AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Hora de ponerse en marcha [Zirano]
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Hora de ponerse en marcha [Zirano]
Deperté en la cama de la taberna. Había descansado bien, pero me sentía incómodo por dentro. El tipo de incomodidad que sientes cuando sabes que tienes que hacer algo importante pero aún no lo has hecho. Durante estos días en París como vampiro independiente había tenido tiempo para divertirme y conocer a la gente del lugar, pero nada más. No había movido un dedo para cumplir la promesa que le hice a Benoît. No había empezado a luchar contra la Santa Inquisición. Casi podía oír la voz de mi amigo Benoît en mi cabeza, diciéndome Venga, Alexalmo. Cada día que pasas haciendo el vago es un día en que la Inquisición puede arrestar a cualquier no-humano libremente para torturarlo y asesinarlo por placer. O quemando a chicas jóvenes en una hoguera pública por haber cometido brujería. Otra voz, algo más joven, también resonaba en mi cabeza. Era la de Lázaro, mi mejor amigo, que me decía ¿Qué pasa, eh? ¿Tan divertida es Francia que has olvidado lo mucho que sufriste en España? ¿Acaso ya has perdonado a la Inquisición por lo que nos hizo a todos? ¿Ya no estás enfadado por la ejecución pública de Hilda?
- No... No es eso... Lo siento. Lo siento mucho. Esta noche empezaré. Esta noche me pondré en marcha, lo juro. Quiero hacerlo, pero es que... - dije, respondiendo a las voces de mi cabeza. No quería admitirlo, pero no era por pereza, diversión o despiste por lo que no había empezado a luchar aún - ... es que tengo miedo.
Pero las voces no respondieron.
Basta de excusas. Que empiece a correr la sangre de los asesinos.
Me levanté de golpe de la cama, me vestí y salí de la taberna, sintiendo un fuego de ira insaciable en mi interior, deseando combatir. Además, no me había alimentado en un tiempo, lo cual me daba incluso más ganas de luchar, gracias a mi sed de sangre natural. Empecé a caminar por las calles a paso rápido, sintiendo la adrenalina correr por mis venas y pensando lo que les haría cuando los tuviera delante. Los buscaría, donde quisiera que estuviesen y los mataría a todos. Uno a uno. Los torturaría con las mismas armas que ellos habían diseñado, los quemaría en público como a ellos tanto les encantaba hacer. Los pasaría a todos a cuchillo, da igual dónde se escondieran. Los encontraría sea donde sea. Los buscaría por todas partes. Los buscaría...
¿Y exactamente cómo coño voy a buscarlos?, pensé. Tan deseoso estaba de derramar sangre que no sabía ni por dónde empezar. No podía entrar de buenas a primeras en una catedral y matarlos a todos sin más. No eran tan débiles. Y ni siquiera sabía dónde buscarlos fuera de su base. No es que pudiera ir puerta por puerta preguntando "Hola, ¿hay algún miembro de la Inquisición por aquí cerca al que pueda matar?".
Dejé de caminar y me paré en seco. Maldije mi estupidez y mi mala suerte. Sabía que aunque tuviera las aptitudes para enfrentarme a alguno de ellos, no sabía ni por dónde empezar. Estaba completamente perdido.
Era evidente que yo sólo no iba a poder hacer nada.
- No... No es eso... Lo siento. Lo siento mucho. Esta noche empezaré. Esta noche me pondré en marcha, lo juro. Quiero hacerlo, pero es que... - dije, respondiendo a las voces de mi cabeza. No quería admitirlo, pero no era por pereza, diversión o despiste por lo que no había empezado a luchar aún - ... es que tengo miedo.
Pero las voces no respondieron.
Basta de excusas. Que empiece a correr la sangre de los asesinos.
Me levanté de golpe de la cama, me vestí y salí de la taberna, sintiendo un fuego de ira insaciable en mi interior, deseando combatir. Además, no me había alimentado en un tiempo, lo cual me daba incluso más ganas de luchar, gracias a mi sed de sangre natural. Empecé a caminar por las calles a paso rápido, sintiendo la adrenalina correr por mis venas y pensando lo que les haría cuando los tuviera delante. Los buscaría, donde quisiera que estuviesen y los mataría a todos. Uno a uno. Los torturaría con las mismas armas que ellos habían diseñado, los quemaría en público como a ellos tanto les encantaba hacer. Los pasaría a todos a cuchillo, da igual dónde se escondieran. Los encontraría sea donde sea. Los buscaría por todas partes. Los buscaría...
¿Y exactamente cómo coño voy a buscarlos?, pensé. Tan deseoso estaba de derramar sangre que no sabía ni por dónde empezar. No podía entrar de buenas a primeras en una catedral y matarlos a todos sin más. No eran tan débiles. Y ni siquiera sabía dónde buscarlos fuera de su base. No es que pudiera ir puerta por puerta preguntando "Hola, ¿hay algún miembro de la Inquisición por aquí cerca al que pueda matar?".
Dejé de caminar y me paré en seco. Maldije mi estupidez y mi mala suerte. Sabía que aunque tuviera las aptitudes para enfrentarme a alguno de ellos, no sabía ni por dónde empezar. Estaba completamente perdido.
Era evidente que yo sólo no iba a poder hacer nada.
Alexalmo- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 16/10/2013
Edad : 29
Localización : Visto por última vez en París. Si lo ve, avise en la comisaría más cercana, por favor.
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Re: Hora de ponerse en marcha [Zirano]
Como casi todas las noches, desde hace ya aproximadamente tres cuartos de siglo, me encuentro de patrulla por las calles de mi tan amada París. La temperatura es agradable y anima a pasear, los ciudadanos caminan tranquilos, muchos de ellos van paseando junto a sus perros, son de toda clase de razas y tamaños. Unos metros mas adelante hay un pequeño parque que la población usa como parque de animales.
Es una noche calmada, esta última semana ha sido demasiado tranquila, en el sentido de delincuencia, poco mas que unos pocos ladrones y por lo que parece esta noche no va a ser distinta. Paseo por la acera con las manos metidas en los bolsillos observando a toda la gente que pasa a mi alrededor.
Un hombre con un elegante traje pasa por mi lado, en su mirada puedo ver ansiedad y prisa. Unos metros por delante una chica de aspecto sucio y descuidado, con ropa sencilla y no destaca del resto de la gente, si no fuese por la cruz de oro que lleva colgada del cuello. Ella mientras se acerca a mi, me mira con curiosidad y desprecio. Le mantengo la mirada, esbozando una sonrisa ladina, como queriéndole decir que podía mirarme tanto como quisiera. Pero no le presto demasiada atención, ya que cuando nos crucemos, cada uno siguió por su lado sin mas.
Todo el mundo esta con sus cosas y como esperaba es una noche aburrida mas. Paro frente a un escaparte de una sastrería, hay un par de trajes expuestos, son de corte elegante, uno gris claro y el otro negro. Que lastima que no abran de noche, pienso para mi observando los trajes con una sonrisa de deseo. Pero esta cerrada y no me queda otra que solo mirarlos y quedarme con las ganas de tenerlos. Continuo mi camino dando un último vistazo al escaparate, los tengo que conseguir de alguna manera. Y veo el letrero de una taberna que hace tiempo que no visito. Sin pensármelo demasiado decido entrar y recordar viejos tiempos.
Por fuera todo parece como lo recordaba, hace cuarenta años o así que no visito el lugar, espero que el viejo tabernero no se acuerde de mi. Con una sonrisa abro la puerta y entro en su interior. De inmediato el ambiente que se respira es diferente, y todas las miradas se posan en mi. Todos los clientes van vestidos de la misma manera, una larga gabardina negra, con un traje blanco destacando bajo su chaqueta oscura y todos portan una espada en su cintura. Son cazadores o inquisidores, se reúnen aquí? Esta noche al parecer es así.
