La extraña y yo.

Di el último mordisco a la manzana que llevaba entre mis dedos, sonriendo cual nena pequeña ante una golosina. Y es que aquel día me había levantado con toda la motivación del mundo y había dicho.

¡VOY AL CAMPO!

Si…yo…¡al campo! Yo; la señorita de ciudad, la señorita de –¡Uh mira! ¡Un bicho! La señorita que no había visto apenas animales o paisajes en lo que llevaba de vida, la señorita que era tocada por una ramita y tenía un rasguño con una marca de por vida en la piel. Esa…la que en vez de una chica parecia un bote de nitroglicerina…esa; yo... al campo.

Tío Gerry había arqueado una ceja, y creo que no me había creído cuando le dije que salia. Pero eso no importaba mucho. Tenía tres días libres y quería usar uno de ellos para ir a algún lugar que no hubiera visitado, aunque fuera sola. Y es que, me gustaba aprovechar cualquier momento e intentar exprimirlo, aunque a veces fuese difícil ver las cosas buenas, bonitas y agradables del día a día. Y es que, ¿de que servía ir por ahí si no se aprovechaba la belleza o la magia de un rincón?...
Yo era una fiel convencida de que todo tenia algún secreto, algún misterio y algo que mostrar. Porque, en el fondo, yo pensaba como una bohemia fumada. Peeeeero, me gustaba intentar pensar en positivo aunque mí alrededor estuviera lleno de podredumbre. Era eso o hacerme un ovillo y dejarme llevar por la demencia que mi mente acalorada de ideas me hacia vislumbrar desde siempre…

Asi que ahí iba yo por un sendero del bosque, caminando bien abrigada mientras balanceaba en mi brazo el block de hojas blancas con el que pensaba dibujar.

Avance con cuidado, temiendo ser patosa en el terreno que pisaba. Y es que pese a llevar pantalones de montar –muy cómodos por cierto- y botas, temía acabar rodando montaña abajo y llegar a parís haciendo la croqueta, pese a que no soliera ser torpe. Aunque pensándolo bien, quizás no era torpe por mis extremos cuidados en no serlo nunca…quien sabe.

Comencé a dar un paseo por el sendero. Respirando el aire frío de la montaña, recibiéndolo con gratitud, sintiéndolo fresco y agradable ante mi pálido rostro que ahora podía sentir enrojecido. Hasta que de pronto, un ruido cercano me alerto del agua. Debía haber un rio, un lago, o algo cerca, pues se escuchaba el brote del agua en la lejania.

¡ATCHIS!

Entrecerré los ojos y me odie un tanto a mi misma por ese estornudo. Más, me ignore a mí misma. Ajuste mi bolso, subí las gafas que ya me resbalaban por la nariz y avance por el camino largos y silenciosos minutos. Escuchando tan solo el ruido de mis pasos sobre la tierra y las rocas. Hasta que de pronto llegue al lugar más hermoso que había visto hasta entonces en mi corta vida, notando como se me cortaba la respiración…


Me senté en una roca cercana, sin saber cuántos minutos me habría quedado allí, me había quedado absorta y no pude evitar pensarlo. Me habría gustado no estar sola allí. Había tanto por compartir, y yo estaba ahí contemplando aquel pequeño milagro de la naturaleza sin que hubiera nadie mas.

Sonreí, volví a ignorarme a mí misma, y apoye el block de notas en mis rodillas. El carboncillo de mi bolsillo ensucio mis dedos rápidamente, haciéndome sentir la textura seca del carbón mientras rasgaba el papel con formas inconexas. Y es que siempre dibujaba, ni siquiera sabía porque.
A veces salía una mujer, a veces un hombre, a veces -muy pocas veces-, salia gente que interactuaba, mas siempre aquello quedaba ahí. Siempre quería dibujar algo que no entendía, y nunca estaba conforme con la gente que desde el papel me miraba. Como si siempre me dijeran que habia algo imcompleto.
¿Sería que en el fondo yo misma estaba incompleta?

El rostro de la joven que había dibujado en el papel, de pronto se nublo por una suave sombra. Parpadee y entonces desvié la mirada, contemplando a la persona que había a mi lado, dando un gran salto que me elevo las pulsaciones hasta un límite exagerado.

¡La virgen!

Pronuncie llevándome una mano al pecho, mientras miraba a la chica que a mi lado parecía haber estado cotilleando en mi dibujo por detrás de mí.
Dios mio que susto!...indique riendo un tanto nerviosa ante la extraña joven que estaba allí, posiblemente como otra excursionista o algo así. Perdone, es que pensé que no habia nadie. Indique cuidando mis palabras, cuando en el fondo estaba disgustada porque me observaran sin que me diera cuenta –aunque no darme cuenta fuera culpa mia-
No le escuche llegar, me he llevado un susto. Indique alzando la palma de la mano hacia ella, en señal de… quiero paz. Si estabas aquí antes me largo ahora mismo.

El día gris no acompañaba mucho, ciertamente, pero eran tales mis ganas de inmiscuirme en la naturaleza verde, fresca y virginal que me armé de valor y salí de casa con una gran mochila repleta de cosas que probablemente no usaría en aquella jornada de excursión: pan, chocolate, varias botellas de agua, un par de jerseys, una navaja, dos pares de calcetines por si se me mojaban los que llevaba, un pequeño botiquín, una cuerda, dos cajas de cerillas, pañuelos, unos prismáticos y por supuesto, las llaves de casa. Pensé en tomar algo de dinero, pero lo dejé estar. ¿Quién necesitaba dinero para ir al bosque? Allí sólo sería un puñado de papel inservible que difícilmente podría salvarme la vida de estar en peligro.
 
