AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
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De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
“Para hacer negocios no se requiere ingenio, basta con no tener delicadeza.”
Caballero de Bruix.
Caballero de Bruix.
Era una tarde bastante agradable.
Por eso le gustaba el otoño; siempre le había gustado con sus dorados-rojizos, sus amarillos ocres, sus verde-marrones. Y la vista que tenía en aquel momento no hacía más que corroborar la belleza particular de su estación favorita. Sin embargo, eso no le evitaba los nervios que experimentaba en esos momentos; Charles se había ido, dejándola sola, y no había tenido oportunidad de pedirle consejo. Pero tampoco tuvo corazón para pedirle que se quedara con ella; Charles siempre sería un lobo y siempre necesitaría de la manada... Ella, en cambio... Suspiró con nostalgia, al tiempo que acariciaba su vientre que delataba a quien la viera el embarazo que se gestaba en su interior. Suspiró una vez más, sabiendo que nunca antes fue tan vulnerable y tan fuerte a la vez.
Por su futuro fue que tomó aquella decisión; demasiado tiempo había estado sola y, aunque no le gustara admitirlo, Charles tenía razón: los solitarios mueren con honor, pero la manada sobrevive. Era momento de encontrar a otros integrantes para esa particular manada que, durante años sólo incluyó a dos y, por azares del destino, había aumentado repentinamente a cuatro. No era un mal número, visto a la rápida, pero un anciano, una muchacha y un bebé no eran una manada muy intimidante, ni siquiera cuando esa manada era protegida por el mismísmo Târsil Valborg. Era tiempo de buscar aliados y tal parecía que la señorita a quien esperaba ofrecía un potencial insuperable.
Varios rumores se tejían en torno a su invitada: que su padre era un asesino a sueldo, que su madre era hija de piratas y corsarios; que ella misma había cometido los robos más espectaculares de la última década. Sin embargo, a ojos de la justicia, Alessa era intachable. Y eso era justo lo que Jîldael buscaba en su futura socia; que fuera capaz de "parecer" intachable, aunque hubiera cometido los delitos más atroces; semejante "talento" le resultaría muy útil, dadas las circunstancias que ahora la obligaban a hacerse llamar Valerie Noir, la hija adoptiva del único heredero de los Del Balzo.
Sonrió, con una expresión salvaje y cruel, mientras recordaba a los conspiradores que había tenido el placer de matar; pero todavía faltaba la mano negra tras ellos y, más importante aún, faltaba el asesino de su padre... a ése, le tenía reservada una muerte particular.
En eso ocupaba su mente cuando la vio llegar.
Ciertamente, era tan hermosa como le habían dicho; su belleza, Jîldael lo supo con sólo mirarla, era proporcional a su astucia. La Cambiaformas tendría que jugar muy bien sus cartas si la quería de aliada.
Esperaba, como siempre, tener el as ganador sobre la manga... esta vez, lo necesitaba más que nunca.
***
Por eso le gustaba el otoño; siempre le había gustado con sus dorados-rojizos, sus amarillos ocres, sus verde-marrones. Y la vista que tenía en aquel momento no hacía más que corroborar la belleza particular de su estación favorita. Sin embargo, eso no le evitaba los nervios que experimentaba en esos momentos; Charles se había ido, dejándola sola, y no había tenido oportunidad de pedirle consejo. Pero tampoco tuvo corazón para pedirle que se quedara con ella; Charles siempre sería un lobo y siempre necesitaría de la manada... Ella, en cambio... Suspiró con nostalgia, al tiempo que acariciaba su vientre que delataba a quien la viera el embarazo que se gestaba en su interior. Suspiró una vez más, sabiendo que nunca antes fue tan vulnerable y tan fuerte a la vez.
Por su futuro fue que tomó aquella decisión; demasiado tiempo había estado sola y, aunque no le gustara admitirlo, Charles tenía razón: los solitarios mueren con honor, pero la manada sobrevive. Era momento de encontrar a otros integrantes para esa particular manada que, durante años sólo incluyó a dos y, por azares del destino, había aumentado repentinamente a cuatro. No era un mal número, visto a la rápida, pero un anciano, una muchacha y un bebé no eran una manada muy intimidante, ni siquiera cuando esa manada era protegida por el mismísmo Târsil Valborg. Era tiempo de buscar aliados y tal parecía que la señorita a quien esperaba ofrecía un potencial insuperable.
Varios rumores se tejían en torno a su invitada: que su padre era un asesino a sueldo, que su madre era hija de piratas y corsarios; que ella misma había cometido los robos más espectaculares de la última década. Sin embargo, a ojos de la justicia, Alessa era intachable. Y eso era justo lo que Jîldael buscaba en su futura socia; que fuera capaz de "parecer" intachable, aunque hubiera cometido los delitos más atroces; semejante "talento" le resultaría muy útil, dadas las circunstancias que ahora la obligaban a hacerse llamar Valerie Noir, la hija adoptiva del único heredero de los Del Balzo.
Sonrió, con una expresión salvaje y cruel, mientras recordaba a los conspiradores que había tenido el placer de matar; pero todavía faltaba la mano negra tras ellos y, más importante aún, faltaba el asesino de su padre... a ése, le tenía reservada una muerte particular.
En eso ocupaba su mente cuando la vio llegar.
Ciertamente, era tan hermosa como le habían dicho; su belleza, Jîldael lo supo con sólo mirarla, era proporcional a su astucia. La Cambiaformas tendría que jugar muy bien sus cartas si la quería de aliada.
Esperaba, como siempre, tener el as ganador sobre la manga... esta vez, lo necesitaba más que nunca.
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Última edición por Jîldael Del Balzo el Mar Oct 29, 2013 11:02 am, editado 1 vez
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Localización : Junto a mi Maestre... aquí o allá...
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Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
Una máscara nos dice más que una cara.
Oscar Wilde
Los árboles soltaban de sus ramas a las muertas hojas. Con pasos pausados y la mirada perdida entre las hojas danzantes en el aire estaba Alessa; para quien la viera debía de estar sonriendo a la vida, y a todo aquel que se acercara a ella o le saludara, para los que pudieran ver más allá de lo que las cosas aparentaban ella estaba presenciando la muerte en su estado más natural y a la vez más maravilloso.
Suspiró entonces bajando con pesar la cabeza de las hojas de colores entre naranja y rojizo, le fascinaba ver a la naturaleza matar de forma tan sutil y hermosa a sus creaciones justo como morían los hombres y mujeres en la vejez; pero este día no es para pensar en esas cosas porque tenía una cita importante que le causaba gran curiosidad.
Le habían invitado a asistir a un restaurante para hablar de los detallas del por qué se le requería y a ese lugar era al que se dirigía. Acepto la cita como solía aceptar cualquier trabajo pero al investigar sobre quien le llamaba quedo un tanto maravillada por lo que encontró y decir eso por parte de ella era mucho, lo único que podía maravillarla hasta esos momentos era la muerte y ahora alguien vivo, una mujer le provocaba lo mismo.
¿Qué era aquello que le provocaba tal maravilla? El hecho de que investigó en un principió el nombre de Valerie Noir, pero le fue imposible encontrar lo que buscaba, de hecho parecía ser como si de la nada hubiera aparecido ella… llegó un día y de su pasado no se conocía mucho. Comenzando a investigar a los Del Balzo salieron cosas más interesantes, lo cual pintaba para ser de lo mejor en lo que había entrado en esos tiempos, la misión o lo que le pidieran no le interesaba tanto por el contrario deseaba solo saciar su curiosidad, desenmascarar los secretos que se guardaran bajo aquel nombre de Valerie Noir.
Sumida en sus pensamientos, repasando todo lo que había investigado y llevado a ningún sitio fue como llego hasta el restaurante. Sin perder tiempo ingreso con una sonrisa, su mascara estaba sobre su rostro, aquello que mostraba; solo a una buena mujer de alta cuna que no hacía más que el bien o conseguir riqueza; de esas ideas solo el conseguir riqueza estaba en lo correcto, la bondad era solo una mentira que después de un rato la asqueaba.
Miro en busca de la mujer que requería de su presencia y al verla se acerco hasta la mesa. Los ojos de aquella mujer mostraban una inteligencia y planes fuera de lo cotidiano; Alessa sabía que debía tener cuidado con esa mujer y las barreras en alto para evitar cualquier perdida, pero en el lugar en el que estaban ninguna haría nada que llamara la atención no deseada mucho tiempo de los demás.
- Tenga un buen día, lamento haber llegado tarde y espero no me esperara mucho - menciono mientras tomaba asiento frente a la mujer y los ojos de ambas se unían en un contacto fugaz - ¿Ya ha ordenado algo? - llamaba a un mesero mientras preguntaba, intentaba que aquello luciera como una simple reunión para comer después de todo no debían darse más indicios - si no es así le invito a ordenar algo antes de comenzar con lo que nos interesa - sonrió al mesero mientras se acercaba a ellas. Que visión de dos mujeres tan normal, pero que por debajo de las apariencias ocultaba fines mayores para ambas.
Oscar Wilde
Los árboles soltaban de sus ramas a las muertas hojas. Con pasos pausados y la mirada perdida entre las hojas danzantes en el aire estaba Alessa; para quien la viera debía de estar sonriendo a la vida, y a todo aquel que se acercara a ella o le saludara, para los que pudieran ver más allá de lo que las cosas aparentaban ella estaba presenciando la muerte en su estado más natural y a la vez más maravilloso.
Suspiró entonces bajando con pesar la cabeza de las hojas de colores entre naranja y rojizo, le fascinaba ver a la naturaleza matar de forma tan sutil y hermosa a sus creaciones justo como morían los hombres y mujeres en la vejez; pero este día no es para pensar en esas cosas porque tenía una cita importante que le causaba gran curiosidad.
Le habían invitado a asistir a un restaurante para hablar de los detallas del por qué se le requería y a ese lugar era al que se dirigía. Acepto la cita como solía aceptar cualquier trabajo pero al investigar sobre quien le llamaba quedo un tanto maravillada por lo que encontró y decir eso por parte de ella era mucho, lo único que podía maravillarla hasta esos momentos era la muerte y ahora alguien vivo, una mujer le provocaba lo mismo.
¿Qué era aquello que le provocaba tal maravilla? El hecho de que investigó en un principió el nombre de Valerie Noir, pero le fue imposible encontrar lo que buscaba, de hecho parecía ser como si de la nada hubiera aparecido ella… llegó un día y de su pasado no se conocía mucho. Comenzando a investigar a los Del Balzo salieron cosas más interesantes, lo cual pintaba para ser de lo mejor en lo que había entrado en esos tiempos, la misión o lo que le pidieran no le interesaba tanto por el contrario deseaba solo saciar su curiosidad, desenmascarar los secretos que se guardaran bajo aquel nombre de Valerie Noir.
Sumida en sus pensamientos, repasando todo lo que había investigado y llevado a ningún sitio fue como llego hasta el restaurante. Sin perder tiempo ingreso con una sonrisa, su mascara estaba sobre su rostro, aquello que mostraba; solo a una buena mujer de alta cuna que no hacía más que el bien o conseguir riqueza; de esas ideas solo el conseguir riqueza estaba en lo correcto, la bondad era solo una mentira que después de un rato la asqueaba.
Miro en busca de la mujer que requería de su presencia y al verla se acerco hasta la mesa. Los ojos de aquella mujer mostraban una inteligencia y planes fuera de lo cotidiano; Alessa sabía que debía tener cuidado con esa mujer y las barreras en alto para evitar cualquier perdida, pero en el lugar en el que estaban ninguna haría nada que llamara la atención no deseada mucho tiempo de los demás.
- Tenga un buen día, lamento haber llegado tarde y espero no me esperara mucho - menciono mientras tomaba asiento frente a la mujer y los ojos de ambas se unían en un contacto fugaz - ¿Ya ha ordenado algo? - llamaba a un mesero mientras preguntaba, intentaba que aquello luciera como una simple reunión para comer después de todo no debían darse más indicios - si no es así le invito a ordenar algo antes de comenzar con lo que nos interesa - sonrió al mesero mientras se acercaba a ellas. Que visión de dos mujeres tan normal, pero que por debajo de las apariencias ocultaba fines mayores para ambas.
Última edición por Alessa Strauss el Lun Mayo 13, 2013 7:08 pm, editado 1 vez
Morgan Strauss- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/03/2013
Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
“La desconfianza es la madre de la seguridad.”
Aristófanes.
Aristófanes.
Ambas se miraron con la máscara de la cortesía, sabiendo que, en el fondo, no podrían jamás confiar en la otra. Para Jîldael aquélla fue, precisamente, la señal que necesitó para seguir adelante. Sabía que podría tratar con Alessa Strauss porque no cometería el error de enredar sus afectos con los negocios; como gata que era, jamás se desprendería de ese recelo natural que la joven mujer le inspiraba, lo que, a fin de cuentas, sería la mejor carta de seguridad para sí misma. No dudaba de que su interlocutora, pese a la gentileza de sus movimientos, estuviera experimentado pensamientos similares a los suyos.
Asintió a la sugerencia de la señorita Strauss y pidió un corte de ciervo en salsa de frutos rojos que acompañó con papas salteadas en mantequilla y una botella de Merlot procedente de los viñedos Del Balzo. Dejó que el garzón descorchara la botella, aireara el vino y le sirviera una copa, como si ella no supiera nada de vinos; la ironía le gustó. La Strauss le observó con interés creciente y Jîldael se vio traicionada por un leve rubor; solo entonces recordó que estaba embarazada y que probablemente la chica frente a ella no aprobaba su cuota de alcohol en la cena... Pero la Cambiaformas era una experta en los beneficios del vino y sabía que, por el momento, todavía podía permitirse una copa de su cosecha. Esperó a que la chica ordenara y cuando ambos platos estuvieron debidamente servidos, alzó su copa en un gesto de brindis, al que Alessa accedió, amable:
– Como os relaté en mi carta, Madeimoselle Strauss, mi padre heredó los viñedos Del Balzo en su gran mayoría; sin embargo, eso para nosotros representa una gran molestia porque, como habréis notado, lo nuestro siempre fue la servidumbre; de pronto, tanta riqueza ha abrumado a mi padre, no porque no fuera lo que todo hombre desee, no me malinterpretéis; simplemente, quisiéramos buscar otro tipo de negocios más favorable. Algo así como las telas, las municiones, no sé si me entendéis.
”Por lo que se nos comentó de vos, sabemos que manejáis muy bien las transacciones comerciales; se rumorea que tenéis un olfato envidiable para comprar empresas que florecen rápidamente, dando grandes reportes a sus dueños. Nos gustaría a mi padre y a mí, que vos nos asesorarais en la venta de algunos de los terrenos que poseemos en Holanda y que nos recomendarais en qué área invertir, con el pago de un 30% de comisión por vuestras molestias.– dejó que la muchacha absorbiera todo lo que le había dicho, esperando no haberse delatado.
Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no revisar su apariencia. Había evitado en su atuendo cualquier muestra de lujo; se quitó los pendientes de zafiro que solía usar en memoria de su madre; resistió el collar de esmeralda de su padre y la pulsera de oro y diamantes de su abuela. Asimismo, evitó cualquier vestido de costosa tela y se decantó por un sencillo traje de corte inglés, más propio de la clase media que de la exhibicionista aristocracia gala. El color marrón era lo bastante desabrido como para desentonar con el lugar; tampoco se había maquillado, y solo se había recogido parte del cabello en una sencilla media trenza, mientras que el resto caía sobriamente por su espalda, sin mayores atributos que su brillo natural.
A simple vista, sabía que no llamaba la atención, pero, por algún motivo, no se sentía cómoda. Por algún motivo, se sabía descubierta. Deseó, como era frecuente para ella, que Târsil estuviera allí y le tomara la mano. Se burló de sí misma; ¡qué dependiente se había vuelto de él! A veces, le daba miedo ese amor sin límites; a veces despertaba gritando en medio de terribles pesadillas en las que él la traicionaba y la mataba como a Baptiste; o peor aún, pesadillas en las que él moría por salvarle la vida a ella... Y cada una de esas veces, el mismo Târsil la acunó, la protegió y le devolvió la esquiva calma. En ese restaurante, mientras pensaba en su hombre, en su venganza y en sus miedos más terribles, sentada frente a una mujer en la que sabía que no podía confiar, deseó no tener que saber nada de tretas ni engaños, sino una simple vida en algún pueblito perdido, donde todo lo que le importara tuviera que ver con su casa, su marido y su cosecha. Habría sido feliz así..., pero no era la vida que le había tocado y, si quería que su hijo tuviera algún futuro, entonces tendría que sentarse con mentirosos y truhanes hasta que pudiera cobrar venganza y revelar su verdadero nombre.
Así que suspiró resignada y deseó de todo corazón que Alessa se limitara solo a su propuesta inicial; por ahora, no le interesaba de ella más que su talento monetario; ya más adelante sabría si podría confiar en ella lo suficiente para cobrar venganza. ¿Hasta dónde llegaría la Strauss por dinero? Jîldael esperaba que al mismo lugar a donde estaba dispuesta ella por la seguridad de su futuro hijo.
***
Asintió a la sugerencia de la señorita Strauss y pidió un corte de ciervo en salsa de frutos rojos que acompañó con papas salteadas en mantequilla y una botella de Merlot procedente de los viñedos Del Balzo. Dejó que el garzón descorchara la botella, aireara el vino y le sirviera una copa, como si ella no supiera nada de vinos; la ironía le gustó. La Strauss le observó con interés creciente y Jîldael se vio traicionada por un leve rubor; solo entonces recordó que estaba embarazada y que probablemente la chica frente a ella no aprobaba su cuota de alcohol en la cena... Pero la Cambiaformas era una experta en los beneficios del vino y sabía que, por el momento, todavía podía permitirse una copa de su cosecha. Esperó a que la chica ordenara y cuando ambos platos estuvieron debidamente servidos, alzó su copa en un gesto de brindis, al que Alessa accedió, amable:
– Como os relaté en mi carta, Madeimoselle Strauss, mi padre heredó los viñedos Del Balzo en su gran mayoría; sin embargo, eso para nosotros representa una gran molestia porque, como habréis notado, lo nuestro siempre fue la servidumbre; de pronto, tanta riqueza ha abrumado a mi padre, no porque no fuera lo que todo hombre desee, no me malinterpretéis; simplemente, quisiéramos buscar otro tipo de negocios más favorable. Algo así como las telas, las municiones, no sé si me entendéis.
”Por lo que se nos comentó de vos, sabemos que manejáis muy bien las transacciones comerciales; se rumorea que tenéis un olfato envidiable para comprar empresas que florecen rápidamente, dando grandes reportes a sus dueños. Nos gustaría a mi padre y a mí, que vos nos asesorarais en la venta de algunos de los terrenos que poseemos en Holanda y que nos recomendarais en qué área invertir, con el pago de un 30% de comisión por vuestras molestias.– dejó que la muchacha absorbiera todo lo que le había dicho, esperando no haberse delatado.
Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no revisar su apariencia. Había evitado en su atuendo cualquier muestra de lujo; se quitó los pendientes de zafiro que solía usar en memoria de su madre; resistió el collar de esmeralda de su padre y la pulsera de oro y diamantes de su abuela. Asimismo, evitó cualquier vestido de costosa tela y se decantó por un sencillo traje de corte inglés, más propio de la clase media que de la exhibicionista aristocracia gala. El color marrón era lo bastante desabrido como para desentonar con el lugar; tampoco se había maquillado, y solo se había recogido parte del cabello en una sencilla media trenza, mientras que el resto caía sobriamente por su espalda, sin mayores atributos que su brillo natural.
A simple vista, sabía que no llamaba la atención, pero, por algún motivo, no se sentía cómoda. Por algún motivo, se sabía descubierta. Deseó, como era frecuente para ella, que Târsil estuviera allí y le tomara la mano. Se burló de sí misma; ¡qué dependiente se había vuelto de él! A veces, le daba miedo ese amor sin límites; a veces despertaba gritando en medio de terribles pesadillas en las que él la traicionaba y la mataba como a Baptiste; o peor aún, pesadillas en las que él moría por salvarle la vida a ella... Y cada una de esas veces, el mismo Târsil la acunó, la protegió y le devolvió la esquiva calma. En ese restaurante, mientras pensaba en su hombre, en su venganza y en sus miedos más terribles, sentada frente a una mujer en la que sabía que no podía confiar, deseó no tener que saber nada de tretas ni engaños, sino una simple vida en algún pueblito perdido, donde todo lo que le importara tuviera que ver con su casa, su marido y su cosecha. Habría sido feliz así..., pero no era la vida que le había tocado y, si quería que su hijo tuviera algún futuro, entonces tendría que sentarse con mentirosos y truhanes hasta que pudiera cobrar venganza y revelar su verdadero nombre.
Así que suspiró resignada y deseó de todo corazón que Alessa se limitara solo a su propuesta inicial; por ahora, no le interesaba de ella más que su talento monetario; ya más adelante sabría si podría confiar en ella lo suficiente para cobrar venganza. ¿Hasta dónde llegaría la Strauss por dinero? Jîldael esperaba que al mismo lugar a donde estaba dispuesta ella por la seguridad de su futuro hijo.
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Última edición por Jîldael Del Balzo el Vie Ago 16, 2013 10:51 am, editado 1 vez
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
Existen diferentes tipos de aplicaciones de fuerza y debes usar todos ellos.
Bruce Lee
Cuando el mesero estuvo cerca espero primero a que la mujer frente ella ordenara y mientras lo hacía no aparto su mirada de ella.
Le resultaba ahora más curioso e intrigante que alguien en el estado en que ella se encontraba la llamara; a menos claro que intentara matar a aquel que le había dejado embarazada, de haber sido ese el encargo, no hubiera sido ni la primera ni la ultima vez que lo haría; pero la mujer no parecía estar ahí para eso, cosa que confirmo cuando se sonrojo, pues quienes deseaban acabar con alguien no tenían la clase de sonrojos que ella mostraba.
Pidió al mesero lomos de conejo con almendras. Ambos platillos no tardaron mucho en llegar y aunque Alessa no tenía mucho apetito, tomo los cubiertos y comenzó a cortar un trozo de lo que había pedido mientras escuchaba lo que la señorita Noir tenía para decirle.
Se llevo el trozo hasta la boca y degusto el sabor del platillo. La petición era en demasía extraña e intentaba buscar las intenciones detrás del trabajo que se le requería, aunque era hábil incluso para realizar un trabajo como aquel no era precisamente la clase de cosas que solía hacer o mejor dicho, que le gustara hacer.
Su crianza, muy diferente a la de otros era lo que le impedía sentirse cómoda en cosas que no incluyeran sangre o muerte pero bueno, no siempre podían elegirse los caminos a seguir. Tragó aquel bocado y tomo aire de manera profunda.
- Madeimoselle Noir, esta segura de lo que pide… tanto usted como su padre. Es decir, puedo comprender que les abrume la repentina riqueza pero también es sabido que los viñedos Del Balzo son un negocio relativamente seguro en el que por lo general se adquiere ganancia; ¿están dispuestos a arriesgar parte de lo que podrían obtener en la búsqueda de otros negocios? - de manera lógica, había investigado tanto como pudo, no solo de la señorita Noir si no en general de los Del Balzo y los viñedos. Llegar a ciegas a una entrevista como aquella era después de todo como lanzarse al vacío - Pero si usted y su padre se encuentran dispuestos y seguros de la decisión que están tomando, por mi no habrá ningún problema en encontrar los terrenos más apropiados para que venda, así como posibles compradores y buenos lugares donde invertir; de hecho sería todo un placer poder trabajar para ustedes.
Se llevo la copa con el vino de aquellos famosos viñedos. Realmente si era verdad que pensaban deshacerse de parte de esos viñedos era una absoluta pena, porque de la manera en la que estaban ahora existía la manera de que los Del Balzo o en este caso aquellos que habían heredado consiguieran grandes cantidades de dinero; de hecho, ella misma estaba interesada ya que aunque se encontraba inmersa en varios negocios, ninguno le era suficiente para ocultar el hecho de que obtuviera las ganancias que tenía y nada mejor que tener parte de un viñedo para excusar las entradas de dinero.
Qué mejor que tener una excusa perfecta para su dinero y además ganar más con aquello, ya durante el camino que recorrería para asegurar que aquel plan se llevara a cabo podría intentar saber más de lo que ocultaba todo el asunto.
No por el hecho de que la mujer frente a ella estuviera embarazada la volvía más vulnerable que otros, de hecho en cierto modo la volvía más peligrosa porque las mujeres que son madres o están a punto de serlo no luchan por ellas mismas, luchan por un bien mayor, que es el bienestar de sus hijos.
- Me ha sido inevitable notar su estado - Alessa hablo de manera dulce, como si sintiera que un hijo era algo maravilloso; aunque no encontraba a los niños completamente repulsivos, si consideraba que eran un estorbo en algunos momentos y ella en lo personal no se consideraba lista para un evento de tal magnitud, que cambia las vidas de manera tan drástica, pero no descartaba la idea de en algún momento embarcarse en ese terreno desconocido todo para pasar los conocimientos que venían de su familia - así que lo último que quiero es que se presione o pasa por malos momentos, ya que puede hacerle mal al bebé - suspiró, para después sonreír de manera leve - por lo que le pediré que confíe en mi y tenga por seguro que buscare lo mejor para usted y su padre - y en parte la de ella pero eso no era algo que fuese necesario hablarlo - y estaré dispuesta a comenzar con mi labor en el momento que usted me indique - puntualizo para cortar otro trozo de los alimentos que tenía frente a sí y continuar comiendo. Todo parecía que saldría bien, como siempre que ella trabajaba en algo.
Bruce Lee
Cuando el mesero estuvo cerca espero primero a que la mujer frente ella ordenara y mientras lo hacía no aparto su mirada de ella.
Le resultaba ahora más curioso e intrigante que alguien en el estado en que ella se encontraba la llamara; a menos claro que intentara matar a aquel que le había dejado embarazada, de haber sido ese el encargo, no hubiera sido ni la primera ni la ultima vez que lo haría; pero la mujer no parecía estar ahí para eso, cosa que confirmo cuando se sonrojo, pues quienes deseaban acabar con alguien no tenían la clase de sonrojos que ella mostraba.
Pidió al mesero lomos de conejo con almendras. Ambos platillos no tardaron mucho en llegar y aunque Alessa no tenía mucho apetito, tomo los cubiertos y comenzó a cortar un trozo de lo que había pedido mientras escuchaba lo que la señorita Noir tenía para decirle.
Se llevo el trozo hasta la boca y degusto el sabor del platillo. La petición era en demasía extraña e intentaba buscar las intenciones detrás del trabajo que se le requería, aunque era hábil incluso para realizar un trabajo como aquel no era precisamente la clase de cosas que solía hacer o mejor dicho, que le gustara hacer.
Su crianza, muy diferente a la de otros era lo que le impedía sentirse cómoda en cosas que no incluyeran sangre o muerte pero bueno, no siempre podían elegirse los caminos a seguir. Tragó aquel bocado y tomo aire de manera profunda.
- Madeimoselle Noir, esta segura de lo que pide… tanto usted como su padre. Es decir, puedo comprender que les abrume la repentina riqueza pero también es sabido que los viñedos Del Balzo son un negocio relativamente seguro en el que por lo general se adquiere ganancia; ¿están dispuestos a arriesgar parte de lo que podrían obtener en la búsqueda de otros negocios? - de manera lógica, había investigado tanto como pudo, no solo de la señorita Noir si no en general de los Del Balzo y los viñedos. Llegar a ciegas a una entrevista como aquella era después de todo como lanzarse al vacío - Pero si usted y su padre se encuentran dispuestos y seguros de la decisión que están tomando, por mi no habrá ningún problema en encontrar los terrenos más apropiados para que venda, así como posibles compradores y buenos lugares donde invertir; de hecho sería todo un placer poder trabajar para ustedes.
Se llevo la copa con el vino de aquellos famosos viñedos. Realmente si era verdad que pensaban deshacerse de parte de esos viñedos era una absoluta pena, porque de la manera en la que estaban ahora existía la manera de que los Del Balzo o en este caso aquellos que habían heredado consiguieran grandes cantidades de dinero; de hecho, ella misma estaba interesada ya que aunque se encontraba inmersa en varios negocios, ninguno le era suficiente para ocultar el hecho de que obtuviera las ganancias que tenía y nada mejor que tener parte de un viñedo para excusar las entradas de dinero.
Qué mejor que tener una excusa perfecta para su dinero y además ganar más con aquello, ya durante el camino que recorrería para asegurar que aquel plan se llevara a cabo podría intentar saber más de lo que ocultaba todo el asunto.
No por el hecho de que la mujer frente a ella estuviera embarazada la volvía más vulnerable que otros, de hecho en cierto modo la volvía más peligrosa porque las mujeres que son madres o están a punto de serlo no luchan por ellas mismas, luchan por un bien mayor, que es el bienestar de sus hijos.
