I'm not going anywhere [Priv. Vianna Wilde] [+18]

Fue como si alguien chasqueara los dedos frente a mi cara tras una sesión de hipnotismo. Me encontré en una habitación acogedora, contemplando mi cuerpo desnudo delante de un espejo. Me veía pequeña, como si hubiera encogido o el mundo se hubiera vuelto más grande.
Me sequé con las toallas que encontré en un armario mientras iba descubriendo diversos moratones, heridas o pequeños rasguños. De vez en cuando pasaba el dedo sobre alguna cicatriz, sintiendo que me estremecía. Jamás me había avergonzado de mis cicatrices, para mí era una forma de no olvidar el pasado, lo único que en aquel momento lo último que necesitaba era recordarlo.
Envolví mi cuerpo en el albornoz y me miré de nuevo en el espejo. Miré mis ojos rojos, al igual que mi nariz. Mis labios estaban totalmente pálidos, y al pasar mis dedos sobre ellos pensé en los labios de Kvothe. Me los mordí un poco para darles algo de color y no parecer un fantasma, mi piel ya de por sí era pálida, no necesitaba parecerlo todavía más.
Hice una despeinada trenza con mi pelo, y mientras terminaba de entrelazar los mechones llamaron a la puerta. Tardé unos momentos en abrir, lo que me costó darle la vuelta a aquel espejo, no quería ver mi patético aspecto.
Caminé descalza hasta la puerta y abrí lentamente. Miré primero la bandeja y luego a Kvothe. Tenía el pelo todo revuelto, y la ropa aun empapada.

- Estás horrible - traté de hacer una broma, pero mi voz sonó tan plana que quedó algo siniestro, y el tono ronco de mi voz no lo mejoró.
Abrí más la puerta, separándome, dándole permiso para que entrara, y cerré cuando lo hizo. Me di cuenta en ese momento que no sabía dónde estaba, pero la pregunta no llegó a salir de mi boca.
Me ajusté mejor el albornoz, tapándome más y desviando la mirada. Recordar todo no relajaba la tensión que notaba en aquella habitación, no sabía qué decir o cómo reaccionar, jamás me había pasado algo así y todavía me sentía algo confusa. Decidí tocar terreno seguro, pero manteniendo las distancias, sin acercarme a él y con el cuerpo algo rígido.

- ¿Dónde estoy? - pregunté en un murmullo. Notaba mi garganta algo rasposa, tenía la cabeza algo embotada, como si algo me presionara de dentro a fuera. Tampoco sabía qué hora era, ¿seguía siendo de noche o era ya de día? Recordaba todo lo que había pasado, pero el camino que había hecho hasta aquí estaba confuso, no estaba segura de lo que recordaba de esos momentos.

Murmuré un gracias cuando me habló sobre la infusión que me había preparado y la dejaba cerca de la cama.
Miré mis manos, entrelazando mis dedos, escuchando sus consejos, diciéndome todo lo que podía hacer o debería hacer. Asentí débilmente y estuve por decirle que se quedara a mi lado, sabía que en cuanto me durmiera soñaría con horribles pesadillas, y la idea de tener a una persona a mi lado al despertar era algo que me reconfortaba, pero ningún sonido salió de mi boca.

- Iré a darme un baño - pasé por su lado, hacia la puerta que me había dicho - Buenas noches - susurré de espaldas a él, antes de entrar al baño y cerrar detrás de mí. Apoyé la espalda en la puerta y suspiré. No estaba preparada todavía, sabía que debía hablar con Kvothe, pero no hoy, no ahora, me sentía realmente cansada y no podía enfrentarme a aquello.
Abrí el grifo y dejé que el agua llenara la bañera. No quise mirarme de nuevo en el espejo, ya había visto mi cara demacrada suficiente por hoy.
Entré en el agua caliente despacio, dejando que aquel baño quitara todo el frío de mis huesos, y cuando estuve completamente metida, cogí aire introduciendo también mi cabeza.
El baño había logrado relajarme de una forma increíble, cuando salí a la habitación la encontré demasiado enorme, al igual que la cama cuando entré en ella, sumergiéndome en un profundo sueño sin esfuerzo alguno.

