~ Semillas de Ilusión

Reviso una y mil veces el pequeño pedazo de papel que me proporcionó la hermana de Lissander, aquella noche fatídica, y aunque ya me la he aprendido de memoria, sigo observándolo como si fuera la primera vez. Estoy sumamente nervioso, porque ya han pasado algunos días desde que todo ocurrió; pero es hasta ahora que me he armado de valor para atreverme a tocar la puerta de su hogar. He llegado a pensar que la falta de noticias acerca de mi persona – y no es que ellos tuvieran que esperar tal cosa – les den a entender cosas que no son. Simplemente me limité a darles su espacio, ganando con esto, tiempo valioso para mí también, y digerir las cosas con mayor claridad, porque aún siguen frescas en mi mente aquellas dantescas imágenes. No he podido apartarles de mi mente por más que he tratado, pues dejaron un fuerte impacto en mi persona. “Sólo dar tiempo al tiempo” como me he repetido tantas y tantas veces las noches que no he podido conciliar el sueño. Noches en vela preguntándome si todo estaría marchado bien, si sus heridas habrían sanado, y sobre todo, si Lissander estaba fuera de peligro. Sobre todo esto último, porque el esfuerzo para salvarnos fue grande, y el verle ahí derrumbado entre los escombros… ¡Dios, es algo que no quisiera volver a ver jamás en todo lo que me reste de vida! Aquella desesperación, aquel zozobro al verle tirado en medio de todo…  Mi corazón se encoge. No quiero recordar aquello.

Con rapidez guardo el pequeño y arrugado papel en la bolsa interna de mi abrigo. Acomodo mi sombrero, respiro hondo, cierro los ojos, medito un poco y finalmente estiro mi mano izquierda –aún con cierta reticencia – para tocar dos veces de manera tenue para no hacer demasiado ruido, esperando que sea suficiente para alertar de mi llegada. El silencio se hace presente, pues no logro escuchar nada que me indique que mi llamado ha sido escuchado. Comienzo a pensar miles de cosas absurdas, apretando con fuerza aquella bolsa que llevo conmigo. Mas luego me arrepiento porque puedo dañar el pequeño presente que llevo para él. Mis pies juegan sobre el pavimento, mis dedos tamborilean el regalo y el corazón me late con suma rapidez.

Finalmente, a lo lejos escucho unas breves y cortas pisadas. Exhalo el aire de mis pulmones, preparándome para lo que venga. ¿Qué debería decir? ¿Cómo debo presentarme? Acaso: ¿Se encuentra el Doctor Lissander? ¿O debería preguntar por su hermana? ¡Cielos! Lamentablemente me estoy dando cuenta que mi escasa vida social limita mi lenguaje y las maneras más básicas y elementales de presentación. Deberé hacer algo al respecto a la menor brevedad posible. <<  Eres un tonto inexperto. ¿Ni algo tan simple y sencillo  puedes hacer?  ¡Qué vergüenza!  >> La puerta parece abrirse y detrás de ella aparece el rostro gentil de una señora que me saluda con una agradable sonrisa.

–Buenas días… Yo… E-Estoy buscando al Doctor Arcalucci. Tengo… tengo algo importante qué entregarle. –Le muestro tímidamente el paquete para que mi excusa valga la pena. Ella parece dudar, pero enseguida me invita a pasar al interior. Suspiro internamente. No es del todo una mentira. Si bien no es algo tan urgente, el paquete es para él ni más ni menos. Además, es la excusa más tonta que se me pudo ocurrir. De nada valieron los “ensayos” anteriores a la visita. Ni siquiera fui lo suficientemente inteligente para decirle mi nombre y presentarme de manera correcta ¡Por Dios, que cosa pasa conmigo! La gentil dama me indica con una voz suave a que aguardare un momento mientras anuncia mi llegada. Mientras sus pasos se perdían en el interior, yo observo con discreción. Es una bonita casa, llena de luz y flores de todos colores y tamaños hasta el más mínimo rincón. Se siente paz, se siente armonía, calidez…

–Puede pasar, ¿señor…? La voz de la mujer me saca de mi ensimismamiento, haciéndome regresar a la realidad del momento.

