anterior. Miré de nuevo mi reflejo sobre el agua. Verme tan solo con la camisola y los pantalones abombados de época dibujó en mi mente el espejismo de que yo era tan solo una bella y dulce dama parisina perdida en el bosque. Por un minuto disfruté de esa sensación. Ser una joven humana viviendo su libertad, una princesa en apuros quizás... pero en cuanto mi espalda apareció en el reflejo, la primera impresión se fue. Al igual que el vestido, toda la tela posterior de la camisa tenía un color rojizo que se había extendido por toda la superficie. No hacía falta que nadie se acercara para adivinar qué era aquella sustancia cobriza que había traspasado capas y capas de ropa. Yo no era ninguna dama. No era ninguna humana, y bien debía recordarlo. Solo era una criatura rota.
Alargué el brazo y dejé caer el vestido al agua. Observé cómo se hundía y serpenteaba sobre la tierra de la orilla. Después decidí que era hora de prestar atención a aquellas malditas heridas. Me arrodillé de nuevo y tironeé del cuello de la camisola hasta que conseguí visualizar en mi improvisado espejo el aspecto de las cicatrices abiertas. Lo que vi me extrañó. Mientras que los arañazos y golpes que había recibido en mi pelea con el lobezno del circo ya no se distinguían sobre mi piel, todas y cada una de las marcas de Alec seguían en su lugar, burlándose de mí años después de haber sido producidas.
-¿Por qué os curáis tan lento?-mascullé para mí misma. Me acerqué más a mi reflejo y palpé superficialmente el mordisco del hombro. Solté mil impertinencias cuando el dolor me abrasó, y en un repentino ataque de ira, golpeé el agua, emborronando toda mi imagen. La luna me hacía susceptible a cualquier sentimiento, debía controlarme. Me incorporé y respiré hondo mientras me recolocaba la ropa y me metía levemente en el agua para recuperar el vestido-. Está bien. Confío en que mañana, con la luna llena, desaparezcáis de mi vista
Y entonces fue cuando lo oí. Unos pasos furtivos en la hierba. Unas ramas susurrando. Ya había percibido el olor de un intruso frente a la caravana, no podía ignorarlo de nuevo. Olfateé el aire y lo que percibí me dejó helada. Gonnar. Gonnar estaba muy cerca. ¡¿Cómo demonios no me había percatado de ello?! Pero no era solo él, y eso es lo que me erizó el vello de los brazos. El cazador me ha seguido. No está solo. Está en peligro. ¿Dónde se encuentra? Los pensamientos me bombardearon sin piedad. Roté sobre mi misma barriendo cada centímetro de arboleda, cada arbusto que rodeaba el lago. El destello de los felinos ojos del cazador entre las ramas de un gran árbol me indicó dónde se hallaba. Continué con el barrido como si no lo hubiera visto. Si nos observaban, no debían localizarlo. Más le valía estarse quieto sobre ese maldito árbol. Más tarde hablaríamos y aclararía con él unas cuantas cosas sobre la privacidad femenina.
-¿Quién anda ahí?- mi voz tronó en el bosque.
Mientras mis ojos cambiaban a los del lobo, seguí rotando sobre mis pies, lista para lo que fuera. Inhalé de nuevo y me quedé helada. Los pasos se habían silenciado. El único ruido que se percibía era el goteo de mis pantalones sobre la orilla del lago, y el olor familiar que impregnaba el aire seguía allí, luchando por no ser reconocido. No sabía dónde se encontraba nuestro espía. Maldije. "Que sea lo que Dios quiera"
Debía aprovechar aquellos minutos a solas para abrir las puertas a los sentimientos. Y la verdad es que no sabía si estaba preparada. Enfoqué la vista, y las suaves olas del lago me obligaron a, al menos, hacer algo útil mientras pensaba en ello. Me puse de pie, me desabroché el vestido como pude y lo saqué de mis caderas como pude. Inmediatamente sentí el viento en la piel, pero la inmunidad del licántropo jugaba a mi favor en esas condiciones. El frío no me aturdía como a un humano normal... a no ser que reptara por mis huesos como había hecho la noche anterior. Miré de nuevo mi reflejo sobre el agua. Verme tan solo con la camisola y los pantalones abombados de época dibujó en mi mente el espejismo de que yo era tan solo una bella y dulce dama parisina perdida en el bosque. Por un minuto disfruté de esa sensación. Ser una joven humana viviendo su libertad, una princesa en apuros quizás... pero en cuanto mi espalda apareció en el reflejo, la primera impresión se fue. Al igual que el vestido, toda la tela posterior de la camisa tenía un color rojizo que se había extendido por toda la superficie. No hacía falta que nadie se acercara para adivinar qué era aquella sustancia cobriza que había traspasado capas y capas de ropa. Yo no era ninguna dama. No era ninguna humana, y bien debía recordarlo. Solo era una criatura rota.