Desperté de golpe, con el corazón encogido, sabía que había tenido una pesadilla, pero no la recordaba.
Salí de la cama y, colocándome el albornoz, salí de la habitación. Todo estaba en penumbra, pero mi vista estaba acostumbrada a la oscuridad. No sabía cuanto había dormido, pero me sentía más descansada. Caminé en silencio y con cuidado. Realmente era una casa enorme, caminaba sin saber a dónde iba, hasta que acabe en una de las muchas habitaciones. Encendí una de las lamparitas y contemplé las estanterías llenas de libros. Me acerqué a ellas, después de dejar la lampara en una mesa.
Paseé los dedos sobre los lomos de los libros, todos colocados en orden. Había libros de todas clases, deseé tener una vida paralela para dedicarla únicamente a leer aquellos libros.
Sonreí al encontrar un ejemplar de Romeo y Julieta, y lo saqué, abriéndolo y leyendo unas líneas de la escena en que se conocen, mi parte favorita de la obra.

Cogía el libro entre mis manos con extremado cuidado, siempre había tenido un gran respeto por los libros, todos me parecían frágiles, si con un simple soplido pudieras romperlos en mil pedazos, y aquellas ediciones que Kvothe tenía en su biblioteca parecían antiguas, y muy caras.
Me sobresalté un poco cuando escuché la voz de Kvothe, me giré y le sonreí con dulzura antes de cerrar el libro y dejarlo en su sitio con cuidado. Caminé despacio hacia un lado de la estantería, pasando el dedo con suavidad sobre el lomo de los libros, leyendo los títulos.

- Tu casa es realmente preciosa - comento sin girarme mientras me freno y estiro el cuello hacia arriba para alcanzar a leer los títulos de los libros más altos, entre lazando mis manos tras la espalda, balanceando un poco mis pies, moviéndome de delante hacia atrás.
Bostezo y estiro los brazos antes de pasar mis manos por mi pelo, deshaciendo la trenza y sacudiendo un poco la cabeza para que el pelo cayese más natural sobre mis hombros.
Camino hacia una mesa y de un saltito me subo a ella, dejando que mis pies cuelguen del borde.

- Kvothe, quería hablar contigo - no aparto la mirada de mis pies descalzos, si le miro no sería capaz de decir lo que estoy a punto de decir - El beso... fue un error - aprieto mis manos, agarradas al borde de la mesa. ¿Qué quería que dijera? ¿que deseaba volver a besarle? realmente lo hacía, pero no quería ser una más. Kvothe tenía cinco mil años, en cinco mil años te daba tiempo de estar con el doble de mujeres, yo no quería ser una más, no creía capaz de soportarlo.
Bajo de la mesa tras quedarme en silencio lo que me parece una eternidad, y camino hacia la puerta.

- Recogeré mis cosas y me iré - le miro y vuelvo a sonreír con dulzura. - Pórtate bien, vampiro grandullón, que no tenga que perseguirte por las calles de Paris, ya has visto de lo que soy capaz de hacer - digo intentando bromear.

Su reacción me pilló desprevenida. Cuando dijo aquellas palabras noté como se me cortaba la respiración, yo misma le había pedido aquello, y él lo estaba cumpliendo. ¿Pero por qué seguía con la sensación de que aquello estaba mal?
Mi boca reaccionó al contacto con la suya, mis labios se encajaron en los suyos a la perfección, y mis brazos rodearon su cuello a la vez que me ponía de puntillas para acercarle más a mí.
Acabarás arrepintiéndote, tarde o temprano te hará daño, y lo sabes. Hice callar a aquella voz de mi cabeza con los besos de Kvothe hasta que tuve que separarme para coger aire cuando mis pulmones empezaron a doler por la falta de oxígeno.
Apoyé mi frente en la suya, tomando unos segundos para recomponerme de lo que acababa de suceder.