–Maloney. Joshua Maloney para servirle.- Me quito el sombrero para presentarme.

Me indica con su mano y de viva voz, dónde es que debo caminar y la puerta que debo encontrar para reunirme con él. Dándole las gracias nuevamente por su amabilidad, encamino mis pasos hacia lo que presumo, debe ser su habitación. Para éstas instancias ya mi corazón está vuelto un remolino. Mi boca está seca y ya quiero regresar por la misma puerta por donde entré. Pero no hay marcha atrás, es ahora o nunca. No podría soportar un día más sin tener noticias de él ni de las otras dos mujeres.

<< La puerta está abierta… ¡La puerta está abierta!  Sólo toca… No va a pasar nada malo. ¡Hazlo ya!  >>

– ¿Buenos días, puedo pasar? –Debido al golpeteo de la puerta, ésta se abre en su totalidad, rebelando el interior. Lo que mis ojos ven, no dan crédito…

Vendas por todo su cuerpo. No… Casi en la totalidad de su cuerpo. Me era doloroso verlo en aquel estado, pero no quise preguntar nada por el momento. Ya habría más tiempo de hablar sobre lo ocurrido, siempre y cuando fuera él quien sacara el tema a flote. Yo nunca me atrevería a cuestionar nada, porque no me corresponde y no soy quién para arrojar la primera piedra. Aunque debo confesar que el descubrir que es un brujo me sacó de balance. Puedo suponer que lo mismo debió de haber pensado cuando descubrió mi verdadera naturaleza de cambia formas, pero muy a lo contrario de lo que pudiera pensar o pasar, me aceptó tal cual soy, e incluso me alentó a ser valiente aquella noche, porque creyó que tal vez mis capacidades ayudarían en algo, confió en mí, para salvarme a mí mismo principalmente y siempre le voy a estar agradecido por ello. Más aún agradecido, por recibirme con cordialidad e invitándome a tomar asiento en la silla que reposa junto a su cama. Con timidez respondo un escueto: Gracias, andando hacia su lado.

-A-A mí también me da gusto volverte a ver. – Menciona el incidente del cementerio con total naturalidad, que parece que no haya ocurrido nada días atrás. En parte es bueno, porque así rompemos el hielo y será más fácil para mí entablar una comunicación fluida. –Tengo… Traje algo para ti. Espero que te guste – Le acerco el paquetito, que no es otra cosa que un delicioso pedazo de pastel, traído expresamente desde aquél café en el cuál compartimos. No se me ocurrió otra cosa más idónea que aquella, porque pude percibir que lo disfrutó tanto como yo, sumado a que venir con las manos vacías a una visita tan importante, no era opción. – Me encuentro perfectamente, gracias  a Dios – comento con sinceridad – No sé cómo explicar, pero si alguna vez tuve heridas, éstas sanaron por completo en poco tiempo. Es casi como un milagro… Nunca, había experimentado algo igual. Fue doloroso, pero ¿mágico?

Espero que Lissander comprenda o intuya, que no sé controlar mis poderes – si es que se les puede llamar de ésta manera – y que todo es nuevo para mí. Yo mismo me sorprendo de lo que ocurre en mí, cuando los cambios se presentan de forma espontánea. En situación de peligro, como aquella noche en el cementerio.

–Nadie más salió tan herido como tú, Lissander – trago un poco de saliva. Un nudo enorme se ha formado en mi garganta–. Gracias, por todo lo que hiciste. De no haber sido por ti, no estaríamos hablando en éste momento. Gracias de todo corazón por haber salvado mi vida, poniendo en riesgo de la tuya.

No sólo había sido la mía, sino la de su hermana, Leonor y la suya propia, por culpa de algún error, qué se yo. Todavía no me quedaba claro lo acontecido, porque desconozco muchas cosas, y más tratándose sobre esos temas escabrosos de los libros de hechizos, como el que Lissander tiene sobre su cama y el cuál observo de reojo, sin parecer demasiado interesado.