Hago como si las miradas clavadas en mi no me afectasen y camino decidido hacía la barra. El tabernero tendrá unos cuarenta años, el viejo habrá muerto? Tal vez, pero mejor así no sabrán mi condición. Me siento en un taburete, dado la espalda al resto de la taberna y miro al tabernero.
-Buenas lunas.- Saludo con educación. -Buenas lunas agente. ¿Que le sirvo?- Me pregunta mientras seca un vaso con un paño blanco de algodón. Miro las botellas que tiene tras de sí, observando que hay una gran variedad de licores, tras mirar unos instantes. -Un whisky con hielo por favor.- Le contesto y observo al hombre como lo prepara. Me doy cuenta que todos están en silencio y que siguen mirándome. El tabernero pone un vaso ancho sobre la barra y echa dos cubitos de hielo. -¿Y que le trae por este barrio mesieur?- Me pregunta con curiosidad. -Solo estoy de patrulla.- Digo directo, dando la impresión que no quiero hablar. Y escucho detrás de mi en una esquina, como tres tipos empiezan a cuchichear, uso mi oído agudizado para escuchar mejor.
-Si es él.- Dice uno de ellos. -Estas seguro? El padre Isidro lo anda buscando.- Dice el otro no estando seguro. -Calla, que nos puede escuchar. Y si es él, estuve cenando en la misma mesa con él.- Su comentario me sorprende, me están buscando. Maldición! -Bueno, cuando salga lo seguimos. ¿De acuerdo?- Dice trazando el plan, con un susurro casi inaudible.
El tabernero me sirve el whisky, tomo la copa, muevo el vaso en círculos, haciendo que el hielo gire y doy un trago. -¿Cuanto es monsieur?- Le pregunto, mientras doy un nuevo trago al whisky, con la intención de quedarme un buen rato, trazando algún plan. Son al menos doce. Lo tengo difícil.
Es una noche calmada, esta última semana ha sido demasiado tranquila, en el sentido de delincuencia, poco mas que unos pocos ladrones y por lo que parece esta noche no va a ser distinta. Paseo por la acera con las manos metidas en los bolsillos observando a toda la gente que pasa a mi alrededor.
Un hombre con un elegante traje pasa por mi lado, en su mirada puedo ver ansiedad y prisa. Unos metros por delante una chica de aspecto sucio y descuidado, con ropa sencilla y no destaca del resto de la gente, si no fuese por la cruz de oro que lleva colgada del cuello. Ella mientras se acerca a mi, me mira con curiosidad y desprecio. Le mantengo la mirada, esbozando una sonrisa ladina, como queriéndole decir que podía mirarme tanto como quisiera. Pero no le presto demasiada atención, ya que cuando nos crucemos, cada uno siguió por su lado sin mas.
Todo el mundo esta con sus cosas y como esperaba es una noche aburrida mas. Paro frente a un escaparte de una sastrería, hay un par de trajes expuestos, son de corte elegante, uno gris claro y el otro negro. Que lastima que no abran de noche, pienso para mi observando los trajes con una sonrisa de deseo. Pero esta cerrada y no me queda otra que solo mirarlos y quedarme con las ganas de tenerlos. Continuo mi camino dando un último vistazo al escaparate, los tengo que conseguir de alguna manera. Y veo el letrero de una taberna que hace tiempo que no visito. Sin pensármelo demasiado decido entrar y recordar viejos tiempos.
Por fuera todo parece como lo recordaba, hace cuarenta años o así que no visito el lugar, espero que el viejo tabernero no se acuerde de mi. Con una sonrisa abro la puerta y entro en su interior. De inmediato el ambiente que se respira es diferente, y todas las miradas se posan en mi. Todos los clientes van vestidos de la misma manera, una larga gabardina negra, con un traje blanco destacando bajo su chaqueta oscura y todos portan una espada en su cintura. Son cazadores o inquisidores, se reúnen aquí? Esta noche al parecer es así.
Hago como si las miradas clavadas en mi no me afectasen y camino decidido hacía la barra. El tabernero tendrá unos cuarenta años, el viejo habrá muerto? Tal vez, pero mejor así no sabrán mi condición. Me siento en un taburete, dado la espalda al resto de la taberna y miro al tabernero.
-Buenas lunas.- Saludo con educación. -Buenas lunas agente. ¿Que le sirvo?- Me pregunta mientras seca un vaso con un paño blanco de algodón. Miro las botellas que tiene tras de sí, observando que hay una gran variedad de licores, tras mirar unos instantes. -Un whisky con hielo por favor.- Le contesto y observo al hombre como lo prepara. Me doy cuenta que todos están en silencio y que siguen mirándome. El tabernero pone un vaso ancho sobre la barra y echa dos cubitos de hielo. -¿Y que le trae por este barrio mesieur?- Me pregunta con curiosidad. -Solo estoy de patrulla.- Digo directo, dando la impresión que no quiero hablar. Y escucho detrás de mi en una esquina, como tres tipos empiezan a cuchichear, uso mi oído agudizado para escuchar mejor.
-Si es él.- Dice uno de ellos. -Estas seguro? El padre Isidro lo anda buscando.- Dice el otro no estando seguro. -Calla, que nos puede escuchar. Y si es él, estuve cenando en la misma mesa con él.- Su comentario me sorprende, me están buscando. Maldición! -Bueno, cuando salga lo seguimos. ¿De acuerdo?- Dice trazando el plan, con un susurro casi inaudible.
El tabernero me sirve el whisky, tomo la copa, muevo el vaso en círculos, haciendo que el hielo gire y doy un trago. -¿Cuanto es monsieur?- Le pregunto, mientras doy un nuevo trago al whisky, con la intención de quedarme un buen rato, trazando algún plan. Son al menos doce. Lo tengo difícil.
Zirano Xanaddo- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 18/02/2013
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Re: Hora de ponerse en marcha [Zirano]
Estaba frustrado y enfadado. ¿Quién podría ayudarme a luchar contra la Inquisición? ¿Kurt? ¿Emilia? ¿Sakura? ¿Dieter? Eran buena gente, eso estaba claro, pero ¿podría pedirles que me ayudaran a destruir a la organización más poderosa y sanguinaria del mundo? No, eso sería abusar demasiado de su bondad.
Dí media vuelta y volví a la taberna de la que había salido caminando. Estaba varado, en un callejón sin salida, en punto muerto. Y no sabía cómo proseguir, a quién pedirle ayuda ni en quién confiar. Un vampiro joven de poder menor anónimo completamente solo en mitad de París. A este ritmo, sólo era cuestión de tiempo que algún miembro de la Inquisición racista o algún cazador psicópata me diera caza y muerte sólo por ser diferente, y nunca pudiera encontrar a Lázaro o cumplir mi promesa. Tenía que hacer algo cuanto antes, ¿pero qué?
Finalmente llegué a la taberna y entré. El camarero me miró con cierta inquietud, reconociéndome. Era normal que se sintiera alarmado, teniendo en cuenta que la noche anterior había usado el poder de la Persuasión contra él para conseguir bebida y alojamiento gratis. El pobre posadero no podía explicarse cómo lo convencí para que me atendiera gratis, pero eso era normal. Lo que yo era capaz de hacer escapaba a su entendimiento.
Había un grupo de gente con trajes negros y raros sentados y murmurando. No le quitaban el ojo de encima a un hombre que estaba sentado en la barra, y cuando me vieron entrar se mostraron alarmados y empezaron a murmurar con algo más de nerviosismo. Raritos.
