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Las llamas jamás serán sentenciadas [Privado-La cruzada] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jacques Roman Vie Ene 17, 2014 5:26 am

*Los participantes para este rol fueron contactados via MP. Tras la primera ronda se fijaran los turnos.

"No hay cincuenta maneras de combatir, sólo hay una, vencer."
André Malraux

Cualquier golpe, desde tiempos inmemorables se ha podido seguir de entre las sombras. Unas pisadas delatoras, esclavos, gente libre andando por donde no debe…y finalmente aquellos susurros y mensajeros que en la oscuridad de la noche lograban sacar adelante cualquier intento de rebelión, si no era que alguien antes los detenía a tiempo. Y Jacques al paso del tiempo se había hecho experto en las artes del ser humano y sus subidas y bajadas al poder. Siempre se había encontrado desde tiempos que no recuerda, tras la sombra de grandes líderes, junto a su maestro, velando por los intereses de las civilizaciones, y por los propios. Había detenido y cambiado el transcurso de la historia demasiadas veces, terminando por hastiarse de los errores que solían repetir los humanos. Y finalmente tras cien años al lado de ellos, los había dejado libres. Porque había comprendido que nunca cambiarían, solo les faltaba que alguien les dijera que no debían de hacer, para hacerlo y caer en desgracia. Era por eso que al paso de los años, y pese a encontrar distracciones como los viajes a las Américas con el descubrimiento de Colon o como las multitudinarias guerras territoriales en las que solía participar siempre en el bando ganador, había empezado a sentir pena por los mortales, que de muy cortas vidas solían luchar por causas que solo los llevaba a la muerte, si no que defendían de por vida, siendo la plaga de la Religión la causa por la que miles de almas se vendían al diablo para morir a manos de aquellos que desde las sombras les ordenaban que hacer.

La religión. El pecado y tormento de tantos, que aún tras tantos milenios siguiera intacta, constituía el pecado más grande de la humanidad. Aún por su mente pasaban los recuerdos de aquellos años, no demasiado lejanos de la quema de brujas. Miles de mujeres y niñas, humanas, almas inocentes y nobles quemadas vivas entre las llamas del fuego eterno que los religiosos juraban poder redimirles y llevarles al cielo junto a Dios. Tonterías, gruñó Jacques desde sus pensamientos aborreciendo aquella escoria de ejercito sagrado, que ahora llamaban Inquisición. Solo un nombre más para describir la maldad escondida en un temple sagrado.

Y de vuelta ahí estaba de nuevo, en Paris. Ya nada quedaba de aquel París que doscientos años atrás conoció, ahora en cada rincón se escuchaban los lamentos y gritos de las almas que habían ya perecido en la gran ciudad. Casualmente la sede de la inquisición.

No le había resultado difícil escuchar los susurros, interpretar las señales y seguir el ocaso al tiempo que dos patéticos inquisidores se ahogaban en sus propias manos. ¿Había algo más esplendoroso que el propio depredador muriendo por su propia mano? No, se dijo descubriendo los colmillos destilando odio al tiempo que en un movimiento de sus manos, hacia crujir los huesos de aquellos mortales, los que ya solo eran cascaras vacías, inservibles después de haber trabajado en sus mentes, extrayendo todo lo que de ellas podía. Los cuerpos cayeron en un golpe seco al suelo, quedando echados de cualquier forma sobre el sucio suelo de un vulgar y oscuro callejón, con sus cabezas literalmente aplastadas. Indiferente a la sangrienta escena provocada por su propia mano, volvió a revivir lo que había conseguido extraer de aquellos inquisidores. La Inquisición había vuelto a mover ficha, pero ahora no era nada comparado con la quema de brujas o el constante acecho en el que muchos sobrenaturales se sentían. Ahora era la carta blanca… poder terminar con cualquier vida sobrenatural sin deber de atestiguar sus condiciones y sin rendir cuentas a nadie. Y que locos debían de estar tras las ordenes? La Iglesia y los mandatos de aquel infame Dios al que adoraban. Pero aquello no se iba a quedar así.

Alguien deberá pararos los pies de una maldita vez. Quizás esto tuve que pensarlo tiempo atrás. No importa. Toda plaga siempre ha resultado eliminada y vosotros no escapareis del mismo destino que el de unas simples cucarachas. —Susurró con voz afilada a los dos cuerpos inertes del suelo. Una sonrisa curvó su rostro y con burla rezó por aquellas almas, esperando que fueran al infierno y allí atestiguaran el tormento de las llamas del inframundo. Donde todo pecador entraba y de donde no debían de salir.


[Semanas después…]


Toda alianza debe de ser preparada a consciencia, por ello necesitaba todos sus sentidos. Gracias a los sondeos de la mente que hizo en las siguientes noches, fue sacando nombres de aquellos que podrían estar interesados en presentar una resistencia y ataque a quienes ahora ya eran culpables de más de un centenar de todo tipo de criaturas en unas pocas semanas. Había hablado con gente, buscado puentes de conexión entre todas, robado información de las mentes menos protegidas y tras aquella búsqueda, finalmente los frutos fueron suyos y con una larga lista de contribuyentes a su causa, envío unas correspondencias anónimas a cada uno de ellos, en donde se encontraban entradas individuales a cada uno de ellos para ver la magnífica obra que en esa noche se daría, en nada más ni nada menos, que en el Theatre Des Vampires. Tras la función, había reservado un gran salón alejado de miradas indiscretas para llevar a cabo la reunión, a la que esperaba que todos acudieran.



Queridos señores.
Si deseáis ver perecer, reducir a cenizas a quienes nos acecha, a quienes nos condena desatando una lucha que solo ha empezado. Os invito a reuniros conmigo, el dia cinco, en el Theatre Des Vampires, en la sesión de las diez de la noche. Diez minutos antes de su finalización estad atentos, pues yo seré quien me levante y me encaminé a la reunión, siendo mis pasos proseguidos por los suyos.
Hay mucho de qué hablar.


“Que los gritos de nuestros enemigos, sean nuestros canticos en el futuro.”

J.R


Theatre Des Vampires
(El día de la reunion...)

Un fino traje italiano resaltaba su figura, no menos por eso de lo que la deslumbrante Gabriella lucía a su lado. La había ido a recoger a su casa, tras muchos años de perder el contacto. Charlaron y tras una pequeña referencia a la reunión de aquella noche, seducida por la curiosidad había accedido a ser su acompañante y acudir junto a él al teatro. Habían acudido al palco y desde allí con vistas privilegiadas, Jacques había podido coincidir con la mirada de aquellos a los que había reunido. Con una suave sonrisa terminó levantándose, justo antes de la finalización de la obra. —Madeimoselle… es la hora de la verdad. Seria para mí un inmenso placer, que me acompañara en esta noche. —Le ofreció el brazo y esperó que lo tomara con una despreocupada sonrisa en su rostro, dándose el lujo de entrever sus colmillos. Cuando aceptó su brazo, le acarició la mano con la que le rodeaba el brazo y sin perder aquella sonrisa se encaminó con ella por unos corredores oscuros, alejados de la multitud hasta llegar al salón en el que se llevaría a cabo la secreta reunión.

Abrió la puerta para Gabriella, entrando tras ella, encontrándose con la agradable sorpresa de que realmente aquel lugar era el más indicado para ellos. Apenas con mobiliario, pero suficientes sillas y sillones por si querían relajarse y tomar asiento, y un gran fuego que alumbraba con sus llamas el lugar, era todo lo necesario para llevar a cabo la reunión. Si bien esperaba mostrar sus cartas una vez todos dieran fe de querer por una vez por todas hundir la Iglesia y el ejercito del que eran dueños y señores, tenía la esperanza de que más de uno ya imaginara y supiera de los movimientos de la inquisición. —No te separes de mí en todo el transcurso de la noche, por favor. —Rogó a la dama que aún lo tomaba del brazo, con una suave y seductora sonrisa al tiempo que escuchaba pasos acercándose hacia ellos.

Inconscientemente se adelantó un paso, protegiendo a Gabriella con su propio cuerpo. Estaba seguro de no haber errado en sus averiguaciones, aún así se había jurado a sí mismo no dejar que nada malo le ocurriera a la vampiresa, como para correr el riesgo de haber contactado con las personas equivocadas. Cada vez los pasos se escuchaban más cerca.  —Bienvenidos señores. Os estaba esperando… —Dijo cuando los primeros miembros entraban en la sala, y a lo lejos se oían más pasos viniendo. —Espero os haya sido grata la obra de esta noche. —Añadió con una sonrisa, aparentando perfectamente calma y tranquilidad, observando a aquellos que se unían a la reunión. Parecía que habían acudido todos. Bien, se dijo en una sonrisa. El contraataque a la Iglesia estaba por empezar.

Ya retumbaban los tambores de guerra en los oídos del vampiro, quien en ningún momento dejó de proteger con su presencia a la vampiresa, mientras la sala se llenaba de expectación, pues parecía que en los ojos brillantes de cada uno de los presentes, ardía un fuego tan vivo como las llamas que la misma sala alumbraba. El fuego del intenso odio, hacia quienes iban contra su naturaleza. La inquisición y su ejército condenado. Los que después de aquella noche serian condenados a muerte, sin excepción.


IMPORTANTE OFF:


Última edición por Jacques Roman el Sáb Abr 19, 2014 12:46 pm, editado 3 veces
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Mensaje por Averno Vie Ene 17, 2014 7:14 am



Luchar por la paz es como fornicar por la castidad


La paz y la tranquilidad jamás han existido en este mundo, incluso desde antes de que el Averno se apoderara de él, en su cabeza siempre lo ha pensado así, los seres que habitan esta porción del todo siempre han sido los encargados de esta responsabilidad, nunca se han podido quedar quietos,  ni se han conformado con algo, incluso con los pactos y las alianzas, siempre uno a deseado poseer un pedazo más grande de pastel, y está muy bien, cuando vales tan poco es necesario llenar tu vacío con algo más, razón por la cual los reyes atesoran sus legados, y los guerreros se sacrifican por honor, por sí mismos, sin esos románticos adhesivos no serían más que nadie, por eso mismo, dichosos aquellos que siempre serán más que otros por el simple hecho de ser ellos mismos. Sin despegarse demasiado del tema al parecer una nueva escaramuza en la insignificante historia de la humanidad estaba por comenzar, y a pesar de que no lo estaban haciendo solos e irónicamente iniciaban contra su enemigo de la mano de sus mismos enemigos, Averno tendría que ponerle interés, después de todo la definición de este acontecimiento podría traer serios resultados ya sea si un bando gana u otro pierde, ¿para qué tendría que permitirse que eso sucediera? Quién sabe, todo esto podría resultar entretenido para su inmortalidad. Los ideales, el sentido del deber, la dedicación y la pasión usualmente son ajenos a él, pero el ser el causante de que todos pierdan estos sentires le resulta sumamente atractivo.

Se había quedado bastante tiempo sin mover un solo dedo al respecto, analizó con notable respeto esta invitación que por supuesto no había llegado a su nombre, sino a nombre de Artur Danwork, aquel falso nombre para otro más falso aún, con el primero había contratado a varios hombres y al parecer varios de ellos no aparecían más por su hogar, ¿cuál sería la razón? Definitivamente el organizador de todo esto, aquella invitación era demasiado obvia para su gusto, ¿y los códigos secretos, los algoritmos  que escondían la verdad del mensaje? Al menos no le tomó a él ni treinta segundos para darse cuenta que esta se refería directamente a la Santa Inquisición, pero para ser más específicos a aquel grupo de humanos y no tan humanos que lucha para erradicar “a los malditos” de este mundo, tantos adjetivos entretenidos se habían dado a lo largo del tiempo, no era un chiste nuevo todo esto, ya tenía su tiempo pululando por ahí, siempre bajo la mano de la iglesia y los credos totalizas que sin duda alguna dominan desde hace muchísimo tiempo, quizás demasiado las mentes, pero es una triste realidad que él suele aprovechar a medias, tanto el miedo como la religión son los mejores medio para controlar a las masas, y hasta la fecha no se ha demostrado que esto sea incorrecto, por ende deposita su aprobación en tal afirmación.

Aquel teatro de vampiros, sin lugar a dudas no era para nada el lugar al que le gustara ir una noche en París teniendo tantos otros lugares en los cuales podría disfrutar sin tener que estar tan rodeado de “sus iguales”, aquel lado tan antropofobico que tiene sale a relucir, probablemente por desinterés o fastidio, pero ameritaba su presencia esta reunión, además deseaba averiguar quién podría haber contactado con su falso yo, es algo que en parte le incomoda sobremanera pues siempre ha deseado no existir para todos los demás que no busque él, pero a la vez le genera ansiedad por descubrir quién fue capaz de hacerlo y para qué, más allá de aquella explicación tan concisa pero directa y suficiente que se brindó en el texto, se podría decir que ya había pensado en como asistir pero no del todo. Tan solo tocaba dejar que los días pasen y que aquel momento llegue.

[Noche de la función y reunión]

Y básicamente ya estaba todo listo, tan solo una prenda fuera lo de común adornaba el cuerpo del vampiro esta noche, una perfecta mascarilla que le cubría el rostro, está completamente negro y con los bordes dorados y brillantes, sumamente elegante al igual que las finas y caras prendas que vestía, su bastón bien afirmado a su mano como siempre no podía faltar, la carroza se encontraba delante de él y solo debía dar un paso para estar en ella y aproximarse a su destino.  Y así lo hizo, ingresó y durante el camino estuvo mentalizándose respecto a lo que estaba por acontecer, como en pocas ocasiones se encontraba indeciso al momento de tomar decisiones, quizás por esta singular vez dejaría que el transcurso de la noche guiara sus acciones claro sin dejarse llevarse demasiado por sus gustos personales, ya que podría desentonar de todo aquello. El trayecto desde su casa en las afuera hasta el teatro siempre toma algo de tiempo por eso mismo salió con anticipación, al llegar ya podía respirar aquel gótico ambiente que expide el anfiteatro, no tenía nada que reclamar respecto a los guiones y los actores, pero quizás tanta pose no le era de gusto. Pasar era tan simple, solo debería ser lo que es y así lo hizo, se posiciono en una esquina bastante alejado de las primeras filas, casi al final, se encontraba solo y podía resaltar con su bastón y su antifaz, pero no le importaba, se encontraba relajado observando la actuación, le entretuvo sí, pero no fue el regalo de un dios dramatúrgico, la ahora había llegado, todos los indicados se estaban moviendo, las voces y las demandas se hicieron presentes, aprovechó ese instante para mezclarse entre la multitud, y así sin más se escabullo entre los pasadizos y retiro el antifaz para luego dejarlo escondido entre unas masetas con plantas, no deseaba que algún curioso lo encontrara y se pusiera a pensar de quién sería y por qué vino con él, si bien son normales de la época, la ocasión no lo ameritaba para nada, su posicionamiento era correcto y podía escuchar todo a la perfección estando oculto de la mirada usurpadora de otros vampiros, si bien podía sentirlos a todos y todos a él, entre tantas presencias resultaba bastante complicado diferenciar quién es quién y en dónde se encuentra cada uno, por eso aprovecharía esto * Todos blandimos puñales en nuestras sonrisas * pronunció bajo y luego guardo silencio esperando que todo tomara lugar.

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Mensaje por Gabriella de Beaucaire Vie Ene 17, 2014 7:58 pm

Dicen que no hay peor enfermedad que la ignorancia; nada que pueda hacerte más vulnerable. Era la única plaga que se propagaba incluso entre los sobrenaturales como ella. Una que envenena, destruye, fomenta la traición entre familiares y amantes. Enciende de fuego las flores en el campo. Sí, durante muchos años, cerró los ojos a los problemas del mundo, a las necesidades de los humanos que, frágiles como las hojas en otoño, se rompían uno tras otro bajo su ardiente sed. Entonces, ella estaba enferma de ignorancia, ¿no? La sentía cada vez que daba un paseo por la ciudad, cuando se topaba con jóvenes ladrones y fingía no ver sus miradas sospechosas. Y lo sentía, especialmente, ahora que una persona dependía de ella. Recordar a Veronica le dibujó una sonrisa en el rostro blanquecino, al cual enmarcaban distintos rizos escarlata que le caían por todos lados.