- Me ha sido inevitable notar su estado - Alessa hablo de manera dulce, como si sintiera que un hijo era algo maravilloso; aunque no encontraba a los niños completamente repulsivos, si consideraba que eran un estorbo en algunos momentos y ella en lo personal no se consideraba lista para un evento de tal magnitud, que cambia las vidas de manera tan drástica, pero no descartaba la idea de en algún momento embarcarse en ese terreno desconocido todo para pasar los conocimientos que venían de su familia - así que lo último que quiero es que se presione o pasa por malos momentos, ya que puede hacerle mal al bebé - suspiró, para después sonreír de manera leve - por lo que le pediré que confíe en mi y tenga por seguro que buscare lo mejor para usted y su padre - y en parte la de ella pero eso no era algo que fuese necesario hablarlo - y estaré dispuesta a comenzar con mi labor en el momento que usted me indique - puntualizo para cortar otro trozo de los alimentos que tenía frente a sí y continuar comiendo. Todo parecía que saldría bien, como siempre que ella trabajaba en algo.
Última edición por Alessa Strauss el Dom Jun 02, 2013 5:19 pm, editado 1 vez
Morgan Strauss- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/03/2013
Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
“La intuición de una mujer es más precisa que la certeza de un hombre”
Rudyard Kipling.
Rudyard Kipling.
La joven frente a ella se tomó su tiempo para saborear el conejo con almendras que había pedido. Por supuesto, no era el manjar lo que distraía a la Strauss de responder, sino la necesidad de mesurar las palabras de la Del Balzo. La aristócrata frente a ella no tenía un pelo de tonta y Jîldael mucho temía que estaba decidiendo si seguir la farsa o desenmascararla allí mismo. Los segundos le parecieron una eternidad; por primera vez envidió el don vampírico de la telepatía; pero allí estaba, muerta de miedo, rogando porque en las apariencias, al menos, la Strauss fingiera creerle y siguiera adelante con la pantomima del negocio vitivinícola.
Tuvo que hacer un esfuerzo supremo por no soltar de golpe todo el aire que había contenido cuando oyó a Alessa decir que aceptaba formar parte del negocio, no sin plantear allí mismo todas las dudas que de tal relación se desprendían. Jîldael parpadeó, algo confundida, porque, para ser sinceros, ella no había pensado mucho en la equivalencia a que Alessa se refería. Tal vez, la germana tenía razón; había estado tan desesperada en contactarla, que no se preocupó mayormente de la propuesta que haría; y ahora que la joven frente a ella se lo enrostraba..., ¿realmente estaba dispuesta a vender parte de las propiedades Del Balzo, teniendo en cuenta, más aún, todo cuanto les había costado a ella y Charles recuperarlas? ¿No sería mejor olvidarse de todo? Pero entonces, su hijo se movió, y ella supo cuál era la respuesta. Lo vendería todo, con tal de cazar a los traidores y poder ofrecerle al pequeño un futuro tranquilo. Quizás Alessa accediera a buscarle una bonita casa de campo, en alguna parte perdida de Francia cuando todo acabase; quizás, lograría convencer a Târsil de dejarlo todo atrás. Pero para eso, primero lo primero.
– He visto que tenéis olfato económico. – le dijo Jîldael a la aristócrata, con el más suave y gentil de los tonos – La verdad es que, por ahora, no quisiéramos extraviarnos en tanta riqueza. La verdad, no puedo decir que entre mis talentos se cuente la administración, precisamente. Os repito que hasta hace unos años atrás, mi padre y yo nos contentábamos con tener un poco de sopa con que calentar la tripa... – añadió, con un dejo de resquemor en su voz; mentira no era, en todo caso; había comido ratas, había bebido agua estancada, había comido frutos descompuestos; no era algo de lo que se enorgulleciera; sabía, de sobra, lo que era ser pobre y en ello, nada de lo que dijera sería falacia – Ahora, en cambio, tenemos tanto, que temo despertar el día de mañana en la misma miseria de antes porque no supimos invertir adecuadamente. Por eso... – hizo una ominosa pausa y la miró fijamente, con sus gatunos ojos taladrándole la mirada, buscando más allá de lo evidente, algún vestigio de engaño, algún peligro no develado, cualquier cosa que fuese una señal de alerta, porque si algo no iba a transar era en su confianza. Y Alessa podría ser muy dura, pero era humana; y los humanos no resistían tal escrutinio sin delatarse – me disculparéis por lo que os pediré, pero necesito referencias vuestras, mi querida Alessa. Comprenderéis que os estaríamos dando acceso a lo más privado de nuestra familia y, aunque me parecéis de fiar, no puedo permitirme el riesgo de perderlo todo a manos de una timadora, con todo el respeto que vos merezcáis. Dadme una prueba de fe, Madeimoselle Strauss, y os convertiréis en la albacea de la fortuna de mi padre... Mentidme, y lo pagaréis con vuestra vida. –
Era como siempre una apuesta arriesgada, pero su intuición felina –esa que nunca le había fallado– le decía que sus fichas estaban bien jugadas; ya no dependía más de ella. Ahora, simplemente, era el turno de Alessa.
***
Tuvo que hacer un esfuerzo supremo por no soltar de golpe todo el aire que había contenido cuando oyó a Alessa decir que aceptaba formar parte del negocio, no sin plantear allí mismo todas las dudas que de tal relación se desprendían. Jîldael parpadeó, algo confundida, porque, para ser sinceros, ella no había pensado mucho en la equivalencia a que Alessa se refería. Tal vez, la germana tenía razón; había estado tan desesperada en contactarla, que no se preocupó mayormente de la propuesta que haría; y ahora que la joven frente a ella se lo enrostraba..., ¿realmente estaba dispuesta a vender parte de las propiedades Del Balzo, teniendo en cuenta, más aún, todo cuanto les había costado a ella y Charles recuperarlas? ¿No sería mejor olvidarse de todo? Pero entonces, su hijo se movió, y ella supo cuál era la respuesta. Lo vendería todo, con tal de cazar a los traidores y poder ofrecerle al pequeño un futuro tranquilo. Quizás Alessa accediera a buscarle una bonita casa de campo, en alguna parte perdida de Francia cuando todo acabase; quizás, lograría convencer a Târsil de dejarlo todo atrás. Pero para eso, primero lo primero.
– He visto que tenéis olfato económico. – le dijo Jîldael a la aristócrata, con el más suave y gentil de los tonos – La verdad es que, por ahora, no quisiéramos extraviarnos en tanta riqueza. La verdad, no puedo decir que entre mis talentos se cuente la administración, precisamente. Os repito que hasta hace unos años atrás, mi padre y yo nos contentábamos con tener un poco de sopa con que calentar la tripa... – añadió, con un dejo de resquemor en su voz; mentira no era, en todo caso; había comido ratas, había bebido agua estancada, había comido frutos descompuestos; no era algo de lo que se enorgulleciera; sabía, de sobra, lo que era ser pobre y en ello, nada de lo que dijera sería falacia – Ahora, en cambio, tenemos tanto, que temo despertar el día de mañana en la misma miseria de antes porque no supimos invertir adecuadamente. Por eso... – hizo una ominosa pausa y la miró fijamente, con sus gatunos ojos taladrándole la mirada, buscando más allá de lo evidente, algún vestigio de engaño, algún peligro no develado, cualquier cosa que fuese una señal de alerta, porque si algo no iba a transar era en su confianza. Y Alessa podría ser muy dura, pero era humana; y los humanos no resistían tal escrutinio sin delatarse – me disculparéis por lo que os pediré, pero necesito referencias vuestras, mi querida Alessa. Comprenderéis que os estaríamos dando acceso a lo más privado de nuestra familia y, aunque me parecéis de fiar, no puedo permitirme el riesgo de perderlo todo a manos de una timadora, con todo el respeto que vos merezcáis. Dadme una prueba de fe, Madeimoselle Strauss, y os convertiréis en la albacea de la fortuna de mi padre... Mentidme, y lo pagaréis con vuestra vida. –
Era como siempre una apuesta arriesgada, pero su intuición felina –esa que nunca le había fallado– le decía que sus fichas estaban bien jugadas; ya no dependía más de ella. Ahora, simplemente, era el turno de Alessa.
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Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Localización : Junto a mi Maestre... aquí o allá...
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Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
Dos cosas quiere el hombre de verdad: el peligro y el juego.
Por eso quiere la mujer, que es el juguete más peligroso.
Friedrich Nietzsche
Por algunos momentos cuando acepto el trato aquel, era capaz de jurar que Noir no creyó en sus palabras, cosas como esa le hacían dudar entonces de los planes reales de la mujer pero como lo pensé desde un principio lo mejor era esperar y ver que era lo que había detrás de todo aquel juego. Alessa se sentía contenta aunque en su apariencia solo pudieran apreciarse calma y comprensión, acompañadas de la falsa sonrisa que comenzaba a darle nauseas mostrar; la alegría de la asesina radicaba en que pocas ocasiones tenía la suerte de toparse con alguien que significara realmente un reto, justo como la mujer frente a ella aparentaba ser. Usualmente debía tratar con hombres que no tenían ambiciones reales.
Más que olfato económico, poseía olfato para todo aquello que le dijeran que era necesario que tuviera. Aunque de verdad disfrutaba de asesinar y de usarse a si misma para ejercer los actos más viles, también encontró en otros momentos la necesidad de ser simplemente una mujer refinada que disfrutaba de la pintura, la música, buscaba esposos para sus hijas o incluso para ella misma; en todo aquel tiempo había existido la necesidad por parte de diversos empleadores de ser cosas diversas y gracias a eso conocía bastantes lugares, así como persona que siempre creía que podían serle de utilidad en otros momentos.
- Si la decisión que tienen es la que consideran mejor me limitare a hacer mi trabajo, solo necesitaba asegurarme de que la situación quedara clara porque vera… no me gustan los malentendidos en el trabajo, pueden desembocar en situaciones no muy agradables - con una sonrisa más amplia que las anteriores, junto a una voz un tanto más firme planto aquellas palabras. No quería que después las cosas salieran mal, fuera cual fuera finalmente su cometido real, si las cosas se salían de control después… nadie sabría que acontecería con ambas mujeres - y después de esto, definitivamente no tendrá la fortuna que adquiriría con años de posesión de los viñedos pero si les sería suficiente para vivir a usted y a su padre si es que no les gustan las extravagancias - Al menos la heredera de los viñedos sabía que las cosas no duran para siempre y menos el dinero, pero para ella parecía ser que sería eterno porque siempre existía alguien que necesitaba de sus servicios.
La mirada de ambas se poso en la ajena, estaban analizando los movimientos de la otra aunque en realidad no pudieran saber en realidad que era lo que la otra tramaba y cuando la petición de las referencias le fue pedida, asintió. Si bien no contaba con muchas personas que pudieran dar detalle de sus "trabajos", existían algunos que gustosos dirían en lo que había tenido que ayudarles; era en parte lo positivo de tener que volverse tan versátil, pero antes de dar cualquier explicación o nombre debía hablar un poco.
- Puedo comprender a la perfección su petición solo deseo recordarle antes algo… no he sido yo la que le ha buscado si no usted, así que me imagino que si ha optado por mi como la mejor opción posible para realizar este trabajo debe ser por algo; igual si es necesario puede darle nombres de algunas personas para quienes he trabajado, no muchas, puesto que vera hay asuntos un poco delicados y la privacidad es lo más importante en todo trabajo - y ante la ultima parte, aquella "amenaza" la sonrisa de Alessa se torció un poco, dejando ver por un momento su verdadera naturaleza - Lo mismo podría decirle, pero no estamos aquí para cosas como amenazas, si no para tratos - y entonces sonrió de nueva cuenta, trayendo a la mesa nuevamente la mascara que ocultaba su verdad - Y madeimoselle Noir, si acepta mis servicios después de revisar las referencias le diré que, seremos un equipo y deberemos cuidarnos una a la otra.
Ella podría ser muchas cosas e incluso pensar seriamente en quedarse con una parte de los viñedos Del Balzo, pero si se los quedaba pensaba pagar por ellos. No siempre era necesario optar los malos movimientos para conseguir lo que quería y con aquella mujer, algo le decía que detrás de ella había cosas más serias.
Con un movimiento de su mano Alessa llamo al mesero y pidió algo en lo cual escribir y una vez que su petición fue concedida, escribió tres nombres y deslizo el papel por la mesa.
- Esas son las referencias que puedo brindarle, espero sean suficientes - retiro su mano del papel y bebió un poco más del vino.
Por eso quiere la mujer, que es el juguete más peligroso.
Friedrich Nietzsche
Por algunos momentos cuando acepto el trato aquel, era capaz de jurar que Noir no creyó en sus palabras, cosas como esa le hacían dudar entonces de los planes reales de la mujer pero como lo pensé desde un principio lo mejor era esperar y ver que era lo que había detrás de todo aquel juego. Alessa se sentía contenta aunque en su apariencia solo pudieran apreciarse calma y comprensión, acompañadas de la falsa sonrisa que comenzaba a darle nauseas mostrar; la alegría de la asesina radicaba en que pocas ocasiones tenía la suerte de toparse con alguien que significara realmente un reto, justo como la mujer frente a ella aparentaba ser. Usualmente debía tratar con hombres que no tenían ambiciones reales.
Más que olfato económico, poseía olfato para todo aquello que le dijeran que era necesario que tuviera. Aunque de verdad disfrutaba de asesinar y de usarse a si misma para ejercer los actos más viles, también encontró en otros momentos la necesidad de ser simplemente una mujer refinada que disfrutaba de la pintura, la música, buscaba esposos para sus hijas o incluso para ella misma; en todo aquel tiempo había existido la necesidad por parte de diversos empleadores de ser cosas diversas y gracias a eso conocía bastantes lugares, así como persona que siempre creía que podían serle de utilidad en otros momentos.
- Si la decisión que tienen es la que consideran mejor me limitare a hacer mi trabajo, solo necesitaba asegurarme de que la situación quedara clara porque vera… no me gustan los malentendidos en el trabajo, pueden desembocar en situaciones no muy agradables - con una sonrisa más amplia que las anteriores, junto a una voz un tanto más firme planto aquellas palabras. No quería que después las cosas salieran mal, fuera cual fuera finalmente su cometido real, si las cosas se salían de control después… nadie sabría que acontecería con ambas mujeres - y después de esto, definitivamente no tendrá la fortuna que adquiriría con años de posesión de los viñedos pero si les sería suficiente para vivir a usted y a su padre si es que no les gustan las extravagancias - Al menos la heredera de los viñedos sabía que las cosas no duran para siempre y menos el dinero, pero para ella parecía ser que sería eterno porque siempre existía alguien que necesitaba de sus servicios.