Pero lo que más me llamaba la atención era el tipo previamente mencionado, sentado en la barra. Su aspecto no tenía nada de extraordinario, pero no era eso lo que me llamaba la atención. Era su aura. El aura que caracteriza a los vampiros como yo. Él pertenecía a mi especie. Lo miré y sonreí con satisfacción. Ya era hora de encontrarme con uno de los míos.
Me acerqué a la barra y me senté a su lado con descaro. Miré al camarero fijamente a los ojos para hipnotizarlo igual que la noche anterior y le ordené:
- Ponme una cerveza. No hace falta que te pague. Como anoche, ¿verdad?
- Sí, señor. Invita la casa, como anoche - respondió, con voz neutra, y fue a cumplir la orden.
- ¿Habéis visto eso? ¡Ha usado el poder de la Persuasión! ¡Hay otro! ¡Lo sabía, os lo dije! - susurró uno de los tipos raros. Rápidamente fue callado por otro tipo con un "Shhh" corto pero firme. Demasiado tarde, ya los había oído.
Me acerqué un poco al vampiro sentado a mi lado y le dije en voz baja.
- Hola. Creo que ya lo sabes, pero soy como tú, ya me entiendes. Dime, ¿quiénes son los raros de ahí atrás y por qué saben tanto de vampiros? Saben que he usado un poder vampírico contra ese tabernero y cuando entré me di cuenta de que te estaban vigilando. También se asustaron un poco al verme - dije eso último sonriendo con malicia. Me divertía eso de dar miedo -. ¿Los conoces de algo?
Dí media vuelta y volví a la taberna de la que había salido caminando. Estaba varado, en un callejón sin salida, en punto muerto. Y no sabía cómo proseguir, a quién pedirle ayuda ni en quién confiar. Un vampiro joven de poder menor anónimo completamente solo en mitad de París. A este ritmo, sólo era cuestión de tiempo que algún miembro de la Inquisición racista o algún cazador psicópata me diera caza y muerte sólo por ser diferente, y nunca pudiera encontrar a Lázaro o cumplir mi promesa. Tenía que hacer algo cuanto antes, ¿pero qué?
Finalmente llegué a la taberna y entré. El camarero me miró con cierta inquietud, reconociéndome. Era normal que se sintiera alarmado, teniendo en cuenta que la noche anterior había usado el poder de la Persuasión contra él para conseguir bebida y alojamiento gratis. El pobre posadero no podía explicarse cómo lo convencí para que me atendiera gratis, pero eso era normal. Lo que yo era capaz de hacer escapaba a su entendimiento.
Había un grupo de gente con trajes negros y raros sentados y murmurando. No le quitaban el ojo de encima a un hombre que estaba sentado en la barra, y cuando me vieron entrar se mostraron alarmados y empezaron a murmurar con algo más de nerviosismo. Raritos.
Pero lo que más me llamaba la atención era el tipo previamente mencionado, sentado en la barra. Su aspecto no tenía nada de extraordinario, pero no era eso lo que me llamaba la atención. Era su aura. El aura que caracteriza a los vampiros como yo. Él pertenecía a mi especie. Lo miré y sonreí con satisfacción. Ya era hora de encontrarme con uno de los míos.
Me acerqué a la barra y me senté a su lado con descaro. Miré al camarero fijamente a los ojos para hipnotizarlo igual que la noche anterior y le ordené:
- Ponme una cerveza. No hace falta que te pague. Como anoche, ¿verdad?
- Sí, señor. Invita la casa, como anoche - respondió, con voz neutra, y fue a cumplir la orden.
- ¿Habéis visto eso? ¡Ha usado el poder de la Persuasión! ¡Hay otro! ¡Lo sabía, os lo dije! - susurró uno de los tipos raros. Rápidamente fue callado por otro tipo con un "Shhh" corto pero firme. Demasiado tarde, ya los había oído.
Me acerqué un poco al vampiro sentado a mi lado y le dije en voz baja.
- Hola. Creo que ya lo sabes, pero soy como tú, ya me entiendes. Dime, ¿quiénes son los raros de ahí atrás y por qué saben tanto de vampiros? Saben que he usado un poder vampírico contra ese tabernero y cuando entré me di cuenta de que te estaban vigilando. También se asustaron un poco al verme - dije eso último sonriendo con malicia. Me divertía eso de dar miedo -. ¿Los conoces de algo?
Alexalmo- Vampiro Clase Media
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Re: Hora de ponerse en marcha [Zirano]
Pasa un buen rato, donde el tintineo de los vasos cuando el tabernero los deja en su lugar es el único sonido que se escucha. Los inquisidores parecen nerviosos.
Alguien entra y se dirige directamente a mi lado. El tabernero parece disgustado y fijo mi mirada en el vaso de whisky. Cuando el tipo pide la cerveza, noto de inmediato como el tabernero le obedece como hablando como un zombi. Y es cuando escucho a uno de los inquisidores, se ha dado cuenta, como no...
El tipo de al lado me dice que es como yo. No me gusta su tono, esta clase de personas son las que les encanta causar problemas allá donde van. Me pregunta si conozco a los tipos que nos observan con pose defensiva.
En ningún momento retiro mi mirada del vaso, observando el dorado néctar de dulce y ardiente sabor. Activo mi telepatía y sin quitar mi mirada del whisky, entro en la mente de mi compañero.
-No se quien eres. Pero no, no los conozco. Ahora cállate y observa.- Le digo mentalmente.
Miro al tabernero, activo mi persuasión al máximo, y mirándole a los ojos le digo. -Agáchate y no te muevas!- El hombre de inmediato se agacha tras la barra inmóvil. Cojo el vaso y doy un largo trago, bebiéndomelo todo. -Cuidado.- Susurra el que parece ser el líder. Dejo el vaso con cuidado sobre la barra, y con la mayor velocidad que tengo, me pongo frente la mesa del inquisidor, mirando fijamente a su líder. Todos de inmediato ponen sus manos en sus espadas y pistolas, tengo mi mano en la culata de mi revolver, me agacho acercando mi cara a la del inquisidor. Cambio mis ojos a rojo sangre y sonrío con malicia.
-Solo quería tomarme un whisky tranquilo...- Le digo y saco mi revolver y le disparo entre ceja y ceja. Con mi mano libre le quito la espada. Estoy rodeado por los once inquisidores restantes, con sus espadas preparadas. -Matadlo!- Grita uno de ellos.
En ese momento, doy un salto por encima de ellos, y me quedo mirándolos apuntándoles con mi arma y la espada, con una puerta tras de mí. Yo sonrío divertido, preparándome para el combate. Pero todos están quietos y sonrientes, que demonios? Demasiado tarde tras de mí aparecen cinco inquisidores mas que cargan con sus espadas contra mi espalda, no creo que los pueda esquivar. _Maldición! Me despisté_ Pienso intentando dar un paso hacía un lado, girándome a la vez a gran velocidad.
Alguien entra y se dirige directamente a mi lado. El tabernero parece disgustado y fijo mi mirada en el vaso de whisky. Cuando el tipo pide la cerveza, noto de inmediato como el tabernero le obedece como hablando como un zombi. Y es cuando escucho a uno de los inquisidores, se ha dado cuenta, como no...
El tipo de al lado me dice que es como yo. No me gusta su tono, esta clase de personas son las que les encanta causar problemas allá donde van. Me pregunta si conozco a los tipos que nos observan con pose defensiva.
En ningún momento retiro mi mirada del vaso, observando el dorado néctar de dulce y ardiente sabor. Activo mi telepatía y sin quitar mi mirada del whisky, entro en la mente de mi compañero.
-No se quien eres. Pero no, no los conozco. Ahora cállate y observa.- Le digo mentalmente.