–Sé… que era tu deber hacerlo. Que la vida de tu hermana y tu amiga estaban en riesgo también, pero… No quería dejar pasar la oportunidad. Quise venir de inmediato, pero no creí oportuno molestar, y en segundo lugar moría de vergüenza. – Me encojo de hombros – No es muy placentero el que la gente me vea así… – agacho la mirada–. Bien, el teatro… - froto mis sienes para concentrarme en una plática un poco más amable – Simplemente va… No he estado del todo concentrado. El productor me retó, y… Aunque no lo creas, me enfermé de la garganta, y un suplente tuvo que ayudarme. – Tuerzo el gesto un poco afligido – Pero voy mejorando. Si todo marcha como debe ser, estrenaremos en una semana.

Froto mis manos, nervioso, tratando de no encontrarme con la mirada de Lissander. Lo siento observándome. Me siento empequeñecido a su lado.

–Ninguna molestia. En verdad. Pensé traerte otra cosa, pero estaba seguro de que te arrancaría una sonrisa cuando lo vieras, y lo logré.

Trato de sonreír con sus bromas de “Doctor” pero en el fondo aún me carcome la duda. Una duda que no me dejó conciliar el sueño en todos estos días. Lissander, es… es… ¡Dios, tan solo pensar en la palabra me duele en el corazón! No debería tener tales prejuicios, porque yo mismo soy el claro ejemplo de que no debo juzgar a nadie, pero siempre creí, siempre crecí leyendo oculto entre las sábanas de mi cama, que las historias de fantasmas, duendes, y brujos eran simplemente eso: Cuentos que la gente se inventaba para asustar a los críos cuando se portaban mal.  Ahora tienen un nuevo contexto. Mi ángel de sonrisa amable es un brujo de ojos negros. El radiante azul quedó oculto bajo un velo de oscuridad aquella noche entre escombros, conjuros, gritos y lamentos.

–No pude ser gran ayuda Lissander. El resultado puedes verlo aquí mismo – trato de incorporarme cuando le escucho quejarse al cambiar de posición, pero se la arregla bastante bien solo, así que me quedo sembrado en mi asiento, tratando de calmarme, porque tengo en la punta de la lengua todas aquellas preguntas que necesitan una respuesta, porque al contrario de lo que él piensa o diga ¡nada está bien! Todos y cada uno de nosotros había salido o experimentado ciertos tipos de heridas. Unas más graves que otras, que sanarían en breve tiempo, pero las heridas del alma, ésas… esa no sanaban nunca. Se aprendía a vivir con ellas. –Y yo… Al día siguiente no podía mover ni un solo musculo. Mi cuerpo estaba engarrotado, duro… Jamás había sufrido de tal transformación. Me tomó por sorpresa. Creo que fue tanta la energía que utilicé, que bajó mis defensas. Pienso que por eso enfermé para sorpresa mía-. Una enorme ave la causante de mi enfermedad. ¿Quién lo iba a suponer? –Pero las sorpresas no terminaron ahí… ¿No es cierto?

Niego al momento en que me ofrecer compartir el pastelillo.

–Desayuné bastante bien en casa, antes de venir, gracias –Otra de las tantas mentiras que tengo que decir, porque no quiero que sepa que lo último que me quedaba, fue lo justo para traerle su regalo. –No debo comer más de uno o me volveré un glotón– Opto por levantarme de la silla para echar un vistazo rápido a su habitación-. Tienes… Una bonita casa. Muy acogedora. Se respira tranquilidad hasta el último de los rincones. Cambio un poco de tema para ir preparando el terreno que quiero pisar. No, no lo quiero pisar, pero no quiero quedarme con la duda. ¡Quiero saber tantas y tantas cosas! Sólo él puede ayudarme, y estoy deseando con todo el corazón que sea honesto conmigo. Me detengo frente a un pequeño estante que tiene como adorno principal un hermoso jarrón blanco repleto de flores frescas. Las observo un momento, inclusive las huelo y las acaricio. –Esto debe ser obra de tu hermana ¿No es cierto? Son hermosas-.Mi mirada regresa a la suya. Me quedo observándole en silencio, como si con éste simple hecho, estuviese diciendo todo cuanto llevo guardado dentro. Que percibiera en mí, la duda, la incertidumbre, inclusive el coraje. Sin embargo, y contra todo es tiempo de hablar:

–Eres un brujo. –Directo, claro preciso-. Debo admitir, que el hecho de haberlo descubierto me deja un sabor amargo. Pero no me mal interpretes, por favor. No tengo miedo de ti, si es la idea que acaba de cruzar por tu mente… Me dio miedo todo lo que vi aquella noche. El por qué lo hiciste lo desconozco, tus razones habrás tenido, es sólo que todo ése poder… Un espectro estuvo a punto de matarnos… Un poder que se salió de control. ¿Cómo…? Para tales instancias, ya me paseaba por toda su habitación, rascándome una ceja. Pensando, tratando de sacar mis propias conclusiones -. Eres un brujo Lissander… -Repito dándome por vencido. No soy lo suficientemente apto para razonar por mis propios medios.

¿Por qué tengo que ser tan torpe al preguntar algo tan delicado? ¿Por qué Dios? ¿Por qué? Sigo siendo el mismo tonto provinciano irlandés que no tiene el más mínimo tacto en cuanto a temas de suma importancia se refiere. Claro está que no lo hago con mala intención, no busco herir ni atacar con alevosía y ventaja haciendo leña del árbol caído, sólo busco respuestas, algo de lo cuál aferrarme para no creer que me esté volviendo loco, que todo sea producto de mi imaginación. El tono con el que me ha respondido Lissander lleva implícito un deje de molestia. Le he llamado brujo, como si de cualquier cosa habitual se tratase, quizás si hubiera empleado otras palabras menos peyorativas, no me sentiría avergonzado:“No sabía que contabas con capacidades diferentes a las de cualquier humano, que por gracia y fortuna se salieron de control pero gracias a Dios, todo que quedó en una simple anécdota” Oh sí. Eso sonaba infinitamente mejor, pero Joshua Maloney, había decidido decirle… Lo que le dijo sin miramientos. ¡Rayos y centellas! Que la tierra se abra y me coma de un solo bocado << No te quedes parado como estatua y pide una disculpa adecuada. Piensa bien las cosas antes de abrir la boca >>

–Lo siento – Mis manos han ido a parar al borde de mi abrigo, para jugar nerviosamente hacia todas direcciones-. No quise que mis preguntas sonaran tan fuera de lugar. Fue la emoción del momento. Yo nunca había conocido a alguien como tú… Nunca en mi vida. Soy inexperto para muchas cosas aún. No vine aquí para reprocharte, ni poner el dedo en la llaga… ¿Me disculpas? –Era yo quien debía pedir disculpas y no él. No me atrevo a mirarlo porque me siento como niño regañado al cuál han pillado en algo gordo. ¡Qué insensatez de mi parte venir con todo mi repertorio ampliamente ensayado – mal para ser honesto – tratar de hacerme el importante y fallar en el intento de parecer hombre de mundo! Ahora puedo comprender aquel mote que me gané departe de aquel escolapio engreído que siempre me molestaba a los ochos años: “Joshua Calamity” o lo que es lo mismo: Joshua Calamidad. No podía dar un paso sin tropezar. Todo se me caía de las manos por nervioso… Tal y como me siento ahora.

–Crecí en una humilde población en Irlanda. Lejos de todo el bullicio citadino. Mis únicas compañías fueron un buey de arado y un caballo. Tuve dos libros: El silabario y el catecismo. Asistía todos los domingos a misa y el sacerdote siempre puntualizaba que todo lo que iba en contra de Dios, era pecado y que el diablo estaba detrás de todo. Siempre al acecho para hacernos caer ente la tentación. – Considero importarte contarle algo de mi vida pasada para que alcance a comprenderme y no me juzgue tan fríamente por mi inexperiencia en ciertos ámbitos-. La… brujería, era considerada una falta grave a la palabra de Dios y… se castigaba con el rechazo, la indiferencia y con la rotunda negativa del sacerdote a confesarte, muriendo quemado en la hoguera por la santa inquisición. – Doy dos grandes bocanadas de aire para tranquilizarme, porque no quiero imaginar lo horrendo que resulta todo –Tampoco ayudó mucho el que yo sustrajera  indebidamente un libro del cajón del padre aquella noche, donde se hablaba sobre brujos y magia negra. Yo era monaguillo – carraspeo, porque aquella etapa de mi vida fue una de las más vergonzosas de mi vida – Y como todo chiquillo curioso, lo escondí debajo de mi ropa y lo llevé a casa para leer. Tuve pesadillas por meses, y castigado otros tantos por aquella falta gravísima. El castigo: Ambas manos quemadas por una cuchara calentada al rojo vivo en las brasas del fuego de la chimenea. Cicatrices que desaparecieron años después en la primera transformación.