Alargué el brazo y dejé caer el vestido al agua. Observé cómo se hundía y serpenteaba sobre la tierra de la orilla. Después decidí que era hora de prestar atención a aquellas malditas heridas. Me arrodillé de nuevo y tironeé del cuello de la camisola hasta que conseguí visualizar en mi improvisado espejo el aspecto de las cicatrices abiertas. Lo que vi me extrañó. Mientras que los arañazos y golpes que había recibido en mi pelea con el lobezno del circo ya no se distinguían sobre mi piel, todas y cada una de las marcas de Alec seguían en su lugar, burlándose de mí años después de haber sido producidas.
-¿Por qué os curáis tan lento?-mascullé para mí misma. Me acerqué más a mi reflejo y palpé superficialmente el mordisco del hombro. Solté mil impertinencias cuando el dolor me abrasó, y en un repentino ataque de ira, golpeé el agua, emborronando toda mi imagen. La luna me hacía susceptible a cualquier sentimiento, debía controlarme. Me incorporé y respiré hondo mientras me recolocaba la ropa y me metía levemente en el agua para recuperar el vestido-. Está bien. Confío en que mañana, con la luna llena, desaparezcáis de mi vista
Y entonces fue cuando lo oí. Unos pasos furtivos en la hierba. Unas ramas susurrando. Ya había percibido el olor de un intruso frente a la caravana, no podía ignorarlo de nuevo. Olfateé el aire y lo que percibí me dejó helada. Gonnar. Gonnar estaba muy cerca. ¡¿Cómo demonios no me había percatado de ello?! Pero no era solo él, y eso es lo que me erizó el vello de los brazos. El cazador me ha seguido. No está solo. Está en peligro. ¿Dónde se encuentra? Los pensamientos me bombardearon sin piedad. Roté sobre mi misma barriendo cada centímetro de arboleda, cada arbusto que rodeaba el lago. El destello de los felinos ojos del cazador entre las ramas de un gran árbol me indicó dónde se hallaba. Continué con el barrido como si no lo hubiera visto. Si nos observaban, no debían localizarlo. Más le valía estarse quieto sobre ese maldito árbol. Más tarde hablaríamos y aclararía con él unas cuantas cosas sobre la privacidad femenina.
-¿Quién anda ahí?- mi voz tronó en el bosque.
Mientras mis ojos cambiaban a los del lobo, seguí rotando sobre mis pies, lista para lo que fuera. Inhalé de nuevo y me quedé helada. Los pasos se habían silenciado. El único ruido que se percibía era el goteo de mis pantalones sobre la orilla del lago, y el olor familiar que impregnaba el aire seguía allí, luchando por no ser reconocido. No sabía dónde se encontraba nuestro espía. Maldije. "Que sea lo que Dios quiera"
Aishell Demberg- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 03/02/2010
Re: La búsqueda: Continuación (Aishell Demberg)
Mi sangre hirvió pese al frío cuando observé desde mi posición la mancha de sangre que las ropas de Aishell dejaban ver. Me importó verla herida. Sabiendo de su condición, esa herida tenía que ser muy profunda para que aún estuviera sangrando de aquella manera, para que no se hubiera regenerado aún. ¿Qué demonios pasó ayer antes de que volviera empapada del bosque? pensé mientras en extremo silencio me acomodaba un poco más en la rama en la que me había sentado. tendré que pedirle explicaciones, merezco saberlo.
Aún con todo, aún con la rabia irracional que corría por mis venas hacia la persona que pudiera haberla herido así, y con la oscuridad que se cernía sobre el bosque, pude apreciar su silueta de una manera que no había podido hacer hasta ahora. Se me antojó tan perfecta como la luna que la iluminaba y la hacía visible a mis ojos, se me antojó tan delicada y hermosa como cada una de las inalcanzables estrellas que sobre nuestras cabezas observaban los acontecimientos de cada noche. Despejé mi cabeza al instante cuando la escuché increpar al viento. Podría haber pensado que me había detectado, pero entonces no se habría dirigido a mi así. Quizá al principio sí lo habría hecho, pero después de lo que habíamos pasado, no. Así que irremediablemente debía ser que había detectado otro olor en el ambiente.