Miro al tabernero, activo mi persuasión al máximo, y mirándole a los ojos le digo. -Agáchate y no te muevas!- El hombre de inmediato se agacha tras la barra inmóvil. Cojo el vaso y doy un largo trago, bebiéndomelo todo. -Cuidado.- Susurra el que parece ser el líder. Dejo el vaso con cuidado sobre la barra, y con la mayor velocidad que tengo, me pongo frente la mesa del inquisidor, mirando fijamente a su líder. Todos de inmediato ponen sus manos en sus espadas y pistolas, tengo mi mano en la culata de mi revolver, me agacho acercando mi cara a la del inquisidor. Cambio mis ojos a rojo sangre y sonrío con malicia.
-Solo quería tomarme un whisky tranquilo...- Le digo y saco mi revolver y le disparo entre ceja y ceja. Con mi mano libre le quito la espada. Estoy rodeado por los once inquisidores restantes, con sus espadas preparadas. -Matadlo!- Grita uno de ellos.
En ese momento, doy un salto por encima de ellos, y me quedo mirándolos apuntándoles con mi arma y la espada, con una puerta tras de mí. Yo sonrío divertido, preparándome para el combate. Pero todos están quietos y sonrientes, que demonios? Demasiado tarde tras de mí aparecen cinco inquisidores mas que cargan con sus espadas contra mi espalda, no creo que los pueda esquivar. _Maldición! Me despisté_ Pienso intentando dar un paso hacía un lado, girándome a la vez a gran velocidad.
Zirano Xanaddo- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 18/02/2013
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Re: Hora de ponerse en marcha [Zirano]
Estamos jodidos. No sé si aún me estás leyendo la mente, pero estamos jodidos, pensé, intentando comunicarme mentalmente con el otro vampiro. Antes me había hablado usando la telepatía, y tal vez aún estuviera conectado conmigo, aunque no le daría demasiada importancia.
Miré hacia atrás disimuladamente. Aquello se había complicado demasiado: mi compañero se había lanzado de golpe contra doce inquisidores, ¿es que quiere que lo maten? Consiguió eliminar a uno, pero cuando se disponía a salir entraron cinco más por la puerta. Once más cinco, ¡dieciséis! ¡Dieciséis matavampiros profesionales contra dos vampiros solitarios! Yo tampoco soy el rey de la discreción y la prudencia, ¿¡pero a quién se le ocurre lanzarse así contra semejante multitud!?
De momento, el otro vampiro había acaparado toda la atención. Podría aprovechar esa distracción para largarme, pero entonces ese tipo estaría muerto, y estaría beneficiando a mis enemigos mortales. No, dejar tirado a un compañero NUNCA es una opción. La taberna tenía una puerta trasera. Podríamos utilizarla, pero también me estaría arriesgando a que hayan más inquisidores esperándonos a la salida, pero desde luego ganaríamos algo más de tiempo, y si nos quedamos aquí, en la sala principal, esta multitud nos liquidará en cuestión de segundos.
- La has armado pero bien. Enhorabuena - dije, en un murmullo, reprochando a mi improvisado compañero, mientras pensaba en un plan de huida. En estas condiciones, un enfrentamiento era la muerte segura.
Entonces se me ocurrió algo que podría servir:
- Vaya, vaya. Nunca había visto tanta gente junta con ganas de suicidarse - dije.
- ¿Eh? ¿Qué murmuras tú, chupasangre? - gritó uno de los inquisidores.
- Digo que no sois conscientes del grave error que estás cometiendo, pandilla de inquisidores suicidas, pero que quién soy yo para deteneros si tantas ganas tenéis de morir - dije con voz seria y misteriosa mientras me levantaba lentamente del asiento. Ya no tenía ganas de cerveza.
- ¡Ja! ¡Pero qué gracia tiene la sanguijuela! - se burló otro inquisidor - ¡A ver, vampiro, dime! ¿De qué forma pueden dos seres patéticos como tú eliminar a todo un escuadrón profesional de la Santa Inquisición?
- ¿Nunca os habéis preguntado... de dónde salen los vampiros? - pregunté con la misma voz misteriosa, mirando al suelo. Podía sentir cada una de las ballestas y cada uno de los cañones de pistola apuntándonos - Como sabéis, nuestra forma de reproducirnos consiste en morder a un humano y pasarle nuestra sangre. En otras palabras, para ser vampiro necesitas que otro vampiro te muerda, pero... ¿entonces quiénes fueron los primeros vampiros?
Se hizo el silencio. Los inquisidores bajaron un poco, sólo un poco, la guardia, curiosos. ¿Estaban a punto de descubrir el origen de los vampiros? ¿La forma en la que aparecieron por primera vez?
- ¡Explícate! - exigió uno de los monjes.
- Jajajajajaja - reí burlón - Así que os gustan las buenas historias, ¿eh? Muy bien...
Avancé unos cuantos pasos y empecé a relatar:
- Veréis, en el principio de los tiempos, mucho antes de lo registrado en la Historia de vuestras bibliotecas, hubo una antigua y oculta civilización, en el Norte, donde siempre hacía frío y estaba nublado, un lugar donde el Sol apenas aparecía. Esta civilización era famosa por sus conquistas y su éxito en las batallas. Sus riquezas eran suficientes para acabar con el hambre en todo el mundo, sus soldados podían derribar al más bravo de los hombres actuales, y su inteligencia les permitía ver más allá de los hombres normales, e idear las mejores estrategias con las que ganaban guerras y edificaban sus majestuosos edificios.
Pude notar el silencio en la sala, había conseguido captar su atención. Levanté la vista del suelo y miré fijamente a cada uno de los inquisidores y al vampiro que había disparado.
- ¿Qué tiene eso que ver con los vampiros? - preguntó otro inquisidor.
- Calma, caaaalma... Dejad que acabe la historia. Veréis, como he dicho, esta antigua civilización era superior en cuanto a riquezas, fuerza e inteligencia, y eran capaces de conseguir lo que ninguno de los hombres corrientes podría ni llegar a soñar nunca. Lo cual hace pensar que eran perfectos... ¿verdad? Pues no. Tenían una horrible debilidad, algo que les quitaba el sueño, algo con lo que no podían competir ni combinando su fuerza, táctica en inteligencia juntos... - hice una pausa de unos segundos - Que eran humanos, y que eran mortales - hice otra pausa para tomar aliento y proseguí, caminando lentamente por la sala - Y así, cada año veían como los más ancianos morían por su edad, o cómo las enfermedades para las que no conocían remedio se tomaban la vida de los menos sanos. O cómo las espadas enemigas eran capaces de llevarse por sorpresa a los soldados que creían invencibles. Eran fuertes y listos, pero eran mortales. Eso les preocupaba, pero no por mucho tiempo - pausa -. Veréis, esta civilización adoraba a un dios especial. Era un Dios astuto y poderoso con forma de murciélago. Los sacerdotes enseñaban a su pueblo las doctrinas de este Dios murciélago, les enseñaban a ocultarse en las sombras y a atacar a la víctima por sorpresa, a sobrevivir en la oscuridad y a intimidar a sus oponentes. Pero un día, hartos de ser tan frágiles como el resto de los mortales, el sumo sacerdote decidió suplicar clemencia a su Dios. Suplicaban... su bendición. - empecé a sonreír - ¡Ah, por cierto! Tal vez os interese saber que el nombre de este dios era Vampireyk, y que sus seguidores y sacerdotes recibían el nombre de "Sacerdotes Vampireykos", o sencillamente "Sacerdotes vampíricos"... vampiros. - miré fijamente a los ojos del inquisidor que tenía más cerca, y pude ver que aunque me prestaba atención, no había bajado la guardia y estaba preparado para disparar su ballesta en cualquier momento - Y así, durante una escaramuza militar, consiguieron atrapar a más de cien soldados enemigos, y los sacrificaron en nombre de Vampireyk. Les cortaron el cuello y bebieron la sangre de algunos, mientras a otros simplemente los desangraban para que su sangre fuese una ofrenda a su oscuro Dios. Pero no era suficiente. Vampireyk quería más sangre. Entonces perdieron el control de sí mismos, era como si no pudieran manejar su propio cuerpo. Vampireyk, quien escuchó y respondió al ritual, los había poseído y los controlaba. Los Vampireykos entonces se apuñalaron el corazón. Algunos usaron dagas de plata, y otros se clavaron estacas de madera. Murieron todos ellos esa misma tarde. - otra pausa, esta vez un poco más larga - Pero... unas horas después, cuando ya era media noche, empezaron a despertarse. Todos los sacerdotes Vampireykos se levantaron, pero se sintieron... diferentes. Eran más ágiles y mucho más fuertes de lo que eran antes, y su mente estaba más despejada. Vieron la sangre que había derramada en el suelo, y se les hizo la boca agua. Bebieron hasta saciarse, bebieron la sangre de los prisioneros sacrificados y la sangre que brotó de sus propios cuerpos cuando aún eran humanos. Pero querían más... Los vampiros salieron de su templo y fueron de casa en casa mordiendo y transmitiendo su bendición a todos los ciudadanos de esa civilización. A la mañana siguiente, el cielo estaba despejado, más que de costumbre. Cuando algunos de los civiles salieron a la luz del Sol, que ahora quemaba con fuerza, se vieron carbonizados y reducidos a cenizas en cuestión de segundos. El resto de la población y los propios sacerdotes comprendieron entonces el peligro de ese astro, y se refugiaron en sus casas hasta por la noche. Entonces, todos salieron y se reunieron. Lloraron a los muertos, pero celebraron sus nuevos poderes... y su inmortalidad. Entendieron lo que había pasado: habían sido tocados por un Dios murciélago, y eso significaba que el Sol les haría daño, pero que ahora se alimentarían de la sangre y podrían vivir en las sombras como si ese fuera su hábitat natural. También dedujeron que lo único que podía matarles, además de la luz del día, eran las estacas de madera y las cuchillas de plata, si éstas tocaban su corazón, pues fue esta la forma en la que murieron como humanos, y sería lo único que los mataría ahora que son vampiros.