La mirada de ambas se poso en la ajena, estaban analizando los movimientos de la otra aunque en realidad no pudieran saber en realidad que era lo que la otra tramaba y cuando la petición de las referencias le fue pedida, asintió. Si bien no contaba con muchas personas que pudieran dar detalle de sus "trabajos", existían algunos que gustosos dirían en lo que había tenido que ayudarles; era en parte lo positivo de tener que volverse tan versátil, pero antes de dar cualquier explicación o nombre debía hablar un poco.
- Puedo comprender a la perfección su petición solo deseo recordarle antes algo… no he sido yo la que le ha buscado si no usted, así que me imagino que si ha optado por mi como la mejor opción posible para realizar este trabajo debe ser por algo; igual si es necesario puede darle nombres de algunas personas para quienes he trabajado, no muchas, puesto que vera hay asuntos un poco delicados y la privacidad es lo más importante en todo trabajo - y ante la ultima parte, aquella "amenaza" la sonrisa de Alessa se torció un poco, dejando ver por un momento su verdadera naturaleza - Lo mismo podría decirle, pero no estamos aquí para cosas como amenazas, si no para tratos - y entonces sonrió de nueva cuenta, trayendo a la mesa nuevamente la mascara que ocultaba su verdad - Y madeimoselle Noir, si acepta mis servicios después de revisar las referencias le diré que, seremos un equipo y deberemos cuidarnos una a la otra.
Ella podría ser muchas cosas e incluso pensar seriamente en quedarse con una parte de los viñedos Del Balzo, pero si se los quedaba pensaba pagar por ellos. No siempre era necesario optar los malos movimientos para conseguir lo que quería y con aquella mujer, algo le decía que detrás de ella había cosas más serias.
Con un movimiento de su mano Alessa llamo al mesero y pidió algo en lo cual escribir y una vez que su petición fue concedida, escribió tres nombres y deslizo el papel por la mesa.
- Esas son las referencias que puedo brindarle, espero sean suficientes - retiro su mano del papel y bebió un poco más del vino.
Morgan Strauss- Humano Clase Alta
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Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
“La intuición de una mujer es más precisa que la certeza de un hombre”
Rudyard Kipling.
Rudyard Kipling.
Se le había pasado la mano.
Lo supo en el momento en que la mirada de Alessa destelló en fría cólera y Jîldael, en lo más íntimo de sí, se arrepintió de sus amenazas; pero a la vista de los demás, no dijo nada. Le sostuvo la mirada con una expresión igual de gélida e indiferente y, en apariencias, fingió orgullo y garbo. Eso lo había aprendido muy bien de su padre. Después de todo, sangre azul aún corría por sus venas y, antes o después, recuperaría los títulos que otros le habían arrebatado a su familia.
Así que la escuchó con atención y comprendió que la había herido en su orgullo. Sus palabras, gentiles y elegantes, no ocultaron la necesidad de enrostrarle a la Cambiaformas todas las medallas que precedían a su persona. Y, por primera vez, sintió que podía tener cierta ventaja contra la extraña; no era algo realmente importante, pues la joven apenas había revelado un detalle mínimo de su persona; pero era suficiente para alguien como la Del Balzo saber que para Alessa el orgullo de sus acciones pesaba tanto en la imagen que tenía de sí misma ante los demás; sin embargo, la germana era astuta, pues habló muy bien de sí misma, pero se supo guardar los nombres de aquellos para quienes había trabajado; por una parte, Jîldael lo lamentó (habría sido una recompensa invaluable que la chica frente a ella admitiera conocer algunos nombres de su lista negra), pero, por la otra, supo que, al menos en el plano profesional, la Strauss jamás la delataría; el secreto de su identidad era algo que protegía con celo y quizás llegara el día en que tuviera que decirle toda la verdad a la mujer que ahora mismo la miraba con recelo contenido. Era bueno contar con una aliada de ese tipo, después de todo, no quería una amiga, quería alguien que pudiera protegerle las espaldas.
Pero Alessa no permitió que se desviaran del tema verdaderamente importante; ya antes había insistido la joven en discutir el asunto de la venta de los viñedos que su familia tenía al oeste de Holanda, aquéllos los más caros y exclusivos; pocos holandeses podían permitirse el lujo de mantener unas tierras tan caras con resultados tan notables. Quizás, si era lo suficientemente astuta, podía fingir el interés de la venta, para así darse tiempo de conocer a Alessa y decidir si confiar del todo en ella o no, para al término retractarse sin el menor daño para nadie. Era una buena idea; mantener la fachada del negocio le daría excusas para conservar el contacto con la Strauss lo suficiente como para estudiarla más a fondo; tal vez, el viaje que tenía planeado acabase haciéndolo en su compañía y, pasando el mayor tiempo juntas, Jîldael sabría a ciencia cierta si Alessa era la mujer que tanto necesitaba para sus verdaderos propósitos.
– Lamento si os he ofendido, pero debíais saber cuáles son mis condiciones. No dudo en lo absoluto de la información que de vos he recibido..., pero si algo se aprende en la pobreza es que no se puede confiar en la gente, al menos no en la gente que tiene dinero, si entendéis mi punto. Mientras mi padre y yo fuimos pobres, sólo debíamos velar por los truhanes que en todas partes abundan. Si Charles no fuera tan desconfiado como ha resultado ser, os aseguro que nos habrían estafado la primera noche en que tomamos posesiones de la herencia. – dejó entrever la amarga mentira; sabía que insinuar que su Maestre había planificado la muerte de Jean Del Balzo era una infamia, pero no habían encontrado otra manera de desviar las pistas que tantas veces estuvieron a punto de delatarlos; si bien, aquellos tiempos parecían haber quedado atrás, de vez en cuando recurrían a la treta del viejo ambicioso que dejó morir a su patrón para quedarse con todo. Sabía que Alessa no cuestionaría semejante versión y, por lo pronto, era mejor así – Y os aseguro que no hizo todo lo que hizo para terminar siendo igual de pobre que antes... En fin; tampoco es que seamos tan ambiciosos que no podamos vender unas cuantas propiedades; la verdad es que deseo que mi padre tenga una vejez tranquila y podemos hacer eso conservando el patrimonio francés; del resto, os repito, no somos comerciantes, sólo un viudo y su hija con un enorme golpe de suerte, que quieren seguir viviendo en paz. – guardó silencio cuando el mozo se acercó a ofrecerles el postre. Se decidió por el pastel de queso y salsa de fresas acompañado de un suave ristretto, como era su costumbre; sólo entonces, cuando ya era demasiado tarde, comprendió que ese pequeño detalle podía delatar su verdadera cuna, pero mantuvo el arrojo y continuó con toda naturalidad. Dejó que su acompañante hiciera su pedido y, cuando el mozo se retiró, añadió brevemente – Si estáis de acuerdo, me gustaría que nuestra siguiente reunión fuere en mi actual residencia; ¿qué tal en cinco días más? –
Sabía que la humana aceptaría; ya fuera por el dinero de la transacción o por la curiosidad que le comía hasta los cimientos. Y, si podía mantenerla a su lado el tiempo suficiente, de seguro que habría obtenido a una aliada invaluable. Así que esperó su postre y su respuesta.
***
Lo supo en el momento en que la mirada de Alessa destelló en fría cólera y Jîldael, en lo más íntimo de sí, se arrepintió de sus amenazas; pero a la vista de los demás, no dijo nada. Le sostuvo la mirada con una expresión igual de gélida e indiferente y, en apariencias, fingió orgullo y garbo. Eso lo había aprendido muy bien de su padre. Después de todo, sangre azul aún corría por sus venas y, antes o después, recuperaría los títulos que otros le habían arrebatado a su familia.
Así que la escuchó con atención y comprendió que la había herido en su orgullo. Sus palabras, gentiles y elegantes, no ocultaron la necesidad de enrostrarle a la Cambiaformas todas las medallas que precedían a su persona. Y, por primera vez, sintió que podía tener cierta ventaja contra la extraña; no era algo realmente importante, pues la joven apenas había revelado un detalle mínimo de su persona; pero era suficiente para alguien como la Del Balzo saber que para Alessa el orgullo de sus acciones pesaba tanto en la imagen que tenía de sí misma ante los demás; sin embargo, la germana era astuta, pues habló muy bien de sí misma, pero se supo guardar los nombres de aquellos para quienes había trabajado; por una parte, Jîldael lo lamentó (habría sido una recompensa invaluable que la chica frente a ella admitiera conocer algunos nombres de su lista negra), pero, por la otra, supo que, al menos en el plano profesional, la Strauss jamás la delataría; el secreto de su identidad era algo que protegía con celo y quizás llegara el día en que tuviera que decirle toda la verdad a la mujer que ahora mismo la miraba con recelo contenido. Era bueno contar con una aliada de ese tipo, después de todo, no quería una amiga, quería alguien que pudiera protegerle las espaldas.
Pero Alessa no permitió que se desviaran del tema verdaderamente importante; ya antes había insistido la joven en discutir el asunto de la venta de los viñedos que su familia tenía al oeste de Holanda, aquéllos los más caros y exclusivos; pocos holandeses podían permitirse el lujo de mantener unas tierras tan caras con resultados tan notables. Quizás, si era lo suficientemente astuta, podía fingir el interés de la venta, para así darse tiempo de conocer a Alessa y decidir si confiar del todo en ella o no, para al término retractarse sin el menor daño para nadie. Era una buena idea; mantener la fachada del negocio le daría excusas para conservar el contacto con la Strauss lo suficiente como para estudiarla más a fondo; tal vez, el viaje que tenía planeado acabase haciéndolo en su compañía y, pasando el mayor tiempo juntas, Jîldael sabría a ciencia cierta si Alessa era la mujer que tanto necesitaba para sus verdaderos propósitos.
– Lamento si os he ofendido, pero debíais saber cuáles son mis condiciones. No dudo en lo absoluto de la información que de vos he recibido..., pero si algo se aprende en la pobreza es que no se puede confiar en la gente, al menos no en la gente que tiene dinero, si entendéis mi punto. Mientras mi padre y yo fuimos pobres, sólo debíamos velar por los truhanes que en todas partes abundan. Si Charles no fuera tan desconfiado como ha resultado ser, os aseguro que nos habrían estafado la primera noche en que tomamos posesiones de la herencia. – dejó entrever la amarga mentira; sabía que insinuar que su Maestre había planificado la muerte de Jean Del Balzo era una infamia, pero no habían encontrado otra manera de desviar las pistas que tantas veces estuvieron a punto de delatarlos; si bien, aquellos tiempos parecían haber quedado atrás, de vez en cuando recurrían a la treta del viejo ambicioso que dejó morir a su patrón para quedarse con todo. Sabía que Alessa no cuestionaría semejante versión y, por lo pronto, era mejor así – Y os aseguro que no hizo todo lo que hizo para terminar siendo igual de pobre que antes... En fin; tampoco es que seamos tan ambiciosos que no podamos vender unas cuantas propiedades; la verdad es que deseo que mi padre tenga una vejez tranquila y podemos hacer eso conservando el patrimonio francés; del resto, os repito, no somos comerciantes, sólo un viudo y su hija con un enorme golpe de suerte, que quieren seguir viviendo en paz. – guardó silencio cuando el mozo se acercó a ofrecerles el postre. Se decidió por el pastel de queso y salsa de fresas acompañado de un suave ristretto, como era su costumbre; sólo entonces, cuando ya era demasiado tarde, comprendió que ese pequeño detalle podía delatar su verdadera cuna, pero mantuvo el arrojo y continuó con toda naturalidad. Dejó que su acompañante hiciera su pedido y, cuando el mozo se retiró, añadió brevemente – Si estáis de acuerdo, me gustaría que nuestra siguiente reunión fuere en mi actual residencia; ¿qué tal en cinco días más? –
Sabía que la humana aceptaría; ya fuera por el dinero de la transacción o por la curiosidad que le comía hasta los cimientos. Y, si podía mantenerla a su lado el tiempo suficiente, de seguro que habría obtenido a una aliada invaluable. Así que esperó su postre y su respuesta.
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Última edición por Jîldael Del Balzo el Vie Ago 16, 2013 10:54 am, editado 2 veces
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
Las mujeres son extremas en todo
Jean De La Bruyere
Que le contratan no era un juego, nunca lo era. Su trabajo era algo que se timaba sumamente en serio, pues era su vida misma, las bases que regían sus pensamientos y todo lo que le inculcaron; era el motivo por el cual aquella duda le llegó profundo. La embarazada mantuvo la vista fija en ella sin mostrar arrepentimiento alguno o disculpa por sus dudas; aunque tampoco debía tomarse aquellas palabras muy en serio, clientes eran clientes y estos estaban todo el tiempo en lo correcto.
Fuera quien fuera realmente quien estaba frente a ella, era astuta, desconfiada pero a fin de cuentas, acudió a ella por una sola razón… a pesar de la fuerza de voluntad e ingenio de la que la mujer era acreedora, le necesitaba. Alessa era parte del plan que la mente ajena planeo y si estaba ahí era porque no existía nadie mejor para el trabajo que ella misma.
Su mirada se lleno de confianza dejando de lado la molestia anterior; a pesar de la amenaza recibida, era necesaria y tampoco era como si estuviera indefensa; conocía ya tanto del mundo que era capaz de protegerse a si misma pero estaba consciente de que tarde o temprano moriría e igual no temía a eso.
Había revelado un poco de información sobre ella y sus trabajos, pero aun desconocía quien era la que que le hacía compañía en esa mesa, ofreciendo un trabajo único y provechoso. Por un momento cruzo por sus pensamientos la idea de que quizás solo fuera que le necesitaban para obtener información y de ser así, no sacarían nada que pusiera en peligro a otros.
Espero de manera prudente a que sus referencias fueran observadas y la Noir tomara una decisión más orientada a confiar en la seguridad y fidelidad que era capaz de brindar. Todos buscaban eso, alguien en quien confiar independientemente de que los motivos que llevaran a su contratación fueran puros o no.
Atendió a las palabras y asintió.
- Puedo comprender sus dudas y desconfianzas, sin embargo le recuerdo que este es mi trabajo, esto es parte de mi vida y la riqueza que poseo se ha mantenido intacta por la forma en que trabajo. Todos desconfiamos y más cuando en nuestro camino se han formado… obstáculos - sonrió, porque en ese pequeño discurso que se le otorgo, pudo ver diversas cosas, de las cuales aún debía separar la verdad de la mentira. Su experiencia le impedía confiar y creer ciegamente en algo. - Buscaremos lo mejor para ambos, crea que comprendo, lo que se hace siempre tiene un motivo positivo para los implicados son importar lo que sea - hizo referencia a las insinuaciones pero no sin prevenirse - que en nuestro caso será encontrar los mejores compradores para que sus planes se vean materializados.
