AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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I'm not going anywhere [Priv. Vianna Wilde] [+18]
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I'm not going anywhere [Priv. Vianna Wilde] [+18]
Recuerdo del primer mensaje :
No estoy seguro de cuánto tardamos en llegar. Mi pequeña mansión no se situaba demasiado lejos del Luna Park, en realidad, pero entre sus quejidos ocasionales, sus temblores y la sensación que me provocaba eso de llevarla en brazos, pues qué queréis que os diga, se me hizo un viaje de lo más atemporal.
Me iba a costar abrir la puerta con ella en brazos, y quitármela de encima no me parecía una buena opción... Así que acabé optando por, aprovechando que la había dejado entreabierta, colarme por la ventana de la cocina de mi propia casa. Iba a dejarlo todo hecho un asco con lo empapado que iba y los zapatos embarronados como los llevaba, pero no era nada que no pudiera solucionar más tarde una buena fregona. En ocasiones, a qué negarlo, me pinchaba la idea de tener algún sirviente, alguien que hiciese cosas en casa por mí y demás. Pero, al final, mantener tu propia casa suponía, más que cualquier otra cosa, un hobby.
Salí de la cocina y subí las anchas escaleras a la carrera, de dos en dos. Giré a la derecha y tomé el pasillo de la izquierda, tercera puerta: mi dormitorio. A diferencia de lo que muchos podrían imaginar, por norma general a los vampiros no nos atraía demasiado la idea de dormir en ataúdes. Es decir, para dar una imagen y acojonar al personal no estaba mal, pero en la práctica resultaba incómodo, y la espalda se resentía.
Caminé hasta la cama, estudiando el rostro de Vianna con la mirada, concienzudamente; cualquiera pensaría que me estaba recreando con sus facciones. Pensé en quitarle la ropa empapada, pero quizá no fuera buena idea, entre otras cosas por lo que pudiera pensar de mí. La dejé con cuidado sobre la cama y besé su frente.
- Escúchame -sabía que quizá no lo haría, que su cabeza estaría dando vueltas muy lejos de allí, pero lo que estaba haciendo no era reclamar su atención; era intensificar mi mirada y emplear mi poder de persuasión. No le haría olvidar lo que le ordenase, por descontado; sólo faltaría que se imaginase cosas extrañas. Aunque ella no me escuchase, su cuerpo sí lo haría. La magia del poder de uno, ya sabéis-. En cuanto salga por esa puerta, quítate toda la ropa mojada, ¿quieres? En ese armario de ahí tienes un par de albornoces y algunas cosas más. Toallas, también. Sécate y ponte algo de eso, que está a buena temperatura, te vendrá bien. Y métete en la cama. Yo vuelvo enseguida--lo hice de tal modo que, una vez se metiera en la cama, los efectos de mi poder desaparecerían. Quizá fuera a hacerlo todo como una autómata, pero así al menos se quitaba la ropa empapada y se calentaba un poco.
No quería dejarla sola en un momento como aquel, pero sería bueno para ella. Además, no tardaría demasiado. Salí del cuarto y bajé al trote, giré hacia la cocina y puse agua a hervir. Busqué entre las estanterías hasta dar con la bandeja de las infusiones artesanales, y seleccioné una en concreto que, por lo visto, ayudaba a centrar la cabeza y relajarse. Tenía aroma como a canela y tomillo. En cuanto el agua estuvo a una temperatura apropiada la vertí en una taza con la infusión. Le di un par de minutos y salí de la cocina, subí las escaleras y me encaminé hacia el dormitorio. En lugar de entrar directamente, di unos golpecitos en la puerta.
- ¿Se puede? -pregunté, con suma tranquilidad, sin darme cuenta de que yo mismo llevaba encima aún toda la ropa empapada y el pelo totalmente aplastado contra la cabeza. Menuda imagen estaría dando.
No estoy seguro de cuánto tardamos en llegar. Mi pequeña mansión no se situaba demasiado lejos del Luna Park, en realidad, pero entre sus quejidos ocasionales, sus temblores y la sensación que me provocaba eso de llevarla en brazos, pues qué queréis que os diga, se me hizo un viaje de lo más atemporal.
Me iba a costar abrir la puerta con ella en brazos, y quitármela de encima no me parecía una buena opción... Así que acabé optando por, aprovechando que la había dejado entreabierta, colarme por la ventana de la cocina de mi propia casa. Iba a dejarlo todo hecho un asco con lo empapado que iba y los zapatos embarronados como los llevaba, pero no era nada que no pudiera solucionar más tarde una buena fregona. En ocasiones, a qué negarlo, me pinchaba la idea de tener algún sirviente, alguien que hiciese cosas en casa por mí y demás. Pero, al final, mantener tu propia casa suponía, más que cualquier otra cosa, un hobby.
Salí de la cocina y subí las anchas escaleras a la carrera, de dos en dos. Giré a la derecha y tomé el pasillo de la izquierda, tercera puerta: mi dormitorio. A diferencia de lo que muchos podrían imaginar, por norma general a los vampiros no nos atraía demasiado la idea de dormir en ataúdes. Es decir, para dar una imagen y acojonar al personal no estaba mal, pero en la práctica resultaba incómodo, y la espalda se resentía.
Caminé hasta la cama, estudiando el rostro de Vianna con la mirada, concienzudamente; cualquiera pensaría que me estaba recreando con sus facciones. Pensé en quitarle la ropa empapada, pero quizá no fuera buena idea, entre otras cosas por lo que pudiera pensar de mí. La dejé con cuidado sobre la cama y besé su frente.
- Escúchame -sabía que quizá no lo haría, que su cabeza estaría dando vueltas muy lejos de allí, pero lo que estaba haciendo no era reclamar su atención; era intensificar mi mirada y emplear mi poder de persuasión. No le haría olvidar lo que le ordenase, por descontado; sólo faltaría que se imaginase cosas extrañas. Aunque ella no me escuchase, su cuerpo sí lo haría. La magia del poder de uno, ya sabéis-. En cuanto salga por esa puerta, quítate toda la ropa mojada, ¿quieres? En ese armario de ahí tienes un par de albornoces y algunas cosas más. Toallas, también. Sécate y ponte algo de eso, que está a buena temperatura, te vendrá bien. Y métete en la cama. Yo vuelvo enseguida--lo hice de tal modo que, una vez se metiera en la cama, los efectos de mi poder desaparecerían. Quizá fuera a hacerlo todo como una autómata, pero así al menos se quitaba la ropa empapada y se calentaba un poco.
No quería dejarla sola en un momento como aquel, pero sería bueno para ella. Además, no tardaría demasiado. Salí del cuarto y bajé al trote, giré hacia la cocina y puse agua a hervir. Busqué entre las estanterías hasta dar con la bandeja de las infusiones artesanales, y seleccioné una en concreto que, por lo visto, ayudaba a centrar la cabeza y relajarse. Tenía aroma como a canela y tomillo. En cuanto el agua estuvo a una temperatura apropiada la vertí en una taza con la infusión. Le di un par de minutos y salí de la cocina, subí las escaleras y me encaminé hacia el dormitorio. En lugar de entrar directamente, di unos golpecitos en la puerta.
- ¿Se puede? -pregunté, con suma tranquilidad, sin darme cuenta de que yo mismo llevaba encima aún toda la ropa empapada y el pelo totalmente aplastado contra la cabeza. Menuda imagen estaría dando.
Última edición por Kvothe du Roux el Sáb Ene 11, 2014 4:20 am, editado 1 vez
Kvothe du Roux- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 105
Fecha de inscripción : 18/12/2013
Re: I'm not going anywhere [Priv. Vianna Wilde] [+18]
El clímax, el éxtasis, el mayor exponente del placer... Estaba a las puertas, lo sentía, lo sentía vibrar en cada fibra de mi ser, en cada roce de su piel con la mía, en cada choque de alientos, de caderas, en la perdición de cada movimiento en su interior. Buscaba sus besos, de forma intensa e intermitente, entre embestida y embestida, ansioso, desesperado por llegar a lo más alto, por tocar en lo más hondo...
Y mi deseo no tardó en cumplirse.
¿Cómo expresarlo? Me sentí... Vibrar, dentro de ella. Primero fue apenas un cosquilleo, que rápidamente se convirtió en una sacudida y, al fin, en un poderoso espasmo que recorrió mi columna vertebral de arriba abajo, sacudiéndome de puro placer mientras sentía cómo me descargaba y gemía como no recordaba haberlo hecho antes.
Me... Desplomé, por así decirlo, sobre ella. Todo mi ser temblaba ligeramente, y me esforcé en respirar en profundidad mientras procuraba no aplastarla. Me mordí el labio inferior, le sonreí y besé su frente antes de apartarme de encima de ella, echándome a su lado boca arriba y pasando un brazo bajo su cabeza, en torno a sus hombros, como invitándola a arrimarse o apoyarse contra mí.
Clavé mi mirada en el techo -en la parte de cubierto del dosel de la cama, mejor dicho-, respirando profundamente aún, tratando de relajar mi cuerpo, de calmar todas aquellas emociones y sensaciones, aquel fuego cuyas brasas aún no se habían apagado.
Ni mucho menos.
Pensé en el momento en que la conocí, hacía apenas unas horas. Pensé en cómo nuestra relación había ido evolucionando a una velocidad vertiginosa, y en cómo habíamos acabado allí, acostándonos juntos. Pensé en todo lo que me provocaba, en todo lo que me hacía sentir. Pensé que hacía siglos que no me sentía así de vivo. La pregunta era... ¿Llegaríamos a hablar de ello? ¿A dónde nos llevaría realmente después de aquello? Todo se andaría, supuse.
Enredé distraídamente un par de dedos en los mechones de su cabello, sonriendo a su pregunta y sintiendo a su vez un ligero y cálido cosquilleo allí donde nuestras pieles estaban en contacto.