Sin pensarlo mucho regreso a aquella silla que me recibió al comienzo de la visita. Acomodo mis manos por debajo de mis muslos, continuando con mi pequeño monólogo.

–Cuando descubrí que era diferente, me aislé por completo pues me sentía sucio, temeroso, temiendo que en cualquier momento mi secreto fuese descubierto y me echaran de casa. La única compañía en mi adolescencia fueron algunos libros que pude obtener en préstamos por chicos más afortunados. De ahí mi gusto por el teatro, porque podía convertirme en el personaje que yo quisiera, ser alguien nuevo. Un nuevo yo… Entonces Lissander… aquello que pasó en el cementerio, trajo de vuelta cosas que quise mantener ocultas muy dentro de mí. Como por ejemplo las transformaciones y otras cosas que aún no soy capaz de controlar… Lo “diferente” “lo desconocido” me asusta. Siento que voy en contra de la palabra de Dios. –Ahora le miro con ojos interrogantes-. Tuve miedo de ti aquella noche, lo digo con sinceridad. Tuve miedo de que estuvieses haciendo algo de lo cual siempre me he apartado, pero… Pero alguien que toca tan hermosamente el piano como tú lo haces, que tiene esa sonrisa dibujada en su rostro, y que despide una paz interior, no puede ser malo… No puede ser un personaje como aquellas figuras siniestras que conocí en el libro de la iglesia.

Por eso me había atrevido a tocar las puertas de la casa de Lissander. Para comprobar con mis propios ojos que yo estaba equivocado. Que no debía ni siquiera pensar en la remota posibilidad de…

– ¿Verdad que no? Por favor dime que me equivoco. –Sin importar lo que piense de mí, coloco mi mano encima de la suya que descansa sobre la cama.

Escucho con paciencia las palabras de Lissander, sintiendo la calidez de su ligero apretón de mano, que me produce un ssutil cosquilleo, respondiendo de la misma forma, apretando, comprendiendo que tiene mucha razón en cada una de ellas. Nadie me había dicho algo como aquello, porque nadie se había tomado la molestia de hacerlo. Ahí sentado desde donde estoy, me doy cuenta de que he sido un completo desconsiderado. Olvidé por completo el objetivo principal de mi visita, que era el saber cómo se encontraba de salud. A simple vista podían verse los estragos del encuentro. Su torso y sus piernas rodeadas por vendas, dificultad para hacer cierto tipo de movimientos… Me olvidé que es un humano como cualquier otro. Su cuerpo al menos. Bajo la mirada y suspiro. ¿Qué me sucede que estoy tan distraído? Últimamente no tengo cabeza para pensar, camino casi que por inercia, flotando. Antes de venir hacia acá, estuve a nada de olvidar las llaves de mi hogar, casi me arroya un carruaje, esquivé las salpicaduras de agua y lodo de otros más que pasaron cerca de mí… Pero las ganas de saber fueron más fuertes que yo. El hecho de saber que él tenga ése tipo de habilidades, y que se comporte como lo ha hecho, me obligó a remover recuerdos que creí enterrados. El miedo volvió hacia mí, como cuando era pequeño. Recordé el por qué siempre he querido vivir como un humano cualquiera podría hacerlo. Por temor a ser perseguido, castigado, repudiado, señalado.