Esta vez hubo una larga pausa. Todos estaban cautivados.
- La civilización usó sus poderes con eficacia en las guerras. Mataban a sus enemigos con facilidad y sus armas convencionales no los herían. Se alimentaban de su sangre y se hacían más poderosos con el tiempo. Y además, durante unos años largos, nadie murió de viejo ni contrajo nunca ni la más mínima enfermedad. Esta vez sí que eran perfectos. Pero un día, decidieron mantener la discreción. Decidieron que era peligroso que todo el mundo supiera de su existencia y sus poderes, porque con el tiempo sabrían cómo derrotarlos, y eso era demasiado peligroso. Así que, todos los ciudadanos abandonaron sus hogares, y destruyeron toda la ciudad. ¿Sabéis cómo lo hicieron? ¿Cómo destruyeron una ciudad tan poderosa e imponente como aquella en una sóla noche? Veréis, los ciudadanos fueron mordidos, pero los sacerdotes habían sido bendecidos directamente. Eran... superiores, muy superiores a los vampiros normales. Destruyeron toda la ciudad con un sólo gesto de la mano. La redujeron a cenizas y dejaron que el viento se llevara el polvo, todo en unos escasos minutos. Ése es el verdadero poder de los vampiros. Luego, toda la civilización se dividió, cada uno por su camino, se disfrazó y se mezcló entre las diferentes civilizaciones del mundo, viviendo en las sombras y alimentándose de los humanos. Algunos fueron detectados y eliminados, pero la raza ha sobrevivido hasta hoy, y sobrevivirá hasta el fin de los tiempos, pues es la Eternidad el mayor de nuestros dones. Y así concluye la historia.
- Interesante... Y... ¿cómo sabes tú eso? - preguntó el camarero tímidamente, mirándome con cierto miedo.
- Buena pregunta, amigo - le dije, sonriéndole, luego volví la vista hacia los cazadores - Pues... porque... Yo soy un superviviente... de esa orden de sacerdotes.
Todos se alarmaron y levantaron sus armas, más preparados para disparar.
- Así es, yo ayudé a destruir una de las mayores ciudades del mundo. Gracias a mí, los vampiros no salimos en vuestros libros de Historia. Soy un semidiós, amigos, una raza vampírica superior a ninguna forma de vida en este mundo. ¿Creéis que esas armas convencionales os servirán de algo contra mí? - alargué mi brazo derecho - Moviendo un sólo dedo puedo destruir esta taberna, moviendo toda la mano puedo destruir este barrio, y con un movimiento del brazo entero puedo acabar con toda la ciudad de París. ¿Vais a provocarme? ¿Queréis que haga con vuestro hogar lo que una vez hice con el mío?
- ¡Basta! ¡No te muevas! - gritó uno de los inquisidores.
- Muy bien... me habéis cabreado, preparaos para contemplar... ¡¡¡EL VERDADERO PODER DE VAMPIREYK!!!
- ¡No! ¡Para!
Estiré los dos brazos hacia adelante con las manos abiertas y los dedos como si fueran garras y empecé a gritar.
- ¡¡¡YIAAAAAAAAAAAAHHHHH!!! ¡¡¡WATÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁHHH!!! ¡TACATACATÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁ! ¡MORIIIIIIIIIID! ¡AAAAAAAAAAAAAAAHHHHH! - no pasó absolutamente nada.
Seguí gritando un rato mientras veía cómo los inquisidores se miraban entre ellos y a mí, confundidos y extrañados por esa situación.
- ¡AHHHH! ¡YO TE INVOCO, VAMPIREYK! ¡YIAAAAAAAHHHH! ¡Aaaaaahhh! Ahh... Ah... - dejé de gritar y me quedé callado unos segundos, aún en mi pose de brujo - Ehm... esto... Que no, que no ha colado, ¿eh?
Otro de los inquisidores, quien parecía más viejo, me miró con cara de -.-' y finalmente gritó:
- ¡Ya he escuchado suficientes chorradas! ¡Matad a estos vampiros de una vez!
- ¡Aaaah! ¡Mierda! - grité, asustado.
Sin pensármelo, eché a correr hacia la puerta más cercana, gritándole al otro vampiro:
- ¡Sígueme! ¡Por la puerta trasera! ¡Rápido!
Esquivé de milagro algunas balas y flechas, pero teníamos que salir cuanto antes de esa taberna, nos superaban en número y no íbamos a durar demasiado.
Miré hacia atrás disimuladamente. Aquello se había complicado demasiado: mi compañero se había lanzado de golpe contra doce inquisidores, ¿es que quiere que lo maten? Consiguió eliminar a uno, pero cuando se disponía a salir entraron cinco más por la puerta. Once más cinco, ¡dieciséis! ¡Dieciséis matavampiros profesionales contra dos vampiros solitarios! Yo tampoco soy el rey de la discreción y la prudencia, ¿¡pero a quién se le ocurre lanzarse así contra semejante multitud!?
De momento, el otro vampiro había acaparado toda la atención. Podría aprovechar esa distracción para largarme, pero entonces ese tipo estaría muerto, y estaría beneficiando a mis enemigos mortales. No, dejar tirado a un compañero NUNCA es una opción. La taberna tenía una puerta trasera. Podríamos utilizarla, pero también me estaría arriesgando a que hayan más inquisidores esperándonos a la salida, pero desde luego ganaríamos algo más de tiempo, y si nos quedamos aquí, en la sala principal, esta multitud nos liquidará en cuestión de segundos.
- La has armado pero bien. Enhorabuena - dije, en un murmullo, reprochando a mi improvisado compañero, mientras pensaba en un plan de huida. En estas condiciones, un enfrentamiento era la muerte segura.