- Táborlin -corregí, sin perder la sonrisa-. No tengo la menor idea de si existió o no... Es una historia que me contaba mi padre, cuando era humano y vivía en el Antiguo Egipto -me sorprendí a mí mismo verdaderamente recordando aquello, y debió quedar claro por la expresión que puse y los instantes que dudé. En realidad, no recordaba exactamente si aquel hombre era mi padre, pero sí sé que cuidaba de mí como tal-. Táborlin el Grande, el más poderoso de todos los antiguos conjuradores. Poseía un don especial y único: era nominador. Conocía los nombres secretos de las cosas, nombres con poder. Si conocías el nombre secreto de algo, podías controlarlo. Podías decirle a la roca que se rompiera. Podías caer por un precipicio y ordenarle al viento que te dejara caer con suavidad. Táborlin el Grande derrotó a sus enemigos invocando el trueno y el fuego. Pero desvelarle su propio nombre secreto a la que consideró su amada fue el error que le costó la vida, porque ella le traicionó y se lo dio a sus enemigos. Pero dicen que Táborlin sigue vivo, en alguna parte. Que no murió del todo, que no pudieron ordenarle morir del todo, porque sólo él tenía absoluto poder sobre su propio nombre, y también tuvo poder para ordenarle a la muerte que no cayera sobre él.
Me acomodé, pensando en aquel cuento de cama que me contaba, y en cómo sería posible que lo hubiera recordado, de repente, con tanta claridad.
- ¿Sabías que, en los cinco mil años que llevo existiendo, eres la primera que me roba un beso? -comenté, sin venir al caso, rememorando aquel que me dio, con fuerza, bajo la lluvia. Sonreí, sintiéndome extrañamente vivo. ¿Qué clase de efecto me estaba provocando aquella chica?
Y mi deseo no tardó en cumplirse.
¿Cómo expresarlo? Me sentí... Vibrar, dentro de ella. Primero fue apenas un cosquilleo, que rápidamente se convirtió en una sacudida y, al fin, en un poderoso espasmo que recorrió mi columna vertebral de arriba abajo, sacudiéndome de puro placer mientras sentía cómo me descargaba y gemía como no recordaba haberlo hecho antes.
Me... Desplomé, por así decirlo, sobre ella. Todo mi ser temblaba ligeramente, y me esforcé en respirar en profundidad mientras procuraba no aplastarla. Me mordí el labio inferior, le sonreí y besé su frente antes de apartarme de encima de ella, echándome a su lado boca arriba y pasando un brazo bajo su cabeza, en torno a sus hombros, como invitándola a arrimarse o apoyarse contra mí.
Clavé mi mirada en el techo -en la parte de cubierto del dosel de la cama, mejor dicho-, respirando profundamente aún, tratando de relajar mi cuerpo, de calmar todas aquellas emociones y sensaciones, aquel fuego cuyas brasas aún no se habían apagado.
Ni mucho menos.
Pensé en el momento en que la conocí, hacía apenas unas horas. Pensé en cómo nuestra relación había ido evolucionando a una velocidad vertiginosa, y en cómo habíamos acabado allí, acostándonos juntos. Pensé en todo lo que me provocaba, en todo lo que me hacía sentir. Pensé que hacía siglos que no me sentía así de vivo. La pregunta era... ¿Llegaríamos a hablar de ello? ¿A dónde nos llevaría realmente después de aquello? Todo se andaría, supuse.
Enredé distraídamente un par de dedos en los mechones de su cabello, sonriendo a su pregunta y sintiendo a su vez un ligero y cálido cosquilleo allí donde nuestras pieles estaban en contacto.
- Táborlin -corregí, sin perder la sonrisa-. No tengo la menor idea de si existió o no... Es una historia que me contaba mi padre, cuando era humano y vivía en el Antiguo Egipto -me sorprendí a mí mismo verdaderamente recordando aquello, y debió quedar claro por la expresión que puse y los instantes que dudé. En realidad, no recordaba exactamente si aquel hombre era mi padre, pero sí sé que cuidaba de mí como tal-. Táborlin el Grande, el más poderoso de todos los antiguos conjuradores. Poseía un don especial y único: era nominador. Conocía los nombres secretos de las cosas, nombres con poder. Si conocías el nombre secreto de algo, podías controlarlo. Podías decirle a la roca que se rompiera. Podías caer por un precipicio y ordenarle al viento que te dejara caer con suavidad. Táborlin el Grande derrotó a sus enemigos invocando el trueno y el fuego. Pero desvelarle su propio nombre secreto a la que consideró su amada fue el error que le costó la vida, porque ella le traicionó y se lo dio a sus enemigos. Pero dicen que Táborlin sigue vivo, en alguna parte. Que no murió del todo, que no pudieron ordenarle morir del todo, porque sólo él tenía absoluto poder sobre su propio nombre, y también tuvo poder para ordenarle a la muerte que no cayera sobre él.
Me acomodé, pensando en aquel cuento de cama que me contaba, y en cómo sería posible que lo hubiera recordado, de repente, con tanta claridad.
- ¿Sabías que, en los cinco mil años que llevo existiendo, eres la primera que me roba un beso? -comenté, sin venir al caso, rememorando aquel que me dio, con fuerza, bajo la lluvia. Sonreí, sintiéndome extrañamente vivo. ¿Qué clase de efecto me estaba provocando aquella chica?
Kvothe du Roux- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 105
Fecha de inscripción : 18/12/2013
Re: I'm not going anywhere [Priv. Vianna Wilde] [+18]
Me gustaba estar entre los brazos de Kvothe, escuchando sus historias. Su voz producía una sensación de duermevela en mí. Tenía la mejilla apoyada en su pecho, mientras dibujaba de forma distraída con el dedo figuras sin sentido sobre su piel.
Me imaginé lugares exóticos, llenos de plantas extrañas, de colores, no sabía como er aEgipto pero me sonaba a un lugar cálido, con personas variopintas, todas de tez bronceada y pelo oscuro como el de Kvothe, mujeres con largos vestidos de colores llamativos, con los ojos de un color azul cristalino. Me imaginé palacios con torres altas, puertas doradas... Me imagine a Taborlin como Kvothe, aunque aquella idea la rechacé de mi cabeza cuando escuché que su mujer le traicionaba ante sus enemigos.
- ¿Por qué traicionar a alguien que ha puesto en tus manos su vida? - susurré sin comprenderlo, frunciendo el ceño y odiando a aquella mujer.
Levanté la mirada y le sonreí al escuchar aquellas palabras de cómo yo había sido la única que le había conseguido robar un beso. Aquello me gustó, me hizo sentir especial, que Kvothe tuviera cinco mil años me fascinaba e inquietaba por igual. Me fascinaba que fuera tan antiguo y hubiera vivido tanto, teniendo gran cantidad de historias que podía contarme, pero me inquietaba no ser suficiente para él, una persona con cinco mil años lo había visto todo, había vivido de todo, había conocido a todo el mundo... yo no me consideraba una persona fuera de lo común, que pudiera ofrecer algo nuevo, algo novedoso para alguien con cinco mil años de vida.
Me encogí de hombros como si tal cosa, aunque en mi interior sintiera un cosquilleo y una sensación de orgullo.
- No soy como las demás - contesté de forma despreocupada, aunque en mi interior dudara de aquello.
Me acomodé junto a él, dejando que el sueño me llevara, acompasando mi respiración a la suya y cerrando poco a poco mis ojos sintiendo que aquella noche... o día, iba a conseguir dormir como no lo había hecho desde que me marché de Inglaterra.
Me desperté con una sensación placentera por todo el cuerpo, como si hubiera dormido durante años y me levantara con energías renovadas. No pude ocultar mi sonrisa al acordarme de todo lo que había sucedido, y al despertarme con el cuerpo de Kvothe al lado. Al mirarle pensé en despertarle, si realmente estaba durmiendo, subirme sobre él o simplemente besarle hasta que lo hiciera, pero decidí dejarle con su descanso o lo que quisiera que hicieran los vampiros, además sentía una gran curiosidad por la casa en la que me encontraba, había visto que había gran cantidad de habitaciones y mi faceta cotilla se moría de ganas por saber qué guardaba en ellas un vampiro de cinco mil años.
Me levanté de la cama y me puse la camisa de Kvothe por encima para cubrirme un poco antes de salir.
Recorrí las diferentes habitaciones, descubriendo que la mayoría eran simples habitaciones de invitados, muy parecidas unas a otras, hasta que encontré una habitación que resultó ser una especie de despacho, un lugar de trabajo. Encontré un escritorio, con hojas, una pluma y tintero sobre él, además de una chimenea con una gran alfombra frene a ella. Decidí quedarme allí un rato.
Encendí la chimenea, no sin antes coger un poco de madera quemada que utilicé como pintura para dibujar sobre una de las hojas que cogí del escritorio. Hacía muchísimo tiempo que no dibujaba, no desde pequeña, y casi había olvidado lo mucho que me gustaba hacerlo. Dibujé el Luna Park, dibujé un par de figuras en mitad de un claro del bosque, y dibujé la ciudad de Egipto tal y como me la había imaginado. Mis dedos pronto quedaron manchados de carboncillo y sonreí al verlos así, también había pasado muchos años desde la última vez que los tuve así.
Me imaginé lugares exóticos, llenos de plantas extrañas, de colores, no sabía como er aEgipto pero me sonaba a un lugar cálido, con personas variopintas, todas de tez bronceada y pelo oscuro como el de Kvothe, mujeres con largos vestidos de colores llamativos, con los ojos de un color azul cristalino. Me imaginé palacios con torres altas, puertas doradas... Me imagine a Taborlin como Kvothe, aunque aquella idea la rechacé de mi cabeza cuando escuché que su mujer le traicionaba ante sus enemigos.