– ¿Estarás mucho tiempo en cama? – Sigo manteniendo el contacto de su mano. Él mejor que nadie puede saberlo. A la vista de cualquier humano, es un médico. Sabe de éstas cosas y más sabrá si sus heridas sanarán en largo o corto plazo. Las heridas hechas a causa de la magia mal realizada sobre todo, como acabo de enterarme -. No me gusta verte así, me gusta más el Lissander sonriente – Mis mejillas vuelven a tornarse de un rojo intenso, puedo sentirlo – L-Lo comento porque… Está próximo el estreno y, bueno quería que me vieras actuar, antes de que me despida definitivamente de los grandes escenarios, porque creo me uniré a una compañía de actores  un poco más pequeña, no es algo definitivo, pero es una posibilidad. – La opción está ahí, latente, sólo falta que me decida y hable con la verdad para algunas de las partes. Es una difícil decisión, porque, aunque odie a mi jefe, la paga es constante. No mucha, pero siempre tengo dinero en los bolsillos. Con Callahan, todo es incertidumbre. Bien puede resultar, bien puede ser un desastre, pero mi instinto me dice que se puede prosperar, si nos comprometemos  y luchamos fuertemente por ello. – La noche cuando nos conocimos, te lancé una invitación, y ésta sigue en pie. En verdad quiero que vayas. – Le miro casi como en súplica -. Sería un buen pretexto para olvidar un poco todo lo que sucedió, despejar la mente… Pasar un rato agradable. Pienso que sería una muy buena idea, ¿qué me dices? O… ¿prefieres ir a alguna otra parte?

En parte o hago también por mí. Porque quiero que todo marche como debe de ser. Quiero verle nuevamente de pie, que me acompañe, que caminemos, que me cuente más cosas sobre él. También necesito olvidarme de aquella noche, y siento en el fondo, que si Lissander se recupera de todas sus heridas, tanto físicas y emocionales, lograré hacerlo de igual forma. Es difícil explicar el por qué pienso de ésta manera, pero es un hecho palpable. De alguna manera me siento apoyado porque, todavía no se ha alejado de mí por ser un cambia forma, no le asusta, no le parece una aberración; hasta me atrevería a decir que lo ve como algo natural.

-¿Te gustan los días de campo? – Continúo con el flujo de ideas, en caso de que no quiera encerrarse por más de dos horas en un teatro rodeado de gente estirada y copetuda –  El aire puro del campo, el sol, más flores  - bromeo, pues su casa parece un altar a las mismas – Una tarde a la orilla del lago. – Ya estoy planeando todo, como si fuera una cita formal. Si no cambio el rumbo de las cosas, podría mal interpretar mis intenciones, que no son otras más que lo que acabo de decir. No quiero asustarle ni incomodarlo-. E-Estoy seguro de que a tu hermana disfrutaría también de un paseo agradable. Mencionaría también a Leonor… Pero por obvias razones no podría… Pero… Pero…  I-Incluso podría ser un “Día de campo a la media noche”  – La lengua se traba. Estoy nervioso ¿Estaré diciendo tonterías? ¿Por qué me pongo tan nervioso cuando hablo con él?  ¿Por qué?  –. Ahora… - me aclaro la garganta - Estuve meditando todos estos días, y me prometí, le prometí a Dios, que si todo salía bien, que si te recuperabas completamente, como es mi deseo, te llevaría a un sitio muy especial. Un lugar que nadie más conoce porque es tan difícil llegar, que prácticamente está en estado virgen. Sé que te gustaría conocerlo, lo sé…

Ser un cambia formas representa algunas ventajas. Sobre todo para mí, que puedo volar a lugares recónditos, insólitos e inhóspitos. No sería un buen cristiano si no comparto con alguien de las maravillas que la naturaleza ofrece. Otros ojos necesitan verlos, necesito compartir ésta maravilla, y qué mejor compañía que la de… él.