Fue muy rápido, pero no lo suficiente. Volvió a mi mente la sensación que había tenido mientras llegábamos al lago, de que alguien nos seguía, y me maldije por no haber tomado en serio esa sensación antes. Pero en cuanto empecé a deslizar mis manos hacia mis cuchillos ocultos bajo la capa, escuché el roce del cuero con el metal y el suave y letal "click" de un arma de fuego a punto de disparar. Simplemente me dejé caer del árbol, tan a tiempo como para que la bala que fue disparada sólo me impactara en el hombro izquierdo. Entró por detrás, pude sentirlo, pero no salió. Maldición.
En parte, fue una suerte que la bala impactara en mi, o de lo contrario no habría podido calcular durante la caída de dónde provenía el disparo. Nada más mis pies tocaron el suelo flexioné las rodillas y rodé hacia el tronco del árbol. Para cuando terminé la voltereta, mi cuchillo ya estaba en mi mano y lo había lanzado, prácticamente a ciegas y por intuición, hacia donde había estimado que estaría mi agresor. Acerté.
Me incorporé dolorido, con la mano en el hombro que ahora me sangraba y ardía, y caminé hacia la persona que yacía en el suelo, con mi cuchillo clavado a la altura del bazo y escupiendo sangre por la boca. Todavía seguía vivo. Lo observé mientras me acercaba, y no necesité más que un vistazo a su indumentaria para darme cuenta de quién era. La inquisición.
La inquisición y los cazadores, aunque comparten objetivos en algunos aspectos, no se llevan del todo bien, y después de lo que había pasado en la cabaña de Aishell era muy posible que hubieran averiguado que yo estaba con una mujer lobo. Por eso estaban allí, tenían doble motivación. Matar un hombre lobo, y acabar con un odioso cazador que pensaban se había rebelado.
No era mi manera de actuar habitual, pero las circunstancias me obligaban a hacerlo. Cogí el puñal por la madera y, en vez de sacarlo, lo retorcí en su herida, multiplicando su sufrimiento. -¿Cuántos sois?- pregunté mientras cesaba un poco la presión en la herida, haciéndole saber que podíamos hacer las cosas por las buenas, o por las malas. Vi su cara de dolor, el miedo en sus ojos, pues mucho peor que la muerte era el dolor que yo le podía causar. Aún así, se resistió a contestar, tosiendo sangre y sonriendo con superioridad aún estando al borde de la muerte. Mis ojos brillaron con maldad, una maldad que no debía existir...pero si Aishell estaba en peligro, tomaría las medidas que fueran necesarias.
-Puedes soportar el dolor. Pero...¿Podrá soportarlo también tu mujer?- mis palabras me parecieron crueles y repugnantes incluso a mi, pero me esforcé por aparentar indiferencia. La cara del hombre cambió por completo, la sonrisa se le truncó sus pupilas se dilataron extremadamente. Había dado en el clavo. El hombre me miró con odio, con rabia...y finalmente contestó. -5, somos 5- y aún sacó fueras para cogerme del brazo y apretarme, mientras me miraba fijamente a los ojos suplicando. -dame tu palabra que mi mujer estará bien, maldito cazador-. Le aguanté la mirada, pensando en las diferentes respuestas que podía darle. Había algunas bastante crueles. Finalmente, cogí su mano débil y la separé de mi brazo, lentamente. -Lo estará. Ni siquiera sabía que tenías mujer, mucho menos quién es- contesté, sacando el cuchillo de su abdomen.
El hombre me miró, sonrió aliviado, se había dado cuenta de que lo había engañado, pero al menos se iba tranquilo al otro mundo. -bien jugado, heh- y eso fue lo último que dijo, justo antes de que le atravesara el cuello con el cuchillo para causarle la muerte más rápida posible.
Me giré súbitamente al escuchar pasos rápidos detrás de mi, listo para lanzar el cuchillo. Al girar de golpe sobre mí mismo noté cómo la bala de mi hombro se removía, causándome un dolor cegador que me hizo perder el equilibrio. Estoy muerto pensé.