- ¿Por qué traicionar a alguien que ha puesto en tus manos su vida? - susurré sin comprenderlo, frunciendo el ceño y odiando a aquella mujer.
Levanté la mirada y le sonreí al escuchar aquellas palabras de cómo yo había sido la única que le había conseguido robar un beso. Aquello me gustó, me hizo sentir especial, que Kvothe tuviera cinco mil años me fascinaba e inquietaba por igual. Me fascinaba que fuera tan antiguo y hubiera vivido tanto, teniendo gran cantidad de historias que podía contarme, pero me inquietaba no ser suficiente para él, una persona con cinco mil años lo había visto todo, había vivido de todo, había conocido a todo el mundo... yo no me consideraba una persona fuera de lo común, que pudiera ofrecer algo nuevo, algo novedoso para alguien con cinco mil años de vida.
Me encogí de hombros como si tal cosa, aunque en mi interior sintiera un cosquilleo y una sensación de orgullo.
- No soy como las demás - contesté de forma despreocupada, aunque en mi interior dudara de aquello.
Me acomodé junto a él, dejando que el sueño me llevara, acompasando mi respiración a la suya y cerrando poco a poco mis ojos sintiendo que aquella noche... o día, iba a conseguir dormir como no lo había hecho desde que me marché de Inglaterra.
Me desperté con una sensación placentera por todo el cuerpo, como si hubiera dormido durante años y me levantara con energías renovadas. No pude ocultar mi sonrisa al acordarme de todo lo que había sucedido, y al despertarme con el cuerpo de Kvothe al lado. Al mirarle pensé en despertarle, si realmente estaba durmiendo, subirme sobre él o simplemente besarle hasta que lo hiciera, pero decidí dejarle con su descanso o lo que quisiera que hicieran los vampiros, además sentía una gran curiosidad por la casa en la que me encontraba, había visto que había gran cantidad de habitaciones y mi faceta cotilla se moría de ganas por saber qué guardaba en ellas un vampiro de cinco mil años.
Me levanté de la cama y me puse la camisa de Kvothe por encima para cubrirme un poco antes de salir.
Recorrí las diferentes habitaciones, descubriendo que la mayoría eran simples habitaciones de invitados, muy parecidas unas a otras, hasta que encontré una habitación que resultó ser una especie de despacho, un lugar de trabajo. Encontré un escritorio, con hojas, una pluma y tintero sobre él, además de una chimenea con una gran alfombra frene a ella. Decidí quedarme allí un rato.
Encendí la chimenea, no sin antes coger un poco de madera quemada que utilicé como pintura para dibujar sobre una de las hojas que cogí del escritorio. Hacía muchísimo tiempo que no dibujaba, no desde pequeña, y casi había olvidado lo mucho que me gustaba hacerlo. Dibujé el Luna Park, dibujé un par de figuras en mitad de un claro del bosque, y dibujé la ciudad de Egipto tal y como me la había imaginado. Mis dedos pronto quedaron manchados de carboncillo y sonreí al verlos así, también había pasado muchos años desde la última vez que los tuve así.
Vianna Wilde- Cazador Clase Media
- Mensajes : 115
Fecha de inscripción : 02/01/2014
Localización : Intenta encontrarme
DATOS DEL PERSONAJE
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Datos de interés:
Re: I'm not going anywhere [Priv. Vianna Wilde] [+18]
Me resultaba increíblemente agradable estar así con ella. Abrazados en la cama, charlando tranquilamente, abrazados después de acostarnos. "Como una parejita feliz", susurró una elocuente y picarona voz en mi cabeza, de una forma casi sarcástica, como si una situación así, o incluso un estilo de vida semejante, estuviera fuera de mi alcance. Y lo cierto era que, sencillamente, nunca me lo había planteado. Mi historial arrastraba un matrimonio y varios ligues vespertinos, sí. Pero, dejando a un lado los inicios de la relación que abarcaba casi la totalidad de mi existencia -el matrimonio antes nombrado-, nunca me había sentido así, con nadie, de una forma tan íntima, particular... Feliz.
- Amenazas, chantajes, sentimientos encontrados, falsedades... Hay muchas explicaciones para las traiciones. No siempre compensan, no siempre sirven de excusa, pero, sea como sea... No dejan de ser traiciones. Pero, ya sabes, hay gente para todo, no sólo entre los despreciables vampiros -me permití bromear, pellizcándole cariñosamente la mejilla. Se me hacía extraño, irreal e idílico al mismo tiempo estar así, como si tal cosa, con ella, como si no pasara el tiempo y sencillamente disfrutáramos de una vida feliz.
El efecto atemporal no se había detenido aún, y lo agradecía horrores.
Sonreí a su afirmación, asintiéndola en silencio, respondiendo a ello algo que sonó ininteligible, antes de cerrar los ojos y dejarme llevar por el descanso.
Podría seguir contándoos una bonita historia de amor digna de las mejores novelas. Que después de conocernos y consumar nuestro amor pasamos una noche apacible, despertamos abrazados y nada nos separó hasta el fin de nuestros días, o algo así. Pero lo cierto es que me desperté solo. Desnudo, descansado, feliz, relajado, pero solo.
Me rasqué la cabeza, confuso aún, sin estar demasiado seguro de hasta qué punto los recuerdos que se arremolinaban en mi cabeza pertenecían a los recuerdos del día anterior, de cien años atrás, o eran fruto de los sueños recientes, pero sí tenía una cosa clara en medio aquel torbellido en mi cabeza: Vianna.
Me desperecé, bajé de la cama y me incorporé. Al ver aquel albornoz en el suelo sonreí; era el que se había quitado antes de que empezara aquella locura. Me sentí aliviado por comprender que no, no era fruto de los sueños. Me agaché a coger el albornoz y me lo puse; olía a ella. Salí de la habitación y, según recorría el pasillo, sentí un calor creciente. Fruncí el ceño, sin acabar de comprender, y me dirigí al estudio, tomando como señal ese mismo calor.
Allí fui donde la encontré, pintando, con mi camisa puesta. Sonreí, asegurándome de grabar esa imagen a fuego en mi cabeza, y me apoyé en el marco de la puerta, de costado, observándola. Había conocido a muchos artistas, y a algunos no les agradaba que sus obras, por pequeñas que fueran, se viesen antes de estar terminadas. Me moría de ganas de ir hasta allí y besarla, o algo por el estilo, pero me contuve, al menos por el momento.
- ¿Alguna vez te han dicho que, a veces, se te mueven ligeramente las orejas cuando estás concentrada? -comenté al cabo de un rato, a modo de saludo, para romper el silencio, habiéndome fijado en semejante y tan curioso detalle.
- Amenazas, chantajes, sentimientos encontrados, falsedades... Hay muchas explicaciones para las traiciones. No siempre compensan, no siempre sirven de excusa, pero, sea como sea... No dejan de ser traiciones. Pero, ya sabes, hay gente para todo, no sólo entre los despreciables vampiros -me permití bromear, pellizcándole cariñosamente la mejilla. Se me hacía extraño, irreal e idílico al mismo tiempo estar así, como si tal cosa, con ella, como si no pasara el tiempo y sencillamente disfrutáramos de una vida feliz.
El efecto atemporal no se había detenido aún, y lo agradecía horrores.
Sonreí a su afirmación, asintiéndola en silencio, respondiendo a ello algo que sonó ininteligible, antes de cerrar los ojos y dejarme llevar por el descanso.
* * *
Podría seguir contándoos una bonita historia de amor digna de las mejores novelas. Que después de conocernos y consumar nuestro amor pasamos una noche apacible, despertamos abrazados y nada nos separó hasta el fin de nuestros días, o algo así. Pero lo cierto es que me desperté solo. Desnudo, descansado, feliz, relajado, pero solo.
Me rasqué la cabeza, confuso aún, sin estar demasiado seguro de hasta qué punto los recuerdos que se arremolinaban en mi cabeza pertenecían a los recuerdos del día anterior, de cien años atrás, o eran fruto de los sueños recientes, pero sí tenía una cosa clara en medio aquel torbellido en mi cabeza: Vianna.
Me desperecé, bajé de la cama y me incorporé. Al ver aquel albornoz en el suelo sonreí; era el que se había quitado antes de que empezara aquella locura. Me sentí aliviado por comprender que no, no era fruto de los sueños. Me agaché a coger el albornoz y me lo puse; olía a ella. Salí de la habitación y, según recorría el pasillo, sentí un calor creciente. Fruncí el ceño, sin acabar de comprender, y me dirigí al estudio, tomando como señal ese mismo calor.
Allí fui donde la encontré, pintando, con mi camisa puesta. Sonreí, asegurándome de grabar esa imagen a fuego en mi cabeza, y me apoyé en el marco de la puerta, de costado, observándola. Había conocido a muchos artistas, y a algunos no les agradaba que sus obras, por pequeñas que fueran, se viesen antes de estar terminadas. Me moría de ganas de ir hasta allí y besarla, o algo por el estilo, pero me contuve, al menos por el momento.
- ¿Alguna vez te han dicho que, a veces, se te mueven ligeramente las orejas cuando estás concentrada? -comenté al cabo de un rato, a modo de saludo, para romper el silencio, habiéndome fijado en semejante y tan curioso detalle.
Kvothe du Roux- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/12/2013
Re: I'm not going anywhere [Priv. Vianna Wilde] [+18]
Estaba concentrada en mi dibujo sobre la ciudad de Egipto que tenía en mi mente, las altas torres se me resistían.
"¿Los balcones debía hacerlos más altos? ¿cómo serían los detalles de los tejados? creo que la torre de la derecha está algo inclinada." Fruncí el ceño mientras difuminaba con el dedo una de las ventanas, haciéndola desaparecer, convirtiéndola en una mancha oscura que disimulé como si la propia torre tuviera aquellas manchas causadas por el tiempo.