- Mi padre nos mataría si nos viera así - es lo único que alcanzo a decir, arrepintiéndome por soltar aquello tan estúpido y cargarme un momento muy de novela romántica. - No es así como se hacen las cosas. - vuelvo a juntar mis labios a los suyos, esta vez en un beso algo más corto.
Acabará doliendo.

- Duerme conmigo - susurro, acariciando su mejilla, sonriendo. El corazón me latía muy deprisa, hace un momento tenía todo muy claro, iba a marcharme de allí, tenía pensado incluso irme de Paris, hasta volver a mi antiguo hogar durante una temporada, pero allí estaba, pidiéndole a un vampiro que durmiera conmigo, olvidando toda clase de protocolos o decencia que mis padres me habían enseñado. ¿Cuándo había cambiado tanto mi vida?

Acabarás siendo un colgante más en ese collar.
Junto mi boca de nuevo a la suya mientras mis manos pasan a través de su pelo, desordenándoselo aún más.

No sabía por qué le había pedido aquello, ¿realmente me veía preparada? ¿estaba yendo demasiado deprisa? Me sentía realmente confusa, quería estar con Kvothe, quería sus besos y quería el roce de su cuerpo contra el mío, pero aun así no era capaz de relajarme, casi podía escuchar mi sangre recorriendo mis venas a gran velocidad por lo rápido que me latía el corazón.
Reí con él cuando empezó a tirar las cosas que había por el pasillo mientras íbamos al dormitorio a una velocidad que me pareció vertiginosa.
Todo mi cuerpo reaccionaba al contacto con la piel de Kvothe, en mi cabeza repasaba la forma en la que nos habíamos conocido, cómo había puesto al revés todo mi mundo y todo lo que creía como si nada, sin esfuerzo alguno. Había conseguido sacar lo mejor de mí, e incluso que le contara cosas que nadie sabía. Confiaba en él, me había salvado la vida sin pensárselo dos veces, y era algo que jamás podría devolverle jamás. Las sensaciones de duda se fueron disipando con cada beso que me daba, como si él fuera el único que podía calmar la tormenta de mi cabeza, y aquella voz que aun escuchaba de fondo decirme que aquello estaba mal, que me haría daño, que yo nunca sería suficiente para él...
Deslicé mis manos por su pecho, quitándole la camisa y luego recorrí la línea de sus abdominales con mis dedos, acariciándolos levemente. Separé mi boca de la suya un momento y le miré, acaricié sus labios con mis dedos mientras sonreía.

- Si vamos a seguir con esto debes saber una cosa - susurré, como si no quisiera que nadie nos oyera, aunque no hubiera nadie más en la casa... o eso pensaba yo. - Tienes que saberlo porque no sé si eso puede cambiar tu opinión sobre lo que está pasando o va a pasar, no quiero secretos esta noche - le besé suavemente antes de contárselo. Me resultaba algo bochornoso decirlo, pero quería que Kvothe me aceptara con todas las consecuencias... o a lo mejor yo estaba exagerando las cosas, pero aquello era importante para mí - Nunca he estado con nadie, nunca he... consumado - reí - Me siento algo estúpida diciéndotelo, pero creí que debías saberlo - le miré sonriendo, pensando que no había sido tan difícil como esperaba decírselo.
Besé su pecho, la zona del corazón, con dulzura y luego volví a sus labios, retomando aquello que había cortado. Tiré de él hacia la cama, dejándonos en el borde y respiré hondo antes de deshacer el nudo de mi albornoz, dejándolo caer a mis pies. Noté como me ruborizaba, pero no aparté la mirada de él ni un segundo. Sabía que mi cuerpo no era delicado, no era el cuerpo de una señorita, en tiempo lo fue pero no ahora, no después de tantos años siendo cazadora. Tampoco pensé nunca que llegaría a estar con nadie, no tenía familia, no tenía dinero y mi trabajo no era muy bien visto, incluso ni si quiera nadie normal conocía de él. Hacía tiempo que había asumido que esto nunca pasaría, pero allí estaba, con un vampiro. Mi vida no podía haber cambiado tanto.