Guardo silencio cuando el mesero se acerco de nueva cuenta a la mesa. El postre encargado por la mujer volvía a despertar la duda en ella aunque no era algo que había abandonado del todo. Era bastante extraño sin duda que alguien pobre y recientemente rica aprendiera tan bien todas las maneras de comportamiento y formas de expresión; que se notara acostumbrada a todo aquello sin mostrarse alterada antes las nuevas experiencias mucho más en el estado que se encontraba. No cuestiono nada de eso porque podía llevarle a despertar barreras que no deseaba formar por ahora, así que solo fingió no haberlo notado o que no era importante.
Opto por degustar lo mismo que la Noir y mientras esperaban que el postre llegara hasta ellas prosiguió con el tema.
- Por mi no existe problema alguno, de hecho prefiero que la siguiente reunión sea más privada y su ofrecimiento resulta perfecto, así que iré a donde se me indique - no iba a negarse a eso, nada mejor que observar el ambiente real en el que se movía, además de que en las residencias siempre existían pistas para ver la verdad oculta tras cualquier mascara. Pero esa nueva cita no solo le permitiría saber más de para quien trabajaría si no que irremediablemente daría a conocer más de si misma.
Llegó hasta ellas el mesero, colocando frente a cada una los postres y antes de tomar un bocado miro a la mujer y sonrió - Que todo este "negocio" sea beneficioso para ambas partes - finalizo para comer lo que ya estaba cerca de su boca.
Jean De La Bruyere
Que le contratan no era un juego, nunca lo era. Su trabajo era algo que se timaba sumamente en serio, pues era su vida misma, las bases que regían sus pensamientos y todo lo que le inculcaron; era el motivo por el cual aquella duda le llegó profundo. La embarazada mantuvo la vista fija en ella sin mostrar arrepentimiento alguno o disculpa por sus dudas; aunque tampoco debía tomarse aquellas palabras muy en serio, clientes eran clientes y estos estaban todo el tiempo en lo correcto.
Fuera quien fuera realmente quien estaba frente a ella, era astuta, desconfiada pero a fin de cuentas, acudió a ella por una sola razón… a pesar de la fuerza de voluntad e ingenio de la que la mujer era acreedora, le necesitaba. Alessa era parte del plan que la mente ajena planeo y si estaba ahí era porque no existía nadie mejor para el trabajo que ella misma.
Su mirada se lleno de confianza dejando de lado la molestia anterior; a pesar de la amenaza recibida, era necesaria y tampoco era como si estuviera indefensa; conocía ya tanto del mundo que era capaz de protegerse a si misma pero estaba consciente de que tarde o temprano moriría e igual no temía a eso.
Había revelado un poco de información sobre ella y sus trabajos, pero aun desconocía quien era la que que le hacía compañía en esa mesa, ofreciendo un trabajo único y provechoso. Por un momento cruzo por sus pensamientos la idea de que quizás solo fuera que le necesitaban para obtener información y de ser así, no sacarían nada que pusiera en peligro a otros.
Espero de manera prudente a que sus referencias fueran observadas y la Noir tomara una decisión más orientada a confiar en la seguridad y fidelidad que era capaz de brindar. Todos buscaban eso, alguien en quien confiar independientemente de que los motivos que llevaran a su contratación fueran puros o no.
Atendió a las palabras y asintió.
- Puedo comprender sus dudas y desconfianzas, sin embargo le recuerdo que este es mi trabajo, esto es parte de mi vida y la riqueza que poseo se ha mantenido intacta por la forma en que trabajo. Todos desconfiamos y más cuando en nuestro camino se han formado… obstáculos - sonrió, porque en ese pequeño discurso que se le otorgo, pudo ver diversas cosas, de las cuales aún debía separar la verdad de la mentira. Su experiencia le impedía confiar y creer ciegamente en algo. - Buscaremos lo mejor para ambos, crea que comprendo, lo que se hace siempre tiene un motivo positivo para los implicados son importar lo que sea - hizo referencia a las insinuaciones pero no sin prevenirse - que en nuestro caso será encontrar los mejores compradores para que sus planes se vean materializados.
Guardo silencio cuando el mesero se acerco de nueva cuenta a la mesa. El postre encargado por la mujer volvía a despertar la duda en ella aunque no era algo que había abandonado del todo. Era bastante extraño sin duda que alguien pobre y recientemente rica aprendiera tan bien todas las maneras de comportamiento y formas de expresión; que se notara acostumbrada a todo aquello sin mostrarse alterada antes las nuevas experiencias mucho más en el estado que se encontraba. No cuestiono nada de eso porque podía llevarle a despertar barreras que no deseaba formar por ahora, así que solo fingió no haberlo notado o que no era importante.
Opto por degustar lo mismo que la Noir y mientras esperaban que el postre llegara hasta ellas prosiguió con el tema.
- Por mi no existe problema alguno, de hecho prefiero que la siguiente reunión sea más privada y su ofrecimiento resulta perfecto, así que iré a donde se me indique - no iba a negarse a eso, nada mejor que observar el ambiente real en el que se movía, además de que en las residencias siempre existían pistas para ver la verdad oculta tras cualquier mascara. Pero esa nueva cita no solo le permitiría saber más de para quien trabajaría si no que irremediablemente daría a conocer más de si misma.
Llegó hasta ellas el mesero, colocando frente a cada una los postres y antes de tomar un bocado miro a la mujer y sonrió - Que todo este "negocio" sea beneficioso para ambas partes - finalizo para comer lo que ya estaba cerca de su boca.
Morgan Strauss- Humano Clase Alta
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Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
Un hombre mayor
levanta
un dedo que ha mojado con la lengua
mira
de dónde sopla el viento
después
se sitúa según la dirección del aire
y sale volando
no muy alto
no muy lejos
Ryszard Kapuscinski. Un hombre mayor.
(Versión de Abel A. Murcia Soriano)
No era la primera vez que mentía.
Pero era la primera vez que le mentía a ella.
Y se sentía como un crío de quince años, como si jamás antes de su boca hubieren salidos palabras falaces.
Ni siquiera se había asegurado del rumbo que tomó, y cuando comprendió que había errado el tramo, se detuvo en seco, mientras un leve temblor de miedo le recorría el espinazo. Quiso reírse de sí mismo, pero no escarbó en su interior; no tuvo el valor. De pronto, la vejez de su existencia le pesó y se tuvo un miedo feroz, miedo de la oquedad de su alma, demasiado profunda, demasiado oscura, demasiado tenebrosa. La imagen de Gaïa fue el baldazo que necesitó para volver a su centro. Había errores que, simplemente, no podía repetir nunca más...
En el cielo, el cenit le marcó el tiempo; agradeció las horas que todavía tenía por delante, así que observó en derredor, solo para darse cuenta de que estaba completamente perdido; olisqueó el aire, en un gesto tan peculiarmente canino que cualquiera que supiera mirar lo habría puesto en evidencia; pero el “Zorro” tenía demasiados ases bajo la manga como para preocuparse por ello. Una vez orientado, partió sin demora hacia su destino, sin tiempo para disfrutar del agradable paisaje otoñal, pero sabiendo que en alguna parte, una joven felina lo apreciaba en todo su esplendor. Su joven Ama de seguro ya perdía sus pasos en alguno de los bosques aledaños a la pujante ciudad, así que –le pareció– su mentira estaba a salvo. Le costó dejarla sola, más aún cuando su mirada le suplicaba quedarse. Pero debía irse, debía descubrir la verdad. Dependían tantas cosas de esa sospecha funesta que se le anidaba en el pecho... Si era verdad... si llegaba a ser verdad... El Cambiaformas ni siquiera quería pensarlo, aunque debiese hacerlo para cuidarla; a menudo rehuía de las consecuencias que debería enfrentar si tenía razón; demasiado a menudo, prefería creer que estaba equivocado; pero creer no era suficiente, era preciso saber la verdad por muy espantosa que ésta fuera, aunque ello le hubiera obligado a dejarla sola, con su mirada suplicante y el secreto entre ambos.
Por eso exactamente, por la mentira blanca, por su afán de protegerla, fue que topársela en el centro mismo de París le resultó un golpe tan amargo. Fue apenas un segundo en que sus miradas se cruzaron. Ella estaba en un restaurante tan bonito como sencillo, de aquellos que la pujante clase media visitaba, para poder decir que pagaba comida de ricos a precio de pobres. Estaba acompañada de una joven cuyos movimientos y elegancia delataban a quien quisiera la nobleza de su cuña; comprendió enseguida la treta de la Cambiaformas y, de no haber estado tan humillado con la flagrancia de su mentira, habría entrado con todo desparpajo para felicitarla por la limpieza de su plan.
Ella lo vio apenas unos segundos después, cuando ya él había recuperado su aplomo y había logrado cerrar la boca de la impresión. La vio sorprenderse, tener un pequeño ataque de rabia y, por último, sonreírle con toda franqueza y amor; lo que estuviera haciendo, no era asunto de la muchacha y ella lo respetaba; lo amaba demasiado como para cuestionar sus decisiones. En esos segundos en que sus miradas se cruzaron, también lo hicieron sus pensamientos; no de la manera en que lo hacían los Muertos Vivos. No era ni por mucho que Charles o Jîldael tuvieran algún don telepático o de índole parecida. Era, más bien, una especie de instinto, de conexión sentimental, en la que les bastaba mirarse para saber lo que el otro planeaba. Y el “Zorro”, viendo perdido por completo su plan inicial y comprendiendo la urgencia de la demanda de su Ama, se dispuso a la tarea de buscar un lugar que pudieran hacer pasar por la residencia actual del viudo Noir y su joven hija. Ya después habría tiempo para las otras preguntas.
Y, sobre todo, para la explicación detallada del ingreso de una ladrona y asesina profesional al cerrado círculo de “amistades” que la Del Balzo había comenzado a reunir.
***
Pero era la primera vez que le mentía a ella.
Y se sentía como un crío de quince años, como si jamás antes de su boca hubieren salidos palabras falaces.
Ni siquiera se había asegurado del rumbo que tomó, y cuando comprendió que había errado el tramo, se detuvo en seco, mientras un leve temblor de miedo le recorría el espinazo. Quiso reírse de sí mismo, pero no escarbó en su interior; no tuvo el valor. De pronto, la vejez de su existencia le pesó y se tuvo un miedo feroz, miedo de la oquedad de su alma, demasiado profunda, demasiado oscura, demasiado tenebrosa. La imagen de Gaïa fue el baldazo que necesitó para volver a su centro. Había errores que, simplemente, no podía repetir nunca más...
En el cielo, el cenit le marcó el tiempo; agradeció las horas que todavía tenía por delante, así que observó en derredor, solo para darse cuenta de que estaba completamente perdido; olisqueó el aire, en un gesto tan peculiarmente canino que cualquiera que supiera mirar lo habría puesto en evidencia; pero el “Zorro” tenía demasiados ases bajo la manga como para preocuparse por ello. Una vez orientado, partió sin demora hacia su destino, sin tiempo para disfrutar del agradable paisaje otoñal, pero sabiendo que en alguna parte, una joven felina lo apreciaba en todo su esplendor. Su joven Ama de seguro ya perdía sus pasos en alguno de los bosques aledaños a la pujante ciudad, así que –le pareció– su mentira estaba a salvo. Le costó dejarla sola, más aún cuando su mirada le suplicaba quedarse. Pero debía irse, debía descubrir la verdad. Dependían tantas cosas de esa sospecha funesta que se le anidaba en el pecho... Si era verdad... si llegaba a ser verdad... El Cambiaformas ni siquiera quería pensarlo, aunque debiese hacerlo para cuidarla; a menudo rehuía de las consecuencias que debería enfrentar si tenía razón; demasiado a menudo, prefería creer que estaba equivocado; pero creer no era suficiente, era preciso saber la verdad por muy espantosa que ésta fuera, aunque ello le hubiera obligado a dejarla sola, con su mirada suplicante y el secreto entre ambos.
Por eso exactamente, por la mentira blanca, por su afán de protegerla, fue que topársela en el centro mismo de París le resultó un golpe tan amargo. Fue apenas un segundo en que sus miradas se cruzaron. Ella estaba en un restaurante tan bonito como sencillo, de aquellos que la pujante clase media visitaba, para poder decir que pagaba comida de ricos a precio de pobres. Estaba acompañada de una joven cuyos movimientos y elegancia delataban a quien quisiera la nobleza de su cuña; comprendió enseguida la treta de la Cambiaformas y, de no haber estado tan humillado con la flagrancia de su mentira, habría entrado con todo desparpajo para felicitarla por la limpieza de su plan.
Ella lo vio apenas unos segundos después, cuando ya él había recuperado su aplomo y había logrado cerrar la boca de la impresión. La vio sorprenderse, tener un pequeño ataque de rabia y, por último, sonreírle con toda franqueza y amor; lo que estuviera haciendo, no era asunto de la muchacha y ella lo respetaba; lo amaba demasiado como para cuestionar sus decisiones. En esos segundos en que sus miradas se cruzaron, también lo hicieron sus pensamientos; no de la manera en que lo hacían los Muertos Vivos. No era ni por mucho que Charles o Jîldael tuvieran algún don telepático o de índole parecida. Era, más bien, una especie de instinto, de conexión sentimental, en la que les bastaba mirarse para saber lo que el otro planeaba. Y el “Zorro”, viendo perdido por completo su plan inicial y comprendiendo la urgencia de la demanda de su Ama, se dispuso a la tarea de buscar un lugar que pudieran hacer pasar por la residencia actual del viudo Noir y su joven hija. Ya después habría tiempo para las otras preguntas.
Y, sobre todo, para la explicación detallada del ingreso de una ladrona y asesina profesional al cerrado círculo de “amistades” que la Del Balzo había comenzado a reunir.
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Última edición por Charlemagne Noir el Jue Jul 18, 2013 3:03 pm, editado 5 veces
Charlemagne Noir- Cambiante Clase Alta
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Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
Nunca fui capaz de expresar mis sentimientos o emociones en palabras
Arnold Schönberg
Contemplaba con atención cada movimiento ajeno, como si de eso dependiera su vida - que en realidad era de esa manera - pero cualquiera que le mirara podría jurara que solo estaba fascinada ante la visión de una amiga en espera de un fruto. El silencio que se formo al contrario de lo que otros podían sentir como incomodo era nada más que una maravillosa oportunidad de escucharse a si misma y pensar en las cosas que podía realizar para cumplir con la petición de la mujer.
