| Lo lamento, no traje dinero | {Privado}

Sus dedos se deslizaban temblorosos por el piano de cola que se encontraba en su casa. Para ser más precisos en la sala, frente a esa enorme chimenea encendida. No es que hiciera demasiado frío, pero Eugénie sentía que se encontraba en medio del peor invierno. Llevaba semanas sin ir al burdel, incluso sin tener una relación sexual. Aquello la traía mal, su salud se estaba deteriorando a casa de su enfermedad, pero aunque quisiera no se podía escapar, su hermano la mantenía vigilada las veinticuatro horas, sino lo hacía él, alguien más tenía esa tarea. Lo odiaba por prohibirle lo que más necesitaba, al mismo tiempo lo amaba por intentar alejarla de ese camino. De ese mal; la melodía que producían sus dedos era lenta, muy triste, casi agobiante. Con música reflejaba lo que su maltrecho corazón sentía. A ella no le daba vergüenza reconocerse una prostituta, al resto de su familia tal vez, aunque hasta el momento sólo su hermano estaba enterado.

Las campanadas del reloj principal interrumpieron su concierto privado. Eran las siete de la noche, hora justa para que todos los miembros se sentaran a tomar el té e intercambiar lo que habían hecho en el día; cuando se sentó, la mirada severa de Áedán no tardó en llegar, quien le indicaba que debía sentarse a su lado, acomodarse los cabellos y mostrar una sonrisa amplia, de esas que antes dejaba mostrar sin tanto problema como en ese momento. Cómo una obediente hermana lo hizo. Esperó a que su padre sorbiera un poco de su té y entonces fue ella quien lo hizo. Se encontraba hambrienta. El hambre ahora sustituía al sexo, para su buena suerte su hermano mayor la mantenía con constantes ejercicios a muy temprana hora; mientras todos hablaban de sus maravillosas rutinas en el día, ella fantaseaba con volver al burdel, utilizar un antifaz nuevo y sentir el placer recorrer cada pequeño pedazo de su ser. Su respiración se aceleró, pero lo siguiente que escuchó fue lo que la hizo agarrarse de la esperanza para volver a su segunda casa.

- No, no pueden quedarse en casa, he prometido que llevaría a mis dos hijos varones, es una reunión de colegas - El padre de la fémina dejaba en claro a sus “pequeños”. La sonrisa maliciosa que apareció en los labios de la joven desapareció al instante para no ser descubierta por un ex coronel. Su madre cuando dormía se perdía dado que tomaba remedios tranquilizantes. Sería el momento para escapar, ella ya había planeado la manera de escaparse de los otros vigilantes, lo había hecho otras veces, lo haría esa noche, de no hacerlo no resistiría más, además, su necesidad de ir al burdel no era sólo por el sexo. Necesitaba ver a su mejor amigo, saber si seguía lejos de París o había vuelto y se había olvidado de avisarle, algunas cartas no le eran suficiente, en esos momentos de terror para ella lo necesitaba.

O había sido una excelente actriz, o su hermano había recobrado la confianza en ella, cuando le fue a dar un beso para dejarla dormida ni siquiera le dio indicación alguna. Convencido que su hermana no volvería a ese lugar, se marchó con una sonrisa amplia. Ni siquiera había salido con totalidad el carruaje de su casa cuando ella ya buscaba su pequeña maleta de viaje, una dónde sólo cabían algunas prendas, las justas para el burdel. En vez de colocarlas ahí, puso su bata blanca de dormir, la ropa para estar trabajando de prostituta se la puso, pero encima una bata vino que impedía la visión morbosa y completa. El antifaz no se lo pondría hasta llegar, y así hizo, a unos pasos de ser vista lo colocó, sus labios carmín llamaban la atención. Cuando todas la vieron la saludaron con emoción, la habían extrañado tanto como ella a sus demás compañeras.

Eugénie sólo tomó un trago para poder tranquilizar la excitación que ya experimentaba al entrar a ese lugar. Le indicaron una habitación vacía para poder refugiarse, le mandarían al mejor postor, o eso dijo la encargada en turno. Sólo bastó girar una perilla para encontrarlo frente a ella.

- Depende del para qué la desnudes, depende de que le ocasionó que se encuentre mojado - La sonrisa burlona entremezclada con el aire burlesco de la mujer se dejó ver. Eugénie como siempre, no midió el riesgo de tener a alguien así, pero su ansia le estaba jugando malas pasadas. Cerró la puerta detrás de ella, su mirada paseaba por la figura masculina, de arriba hacía abajo y de regreso. Para la joven cortesana el hombre estaba de buen ver, ¿para qué mentir? - ¿Lo dejaron entrar así? - Arquea una ceja notando que ropa no hay - Debe ser un excelente cliente para que se lo permitan - Se acercó un poco más colocando la mano derecha sobre el pecho del cambiante.

- ¿Qué clase de servicios busca? - Preguntó interesada. Se inclinó un poco para poder oler al hombre, olía a humedad, a masculinidad y no podía identificar el olor a sexo, deseo y esas cosas. Tomó la mano ajena con la libre para dejar que le acariciara la cintura. - ¿Quiere que lo descubra o me lo dirá? - Su voz sugerente había salió a flote, se estaba conteniendo demasiado para no sentarse sobre su regazo y mover sus caderas.