Miraba, como si el tiempo no significara nada, la carta que tenía junto a sus manos. Reconocía la letra, pero el sello le era indiferente. Sus ojos azules eran inescrutables, como si sus pensamientos no pudieran siquiera reflejarse en ellos. ¿Qué pensaba la refinada vampiresa? ¿Qué podía opinar al respecto? Si ella permanecía oculta en un hotel, o procurando diversas propiedades a lo largo de Europa, o cuidando a una chica neófita a la cual adoraba como si tuviera su propia sangre, o muriendo a manos de un Inquisidor... ¿Ella guardaría alguna preferencia? Siempre fue imparcial, desinteresada. Disfrutaba las cosas bellas de la vida inmortal e ignoraba las grotescas necesidades; pero, como si el tiempo volviera a avanzar, tal como sucedía con los humanos, comprendió que huir y esconderse no era una opción. Acabó el tiempo de mirar imparcial y ver como se desarrollaban las cosas. Esta era una guerra en la que debía involucrarse.

Tranquilamente, acariciando la fina superficie del papel, eligió las palabras con las cuales le respondería al viejo vampiro con el que había perdido contacto unas décadas atrás. La pluma y su tinta manejaban una gramática impecable, tan propia de ella misma. Y cuando hubiese acabado de redactarla, guardarla y sellarla, escuchó los pasos de la joven que ahora vivía con ella.

Veronica, saldré en unos días al teatro. —susurró, con una sonrisa de disculpa.— Me temo que no podrás venir.


[Noche de la reunión]



Vestida como si formara parte de la nobleza, Gabriella mezclaba la sencilla gala de gasa blanca y la elegante pedrería en el escote cubierto de encaje. Toda ella lucía como un ángel caído, pues su melena de fuego y sus ojos astutos distaban de pertenecer a una santa. Durante la función había compartido uno que otro comentario con el caballero de al lado, Jacques. Nunca había asistido al Theatre Des Vampires; quizás fuera una mujer introvertida o temiera encontrar vampiros hostiles. Sea cual sea la razón, le hacía sentir insegura visitar dicho establecimiento. De no contar con tan buena compañía, probablemente hasta el más ligero roce la pondría en alerta asesina. Sus hombros estaban rígidos y sus manos le cosquilleaban de impresión. La función era sin duda alguna, algo que no vería jamás en un teatro común y corriente. Su porte era el de una mujer atenta y analítica, con una postura perfecta y los rizos que escapaban de su tocado apenas rozándole la piel desnuda del cuello.

Sí, ya es hora. —asintió en voz baja al primer aviso del vampiro. Cualquiera diría que él era muchísimo más amable, pero sentir el dulce goce no era algo que Gabriella pudiera experimentar en ese momento. Estaba nerviosa, pero muy agradecida por el punto de apoyo que significaba el hombre a su lado, con su brazo tendido en el aire a la espera de ser tomado. Y así lo hizo, con el porte de una reina que no permite vislumbrar miedo o inseguridad. La reunión que se llevaría a cabo era de tal importancia, que todo lo demás debía pasar a segundo plano.

No le sorprendió el rumbo que tomaban ni tampoco la sala en la cual se llevaría el largo proceso de planeación entre inmortales. Realmente nadie necesitaría descansar, pero imaginó a criaturas tanto o más antiguas que Jacques, al lado de jóvenes neófitos, y supo que la distancia sería oportuna.

No confías en ellos. —susurró a su vez cuando él le lanzó una advertencia que, lejos de ser alarmante, era casi una promesa de sensualidad. La mirada de la pelirroja era mucho más seria, inquisitiva, pero la sonrisa del hombre se le clavó muy en el fondo de su memoria.

Conforme fueron llegando los demás (a los cuales miró sin perder de vista los detalles), le fue más difícil disimular el crispar de su cuerpo; serían aliados, pero, ¿en quién confiar realmente? Todos tenían unos ojos tan despiertos, tan conscientes de sus poderes. Ella era una vampiresa relativamente joven en comparación con otros, aunque su mirada severa y sus labios rojos dijeran lo contrario. De pronto pensó en Veronica, en cuanto deseaba verla. Por primera vez en mucho tiempo quería estar al lado de otra persona, y eso la volvía mucho más vulnerable. Con la misma elegancia de siempre, hizo pequeñas reverencias a cada aquel que entraba y femeninos gestos con la mano enguantada; se mantuvo seria, como si poseyera una reserva limitada de sonrisas.

Era cuestión de tiempo antes de que alguien iniciara lo que sería un largo interrogatorio, y pudiendo venir de vampiros sabios y cascarrabias, eso significaba un tremendo dolor de cabeza.
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Mensaje por Rasmus A. Lillmåns Sáb Ene 18, 2014 7:11 am

Tiempo. ¿Qué es el tiempo? El tiempo es una curiosa dimensión, ajena a todo tipo de control por parte de los seres vivos -y los no tan vivos-, quienes se tienen que limitar a envejecer, crecer y cambiar bajo el ritmo que él mismo impone sin preguntarle a nadie. O eso pensaba él... Pero claro, ¿qué ocurre con el tiempo cuando has vivido tanto, cuando no puedes morir? Que pasa a un segundo plano, innecesario, relegado a pasar sin afectar a su cuerpo, ni a su espíritu... Bueno, si es que aún tenía algo como eso. No recordaba cuánto tiempo había pasado ya desde la última vez en que se dignó a medir los segundos que iban transcurriendo parsimoniosamente. Se detuvo un instante de su eterna no-vida a contemplar su paso, con ojos anhelantes. Dolidos. Porque aunque el tiempo no pasara por su cuerpo, sí lo hacía por el de aquellos que alguna vez consideró seres queridos. Y más concretamente, por Leire. Haber ido a verla no había sido una buena idea. La observó caminar, distraída como siempre, y sintió que por un instante su corazón había vuelto a palpitar desbocado. No lo hizo, no obstante, y aquel hecho, más que recordarle que tendría toda la vida para contemplarla, le instó a convencerse que era mejor dejarla olvidar. Porque ni estaba vivo, ni volvería a estarlo. Nunca. Conservaba su humanidad intacta, eso era cierto... Pero pensar y sentir como un humano no te convierte en uno. Y verla tan mayor, tan llena de vida, no hizo más que recordárselo.

Caminó sin rumbo durante un buen rato, reflexionando al respecto de la soledad, del tiempo, y de la interacción que ambas dimensiones hacían. No había nada más doloroso que una eternidad oscura, y solitaria. Y quien dijera lo contrario no había vivido tanto como él. Los minutos pasaban raudos, mientras su mirada oscura y fiera se paseaba con relajada parsimonia por las curvas de aquel prado verde. Si algo había de bueno en no envejecer nunca, era que el tiempo no te suponía absolutamente nada más que un lejano recuerdo. Lo bueno y lo malo. Su bendición y su maldición. No tenía más lugares a los que visitar, más cosas que descubrir. ¿Qué podría hacer durante toda la eternidad que aún le quedaba por delante? El parque estaba tan lleno de vida que casi dolía. Las niñeras no perdían de vista a los infantes, mientras estos daban rienda suelta a su energía yendo de un lado a otro con risueñas carcajadas. Las madres, sin embargo, estaban acomodadas en bancos de hierro forjado, conversando con sus amigas sin prestar atención a nada más. El cielo lucía amenazantemente oscuro, pero nada parecía perturbar aquel caos infantil. Una punzada de envidia le recorrió de arriba abajo. Y hubo de suspirar varias veces para recomponerse. Se concentró en la calma del estanque. Envolvente, relajante. El chapoteo de las carpas intentando atrapar una miga perdida de pan duro, le hizo despegar la mirada del horizonte para posarla sobre el agua, sonriendo ante el movimiento de los peces bajo la misma. Aquel lugar era realmente bello. Un pequeño paraíso dentro de una dictadura: la de los más poderosos sobre el pueblo, que estaba pudriéndose a sus espaldas.

Pero bastó únicamente a que aquellas personas, ajenas a su dolor, desaparecieran del parque, para que el pesar volviera a instalarse en su yerto corazón. Pudo entonces darse cuenta de que estaba cayendo en una espiral de perdición sin molestarte en salir a flote. Y lo peor de todo era que no tenía sentido, ya que él mismo había tomado esa decisión. ¿Inevitable? Negó con la cabeza. Podría haber sopesado mil opciones diferentes, pero fue él, al final, quien decidió alejarse de su hija. ¿Para protegerla? ¿Cuánto más aguantaría mintiéndose a sí mismo con eso? Sabía perfectamente que hubiese removido cielo y tierra, hubiese destruido a todos sus oponentes... sin la menor dificultad. Pero decidió alejarse. Alejarse por creer que el peligro era él. Y ahora el "enemigo" la tenía entre sus filas. Irónico, ¿eh? Y sin embargo, allí estaba, de vuelta. Había sido arrastrado hacia ella mediante unos hilos invisibles que le instaban a permanecer en esa posición. Lo suficientemente cerca para protegerla entre la sombra, y lo bastante lejos para que ella no se diera cuenta. Expectante por lo que pudiera ocurrir, con la mente nublada entre el querer y el deber. El querer reclamaba todo lo que tenía ante sus ojos, y mucho más. Reclamaba una idílica felicidad junto a ella, haciendo caso omiso a los recuerdos del pasado... Sin embargo, el deber le recordaba que, si entonces corría peligro, estando las aguas tan revueltas como lo estaban ahora, lo más sensato sería quedarse donde estaba. Observando en la sombra. Ese deber le hacía permanecer congelado a la espalda de su hija, de lo que más le importaba en el mundo... con el cuerpo en completa tensión por saber que nunca podría volver a acercarse a ella...

Unas pisadas a su espalda lo sacaron de su ensimismamiento. Un niño famélico, con el rostro lleno de barro y la ropa roída, se estaba acercando a él sigilosamente, con una mueca de terror. Sólo entonces se dio cuenta de que llevaba un rato lloviendo. Con una sonrisa tranquila, sosegada, instó al muchacho a que se acercara, escrutando su expresión. Como siempre, la primera imagen que daba al mundo contradecía enormemente a su forma de ser. El niño dudó, confundido por la sonrisa pacífica del hombre en comparación con su aspecto, siempre feroz. Le tendió una nota con mano temblorosa, para luego tomar la bolsa de monedas que Rasmus le ofrecía con una sonrisa tímida. Aquella sonrisa que tanto echaba de menos en el rostro de su amada hija. Leyó la nota con el ceño fruncido, sin comprender muy bien de qué iba todo aquello. El comprender el mensaje le hizo fruncirlo aún más, contrariado. ¿Estaba preparado para la guerra...? O más aún, ¿quería formar parte de una que iba en contra de su propia hija? A él le importaba bastante poco la persecución hacia los de su especie. Lo que no le importaba tanto era que la mayoría del mundo se muriera de hambre, sólo para que la otra minoría disfrutara de privilegios que no se merecían. Y lo peor de todo era que esa minoría era la misma que los perseguía. La Iglesia y su demagogia. Bufó en voz baja para luego levantarse ágilmente, y perderse entre la niebla de la noche a paso ligero.


[Primera noche de reunión.]


No tardó demasiado en decidirse, pese a todo lo que podría salir -y seguramente saldría- mal. Dejaría bien claro, no obstante, su postura en aquella guerra a la que era su condición lo que lo arrojaba. No podía negar su naturaleza bélica, deseosa de luchar por conseguir algo justo... Pero lo que para él era justo, no solía serlo para todos. Había asumido hacía mucho que viviría siempre en la sombra, escondiéndose de un mundo que era hostil con todos los sobrenaturales. Y la verdad es que nunca le había disgustado del todo. No le gustaba llamar la atención porque ello no le entrañaba más que problemas. Una vez trató de formar parte de algo más grande y llamativo de lo que acostumbraba, y acabó teniéndose que alejar de lo que más quería a fin de no dañarlo. Él no era humano, había muerto hacía mucho. Sólo le quedaba velar por una humanidad que poco a poco se había ido consumiendo en aquella tierra maldita. Luchar por un mundo mejor y todas aquellas cosas que otros consideraban tonterías, pero que él sabía que podría conseguir. ¿Había acaso algo que seres milenarios como él no pudieran lograr si se esforzaban? El problema era que, con el paso de las eras, los intereses de los sobrenaturales parecían retroceder en su escala de valores. Les importaba más cómo les trataban a ellos que como los humanos trataban a sus iguales. ¿Cómo aspiraban a algo así, si el mundo no era capaz de mantenerse a sí mismo? Sólo cuando la guerra entre humanos hubiese acabado, ellos podrían salir a la luz sin miedo, sin ser vistos como amenazas o competidores. Y faltaba mucho para eso.

Observó las gradas circundantes con la mirada brillante, expectante. Era la primera vez en mucho tiempo en que había abandonado su atuendo usual de una chaqueta negra y larga a un traje de etiqueta que le quedaba bastante estrecho. Nunca había tenido demasiado claro el tema de las tallas... No desde que su esposa muriera hacía mucho tiempo atrás. Y si bien sabía perfectamente dónde encontrar ropa larga que le sentase bien a sus casi dos metros quince de altura, sus brazos no eran lo bastante delgados para encajar en ningún sitio. Se sentía como embutido, obligado a dar una imagen de sí mismo que no era real. ¿Cuándo había vestido él así? Sacudió la cabeza intentando concentrarse en los actores, pero el hecho de estar rodeado de vampiros no le facilitaba demasiado la tarea. Sí, era extraño que no se sintiera cómodo con los de su especie, mientras se desenvolvía sin problema ante los humanos. El motivo era simple: no solía simpatizar con los primeros. Todos a cuanto conocía eran egoístas y manipuladores, unas auténticas bestias... Y él ni era ni quería ser así. Esperaba que aquel que había osado buscarle tuviese otras ideas en la cabeza, o saldría de allí igual de rápido de lo que había llegado. En nada le beneficiaría una pelea en un sitio como ese, aunque disfrutase más que nadie golpeando algo de vez en cuando.

Cuando vio a un individuo levantarse a la hora acordada, le siguió sin hacer ruido, aunque a una distancia bastante prudencial. Bien podría tratarse de una trampa... Después de todo, la Inquisición aún lo consideraba un traidor y lo estaban buscando. Su hija incluida, aunque sus motivos fuesen bien diferentes. Se sentó justo en la mitad de la sala, desde donde podía observar todos los "frentes". No podía negar que su espíritu guerrero le precedía, y aunque su aspecto ayudase más a salir corriendo de su vista que a acercársele, su mirada era todo menos hostil. Observó al "anfitrión" y a la joven vampiresa junto a él con una sutil sonrisa que nada quería decir. Se mantuvo inexpresivo en todo momento, mientras los demás iban llegando, aunque la tensión de su cuerpo era más que evidente. Repasó mentalmente lo que debería decir en su discurso, a fin de no olvidarlo aunque, dado lo importante que le parecía, no lo creía posible. Y es que, si alguien se atrevía a tocar a Leire... No habría piedad. Ni alianza. Se recostó en la silla a fin de tratar de calmarse, no quería dar una mala imagen en un sitio como aquel. Si había garantías de que su hija no saldría perjudicada, sería el primero en salir de allí dispuesto a destronar a la Iglesia. En el caso contrario... Averiguarían por qué es peligroso enfadar a un tigre dormido.