Hubo un momento en el que se perdió, arrastrada por el mar de ideas al respecto de lo que podía pasar y aunque aparento ser al menos un mero parpadeo, el mundo a su alrededor no la espero y continuo su avance. Solo cuando pudo enfocarse de nuevo en la señorita Noir se dio cuenta de que la miraba, quizás perdida también en sus propios asuntos y llevando otro bocado de postre a su boca no aparto la mirada. Entonces ocurrió algo peculiar que le mantuvo inmóvil. Apenas con una mirada al exterior y el cuerpo entero de la mujer mostraba un nuevo panorama de sensaciones y expresiones. Alessa miro con detalle cada cambio que fue capaz de captar, no quería perder de vista a la mujer aunque le intrigaba saber qué o quién era lo que miraba, pues su mirada y ser entero pareció haber olvidado su presencia en aquel lugar.
Justo en el que la joven volvía su mirada hasta ella fue cuando de reojo observo al exterior solo para notar como un hombre mayor se alejaba de las afueras del café y la asesina sonrío; aunque sabía que debía tener precaución con lo que hacía la Noir, acababa de mostrarle una nueva faceta una que muy a pesar de Alessa mostraba lo humana que era aún; presumió de esas capacidades de enojarse y mostrar un amor incondicional solo con su cuerpo y su mirar, cosa que ella no podía hacer muy bien pues aunque sabía engañar a los demás y llevarlos a hacer justo lo que ella quería, solo se debía a su facultad de convencimiento.
De vez en cuando ella se cuestionaba sobre esa clase de emociones, pues aunque las conocía de otras personas y era capaz de diferenciarlas, nunca las había sentido como propias. Quizás era porque no estaba destinada a ser como los demás y a vivir de la misma forma que el resto de las personas; ella pertenecía a otro mundo en el que las emociones no tenían espacio.
- ¿Se encuentra bien? La he notado un poco dispersa y no sé que le pase... - menciono a su compañera, pues aunque sabía muy bien de que se trataba todo, no pensaba sacar esa información de momento. Lo mejor era preguntar todas las dudas que existieran en la siguiente reunión, incluyendo claro las dudas que le acechaban ahora sobre la identidad del hombre que tanto le afecto a aquella dama.
Aunque sospechaba que el hombre también le había analizado, no estaba segura del todo. No obstante pensó en tener más precaución con respecto a ambos individuos, al menos hasta saber cuales eran los verdaderos planes de ambos y en que le incluirían realmente a ella.
Aquel asunto se volvía más misterioso y eso le estaba fascinando. ¿Cuánto tiempo que no le parecía un trabajo tan entretenido? Tenía mucho tiempo sin sentirse como en esos momentos; con ideas flotando , vagando de un lado a otro pero sin poder situarse en algo que dijera… Esta es la realidad.
Arnold Schönberg
Contemplaba con atención cada movimiento ajeno, como si de eso dependiera su vida - que en realidad era de esa manera - pero cualquiera que le mirara podría jurara que solo estaba fascinada ante la visión de una amiga en espera de un fruto. El silencio que se formo al contrario de lo que otros podían sentir como incomodo era nada más que una maravillosa oportunidad de escucharse a si misma y pensar en las cosas que podía realizar para cumplir con la petición de la mujer.
Hubo un momento en el que se perdió, arrastrada por el mar de ideas al respecto de lo que podía pasar y aunque aparento ser al menos un mero parpadeo, el mundo a su alrededor no la espero y continuo su avance. Solo cuando pudo enfocarse de nuevo en la señorita Noir se dio cuenta de que la miraba, quizás perdida también en sus propios asuntos y llevando otro bocado de postre a su boca no aparto la mirada. Entonces ocurrió algo peculiar que le mantuvo inmóvil. Apenas con una mirada al exterior y el cuerpo entero de la mujer mostraba un nuevo panorama de sensaciones y expresiones. Alessa miro con detalle cada cambio que fue capaz de captar, no quería perder de vista a la mujer aunque le intrigaba saber qué o quién era lo que miraba, pues su mirada y ser entero pareció haber olvidado su presencia en aquel lugar.
Justo en el que la joven volvía su mirada hasta ella fue cuando de reojo observo al exterior solo para notar como un hombre mayor se alejaba de las afueras del café y la asesina sonrío; aunque sabía que debía tener precaución con lo que hacía la Noir, acababa de mostrarle una nueva faceta una que muy a pesar de Alessa mostraba lo humana que era aún; presumió de esas capacidades de enojarse y mostrar un amor incondicional solo con su cuerpo y su mirar, cosa que ella no podía hacer muy bien pues aunque sabía engañar a los demás y llevarlos a hacer justo lo que ella quería, solo se debía a su facultad de convencimiento.
De vez en cuando ella se cuestionaba sobre esa clase de emociones, pues aunque las conocía de otras personas y era capaz de diferenciarlas, nunca las había sentido como propias. Quizás era porque no estaba destinada a ser como los demás y a vivir de la misma forma que el resto de las personas; ella pertenecía a otro mundo en el que las emociones no tenían espacio.
- ¿Se encuentra bien? La he notado un poco dispersa y no sé que le pase... - menciono a su compañera, pues aunque sabía muy bien de que se trataba todo, no pensaba sacar esa información de momento. Lo mejor era preguntar todas las dudas que existieran en la siguiente reunión, incluyendo claro las dudas que le acechaban ahora sobre la identidad del hombre que tanto le afecto a aquella dama.
Aunque sospechaba que el hombre también le había analizado, no estaba segura del todo. No obstante pensó en tener más precaución con respecto a ambos individuos, al menos hasta saber cuales eran los verdaderos planes de ambos y en que le incluirían realmente a ella.
Aquel asunto se volvía más misterioso y eso le estaba fascinando. ¿Cuánto tiempo que no le parecía un trabajo tan entretenido? Tenía mucho tiempo sin sentirse como en esos momentos; con ideas flotando , vagando de un lado a otro pero sin poder situarse en algo que dijera… Esta es la realidad.
Morgan Strauss- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/03/2013
Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
“Ten más de lo que muestras. Habla menos de lo que sabes”
William Shakespeare.
William Shakespeare.
Durante unos momentos, ninguna de las dos mujeres dijo nada. Se observaron con amabilidad, al tiempo que el mozo les depositaba el suculento postre, acompañado del exquisito café. Saboreó el pastel mientras se felicitaba interiormente por seguir el consejo de Charles; la muchacha frente a ella era astuta, arrojada y prudente; no preguntó nada que la Cambiaformas no quisiera revelar; por su parte, Jîldael sabía lo que necesitaba saber y lo demás, lo obtendría de una convivencia mutua de dos semanas. Su mente trabajaba rápido.
Sólo una cosa le inquietaba. Todavía le daba vueltas a la dirección que debería darle a la Strauss, sin poder decidirse por ninguna de sus fachadas, cuando su mirada tropezó con la del “Zorro”. Pestañeó sorprendida, segura de que era otra persona muy parecida a él. Pero él no le quitó los ojos de encima, que se empañaron de culpa y evidencia.
Era Charles.
Y lo primero que sintió fue el deseo de tirarle la taza por la cabeza. Apretó la fina porcelana para controlar sus violentos impulsos; la rabia duró apenas un segundo; ¿cómo podía ella juzgarlo?, ¿cómo podía pretender encarcelarlo a su lado? Charles era un coyote, y era un lobo y era un alfa. Él no estaba hecho para seguir a nadie; nació para ser líder, para guiar. Por eso, a menudo, prefería la soledad de su condición canina. Lo que hubiera sido que estaba haciendo, Jîldael lo sabía, era por el bien de todos. Si le mintió fue porque algo tramaba y, en todo el tiempo que lo conocía, Charles jamás se había equivocado. Y ella, amante y fiel, confiaba ciegamente en su Maestre. Le sonrió con todo su corazón, para que él supiera que todo estaba bien entre ellos. Se acordó de la casa entonces y le pidió sin palabras, sin pensamientos, le pidió con su corazón que le ayudara.
Necesitaban una residencia acorde con un viudo de clase baja y su hija que aún no tomaban posesión de su nuevo hogar. Charles la miró y asintió, dando por comprendida la tarea. Por ahora, con eso bastaba, pero la Del Balzo sabía que tendría que dar luengas explicaciones sobre ese almuerzo con Alessa. Lo vio marcharse como una hija miraría al padre que adora con su vida. Un leve carraspeo le recordó la presencia de la germana, testigo muda de su silenciosa conversación con el “Zorro”:
– ¿Se encuentra bien? La he notado dispersa y no sé qué le pase... – consultó Alessa con educada elegancia.
Jîldael la miró con desconfianza; demasiado de sí misma se había expuesto en esos segundos. De sumo peligro era que alguien descubriera lo mucho que le importaba el Cambiaformas canino... Pensó en Baptiste, en cuanto se habían amado, en cómo su figura frágil terminó presa de sus enemigos por causa de ella. ¡Oh, Baptiste, querido Baptiste, cuánto amor, cuánta culpa van atados a tu recuerdo! Si pudiera, querido Baptiste, odiar al hombre que te apartó de mi lado... Si pudieras, querido Baptiste, entender y perdonar... Pero Baptiste estaba muerto, y ella esperaba un hijo. Sería terrible que arrastrara a Charles a ese mismo terrible y fatídico final. Deseó que Alessa fuera tan honorable como aparentaba; deseó que si era la asesina que le habían dicho, tuviera a bien respetar la mano que la contrataría y que jamás traicionase sus intereses.
Deseo tantas cosas, deshacer su vida y vivirla de manera diferente; deseó poder retroceder el tiempo, salvar a Baptiste, no enamorarse de Târsil y no tener ese presente tan empañado y sucio de sentimientos negros que la confundían y la agotaban... Apretó las manos contra los cubiertos y endulzó su paladar con el postre, mientras luchaba por recomponerse. Dejó de lado sus fantasmas y recuerdos y se concentró en encontrar a Charles en el plano de la intuición para poder entrever cuál de todas las coartadas era la casa elegida. Enseguida vino a su mente una imagen. Era una casita sencilla, de madera y ladrillo basto, construida con esfuerzo y amor, pero digna, firme y hermosa; era como mirar una casita de cuentos, con sus ventanas de madera adornada de macetas con hierbabuena y jazmines. El pasto estaba cortado con esmero, y un par de enanos de yeso pintados a mano decoraba el sencillo jardín, a cuya derecha un limonero hermoseaba la vista de sus humildes habitantes.
Era la casa que había pertenecido a su amada Agnés. Jîldael sonrió satisfecha y apuró el café antes de hablar:
– Recordé a mi abuela. – le dijo, convincente; en parte era verdad; en parte Agnés había sido como la abuela que nunca tuvo – Pronto será su aniversario de partida; disculpad que me distrajera. – Respiró hondo y volvió a ser la misma mujer fría y calculadora que Alessa estaba conociendo – Me gustaría que el siguiente encuentro fuera en cinco días más, en mi residencia personal. Si seguís por esta misma avenida hacia el sur, llegaréis a la zona popular de París. Os recomiendo iros en carruaje o, si preferís llegar caminando, no exhibáis lujos desmedidos; no me gustaría que os sucediera algo por causa de truhanes y estafadores de los que, lamentablemente, sobran a ese lado de nuestra ciudad. Buscad la calle Liberté; la única casa de color damasco, con un limonero en su patio, es donde vivo. Os espero allí. –
Le tendió la mano a la joven frente a ella y esperó a los protocolos de rigor para poder retirarse. Necesitaba mucho del abrazo de su Maestre. Dios sabía cuánto lo estaba necesitando en ese preciso momento.
***
Sólo una cosa le inquietaba. Todavía le daba vueltas a la dirección que debería darle a la Strauss, sin poder decidirse por ninguna de sus fachadas, cuando su mirada tropezó con la del “Zorro”. Pestañeó sorprendida, segura de que era otra persona muy parecida a él. Pero él no le quitó los ojos de encima, que se empañaron de culpa y evidencia.
Era Charles.
Y lo primero que sintió fue el deseo de tirarle la taza por la cabeza. Apretó la fina porcelana para controlar sus violentos impulsos; la rabia duró apenas un segundo; ¿cómo podía ella juzgarlo?, ¿cómo podía pretender encarcelarlo a su lado? Charles era un coyote, y era un lobo y era un alfa. Él no estaba hecho para seguir a nadie; nació para ser líder, para guiar. Por eso, a menudo, prefería la soledad de su condición canina. Lo que hubiera sido que estaba haciendo, Jîldael lo sabía, era por el bien de todos. Si le mintió fue porque algo tramaba y, en todo el tiempo que lo conocía, Charles jamás se había equivocado. Y ella, amante y fiel, confiaba ciegamente en su Maestre. Le sonrió con todo su corazón, para que él supiera que todo estaba bien entre ellos. Se acordó de la casa entonces y le pidió sin palabras, sin pensamientos, le pidió con su corazón que le ayudara.
Necesitaban una residencia acorde con un viudo de clase baja y su hija que aún no tomaban posesión de su nuevo hogar. Charles la miró y asintió, dando por comprendida la tarea. Por ahora, con eso bastaba, pero la Del Balzo sabía que tendría que dar luengas explicaciones sobre ese almuerzo con Alessa. Lo vio marcharse como una hija miraría al padre que adora con su vida. Un leve carraspeo le recordó la presencia de la germana, testigo muda de su silenciosa conversación con el “Zorro”:
– ¿Se encuentra bien? La he notado dispersa y no sé qué le pase... – consultó Alessa con educada elegancia.
Jîldael la miró con desconfianza; demasiado de sí misma se había expuesto en esos segundos. De sumo peligro era que alguien descubriera lo mucho que le importaba el Cambiaformas canino... Pensó en Baptiste, en cuanto se habían amado, en cómo su figura frágil terminó presa de sus enemigos por causa de ella. ¡Oh, Baptiste, querido Baptiste, cuánto amor, cuánta culpa van atados a tu recuerdo! Si pudiera, querido Baptiste, odiar al hombre que te apartó de mi lado... Si pudieras, querido Baptiste, entender y perdonar... Pero Baptiste estaba muerto, y ella esperaba un hijo. Sería terrible que arrastrara a Charles a ese mismo terrible y fatídico final. Deseó que Alessa fuera tan honorable como aparentaba; deseó que si era la asesina que le habían dicho, tuviera a bien respetar la mano que la contrataría y que jamás traicionase sus intereses.
Deseo tantas cosas, deshacer su vida y vivirla de manera diferente; deseó poder retroceder el tiempo, salvar a Baptiste, no enamorarse de Târsil y no tener ese presente tan empañado y sucio de sentimientos negros que la confundían y la agotaban... Apretó las manos contra los cubiertos y endulzó su paladar con el postre, mientras luchaba por recomponerse. Dejó de lado sus fantasmas y recuerdos y se concentró en encontrar a Charles en el plano de la intuición para poder entrever cuál de todas las coartadas era la casa elegida. Enseguida vino a su mente una imagen. Era una casita sencilla, de madera y ladrillo basto, construida con esfuerzo y amor, pero digna, firme y hermosa; era como mirar una casita de cuentos, con sus ventanas de madera adornada de macetas con hierbabuena y jazmines. El pasto estaba cortado con esmero, y un par de enanos de yeso pintados a mano decoraba el sencillo jardín, a cuya derecha un limonero hermoseaba la vista de sus humildes habitantes.