Me giré al escuchar aquella voz, había estado tan concentrada que ni si quiera había escuchado a Kvothe acercarse ni mi cuerpo se puso en tensión cuando me sorprendió, ¿estaban mis habilidades de cazadora menguando?
Sonreí y me levanté, dejando los dibujos y los carboncillos desparramados por el suelo. Caminé hacia él y rodeé su cuello antes de besarle.
- Intenté buscar cosas interesantes en todos los armarios y cajones de la casa, pero la mayoría están cerrados - me separo y pongo mi dedo índice sobre su pecho - ¡Y no muevo las orejas!... No soy perro - digo enfurruñada, aunque sé perfectamente que lo hago - Debería irme a casa... para recoger algunas cosas - aclaro, levantando las manos - No puedo pasearme por ahí desnuda y con una simple camisa encima, ¿y si viene visita a casa? - me callo un momento, pensando en esa pregunta - ¿los vampiros tenéis visitas? - pregunto frunciendo el labio, aunque le quito importancia con la mano - además... necesito mis armas, nunca he pasado tanto tiempo sin ellas, ¡imagínate que alguna vampira despechada con la que tuviste un lío hace cientos de años entra aquí a matarnos a los dos! créeme, te alegrarás de tener una cazadora armada y experta a tu lado - me río y acerco mi boca a la suya, mordiendo ligeramente su labio inferior - Te quiero, pero no sabes nada de lucha cuerpo a cuerpo - bromeo - aunque cuando quieras yo puedo enseñarte - le guiño un ojo y estiro los brazos sobre mi cabeza, desentumeciendo mi espalda - Estoy hambrienta, ¿tienes cocina aquí? - pregunto pasando por su lado, saliendo del despacho mientras mi tripa ruge reclamando atención.
Mientras ando por el pasillo buscando algo de comida pienso, de nuevo, en lo surrealista que es la situación: Le estoy pidiendo a un vampiro que me de comida mientras estoy desnuda, vestida únicamente con su camisa, y en su propia casa, sin ningún tipo de arma.
Me pregunto además si más vampiros como Kvothe vivirán en esta zona, y eso me hace pensar en el futuro de ambos dentro de nuestros "trabajos". ¿Yo me iré a matar vampiros mientras él se alimenta de jovencitas perdidas en callejones oscuros? pensar en eso me da escalofríos. Kvothe no podrá dejar de alimentarse, y mi trabajo consiste en matar vampiros para que no hagan daño a los humanos, ¿significa eso que tendré que matarlo cuando le encuentre bebiéndose la sangre de una persona? pero yo no voy a matarle, sería incapaz, eso supondría matar también una parte de mí... ¿y qué hará Kvothe cuando yo salga a matar vampiros? ¿y si mato a algún amigos suyo, familiar, antiguo amor...? ¿tendrá que matarme él como venganza?
Sacudo la cabeza para deshacerme de todos aquellos pensamientos, ya tendré tiempo de preocuparme por esas cosas, ahora la prioridad es comer, y ducharme... puedo ducharme con Kvothe. Sonrío ante la idea.
"¿Los balcones debía hacerlos más altos? ¿cómo serían los detalles de los tejados? creo que la torre de la derecha está algo inclinada." Fruncí el ceño mientras difuminaba con el dedo una de las ventanas, haciéndola desaparecer, convirtiéndola en una mancha oscura que disimulé como si la propia torre tuviera aquellas manchas causadas por el tiempo.
Me giré al escuchar aquella voz, había estado tan concentrada que ni si quiera había escuchado a Kvothe acercarse ni mi cuerpo se puso en tensión cuando me sorprendió, ¿estaban mis habilidades de cazadora menguando?
Sonreí y me levanté, dejando los dibujos y los carboncillos desparramados por el suelo. Caminé hacia él y rodeé su cuello antes de besarle.
- Intenté buscar cosas interesantes en todos los armarios y cajones de la casa, pero la mayoría están cerrados - me separo y pongo mi dedo índice sobre su pecho - ¡Y no muevo las orejas!... No soy perro - digo enfurruñada, aunque sé perfectamente que lo hago - Debería irme a casa... para recoger algunas cosas - aclaro, levantando las manos - No puedo pasearme por ahí desnuda y con una simple camisa encima, ¿y si viene visita a casa? - me callo un momento, pensando en esa pregunta - ¿los vampiros tenéis visitas? - pregunto frunciendo el labio, aunque le quito importancia con la mano - además... necesito mis armas, nunca he pasado tanto tiempo sin ellas, ¡imagínate que alguna vampira despechada con la que tuviste un lío hace cientos de años entra aquí a matarnos a los dos! créeme, te alegrarás de tener una cazadora armada y experta a tu lado - me río y acerco mi boca a la suya, mordiendo ligeramente su labio inferior - Te quiero, pero no sabes nada de lucha cuerpo a cuerpo - bromeo - aunque cuando quieras yo puedo enseñarte - le guiño un ojo y estiro los brazos sobre mi cabeza, desentumeciendo mi espalda - Estoy hambrienta, ¿tienes cocina aquí? - pregunto pasando por su lado, saliendo del despacho mientras mi tripa ruge reclamando atención.
Mientras ando por el pasillo buscando algo de comida pienso, de nuevo, en lo surrealista que es la situación: Le estoy pidiendo a un vampiro que me de comida mientras estoy desnuda, vestida únicamente con su camisa, y en su propia casa, sin ningún tipo de arma.
Me pregunto además si más vampiros como Kvothe vivirán en esta zona, y eso me hace pensar en el futuro de ambos dentro de nuestros "trabajos". ¿Yo me iré a matar vampiros mientras él se alimenta de jovencitas perdidas en callejones oscuros? pensar en eso me da escalofríos. Kvothe no podrá dejar de alimentarse, y mi trabajo consiste en matar vampiros para que no hagan daño a los humanos, ¿significa eso que tendré que matarlo cuando le encuentre bebiéndose la sangre de una persona? pero yo no voy a matarle, sería incapaz, eso supondría matar también una parte de mí... ¿y qué hará Kvothe cuando yo salga a matar vampiros? ¿y si mato a algún amigos suyo, familiar, antiguo amor...? ¿tendrá que matarme él como venganza?
Sacudo la cabeza para deshacerme de todos aquellos pensamientos, ya tendré tiempo de preocuparme por esas cosas, ahora la prioridad es comer, y ducharme... puedo ducharme con Kvothe. Sonrío ante la idea.
Vianna Wilde- Cazador Clase Media
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Re: I'm not going anywhere [Priv. Vianna Wilde] [+18]
No pude ni quise evitar esa sonrisilla automática que me salió en cuanto se levantó y vino a mí. La rodeé con mis brazos, pegándola contra mí, respondiendo a cada uno de esos besos que me daba.
Irreal, atemporal... Qué más daba. La situación que estábamos viviendo, por surrealista que pudiera ser, no era algo de lo que quisiera deshacerme. Me sentía tremendamente a gusto y, francamente, ella tenía toda la culpa. Dejé brotar una sana carcajada de mi garganta cuando me la imaginé luciendo orejas de sabueso, y besé su nariz antes de hacer lo propio sobre sus labios.
- Si no me demuestras si ladras o no de un modo convincente, jamás podré estar seguro -bromeé con tranquilidad mientras ella me bombardeaba a preguntas.
Eché a reíz una vez más y le pellizqué la nariz, como haría un padre cuando le echa algo en cara a su hijo de forma cariñosa. Aunque aquello no era una relación de padre e hija precisamente, que digamos. Y menos mal que así era; el incesto nunca había estado en mi lista de 'cosas que hacer antes de morir, sea cuando sea eso'. Aunque tampoco es que hubiera tenido con quien practicarlo, dado el caso.
¿Y yo por qué pensaba en semejantes sandeces teniendo a una chica tan maravillosa besándome? Bueno, tal vez fuera exactamente por eso.
- Los vampiros suelen recibir visita... Los que quieren, y lo permiten. Podría recibirla, sí, pero no creo que eso sea posible. Si llaman a la puerta, no será alguien que yo conozca. Nunca he confiado en nadie lo suficiente como para darle mi dirección -encogí los hombros, pensando en lo que esas palabras implicaban de cara a ella. ¿Sabéis ese matrimonio del que os hablé? Bueno, ni siquiera ella había pisado nunca mi casa. Nunca nos habíamos visto en una propiedad de ninguno de los dos, en realidad. Y nunca me había parado a pensar en lo curioso y extraño que resultaba aquello.
Y otra carcajada más. En serio, ¿cómo lo hacía? Me pareció que habían pasado años sin que riera hasta que la conocí el día anterior... O cuando fuera. La atemporalidad, ya sabéis cómo es.
- Bueno, bueno, por favor, pero qué afortunado soy. Tener una cazadora a mi lado para protegerme de los corazones que rompí. ¡Siempre había soñado con algo así! -recordé aquella conversación que tuvimos burlándonos de los cortejos modernos, y emulé la voz de una doncella al pronunciar aquellas palabras; bastante que fui capaz de contener la risa.
Parpadeé un par de veces, entreabrí los labios, los cerré y le sonreí la gracia, pero mi cerebro se estancó unos instantes. ¿Cómo había empezado la frase? ¿"Te quiero"? Tragué saliva, involuntariamente. ¿Cuántos siglos hacia que no escuchaba esas palabras hacia mi persona? ¿Las decía en serio? ¿O estaba bromeando con eso también? Decidí dejarlo pasar, aunque sintiera el impulso de devolvérselas. Quizá más tarde.
- ¡Clases de defensa personal, por una cazadora profesional! ¿Quién da más? -bromeé, saliendo del estudio. Cuando vi que parecía encaminarse en dirección pasillo sin salida, la agarré del brazo, tiré de ella hacia mí y aproveché el impulso que eso le provocó para besarla apasionadamente durante un buen rato-[color=firebrick] Vamos, voy a demostrarte lo bien que puede cocinar un vampiro -añadí, con una sonrisa, dándole la espalda y echando a andar como si nada hacia las escaleras que conducían a la planta baja.