Entonces se me ocurrió algo que podría servir:
- Vaya, vaya. Nunca había visto tanta gente junta con ganas de suicidarse - dije.
- ¿Eh? ¿Qué murmuras tú, chupasangre? - gritó uno de los inquisidores.
- Digo que no sois conscientes del grave error que estás cometiendo, pandilla de inquisidores suicidas, pero que quién soy yo para deteneros si tantas ganas tenéis de morir - dije con voz seria y misteriosa mientras me levantaba lentamente del asiento. Ya no tenía ganas de cerveza.
- ¡Ja! ¡Pero qué gracia tiene la sanguijuela! - se burló otro inquisidor - ¡A ver, vampiro, dime! ¿De qué forma pueden dos seres patéticos como tú eliminar a todo un escuadrón profesional de la Santa Inquisición?
- ¿Nunca os habéis preguntado... de dónde salen los vampiros? - pregunté con la misma voz misteriosa, mirando al suelo. Podía sentir cada una de las ballestas y cada uno de los cañones de pistola apuntándonos - Como sabéis, nuestra forma de reproducirnos consiste en morder a un humano y pasarle nuestra sangre. En otras palabras, para ser vampiro necesitas que otro vampiro te muerda, pero... ¿entonces quiénes fueron los primeros vampiros?
Se hizo el silencio. Los inquisidores bajaron un poco, sólo un poco, la guardia, curiosos. ¿Estaban a punto de descubrir el origen de los vampiros? ¿La forma en la que aparecieron por primera vez?
- ¡Explícate! - exigió uno de los monjes.
- Jajajajajaja - reí burlón - Así que os gustan las buenas historias, ¿eh? Muy bien...
Avancé unos cuantos pasos y empecé a relatar:
- Veréis, en el principio de los tiempos, mucho antes de lo registrado en la Historia de vuestras bibliotecas, hubo una antigua y oculta civilización, en el Norte, donde siempre hacía frío y estaba nublado, un lugar donde el Sol apenas aparecía. Esta civilización era famosa por sus conquistas y su éxito en las batallas. Sus riquezas eran suficientes para acabar con el hambre en todo el mundo, sus soldados podían derribar al más bravo de los hombres actuales, y su inteligencia les permitía ver más allá de los hombres normales, e idear las mejores estrategias con las que ganaban guerras y edificaban sus majestuosos edificios.
Pude notar el silencio en la sala, había conseguido captar su atención. Levanté la vista del suelo y miré fijamente a cada uno de los inquisidores y al vampiro que había disparado.
- ¿Qué tiene eso que ver con los vampiros? - preguntó otro inquisidor.
- Calma, caaaalma... Dejad que acabe la historia. Veréis, como he dicho, esta antigua civilización era superior en cuanto a riquezas, fuerza e inteligencia, y eran capaces de conseguir lo que ninguno de los hombres corrientes podría ni llegar a soñar nunca. Lo cual hace pensar que eran perfectos... ¿verdad? Pues no. Tenían una horrible debilidad, algo que les quitaba el sueño, algo con lo que no podían competir ni combinando su fuerza, táctica en inteligencia juntos... - hice una pausa de unos segundos - Que eran humanos, y que eran mortales - hice otra pausa para tomar aliento y proseguí, caminando lentamente por la sala - Y así, cada año veían como los más ancianos morían por su edad, o cómo las enfermedades para las que no conocían remedio se tomaban la vida de los menos sanos. O cómo las espadas enemigas eran capaces de llevarse por sorpresa a los soldados que creían invencibles. Eran fuertes y listos, pero eran mortales. Eso les preocupaba, pero no por mucho tiempo - pausa -. Veréis, esta civilización adoraba a un dios especial. Era un Dios astuto y poderoso con forma de murciélago. Los sacerdotes enseñaban a su pueblo las doctrinas de este Dios murciélago, les enseñaban a ocultarse en las sombras y a atacar a la víctima por sorpresa, a sobrevivir en la oscuridad y a intimidar a sus oponentes. Pero un día, hartos de ser tan frágiles como el resto de los mortales, el sumo sacerdote decidió suplicar clemencia a su Dios. Suplicaban... su bendición. - empecé a sonreír - ¡Ah, por cierto! Tal vez os interese saber que el nombre de este dios era Vampireyk, y que sus seguidores y sacerdotes recibían el nombre de "Sacerdotes Vampireykos", o sencillamente "Sacerdotes vampíricos"... vampiros. - miré fijamente a los ojos del inquisidor que tenía más cerca, y pude ver que aunque me prestaba atención, no había bajado la guardia y estaba preparado para disparar su ballesta en cualquier momento - Y así, durante una escaramuza militar, consiguieron atrapar a más de cien soldados enemigos, y los sacrificaron en nombre de Vampireyk. Les cortaron el cuello y bebieron la sangre de algunos, mientras a otros simplemente los desangraban para que su sangre fuese una ofrenda a su oscuro Dios. Pero no era suficiente. Vampireyk quería más sangre. Entonces perdieron el control de sí mismos, era como si no pudieran manejar su propio cuerpo. Vampireyk, quien escuchó y respondió al ritual, los había poseído y los controlaba. Los Vampireykos entonces se apuñalaron el corazón. Algunos usaron dagas de plata, y otros se clavaron estacas de madera. Murieron todos ellos esa misma tarde. - otra pausa, esta vez un poco más larga - Pero... unas horas después, cuando ya era media noche, empezaron a despertarse. Todos los sacerdotes Vampireykos se levantaron, pero se sintieron... diferentes. Eran más ágiles y mucho más fuertes de lo que eran antes, y su mente estaba más despejada. Vieron la sangre que había derramada en el suelo, y se les hizo la boca agua. Bebieron hasta saciarse, bebieron la sangre de los prisioneros sacrificados y la sangre que brotó de sus propios cuerpos cuando aún eran humanos. Pero querían más... Los vampiros salieron de su templo y fueron de casa en casa mordiendo y transmitiendo su bendición a todos los ciudadanos de esa civilización. A la mañana siguiente, el cielo estaba despejado, más que de costumbre. Cuando algunos de los civiles salieron a la luz del Sol, que ahora quemaba con fuerza, se vieron carbonizados y reducidos a cenizas en cuestión de segundos. El resto de la población y los propios sacerdotes comprendieron entonces el peligro de ese astro, y se refugiaron en sus casas hasta por la noche. Entonces, todos salieron y se reunieron. Lloraron a los muertos, pero celebraron sus nuevos poderes... y su inmortalidad. Entendieron lo que había pasado: habían sido tocados por un Dios murciélago, y eso significaba que el Sol les haría daño, pero que ahora se alimentarían de la sangre y podrían vivir en las sombras como si ese fuera su hábitat natural. También dedujeron que lo único que podía matarles, además de la luz del día, eran las estacas de madera y las cuchillas de plata, si éstas tocaban su corazón, pues fue esta la forma en la que murieron como humanos, y sería lo único que los mataría ahora que son vampiros.
Esta vez hubo una larga pausa. Todos estaban cautivados.