Indumentaria + pelo largo e_e:
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Mensaje por Aaya Maciej Lun Feb 17, 2014 5:35 am


“Internado en la oscuridad de una llama que se esconde del sol, para buscar la fortaleza de un humano que no existe”
Era algo extraño París en ese instante, hacía tiempo me había dado cuenta que las cosas no eran como antes, no podía librarme fácilmente de las miradas como lo hacía siglos atrás. Y las religiones cada vez ganaban más terreno en el mundo. Con aquellos tipos de cruzadas, con las matanzas, la quema de las brujas. Últimamente los sobre naturales tenían la desventaja. Algo que sin duda no me agradaba en lo absoluto. ¿Qué sentido tenía que los que no éramos humanos tuviésemos que escondernos? Siempre me había creído superior a ellos, aunque había llegado a notar que algunos valían la pena y algunos inmortales no lo valían de la misma forma. Pero la inquisición nunca había sido un problema para mí. Las veces que me habían encontrado los había matado de la forma más inhumana y placentera posible. Había hecho empresas de tantas cosas que era difícil meterse conmigo, mi dinero no salía de una herencia familiar, todo el tiempo estaba moviéndose a mi alrededor y por ello me ganaba a las personas, ya sea humanas o no. Lo que no quería lo destruía y fin del asunto.


Y tal como lo acababa de decir, la inquisición me molestaba y debía hacerla desaparecer, porque así era mi estilo de vida. Si es que se puede llamar vida. En general, estuve mirando aquella carta, esa que llegó en un extraño momento de mi vida, de alguna forma era un momento “exacto”, investigándola, inspeccionándola. ¿Qué tantos seres seríamos? Lo seguro es que todos deberían ser vampiros o vampiresas, por que otra raza no podría entrar al teatro y salir con vida. ¿Pero por qué aquel lugar? Nunca me había agradado demasiado, principalmente porque los que cantaban, tocaban los instrumentos y demás, en general era toda gente extraña o de diferentes orígenes. Y por mi cuerpo corría la sangre vikinga, que no me permitía aceptar a esos seres de cabello colorado u ojos rasgados, un cierto rechazo escocía en mi interior. Aunque claro que si se trataba de encamarme con alguno de ellos, me parecían exóticos y excitantes. De alguna forma mis gustos eran extravagantes y extraños.


Había llegado esa noche, al final terminé aceptando ir, por una causa que me molestó en demasía, quería poder estar tranquilo y que Deiran también lo estuviese. ¿Era demasiado pedir unos años de paz? Quise golpearme por la pequeña cursilería que había pensado, pero así lo quería. Y lucharía para poder al final terminar, sea como sea, del lado ganador. Había pensado en hacer una alianza con los inquisidores, mantenerme de espía con la condición de que luego me dejaran a mí vivir en paz. Pero no, siempre había pertenecido a un solo bando y por ello acepté primero escuchar lo que aquel hombre tenía para decir. Y luego de ello, llevaría el argumento a una batalla en mi cerebro.


Me vestí de gala, con ropas oscuras de tela de gabardina, unos hermosos gemelos dorados al igual que los botones, hechos de fino oro. Con un bordado simple, que daba pie a que mi cuerpo se enmarque debidamente en el traje. Llegué con evidencia, bastante más tarde de lo dicho. Me había debatido justo en la puerta del lugar, pero al final, me decidí por entrar. La función sin duda era interesante pero sentía a mí alrededor demasiada peste muerta y pocos humanos que devorar. Miré un momento al gran y esplendoroso techo y disfruté un poco la obra que se estaba llevando a cabo, conté los minutos y segundos y cuando llego el instante apropiado, vi a un joven que parecía más un lycan por su vestimenta y cabellos revoltosos, me reí para mis adentros y luego de que varias personas más se levantaron, me dispuse a hacer lo mismo. Irónicamente, estábamos escondiéndonos de lo que queríamos proteger. O al menos de lo que ellos querían proteger, por mí, si se murieran todos y solo quedara yo y mi gato-dragón estaría perfecto. Pero no podía suceder eso y cuando empecé a caminar, también empecé a inspeccionar.


Cerré mi mente completamente, nadie, siquiera un grupo de brujos con un vampiro juntos podía leer mi mente en ese instante, sellada con plomo era algo demasiado simple. Mordí mi labio y olisqueé el sabor de la emoción en las auras ajenas. Casi me había dado risa, pero no era el momento para hacer aquello. Miré al hombre y luego a la mujer y me quedé expectante, eran vampiros viejos. O más bien el hombre lo era, se le notaba en los ojos, la mujer parecía promedio. Crucé los brazos y tomé una de las copas que estaba cerca de la mesa. Olisqueando el aroma del vino. Odiaba el vino, pero me recordaba a aquel pequeño engendro que parecía tomar vino como si fuese sangre, y por eso me había hecho casi adicto. Solo por poder sentir el mismo sabor en la boca. Pero sin duda el whisky era mejor. — ¿Quien se supone que me ha invitado a hablar esta noche? Es como una cita, no me gustaría que me dejen plantado. — Murmuré burlón, tal como era yo. Simple, sin modestias ni molestias. Me gustaba el dar y recibir, sobre todo si se hablaba de libertad, dinero o sexo. Y las últimas dos ya las tenía en abundancia. Lo que necesitaba ahora, era poder salir a donde quiera, las veces que quiera, sin tener que devorarme a un humano a la fuerza.


“Espero que tú seas el verdadero hombre que nos pueda guiar a algo mejor de lo que vive nuestro planeta tierra.” 
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Mensaje por Elijah Fray Lun Feb 17, 2014 2:58 pm

“Lo que hoy somos descansa en lo que ayer pensamos, y nuestros actuales pensamientos forjan nuestra vida futura.”


-Buda


Noviembre, aquel mes había quedado marcado en la memoria del antiguo vampiro. Aquellas expresiones en el rostro de la bruja aliada, aquellas visiones que había compartido con él no hacían nada más que revolver entre su pasado, su oscuro y olvidado pasado. Hacía más de 5000 años que caminaba sobre esta tierra como un cuerpo vacío sin humanidad, un recipiente sin nada más que odio y una necesidad constante de conseguir algo que jamás encontraría…paz.

Había jurado a Tempest no mover un solo músculo él solo, la bruja le había advertido de que ir sin compañía a la guerra no tendría resultados positivos para su existencia. Así que se había dedicado a nada más que aguardar, le dolía en el orgullo y en el alma (O lo poco que quedaba de ella). Siempre detestó las reglas pero una promesa era una promesa.

Varios rumores habían llegado a sus oídos desde que todo había comenzado, seres sobrenaturales con miedo a ser exterminados por su naturaleza, la cual muchas veces no era repudiable…La iglesia siempre había sido así, sus formas de interpretar las cosas eran muy poco ortodoxas, desde el comienzo de sus doctrinas habían pensado en exterminar a todo aquel que no creyese en sus cuentos, la idea del dios universal, el cielo y el infierno. –Idioteces- ¿Acaso no creen que si dios existiera y fuese tan poderoso como dicen que es, ¿permitiría la existencia de algo que no quiere?, ¿Si es tan bueno por qué os permite exterminar a niños por poseer una chispa de magia en su interior?, ¿acaso no os dais cuenta de lo cerrados que están sus ojos?. Nadie respondería aquellas preguntas jamás, porque muy en el fondo, todos conocían las respuestas.

La carta; aquella correspondencia tan especial y tan cuestionada. Ciertamente había dudado en participar, ¿Y si era una trampa? Quizás lo mejor era que lo fuese, así exterminaría a todos los “Pseudo-humanos”* que intentasen borrar su existencia y, de esa forma demostrarle a la inquisición y a la iglesia que todavía estaba ahí, ya había asesinado a sacerdotes antes, ¿por qué no repetirlo?


Actualidad


Se hizo la noche, aquel manto de oscuridad cubrió los cielos con su magia ancestral, las estrellas brillaban más fuerte de lo normal aquella noche, quizás era porque sabían lo que sucedería, quizás simplemente estaba alucinando de la emoción. Estuvo un largo tiempo eligiendo con qué asistir a la reunión, buscó el punto medio entre la formalidad y la libertad de movimientos, porque, en caso de necesitarlo podría moverse con total libertad. Eso no quitó la suma delicadeza de sus ropas, era una vestimenta envidiable. Sus ojos permanecían con aquel anillo rojo en el iris, el cual había aparecido desde la visita de Tempest y no había podido disimular hasta el día de la fecha. Cerró su mente, nadie podría oír sus pensamientos aquella noche, su sonrisa denotaba cierta emoción y ansiedad, no sabía lo que sucedería y eso era algo que le gustaba.

Partió de su hogar con el tiempo justo y necesario para ingresar varios minutos antes del comienzo de la función. Durante el trayecto no pudo evitar pensar en su amiga, en el futuro de los seres sobrenaturales, cosa que nunca le había importado hasta que Tempest había golpeado su puerta. Había taladrado el frío corazón del inmortal con suma facilidad y se había ganado un lugar muy bien resguardado en él. –Se aproxima la hora- Susurró al bajar de su transporte, se acomodó las ropas e ingresó al lugar, esperando la señal.

La función era quizás un tanto tediosa para su gusto, demasiado “Je ne sais pas” que hacía observar a los involucrados con cierto desprecio y aburrimiento. Estaba tranquilo, sin estar demasiado alerta pero tampoco muy relajado como para poder ser tomado por sorpresa. Intercambió miradas con quien sabía había enviado la carta, tener contactos por todos lados ayudaba en aquellas épocas. Finalmente, lo vio ponerse de pie y esperó algunos segundos para seguirle, pudo notar a varios otros levantarse, no le dio importancia porque sabía que ya los podría ver a todos de cerca cuando todo comenzara.

Caminó por aquellos pasajes sin titubear, seguía el aroma de la guerra, había vivido lo suficiente como para saber que lo que se acercaba no era una fiesta de té junto a la iglesia, sino que un frente de batalla bastante explosivo. Ingresó finalmente en la habitación, no era el primero no creyó ser el último, dio varios pasos en el interior de la misma y se recostó contra una pared, su tranquilidad inundó la sala y no dejó de observar a los que ya se encontraban ahí.

-¿Qué nos traerá la noche?- Se limitó a decir, su voz ronca retumbó en la sala mientras dejaba salir el último suspiro de la noche.
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Mensaje por Jacques Roman Miér Mar 12, 2014 8:58 am

"La paz es para la mujer y para el débil. Los imperios se forjan con la guerra."
Agamenón

Las vibraciones en el aire, como el sonido de unos silenciosos pasos indicaba que la hora se acercaba y en poco tiempo los primeros vampiros irrumpirían la estancia. Asegurando siempre que su acompañante, a la que había traído con la intención de que oyera lo que se acercaba, el fuego de la guerra, se encontrará alejada de los demás y a buen recaudo a su lado, permaneció solemnemente tranquilo esperando por el inicio de la clandestina reunión. Cerró unos instantes los ojos, apenas un segundo en lo que rastreaba las olores, y los localizaba, todos llegando desde un extremo o pasillos diferenciados, no obstante todos en la misma dirección; a encontrarle. Dedicando una ligera y efímera sonrisa a Gabriella, tomó su mano con delicadeza y enlazándose firmemente con ella, en un intento de tranquilizarla, la miró. — Querida mía. —Le sonrío y bajando sus labios besó el dorso de la mano femenina que sujetaba. — En estos tiempos no se puede confiar ni en la misma sombra de uno. —Sonrío al final de sus palabras, suavizando el impacto de ellas, no la quería asustada, sí cautelosa, en alerta.

Su experiencia le había hecho participé en innumerables luchas internas con sí mismo, como para saber que nunca debía confiarse, ni aún ganada la lucha, podía declararse vencedor. Y justo aquel hecho, el declararse vencedores, llevo a muchos grandes hombres y épicas batallas al fracaso, todo por la confianza ciega del hombre en sí mismo. Así que, como si de uno mismo no debes fiarte, como fiarte de los demás? La confianza se ganaba con hechos, y aún así corrías el riesgo de que te giraran la espalda y te traicionaran. El mundo había cambiado, pero las leyes que de este se erigían, seguían siendo las mismos. El juego, seguía siendo el mismo juego. Podían ser la humanidad mas avanzada, tener mas capacidades, armamento, industria… investigación, no obstante siempre en todos los escenarios había la misma base, el bien y el mal entrelazados. Desigualdades, el hambre, enfermedades, religión. Cada uno de nosotros es solo una pieza del ajedrez, coincidió Jacques volviéndose a erguir, sin dejar aquella pequeña mano entre la suya en cuanto los primeros pasos y el primer vampiro irrumpió la sala. Observando al vampiro que en silencio y tras que sus ojos coincidieran fue a sentarse en medio la sala, enseguida Jacques fue consciente del estado de alerta del mismo. Aquel vampiro era un guerrero y por su aura, era uno mucho mas antiguo a él.

Con respeto inclinó su cabeza en su dirección con suma tranquilidad y seguridad, volviéndose enseguida al nuevo visitante que irrumpió la sala, esta vez uno mucho mas joven, al que también sonrío. En su mente fue repasando los nombres de cada uno, acordarse de los nombres de tus aliados, eran tan o mas importantes que los de tus enemigos. — Una cita mi joven amigo, es solo una cita. Te encuentras aquí por algo mas grande. Más interesante te lo aseguro.— Vio su rostro al beber el vino y río divertido. — ¿No se encuentra a tu gusto el vino? Siempre podemos pedir que nos traigan un buen whisky ruso, alardean de ser los mejores, aunque tengo mis propias reservas ante eso. —Comentó con un tono amigable. Casi parecía aquel encuentro por unos momentos una reunión de amigos que compartían copa y recuerdos, pensó sonriente dejando que lentamente el ambiente se suavizara y definitivamente despreocupado permaneciera al lado de Gabriella. — La noche ¿Qué nos traerá? Sangre…ríos de sangre.— Contestó al siguiente vampiro en irrumpir en la estancia. — Y ahora que estamos todos, o quizás no todos… — Dijo al ver que aún faltaba un asistente a la reunión. Por si sus cálculos y memoria no le fallaban, faltaba Lowe Von Meer. Espero que llegue a tiempo, a él más que a nadie le interesara esta reunión, pensó con malicia al saber de los exquisitos gustos del Inmortal en cuestión, el cual encontraba fascinación con los elixires de los inquisidores. — Esperando que el señor Lowe Von Meer acuda con nosotros, sean bienvenidos todos a esta reunión, de la que espero pueda salir una fuerte unión entre nuestra sangre, para terminar con todo aquello que acecha en las sombras.

Me presentaré. Soy Jacques Román, ex comandante de los ejércitos babilónicos, egipcios, mesopotámicos y persas. General de incontables milicias, espía en demasiadas ocasiones y participé directo en todas las importantes conquistas del ser humano en nombre de la humanidad. Alguna vez fui humano, amado y traicionado, como todos nosotros y aún así, no soy nadie todavía. —Se presentó manteniendo una mirada firme y tranquila. Podía leer y anticiparse al peligro en todo momento y en aquel lugar no lo sentía a su alrededor. Por el momento.— Lo mas importante no es quien soy o quien fui algún día, si no a que grupo algún día permanecí. Alguien alguna vez oyó el nombre de la Fraternitatem Ignis, ¿la fraternidad del fuego? De ahí proviene todo y es este todo el motivo por el cual estamos todos hoy reunidos aquí. — Prosiguió, y de la nada tras sus palabras, la estancia mutó de forma.

Solo una ilusión, aún así durante unos segundos la tierra a pies de los inmortales tembló.

Agarrando la mano de Gabriella, tranquilizándola sus ojos brillaron emocionados ante lo que iba a volver a revivir. Las paredes se alargaron, el fino y caro recubrimiento de las paredes del teatro se volvió de piedra y arena. La luz que los alumbraba disminuyo hasta quedar tenuemente en la oscuridad, solo la vela seguía encendida. Expandiéndose la estancia a la vista de los vampiros empezaron a salir inscripciones antiguas, latín, griego y egipcio unidos en acertijos y narraciones que llenaron los recovecos de la pared, rodeándolos, hasta extenderse por todo el lugar, en las paredes. A los pies de los vampiros se llenó de arena árida del desierto en la que se encontraba aquel olvidado lugar tras siglos y siglos en la más agreste tierra. Jacques sonrío melancólico observando de nuevo aquel lugar, que si no fuera por ser consciente de que aquello solo se trataba de una imagen mental de él, juraría volver a encontrarse siglos atrás. De las paredes, las antorchas se prendieron y con un nuevo temblor de tierra, el último elemento y el más importante de ellos, apareció. La mesa redonda con los cinco puestos de ambos lideres originales de la eterna secta, ahora olvidada y abandonada por las arenas del tiempo.