Marché temprano, sonriente y de buen humor para variar, inmiscuyéndome en la vegetación con un mapa entre manos dónde iba marcando los puntos por los que transitaba, dejando también una pequeña seña en la corteza de los árboles o en las rocas, en su defecto. Pensé en el cuento de Pulgarcito y reí, sintiéndome identificada. ¡Esperaba no perderme! Porque realmente mi sentido de la orientación dejaba mucho que desear y problemas me había traído muchos. Aun así, ¿qué más daba, si me perdía? Quizás aquella era una aventura que desencadenaría un cambio en mi vida brutal. Quizás encontraba un valle precioso de tierras fértiles y con abundante agua cerca, podría establecerme allí, sola y tranquila, lejos del gentío, de la gran ciudad, del tráfico de carruajes y de personas, lejos del mal, de la avaricia, la codicia, el dinero que corrompe, de los celos y la envidia, de la mentira, lejos de todo cuanto la humanidad acarrea. ¡Sería tan perfecto encontrar mi lugar en el mundo en la mismísima nada!
 
Cuando llevaba ya tres horas caminando sin descansar, decidí sentarme bajo la copa de un árbol, apoyando mi espalda contra el tronco mientras me preparaba un enorme bocadillo con una tableta entera de chocolate. ¡Era necesario recuperar fuerzas!, me dije, relamiéndome antes de dar el primer bocado, saboreándolo, haciéndoseme aun la boca agua. Dioses, por aquellos pequeños placeres de la vida valía la pena vivirla.
 
Tras explorar un poco aquella cima y no encontrar nada más interesante que hacer allí, decidí continuar el sendero que había trazado en mi mapa, continuando senda abajo, dónde a un par de kilómetros debía encontrar una hermosa cascada y dónde esperaba llegar antes de las tres de la tarde, momento en el que deseaba almorzar. Dado que el camino era un poco más abrupto de lo esperado, tardé una hora más en llegar, casi con la lengua fuera y los pies arrastrando, hecha un manojo de sudor y escuchando el eco de mis propias tripas quejumbrosas resonar entre aquellas montañas.
 
Al llegar, me planteé el desnudarme y darme un efímero baño con tal de quitarme aquél pegajoso sudor de mi piel e ir más cómoda, pero la silueta de una muchacha no muy lejos de mí me hizo desechar esa idea. ¡Maldita sea! ¡Yo huía de la humanidad y la humanidad era más rápida que yo! ¿Es que no podía estar nunca sola? ¿Ni aunque lo deseara fervientemente? Refunfuñé entonces unas cuantas blasfemias, dejando caer mi pesada mochila a un lado, dispuesta a acercarme a ella y a preguntarle si le importaría mucho que me bañara en aquellas gélidas aguas, pues de sobra conocía a aquellas señoritas pedantes a las que ver un desnudo les suponía un pecado capital.
 
Me acercaba yo hacia ella, aun repasando en mi mente las palabras idóneas para dirigirme a ella de forma cordial y educada cuando de pronto ella se giró y me observó allí, demasiado cerca de ella, muy sospechosamente. ¿Pensaría que quizás pretendía empujarla por la roca y lanzarla al agua? Sonaba divertido, pero no tenía ganas de arrancar a correr luego... ¡sólo quería descansar! Y cuando ya quería darme por vencida respecto al baño, la moza ya me hablaba. No tenía escapatoria. Ahora me tocaría socializar. Estupendo.
 
Reí nerviosamente, temblándome una comisura de los labios, intentando relajarme sin demasiado éxito, pues la mujer imponía demasiado, a demás que se veía mayor que yo, le debía un respeto doble por eso. Arghh..
 

- ¿Virgen? Já...- se me escapó comentar sin querer, percatándome de ello y queriendo disuadirla, esperando que no me hubiera escuchado.- Bueno, sé que no soy muy agraciada, pero no veo por qué tanto drama con mi cara...- bromeé, limando un tanto la tensión del momento.- No pretendía interrumpirla, discúlpeme, es sólo que yo quería.... quería...- miré a todos lados, buscando una excusa.- ¡AJÁ! ¡Esto!- indiqué, tomando una rama cercana a ella. Miré de reojo aquello que había cogido y me fulminé a mí misma. ¿Un palo? ¿Esa era mi excusa? ¡Estaba en el bosque, había millones de ramitas! ¿Por qué elegir esa? Los calores me subían ya por el rostro ante mi patético papelón ante aquella muchacha, así que decidí retirarme antes de perder la batalla.- En fin, ahora que ya lo tengo... me v... la dejo tranquila disfrutar del paisaje. Tenga cuidado, que anochecerá en breve.- la advertí con un tono más serio, haciendo un movimiento sutil de cabeza para despedirme de ella, regresando al punto dónde había dejado la mochila aun con aquella absurda ramita entre mis dedos. ¿Era un buen momento para una hoguera? ¿O mejor seguir circulando y perderla de vista? Había escuchado que cerca de ahí había una cueva cuya forma recordaba al rostro de un anciano enojado con la boca abierta, siendo aquél mi principal destino. ¿Llegaría a tiempo antes de que anocheciera? Quizás era el momento de emprender el camino, pero... ¡las tripas me reclamaban comida y ya no me quedaba más chocolate para tanto pan!