Aún con todo, aún con la rabia irracional que corría por mis venas hacia la persona que pudiera haberla herido así, y con la oscuridad que se cernía sobre el bosque, pude apreciar su silueta de una manera que no había podido hacer hasta ahora. Se me antojó tan perfecta como la luna que la iluminaba y la hacía visible a mis ojos, se me antojó tan delicada y hermosa como cada una de las inalcanzables estrellas que sobre nuestras cabezas observaban los acontecimientos de cada noche. Despejé mi cabeza al instante cuando la escuché increpar al viento. Podría haber pensado que me había detectado, pero entonces no se habría dirigido a mi así. Quizá al principio sí lo habría hecho, pero después de lo que habíamos pasado, no. Así que irremediablemente debía ser que había detectado otro olor en el ambiente.
Fue muy rápido, pero no lo suficiente. Volvió a mi mente la sensación que había tenido mientras llegábamos al lago, de que alguien nos seguía, y me maldije por no haber tomado en serio esa sensación antes. Pero en cuanto empecé a deslizar mis manos hacia mis cuchillos ocultos bajo la capa, escuché el roce del cuero con el metal y el suave y letal "click" de un arma de fuego a punto de disparar. Simplemente me dejé caer del árbol, tan a tiempo como para que la bala que fue disparada sólo me impactara en el hombro izquierdo. Entró por detrás, pude sentirlo, pero no salió. Maldición.
En parte, fue una suerte que la bala impactara en mi, o de lo contrario no habría podido calcular durante la caída de dónde provenía el disparo. Nada más mis pies tocaron el suelo flexioné las rodillas y rodé hacia el tronco del árbol. Para cuando terminé la voltereta, mi cuchillo ya estaba en mi mano y lo había lanzado, prácticamente a ciegas y por intuición, hacia donde había estimado que estaría mi agresor. Acerté.
Me incorporé dolorido, con la mano en el hombro que ahora me sangraba y ardía, y caminé hacia la persona que yacía en el suelo, con mi cuchillo clavado a la altura del bazo y escupiendo sangre por la boca. Todavía seguía vivo. Lo observé mientras me acercaba, y no necesité más que un vistazo a su indumentaria para darme cuenta de quién era. La inquisición.
La inquisición y los cazadores, aunque comparten objetivos en algunos aspectos, no se llevan del todo bien, y después de lo que había pasado en la cabaña de Aishell era muy posible que hubieran averiguado que yo estaba con una mujer lobo. Por eso estaban allí, tenían doble motivación. Matar un hombre lobo, y acabar con un odioso cazador que pensaban se había rebelado.
No era mi manera de actuar habitual, pero las circunstancias me obligaban a hacerlo. Cogí el puñal por la madera y, en vez de sacarlo, lo retorcí en su herida, multiplicando su sufrimiento. -¿Cuántos sois?- pregunté mientras cesaba un poco la presión en la herida, haciéndole saber que podíamos hacer las cosas por las buenas, o por las malas. Vi su cara de dolor, el miedo en sus ojos, pues mucho peor que la muerte era el dolor que yo le podía causar. Aún así, se resistió a contestar, tosiendo sangre y sonriendo con superioridad aún estando al borde de la muerte. Mis ojos brillaron con maldad, una maldad que no debía existir...pero si Aishell estaba en peligro, tomaría las medidas que fueran necesarias.
-Puedes soportar el dolor. Pero...¿Podrá soportarlo también tu mujer?- mis palabras me parecieron crueles y repugnantes incluso a mi, pero me esforcé por aparentar indiferencia. La cara del hombre cambió por completo, la sonrisa se le truncó sus pupilas se dilataron extremadamente. Había dado en el clavo. El hombre me miró con odio, con rabia...y finalmente contestó. -5, somos 5- y aún sacó fueras para cogerme del brazo y apretarme, mientras me miraba fijamente a los ojos suplicando. -dame tu palabra que mi mujer estará bien, maldito cazador-. Le aguanté la mirada, pensando en las diferentes respuestas que podía darle. Había algunas bastante crueles. Finalmente, cogí su mano débil y la separé de mi brazo, lentamente. -Lo estará. Ni siquiera sabía que tenías mujer, mucho menos quién es- contesté, sacando el cuchillo de su abdomen.
El hombre me miró, sonrió aliviado, se había dado cuenta de que lo había engañado, pero al menos se iba tranquilo al otro mundo. -bien jugado, heh- y eso fue lo último que dijo, justo antes de que le atravesara el cuello con el cuchillo para causarle la muerte más rápida posible.