Bienvenidos a la fraternidad del fuego. — Y con sus ultimas palabras el centro de la mesa ardió en una viva llama.


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Última edición por Jacques Roman el Miér Mar 26, 2014 4:07 am, editado 1 vez
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Mensaje por Gabriella de Beaucaire Miér Mar 12, 2014 10:35 am

Ciertamente, la confianza era el tipo de lujos del que ni siquiera un vampiro podía presumir libremente. La inmortalidad, las riquezas, la sabiduría y el poder eran cualidades peligrosas si se mezclaban con avaricia y demencia. Y Dios sabía que muchos de los condenados estaban locos. La única mujer ahí presente intentó deshacerse de esos pensamientos, pues no quería ser descubierta en sus recelos por algún hombre de ahí que tuviera la habilidad de leer la mente. Eso sería, además de bochornoso, peligroso para el cometido de Jacques. Y ella se encontraba sinceramente interesada en él. No habría asistido a un nido de vampiros (algunos muy antiguos) si no creyera que era de suma importancia, y que su participación sería indispensable de alguna forma. No quería mantenerse más tiempo apartada y aislada, como normalmente vivían los de su especie.

Incluso si tenía la mente alerta y a Jacques protegiendo el frente, sintió la tensión en su cuerpo conforme fueron entrando los hombres, uno tras otro. Ningún rostro se le hacía familiar, lo que era normal teniendo en cuenta que rara vez salía de su casa. En esos momentos deseó tener una memoria fotográfica que le permitiera registrar cada una de esas criaturas etéreas en su cabeza. Al verse muy en desventaja, y mostrando su naturaleza fina, hizo una caravana, con la vaporosa falda del vestido entre las manos. Con la cabeza baja en señal de respeto, se aventuró a levantar la mirada y clavarla en el vampiro de sonrisa arrogante, aquel que en pos de broma, parecía querer apresurar las cosas. Tenía un aire peligroso, como las plantas carnívoras que estudió unos años atrás. Se irguió con cierta dificultad.

Cuando todos estuvieron presentes, la mujer notó que su acompañante se relajaba un poco. ¿Quería decir que no había hostilidad ahí? Ella frunció el ceño, esperando ser ignorada por todos los demás. Podía sentirse algo paranoica al respecto, pero quizás se tratara de ese repudio que tenía hacia todos los de su propia especie. En su opinión, no era un disgusto descabellado, tomando en cuenta las atrocidades que cualquiera debía pasar para ser convertido.

"Eso pasó hace mucho tiempo", se recordó. No lo suficiente para sentirse cómoda con aquellos vampiros, pero intentó disimularlo. Escuchó las palabras de Jacques, su discurso inaugural. Se vio sorprendida por el repentino anhelo que tenía por seguir escuchándolo; hablaba de un tiempo antes de que ella siquiera naciera, antes de que la civilización fuera tal como lo era ahora. Por primera vez, sintió curiosidad de lo que había más allá de su razonamiento. Clavó sus ojos azules en los ambarinos del moreno, hallando algo místico, exótico. Y a su modo, los demás vampiros ahí también lo tenían.

¿La fraternidad de fuego? —Repitió con desconcierto, como si las palabras no tuviesen un sentido coherente puestas una junto a la otra. Pero la habitación y su cambio fueron la única respuesta. De no estar sujeta a Jacques, tal vez hubiese soltado un grito de sorpresa. El calor que emanaba el vampiro era suficiente para apaciguarla, lo que sería inapropiado de tratarse de una reunión normal entre humanos. Abrió los ojos como platos al sentir la arena en sus zapatos. El extraño desnivel del suelo la obligaron a sujetarse del brazo ajeno, procurando mantener una distancia decente. Estudió las paredes de piedra que ahora los rodeaban y se estremeció por la repentina oscuridad. Dio un respingo al notar que, entre la penumbra, aún brillaban los ojos del vampiro de sonrisa arrogante. Tal vez sucediera lo mismo con todos los demás, pero él en particular le daba miedo.

Cuando en el centro de la "sala" apareció una mesa y en ella una llama de fuego, un sentimiento de familiaridad se extendió por el cuerpo de Gabriella. Como si estar ahí fuera lo indicado, lo natural. Tomó el valor de apartarse de Jacques para acercarse a la mesa; tocó la superficie y se sorprendió de tener restos de arena en el guante. Miró a todos los hombres ahí presentes y se obligó a levantar la voz.

Buenas noches, caballeros. Mi nombre es Gabriella de Beaucaire, y soy una invitada más en esta reunión. Tal vez el tiempo, por irónico que parezca, no sea nuestro mejor amigo por ahora, pero no quisiera dejar atrás la educación. —Dijo con una extraña claridad que contradecía sus nervios. Una de las ventajas de ser mujer, era que podía recurrir a los modales para tratar situaciones delicadas como esa. Procuró evitar la mirada del vampiro de los gemelos de oro y se concentró en uno de cabello largo y aspecto extranjero. A pesar de todo, le parecía una persona mucho más accesible.— A diferencia de mi acompañante en esta noche, no poseo antecedentes con la milicia o cualquier organización con fines políticos. Mi experiencia en este campo es mínima. Pero les aseguro que la causa me importa tanto como a ustedes. —Diciendo esto, no se dio cuenta que su rostro se ensombrecía y adquiría mayor seriedad.— Nuestra especie no es muy unida hoy en día, pero debo suponer que algo tendremos en común si nos arriesgamos a una posible trampa al venir aquí.
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Mensaje por Rasmus A. Lillmåns Jue Mar 13, 2014 11:04 am

Fuego. El elemento más temido de todos los existentes sobre la tierra,  por mortales e inmortales, grandes y pequeños... Y con razón. El fuego es un destructor. Una chispa que puede iluminarlo todo en un instante, y reducirlo a cenizas en el siguiente, sin dejar espacio a la reflexión, a la duda, o a las posibilidades. El fuego arrasa con todo, sin importarle el tamaño, el material con que esté hecho o las esperanzas que se hayan depositado en aquello que es objeto de su poder. Y por alguna extraña razón sabía que casi todos los presentes en aquella sala, aun siendo completos desconocidos, coincidían en aquel punto. Todos los vampiros, y más los antiguos, se habían tenido que enfrentar alguna que otra vez con la fuerza descontrolada del fuego, que en manos enemigas suele ser la peor de las armas con que puedas toparte. Y es que ninguna de sus habilidades podían combatirlo, ni siquiera las más poderosas. Y menos si venía acompañado por el odio que siempre habían despertado los de su especie en los demás. Un odio irracional que por sí solo ya quema, ya duele. Como la peor de las cicatrices. Una que nunca cierra: la sensación de no encajar en aquel extraño mundo que tanto había mutado a lo largo de las eras. Para que luego dijeran que todos los cambios eran a mejor.

Recordó amargamente los momentos más felices de su existencia, que pese a la lejanía en el tiempo no se habían emborronado ni un ápice. Él, que había nacido muchísimo antes que la mayoría de las civilizaciones existentes en aquel momento, había presenciado con resignación cómo siglo tras siglo, los valores se habían ido degenerando progresivamente, abriéndose grietas irreconciliables entre las opiniones anteriores y las nuevas. Y es que los humanos tenían la terrible facultad de desvirtuar las palabras de los sabios más importantes del pasado, modificándolas de forma que acabaran diciendo tal y lo que ellos querían según el momento en que se encontraran y lo que necesitaran. Sacaban provecho a las palabras que en su momento marcaron una forma de vida, eliminando aquellas partes que no les interesaba. Muchas de las religiones nacidas desde que él pisara por primera vez el continente europeo, eran burdas imitaciones de las que en su momento él mismo practicó, con novedades casi siempre relacionadas con cómo castigar a aquellos que desobedecían. En su tierra natal, en su Egipto, todos creían en dioses que se limitaban a dar forma al mundo en que ellos vivían. La simple concepción de un único creador resultaba francamente absurda, cuando había tantas cosas inexplicables. ¿Cómo había cambiado todo tanto desde entonces?

Observando a los presentes podía intuir orígenes tan antiguos y lejanos como el suyo propio, y eso, lejos de alegrarle, lo desalentó. ¿Que podía aprender de alguien que había vivido lo mismo que él? Siempre había pensado que los vampiros de su edad necesitaban a otros más jóvenes que les mostraran las nuevas características de aquella realidad que nunca llegarían a entender del todo. Eran etéreos, eternos en un mundo destinado a tener un principio y un final. Cuando todo se terminaba, ellos seguían en pie, mostrándose indiferentes al paso del tiempo... De nuevo, el tiempo, aliado y enemigo a partes iguales. La única dimensión capaz de dañar casi tanto como el fuego. Si echaba la vista atrás, siempre se encontraba con alguna de aquellas dos "fuerzas", a veces, incluso, entremezcladas. El tiempo siempre formaría parte de sus recuerdos, por el evidente estancamiento que había sufrido en los últimos dos mil años... Y el fuego, en cierta forma, también. ¿De cuántas ciudades había sido expulsado a grito de "monstruo", con antorchas encendidas, alzadas amenazantemente contra él? Nunca se había sentido un santo, pero tampoco hizo nada reprochable en su estancia en ningún lugar. Quizá, al principio, por el callado tormento que le producía el temor a perder su alma... Al final, por sentirse perfectamente capaz de subsistir causando el menor daño posible.

Pero lo cierto era que allí estaba, viviendo a oscuras. Escondiéndose de un mundo, de una civilización, que aún no estaba capacitada para aceptar la existencia de aquellos que eran como él. Suspiró por lo bajo, esperando, al menos, que alguno de los antiguos allí presentes coincidiera con sus pensamientos. O tendría que asumir que, pese a sus reticencias a pensar en ello, todos acababan convirtiéndose, inevitablemente, en bestias inhumanas. Siendo él el último justiciero en un mundo podrido. Un héroe caído, convertido en villano tras cientos de guerras en favor de una humanidad que jamás se lo agradecería. Y aún así, lo único que le preocupaba acerca de enfrentarse nuevamente con el fuego, era el posible peligro que pudiera correr su Leire. Definitivamente, o no era un buen vampiro, o era mejor que todos juntos. Nunca sabría cuál de las dos opciones sería más factible. Un nuevo suspiro vino acompañado del sordo sonido de su silla toparse bruscamente con el suelo. Adoptó una postura más informal, medio encorvado, mientras escuchaba atentamente las palabras de su "anfitrión". Su edad no le sorprendió, así como tampoco las múltiples batallas en que había participado. Las civilizaciones antiguas solían haber participado en muchas guerras, que en nada se parecían a las actuales. Echaba de menos aquellos tiempos, pese a lo extraño que pudiera parecer. Sus motivos siempre habían tenido bastante más peso. Y eso nunca lo olvidaría. Ahora era matar por matar, una muestra más de la ligereza con que los humanos se tomaban sus propias vidas. Ingratos.

Las palabras de la joven vampiresa junto a quien los había citado, sí que le sorprendieron. Normalmente, se esperaba una arrogancia implícita en los actos de los más jóvenes, por aquello que aún no se acostumbran a su nueva forma de "vida". Pero su forma directa de dirigirse a ellos le hizo sonreír levemente, de forma sincera, por primera vez en la noche. Tal vez aún quedaba esperanza para los suyos. Aunque no estuviese entre los más ancianos. Rasmus se abstuvo de decir nada por el momento, dejándose guiar por la ilusión generada por el vampiro que gobernaba la sala, que le llevó a una tierra que le resultaba tan familiar, que casi dolía. La arena de su antigua patria, aquellas lenguas históricas que tanto había extrañado... Se levantó de forma instantánea, deseando sumergirse en las aguas del Nilo, como solía hacer las noches de verano, a fin de entregarse a sus dioses, cuando su corazón aún latía. De pronto, todo tuvo sentido. La reunión, las palabras del vampiro, todo se iluminó en su cabeza de forma instantánea, como piezas de un puzzle que acababa de encajar. Se acercó a la mesa en llamas, como acababa de hacer la vampiresa, y clavó su mirada, oscurecida por los recuerdos, en la ajena, ejecutando una débil reverencia, para luego mirar directamente al creador de aquella ilusión tan real.

- ¿Qué está ocurriendo? -Su voz sonó ronca, como si hubiese entendido algo que él no había mencionado en su discurso. Y, realmente, así era. Una sombra se alzaba sobre ellos, acechante. Y tenían que estar preparados. Porque solo el fuego vence al fuego. Todo depende de quién de el primer paso, o de quien logre manejarlo mejor.
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Mensaje por Aaya Maciej Vie Mar 14, 2014 10:01 pm

“Las reglas siempre han sido quebrantadas por el mismo que las escribe en la piedra. Entonces yo me pregunto, ¿con qué derecho nos obligan a seguirlas?”
Sentía el miedo en aquella dama de cabellos de fuego y voluptuosa delantera. Era joven y aun así tenía la aptitud suficiente para querer luchar por lo que de alguna forma se podía llamar vida, eterna, jugosa y majestuosa vida. Que obviamente yo siempre había disfrutado; jamás me había sentido mal por lo que era, porque deseaba la eternidad tanto como Ramsés cuando buscó el elixir de la vida eterna, pero lo que nos diferenciaba, era que él lo único que encontró fue desesperación al verse inmortal, luego de beber de la piedra filosofal fundida, perdiendo a Cleopatra años más tarde, perdiendo la batalla de Kadesh al mismo tiempo, aunque no había sido exactamente una derrota, pero ¿cómo se podía llamar victoria si al final no te sientes feliz? Fuese como fuese, me encontraba allí para ser libre de aquel puñado de humanos y traidores que querían exterminarnos. Estaba frente a seres antiguos, tan antiguos que su piel parecía de marfil, porque a medida que el tiempo pasa, aunque se supone que “no cambiamos”, en realidad nos volvemos más y más irreales, llegado al punto de que siquiera se necesita mucha sangre para subsistir, nuestra piel se vuelve de porcelana y se dice que algunos, los más viejos de todos, empiezan a perder las sensaciones, el tacto, el disfrute personal de lo que es la sexualidad “humana”. Aún no estaba seguro de querer durar hasta el fin de los tiempos, pero al menos mil años más podían pasar por mi cabeza.


Los escuché atento, cada uno parecía querer envolver algo mítico, en realidad, lo hacían bastante bien, me podía ver como un niño, sentado a sus pies escuchando todas aquellas historias que me habían contado cuando era un sencillo humano, también me imaginaba frente a frente en una mesa, discutiendo las trivialidades de las batallas en las que probablemente habíamos estado juntos. Yo no los recordaba, a pesar de que sabía de esas batallas, de que las había presenciado, apenas recordaba alguno de los nombres que yo mismo había tenido, porque mi memoria, mi mala memoria, es lo que me deja poder ser tan feliz y socarrón como de costumbre. Sin hundirme en el pasado, manteniendo solo la mirada hacia el futuro. Y sabía que era quizá yo solo, el que pensaba de aquella forma tan abstracta. Podía verlos hundidos en el pasado, sin entender la totalidad del futuro, ya sea tecnológicamente, como también la ciudadanía, la moral y las nuevas reglas de convivencia que se estaban imponiendo poco a poco. Aunque claramente yo no aceptaba ninguna, el hecho de haberme quedado con el oro suficiente para comprar todas las empresas del mundo, me daba la satisfacción de poder hacer lo que se me daba la gana, cuando se me daba la gana. Arrullé mis manos, alzando la copa suavemente cuando aquel tipo viejo me ofrecía básicamente “lo que quiera”.