Sonreí algo turbada por sus palabras, sonrojándome con intensidad, sin saber qué decir, aunque no hacía falta decir nada.
Dejé que Kvothe nos tumbara a los dos sobre la cama y pensé en lo agradable que era notar su cuerpo sobre el mío. Sus besos arrancaban débiles suspiros de placer de mi boca. No sabía qué hacer, aquello era nuevo, no me gustaba moverme por terreno desconocido.
Enredé los dedos en su pelo mientras deslizaba mi boca por su cuello, de arriba abajo, e incluso lo mordí ligeramente, clavando mis colmillos humanos en él, sonriendo contra su piel.
Mis manos se deslizaron por su espalda hacia abajo. "Vale Viv, tranquila - pensé mientras mi cuerpo aumentaba su temperatura hasta el punto que pensé que me derretía - "quítale los pantalones" - haciendo caso de mis pensamientos, agarré la cintura de su pantalón y tiré de ella para  quitárselo, pero resbaló de mis dedos y golpeó su piel produciendo un chasquido. No pude evitar reirme, tapando mi cara con mis manos, avergonzada.

- Esto se me da fatal - dije entre risas, sonrojándome hasta la raíz del pelo, con las manos en mi cara.
Pensé en que Kvothe había estado con muchas mujeres, que tenía una gran experiencia detrás con la que compararme, pero yo no tenía nada con lo que compararle a él, o a mí.

Volví a intentar quitarle los pantalones, esa vez con más éxito, aunque de vez en cuando se me escapada una risa nerviosa. Solo yo era capaz de fastidiar un momento como aquel.
Ahora el cuerpo desnudo de Kvothe estaba sobre el mío, cada centímetro de su piel rozaba la mía, y eso solo aumentaba mis besos y caricias, creando una fuerte necesidad de él.
Esperé a que él me guiara, que me indicara qué hacer, dejé que tomara las riendas de todo, mientras mi cuerpo buscaba el contacto con el suyo, e incluso arqueando un poco la espalda cada vez que notaba como se separaba unos milímetros de mí.
Cada centímetro de mi piel deseaba el roce de los labios de Kvothe, y una parte de mi cabeza pensaba en cómo había podido vivir aquellos años sin conocerle. Luego estaba la otra parte que no paraba de recordarme que detrás de sus labios había colmillos y ganas de beber mi sangre.

Mordí mi labio inferior con fuerza cuando hizo que su boca bajara por mi barbilla hasta llegar a mi cuello, donde se paró. Cerré los ojos mientras su boca provocaba que millones de descargas eléctricas recorrieran mi cuerpo de arriba abajo cada vez que rozaba mi cuello, pero su boca no frenó allí, siguió descendiendo hasta mi pecho. La piel se me puso de gallina, arqueé le espalda y eché la cabeza hacia atrás, gimiendo de placer, notando como su lengua jugaba con mi pecho.
Mi mente se quedó en blanco, fue como si todo lo de alrededor desapareciera, como si el mundo no existiera, los únicos que existíamos en ese momento éramos nosotros.

Susurré su nombre varias veces mezclado con débiles gemidos y profundos suspiros. Le pedí con la respiración agitada que continuase, perdiéndome a mí misma en aquella tormenta de sensaciones, todas nuevas para mí. Por mi cabeza pasó también un reproche sobre no haber probado todo aquello antes, pensando en los años que había malgastado fuera, en el mundo exterior, cuando podría haberlos pasado bajo unas sábanas. Pero decidí que era así mejor, esperar había merecido la pena, quería que Kvothe me mostrara todo aquello que me había perdido, quería que fuera él el que me hiciera sentirlo.
Deslicé mis manos por su cabeza, por su cuello, hasta donde alcanzaron, yo también quería que disfrutara de aquellas sensaciones, pero era incapaz de moverme y en realidad no quería, solo deseaba más de aquello, todo mi cuerpo lo hacía.