Irreal, atemporal... Qué más daba. La situación que estábamos viviendo, por surrealista que pudiera ser, no era algo de lo que quisiera deshacerme. Me sentía tremendamente a gusto y, francamente, ella tenía toda la culpa. Dejé brotar una sana carcajada de mi garganta cuando me la imaginé luciendo orejas de sabueso, y besé su nariz antes de hacer lo propio sobre sus labios.
- Si no me demuestras si ladras o no de un modo convincente, jamás podré estar seguro -bromeé con tranquilidad mientras ella me bombardeaba a preguntas.
Eché a reíz una vez más y le pellizqué la nariz, como haría un padre cuando le echa algo en cara a su hijo de forma cariñosa. Aunque aquello no era una relación de padre e hija precisamente, que digamos. Y menos mal que así era; el incesto nunca había estado en mi lista de 'cosas que hacer antes de morir, sea cuando sea eso'. Aunque tampoco es que hubiera tenido con quien practicarlo, dado el caso.
¿Y yo por qué pensaba en semejantes sandeces teniendo a una chica tan maravillosa besándome? Bueno, tal vez fuera exactamente por eso.
- Los vampiros suelen recibir visita... Los que quieren, y lo permiten. Podría recibirla, sí, pero no creo que eso sea posible. Si llaman a la puerta, no será alguien que yo conozca. Nunca he confiado en nadie lo suficiente como para darle mi dirección -encogí los hombros, pensando en lo que esas palabras implicaban de cara a ella. ¿Sabéis ese matrimonio del que os hablé? Bueno, ni siquiera ella había pisado nunca mi casa. Nunca nos habíamos visto en una propiedad de ninguno de los dos, en realidad. Y nunca me había parado a pensar en lo curioso y extraño que resultaba aquello.
Y otra carcajada más. En serio, ¿cómo lo hacía? Me pareció que habían pasado años sin que riera hasta que la conocí el día anterior... O cuando fuera. La atemporalidad, ya sabéis cómo es.
- Bueno, bueno, por favor, pero qué afortunado soy. Tener una cazadora a mi lado para protegerme de los corazones que rompí. ¡Siempre había soñado con algo así! -recordé aquella conversación que tuvimos burlándonos de los cortejos modernos, y emulé la voz de una doncella al pronunciar aquellas palabras; bastante que fui capaz de contener la risa.
Parpadeé un par de veces, entreabrí los labios, los cerré y le sonreí la gracia, pero mi cerebro se estancó unos instantes. ¿Cómo había empezado la frase? ¿"Te quiero"? Tragué saliva, involuntariamente. ¿Cuántos siglos hacia que no escuchaba esas palabras hacia mi persona? ¿Las decía en serio? ¿O estaba bromeando con eso también? Decidí dejarlo pasar, aunque sintiera el impulso de devolvérselas. Quizá más tarde.
- ¡Clases de defensa personal, por una cazadora profesional! ¿Quién da más? -bromeé, saliendo del estudio. Cuando vi que parecía encaminarse en dirección pasillo sin salida, la agarré del brazo, tiré de ella hacia mí y aproveché el impulso que eso le provocó para besarla apasionadamente durante un buen rato-[color=firebrick] Vamos, voy a demostrarte lo bien que puede cocinar un vampiro -añadí, con una sonrisa, dándole la espalda y echando a andar como si nada hacia las escaleras que conducían a la planta baja.
Kvothe du Roux- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: I'm not going anywhere [Priv. Vianna Wilde] [+18]
- ¡Qué poco aprecias mi ofrecimiento a darte clases! - reproché cuando bromeó sobre lo que dije, aunque no me dio tiempo a decir nada más, porque en seguida me agarró y junto nuestros labios, como si ambos necesitaran del otro cada poco tiempo para poder seguir vivos. Sonreí contra su boca.
Le seguí andando detrás suyo mientras me guiaba hacia la cocina. Aún era incapaz de asimilar el hecho de estar en casa de un vampiro, medio desnuda y bromeando sobre darle clases de lucha personal. ¿En qué te has convertido Vianna?
- Realmente dudo que los vampiros podáis cocinar - dije cruzándome de brazos, picandole.
Sonreí cuando llegamos a la cocina y dejé que el se pusiera a cocinar, mirándole con gran curiosidad. Jamás en mi vida imaginé que vería a un vampiro cocinar comida humana.
Me senté sobre la encimera, cogiendo una manzana de un bol de fruta que había sobre ella, jugando con la pieza de fruta en mis manos. Fruncí el ceño mientras pensaba que debía hablar con Kvothe, debíamos aclarar en qué punto nos encontrábamos, a dónde queríamos ir, y lo más importante, qué papel seguiríamos teniendo. Quería a Kvothe, o eso pensaba que sentía, pero no iba a dejar de ser una cazadora, igual que él no iba a dejar de ser un vampiro. Lo que teníamos se podía calificar perfectamente como una relación destructiva.
- Dime una cosa... - comencé, con cuidado, sin apartar la mirada de la manzana que tenía en mis manos - ¿Qué harías si me vieras matando a un vampiro? Me refiero a alguno que tú conozcas, o a alguno que tengas aprecio. Es como ver a tu... ¿pareja? - pregunté frunciendo el labio sin encontrar una palabra para definirnos - matando a tu vecino, a tu amigo, a tu conocido... Es raro. Es lo mismo que si yo te viera comiéndote al carnicero, al frutero, a un amigo, a cualquier persona. - le miré a los ojos - ¿No será un poco extraño vernos haciendo nuestro trabajo? Es igual que si algún cazador o algún vampiro nos ve en tu casa juntos, ¿crees que no "denunciarían" o algo? - aquello ultimo era exagerar un poco, denuncié, no es que los cazadores tuviéramos un tipo de policía para aquellos casos, pero Kvothe era un condenado, ¿y si la Inquisición se enteraba de esto? No confiaba mucho en que ambos saliéramos muy bien parados si eso ocurriera.
Le miro preocupada, no quería que por mi culpa Kvothe saliera herido, sabía que a los vampiros les daba un poco bastante igual lo que otros de su misma raza hicieran, incluso yo conocía casos de vampiros que se habían enamorado de humanos y habían vivido con ellos como una pareja normal, pero en cuanto un grupo de cazadores se enteró, quemó la casa donde aquel vampiro y la humana vivían. ¿Y si se enteraban de que había pasado la noche con Kvothe? ¿que me iba besando con él por las esquinas?
Fue como si toda la felicidad, y la sensación de que mi vida era perfecta, que había sentido horas antes fuera reemplazada por las sensaciones de duda y miedo.
Estiré el brazo y agarré su mano, tirando de él, acercándolo a mí. Rodeé sus caderas con mis piernas y entrelacé mis manos en su nuca, apoyando mi frente con la suya y suspirando.
- ¿Qué vamos a hacer? - susurré, intentando que la sensación de duda sobre todo aquello que habíamos empezado no se me notara en la voz.
"Y si decidís estar juntos, ¿qué pasará dentro de treinta años? ¿te seguirá queriendo cuando tengas arrugas y tu pelo se quede sin brillo? ¿te querrá cuando estés en una cama sin poder moverte, consumiéndote? ¿y tú le querrás cuando le veas alimentándose y matando a alguien? ¿le seguirás queriendo cuando quieras tener hijos y te des cuenta de que no podéis?...
Le seguí andando detrás suyo mientras me guiaba hacia la cocina. Aún era incapaz de asimilar el hecho de estar en casa de un vampiro, medio desnuda y bromeando sobre darle clases de lucha personal. ¿En qué te has convertido Vianna?
- Realmente dudo que los vampiros podáis cocinar - dije cruzándome de brazos, picandole.
Sonreí cuando llegamos a la cocina y dejé que el se pusiera a cocinar, mirándole con gran curiosidad. Jamás en mi vida imaginé que vería a un vampiro cocinar comida humana.
Me senté sobre la encimera, cogiendo una manzana de un bol de fruta que había sobre ella, jugando con la pieza de fruta en mis manos. Fruncí el ceño mientras pensaba que debía hablar con Kvothe, debíamos aclarar en qué punto nos encontrábamos, a dónde queríamos ir, y lo más importante, qué papel seguiríamos teniendo. Quería a Kvothe, o eso pensaba que sentía, pero no iba a dejar de ser una cazadora, igual que él no iba a dejar de ser un vampiro. Lo que teníamos se podía calificar perfectamente como una relación destructiva.
- Dime una cosa... - comencé, con cuidado, sin apartar la mirada de la manzana que tenía en mis manos - ¿Qué harías si me vieras matando a un vampiro? Me refiero a alguno que tú conozcas, o a alguno que tengas aprecio. Es como ver a tu... ¿pareja? - pregunté frunciendo el labio sin encontrar una palabra para definirnos - matando a tu vecino, a tu amigo, a tu conocido... Es raro. Es lo mismo que si yo te viera comiéndote al carnicero, al frutero, a un amigo, a cualquier persona. - le miré a los ojos - ¿No será un poco extraño vernos haciendo nuestro trabajo? Es igual que si algún cazador o algún vampiro nos ve en tu casa juntos, ¿crees que no "denunciarían" o algo? - aquello ultimo era exagerar un poco, denuncié, no es que los cazadores tuviéramos un tipo de policía para aquellos casos, pero Kvothe era un condenado, ¿y si la Inquisición se enteraba de esto? No confiaba mucho en que ambos saliéramos muy bien parados si eso ocurriera.
Le miro preocupada, no quería que por mi culpa Kvothe saliera herido, sabía que a los vampiros les daba un poco bastante igual lo que otros de su misma raza hicieran, incluso yo conocía casos de vampiros que se habían enamorado de humanos y habían vivido con ellos como una pareja normal, pero en cuanto un grupo de cazadores se enteró, quemó la casa donde aquel vampiro y la humana vivían. ¿Y si se enteraban de que había pasado la noche con Kvothe? ¿que me iba besando con él por las esquinas?