Sé que he dicho mucho – demasiado -  en breve cantidad de tiempo. Así soy yo de nervioso y espontáneo. Ideas surgidas en un momento de debilidad buscando cambiar el rumbo de las cosas, porque no quiero verme envuelto en un tema del cuál desconozco muchas cosas. Lissander sabe más de la vida que yo, que tengo muchos más años que el caminando por la vida. Fue por eso que se me ha ocurrido la grandiosa idea de la salida. No… Ya se me había ocurrido días atrás, pero ahora mismo le he  agregado una cosa más: Aquel lugar que ha sido mi preferido desde que llegué a Paris para ser precisos.  <<  ¿En qué problemas te estás metiendo Maloney? Deja de hablar y piensa más. ¡Lo vas a marear con tantos planes al mismo tiempo!  Para, ya…   >> Pero justo cuando estoy a punto de pedirle una disculpa por mi impulsividad, le escucho reírse de una manera que nunca me imaginé. Su sonora carcajada es contagiosa, “hechizándome” de tal forma, que termino por reírme también, aunque de manera discreta, sintiendo sus palmadas en mi hombro, un tanto brusco.

–No te esfuerces demasiado, Lissander. Aún debes sanar, recuérdalo, aún faltan tres días por lo menos para que tu restablecimiento sea completo – Le sonrío amablemente – Respecto a lo de la propuesta, sé que es muy arriesgado dejar algo seguro, por algo incierto, pero mi instinto me dice que voy por el camino correcto. Callahan parece ser una buena persona y aunque es joven, sabe el negocio. Si en algo puedo ayudarle, lo haré. Mientras tenga un techo donde vivir, y tres comidas al día, es más que suficiente para mí.

Me levanto de la silla, y le miro nuevamente con curiosidad. Se le ve tan indefenso en éste momento, que me dan unas ganas inmensas de abrazarle, pero sería un suicidio. Primeramente porque podría lastimarle, aún no puedo dominar mi fuerza, y en segundo, siento que me he tomado muchas libertades con él, y aún no nos conocemos del todo. Ha sido educado, ha sido paciente conmigo, aunque haya sido rudo al principio de mi visita. Me ha dado una lección, y aunque él no lo sepa aún, siempre le voy a estar agradecido por  ello.

– Quiero darte un segundo obsequio. Bueno, no es un obsequio… En realidad si lo es pero…  No es un obsequio, como tal, sino que es otra cosa muy diferente -. Para no seguir atormentarme más con mi estupidez al momento de seguir hablando – cosa que odio, porque detesto ponerme nervioso frente a alguien que me parece atractivo –meto la mano a una de las bolsas interiores de mi abrigo y de ella extraigo una pluma y un tintero [/b] – Me pongo rojo en el acto – Y-Yo nunca antes, me había transformado en un ave tan grande. Ni siquiera sé por qué ocurrió, pero… Es para ti. Es… de una pluma del ala izquierda, al parecer, porque si te fijas muy bien, la punta está curvada hacia la derecha, y… - Ya me he acercado lo suficiente para hacerle notar el detalle. Es cuando siento su respiración muy cerca de mi oído que me doy cuenta de que debo retirarme, dando un par de pasos hacia atrás. – La tomé aquella noche en el cementerio y… quería que la tuvieras. Gracias a todo lo que pasó, y gracias a ti – indirectamente – es que supe de lo que puedo ser capaz y de lo que puedo hacer en circunstancias de peligro. Espero te guste. Podrías utilizarlo para escribir tus recetas, o etiquetar algunas cosas, lo que tú gustes. Pero si no te gusta, dímelo con confianza, y me lo llevaré.

Junto mis manos por detrás de mi espalda. Aún inseguro por lo que acabo de hacer.

–Me dará un gusto enorme verte, o verles  en el teatro, si es que decides ir acompañado –carraspeo un poco, cambiando un poco el tema, porque muero de vergüenza - Respecto a ése lugar especial, solo puedo decirte que es mágico, no quiero adelantarte mucho por ahora. Sin embargo puedo decirte que es único en Paris, y no sé por qué te dije que estoy seguro de que te gustará… P-Pero ahora que sé que cuento con una nueva habilidad, me será más fácil llevarte hasta ahí, si me lo permites. ¿Qué cosa se me estaba cruzando por la mente? Ni yo mismo lo sabía. Sonaba arriesgado, mucho. Demasiado.