Me giré súbitamente al escuchar pasos rápidos detrás de mi, listo para lanzar el cuchillo. Al girar de golpe sobre mí mismo noté cómo la bala de mi hombro se removía, causándome un dolor cegador que me hizo perder el equilibrio. Estoy muerto pensé.
Gonnar Domne- Cazador Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/11/2013
Edad : 36
Localización : España
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: La búsqueda: Continuación (Aishell Demberg)
Las cosas fueron demasiado deprisa. Me di cuenta de dónde se hallaba el individuo que buscaba a la vez que comprendía que no iba a llegar a tiempo para detener su primer disparo. Olí la sangre del cazador y todo mi cuerpo aulló de rabia. Corrí hacia el lugar donde mis sentidos clamaban por venganza, pero algo en mi subconsciente me avisó de que no todo iba a ser tan sencillo. “No pierdas el control Aishell”. Con el sigilo del lobo avancé sigilosamente hasta un árbol cercano a Gonnar y al hombre que nos había seguido. Presté atención a la conversación que mantenían y algo en mí se agitó. Nunca habría imaginado a Gonnar en aquella tesitura, retorciendo un cuchillo sin vacilar, amenazando… me estremecí. Aquel que estaba muriendo también era un cazador, y estaba segura de que no habría dudado en acabar conmigo si me hubiera hallado primero. Pero también tenía familia. Aunque su muerte hubiera sido provocada en defensa propia, no pude evitar preguntarme, ¿hasta qué punto estaba justificada?
Intenté dejar atrás mi moral. Luego me lamentaría de las pérdidas. Justo cuando iba a salir de mi escondrijo para comprobar cómo se encontraba mi compañero, volví a percibir un aleteo injustificado. “Hay más gente en el bosque” comprendí, y la voz amortiguada del moribundo confirmó mis sospechas. Eran cinco, y no eran cazadores precisamente. Era todavía peor: la inquisición. Escuché, con la piel erizada, el último aliento de la primera víctima de aquel ataque. Un susurro más fuerte de lo normal tensó todos mis músculos. “Gonnar está herido, a la vista de todos. Le tienen localizado” . Un instinto protector que nunca había experimentado, se adueñó de mi cuerpo. No sabía por qué, pero todo él me rogaba por mantener con vida al joven cazador. “Vuelvo a caer en la trampa” pensé, pero mis pies ya habían tomado la decisión de seguir adelante pese a las consecuencias. A través de los ojos del lobo, cuyas pupilas estaban completamente dilatadas, pude ver a la perfección las siluetas en las sombras. “No te muevas, cazador”, pero mi deseo no se cumplió. Gonnar percibió el movimiento que yo tenía localizado entre los árboles, y se giró para encararlo, señalando exactamente su ubicación y posición.
Me lancé hacia delante y golpeé el brazo del inquisidor justo cuando apretaba el gatillo. Una bala se perdió entre las copas de los árboles, y miles de aves huyeron aterradas. “Magnífico, ahora todos saben dónde está la pelea”. Me enzarcé en una lluvia de golpes que cada vez me costaba más esquivar. Luchar como licántropo era sencillo. Todo era ira, poder, velocidad. No había que meditar nada, porque simplemente, yo no estaba en mi mente bajo la piel del lobo. Como humana, había perdido muchos reflejos en el tiempo que había estado escondida. La fuerza y la velocidad seguían apareciendo en mis extremidades cuando las convocaba, pero las heridas, el cansancio y la luna llena, también hacían mella en mí. El lobo me llamaba, y cada vez que reclamaba las ventajas de la maldición para luchar, parecía estar más cerca de mí. No podía convertirme. No esa noche. Detuve dos puñetazos y con una finta, arrebaté el arma al enorme luchador que se alzaba ante mí.
-¡Gonnar! ¡Vienen los demás!- grité mientras le lanzaba la pistola a ras de suelo. Esperé a que la recogiera-. ¡Necesito que te escondas!