Era la casa que había pertenecido a su amada Agnés. Jîldael sonrió satisfecha y apuró el café antes de hablar:
– Recordé a mi abuela. – le dijo, convincente; en parte era verdad; en parte Agnés había sido como la abuela que nunca tuvo – Pronto será su aniversario de partida; disculpad que me distrajera. – Respiró hondo y volvió a ser la misma mujer fría y calculadora que Alessa estaba conociendo – Me gustaría que el siguiente encuentro fuera en cinco días más, en mi residencia personal. Si seguís por esta misma avenida hacia el sur, llegaréis a la zona popular de París. Os recomiendo iros en carruaje o, si preferís llegar caminando, no exhibáis lujos desmedidos; no me gustaría que os sucediera algo por causa de truhanes y estafadores de los que, lamentablemente, sobran a ese lado de nuestra ciudad. Buscad la calle Liberté; la única casa de color damasco, con un limonero en su patio, es donde vivo. Os espero allí. –
Le tendió la mano a la joven frente a ella y esperó a los protocolos de rigor para poder retirarse. Necesitaba mucho del abrazo de su Maestre. Dios sabía cuánto lo estaba necesitando en ese preciso momento.
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Última edición por Jîldael Del Balzo el Jue Jul 18, 2013 1:21 pm, editado 4 veces
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/09/2011
Localización : Junto a mi Maestre... aquí o allá...
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Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
Ningún hombre tiene éxito en los negocios a menos que le encante su trabajo.
Florence Scovel
¿Temor?, ¿Desconfianza?, ¿Una amenaza silenciosa? Que era todo eso y nada que le expresaba la Noir al momento de haber captado su presencia nuevamente; las cosas se tornaban ligeramente confusas, pero la asesina no desesperaba pues conocía mejor que nadie que la confusión mayor llegaba poco antes de poder develar el verdadero misterio de lo que estuviera pasando. Con apariencia serena, aguardo una respuesta mientras que tomaba su taza de café y le daba un sorbo.
La Noir estaba serenando su ser, y tras una sonrisa seguida de un trago de café, se dedico a explicar el por qué de su seriedad.
De haber podido, abría hecho una mueca ante el discurso de la abuela muerta. Para ella, no existía nada mejor que la muerte, siempre había considerado eso como sagrado ya que era algo que todos debían de experimentar tarde o temprano. Eso le llevaba a pensar en los sobre naturales que conocía. Decían que los vampiros no conocían de eso pero, no debían morir antes de ser inmortales… la verdad absoluta es que todos estaban destinados a tarde o temprano enfrentarse con eso. ¿Cómo se podía sufrir por algo que ocurría irremediablemente?
- Descuide, es solo que me he preocupado; usted debe saber que es normal que esta clase de cosas pasen por alguien que esta esperando la llegada de una vida.-
No le afectaba realmente lo que pasara, al menos no de momento pero para mostrar la cortesía debía decir esa clase de cosas que no hacían más que hacerla molestar. Lo que esperaba obtener de su pregunta era más que nada ver si podía sacar algo más sobre el hombre que la Noir había estado observando, pero la mujer era astuta y en cuanto Alessa había preguntado, supo perfectamente como hacer para ocultar todo lo que antes había mostrado. La asesina se sorprendió levemente por la velocidad con la cual era capaz de ocultarse realmente de todo, pero si iban a hacer algo como lo que la mujer pedía esa clase de cosas eran indispensables. Poder ser capaz de cambiar su forma de presentarse a los demás había sido parte de lo que le a ella le permitía permanecer con vida. En esa vida se trataba de aprender a fingir, adaptarse a todo lo que fuera necesario para poder sobrevivir.
Escucho con atención las indicaciones que se le daban. Cinco días, tiempo perfecto para ver si lograba conseguir más información sobre las personas para quienes trabajaría, eso solo para asegurarse de algunas cosas, pues igual pasara lo que pasara, descubriera lo que pudiera, iría.
- Cinco días me parece perfecto y decide por mi, tomare las precauciones convenientes y más ahora que me ha advertido sobre la situación en el lugar. - Realmente no necesitaba que le indicaran que corría peligro o que debía cuidarse, eso era algo que hacía siempre, sin importar que fuera lo que debiera de hacer. Si se descuidara como otras personas seguramente ya formaría parte de las filas de los muertos, aunque esa idea no le era del todo desagradable.
- Espero poder encontrar la dirección que me indica con facilidad, y permitan que le diga que será todo un placer trabajar con una mujer como usted - Estiro su mano, tomando la de la mujer frente a sí cerrando de esa manera el trato del nuevo encuentro. Su mano se cerro con firmeza y seguridad sobre la ajena aunque mostraba una sonrisa amable en su rostro - Aguardare con ansias nuestro siguiente encuentro… - solo si en algún lugar radicaba un dios, este era capaz de saber realmente cuanto añoraba la germana encontrase de nuevo con esa mujer.
Soltó la mano que tomaba, pues ya no había nada más que alguna pudiera hacer en esos momentos; solo aguardar que el tiempo pasara. O bueno para la otra quizás así sería, pero para ella aguardaban días como los que no tenía desde hacía mucho tiempo. Repleto de pistas falsas y callejones sin salida, todo solo para intentar descubrir la verdad sobre alguien de quien solo conocía de vista… todo lo demás estaba completamente en tela de juicio hasta comprobar su veracidad.
Con calma llamó al mesero para que cuando llegara pedir la cuenta de ambas y sin preguntar más pagó. Era probable que para la Noir fuera de mal gusto que siendo ella la contratada pagara la reunión, pero ¿acaso no recibiría más de ella?, así que por eso no había inconveniente.
Después de haber hecho todo, se levanto y sonriendo se despidió.
- Hasta pronto señorita Noir… - dicho esto camino hacía la salida. Ahora era momento de que la verdadera diversión y trabajo comenzara para ella.
Florence Scovel
¿Temor?, ¿Desconfianza?, ¿Una amenaza silenciosa? Que era todo eso y nada que le expresaba la Noir al momento de haber captado su presencia nuevamente; las cosas se tornaban ligeramente confusas, pero la asesina no desesperaba pues conocía mejor que nadie que la confusión mayor llegaba poco antes de poder develar el verdadero misterio de lo que estuviera pasando. Con apariencia serena, aguardo una respuesta mientras que tomaba su taza de café y le daba un sorbo.
La Noir estaba serenando su ser, y tras una sonrisa seguida de un trago de café, se dedico a explicar el por qué de su seriedad.
De haber podido, abría hecho una mueca ante el discurso de la abuela muerta. Para ella, no existía nada mejor que la muerte, siempre había considerado eso como sagrado ya que era algo que todos debían de experimentar tarde o temprano. Eso le llevaba a pensar en los sobre naturales que conocía. Decían que los vampiros no conocían de eso pero, no debían morir antes de ser inmortales… la verdad absoluta es que todos estaban destinados a tarde o temprano enfrentarse con eso. ¿Cómo se podía sufrir por algo que ocurría irremediablemente?
- Descuide, es solo que me he preocupado; usted debe saber que es normal que esta clase de cosas pasen por alguien que esta esperando la llegada de una vida.-
No le afectaba realmente lo que pasara, al menos no de momento pero para mostrar la cortesía debía decir esa clase de cosas que no hacían más que hacerla molestar. Lo que esperaba obtener de su pregunta era más que nada ver si podía sacar algo más sobre el hombre que la Noir había estado observando, pero la mujer era astuta y en cuanto Alessa había preguntado, supo perfectamente como hacer para ocultar todo lo que antes había mostrado. La asesina se sorprendió levemente por la velocidad con la cual era capaz de ocultarse realmente de todo, pero si iban a hacer algo como lo que la mujer pedía esa clase de cosas eran indispensables. Poder ser capaz de cambiar su forma de presentarse a los demás había sido parte de lo que le a ella le permitía permanecer con vida. En esa vida se trataba de aprender a fingir, adaptarse a todo lo que fuera necesario para poder sobrevivir.
Escucho con atención las indicaciones que se le daban. Cinco días, tiempo perfecto para ver si lograba conseguir más información sobre las personas para quienes trabajaría, eso solo para asegurarse de algunas cosas, pues igual pasara lo que pasara, descubriera lo que pudiera, iría.
- Cinco días me parece perfecto y decide por mi, tomare las precauciones convenientes y más ahora que me ha advertido sobre la situación en el lugar. - Realmente no necesitaba que le indicaran que corría peligro o que debía cuidarse, eso era algo que hacía siempre, sin importar que fuera lo que debiera de hacer. Si se descuidara como otras personas seguramente ya formaría parte de las filas de los muertos, aunque esa idea no le era del todo desagradable.
- Espero poder encontrar la dirección que me indica con facilidad, y permitan que le diga que será todo un placer trabajar con una mujer como usted - Estiro su mano, tomando la de la mujer frente a sí cerrando de esa manera el trato del nuevo encuentro. Su mano se cerro con firmeza y seguridad sobre la ajena aunque mostraba una sonrisa amable en su rostro - Aguardare con ansias nuestro siguiente encuentro… - solo si en algún lugar radicaba un dios, este era capaz de saber realmente cuanto añoraba la germana encontrase de nuevo con esa mujer.
Soltó la mano que tomaba, pues ya no había nada más que alguna pudiera hacer en esos momentos; solo aguardar que el tiempo pasara. O bueno para la otra quizás así sería, pero para ella aguardaban días como los que no tenía desde hacía mucho tiempo. Repleto de pistas falsas y callejones sin salida, todo solo para intentar descubrir la verdad sobre alguien de quien solo conocía de vista… todo lo demás estaba completamente en tela de juicio hasta comprobar su veracidad.
Con calma llamó al mesero para que cuando llegara pedir la cuenta de ambas y sin preguntar más pagó. Era probable que para la Noir fuera de mal gusto que siendo ella la contratada pagara la reunión, pero ¿acaso no recibiría más de ella?, así que por eso no había inconveniente.
Después de haber hecho todo, se levanto y sonriendo se despidió.
- Hasta pronto señorita Noir… - dicho esto camino hacía la salida. Ahora era momento de que la verdadera diversión y trabajo comenzara para ella.
Morgan Strauss- Humano Clase Alta
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Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
Señor: es hora. Largo fue el verano.
Pon tu sombra en los relojes solares,
y suelta los vientos por las llanuras.
Rainer Maria Rilke. Otoño.
(Versión de Jaime Ferreiro)
Se movía deprisa, mientras las hojas de otoño caían a su alrededor, en una danza mágica y secreta que sólo los Sobrenaturales podían comprender. Pero sus pensamientos no se enlazaban con los árboles que luchaban por llamar su atención... estaban lejos, al lado de su Aprendiz, deseando que estuviera a salvo. Le desesperaba no conocer la identidad de la mujer que compartía su mesa; cuántas veces antes estuvieron a punto de atraparlos con tretas semejantes. Pero Jîldael ya no era la niña asustadiza que perdió a su padre dos años atrás. Ahora era una mujer, una madre... ¡Viejo tonto, siempre la verás como una niña!
Dejó de lado sus temores; como Criado, como Maestre y, sobre todo, como Protector, tenía el deber de concentrarse en la tarea encomendada; más pronto que tarde su discípula empezaría a buscarlo a través de sus pensamientos. Tenía que dar una dirección a la extraña, un lugar que fuese privado, lo suficiente como para hablar de negocios, pero no tan privado que develara sus verdaderas identidades. Para él iba a ser sencillo; desde que entró en su vida, siempre fue un Criado, un hombre de baja alcurnia con la suerte de ascender unos escalones sociales gracias a la generosidad de su fallecido Amo. Pero para la Del Balzo dejar de lado sus naturales hábitos nobles siempre fue mucho más difícil, incluso cuando aprendió lo que era vivir en la calle, padecer hambre, arrastrarse en la mierda y pelearse con las ratas por algo de comer.
Un dolor latente le apretó el pecho. Perderla sería terrible; no volvería a dejarla sola; no podía correr ese riesgo de ningún modo. Sólo entonces se dio cuenta de dónde estaba. La casita era sencilla, pero sólida, de buen material, aunque nada ostentosa; no estaba en los mejores barrios de París, pero tampoco eran los peores. Era un lugar donde un criado y su hija vivirían sin llamar la atención. Además, para Jîldael no sería nada difícil apegarse a esa casa, sabía que aquél había sido el hogar de su querida Nana. El fantasma de Agnés fue un recuerdo que jamás pudo superar, aunque tampoco nunca lo intentó. Él perteneció siempre a una manada; allí siempre sabías que ocupabas un lugar dentro de la “familia”, no tenías problemas en aceptar que había otros lugares que jamás te pertenecerían. A veces, le parecía que a la Pantera le enojaba su natural aceptación del orden impuesto. Pero la amaba así, con sus celos infantiles, con su actitud exageradamente posesiva, obsesionada con sus fantasmas personales.
Era el lugar perfecto y lo encontró justo cuando sentía el instinto de su discípula buscándolo. Le bastó una mirada fija al inmueble para que la joven supiera con toda certeza la dirección que debía darle a su acompañante. A través de su lazo con la Cambiaformas, pudo hacerse una vaga imagen de la aristócrata a la que recibirían dentro de la semana. Un nombre entonces se escribió en sus pensamientos con la misma facilidad con que él le dibujó a ella la casa donde debía acudir.
“Alessa Strauss.”
Entró en la casa meditabundo; la realidad lo devolvió de golpe al presente. Aquella casa olía a encierro, a vejez, a soledad y vacío. Si la aristócrata entraba en esa casa en tales condiciones, descubriría la mentira con demasiada facilidad. Se dio a la tarea de contactar a viejos amigos y sirvientes y les ordenó poner en marcha el trajín natural de la casa. En sólo cuatro días, debían impregnarla de los olores de toda una vida; debían resucitar sus paredes, llenar de ruido sus pasillo, reanimar a sus plantas y, sobre todo, darle ese toque hogareño que parecía haber muerto junto con Agnés Mauve. Sabía lo que le esperaba en las futuras 48 horas, así que antes que todo ello, antes que volver a ser el Mayordomo que siempre aparentaba, debía ir al encuentro de su pupila..., pero primero había otra cosa.