- La civilización usó sus poderes con eficacia en las guerras. Mataban a sus enemigos con facilidad y sus armas convencionales no los herían. Se alimentaban de su sangre y se hacían más poderosos con el tiempo. Y además, durante unos años largos, nadie murió de viejo ni contrajo nunca ni la más mínima enfermedad. Esta vez sí que eran perfectos. Pero un día, decidieron mantener la discreción. Decidieron que era peligroso que todo el mundo supiera de su existencia y sus poderes, porque con el tiempo sabrían cómo derrotarlos, y eso era demasiado peligroso. Así que, todos los ciudadanos abandonaron sus hogares, y destruyeron toda la ciudad. ¿Sabéis cómo lo hicieron? ¿Cómo destruyeron una ciudad tan poderosa e imponente como aquella en una sóla noche? Veréis, los ciudadanos fueron mordidos, pero los sacerdotes habían sido bendecidos directamente. Eran... superiores, muy superiores a los vampiros normales. Destruyeron toda la ciudad con un sólo gesto de la mano. La redujeron a cenizas y dejaron que el viento se llevara el polvo, todo en unos escasos minutos. Ése es el verdadero poder de los vampiros. Luego, toda la civilización se dividió, cada uno por su camino, se disfrazó y se mezcló entre las diferentes civilizaciones del mundo, viviendo en las sombras y alimentándose de los humanos. Algunos fueron detectados y eliminados, pero la raza ha sobrevivido hasta hoy, y sobrevivirá hasta el fin de los tiempos, pues es la Eternidad el mayor de nuestros dones. Y así concluye la historia.
- Interesante... Y... ¿cómo sabes tú eso? - preguntó el camarero tímidamente, mirándome con cierto miedo.
- Buena pregunta, amigo - le dije, sonriéndole, luego volví la vista hacia los cazadores - Pues... porque... Yo soy un superviviente... de esa orden de sacerdotes.
Todos se alarmaron y levantaron sus armas, más preparados para disparar.
- Así es, yo ayudé a destruir una de las mayores ciudades del mundo. Gracias a mí, los vampiros no salimos en vuestros libros de Historia. Soy un semidiós, amigos, una raza vampírica superior a ninguna forma de vida en este mundo. ¿Creéis que esas armas convencionales os servirán de algo contra mí? - alargué mi brazo derecho - Moviendo un sólo dedo puedo destruir esta taberna, moviendo toda la mano puedo destruir este barrio, y con un movimiento del brazo entero puedo acabar con toda la ciudad de París. ¿Vais a provocarme? ¿Queréis que haga con vuestro hogar lo que una vez hice con el mío?
- ¡Basta! ¡No te muevas! - gritó uno de los inquisidores.
- Muy bien... me habéis cabreado, preparaos para contemplar... ¡¡¡EL VERDADERO PODER DE VAMPIREYK!!!
- ¡No! ¡Para!
Estiré los dos brazos hacia adelante con las manos abiertas y los dedos como si fueran garras y empecé a gritar.
- ¡¡¡YIAAAAAAAAAAAAHHHHH!!! ¡¡¡WATÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁHHH!!! ¡TACATACATÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁ! ¡MORIIIIIIIIIID! ¡AAAAAAAAAAAAAAAHHHHH! - no pasó absolutamente nada.
Seguí gritando un rato mientras veía cómo los inquisidores se miraban entre ellos y a mí, confundidos y extrañados por esa situación.
- ¡AHHHH! ¡YO TE INVOCO, VAMPIREYK! ¡YIAAAAAAAHHHH! ¡Aaaaaahhh! Ahh... Ah... - dejé de gritar y me quedé callado unos segundos, aún en mi pose de brujo - Ehm... esto... Que no, que no ha colado, ¿eh?
Otro de los inquisidores, quien parecía más viejo, me miró con cara de -.-' y finalmente gritó:
- ¡Ya he escuchado suficientes chorradas! ¡Matad a estos vampiros de una vez!
- ¡Aaaah! ¡Mierda! - grité, asustado.
Sin pensármelo, eché a correr hacia la puerta más cercana, gritándole al otro vampiro:
- ¡Sígueme! ¡Por la puerta trasera! ¡Rápido!
Esquivé de milagro algunas balas y flechas, pero teníamos que salir cuanto antes de esa taberna, nos superaban en número y no íbamos a durar demasiado.
Alexalmo- Vampiro Clase Media
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Localización : Visto por última vez en París. Si lo ve, avise en la comisaría más cercana, por favor.
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Re: Hora de ponerse en marcha [Zirano]
Mientras me giro veo pasar la hoja de la espada rozando mi hombro, pero logro apartarme a tiempo y doy un paso hacía el centro de la taberna. _Me he metido en una buena, doce eran bastantes, pero cinco mas? Acaso me estaban esperando?_ Pienso girando trescientos sesenta grados sobre mi mismo, viéndome totalmente rodeado por dieciséis inquisidores con ansias por matarme. Pero entonces mi improvisado compañero empieza a contar la historia de un tal Vampireyk.
No se a que diablos se refiere, me suena mas a complemento de ropa que al nombre de un vampiro. Pero la elocuencia y claro convencimiento con que el vampiro cuenta la historia, hace que los inquisidores se giren sorprendidos, mirando con atención al chico. Yo lo escucho sin estar convencido del todo de lo que dice, pero su forma de explicarlo me hace dudar, pero aprovecho para mirar a mi alrededor buscando la manera de salir de allí.
A mi parecer habla mas bien como un trovador, contando historias y antiguas leyendas para el deleite de cualquier publico. Veo la puerta abierta, pero hay tres tipos delante. Miro a mi compañero, y elevo la comisura de mi labio pensativo. Algo debo hacer, pero el que? El vampiro concluye su historia afirmando que él es el protagonista de la misma. Yo no creo ni una de sus palabras, puesto que aun puedo leer su mente y cuenta la historia recordando las paginas de un libro o algo similar. Y entonces empieza a gritar haciendo aspavientos con sus brazos, y no ocurre nada, como ya se que iba a pasar. Los inquisidores nerviosos se han fijado en él, y han dejado la puerta casi libre, solo uno la vigila, y esta también atento al otro vampiro.
Aprovecho el momento sin dudarlo y me lanzo contra el inquisidor de la puerta clavando por completo, a gran velocidad, mi espada en su estomago. Lo arrastro hasta fuera donde lo dejo caer liberando la espada y salto al tejado del edificio. -Zirano esta en el tejado! ¡Se escapa!- Me asomo al borde del tejado, pero solo logro ver seis figuras antes de tener que tirarme de espaldas contra las tejas dos saetas de ballesta pasan rozando el ala de mi sombrero. Con mi telepatía, y sabiendo que siendo el último con el que tuve contacto fue el vampiro , si esta cerca podrá escucharme. --Sube al tejado de la taberna.-- Susurro en su mente concentrándome.
-No podrás esconderte por siempre.- Grita uno de los inquisidores y una piedra golpea una teja cerca de mi. Cojo la piedra, y me asomo lo suficiente como solo ver a uno de ellos y con toda mi fuerza, lanzo la piedra, que da en la cabeza del tipo, dejando una profunda herida, y haciendo que caiga inconsciente o muerto. -Esta ahí!!- Me escondo un poco de nuevo, y varias saetas y balas vuelan cerca de mí. Miro a mi alrededor por si esta ya mi compañero conmigo.
No se a que diablos se refiere, me suena mas a complemento de ropa que al nombre de un vampiro. Pero la elocuencia y claro convencimiento con que el vampiro cuenta la historia, hace que los inquisidores se giren sorprendidos, mirando con atención al chico. Yo lo escucho sin estar convencido del todo de lo que dice, pero su forma de explicarlo me hace dudar, pero aprovecho para mirar a mi alrededor buscando la manera de salir de allí.
A mi parecer habla mas bien como un trovador, contando historias y antiguas leyendas para el deleite de cualquier publico. Veo la puerta abierta, pero hay tres tipos delante. Miro a mi compañero, y elevo la comisura de mi labio pensativo. Algo debo hacer, pero el que? El vampiro concluye su historia afirmando que él es el protagonista de la misma. Yo no creo ni una de sus palabras, puesto que aun puedo leer su mente y cuenta la historia recordando las paginas de un libro o algo similar. Y entonces empieza a gritar haciendo aspavientos con sus brazos, y no ocurre nada, como ya se que iba a pasar. Los inquisidores nerviosos se han fijado en él, y han dejado la puerta casi libre, solo uno la vigila, y esta también atento al otro vampiro.