Cuando terminé de hablar, me di cuenta de que no había lanzado ni un solo golpe a mi oponente. “¿Qué estoy haciendo?” me pregunté. Ah, mi moral haciendo estragos. No quería más sangre en mis manos y, sin embargo… tampoco podía lavármelas y dejar que fuera Gonnar quien acabase con aquellos individuos. ¿No eran, al fin y al cabo, humanos que se dedicaban a cazar? ¿No eran como él? “No. Él elige a la presa. Me lo contó.” Y entonces comprendí que aquellos hombres nunca se habrían parado a meditar sobre si yo merecía morir o no. Un cuchillo pasó volando cerca de mi cintura. Incluso sin tocarme, noté la plata que portaba. También me indicó que un segundo invitado había hecho aparición. Golpeé en el cuello al inquisidor que tenía delante, y pareció sorprendido al recibir mi primer ataque. Me posicioné a su espalda, y cuando le agarré por la camisa y le estampé contra un árbol, comprendí que estaba muerto. Oí el silbido de un segundo cuchillo, y me lancé sobre el suelo para esquivarlo. Entonces, alguien cayó sobre mí espalda desde la copa de uno de los árboles. Gemí de dolor. “No te conviertas.” Gritaba mi mente. “Aguanta”. Enfoqué los ojos del lobo al bosque y traté de alejar la ira de mí mientras me daba la vuelta y trataba de sacármelo de encima. Los pasos del inquisidor que había lanzado los cuchillos se acercaban. Entonces me crucé con la mirada del cazador, agazapado tras unos arbustos, alerta, calculador, como siempre que luchaba. Le miré, y sé que volvió a ver en mis ojos el color oscuro, la rabia de mi otra naturaleza. Me pregunté por qué no se asustaba, por qué cuando me había visto así en la taberna no había hecho nada al respecto. “No sé si puedo aguantar sin transformarme”. Ese era el mensaje que intenté transmitirle en nuestro silencio.
-Estate quieta loba. Seré rápido- masculló el hombre que tenía sobre mí.
Me mantuve callada mientras me agarraba del pelo e intentaba alzarme la cabeza del suelo. Comenzó a cachearme, buscando armas, supuse. Quise reír. ¿Qué pretendía que escondiera en una camisola y unos pantalones como aquellos? Mientras tanto, yo seguía mirando al cazador. Agudicé mis sentidos al máximo y traté de pasarle alguna información. Levanté con sutilidad tres dedos “quedan tres inquisidores”, seguí haciéndole señas “uno al otro lado del lago, otro acercándose por nuestra izquierda y este". Negué con la cabeza. "No puedo luchar más. Me transformaré”. Necesitaba que Gonnar me ayudara de cualquier forma que pudiera. El inquisidor terminó su tarea y me zarandeó. Comprendí que quería que me levantara. Perdí el contacto visual con Gonnar, y la rabia me cegó. Gruñí.
-Suéltame- siseé, cuando consiguió ponerme en pie.
Entonces, recibí el primer golpe, que volvió a hacerme caer. No me estaba defendiendo. No podía perder el control de mí misma. Los ojos del lobo brillaron en la oscuridad. “Limítate a defenderte. Dale tiempo al cazador” y entonces la lucha se convirtió en una especie de baile... hasta que el inquisidor sacó su arma al combate.
Intenté dejar atrás mi moral. Luego me lamentaría de las pérdidas. Justo cuando iba a salir de mi escondrijo para comprobar cómo se encontraba mi compañero, volví a percibir un aleteo injustificado. “Hay más gente en el bosque” comprendí, y la voz amortiguada del moribundo confirmó mis sospechas. Eran cinco, y no eran cazadores precisamente. Era todavía peor: la inquisición. Escuché, con la piel erizada, el último aliento de la primera víctima de aquel ataque. Un susurro más fuerte de lo normal tensó todos mis músculos. “Gonnar está herido, a la vista de todos. Le tienen localizado” . Un instinto protector que nunca había experimentado, se adueñó de mi cuerpo. No sabía por qué, pero todo él me rogaba por mantener con vida al joven cazador. “Vuelvo a caer en la trampa” pensé, pero mis pies ya habían tomado la decisión de seguir adelante pese a las consecuencias. A través de los ojos del lobo, cuyas pupilas estaban completamente dilatadas, pude ver a la perfección las siluetas en las sombras. “No te muevas, cazador”, pero mi deseo no se cumplió. Gonnar percibió el movimiento que yo tenía localizado entre los árboles, y se giró para encararlo, señalando exactamente su ubicación y posición.