—Me habían asegurado una batalla limpia hace muchos años, últimamente solo creo en lo que veo, pero me decido por el vino, me hace recordar por qué estoy aquí. — Inquirí con tranquilidad mientras observaba al tipo de larga melena, me daba escalofríos aquel hombre, sus rasgos marcados, me recordaban a algo, pero no sabía qué. Intenté ignorarlo, posando mis ojos en aquel tipo que era del tamaño de una montaña, parecía tosco, aunque se notaba su longevidad aún tenía ese “algo” que caracterizaba a un vampiro nuevo, como un aura nítida que denotaba destreza y fortaleza. Me tranquilizaba encontrarme rodeado de gente decidida y poderosa, pero había algo que me preocupaba, ¿no éramos solo nosotros los que lucharíamos contra toda la iglesia, no? De ser así, debería dar media vuelta y retirarme tan rápido como había llegado. Pero di una nueva oportunidad cuando el mármol bajo mis pies se envolvía y se hacía arena. La ilusión estaba engañándome, quise salirme de ella, pero ¿para qué forcejear? Disfruté el chirrido de aves ya extintas y la roca en proceso de creación. La antigüedad era asombrosa y supe instantáneamente de que aquel tipo llamado Jacques Román era el encargado de esto. Era viejo y sin duda sabía cómo motivar a un grupo de próximos militares.


Crucé mis brazos y observé todo, incluso las manías de la muchacha por asustarse de todo como un gatito. Mostré mi sonrisa con diversión y me acerqué, al igual que los demás a aquella mesa redonda. Aunque en el mismo momento que lo hice también me alejé. El fuego que se creaba en el medio me parecía tan real que lo empezaba a tomar como un símbolo de agresión. Guardé mi forma vikinga en un bolsillo y empezaría a querer romper todo eso como un tremendo idiota. La oscuridad me daba la seguridad de que si escapaba estaría oscuro y eso mismo, por irónico que fuese me hizo relajarme y sentarme allí. — Jacques Román… Siempre has tenido ese nombre, ¿no? Lo recuerdo vagamente, siempre decían que te habían matado, creo que fue en ese entonces cuando empecé esa búsqueda por la vida eterna. Fraternitatem Ignis, debe ser tan vieja como usted, porque jamás la escuché hablar. — Respondí francamente y alcé la mirada para poder escuchar a la mujer que parecía necesitar hablar, como si de alguna forma quisiera aportar el granito de arena. Era gracioso y muy extraño, jamás, en toda mi existencia había hablado de batalla con una mujer, se suponía que ellas tenían que hacer otras cosas, dar hijos en el caso de ser humanas, esperar a los maridos, enamorarse y vestirse con hermosas vestimentas y joyerías, que a decir verdad eso último no se le había pasado a la jovencita. Sabía que esas cosas pronto cambiarían, pero sin duda aún no, en 1800 las mujeres seguían estando mucho más de un escalón más abajo que los hombres, en batallas al menos.— No me gustaría ser mal educado  Dije, irónicamente. — Pero siendo mujer y siendo tan joven como eres, no creo que ninguno esté a favor de que tú luches cuerpo a cuerpo en el caso de que se dé una batalla de ese ímpetu y con eso no digo que no participes, solo no te hagas cenizas antes que nosotros, es innecesario. Soy Josseph Pernd, Gabriella. Y no les daré una lista de las batallas en las que he estado, no porque sean más, en absoluto, simplemente creo que es suficiente decir que puedo luchar y tengo muchas ganas de destruir a ese puñado de humanos y no tan humanos que quieren interferir en nuestra existencia. —


Terminé de disfrutar a los personajes que estaban a mí alrededor y el lugar, el ambiente, todo era reconfortante, pero como antes decía, no me gusta vivir en el pasado y recordarlo no nos haría ningún bien. Pero no dije nada, me dejé hacer contemplando el fuego sobre la mesa, esperando a saber qué es lo que estaban proponiendo hacer ahora que estábamos todos juntos. — ¿Hay más personas? Cuéntanos, ¿esto es una hoja en blanco o ya la ha escrito? —


“Hay que saber pensar. La logística es lo único que nos puede salvar del fin.” 
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Mensaje por Phantom Nocte Lun Mar 17, 2014 5:53 pm

Fuera de mi teatro... fuera de mi castillo, de todo mi imperio. Aquí estoy frente al teatro que cada noche tiene el valor de ser mi propia competencia -Esta noche tienen suerte de que mi teatro no dará función- murmuro desde las sombras mientras recuerdo la exquisita y sangrienta noche de ayer, la sangre tibia en mi boca, el horror plasmado en los rostros de mis victimas, insolentes actores que no tomaron mi obra seriamente, asesinados despiadadamente, ambos pendiendo del cuello en pequeño candil del hall principal -Se los advertí- sonrió torcidamente recordando como lucían los rostros de mis estúpidos administradores al ver los cuerpos desangrados, la gendarmería y el cierra de dos días para fines de investigación, sin saberlo estos dos días caerían como anillo a mi dedo carcomido por el fuego… una extraña carta había caído a mis manos esa misma noche.
Ahora mismo esa hoja yace en mis manos forradas del piel oscura, aún no puedo entender la complejidad de lo que aquí se explica, mi pensamiento va y viene con imágenes del pasado inmediato, no hace mucho tiempo que enfrente a un maldito y bastardo cazador, de pronto sonrió con malicia –Inferioridad humana- la mirada se enciende –Si realmente lo que entiendo aquí es verdad, será más que divertido- inspiro hondo, deleitándome con el recuerdo de los caídos en el teatro, los muertos… el desastre… la muerte en gran escala, realmente añoraba regresar a ser más que un simple ángel de la muerte en un solo lugar ¿Por qué no ser más?
Y continuo allí, en rincón buscando el refugio que me ofrecen sus paredes, la oscuridad me mantiene a salvo mientras examino la manera de entrar al recinto, el hijo del diablo no desea ser visto por mortales, ni tampoco por los distinguidos seres que esta noche estarán presentes también, se que llegaré tarde, seguramente la reunión ha empezado y no me importa, la muerte siempre llega a la hora que se le place y yo… soy la muerte.
La gente se retira a las afueras y sin embargo como en mi teatro el techo del recinto se ofrece como una fiel vía para poder llegar hasta las auras que percibo, la sonrisa retorcida detrás de la tela vuelve a dibujarse, puedo sentir su fantasma en mi demacrado rostro cubierto, mi cuerpo ataviado de gabardina larga obedece a la mente que yace bajo un sombrero, me entrego al exterior y con el oscuro de mi ropaje logro confundirme con lo que rodea a las sombras y la madre noche.
Con mis trucos que nuca fallan, el hijo del diablo pasea como se le venga en gana por las cornisas custodiadas por gárgolas de gusto exquisito, representaciones fieles del arte de actuar, mis oídos se guían por las voces que mis oídos perciben, las fragancias que esas personas despiden, mis instintos despiertan y poco a poco comienza a despertar el monstruo sediento de dolor y sangre, mi mano busca desesperadamente aquella nota, mis ojos van y vienen leyéndola de nuevo, casi sé de memoria cada frase, me divierto leyendo las líneas y entonces las voces yacen debajo de mis pies, sé que es el momento de revelar mi oscuro y demoniaco resplandor.
Ordeno que las ventanas sean abiertas para mí, el aire del infierno sopla y están de par en par, irrumpo el lugar como la escuálida sombra que soy, la gabardina cubre aún más mi figura, el sombrero cubre lo poco que aún queda descubierto, la tela que yace del lado derecho de mis rostro sigue en su lugar, como siempre jamás me traiciona, solo me protegí para lo que parecía inevitable… la luz.
-Claro que hay más personas- responde mi voz rasposa y grave a la última interrogante –Buenas noches damas y caballeros- saludo mientras la ventanas se cierran y la corriente del viento cesa –Disculpad haber irrumpido de esta manera pero los ángeles de la muerte jamás pisamos suelo mundano al menos que se nos apetezca y en cuanto a la tardanza, bueno no siempre la muerte resulta ser tan formal- inspiro profundamente –Podéis llamarme The Phantom, no tengo más nombre que ese…- la cabeza permanece oculta y la vista admira el azulejo que decora el piso teatral, solo unos minutos más aguardo y retrocedo, no hay oscuridad, no hay sombras pero allí, resguardarme en una esquina me convierto en una… una sombra expectante y ansiosa a lo que suceda.
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Mensaje por Hannibal Lecter Jue Mar 20, 2014 12:44 am

Unas horas antes...
Una copa de buen vino yacía en la mesa elegantemente bien decorada para alguien como él, un planto reluciente y brillante reposaba en la mesa sostenido los cubiertos de plata y los restos de una apetitosa cena, que consistía en una receta extranjera donde lo único que variaba era la carne con la que fue hecha... una hermosa joven que no volvería a ver la luz del nuevo día que se asomaba escasamente por los horizontes enmarcados por los enorme ventanales de la mansión.
Y era allí donde un hombre tocaba plácidamente un piano de cola, concentrado, con los ojos cerrados, transportándose con cada nota hacia un mundo en el que solo estaba él y la fatídica suerte de su cena, sangre, gritos, dolor... Carne fresca, suspiraba de placer solo de recordarlo, era mucho mejor que tener una fantasía erótica propia de un hombre con instintos normales... Pero Hannibal era todo menos un ser común.
La noche de placentero gozo llegaba a su fin, el piano se veía interrumpido por esos ojos que curiosos comenzaban a prestar la debida atención a lo que sucedía mas allá del negro y blanco de aquel antigua instrumento, cual hombre refinado guardo las partituras, cubrió el teclado, sus cuerdas y arrimo el pequeño banco de cuero, lo mismo hizo con los trastos que estaban en la mesa, de los llevo a la cocina y los lavo con sus propias manos, aun cuando estaba desbordante de dinero prefería hacer sus cosas y las de su hogar por el mismo, la última persona a cargo de los deberes, fue una mujer ya de edad avanzada que termino cubierta de aderezos, vino y postre, ni siquiera la carne que el tiempo se encarga de secar a diestra y siniestra pudo contener los instintos del refinado Dr. Lecter.
Solo faltaba una cosa por revisar antes de ir a reposar plácidamente en los brazos de Morfeo, fue directo a la pequeña mesa junto a la chimenea y de ella cogió la correspondencia, de uno en uno los papeles iban siendo desechados y otros más eran guardados por cuestiones de trabajo, hasta llegar a la nota que de todas logro su atención, tomo el papel entre ambas mano, leyó detenidamente letra por letra y de la infinita curiosidad volvió a releerla un par de veces más, con la ceja perfectamente arqueada, una sonrisa torcida salió de sus labios -¿Podrá ser otra revuelta?-susurro con alegría evidente, desde el ultimo escándalo en Paris sobre los dos enmascarados, donde él fue participe junto a Sherlock, la Revolución industrial, la enciclopedia y la lucha de la Iglesia en contra de que el oscurantismo llegue a su fin, nada nuevo acontecía en aquel lugar, era solo por todo aquello que Hannibal aceptaría la atenta invitación.

El día de la reunión...

Hannibal lucia uno de sus mejores trajes de gala, saco y pantalones oscuros como la noche misma, camisa y corbata de mono de un blanco contrastante, para él no era ningún sacrificio estar en el Theatres De Vampires, amante de las artes y todas sus corrientes y representaciones era un verdadero deleite observar la puesta en escena, aunque no por ello descuidaba la vigilancia ante la señal que le indicaría el camino encargado de resolverle toda duda y desvanecer sospechas.
Aunque allí había uno que otro humano, sus instintos se mantenían reprimidos gracias a todos aquellos distractores artísticos que tenia frente a su palco, finalmente después de tanto y poco antes de que cayera el telón, un hombre se había levantado de su asiento acompañado de una hermosa dama, Hannibal se lamento por no poder terminar de presenciar la obra, pero ahora un deber más importante le llamaba.
Siguiendo despacio y cauteloso la huella de su igual, procuraba guardar la distancia necesaria mientras observaba con atención la exquisitez decorativa con la que contaba el lugar, pensó en robarse algunas ideas para su residencia, había sido demasiado observador pues cuando regreso su vista al frente solo observo un camino amplio y marfilado que culminaba en una puerta ligeramente abierta, donde ya muchas siluetas distinguidas a lo lejos estaban entrando.
Esta vez el vampiro se dirigió a paso presuroso consciente de que probablemente había demorado al quedar embelesado por el arte del lugar, esta vez e ignorando finalmente la últimas piezas que solo veía rápidamente con el rabillo del ojo encontró su destino, al llegar se limito a enderezar su corbata y limpiarse el traje, luego de unos minutos entro a aquella sede para percatarse de la mesa y la presencia de los que ya estaban allí-Buenas noches damas y caballeros, les pido disculpen mi demora, la belleza del arte que aquí se exhibe fue la responsable- saludo en perfecto francés, mientras sonreía, sin importar cuán notorios pudiesen ser sus colmillos, firme y de vez en cuando realizando reverencias educadas, tomo una silla, la más cercana a la orilla de la mesa recorrió el asiento y con suma delicadeza se sentó mientras daba rienda otro de sus pasatiempos, observar el comportamiento individual y en masa –Vamos continúen- agregó –Escucho y luego haré preguntas conforme a la marcha de la discusión… quo per quo- cruzo las piernas y allí mientras miraba los dedos de su mano fuerte y blanquecina, alistaba sus sentidos para resolver y saciar sus curiosos instintos.
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Mensaje por Nigma Riddler Vie Mar 21, 2014 9:19 pm

Unos escasos días antes de la reunión

Escribiendo su diario, un loco anotaba rápido cada pensamiento, cada palabra dictada por las voces  que había en su cabeza, algunos enunciados eran atroces, otros eran recuerdos, alucinaciones, asesinatos y resultado de sus experimentos.
Si, ese demente era un genio, dicen que lo único que diferencia ambos aspectos era el éxito, Nigma había logrado más que eso, pudo resolver su desequilibrio en clave para ser uno de los hombres más respetados y ricos de Europa, al mismo tiempo que un asesino temido, una maquina de tortura viviente en el cuerpo de un muerto, los artefactos, los matraces, el humo,  el sonido que provenía de ellos era la única ambientación que quería poseer, único y privilegiado era aquel instrumental, porque solo él podía cesar las voces, solo él podía atraer la atención del vampiro, solo él era único en que a pesar de ser tocado por sus manos no lo perecía, no era ensuciado de sangre, al menos no la que proviene del vidrio, solo sangre caliente, solo sangre fresca que salía disparada hacia todas direcciones mientras el niño malcriado jugaba con su alimento  en esa guarida alejada de la realidad a la que pocas veces osa en regresar, allí en el sótano de su residencia, allí en su laboratorio privado.
Reía desenfrenadamente cual era su costumbre mientras subía de nuevo a la sala, un lugar desordenado, sucio, sin cabida para un papel más de los innumerables que ya estaban en el piso, ropa dispersa por doquier, utensilios, botellas, retazos de ropajes, solo él y las voces se oían porque todo en aquella lujosa casa estaba de cabeza, solo cuando los demonios se desvanecían por días, el tomaba control de su eterna existencia y colocaba todo como debía de ser cuando su cordura estaba sin grieta, procuraba que cada cosa quedara en un lugar donde luciera imponente, donde le hacen ver como un hombre pulcro y pensamientos sanos para él, sanos para todos.
Esa era una de esas noches, normalmente las voces le dejaban una vez que el dictado había concluido, de arriba a abajo y casi como un remolino de viento, comenzó con el aseo -Esas malditas, son unas distractoras- se dijo asi mismo mientras sus manos eran apoyadas en su cadera -No me dejan hacer nada, no lo sé quizás les diga que ya no vengan tan seguido- se encogió de hombros y acercándose a su puerta tomo un papel que allí reposaba solo Dios sabe cuántos días -Vaya que les parece, les prohíbo que me visiten y me mandan cartas je, je JA, JA, JA- leyó atentamente sin despegar por un momento la vista del papel , los ojos se movían rápido y a veces bajaban de intensidad -je, je, je, JA, JA, JA,JA- solo pudo decir eso después de leer la nota -¡Tengo un admirador secreto y me está invitando al teatro!- negó con la cabeza baja -Veamos... ¿Quien de ustedes fue el de la simpática broma?- pregunto a la nada amablemente, con una sonrisa que apenas si cambia en su rostro, muchos murmullos volvieron a escucharse dentro de su mente hasta que esa voz le hizo estremecer, un ramalazo de electricidad, impulsada por el miedo le recorrió toda la columna vertebral, recordaba vagamente todo aquello que había pasado, mientras estaba al mando, su papel en el circo como aliado de Leviathán, los cuerpos ensangrentados que encontraba en sus pisos... Esa voz era de temer, ese murmullo que en más de una mañana le arrebato el sueño -Regreso- murmuro quedamente 《 Si, idiota 》 predomino aquel tono grave y rasposo entre los demás Ahora zopenco, en vista de tu incompetencia para estos asuntos tomare tu lugar, tu cuerpo y tu cabeza, je, je, je, JA, JA JA mientras aquella voz se reía, Nigma caía de rodillas al piso, debatiéndose por su repentino dolor de cabeza, se tiraba del cabello y gritaba a un más fuerte que una mujer  que paria por primera vez, finalmente la dolencia le venció y quedo inconsciente en el piso unos instantes.
Al abrir lo ojos, la mano de Nigma se cerró con fuerza contenida en un puño -Que bien se siente volver- dijo con voz somnolienta y en medio de un suspiro -Y esta vez será por tiempo indefinido, como hace meses- se puso en pie de un salto con una sonrisa de tinte macabro dibujada en su rostro y la mirada completamente intimidante -Parezco un pino navideño con escarcha gris- murmuro mientras observaba detenidamente el reflejo del espejo que tenia frente a él -Mi hermoso cabello verde y mi maquillaje...- tocaba su rostro, sus cicatrices, su sonrisa que aunque no la quisiera se quedo plasmada en su rostro para siempre -¿Y mi traje purpura?- pregunto a regañadientes mientras se dirigía arriba, disponiéndose a dar una ducha, mas regreso a ver el desastre de las habitaciones, recogiéndolas con rapidez -Ahora sí, vamos a asearnos, para ir mañana a cenar con el diablo o que quien sea platique conmigo, el mismo diablo- tomo entre sus manos la nota y subió para poder limpiarse y dormir.

