Euforia [PRIVADO -Johannes-]

Arrugué la duodécima carta de aquél que se hacía llamar Ike, uno al que solía recurrir en mis noches solitarias para llenar el arca que las deudas de mi fallecido marido me habían vaciado. Odiaba hacerlo. Odiaba vender mi cuerpo de aquél sucio modo para poder sobrevivir en el desquiciante y competitivo mundo de la distinguida nobleza francesa. Sin embargo, no tenía otra opción. Debía continuar con aquello una noche más, debía calentar otro lecho para salvaguardar mi nombre, mi prestigio y mis propiedades. Me lo debía, más ahora que tanto me había costado llegar hasta la cumbre del éxito. ¡Años de sacrificios y penurias me había costado! ¿Pensaba rendirme tan fácilmente y regresar a casa como la pordiosera que era antes? ¡Antes muerta!
 
Deslicé los guantes blancos por mis brazos, acomodando luego una gargantilla de piedras preciosas y diamantes, un regalo de mi fallecido marido. Luego me calcé con unos tacones altos que estilizarían más aun mi elegante figura de curvas imposibles, bien remarcadas con un escandaloso escote de pico que poco le faltaba para llegar a la altura de mi obligo. Perfumé mi nuca y tras colorear mis pómulos, decidí marchar en busca de mi cliente, sin olvidar por supuesto, tomar mis armas que guardé en el trasfondo de mi bolso de mano. Sólo por si acaso, claro está.
 
De camino a su residencia, me planteaba qué clase de hombre sería él. Claro estaba, debía ser un hombre poderoso, amasador de una gran fortuna. ¿Sería bueno conmigo? La última vez que me aventuré a conocer a otro cliente al que venderme resultó ser un desquiciado sadomasoquista quién parecía divertirse ante la idea de jugar con clavos y martillos. Un escalofrío recorrió mi espalda de principio a fin nada más por recordarlo.  ¿Sería el siguiente algo peor, quizás? ¿Un demente? Tragué saliva y por un instante, pensé en abrir la puerta del carruaje en marcha para saltar de ahí. Aun estaba a tiempo de regresar a casa. Aun podía escapar por una noche de semejante humillación. Aun era posible...
 
Pero el carruaje se detuvo y mi corazón se desbocó al admirar la gran mansión que ante mí se irguió majestuosa, robándome el aliento. Tardé varios segundos antes de recobrar la compostura y echar mano en mi bolso de la máscara que impediría ser reconocida por nadie aquella noche, pues nadie podía descubrir de mis andanzas nocturnas. Me la acomodé sobre mi rostro, abriendo luego la puerta del carruaje y descendiendo con elegancia por la grada hasta que mis tacones golpearon el adoquinado suelo. Un hombre apareció a mi derecha, ofreciéndome su brazo para acompañarme escaleras arriba hasta la puerta principal de la residencia que aquella noche me tocaba visitar. Fue él quien usó sus nudillos para alertar de nuestra llegada y quién me indicó que esperara en el vestíbulo cuando la puerta se abrió y un anciano mayordomo me miró más allá de sus gafas de media luna.
 

Me senté en un diván de color crema y mientras aguardaba la aparición de mi nuevo cliente, me entretuve en admirar los cuadros que adornaban las paredes de colores arenosos de aquella mansión. Al fin, unos pasos se acercaron a mí tras descender unas escaleras y supe que allí estaba él... mi nuevo amante.

-Vamos Gustave…Sosiegate…Soy yo. Johannes…Recuerdas mi cara. ¿Eh? Fue aquí donde me pegaste. Fue en esta mejilla cuando te llame arqueólogo de pacotilla…
Sonreí de oreja a oreja mientras el anciano elevaba las comisuras de sus labios en una arrugada sonrisa, para después toser compulsivamente mientras yo chasqueaba con la lengua en señal de desaprobación ante la tos, sacando tabaco para encenderlo. En un suave intento de seguir tocándole la moral.
-¡Estas…estas igual…! Añadió con la voz quejumbrosa y agonizante, tosiendo y escupiendo mientras hablaba.
-Si, estoy igual de guapo. Aun podría robarte a la moza si quisiera.
-Ja ja ja. Lo intentarías maldito, pero yo volveria a quedármela.
Di una larga calada al tabaco y asentí divertido ante el buen hombre que me miraba y sonreía con malicia.
Aquella noche, estaba en la mansión de Gustave Delacroix “afamado y anciano arqueólogo, dueño de una fama inmerecida por descubrir unas cuantas reliquias en Egipto. –Reliquias que cabe decir, encontré yo- Mas con aquel tipejo joven y atlético que fue antaño, hice migas. Quien sabe por qué, quizás porque me gustaba torturarle y hacer ademan de robarle las mozas que había conseguido –solo por fastidiarle no porque realmente me interesara- o quizás porque el intentaba siempre ocultarme información sobre sus estudios en un atolondrado intento de tomarme el pelo a mi.  Fuera como fuera no me había olvidado del anciano en cuestión en estos años y eso se debia a que yo sabia que aun poseia información sobre algo que esa noche venia buscando.