Fue como si toda la felicidad, y la sensación de que mi vida era perfecta, que había sentido horas antes fuera reemplazada por las sensaciones de duda y miedo.
Estiré el brazo y agarré su mano, tirando de él, acercándolo a mí. Rodeé sus caderas con mis piernas y entrelacé mis manos en su nuca, apoyando mi frente con la suya y suspirando.
- ¿Qué vamos a hacer? - susurré, intentando que la sensación de duda sobre todo aquello que habíamos empezado no se me notara en la voz.
"Y si decidís estar juntos, ¿qué pasará dentro de treinta años? ¿te seguirá queriendo cuando tengas arrugas y tu pelo se quede sin brillo? ¿te querrá cuando estés en una cama sin poder moverte, consumiéndote? ¿y tú le querrás cuando le veas alimentándose y matando a alguien? ¿le seguirás queriendo cuando quieras tener hijos y te des cuenta de que no podéis?...
Vianna Wilde- Cazador Clase Media
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Re: I'm not going anywhere [Priv. Vianna Wilde] [+18]
Reí la ocurrencia mientras bajábamos las escaleras y nos conducía a ambos hacia la cocina, que no estaba lejos. Era por donde habíamos entrado en algún momento hacía... ¿Hacía cuanto? No tenía ni idea. Y, por alguna razón, mis ojos no se topaban con ningún reloj. Quizá era mejor así. Además, un reloj no iba a servir de nada al ignorar el tiempo que había pasado. ¿Minutos? ¿Horas? ¿Días? Lo más probable era que se tratase de lo segundo; si hubieran pasado días, Vianna estaría muriéndose, literalmente, de hambre.
Y yo de sed.
- Espera y verás -reté; lo cierto era que mis habilidades culinarias dejaban bastante que desear, pero me había surgido aquella faceta de querer sorprender. Quién sabe, igual me salía algo increíble sin verlo venir, y podría vanagloriarme.
En caso contrario, siempre nos quedaría la carcajada conjunta a costa de mis nefastas habilidades gastronómicas. A fin de cuentas, ¿qué gana un vampiro sabiendo cocinar? No me hacía ningún daño comer alimentos, desde luego, pero eso no significaba que saciaran mi apetito. Si entendéis a lo que me refiero.
Me quedé pensando un momento antes de ponerme manos a la obra, y me giré hacia ella.
- Hmm. ¿Qué se supone que quieres? ¿Desayuno? ¿Almuerzo? ¿Cena, tal vez? -eché una ojeada por la ventana; por lo visto, era de noche. ¿La misma en la que nos habíamos conocido? ¿O tal vez la siguiente? Era difícil saberlo.
De todos modos, poco tardó la conversación en vagar más allá de algo tan sencillo como el cocinar: la situación que nos ocupaba, cuyas preocupaciones se tornaban más reales a cada instante. Rememoré las pocas palabras que habíamos intercambiado desde que la encontré en mi estudio, y pensé en aquellos comentarios con tanta clave de "traer mis cosas a tu casa". ¿Qué implicaba, realmente, todo aquello? ¿Hasta qué punto convenía dar o no dar según qué pasos?
La contemplé unos instantes cuando me agarró, cediendo a ello y abrazándola, sintiendo cómo me rodeaba. Hundí el rostro en su cuello, dejándome embriagar por ese aroma que tanto me descontrolaba. Respiré, como bebiendo de él en profundidad, antes de volver a mirarla a los ojos y apoyar mi frente contra la suya.
- Qué deberíamos hacer... No lo sé, Vianna. No tengo respuesta. Podríamos simplemente seguir hacia delante y los acontecimientos dirán, pero... -medité unos instantes todo lo que había dicho, paseando mis dedos aquí y allá, juguetones, sobresaltándose ligeramente al toparse con la piel de sus piernas desnudas-. Bueno, primero de todo, no se me viene a la cabeza, ahora mismo, ningún vampiro que pudiera ser objetivo tuyo por el que sienta aprecio. Lo siento por muy pocos, en realidad, y hasta donde sé ninguno ha pisado esta ciudad, o lo han hecho pocas veces. ¿Si lo hicieras? Bueno... Es tu trabajo. Y, a fin de cuentas, en cierto modo, también es el mío. Soy un Condenado, ¿recuerdas? -pasé el dedo índice bajo su mentón, haciéndola mirarme a los ojos, buscando tranquilizarla. Lo cierto es que aquella situación, mirada del modo en que ella lo planteaba, se mostraba un tanto inquietante, como mínimo. Pero todo dependía del color del cristal con que se mirase-. No habrá vampiro que mates que influya en mi opinión sobre ti. Y en cuanto a la parte que me toca... Siempre puedo resignarme a los pobres vagabundos que deambulan por las afueras. Acabar con su sufrimiento, ya sabes -bromeé, esperando que no se lo tomara a malas.
¿Qué os parece? Después de cinco mil años, al final sí me importaba lo que alguien pudiera pensar de mí. Pasé de nuevo mis brazos en torno a ella y la besé, con suavidad. ¿Qué tenían aquellos labios para que me hicieran preguntarme cómo había sobrevivido tanto sin probarlos?
Y yo de sed.
- Espera y verás -reté; lo cierto era que mis habilidades culinarias dejaban bastante que desear, pero me había surgido aquella faceta de querer sorprender. Quién sabe, igual me salía algo increíble sin verlo venir, y podría vanagloriarme.
En caso contrario, siempre nos quedaría la carcajada conjunta a costa de mis nefastas habilidades gastronómicas. A fin de cuentas, ¿qué gana un vampiro sabiendo cocinar? No me hacía ningún daño comer alimentos, desde luego, pero eso no significaba que saciaran mi apetito. Si entendéis a lo que me refiero.
Me quedé pensando un momento antes de ponerme manos a la obra, y me giré hacia ella.
- Hmm. ¿Qué se supone que quieres? ¿Desayuno? ¿Almuerzo? ¿Cena, tal vez? -eché una ojeada por la ventana; por lo visto, era de noche. ¿La misma en la que nos habíamos conocido? ¿O tal vez la siguiente? Era difícil saberlo.
De todos modos, poco tardó la conversación en vagar más allá de algo tan sencillo como el cocinar: la situación que nos ocupaba, cuyas preocupaciones se tornaban más reales a cada instante. Rememoré las pocas palabras que habíamos intercambiado desde que la encontré en mi estudio, y pensé en aquellos comentarios con tanta clave de "traer mis cosas a tu casa". ¿Qué implicaba, realmente, todo aquello? ¿Hasta qué punto convenía dar o no dar según qué pasos?
La contemplé unos instantes cuando me agarró, cediendo a ello y abrazándola, sintiendo cómo me rodeaba. Hundí el rostro en su cuello, dejándome embriagar por ese aroma que tanto me descontrolaba. Respiré, como bebiendo de él en profundidad, antes de volver a mirarla a los ojos y apoyar mi frente contra la suya.
- Qué deberíamos hacer... No lo sé, Vianna. No tengo respuesta. Podríamos simplemente seguir hacia delante y los acontecimientos dirán, pero... -medité unos instantes todo lo que había dicho, paseando mis dedos aquí y allá, juguetones, sobresaltándose ligeramente al toparse con la piel de sus piernas desnudas-. Bueno, primero de todo, no se me viene a la cabeza, ahora mismo, ningún vampiro que pudiera ser objetivo tuyo por el que sienta aprecio. Lo siento por muy pocos, en realidad, y hasta donde sé ninguno ha pisado esta ciudad, o lo han hecho pocas veces. ¿Si lo hicieras? Bueno... Es tu trabajo. Y, a fin de cuentas, en cierto modo, también es el mío. Soy un Condenado, ¿recuerdas? -pasé el dedo índice bajo su mentón, haciéndola mirarme a los ojos, buscando tranquilizarla. Lo cierto es que aquella situación, mirada del modo en que ella lo planteaba, se mostraba un tanto inquietante, como mínimo. Pero todo dependía del color del cristal con que se mirase-. No habrá vampiro que mates que influya en mi opinión sobre ti. Y en cuanto a la parte que me toca... Siempre puedo resignarme a los pobres vagabundos que deambulan por las afueras. Acabar con su sufrimiento, ya sabes -bromeé, esperando que no se lo tomara a malas.
¿Qué os parece? Después de cinco mil años, al final sí me importaba lo que alguien pudiera pensar de mí. Pasé de nuevo mis brazos en torno a ella y la besé, con suavidad. ¿Qué tenían aquellos labios para que me hicieran preguntarme cómo había sobrevivido tanto sin probarlos?
Kvothe du Roux- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: I'm not going anywhere [Priv. Vianna Wilde] [+18]
"Seguir adelante..." aquello sonaba tan fácil, y seguramente para Kvothe lo era, cinco mil años de eternidad deben cambiar tu visión del tiempo radicalmente. Pero para mí no era así ni muchos menos, el estar al lado de Kvothe incluso me hacía ver que el tiempo pasaba más deprisa, como si mi vida fuera un reloj de arena al que le han agrandado el agujero por donde pasan los granos. Y también estaba la parte de llevar una relación... si eso era lo que teníamos, yo jamás había estado con nadie, nunca nadie había mostrado por mí cualquier tipo de atracción o afecto. Vale, sabía que era guapa, mi pelo rojo atraía muchas miradas, y no me pasaban desapercibidas miradas de algunos hombres cuando pasaba por su lado, pero eran eso, miradas, no besos, abrazos, sexo... las cosas que estaba teniendo con Kvothe. No podía evitar sentirme tan nerviosa, dudar de todo.