La noche de la reunión

Nigma lucia su flamante traje purpura, sus cabellos verdes y su ya acostumbrado maquillaje blanco, no tardo ni cinco minutos en inquietarse mientras la obra estaba transcurriendo, asi que decidió perderse un tato entre los presentes e internarse en los pasillos detrás las salas y escenario plagado de vampiros fingiéndose humanos.
Amante del arte pictórico, detuvo su mirada en cada detalle que ante sus ojos aparecieran por las obras de los pasillos, había tantas puertas que sinceramente, a pesar de ser un genio dudaba en cual sería tan dichosa reunión, finalmente cuando el tiempo ya se había vuelto eterno tras la espera y el entusiasmo que le provocaba las sospechas que tenia sobre la dichosa carta, voces se escuchaban a unos escasos metros de donde estaba parado, sabía que estos murmullos eran reales, el lado oscuro del vampiro casi nunca era víctima de la locura de voces, más bien el era un psicópata anarquista y científico.
Camino y al entrar en el lugar no dejo de sorprenderse, vaya que todo estaba preparado- ja ja ja ja – reía de manera pacífica, una voz rasposa y de tono oscuro impero la escena unos cuantos instantes -¡oh! je je ja ju- seguía con las carcajadas sin sentido, su mirada verde esmeralda estaba posada en todos los presentes, una ligera sonrisa parecía dibujarse en sus labios, aquel vampiro parecía divertido ¿De qué? Solo él lo sabia –Buenas noches damas y caballeros, disculpen la terrible demora pero es que ¡ah!- inspiro profundo –Pinturas como las de allá afuera me traen recuerdos… desagradables- dijo con pesadez acompañada de aparente melancolía –Y eso para mí es ¡Hermoso!-  exclamo alegre y en un segundo la seriedad de vuelta estaba en su rostro, la monotonía que no todos los días poseía,- Y antes de que piensen que soy parte del entretenimiento... ustedes saben mi aspecto, pero... pero... debo preguntar… - saco la pequeña hoja de su traje viejo y llamativo -¿Este será un buen o mal chiste?... solo quiero que alguien me ilustre-sonrió malévola y amablemente a la vez, pequeños rasgos de su antigua personalidad blanca estaba presente, ignorando comentarios o actitudes tomo asiento cerca de un hombre de elegante y fina estampa, esperando la respuesta a su interrogante << Será divertido, lluvia roja caerá en las próximas noches, disfruta de ella >> le dijeron las voces en su mente por última vez, ellas parecían haberse ido por la puerta falsa, junto con el Nigma de la noche anterior...
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Las llamas jamás serán sentenciadas [Privado-La cruzada] Empty Re: Las llamas jamás serán sentenciadas [Privado-La cruzada]

Mensaje por Averno Mar Abr 01, 2014 8:03 pm



Ya en este punto de la reunión, con la gran cantidad de asistentes, no quedaba duda alguna, de la magnitud que significaba. La ceremonia que estaba tomando lugar era tan importante como imaginó que sería, vampiros de diferentes nacionalidades, edades y hasta condiciones mentales diferentes se estaban juntando para escuchar a ese que al parecer disfrutaba de la oratoria tanto como el mismo Averno, no obstante claro él no la aplicaba para intentar adoctrinar a un grupo de salvajes o de genios pero ingenuos, él siempre va a preferir actuar solo y sin cola alguna, no obstante pues algunas situaciones implican que no se encuentre solo, justo una de estas mencionadas se encuentra por aquí delante, aplastándole la nariz sin efecto alguno. Había escuchado ya suficiente como para actuar de la manera adecuada según su juicio le dictaba, además encontrarse mucho tiempo más “perdido por el teatro dando vueltas a las cercanías del salón donde tomaba escenario la reunión” empezaba a notar demasiado sospechoso para su gusto, el momento había llegado para él, la tendría que tenía planeada era muy común y corriente, tan corriente y común que incluso podría levantar sospechas, pero en el fondo, ¿esa no era la idea? La duda siempre apremia. Unos cuantos pasos lentos y por fin se encontraban frente a la acumulación de cadáveres, ni si quiera un gran cementerio del primer mundo podría contener tanta muerte y no sucumbir ante ella. Esta era la primera vez que Averno se encontraba rodeado de tantos otros vampiros, no obstante a ninguno lo ha considerado nunca un igual. ¿Bastante variedad, verdad? Los ojos del vampiro dieron suaves y pausados recorridos a través de todos los presentes, captar la primera esencia que un ser te deja siempre es suficiente para poder prevenir en parte lo que se podría obtener de ellos, incluso intuir lo que ellos esperan de ti. El aire apestaba a exigencias, misterio y dudas, las últimas mencionadas sin duda las más peligrosas de todas para todos en general, nunca se sabe en qué momento uno puede enloquecer y acabar con todo, tampoco se sabe si un loco logra enloquecer más aún y parecer cuerdo en medio de su locura algo que quizás hace mucho le haya sucedido a él * Buenas noches, lamento la demora, es mi culpa por no venir tan seguido a este teatro, los pasillos parecen infinitos * Algo muy cierto pues tan solo había asistido una vez y no duro ni más de diez minutos dentro aquella vez, la idea de hoy es permanecer lo que sea necesario. Aunque aquel sentir perpetuo de desagrado por la multitud le este hincando incesante, no puede dejar que este le inhiba a retirarse sin razón aparente. No le costó nada encontrar al hombre que había hecho las invitaciones, se encontraba ahí en primera fila expectante y mostrándose, lo que se supone que todo buen líder debe hacer, no obstante observando el rostro de los demás y conociendo la naturaleza de los vampiros cualquier de estos podría verse justo ahí en lugar de quién está ahora y ganarse el derecho de hablar en público y ordenar es algo que rara vez cuesta menos que un par de charlas llenas de ideales y creencias. Aunque claro siempre varía según a quién se quiera dominar. No se necesitaba ser demasiado astuto para notar que el hecho de unir la fuerza de un grupo de vampiros egocéntricos, tercos, duros y llenos de peros era un reto bastante elevado, ¿aquél sujeto se creía capaz de lograrlo, por qué razón, y cómo? ¿Tanta fe se tenía? Esperaba entonces que no le defraudara quedarse aquí por más tiempo.

Después de todo no es de los que gustan aburrirse, no obstante aquella corazonada inexistente en su interior le indicaba que eso no pasaría al menos por el momento. Aguardo en silencio solo unos minutos esperando el momento indicado para mostrar la primera carta * ¿Cuál es el objetivo verdadero de la “Fraternidad del fuego”? * alzó la voz mientras se dirigía a la mesa, a ser parte de * Y no me refiero al que será comentando con terceros ajenos a ella, sino a ese que se encuentra entre líneas que tan solo pueden leer los más cercanos * ¿Sería solo destrucción? ¿O imponer algo que sea realmente útil y que justifique la violencia que se usará? Ya que realmente tiene dudas al respecto de que esto vaya a ser una simple pacifica incursión al mundo humano, no obstante tampoco puede asegurar a ciencia cierta lo que está por venir y por ende tendrá que esperar bastante para realmente llegar a la cúspide de todo este acto. Los “compañeros” aquí presentes tenían unas caras bastante peculiares, algunos mostraban seriedad; otros elegancia; otros agresividad, otros misterio; otros locura; muy pocos perdición y quizás uno o dos burla. Él por su parte sin esfuerzo alguno presentaba su común y neutra cara inexpresiva, de todas maneras no tenía otra sin actuar o disfrutar realmente, lo segundo difícilmente tomaría lugar esta noche y las siguientes, no se puede mezclar el placer con las obligaciones, ¿o tal vez si? Quién sabe * Mis modales, díganme Artur * los minutos siguientes definirían si está seguro desde su posición o por el contrario la impresión dada no fue la correcta y delató aquella falta de interés real de Averno por ser parte del grupo y ayudarles.
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Mensaje por Löwe Von Meer Vie Abr 18, 2014 6:46 pm


Caminaste por la calle y allí estaban: el látigo y el derramamiento de sangre. Recuerda por lo tanto que no hay duda: Ciertamente existe el infierno.
Czeslaw Milosz


En todos sus años de vida, nunca pensó que sentiría todo aquel odio y locura manchando todos los valores que había conservado durante siglos. Ahora veía lo inocente que había sido, pues siempre se creyó invencible. Todos los muros que había construido alrededor de su corazón lo habían convertido en alguien estúpidamente inmutable hacia los demás. Era insensible con todos los sentimientos que algunos insistían en ser los culpables de sus actos. ¿Alguien juraba morir de amor?. Sólo era un hombre débil, necesitado de otro ser ante sus ojos. ¿Una mujer se mataba por no tener el amor del hombre que ansiaba?. Se reía e invocaba a su espíritu atormentado sólo para llamarla estúpida. Y ahora, cuando creyó tenerlo todo, se daba cuenta que no era tan diferente a aquella mujer que se había suicidado, ni siquiera del vulgar hombre que jura no volver a querer a ningún otro ser humano. ¿En qué espantosa criatura lo convertía eso?.


Ser abandonado por tu amante, el esclavo que habías cuidado desde su adolescencia, aquel único ser al que le habías dado lo que a otros jamás hubieras osado pensar en ofrecer, lo destruía. Durante una semana lo buscó. Cada día se levantaba con una furia creciente en su interior, sólo comparable al vacío que se iba abriendo en su pecho. Había recorrido el maldito estado francés. Había matado varios caballos por sobre esforzarlos, incluso se había quemado cuando el sol se había comenzado a alzar y él aún andaba buscando en los parajes más inhóspitos de Francia. ¿Qué había conseguido aprender de aquella búsqueda cuando llegó a casa?. Nada más y nada menos que la conciencia de ser un estúpido. Era un hombre al que habían abandonado de la forma más humillante posible. Rezaba cada día a sus dioses, en contra a todo su instinto se había llegado a arrodillar mientras recitaba los cánticos vikingos, orando por no encontrar al desgraciado de Maurice Morgan. Porque lo iba a matar. Empezaría arrancándole la lengua mentirosa que poseía, evitando que pudiera convencerlo de lo contrario. Y terminaría por aquellos malditos ojos verdes que lo perseguían en la oscuridad de su habitación.


Después de esa semana, el Dios Loki parecía haberse adueñado de su cuerpo. Pues todos sus actos estaban dotados de la locura del dios. Los vikingos sabían alejarse de las artes oscuras del astuto Loki, porque si te capturaba con su lengua viperina, te llevaba a realizar actos atroces. Pero él sabía que sólo era una escusa para la muerte que dejaba detrás de él cada noche. Los cuerpos que había destrozado, llegando incluso a la peligrosa tendencia de desmembrar el cuerpo de aquel del que se alimentaba, los llevaba grabados en la mente. Porque indiferentemente de su sexo, todos compartían dos detalles; el pelo rubio y los ojos verdes de aquel que lo había abandonado. Para la suerte de todos los ciudadanos franceses rubios, él tenía un fetiche con la sangre de los inquisidores. Pero cuando estos se agotaran, no dudaba que su locura lo llevase a buscar nuevas víctimas en la población francesa.


Mientras seguía pensando en todo aquello en lo que se había convertido, caminando con tranquilidad hacia la cita que tenía concertada en el Teatro, percibió el ruido de unos pasos que sospechosamente se movían acorde a los suyos. Otros individuos parecieron sumarse al primero, pues de pronto sus oídos sólo estaban llenos con el sonido irritante del golpeteo que hacían las suelas de los zapatos contra el asfalto. Se detuvo en seco sólo para escuchar cómo el ruido de los pasos paraban al mismo tiempo. No había duda, esta vez él era la víctima. - No estoy de buen humor.- Les dijo mientras se giraba. El dolor punzante de dos balas atravesándole la piel lo hizo sonreír. - Yo sólo lo advertí.- Susurró antes de moverse con la rapidez de un ser de la noche para destruir las farolas que iluminaban la calle y sumir todo en la oscuridad. Como había dicho antes, estaba loco, pero eso no significaba que fuera estúpido.


Varias horas después,
En el Teatro Des Vampires.



Abrió la puerta en la que había sido concertada la reunión. Había tenido que leer varias mentes para descubrir la habitación más concurrida de la sala. Un hombre estaba molesto porque no había podido atender mucho a la función que se llevaba a cabo, al ver cómo la puerta del final del pasillo no paraba de abrirse y cerrarse.


- Joder con la hospitalidad de las reuniones secretas
.- Lanzó en un gruñido al ver que la habitación estaba iluminada por un fuego que se encontraba en el centro de la habitación. Las paredes estaban decoradas con símbolos extraños. Reconoció algunos gracias a las enseñanzas de su maestro y creador, pero otros escapaban a su conocimiento. - ¿ Me he perdido los trucos de magia?- Sus ojos recorrieron la habitación deteniéndose en el hombre del pelo verde. No pudo evitar soltar una risilla poco discreta.- Ya veo que tenemos aliados de todos los gustos y apariencias posibles.- Siguió inspeccionando a los demás, encontrándose con las miradas de algunos hombres a los que le gustaría ver en el campo de batalla. El grandullón parecía digno de consideración, aunque sin duda el joven del bastón, el que se mantenía en una esquina de la habitación y aquel que parecía calmado, con las piernas cruzadas y con un toque de sofisticación en sus prendas, eran seres en los que se podían ver la oscuridad que asolaba su mente cuando el odio se adueñaba de su mente. ¿En dónde se había metido?.

De forma inconsciente caminó de lado, colocándose cerca de la puerta y con su espalda contra la pared. Prefería verlos a todos, con la única salida a su lado. No era de los que huían, pero si fuese atacado, se aseguraría de que nadie saliera de su habitación si no era por encima de su cadáver.