Aprovecho el momento sin dudarlo y me lanzo contra el inquisidor de la puerta clavando por completo, a gran velocidad, mi espada en su estomago. Lo arrastro hasta fuera donde lo dejo caer liberando la espada y salto al tejado del edificio. -Zirano esta en el tejado! ¡Se escapa!- Me asomo al borde del tejado, pero solo logro ver seis figuras antes de tener que tirarme de espaldas contra las tejas dos saetas de ballesta pasan rozando el ala de mi sombrero. Con mi telepatía, y sabiendo que siendo el último con el que tuve contacto fue el vampiro , si esta cerca podrá escucharme. --Sube al tejado de la taberna.-- Susurro en su mente concentrándome.
-No podrás esconderte por siempre.- Grita uno de los inquisidores y una piedra golpea una teja cerca de mi. Cojo la piedra, y me asomo lo suficiente como solo ver a uno de ellos y con toda mi fuerza, lanzo la piedra, que da en la cabeza del tipo, dejando una profunda herida, y haciendo que caiga inconsciente o muerto. -Esta ahí!!- Me escondo un poco de nuevo, y varias saetas y balas vuelan cerca de mí. Miro a mi alrededor por si esta ya mi compañero conmigo.
Zirano Xanaddo- Vampiro Clase Media
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Re: Hora de ponerse en marcha [Zirano]
Antes de salir de la sala, vi que Zirano, o al menos así lo llamaron los inquisidores, hundía su espada en el que custodiaba la puerta.
*Uno menos, quedan quince*
Pude oír disparos de ballestas y revólveres desde la sala principal mientras me escabullía por la ventana. Entonces, escuché de nuevo esa misteriosa voz en mi cabeza, que me decía que quería verme en el tejado del edificio. Sabiendo que se nos acababa el tiempo y que no debíamos entretenernos con nada si queríamos salir vivos de ésta, no tardé en usar Levitar para llegar tranquilamente al tejado y posarme sobre él. Una vez llegué, vi que Zirano arrojaba una piedra a uno de los cazadores, la cual se hundió profundamente en su cráneo.
- Muy bien, dos menos. Ya sólo quedan catorce - dije, anunciando mi llegada.
Catorce inquisidores que rodeaban el edificio. Catorce matavampiros profesionales que se lanzarían sobre nosotros en cualquier momento.
- Muy bien, ¿se te ocurre algún plan? - pregunté - Veamos...
Di algunos paseos escuchando la propuesta de Zirano, en el caso de que me diera alguna, mientras pensaba en una estrategia propia.
- De acuerdo, ésto es lo que se me ocurre. Veo que te manejas bien con ese revólver. Mi puntería es, sencillamente, pésima, y no podría atinar un sólo disparo, pero soy muy, muy bueno en cuerpo a cuerpo, por lo que es evidente que lo mejor sería que te quedaras aquí, en el tejado, mientras yo lucho abajo. La cuestión es que uno de nosotros deberá hacer mucho ruido para atraer su atención y el otro se los cargará usando el elemento sorpresa. Esto nos deja dos opciones:
- Opción uno: Tú te pones a disparar como un loco con ese revólver para que los inquisidores se concentren en tí, algo que será más lógico teniendo en cuenta que era a tí a quien buscaban, no a mí, y que por la forma en la que me escabullí seguramente piensan que ya me he ido. De esta forma, mientras tú disparas desde aquí arriba haciendo toda la bulla posible, yo estoy abajo eliminándolos uno a uno con el sable de forma sigilosa. No tardarán en darse cuenta de que alguien más está luchando y tendremos que cambiar de estrategia pronto, pero nos servirá para eliminar a unos cuantos.
- Opción dos: Hacerlo al revés. Yo bajo y empiezo a hacer florituras con el sable y a gritar para provocarlos, atrayendo su atención, mientras tú les arrojas piedras, ladrillos, cuchillos o lo que tengas para matar a distancia con sigilo. Maldita sea, si quieres incluso bajo un momento, reúno algunas piedras de la calle para tí y las usas. Veo que se te da bien arrojar cosas. De esta forma, yo los atraigo y tú los sorprendes a pedradas.
Tomé aire y me di cuenta de que ambas opciones eran una locura, pero tal vez fueran nuestra única opción. Si los dos vamos a lo loco, nos eliminarán en seguida.
- O también podemos huir. Hay edificios cerca, y podemos saltar de tejado en tejado hasta perderlos de vista. Tal vez un enfrentamiento directo sea suicidio.
Esperé la respuesta de Zirano, quizá se le ocurra algo mejor.
*Uno menos, quedan quince*
Pude oír disparos de ballestas y revólveres desde la sala principal mientras me escabullía por la ventana. Entonces, escuché de nuevo esa misteriosa voz en mi cabeza, que me decía que quería verme en el tejado del edificio. Sabiendo que se nos acababa el tiempo y que no debíamos entretenernos con nada si queríamos salir vivos de ésta, no tardé en usar Levitar para llegar tranquilamente al tejado y posarme sobre él. Una vez llegué, vi que Zirano arrojaba una piedra a uno de los cazadores, la cual se hundió profundamente en su cráneo.
- Muy bien, dos menos. Ya sólo quedan catorce - dije, anunciando mi llegada.
Catorce inquisidores que rodeaban el edificio. Catorce matavampiros profesionales que se lanzarían sobre nosotros en cualquier momento.
- Muy bien, ¿se te ocurre algún plan? - pregunté - Veamos...
Di algunos paseos escuchando la propuesta de Zirano, en el caso de que me diera alguna, mientras pensaba en una estrategia propia.
- De acuerdo, ésto es lo que se me ocurre. Veo que te manejas bien con ese revólver. Mi puntería es, sencillamente, pésima, y no podría atinar un sólo disparo, pero soy muy, muy bueno en cuerpo a cuerpo, por lo que es evidente que lo mejor sería que te quedaras aquí, en el tejado, mientras yo lucho abajo. La cuestión es que uno de nosotros deberá hacer mucho ruido para atraer su atención y el otro se los cargará usando el elemento sorpresa. Esto nos deja dos opciones:
- Opción uno: Tú te pones a disparar como un loco con ese revólver para que los inquisidores se concentren en tí, algo que será más lógico teniendo en cuenta que era a tí a quien buscaban, no a mí, y que por la forma en la que me escabullí seguramente piensan que ya me he ido. De esta forma, mientras tú disparas desde aquí arriba haciendo toda la bulla posible, yo estoy abajo eliminándolos uno a uno con el sable de forma sigilosa. No tardarán en darse cuenta de que alguien más está luchando y tendremos que cambiar de estrategia pronto, pero nos servirá para eliminar a unos cuantos.
- Opción dos: Hacerlo al revés. Yo bajo y empiezo a hacer florituras con el sable y a gritar para provocarlos, atrayendo su atención, mientras tú les arrojas piedras, ladrillos, cuchillos o lo que tengas para matar a distancia con sigilo. Maldita sea, si quieres incluso bajo un momento, reúno algunas piedras de la calle para tí y las usas. Veo que se te da bien arrojar cosas. De esta forma, yo los atraigo y tú los sorprendes a pedradas.
Tomé aire y me di cuenta de que ambas opciones eran una locura, pero tal vez fueran nuestra única opción. Si los dos vamos a lo loco, nos eliminarán en seguida.
- O también podemos huir. Hay edificios cerca, y podemos saltar de tejado en tejado hasta perderlos de vista. Tal vez un enfrentamiento directo sea suicidio.
Esperé la respuesta de Zirano, quizá se le ocurra algo mejor.
Alexalmo- Vampiro Clase Media
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