Me moví inquieta bajo su cuerpo, cada centímetro de mi piel palpitaba como gritando, reclamando los labios de Kvothe, pero sobre todo notaba aquella sensación de cintura para abajo, palpitante, esperando su turno, impacientándose y haciéndome agarrar las sábanas con fuerza.
Todas las dudas que había podido tener en un principio habían desaparecido, la vergüenza o el pudor tampoco existían en aquel momento.

Su boca quemaba mi piel allí por donde pasaba, dibujando un camino que había bajado desde mi boca, y seguía su camino por mi vientre y mi ombligo. Me moría de ganas por besarle pero el deseo de que su boca siguiera su camino hacia abajo era más fuerte, por lo que me mordí mis propios labios, evitando que de ellos salieran palabras, evitando pedirle que volviera a subir y me besara.

Crucé mi mirada con la suya y le sonreí, dándole permiso con la mirada para que hiciera conmigo lo que quisiera, dándole a entender que era suya completamente. Con la respiración agitada, eché la cabeza hacia atrás y arqueé mi espalda, dejando que jugara conmigo todo lo que quisiera.
Agarré el cabecero de la cama mientras sentía la lengua de Kvothe torturarme, provocando millones de sensaciones con simples movimientos. Jamás había imaginado que se pudiera hacer tantas cosas con la boca. No era una niña inocente, desde bien pronto supe lo que escondía una "noche de bodas" pero nunca llegué a imaginarme que pudiera haber tanto placer escondido tras unas simples y fáciles caricias.
Pero las caricias que hacia con su lengua fueron aumentando, ahora tenían otro objetivo que el simple hecho de jugar conmigo y mis deseo, su ritmo aumento y con él mis gemidos, mis caderas incluso se alzaron un poco por puro instinto, rogando que no parara, que siguiera, que me llevara al límite una y otra vez.

Agarré con fuerza la madera y pronuncié su nombre en voz alta, mezclado con gemidos que escapaban de mis labios sin permitirme retenerlos, diciéndolo con un tono de suplica, pidiéndole que calmara aquellas descargas eléctricas que recorrían mi cuerpo hasta el interior, de dentro a fuera, estremeciéndolo sin piedad. Mis caderas se movían inquietas, era como si toda la energía se concentrara en aquel punto que Kvothe trabajaba, y a medida que lo hacía más y más energía se concentraba, dando la sensación de que explotaría en cualquier momento, rompiéndome en mil pedazos pero disfrutando de ello.

Mi cuerpo llegó al límite, explotando y rompiéndome por dentro en millones de trozos. Fue como si por un segundo todo se parara y arrancara de nuevo a gran velocidad, como si la habitación diera vueltas a mi alrededor. Me costó respirar de nuevo de una manera normal, al igual que ralentizar el ritmo de mi corazón. No me di cuenta cuando Kvothe volvió a subir, sus labios aparecieron contra los míos como de la nada y yo sonreí contra su boca, sintiendo mi propio sabor en ella. Notar mi placer en sus labios encendió de nuevo mi cuerpo, insaciable, pidiendo más.