Por último, estudió al hombre de los ojos azules y al ver cómo había una copa de vino cerca de él, no pudo evitar pensar en Deiran. Aquel vampiro se había convertido en un amigo de libros y vinos, siempre solía molestarlo de la misma en que el frío Deiran lo hacía con él. - Céntrate- Susurró mientras miraba a los otros dos hombres restantes, ambos guardaban un aura de tranquilidad a su alrededor, pero lo divertido de aquella habitación estaba en la mujer de voluptuosas curvas. ¡Por fin algo agradable de ver!, pensó con una sonrisa socarrona mirándole el escote. - Madame, disculpe mi lenguaje – Le guiñó un ojo y suspiró.- Dejemos la mierda de “ yo soy un hombre noble y vengo a destruir a los asesinos que quieren azotar este maravilloso territorio de Dios “. ¿Cuándo vamos a matar inquisidores?- Levantó sus manos ensangrentadas con la sangre de aquellos hombrecillos que recitaban la biblia mientras veían cómo él los asesinaba uno a uno, pasó los dedos por su cabello despeinado y lo colocó en su lugar. Después se lamió los labios e ignoró el hecho de que era la única persona en la habitación que ocultaba bajo su caro abrigo, una camisa desgarrada y manchada de sangre.



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Mensaje por Jacques Roman Sáb Abr 19, 2014 12:44 pm


"El ajedrez es una guerra sobre un tablero.
El objetivo es aplastar la mente del adversario."

Bobby Fischer



Desde un buen momento se encontró sorprendido de Gabriella, la que resultaba ser la primera y la más valiente entre vampiros antiguos como la misma tierra que pisaban de hablar abiertamente y mostrar que no solo los hombres eran de convicciones férreas. Alabó su carácter y de ella se encontró orgulloso, sin embargo no aprobaba el que ella quisiera entrar más de lo debido a lo que iba a suceder. Dio unos pasos adelante hasta ir a la mesa del centro de su ilusión e igual que Rasmus sintió el muerto recuerdo de su patria más vivo que nunca. Al lado de la vampiresa, otorgándole todavía su protección para lo que aún quedaba por llegar, sonrío a los vampiros y justo cuando iba a empezar a responder tanto las dudas del joven vampiro y contestar a Rasmus un viento azotó las paredes de la estancia. Quizás llegaba la hora de saludar a los nuevos participantes de la reunión, pensó sabiendo la mano oculta de un vampiro tras aquel inusual viento.

El aire sacudió violentamente su visión, logrando que la arena como si real fuera volara esparciéndola sobre sus cabezas. Se formaron pequeños remolinos a causa del viento y aquella mesa central fue limpiada dejando ante todos los presentes las escrituras que llevaba escritas en la piedra que la formaba. Al cesar el viento y normalizarse de nuevo aquella sala arenosa,  Jacques río y sacudiendo la cabeza, quitándose lo que tenia de arena en la cabeza, se volvió al nuevo vampiro, The Phantom al que siguieron rápidamente los demás. Hanibbal, Nigma Ridleer y aquella y tan ilustre entrada de Lowe Von Meer, quien parecía ansiar más de todos los presentes la sangre inquisitoria con su atuendo manchado de sangre.—Con su paciencia querido Von Meer, empezaremos a contabilizar las almas que hoy caigan a nuestros pies. Sin embargo parece que usted se nos adelantó...— Le sonrío fugazmente, oliendo desde su posición la esencia inquisitoria que el vampiro llevaba en su camisa, y para finalizar, una entrada inesperada. ¿Había sido invitado? Jacques tenía la creencia que no, sin embargo sondeando su mente ligeramente no parecía encontrar nada extraño y el tema era demasiado serio, para ocuparse de otros asuntos, menos importantes actualmente.

Bienvenidos, os estábamos esperando… —Sonrío y mirando a todos los vampiros, finalmente optó por volver su mirada a la mesa central, de donde aquella vela seguía encendida, como una esperanza.

Como podéis imaginar, estamos aquí reunido por la amenaza de la inquisición. La guerra está por comenzar y la fraternidad Ignis por renacer. —Explicó con aquella voz profunda y misteriosa, la misma que recelosa guardaba grandes poderes. —  La fraternidad se creó hace milenios de años. Yo fui miembro y actualmente el único en vida, si a esta vida se la podemos llamar así. Éramos una fraternidad de sobrenaturales, una unión en su mayoría vampírica que fundó uno de los primeros seres inmortales en pisar la tierra, como resistencia contra el mal que en todo siglo acecha bajo un distinto nombre pero misma esencia. Dios todo poderoso. Siempre los religiosos, odiaran al diablo y nos tacharan como tal, pero el diablo es aquel que asesina inocentes por poder, como la iglesia desde sus primeros días no deja de hacer y la que ahora más fuerte a causa de la unión temporal con sus ejércitos condenados, se ha alzado más fuerte y gloriosa que antes. — Sus ojos a medida que mencionaban al enemigo relucían con una fría determinación, bailando n ellos la llama de la venganza, y de la nada, frente a los vampiros el poder ilusitorio de Jacques cobró vida en forma de imágenes, representaciones de todo lo que sus palabras contaban. Unos recuerdos de la fraternidad, los caballeros templarios y sus cruzadas. Las reuniones secretas en una cueva olvidada. Luchas… inquisidores, vampiros junto con cambiaformas luchando codo con codo. — Hace siglos nos dedicábamos a impartir justicia, protegíamos a nuestros iguales de aquel mal. Y funcionó, como los caballeros templarios en las mañanas, en nuestras noches nos movíamos entre sombras, eternos guerreros. Eso éramos nosotros, inmortales que luchábamos contra los males de la humanidad. La blanca paloma y el puñal. La guerra y la paz. Hasta que tras los pocos años de mi entrada a la fraternidad secreta, alguien nos traicionó y desprotegidos los vampiros iniciales murieron bajo el sol. Fue una masacre, y solo tres, los más jóvenes sobrevivimos separándonos de todo aquello, dejando que una nube de polvo cubriera lo construido. Desterrándonos al olvido. — Los ataúdes quemados, llenos de las cenizas de quienes habían sido los máximos y primeros integrantes, los tres jóvenes vampiros despidiéndose, él y Kreith su oscuro corcel de camino hacia nuevas cruzadas. — Tras aquel tiempo, pareció recuperarse una extraña calma. Calma, que se rompió cuando a mis oídos llegaron los susurros de auxilio. La inquisición ha vuelto a mover ficha, y parece ser la definitiva, una final contra todo pronóstico. Una nueva quema de bruja desesperada. — Con sus palabras la visión del desierto adquirió un nuevo escenario. Esta vez era cercano. Sucesos que hacían poco habían sucedido, desde a quema de brujas, hasta las muertes, capturas y torturas de miles de sobrenaturales que en la última semana habían perecido bajo el yugo de la Iglesia y sus ejércitos. Las cenizas de los vampiros que tras ser torturados eran expuestos a la tortura de la luz solar. Niños asesinados… entre ellos niños mortales sin poder alguno y pueblos incendiados, siendo pasto de las llamas los habitantes moribundos que quedaban. Escenas reales de muertes recientes que había sonsacado de las mentes de los inquisidores que se había encontrado días atrás. — Quieren un jaque mate al rey, y la primera pieza ya ha sido movida en forma de carta blanca a la inquisición. ¿Moveremos carta? O nos quedaremos esperando que vengan a nosotros?




CARTA ENCÍCLICA
IGNIS REGNUM*
DEL SUMO PONTÍFICE
PABLO IV
A LOS VENERABLES HERMANOS Y HERMANAS Y DEMÁS MIEMBROS PARTICIPES
EN ESTA SANTA ORGANIZACIÓN.

Bajo mi autoridad y como Sumo Pontífice, yo Pablo IV os reúno a vosotras, criaturas de Dios a fin de poner en marcha una nueva serie de medidas que afiancen el poder de nuestra Santa madre Iglesia en un mundo cada vez más alejado de los valores que ésta siempre ha defendido y protegido.
La herejía como bien sabéis constituye uno de los pecados más perseguidos, cuales herejes son condenados a la muerte. En los últimos años el numero de pecadores, toda criatura sobrenatural, de sangre gitana como aquellos que niegan la palabra de Dios, han aumentado en número, infectando a inocentes almas en sus caminos. Es por eso que finalmente, os llamamos mi fiel ejecito, para poner en vereda y sentenciar toda vida desligada a nuestro todo poderoso padre.

¡Abramos hoy la cruzada hermanos y hermanas!

Bajo tierra santa, por el poder que se me ha sido otorgado, yo os reúno y ordeno;

Que instruyáis nuestra justicia en toda estructura sin importar infantes, mujeres, madres o ancianos. Eliminad a toda criatura sobrenatural que pise la faz de esta, nuestra tierra.

Empezad destruyendo el futuro de nuestros enemigos, id a por la descendencia y escalad hasta llegar a quienes usurpan el santo poder, la corrupta realeza condenada a la vergüenza de la herejía. Sembrad el miedo, que se estremezcan al sonido de vuestros pasos. Castigos públicos, muertes públicas, usad cualquier método, para que sepan que nadie puede contra nosotros, y el poder que nos ampara y protege.

Busquemos y recemos por la unidad. Toda alma contribuyente a esta lucha contara con el favor de esta santa sede. Buscad y alumbrad el camino a los perdidos, a los extraviados y condenad a quienes se opongan en este mundo que juntos debemos construir en nombre de nuestro señor.
Y no temáis nunca a la muerte, pues en sus brazos no existe. Él salvara vuestras almas y la redención será vuestra como nuestra sangre es suya.

Esta decisión ha sido consultada y promulgada por I Sommi Pontefici Romani y yo Pablo IV doy mi aprobación, ordenando lo que en estos momentos hasta el cese de la misión, sea el único destino de cada uno de los aquí reunidos, como parte del Ignis regnum. La poderosa llama de Dios en la tierra. Seremos el reinado del fuego. El fuego cuál fue en vida todo esplendor de nuestro señor.

Que la apostólica bendición sea en cada uno de vosotros, venerables hermanos y amados hijos cuando los ríos se tiñan de la sangre de nuestros enemigos. Que la suerte sea en vosotros y en nuestro todo poderoso señor Dios.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 29 de Noviembre del 1800.
Pablo IV


Tras su pregunta, sus ojos sombríos relucieron como el fuego cuyo engrandeciéndose la llama del centro de la mesa se tornó de un color eléctrico y en medio las llamas, seis chispas se crearon, naciendo de ellas copias de la carta de la inquisición, las que por una mano invisible fueron ante cada uno de los invitados de esa noche. La visión seguía y apenas aquel era un mínimo esfuerzo del que sus poderes podían crear. — Estas órdenes son todo lo que necesitáis saber… ¿la razón por la que os reuní aquí? — Preguntó dando énfasis con su profunda y grave voz. Con el brazo apartó a Gabriella, acercándola más a él y solo tras tener la atención de cada uno de los vampiros allí reunidos procedió a morderse la muñeca y a echar la sangre al fuego que enseguida se multiplicó, rodeando a cada uno de los vampiros. El fuego no era real, al tocarlo era de una esencia fría, vigorizante para cualquier vampiro que lo tocase. Enseguida su mordedura sanó y viendo en su rostro el resplandor de las salvajes llamas que lo rodeaban junto con Gabriella sonrío acercando la mano al fuego, tocándolo. —Revivir las llamas. Despertar el poder durmiente del fuego en un juicio final. La fraternitatem Ignis, el legado del fuego debe regresar y en nosotros esta que así sea.  — Explicó manteniendo la vista en el fuego que en su mano yacía acariciándole la piel. Indoloro, manso, frío.

Los dioses nos llaman, es la hora de la guerra. — Terminó diciendo dando vida a sus raíces, como aquel guerrero que había sido y volvería a ser. Solo era cuestión de tiempo.



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Mensaje por Gabriella de Beaucaire Vie Mayo 02, 2014 2:32 am

Encontraba en la ilusión del vampiro anfitrión una familiaridad extraña y novedosa, pero ni siquiera ésta podía aliviar del todo la sensación de que estaba a un paso de quemarse. Algunos de los hombres ahí reaccionaban a su presencia y a sus palabras con cordialidad o indiferencia, pero fue la respuesta de uno de ellos la que le advirtió que debía tener cuidado. Josseph Pernd. El nombre le era vagamente familiar, como debía ocurrir con la mayoría de los que estuvieran ahí presentes, pero su rostro y la diversión en sus facciones no hacía sino irritarla. De no ser porque aquella dama poseía una paciencia envidiable y bastante control sobre sí misma, habría penetrado los sentidos de aquel cerdo machista con un buen dolor en la entrepierna. Su tortura favorita. Pero habían cosas más importantes a las cuales prestarles atención. Toda la sala estaba en una actividad constante y no podía darse el lujo de distracciones. Por otro lado, sabía que de quedarse callada sólo confirmaría la idea de que cumplía el papel de espectadora, y no el de una luchadora.

Sería una pena caer presa del fuego inquisitorio antes que usted, monsieur Pernd. —Lamentó con la mirada de una mujer pensativa y sumisa. Sus ojos, por otro lado, reflejaban un regocijo malicioso. Aunque no se había movido de lugar, todavía cerca de la firme y segura posición que Jacques guardó especialmente para ella, sus expresiones corporales eran una clara muestra de desafío al arrogante vampiro.— Según las costumbres, las damas siempre vamos primero. ¡Pero que desperdicio sería! Sé que a usted le encantaría tener el honor de ir al frente, con esa ardiente sed de inquisidor. —Hizo una pausa peligrosa, entreabriendo sus labios pintados de rojo. Entonces lo miró a los ojos.— Oh, me sentiría más segura de ese modo. —Le dedicó una lenta sonrisa, como si acabara de obsequiarle una tanda de halagos graciosos y no un insulto evidente.

Desgraciadamente, no le quedó más remedio que darle la razón a las últimas palabras de ese odioso hombre. ¿Qué ocurría con los demás? Seguían siendo muy pocos para una verdadera batalla contra la Inquisición. Incluso una ignorante de la guerra como ella podía saberlo. No tuvo que esperar una respuesta por parte de Jacques cuando, con brevedad, llegaron algunos más. Cada uno más peculiar que el anterior, pero no podía subestimarlos. Se respiraba de ellos una esencia poética que iba muy bien con la reunión. Al menos, en la mayoría. ¿Qué clase de hombre era aquel demente que entró riendo? Gabriella estaba acostumbrada a lidiar con monstruos y asesinos de todo tipo, pero algo en ese sujeto le parecía... impredecible. Reprimió las ganas de retroceder, apenas acariciando la manga de su vestido. Con vampiros como Pernd, Lecter y el propio Jacques Roman, sabía que sus acciones, por pequeñas que fueran, serían analizadas y explotadas.

Buenas noches, caballeros. —Suspiró, asintiendo con educación a cada uno de ellos. Esperó que las puertas se cerraran definitivamente, cuando la presencia de un último vampiro hizo estremecer a la pelirroja. No se trataba de su atractivo físico o del hecho de que éste le recorriera con la mirada. Era la sangre. Un olor característico y muy inapropiado para una reunión de vampiros. Más que ningún otro invitado, Löwe Von Meer hizo nacer en ella el desconcierto y la sorpresa. Y entonces sus palabras, sumadas al guiño y a la actitud de muchachito confiado, la hicieron sonrojar. Que seres más extraños se habían juntado esa noche. Apenas consiguió ignorar lo sucedido apenas para concentrarse en las palabras del anfitrión, a quien de pronto volvía a tener al lado. Los ojos azules de la fémina se clavaron en él, comprendiendo que era su ancla en toda aquella locura.