¿Eres un fantasma, a que si? Y has venido a buscarme
Claro. Claro que si campeón, yo no tengo nada mejor que hacer que llevarme viejos al otro barrio. Eche la ceniza en su cara alfombra persa mientras  el me fulminaba.
¿Recuerdas la vez que me viste bebiendo sangre? No, no fue tu imaginación.
NO. Eres…eres…ERES UN FANTASMA!
SI, y tu padre también y no te lo echo en cara. Su cara de “Oh dios mio, menuda herejía me ha dicho” me hizo morderme los labios para aguantarme la carcajada, mientras el comenzaba a palidecer.
Vamos, vamos, no te pongas “taquicardico” Vengo en son de paz.
¿Te acuerdas de la Ninfa? Necesito que me digas donde esta. Tengo que llevármela.
¿La ninfa? Nononono jamás te lo dire.
Oh vamos, pasó hace mucho tiempo. Dime donde esta la ninfa…
¡JAMAS!

Me lleve una mano a mi frente y me eche los cabellos hacia atrás. Pues intentar sacarle información a aquel viejo amigo y carcamal era mas difícil que encontrar la tumba de Nefertiti. Y es que. La escultura de la Ninfa de Salmacis, era una obra de un conocido nuestro, quien con afán de hacernos la puñeta, escondió algo realmente valioso en el interior de la escultura. Pero François –el autor en cuestión–  En una ocasión en la que cayó realmente enfermo, le conto a Gustave donde habia escondido la escultura. Temiendo que la muerte pudiera llevarse el secreto…
Pero François no se murió y a su pesar, Gustave se quedo con la alegría en el cuerpo de saber donde estaba la preciada obra de nuestro colega…

No me ire hasta que no me digas donde esta.
Gustave se sento con lentitud en la cama, enfadado y un tanto a la defensiva. Pues quizas empezaba a creer el hecho de que yo fuera un inmortal. Pues percibi cierto brillo de temor.
Tienes que decirme…
-¿Y si no que…?
Tengo sed y tu eres como el coñac… El anciano dio un respingo, y miro de reojo con rapidez hacia su mesita de noche. Después frunció el ceño y miro hacia abajo, como los niños pequeños cuando les pillan.
Que no hombre, que es broma.
¡BAH! No, no puedes venir a mi casa y amenazarme asi. Ademas...Yo no puedo atenderte, tengo que salir. Hoy tengo una cita con una moza.
Con una moza…¿A tu edad? Vamos hombre, que ya no tienes edad para sacar el pajarito de la jaula. Gesticule con cierto asco al ver su deplorable aspecto y la tortura que haría pasar a cualquier muchacha a la que quisiera comprar.
¡Calla! Yo hago lo que quiero.
Desvié la mirada hacia el cajón de su mesita de noche y lo abri ante sus manotazos intentando impedirlo. Saque dos entradas del interior
-Palacio Royal…mira tu qué bien. Así que te la ibas a llevar a bailar y luego a “un aquí te pillo aquí te mato si no me da un infarto.” Que descarado. Me puse en pie y me guarde las entradas ante su mirada y sus labios que se juntaban haciendo extrañas muecas al no tener dentadura.

Hasta que no me digas donde está la ninfa, no te devolveré las entradas. Es más, me voy a ir yo al baile con tu moza, a ver si así reflexionas cuando vuelva.
¡¡¡Oye… oyee!!! Nooo… espera.

Camine hacia la puerta y la abrí para salir con calma de allí mientras mi colega se sujetaba el pecho en lo que parecía ser el principio de un infarto o algo asi. Realmente no lo se pues no soy cardiólogo. Los corazones solos los utilizaba como polos frescos en verano. Así que cerré la puerta y me encamine hacia las escaleras, las que no dude en bajar a trote, mientras me guardaba las entradas en el bolsillo de mi chaqueta.
Me frote las manos al llegar abajo y me encamine hacia el salón. Donde una joven de espaldas a mí, miraba uno de los cuadros de la pared.

Buenas noches. Usted tiene que ser la bella acompañante que venía a ver al Sr Delacroix.
Ella se giro hacia mí y yo sonreí atento.
Pero me temo que no podrá acompañarle esta noche y tendrá que conformarse conmigo. Soy su nieto….Indique acercandome y sujetando su mano para darle un beso en el dorso con suavidad.
Joachim…
Joachim Gustave Delacroix. ¿Y usted es…?