Me tranquilizó que me dijera que sus pensamientos sobre mí no cambiarían, al margen de lo que pudiera hacer como cazadora. Pero eso me planteaba el tema al revés, ¿sería yo capaz de mantener mis sentimientos hacia él cuando le viera alimentarse de alguien?... quería creer que sí.
Golpeé suavemente su brazo, sonriendo a medias, cuando dijo lo de los vagabundos - Sigo ganándote en la pelea cuerpo a cuerpo, ¿recuerdas? - le besé, abrazándome a él con fuerza, dejando que mi cuerpo encajara en el suyo con total naturalidad, como si hubieran sido creados para ello. Mi corazón empezó a latir más fuerte y mis manos se deslizaron por su pecho, perdiéndose en las líneas de su cuerpo.
El rugido de mi tripa me sacó de aquel sueño, devolviéndome al mundo real, recordando que aunque ahora todo mi cuerpo deseara a un vampiro yo seguía siendo humana, y eso implicaba el tema de la alimentación.
Reí con suavidad, apartándome de él y bajando de la encimera - Tengo algo de frío - comenté abrazando mi propio cuerpo, la conversación que acabábamos de tener me había dejado algo helada - Iré a ponerme algo de ropa. Tú intenta no hacerte daño, la cocina no es algo que te debas tomar a la ligera, he visto a grandes vampiros sucumbir ante los fogones - bromeé guiñándole un ojo antes de darme la vuelta y correr escaleras arriba.
Recorrí el camino de vuelta hasta la habitación, pero al ir a entrar me di cuenta de otra habitación que había a la izquierda de la nuestra, una habitación que se me había olvidado revisar en mi ataque de curiosidad cuando desperté horas antes.
Mordiendo mi labio, pensando que no debería ser tan curiosa, entré en aquella habitación. Era un cuarto igual que todos los demás, con la decoración igual o muy parecida. Abrí los cajones, todos vacíos, antes de acercarme al armario. Al abrirlo me encontré varios vestidos de mujer, todos de telas realmente caras, de encajes preciosos, con escotes muy atrevidos... Fruncí el ceño, ¿Kvothe los guardaba allí para sus visitas femeninas? pero según él no solía tener visitas.
Cogí uno de los vestidos, uno de un brillante tono blanco, con adornos en colores dorados, y lo coloqué sobre mi cuerpo, comparando las medidas. No, realmente aquellos vestidos estaban hechos para una mujer espectacular. Me sobraba tela de muchos lugares, las caderas, el pecho, e incluso me iba largo. Dejé el vestido con un suspiro de frustración.
- Estúpidas mujeres con sus estúpidas curvas y sus estúpidos pechos enormes - mientras dejaba el vestido de nuevo en su lugar con un gesto de resignación, mirando de nuevo mi cuerpo, colocando las manos en mi cintura, oprimiéndola para intentar hacer parecer mis caderas más anchas, aguantando la respiración, pero al no ver cambio en ellas saqué el aire haciendo una pedorreta, cabreada. ¿Por qué tenía que ser como una rama de árbol?
Me tranquilizó que me dijera que sus pensamientos sobre mí no cambiarían, al margen de lo que pudiera hacer como cazadora. Pero eso me planteaba el tema al revés, ¿sería yo capaz de mantener mis sentimientos hacia él cuando le viera alimentarse de alguien?... quería creer que sí.
Golpeé suavemente su brazo, sonriendo a medias, cuando dijo lo de los vagabundos - Sigo ganándote en la pelea cuerpo a cuerpo, ¿recuerdas? - le besé, abrazándome a él con fuerza, dejando que mi cuerpo encajara en el suyo con total naturalidad, como si hubieran sido creados para ello. Mi corazón empezó a latir más fuerte y mis manos se deslizaron por su pecho, perdiéndose en las líneas de su cuerpo.
El rugido de mi tripa me sacó de aquel sueño, devolviéndome al mundo real, recordando que aunque ahora todo mi cuerpo deseara a un vampiro yo seguía siendo humana, y eso implicaba el tema de la alimentación.
Reí con suavidad, apartándome de él y bajando de la encimera - Tengo algo de frío - comenté abrazando mi propio cuerpo, la conversación que acabábamos de tener me había dejado algo helada - Iré a ponerme algo de ropa. Tú intenta no hacerte daño, la cocina no es algo que te debas tomar a la ligera, he visto a grandes vampiros sucumbir ante los fogones - bromeé guiñándole un ojo antes de darme la vuelta y correr escaleras arriba.
Recorrí el camino de vuelta hasta la habitación, pero al ir a entrar me di cuenta de otra habitación que había a la izquierda de la nuestra, una habitación que se me había olvidado revisar en mi ataque de curiosidad cuando desperté horas antes.
Mordiendo mi labio, pensando que no debería ser tan curiosa, entré en aquella habitación. Era un cuarto igual que todos los demás, con la decoración igual o muy parecida. Abrí los cajones, todos vacíos, antes de acercarme al armario. Al abrirlo me encontré varios vestidos de mujer, todos de telas realmente caras, de encajes preciosos, con escotes muy atrevidos... Fruncí el ceño, ¿Kvothe los guardaba allí para sus visitas femeninas? pero según él no solía tener visitas.
Cogí uno de los vestidos, uno de un brillante tono blanco, con adornos en colores dorados, y lo coloqué sobre mi cuerpo, comparando las medidas. No, realmente aquellos vestidos estaban hechos para una mujer espectacular. Me sobraba tela de muchos lugares, las caderas, el pecho, e incluso me iba largo. Dejé el vestido con un suspiro de frustración.
- Estúpidas mujeres con sus estúpidas curvas y sus estúpidos pechos enormes - mientras dejaba el vestido de nuevo en su lugar con un gesto de resignación, mirando de nuevo mi cuerpo, colocando las manos en mi cintura, oprimiéndola para intentar hacer parecer mis caderas más anchas, aguantando la respiración, pero al no ver cambio en ellas saqué el aire haciendo una pedorreta, cabreada. ¿Por qué tenía que ser como una rama de árbol?
Vianna Wilde- Cazador Clase Media
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Re: I'm not going anywhere [Priv. Vianna Wilde] [+18]
- ¡Eh! Que tengas más entrenamiento no significa necesariamente que me ganes, te recuerdo que los vampiros os superamos en cuanto a fuerza física y recuperación. Podrías salir mal parada -bromeé, acompañando el momento de una contradicción a mis palabras tan sencilla como la que supuso quejarme de ese golpe en el hombro y hacer como que me frotaba el brazo.
Disfruté de aquel beso como un niño de su caramelo favorito, sintiendo cómo nos amoldábamos el uno al otro, cómo nuestros cuerpos parecían reacios a separarse, a dejar correr el aire entre ambos. Cuando mencionó el frío se me pasaron por la cabeza unas cuantas formas de quitárselo de encima, pero supuse que no era momento para eso. Aún había cosas de que hablar, un almuerzo que intentar prepararle, y ella parecía muy decidida a querer ponerse algo de ropa. Solté una carcajada y le lancé un beso por el aire.
- Trataré de no ser más que otro en tu lista, entonces -bromeé, dejando en el aire ese posible doble sentido y siguiéndola con la mirada según salía de la cocina-. ¡Te aviso cuando esté! Si no me lo cargo todo, claro.
Una vez solo, me rasqué la cabeza. Hmm... ¿Qué podía preparar? Sí, aunque no lo creáis, tenía cosas para cocinar. Todo un banquete, incluso, si estuviera dispuesto y tuviese habilidad para ello, que no era el caso. A fin de cuentas, todas las semanas pasaba por la calle un hombre que vendía toda clase de artículos alimenticios. Los vampiros de la zona solían comprarle algo de vez en cuando para mantener a sus sirvientes humanos, y yo lo hacía por... Precaución, digamos. Nunca se sabía cuándo te podían hacer una visita alguno de tus mandamases de la Inquisición; aunque no les dijera dónde vivían, las personas con recursos existían, y cualquiera podría haberme seguido hasta mi puerta alguna noche.
Repasé mentalmente lo que los humanos solían tomar después de levantarse. ¿Cómo llamaban a eso? ¿Brunch? ¿Y qué llevaba? Huevos. Empezaría por ahí. Mientras iba calentando agua y cogiendo cosas aquí y allí, sentí un ligero pinchazo en la nuca, que no acababa de remitir. Una incomodidad que venía de mi mente; la presión cada vez mayor que me provocaba el conocimiento de causa de que, en algún momento, tendría que hablarle a Vianna de ella.
'Ella'.
Sacudí la cabeza, concentrándome en lo que estaba haciendo. Huevos. ¿Qué más? ¿Patatas? ¿Alubias? No tenía alubias. ¿Pan? No, el pan estaba reseco, llevaba ahí una semana. Lo tiré sin hacer preguntas y seguí buscando. Cocí los huevos y no se me quemaron, todo un logro. ¿Por qué la gente se complicaba tanto para comer? En ese aspecto, ser un vampiro era mucho más fácil. Mordías y ya estaba.
Suspiré y, al cabo de un rato, lo dividí todo en dos platos. Sí, yo también comería algo, qué menos. Sabía lo suficiente de los humanos -que no poco, exactamente, en realidad- como para entender lo incómodo que les resultaba comer si estaban interactuando con alguien que no lo hacía. Examiné el contenido de su plato. Dos huevos cocidos, alubias un tanto pasadas, salchichas quemadas por uno de los lados, patatas cocidas también a las que había olvidado quitar la piel, dos hogazas de pan de... De... Bueno, del día en cuya noche la conocí, y una taza de leche caliente. ¿Pegaba ahí la taza de leche? Oh, y yo qué iba a saber. Al menos su plato tenía mejor pinta que el mío.