Y fue de nuevo una narración la que la sumió en un trance. Viejas alianzas, los mismos objetivos. Las imágenes que aparecieron de pronto bajo aquella pobre iluminación le hicieron comprender la gravedad de la causa. La sangre, que poco tiempo atrás era elixir de vida y vino de inmortales, parecía el mensaje de violencia de la Inquisición. Daba miedo. Arrugó el entrecejo cuando la ambientación cambió, y reconoció el rostro de algunos vampiros e incluso mortales desafortunados que cayeron en manos de la Inquisición. Todo su cuerpo se puso en tensión cuando apreció pequeños cuerpos quemados y torturados. Una vez más, no retrocedió.

La carta, las palabras y el reto de Jacques. Su cercanía. Era tanta información que por un momento cerró los ojos. "La poderosa llama de Dios en la tierra. Seremos el reinado del fuego. El fuego cuál fue en vida todo esplendor de nuestro señor." Palabras que se clavaron en ella, duras y venenosas. Recordó a Veronica y su inocente idea del mundo. Recordó los buenos tiempos, la vida simple. ¿Qué maldito derecho tenían aquellos "enviados del Señor" a robarles todo eso? La ira nació en la vampiresa. La inconformidad y el duelo. Abrió los ojos lentamente, leyéndose en ellos una resolución despiadada.

Vamos a por ellos. —Concluyó con seguridad. Miró a los hombres ahí y fijó la mirada en el vampiro que llevaba consigo sangre de Inquisidor sobre la ropa. Sonrió ladina.— Comamos algunos inquisidores.
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Mensaje por Rasmus A. Lillmåns Vie Mayo 02, 2014 7:24 pm

Demasiados recuerdos se fueron agolpando en su memoria. Recuerdos intensos, alegres y amargos por igual. Recuerdos de momentos que nunca pensó que echaría tanto de menos. Tantas guerras como había vivido desde que tuvo edad para combatir. ¿Y qué había aprendido de todas ellas? Que, en su mayoría, no sirven para nada. La muerte es lo único que se consigue en la lucha. La muerte, la destrucción de inocentes de ambos bandos. Estaba tan cansado de luchar por causas perdidas, tan harto de tener que ponerse en medio del fuego cruzado simplemente porque el resto del mundo parecía más dispuesto a sacrificar la vida de otros que a tragarse su orgullo y ponerse a debatir. Era absurdo. ¿Hasta cuándo duraría todo aquello? ¿Acaso no se daban cuenta de que por mucho que planeasen, las guerras no las ganan ninguno de los participantes? Siempre habrá un grupo de sujetos ajenos al conflicto que acababan ganando independientemente de lo que los demás hicieran. ¿Acaso pensaban que el Papa vendría a pelear contra ellos en persona? Puesto que esa sería la única forma de acabar con el conflicto de raíz, y no iba a suceder, ir matando a inquisidores al azar para ver si así conseguían algo era una pésima estrategia de cara a una guerra que podría cambiar el mundo tal y como lo conocían para siempre. Era como dar palos de ciego. Y les obligaba a exponerse, cosa que deberían evitar a toda costa dados los últimos acontecimientos.

Rasmus llevaba viendo asesinatos de inocentes desde que el mundo era mundo, y nunca tenían demasiado sentido. Al menos no para él, que solía siempre mostrarse objetivo. ¿Por qué los asesinatos que cometiera estando de parte de los inmortales iban a estar más justificados? No tenía ningún sentido. Si actuaban así, ¿qué les diferenciaría de ellos? Para él siempre habría dos bandos, independientemente de la parte que cada individuo tomara en una guerra. El bando de los inocentes y el bando de los culpables. Y todos los que estaban allí con él, confesando alegremente haber cometido asesinatos, seguían siendo culpables, aunque tuvieran motivos. Aunque tuvieran una razón lógica para hacerlo. Si creían que matando a todo inquisidor que se le cruzase por delante, sin pararse a pensar o a informarse de a cuántos de los suyos había asesinado antes, era tan culpable como él. Si no más. La justicia no estaba para tomarla por tus propias manos, y menos si no saber ser objetivo. Y poco a poco, observando las actitudes y palabras de los que iban acercándose al centro de la mesa, podía darse cuenta de que había demasiado justiciero a su alrededor, y pocos individuos justos. Y eso le disgustaba. ¿Qué pasaría con él, una vez terminado el conflicto contra los inquisidores? Un antiguo con sus ideales siempre sería visto como una amenaza. ¿Tendría que cubrir sus espaldas de aquellos que durante la lucha prometieron cubrírsela? Eso ya le había pasado una vez, cuando decidió abandonar el bando de la Iglesia. No le ocurriría de nuevo. Destruiría a quien intentara plantarle cara sin pensárselo dos veces. Si todos pensaban que luchar por su propia supervivencia era lo más justo dado el panorama, él no iba a ser menos.

Pero él no actuaría de aquella forma tan poco meditada. Si había de enfrentarse a un enemigo, primero sondearía lo que hubiese hecho para ser considerado culpable. Tenía la capacidad para ver sus recuerdos, para saber si merecía la pena mostrar clemencia o no. Pero no asesinaría a sangre fría. Ese tiempo ya había pasado para él. No acataría las órdenes de alguien que permitiera tal atropello. Por suerte, el anfitrión no parecía querer marchar por esos derroteros. Él proponía enfrentarlos, no ir a por ellos. Aún así, no necesitaba que lo dirigieran, y mucho menos que le dieran lecciones acerca de cómo actuar. Tenía experiencia y motivos más que suficientes para odiar a la Inquisición, y no por ello se dejaba cegar por la rabia o por la ira. Habían cosas más importantes que ellos mismos. La integridad. La conciencia. Ellos deberían estar por encima de los valores, deberían ser mejores que los propios humanos. Si no... ¿qué les diferenciaría de las bestias que la Iglesia se dedicaba a cazar? No le parecía una buena idea darles la razón ejecutando a gente tal y como ellos hicieron. No movería un dedo para proteger a aquellos que actuaran de aquella forma. Ninguna criatura debe estar por encima del bien y del mal. Y ellos no eran la excepción. De hecho, si había sobrevivido tantísimos años era precisamente por respetar aquella premisa básica. Y ninguno de los presentes podría aportarle motivos necesarios para que cambiara de parecer. Su expresión se volvió más hosca, a medida que sus ¿compañeros? se iban presentando. Demasiada superioridad denotaban aquellos que nada podían demostrar. ¿De verdad estaba dispuesto a luchar codo con codo con personas así? Si realmente era por un bien mayor, por el bien del mundo en que vivían, la respuesta era sí. Pero si el motivo último era el disfrute de aquellos que habían perdido su humanidad en aquella espiral de descontrol, de ira... Se marcharía por donde había venido. No tenía ninguna necesidad de pelear por una causa que creía perdida. ¿Luchar por los monstruos? A él no le gustaban los monstruos. La violencia gratuita es despreciable. No importaba quién la impartiera.

- Muchas guerras se habrían evitado de haber participado mujeres... Y dudo mucho que eso sea algo malo. -No supo muy bien por qué intervino en aquel punto. Sin duda, la joven vampiresa supo bien cómo defenderse. Pero tenía que decirlo. Tenía que dejar claro que su pensamiento iba más acerca de evitar guerras que de provocarlas. Si le atacaban, lógicamente, no iba a quedarse quieto. Pero él no iba a atacar por miedo. Básicamente, porque no existía nada sobre aquella tierra que pudiera provocarle ningún temor. Se abstuvo de saludar a todos aquellos que entraron a continuación. Para él, la falta de puntualidad era un punto en contra de quien lo cometiera. ¿Qué evitaría que en el momento de la lucha no estuvieran cuando eran necesarios? ¿Qué excusa podía tener un inmortal para llegar tarde? No necesitaban el tiempo para nada más que para controlarlo. Lo que no pudo evitar fue volver la cabeza en cuanto percibió el aroma a sangre inundar la sala. Su mirada se oscureció, y sintió aquel dolor punzante en sus encías. Aunque impedir que sus colmillos descendieran fue menos complicado que calmar la sed que despertó de golpe. Observó al individuo con una ceja enarcada, descartándolo de inmediato como posible compañero de lucha. ¿Qué reprimiría a semejante criatura ante un Inquisidor, aunque nunca hubiera matado a nadie como ellos? ¿Qué podría impedir que atacara a su Leire en caso de encontrársela? El recelo se adivinó en su mirada inmediatamente. Él le detendría, y aunque eso no le hiciera mejor que él, matar a un asesino nunca le había resultado una carga para su conciencia. Y menos si ya estaba técnicamente muerto.

- No creo que los dioses sean los mejores consejeros para algo como esto... -Su voz, ronca, resonó por la sala. Estaba alterado. Más que de costumbre. Se volteó para mirar directamente al que suponía que se convertiría en el líder, en caso de que todos los presentes aceptaran unirse a esa causa. Nuevamente le tocaba elegir bando, y aunque su propia naturaleza ya le encasillaba a uno en concreto -y precisamente por eso estaba allí-, tenía bastante claro que su postura no cambiaría. Era más que evidente que todos los presentes se sentían superiores a cualquier otra criatura que habitase sobre la tierra. Y sus dones actuaban dándoles la razón. Esperaba que alguno los utilizase de forma justa o no tendría ningún temor a renunciar. Y menos aún a enfrentarse a ellos. No cabía duda de que había que hacer algo en contra de los inquisidores, o destruirían la poca paz que aún reinaba en el mundo. Se prepararía para la guerra, porque sabía que tarde o temprano a él también le tocaría actuar. Pero eso no pasaba por faltar al principio básico de no matar a ningún inocente por el camino. Porque él no protegía a los vampiros, él sólo protegería a los inocentes susceptibles de caer bajo el yugo de la Iglesia nuevamente. Y eran cosas muy distintas.
Rasmus A. Lillmåns
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Las llamas jamás serán sentenciadas [Privado-La cruzada] Empty Re: Las llamas jamás serán sentenciadas [Privado-La cruzada]

Mensaje por Aaya Maciej Mar Mayo 06, 2014 10:41 am

“Es gracioso ver como el cordero corre de las garras del depredador.”
La mujer respondía como si con eso pudiese llegar a algún lado. Hasta dejé salir algo de risas de mis labios cuando sus palabras salieron a flote. No le respondí del todo, era estúpida y parecía la típica muchacha que quería quedar bien y por eso intentaba aparentar ser quien no era. Estaba dotado de muchos años, quizá no tantos como los de los demás presentes, quizá se habían juntado los más antiguos de parís en aquel lugar, pero aun así estaba tranquilo. Y simplemente negué a la muchachita y rodé los ojos a aquel que parecía entenderlo todo. Era obvio que no sabía nada, el instinto de supervivencia se le había esfumado con los años y me recordaba a uno de esos ancianos que decían creerse sabios. Y yo me preguntaba, ¿Quién quería ser sabio, sin la comida en la boca? ¿Era tan diferente comerse a un humano que lo que hacían estos comiéndose a un cordero u otro animal? Obviamente no. ¿Y de qué se trataba eso de que con mujeres no hubiese habido tantas guerras? Más del ochenta por ciento de las guerras era por culpa de ellas y de que aparentemente unas tenían el pozo más chico que el otro.
Casi sentí que estaba por escupir mis palabras, pero no era ni el lugar ni el momento. Una de las principales razones por las que no me gustaban algunos de mi clase era por gente como aquella, pensando que eran mejores por no comer y alimentarse debidamente. Idiotas y engreídos. Daba gracias de que nadie podía leer mi mente, mi poder era fuerte, inquebrantable aún para el más poderoso de todos ellos, era un poder que había logrado controlar hasta el máximo beneficio, ya que sabía que tenía un pensamiento que no era de agradar y principalmente para gente como aquella, capaz de matar por sus ideales. Había sacrificado el hecho de saber volar debidamente, solo para tener mis otros poderes fuertes y capaces. — Si quieres actuar como soldado, di las cosas al frente y sin desagüe. “Sería una pena”. ¿O acaso te gusta predecir lo que no sabes? — Respondí con cordialidad y sonreí, apoyando un dedo en mis labios en señal de que ella ya cerrara ese pico rojo asqueroso, perfectamente de puta. No recordaba cuantas de ella me había encamado en mis miles de años. Y sinceramente ninguna me había dado el placer que hacían ver esos rubíes rojos.
Seguía relajado, mirando la escenita que el líder parecía dar, en realidad todo eso me estaba aburriendo más delo habitual y pensé en retirarme en aquel mismo instante. Pero solo el rico olor de recién terminado de cenar me detuvo. Era como si acabaran de hacer un gran estofado y él tuviese el olor impregnado, le sonreí y agaché la cabeza con regocijo, había alguien un poco más alineado a lo que era nuestra raza, estaba agradecido con ello.  Me relamí un colmillo y observé curiosamente lo que el supuesto líder decía. ¿Se suponía que haríamos una gran alianza o una idiotez así? Una sonrisa salió de mí y me acomodé en la silla. Siquiera tendrían un poco de mi confianza, apenas nos habíamos conocido. Yo solo tenía unos cinco amigos en todo el mundo, ninguno estaba en ese país y los conocía a todos hacía más de mil quinientos años. Él y sus muchachos estaban muy equivocados si se pensaban que podían confiar el uno con el otro. Todos teníamos demasiados años como para creer en algo tan humano como aquello. Casi sentí nauseas. Y esas palabras, una atrás de la otra, parecía que tenía preparada una lección para el tutor, la idea se suponía que era armar un plan y empezar a proteger zonas, romper sus armas, quitarles sus formas de protección.
La verdad no me interesaba en lo absoluto eliminarlos a todos, no deseaba matarlos, yo solo me alimentaba, mataba cuando lo deseaba, cuando tenía mucha hambre y me descuidaba o incluso cuando estaba enojado o en medio de la euforia. Asesinar no era algo que me causase real placer, sí lastimar, quizá torturar era algo que me llenaba de vida, pero últimamente solo lo impartía con una sola persona y con un deseo anhelante de empezar a cambiar la forma de sentir en aquel cerebro y corazón muerto que tenía. Siquiera quise pensar en ello, era el único que me ataba a aquel lugar estúpido en el que estaba. — ¿Dioses? El único dios que existe es la muerte, y una vez escuché que a este solo se le dice una cosa. “hoy no”. — Recalqué y me levante, con las manos en los bolsillos y un suspiro tranquilo, miré a ambos lados y apenas sonreí sin mostrarlos dientes. —Es interesante toda esta historia, muy conmovedora, de verdad. Pero estoy aquí porque me interesa sobrevivir y que mis allegados también lo hagan. No seré parte de una “familia” como los soldados de guerra, eso quedó en el pasado. Si quieren ser eso, háganlo, esa etapa mía está muy atrás. Cuenten con mi ayuda en la división y planeación de ataque. Nada más. — Dije con claridad, mirando al supuesto líder que parecía más una niña con deseos de ser princesa, con la diferencia de que este era un hombre de miles y miles de años que quería volver a hacer un soldado humano. Pensé que quizá era una mujer o que al menos tenía el alma de una. Solo ellas pensaban en las luchas y guerras como un lugar de amor y fraternidad. Nuevamente di gracias a que mi poder de bloqueo estuviese fuertemente armando.
Lentamente volví a mi lugar y observé el fuego en la mesa con tranquilidad. Si me pedían que me fuera por decir aquello lo haría sin duda alguna, prefería irme de Paris hacia países a los que siquiera había llegado la inquisición a quedarme donde un grupo de bailarinas intentarían purificar las almas de los enemigos, que no eran ni malos ni buenos, simplemente nos molestaban en el camino. Tal como los países iban en guerra, por tierra, por creencia, por religión. No necesitaban ser los pecadores para sufrir la ira de un pueblo. Un ciclo sin fin, donde el que tiene más, más quiere. Y el que tiene menos, perder lo que tiene no quiere. Había estado en muchos ejércitos, todos cometieron atrocidades durante años y años. Todos para llegar a diferentes fines y ninguno eran porque quería hacer justicia. Trono, oro o venganza eran siempre los motores de esa existencia y yo, en parte estaba cansado de aquello, no me incumbía y deseaba seguir haciendo lo que se me diera la gana por años.
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