Me lancé hacia delante y golpeé el brazo del inquisidor justo cuando apretaba el gatillo. Una bala se perdió entre las copas de los árboles, y miles de aves huyeron aterradas. “Magnífico, ahora todos saben dónde está la pelea”. Me enzarcé en una lluvia de golpes que cada vez me costaba más esquivar. Luchar como licántropo era sencillo. Todo era ira, poder, velocidad. No había que meditar nada, porque simplemente, yo no estaba en mi mente bajo la piel del lobo. Como humana, había perdido muchos reflejos en el tiempo que había estado escondida. La fuerza y la velocidad seguían apareciendo en mis extremidades cuando las convocaba, pero las heridas, el cansancio y la luna llena, también hacían mella en mí. El lobo me llamaba, y cada vez que reclamaba las ventajas de la maldición para luchar, parecía estar más cerca de mí. No podía convertirme. No esa noche. Detuve dos puñetazos y con una finta, arrebaté el arma al enorme luchador que se alzaba ante mí.
-¡Gonnar! ¡Vienen los demás!- grité mientras le lanzaba la pistola a ras de suelo. Esperé a que la recogiera-. ¡Necesito que te escondas!
Cuando terminé de hablar, me di cuenta de que no había lanzado ni un solo golpe a mi oponente. “¿Qué estoy haciendo?” me pregunté. Ah, mi moral haciendo estragos. No quería más sangre en mis manos y, sin embargo… tampoco podía lavármelas y dejar que fuera Gonnar quien acabase con aquellos individuos. ¿No eran, al fin y al cabo, humanos que se dedicaban a cazar? ¿No eran como él? “No. Él elige a la presa. Me lo contó.” Y entonces comprendí que aquellos hombres nunca se habrían parado a meditar sobre si yo merecía morir o no. Un cuchillo pasó volando cerca de mi cintura. Incluso sin tocarme, noté la plata que portaba. También me indicó que un segundo invitado había hecho aparición. Golpeé en el cuello al inquisidor que tenía delante, y pareció sorprendido al recibir mi primer ataque. Me posicioné a su espalda, y cuando le agarré por la camisa y le estampé contra un árbol, comprendí que estaba muerto. Oí el silbido de un segundo cuchillo, y me lancé sobre el suelo para esquivarlo. Entonces, alguien cayó sobre mí espalda desde la copa de uno de los árboles. Gemí de dolor. “No te conviertas.” Gritaba mi mente. “Aguanta”. Enfoqué los ojos del lobo al bosque y traté de alejar la ira de mí mientras me daba la vuelta y trataba de sacármelo de encima. Los pasos del inquisidor que había lanzado los cuchillos se acercaban. Entonces me crucé con la mirada del cazador, agazapado tras unos arbustos, alerta, calculador, como siempre que luchaba. Le miré, y sé que volvió a ver en mis ojos el color oscuro, la rabia de mi otra naturaleza. Me pregunté por qué no se asustaba, por qué cuando me había visto así en la taberna no había hecho nada al respecto. “No sé si puedo aguantar sin transformarme”. Ese era el mensaje que intenté transmitirle en nuestro silencio.
-Estate quieta loba. Seré rápido- masculló el hombre que tenía sobre mí.
Me mantuve callada mientras me agarraba del pelo e intentaba alzarme la cabeza del suelo. Comenzó a cachearme, buscando armas, supuse. Quise reír. ¿Qué pretendía que escondiera en una camisola y unos pantalones como aquellos? Mientras tanto, yo seguía mirando al cazador. Agudicé mis sentidos al máximo y traté de pasarle alguna información. Levanté con sutilidad tres dedos “quedan tres inquisidores”, seguí haciéndole señas “uno al otro lado del lago, otro acercándose por nuestra izquierda y este". Negué con la cabeza. "No puedo luchar más. Me transformaré”. Necesitaba que Gonnar me ayudara de cualquier forma que pudiera. El inquisidor terminó su tarea y me zarandeó. Comprendí que quería que me levantara. Perdí el contacto visual con Gonnar, y la rabia me cegó. Gruñí.
-Suéltame- siseé, cuando consiguió ponerme en pie.
Entonces, recibí el primer golpe, que volvió a hacerme caer. No me estaba defendiendo. No podía perder el control de mí misma. Los ojos del lobo brillaron en la oscuridad. “Limítate a defenderte. Dale tiempo al cazador” y entonces la lucha se convirtió en una especie de baile... hasta que el inquisidor sacó su arma al combate.
Aishell Demberg- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 163
Fecha de inscripción : 03/02/2010
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