- ¡Esto ya está, ven! Si crees que tu estómago podrá aguantarlo... -terminé, algo más para mí, pero en voz quizá demasiado alta. Me apoyé en la encimera, a la espera, meditabundo, sin percatarme de la sonrisa boba que se me había pintado en la cara. ¿Era posible que Vianna me estuviera impregnando de esa felicidad que consideraba inexistente o, al menos, inalcanzable para un vampiro?
Disfruté de aquel beso como un niño de su caramelo favorito, sintiendo cómo nos amoldábamos el uno al otro, cómo nuestros cuerpos parecían reacios a separarse, a dejar correr el aire entre ambos. Cuando mencionó el frío se me pasaron por la cabeza unas cuantas formas de quitárselo de encima, pero supuse que no era momento para eso. Aún había cosas de que hablar, un almuerzo que intentar prepararle, y ella parecía muy decidida a querer ponerse algo de ropa. Solté una carcajada y le lancé un beso por el aire.
- Trataré de no ser más que otro en tu lista, entonces -bromeé, dejando en el aire ese posible doble sentido y siguiéndola con la mirada según salía de la cocina-. ¡Te aviso cuando esté! Si no me lo cargo todo, claro.
Una vez solo, me rasqué la cabeza. Hmm... ¿Qué podía preparar? Sí, aunque no lo creáis, tenía cosas para cocinar. Todo un banquete, incluso, si estuviera dispuesto y tuviese habilidad para ello, que no era el caso. A fin de cuentas, todas las semanas pasaba por la calle un hombre que vendía toda clase de artículos alimenticios. Los vampiros de la zona solían comprarle algo de vez en cuando para mantener a sus sirvientes humanos, y yo lo hacía por... Precaución, digamos. Nunca se sabía cuándo te podían hacer una visita alguno de tus mandamases de la Inquisición; aunque no les dijera dónde vivían, las personas con recursos existían, y cualquiera podría haberme seguido hasta mi puerta alguna noche.
Repasé mentalmente lo que los humanos solían tomar después de levantarse. ¿Cómo llamaban a eso? ¿Brunch? ¿Y qué llevaba? Huevos. Empezaría por ahí. Mientras iba calentando agua y cogiendo cosas aquí y allí, sentí un ligero pinchazo en la nuca, que no acababa de remitir. Una incomodidad que venía de mi mente; la presión cada vez mayor que me provocaba el conocimiento de causa de que, en algún momento, tendría que hablarle a Vianna de ella.
'Ella'.
Sacudí la cabeza, concentrándome en lo que estaba haciendo. Huevos. ¿Qué más? ¿Patatas? ¿Alubias? No tenía alubias. ¿Pan? No, el pan estaba reseco, llevaba ahí una semana. Lo tiré sin hacer preguntas y seguí buscando. Cocí los huevos y no se me quemaron, todo un logro. ¿Por qué la gente se complicaba tanto para comer? En ese aspecto, ser un vampiro era mucho más fácil. Mordías y ya estaba.
Suspiré y, al cabo de un rato, lo dividí todo en dos platos. Sí, yo también comería algo, qué menos. Sabía lo suficiente de los humanos -que no poco, exactamente, en realidad- como para entender lo incómodo que les resultaba comer si estaban interactuando con alguien que no lo hacía. Examiné el contenido de su plato. Dos huevos cocidos, alubias un tanto pasadas, salchichas quemadas por uno de los lados, patatas cocidas también a las que había olvidado quitar la piel, dos hogazas de pan de... De... Bueno, del día en cuya noche la conocí, y una taza de leche caliente. ¿Pegaba ahí la taza de leche? Oh, y yo qué iba a saber. Al menos su plato tenía mejor pinta que el mío.
- ¡Esto ya está, ven! Si crees que tu estómago podrá aguantarlo... -terminé, algo más para mí, pero en voz quizá demasiado alta. Me apoyé en la encimera, a la espera, meditabundo, sin percatarme de la sonrisa boba que se me había pintado en la cara. ¿Era posible que Vianna me estuviera impregnando de esa felicidad que consideraba inexistente o, al menos, inalcanzable para un vampiro?
Kvothe du Roux- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/12/2013
Re: I'm not going anywhere [Priv. Vianna Wilde] [+18]
Cuando llegué a nuestra habitación al ver la cama deshecha no pude evitar sonrojarme, ¿de verdad estaba todo aquello pasando?.
Busqué el vestido con el que había venido a casa de Kvothe y lo encontré en un rincón de la habitación, hecho un ovillo en el suelo. Lo cogí y puse una mueca al ver lo destrozado que estaba, todo lleno de barro y con rasguños. No podía ponerme aquello.
Encontré los pantalones de Kvothe en el suelo y, al no tener nada mejor, me los puse. Total, ya llevaba su camisa puesta. Amarré bien los pantalones a mi cintura con un cinturón de los albornoces y bajé de nuevo las escaleras, mientras me hacía una coleta alta con mi pelo.
Cuando llegaba a la cocina escuché a Kvothe llamarme y decir aquello sobre el aguante de mi estómago - ¡Te he oído! - exclamé riendo. Tampoco creía que lo hubiera hecho tan mal, podías saber no cocinar, ¿pero quién no sabía hacer un simple vaso de leche con algo que acompañar?
- ¿¡Qué tal estoy!? - pregunté entrando de golpe a la cocina, poniendo una mano en mi cadera y estirando el otro brazo hacia arriba, dando una vuelta sobre mí misma, mostrando la ridícula vestimenta que llevaba y lo grande que me quedaba su ropa, pero me daba igual, aquella ropa olía a él.
Caminé hacia la mesa donde estaba ya la comida preparada, notando como la coleta que recogía mi pelo daba golpecitos contra mi nuca cada vez que me movía.
- C'est magnifique! - exclamé juntando mis manos. La verdad es que en aquel momento tenía tanta hambre que me hubiera comido cualquier cosa, estuviera bien hecha o no.
Empecé comiendo las patatas y en seguida terminé con más de la mitad del plato, sin tener intención de ocultar lo más mínimo mi gran apetito.
"Deberías comportarte como una señorita, y mírate. ¿Así cómo esperas estar a la altura de todas las mujeres que ha conocido Kvothe a lo largo de cinco mil años?"
- Dime - hablé después de beber un trago de leche - ¿cómo es eso de tener cinco mil años? - pregunté, intentando dar algo de conversación. Pensé en hablar sobre el tema de los vestidos, pero decidí dejarlo para más adelante - Quiero decir, cinco mil años dan para hacer de todo, ver de todo, probar de todo... ¿realmente existe algo en cada época que consiga sorprenderte? - pregunté sin maldad, simplemente con curiosidad, queriendo entender la mentalidad de una persona que tiene la vida eterna, y que ha vivido tanto.
Por una parte la vida eterna debía ser algo maravilloso, tenías tiempo para hacerlo todo, pero aquel "todo" no era infinito, o realmente yo no creía que lo fuera, por lo que en algún momento la vida dejaría de sorprenderte, todo lo que pasara ya sería algo conocido para tí, y la eternidad se volvería algo monótono, aburrido. ¿Cómo era que Kvothe había vivido tanto y no se le notara ese cansancio de la vida?
Busqué el vestido con el que había venido a casa de Kvothe y lo encontré en un rincón de la habitación, hecho un ovillo en el suelo. Lo cogí y puse una mueca al ver lo destrozado que estaba, todo lleno de barro y con rasguños. No podía ponerme aquello.
Encontré los pantalones de Kvothe en el suelo y, al no tener nada mejor, me los puse. Total, ya llevaba su camisa puesta. Amarré bien los pantalones a mi cintura con un cinturón de los albornoces y bajé de nuevo las escaleras, mientras me hacía una coleta alta con mi pelo.
Cuando llegaba a la cocina escuché a Kvothe llamarme y decir aquello sobre el aguante de mi estómago - ¡Te he oído! - exclamé riendo. Tampoco creía que lo hubiera hecho tan mal, podías saber no cocinar, ¿pero quién no sabía hacer un simple vaso de leche con algo que acompañar?
- ¿¡Qué tal estoy!? - pregunté entrando de golpe a la cocina, poniendo una mano en mi cadera y estirando el otro brazo hacia arriba, dando una vuelta sobre mí misma, mostrando la ridícula vestimenta que llevaba y lo grande que me quedaba su ropa, pero me daba igual, aquella ropa olía a él.
Caminé hacia la mesa donde estaba ya la comida preparada, notando como la coleta que recogía mi pelo daba golpecitos contra mi nuca cada vez que me movía.
- C'est magnifique! - exclamé juntando mis manos. La verdad es que en aquel momento tenía tanta hambre que me hubiera comido cualquier cosa, estuviera bien hecha o no.
Empecé comiendo las patatas y en seguida terminé con más de la mitad del plato, sin tener intención de ocultar lo más mínimo mi gran apetito.
"Deberías comportarte como una señorita, y mírate. ¿Así cómo esperas estar a la altura de todas las mujeres que ha conocido Kvothe a lo largo de cinco mil años?"
- Dime - hablé después de beber un trago de leche - ¿cómo es eso de tener cinco mil años? - pregunté, intentando dar algo de conversación. Pensé en hablar sobre el tema de los vestidos, pero decidí dejarlo para más adelante - Quiero decir, cinco mil años dan para hacer de todo, ver de todo, probar de todo... ¿realmente existe algo en cada época que consiga sorprenderte? - pregunté sin maldad, simplemente con curiosidad, queriendo entender la mentalidad de una persona que tiene la vida eterna, y que ha vivido tanto.
Por una parte la vida eterna debía ser algo maravilloso, tenías tiempo para hacerlo todo, pero aquel "todo" no era infinito, o realmente yo no creía que lo fuera, por lo que en algún momento la vida dejaría de sorprenderte, todo lo que pasara ya sería algo conocido para tí, y la eternidad se volvería algo monótono, aburrido. ¿Cómo era que Kvothe había vivido tanto y no se le notara ese cansancio de la vida?
Vianna Wilde- Cazador Clase Media
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