Me colocó sobre su cuerpo y la sensación de tenerlo bajo mi cuerpo me produjo un agradable cosquilleo en lo más íntimo de mí. Sus manos exploraban de nuevo mi cuerpo, como por primera vez, mientras yo desgastaba sus labios con ansia, como si fueran a desaparecer y aprovechara cada roce con ellos.
Gemí con fuerza cuando mordió el lóbulo de mi oreja, sorprendiéndome de que aquella simple presión en ese punto pudiera producirme tanto placer.
Yo dejé que mi boca se deslizara por su cuello, besando aquella parte, una de mis preferidas de su cuerpo, lo mordí, lo besé con dulzura e incluso dejé una pequeña marquita en él antes de volver a sus labios, rozando mi nariz con la suya, dejando que mi pelo cayera sobre él, creando una especie de cortina alrededor de nuestras caras.
Por primera vez en mucho tiempo me sentía realmente feliz, el vacío que tantos años me había acompañado había menguado en gran medida, siendo un simple roce en la zona de mi corazón, que quedaba cubierto y era silenciado con los besos y caricias de Kvothe.
Me había enamorado de un vampiro, de un hombre de cinco mil años, y no podía ser más feliz. Todo había pasado realmente deprisa, había roto tantísimas reglas aquella noche...

Nuestras caderas chocaban, nuestros sexos se rozaban cada vez con más fuerza, hasta que, moviéndome lentamente, dejé que entrara en mí.
Lo primero que sentí fue una ligera presión, un instante de débil dolor, pero fue un dolor agradable, un dolor placentero. No me moví con prisa, quería disfrutar de cada segundo, asimilar cada sensación. Cerré los ojos, moviéndome sobre Kvothe lentamente notando como la energía que había soltado minutos antes volvía a concentrarse de nuevo en el mismo punto. Mi cuerpo se relajó, mis labios se entreabrieron y yo coloqué una mano sobre el pecho de Kvothe, sobre su corazón, y con la otra me agarré de nuevo al cabecero para mantener el equilibrio.
El dolor había desaparecido completamente, ahora solo quedaba el placer, y mis caderas se movieron más y más deprisa, buscando de nuevo el clímax.

Giró bruscamente de nuevo, dejándome esta vez a mí abajo, marcando ahora el el ritmo. Yo rodeé sus caderas con mis piernas, y coloqué mis manos en su espalda, clavando mis uñas sin darme cuenta, arañando su espalda mientras continuaba con su ritmo frenético, haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera de placer, acercándome de nuevo al climax que no tardó en llegar. Mi cuerpo liberó toda aquella energía dejándome sin respiración unos segundos mientras asimilaba lo que acababa de pasar y calmaba mi respiración. En cuanto el placer que notaba fue menguando, la sensación de cansancio llegó.
Me incorporé para besarle mientras quitaba mis piernas de su alrededor, aunque aun seguí acariciando su espalda mientras besaba diferentes partes de su cara, sonriendo, con miedo a decir algo para romper aquel momento.
Todos mis músculos se relajaron y yo dejé caer mi cabeza sobre la almohada, derrotada. Eran demasiadas emociones para mí, me sentía muy cansada tanto física como mentalmente, por lo que cerré los ojos.
Pensé en lo extraño que había sido, de pequeña siempre sueñas con el día que te casarás, sueñas con el perfecto caballero que irá a tu casa, vestido de gala y le pedirá a tu padre tu mano, como te llevará en carruaje hasta su casa donde vivirás el resto de tu vida con él. Piensas en una boda, en ser la perfecta mujer, en cumplir tu papel como tal, y luego en la noche de bodas, en como te dirá cuanto te quiere y te convertirá en toda una mujer... La verdad es que así era como de pequeña me imaginaba mi vida, nada cerca de lo que realmente era ahora, pero realmente no podía ser más feliz, no me arrepentía de nada y sabía que haber perdido mi virginidad fuera del matrimonio era algo mal visto, pero yo nunca me casaría, por lo que no era algo tan horrible.

Me acurruqué en la cama junto a Kvothe, intentando mantener mis ojos abiertos aunque sin conseguirlo.
- Cuéntame una de tus historias - susurré, abriendo un poco los párpados y mirándole de reojo. - ¿Cómo se llamaba ese personaje que te inventaste? - bostecé y me froté un ojo - ¿Tamborlin? ¿Tarolin?... ¿quién se puede llamar así? seguro que sus padres no le querían mucho si le pusieron ese nombre.