Me complace que mi segundo regalo le parezca estupendo. Es algo sencillo pero con mucho significado; no todos los días regalo plumas y tinteros. Sonrío ante mi propio pensamiento. Estoy cómodo conmigo mismo y lo que soy en presencia de él. No me rechaza, por el contrario percibo que le agrada mi compañía. ¡Me siento muy feliz de haberle conocido aquella noche fortuita!  <<  Gracias Dios por haberlo puesto en mi camino. Muchas Gracias  >> siempre tuve temor de revelarme ante todos, y nunca me detuve a pensar que como yo, puede haber muchos más. Hombres y mujeres con habilidades especiales, que de igual manera, pueden encajar en la vida de los demás, tal y como me está sucediendo.

–Puedo llevarte, estoy seguro, aunque si tu magia puede ayudar un poco, te estaré muy agradecido. ¿O le tiene miedo a las alturas, doctor Arcalucci? – Alazo una ceja como si le estuviera retando. Claro está que lo hago a manera de juego. – Sólo bromeo. Desconozco tu magia – al menos la mayor parte de ella – pienso que puedes tener por ahí algún truco que me vuelva a sorprender. Ya veremos que sucede el día de la cita… Quiero decir, el día que nos reunamos.

La señora, que me ha recibido en la puerta de entrada, asoma su cabeza salvándome el pellejo. Quizás ya es tiempo de que me vaya retirando, la visita se ha prolongado más de lo que tenía planeado y todavía tengo montones de cosas que hacer, aprovechando que tengo el día libre: Arreglar mi casa, lavar mi ropa… Labores hogareñas que me hacen refunfuñar porque no son mi fuerte.

–Creo que es momento de retirarme. Necesitas seguir descansado. Ya te he quitado mucho el tiempo Lissander. Me alegra verte tan recuperado. Sinceramente pensé que te encontraría un poco más delicado, pero gracias a Dios que me equivoqué. Eres un hombre fuerte.

Me tomo el atrevimiento de colocarme junto a su cama, y agacharme para depositarle un pequeño beso en la frente, tal y como hacía mi madre cuando me la pasaba enfermo y en cama por varios días. Era su manera de decirme que todo iba a estar bien, que no me preocupara, que con el favor de Dios, los cuidados y las medicinas, todo estaría justo en el orden que correspondía. No dudo ni un instante en que le consentirán. La casa está rodeada de calidez hasta el último de sus rincones. No me cabe la menor duda de ello. Lissander es un hombre con suerte.

–Nos vemos dentro de cinco días si todo sale bien y no dispones otra cosa, no se te vaya a olvidar. –Mis pies se niegan a dar los pasos necesarios hasta llegar a la puerta, porque la verdad siendo honesta, es que estoy muy contento con su compañía, pero debo ser prudente. – Cuídate mucho y que Dios te bendiga. Rezaré por ti todos los días. Hasta pronto. Recupérate. -Tomo el pomo de la puerta y le giro, tratando de hacer el menor ruido posible - ¡Oh, se me olvidaba algo muy importante!  Mi dirección, por si algo se ofrece, o cualquier cosa que necesites. -. Ya le llevo escrita en un pequeño pedazo de papel con los que acostumbro a hacer mis figuritas de origami. Le dejo cerca de su mesita de noche, por debajo de un libro que tiene encima. No quiero que se vaya a volar con el viento o se traspapele por equivocación. -Ahora sí me voy, que tengas una linda tarde. Con tu permiso.

Finalmente salgo de su habitación, cerrando la puerta tras de mí. Suspiro aliviado porque pienso que no lo hice tan mal. El primer obstáculo estaba salvado. El rostro amable de la señora se vuelve a encontrar con el mío regalándome una sonrisa, acompañándome a la puerta de salida.

–Muchas gracias por todo y disculpe las molestias. –me despido de ella, quitándome el sombrero, con una ligera reverencia. – Hasta luego-.Una vez fuera, me olvido del viento frío. Me olvido de todo. ¡Qué importa que la nieve esté cayendo con intensidad! ¡Qué importa que un carromato me haya salpicado de barro con las llantas traseras! Hoy es y deberá seguir siendo un buen día. Me ajusto el abrigo, y me pierdo por las callejuelas silbando una canción. Alegre y sumamente contento.