Negocios e interrogatorios. (Privado)

Ésa misma mañana, en una taberna de mala muerte.

-Más te vale que todo esto sea… cierto, ¿me oyes? Ya sabes que yo no me ando con chiquitas, Candau… Lo sabes bien… -dijo la voz ronca y malhumorada del detective, alzando unos documentos que hacía nada le había entregado ése tal Candau. Mientras decía todo eso daba una calada tras otra al pitillo que sostenía entre sus dedos, ocultando parcialmente su rostro con el humo que nacía del cigarro. De esa manera su interlocutor no era capaz de darse cuenta de que el otro lo miraba con atención, y que precisamente se fijaba en una cicatriz que recorría su rostro de un lado a otro. Una cicatriz que Marcel le había provocado por mentirle en otra ocasión, por intentar engañarle, a él…-. Además, ¿no había otro lugar mejor para reunirse… que esto? Ya sabes que odio las multitudes…

El otro hombre, mucho más joven que el detective, asintió repetidas veces. Se le notaba muy  nervioso, sosteniendo su vaso de whiskey con ansia; como si pretendiera hacerlo añicos y que todos los trozos de cristal traspasaran su piel. Y no era para menos… No era agradable ver a Marcel enfadado, desde luego.

-Te digo que mi confidente… es de fiar. No me engañaría con esto, Maupassant -bebió todo lo que quedaba en su vaso de un solo trago, pidiendo otro más al camarero-. ¿Por qué iba a mentirte en esta ocasión? No… ganaría nada… -carraspeó, para aclararse la garganta, y después de mirar a todos lados para asegurarse de que nadie les miraba u observaba, susurró en el oído del mayor-. Ya sabes lo que tienes que darme… El opio de la redada, ¿de acuerdo? Y dejar libres a mis dos putas.

Marcel asintió, arrojando el cigarro al suelo y levantándose de su silla para colocarse su inseparable sombrero de copa. Dejó varias monedas al lado del vaso del otro, para decirle:

-Para que tomes algunas más a mi salud -y le sonrió. Una sonrisa realmente falsa, todo hay que decirlo-. En unos días contactaré contigo, ¿de acuerdo?

-¿Y cómo sé yo que cumplirás tu palabra, Maupassant? -replicó el otro, dándose la vuelta en su asiento cuando vio que el detective se dirigía hacia la puerta.

-¡Sólo te queda confiar en mí! -gritó el otro cuando abría la puerta, para que su colega pudiera oírle sobre el gentío de la gente. Hizo una exagerada reverencia mientras guiñaba un ojo y se fue inmediatamente de allí.

-Genial, confiar en Maupassant… como si fuera fácil… -dijo el otro, allí sólo, sintiendo como miles de horribles pensamientos se cruzaban en su mente.

De noche. En el burdel más famoso de todo París.

Existía un caso extraño por encima de todos. El caso. Sí, el caso porque no había ninguno más intrigante, más complicado y que obsesionara de tal manera a Maupassant como para olvidarse de comer, dormir e incluso respirar, si nos apuramos a exagerar. De hecho aquel día, desde que había recibido aquellos documentos no había comido nada en todo el día. En ayunas se pensaba mejor, se solía repetir a sí mismo.

¿Qué contenían los documentos? Pues bien, información. Una información muy valiosa para el detective. Años atrás había estado metido en un caso conocido como El extraño caso del chupasangre. Prostitutas y vagabundos eran asesinados, morían desangrados y lo único que había en sus cuerpos eran dos perforaciones en el cuello. Aparecían siempre en lujosos hoteles, sobre las camas; y sus rostros mostraban una felicidad extrema. Como si lo último que hubieran visto fuera lo más hermoso del universo… En fin, que no pudo atrapar al culpable. Ni siquiera una sola pista. Los periódicos comenzaron a hablar de vampiros, mas Maupassant no hizo caso a ésas estúpidas hipótesis. Por favor, él era un hombre de lógica, deducción y ciencia. No creía en cuentos sacados de las fantasiosas mentes de algunos escritores. Y sucedió lo que tenía que suceder… le retiraron del caso. En la comisaría no volvieron a hablar del tema, y no salió una sola noticia más en los diarios. Unos expertos en estos crímenes se ocuparán de ello, Maupassant…, le habían dicho sus superiores. Sin embargo el detective no tiraba la toalla tan fácilmente. Y había contactado con uno de sus colegas (sí, ésos colegas a los que únicamente se les llama de esa manera por los favores que se hacen entre ellos)…

… y llegamos a los documentos. En ellos se hablaba sobre los últimos casos de ese asesino en serie, de las últimas víctimas. Dibujos de los cuerpos, de las habitaciones de hoteles… Palabras en clave que eran incluso indescifrables para Marcel… En fin, infinidad de datos. No obstante, el último era el más interesante. Una chica de quince años había desaparecido en el burdel donde se encontraba, una prostituta más. Y a los dos días de esa desaparición su cuerpo inerte, como los demás, apareció en la habitación de un hotel. ¿Quién contactaba con ellas, y cómo…? Debía ser un cliente, ¿cierto? O al menos eso parecía lo más obvio… y por ahí iba a empezar la investigación. Otra vez.

Y pensaba en todo eso apoyado en la barra, con un té casi acabado sobre ésta (sí, té de noche, y en un burdel. Pero no bebía cuando trabajaba); cuando de pronto sintió una mano acariciar su espalda. Marcel arrugó el ceño, dándose la vuelta y viendo a una joven rubia tras de sí.
-Marcel… -susurró ella, con una voz aterciopelada-. ¿Dos noches seguidas por aquí? ¿Quieres lo de siempre, hm…? ¿Voy por la peluca y…?

Pero no le dio tiempo a seguir, Marcel dejó su dedo índice sobre los labios de la muchacha, indicando que se callara.

-Esta noche estoy aquí por trabajo, dile a tu jefa, a Tania Fernández, que venga, por favor. Necesito hablar con ella urgentemente -dijo con firmeza.

Y la prostituta asintió, yéndose de allí extrañada. Marcel volvió a prestar atención a su triste té.