Se dirigió rápido a los márgenes de la ciudad, allí donde el concreto empezaba a desaparecer para convertirse en pequeños campos labrados, cuyas casas empezaban a estar más distantes unas de las otras. Allí estaba el Cambiaformas Falconiforme con el que tantas veces se habían salvado el uno al otro. Leonard lo reconoció en la distancia, gracias a esa mirada envidiable que sólo los Águila podían alardear de poseer:
– Mecie Noir, ¡qué sorpresa teneros por estos lares! ¿A qué debo el honor de vuestra visita? – le saludó el campesino, al tiempo que se secaba el sudor de la frente.
– Mi querido Leonard, dejad la formalidad para los extraños. – le sonrió, al tiempo que lo abrazaba con afecto sincero, luego de lo cual, el gesto adusto dominó su expresión. Leonard sólo tuvo que mirarlo para comprender la urgencia de su petición – Tengo un nombre, mi buen amigo, pero no sé quién se esconde detrás de la firma... ¿Podríais averiguarlo para mí? Su pasado, su familia, su nacionalidad, sus intenciones, sus “medallas”... Cualquier detalle, por insignificante que sea me servirá. Lo necesito para mañana. – lo apremió Charles. Y su amigo asintió.
– Entiendo vuestra devoción por la hija de Jean... En vuestro lugar, yo le amaría lo mismo, si sabéis a lo que me refiero... – le dijo Leonard, picante, mientras una sonrisa burda le torcía el rostro. La mirada de Charles no compartió su negro humor – Tranquilizaos, querido Noir; tu doncella está a salvo de mis bajas pasiones. Dadme el nombre y partiré ahora mismo. – replicó sonriente y descarado, al tiempo que enterraba el azadón en la tierra que peleaba por arar.
– Alessa Strauss. –
Si el silbido del Cambiaformas Falcónide no había sido suficientemente elocuente, sí lo fue el gesto de sus manos alzadas, como si evitara la culpa que se cernía sobre ellos:
– Así que estamos jugando con los “pesos pesados”, ¿eh? Bien; mañana mismo tendréis toda la información que deseáis, Noir..., pero desde ya os digo, empezad a reunir a vuestros aliados. La Strauss es una familia cuya reputación es de temer. No juguéis con fuego, si me permitís ese consejo. – le dijo justo antes de convertirse en la imponente águila que era su tótem personal.
Y Charles deseó, de todo corazón, que la mujer junto a su discípula tuviera de honor tanto como tenía de fama y talento.
“Mi pequeña Jîldael... cuánto, cuánto necesito de un abrazo tuyo, justo ahora...”, pensó, al tiempo que dirigía sus pasos de vuelta a la casa de Agnés.
***
Dejó de lado sus temores; como Criado, como Maestre y, sobre todo, como Protector, tenía el deber de concentrarse en la tarea encomendada; más pronto que tarde su discípula empezaría a buscarlo a través de sus pensamientos. Tenía que dar una dirección a la extraña, un lugar que fuese privado, lo suficiente como para hablar de negocios, pero no tan privado que develara sus verdaderas identidades. Para él iba a ser sencillo; desde que entró en su vida, siempre fue un Criado, un hombre de baja alcurnia con la suerte de ascender unos escalones sociales gracias a la generosidad de su fallecido Amo. Pero para la Del Balzo dejar de lado sus naturales hábitos nobles siempre fue mucho más difícil, incluso cuando aprendió lo que era vivir en la calle, padecer hambre, arrastrarse en la mierda y pelearse con las ratas por algo de comer.
Un dolor latente le apretó el pecho. Perderla sería terrible; no volvería a dejarla sola; no podía correr ese riesgo de ningún modo. Sólo entonces se dio cuenta de dónde estaba. La casita era sencilla, pero sólida, de buen material, aunque nada ostentosa; no estaba en los mejores barrios de París, pero tampoco eran los peores. Era un lugar donde un criado y su hija vivirían sin llamar la atención. Además, para Jîldael no sería nada difícil apegarse a esa casa, sabía que aquél había sido el hogar de su querida Nana. El fantasma de Agnés fue un recuerdo que jamás pudo superar, aunque tampoco nunca lo intentó. Él perteneció siempre a una manada; allí siempre sabías que ocupabas un lugar dentro de la “familia”, no tenías problemas en aceptar que había otros lugares que jamás te pertenecerían. A veces, le parecía que a la Pantera le enojaba su natural aceptación del orden impuesto. Pero la amaba así, con sus celos infantiles, con su actitud exageradamente posesiva, obsesionada con sus fantasmas personales.
Era el lugar perfecto y lo encontró justo cuando sentía el instinto de su discípula buscándolo. Le bastó una mirada fija al inmueble para que la joven supiera con toda certeza la dirección que debía darle a su acompañante. A través de su lazo con la Cambiaformas, pudo hacerse una vaga imagen de la aristócrata a la que recibirían dentro de la semana. Un nombre entonces se escribió en sus pensamientos con la misma facilidad con que él le dibujó a ella la casa donde debía acudir.
“Alessa Strauss.”
Entró en la casa meditabundo; la realidad lo devolvió de golpe al presente. Aquella casa olía a encierro, a vejez, a soledad y vacío. Si la aristócrata entraba en esa casa en tales condiciones, descubriría la mentira con demasiada facilidad. Se dio a la tarea de contactar a viejos amigos y sirvientes y les ordenó poner en marcha el trajín natural de la casa. En sólo cuatro días, debían impregnarla de los olores de toda una vida; debían resucitar sus paredes, llenar de ruido sus pasillo, reanimar a sus plantas y, sobre todo, darle ese toque hogareño que parecía haber muerto junto con Agnés Mauve. Sabía lo que le esperaba en las futuras 48 horas, así que antes que todo ello, antes que volver a ser el Mayordomo que siempre aparentaba, debía ir al encuentro de su pupila..., pero primero había otra cosa.
Se dirigió rápido a los márgenes de la ciudad, allí donde el concreto empezaba a desaparecer para convertirse en pequeños campos labrados, cuyas casas empezaban a estar más distantes unas de las otras. Allí estaba el Cambiaformas Falconiforme con el que tantas veces se habían salvado el uno al otro. Leonard lo reconoció en la distancia, gracias a esa mirada envidiable que sólo los Águila podían alardear de poseer:
– Mecie Noir, ¡qué sorpresa teneros por estos lares! ¿A qué debo el honor de vuestra visita? – le saludó el campesino, al tiempo que se secaba el sudor de la frente.
– Mi querido Leonard, dejad la formalidad para los extraños. – le sonrió, al tiempo que lo abrazaba con afecto sincero, luego de lo cual, el gesto adusto dominó su expresión. Leonard sólo tuvo que mirarlo para comprender la urgencia de su petición – Tengo un nombre, mi buen amigo, pero no sé quién se esconde detrás de la firma... ¿Podríais averiguarlo para mí? Su pasado, su familia, su nacionalidad, sus intenciones, sus “medallas”... Cualquier detalle, por insignificante que sea me servirá. Lo necesito para mañana. – lo apremió Charles. Y su amigo asintió.
– Entiendo vuestra devoción por la hija de Jean... En vuestro lugar, yo le amaría lo mismo, si sabéis a lo que me refiero... – le dijo Leonard, picante, mientras una sonrisa burda le torcía el rostro. La mirada de Charles no compartió su negro humor – Tranquilizaos, querido Noir; tu doncella está a salvo de mis bajas pasiones. Dadme el nombre y partiré ahora mismo. – replicó sonriente y descarado, al tiempo que enterraba el azadón en la tierra que peleaba por arar.
– Alessa Strauss. –
Si el silbido del Cambiaformas Falcónide no había sido suficientemente elocuente, sí lo fue el gesto de sus manos alzadas, como si evitara la culpa que se cernía sobre ellos:
– Así que estamos jugando con los “pesos pesados”, ¿eh? Bien; mañana mismo tendréis toda la información que deseáis, Noir..., pero desde ya os digo, empezad a reunir a vuestros aliados. La Strauss es una familia cuya reputación es de temer. No juguéis con fuego, si me permitís ese consejo. – le dijo justo antes de convertirse en la imponente águila que era su tótem personal.
Y Charles deseó, de todo corazón, que la mujer junto a su discípula tuviera de honor tanto como tenía de fama y talento.
“Mi pequeña Jîldael... cuánto, cuánto necesito de un abrazo tuyo, justo ahora...”, pensó, al tiempo que dirigía sus pasos de vuelta a la casa de Agnés.
***
Última edición por Charlemagne Noir el Jue Jul 18, 2013 3:03 pm, editado 2 veces
Charlemagne Noir- Cambiante Clase Alta
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Localización : A los pies de Épsilon, siempre protegiéndola
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
La verdad tiene muy pocos amigos
y los muy pocos amigos que tiene son suicidas.
Antonio Porchia
La asesina salió con paso firme y mente en un único propósito durante los siguientes 5 días, y ese era descubrir la verdad sobre la familia Noir y los planes reales de estos sobre las propiedades de la familia Del Balzo. En otras circunstancias no se hubiera visto en la necesidad de investigar pero en este caso creía que debía hacerlo si deseaba que todo le fuera bien.
Deseaba encontrarse pronto lejos de la gente en las calles y sobre todo sacarse el vestido que usaba, ya quería usar la ropa oscura y cómoda de sus momentos siendo ella misma, así que sin más que hacer en el centro o en los restaurantes se alejo de todo y todos rumbo a su casa de donde partiría para las investigaciones.
***
5 días después
Frustración y desesperación, eso era lo único que había sido capaz de encontrar durante el tiempo en que se suponía que investigaría sobre la familia Noir.
Aparentemente no había nada fuera de lo común en esa historia del hombre y la hija herederos de la fortuna Del Balzo, y cuando un hilo de duda surgía por más delgado que este fuera, la asesina le siguió sin obtener rastros reales de algo.
Los aspectos más obvios de duda le llevaban a encrucijadas que daban finalmente a callejones sin salida. Alessa había buscado ayuda con varios conocidos y uno de ellos le había dado un nombre… el de un heredero de la fortuna, un heredero real. Pero cuando intento investigar sobre eso termino al igual que antes en un callejón, sin más lugar al cual ir más que de regreso por donde en un primer lugar había llegado.
¿Era tan difícil saber de dos personas? La realidad era que no lo era, nunca antes se había visto con esa clase de contratiempos y eso le hizo dudar incluso más del padre y de la hija. Era imposible que los rastros probables de dos personas desaparecieran con tanta facilidad, a menos claro de que se estuvieran esforzando porque nadie les encontrara; ese era precisamente el punto que creía más factible sobre esas dos personas, ambos se ocultaban pero aún no sabía de quién ni el por qué.
Tanto había pasado esos días que se sentía sumamente ansiosa por el nuevo encuentro, quería tener la oportunidad de enfrentarle abiertamente a esa mujer, sin gente que estuviera escuchadores y no teniendo que fingir algo que obviamente ninguna de las dos mujeres eran. No era una casualidad después de todo que la casa en la que le habían citado estuviera tan lejos de las personas y del movimiento de masas, ese lugar estaba pensado exclusivamente para un fin mayor que era el encuentro de ambas. Las mascaras caerían y los verdaderos colores saldrían a la luz de parte de ambas, o al menos eso esperaba ella pues de su parte era lo que obtendrían.
Ese día se levanto más temprano de lo usual y se arreglo como si fuera a visitar a una amiga muy querida, claro que esta vez contrario a cuando estuvieron en el café no ira desprotegida del todo. Entre sus ropas perfectamente diseñadas para sus labores había dagas y bien sujeta su muslo un arma. Lo mejor era siempre estar prevenidos y no correr riesgos no necesarios, eso era lo que se decía incesantemente en su familia. Antes de salir se miro en el espejo, se aseguraba de que nada se notara bajo sus ropas y después de eso salió para que la llevaran en carruaje un tramo de camino, de haber usado otras ropas se habría ido por su cuenta pero esos vestidos le estorbaban.
El trayecto le pareció corto, pero le sirvió para relajarse un poco de las travesías de los últimos días.
- Desea que le espere aquí - su cochero siempre preocupado cual si fuera ella una dama frágil esperaba sus indicaciones.
- No, llegare a casa después y descuiden por mi - más que una petición lo decía dando una orden y después de eso comenzó a caminar por las calles buscando la casa indicada.
Sus pasos retumbaban en el piso, y las calles se notaban ausentes de aglomeraciones de gente, solo unas cuantas personas iban de un lado a otro pero Alessa no se detuvo en ningún momento. Las calles eran interminables y sus deseos de llegar a la casa inmensos, aunque después de haber seguido las indicaciones de la Noir, finalmente llego a la casa frente a la cual se paro analizando todo.
La casa era sencilla y daba la visión real de un viudo pobre y su hija, pero aún faltaban más cosas por verse. Después de haber observado las ventanas, la puerta y todo cuanto era posible se acerco a la puerta y toco esperando, pues la verdadera función acababa de comenzar.
y los muy pocos amigos que tiene son suicidas.
Antonio Porchia
La asesina salió con paso firme y mente en un único propósito durante los siguientes 5 días, y ese era descubrir la verdad sobre la familia Noir y los planes reales de estos sobre las propiedades de la familia Del Balzo. En otras circunstancias no se hubiera visto en la necesidad de investigar pero en este caso creía que debía hacerlo si deseaba que todo le fuera bien.
Deseaba encontrarse pronto lejos de la gente en las calles y sobre todo sacarse el vestido que usaba, ya quería usar la ropa oscura y cómoda de sus momentos siendo ella misma, así que sin más que hacer en el centro o en los restaurantes se alejo de todo y todos rumbo a su casa de donde partiría para las investigaciones.
***
5 días después
Frustración y desesperación, eso era lo único que había sido capaz de encontrar durante el tiempo en que se suponía que investigaría sobre la familia Noir.
Aparentemente no había nada fuera de lo común en esa historia del hombre y la hija herederos de la fortuna Del Balzo, y cuando un hilo de duda surgía por más delgado que este fuera, la asesina le siguió sin obtener rastros reales de algo.
Los aspectos más obvios de duda le llevaban a encrucijadas que daban finalmente a callejones sin salida. Alessa había buscado ayuda con varios conocidos y uno de ellos le había dado un nombre… el de un heredero de la fortuna, un heredero real. Pero cuando intento investigar sobre eso termino al igual que antes en un callejón, sin más lugar al cual ir más que de regreso por donde en un primer lugar había llegado.
¿Era tan difícil saber de dos personas? La realidad era que no lo era, nunca antes se había visto con esa clase de contratiempos y eso le hizo dudar incluso más del padre y de la hija. Era imposible que los rastros probables de dos personas desaparecieran con tanta facilidad, a menos claro de que se estuvieran esforzando porque nadie les encontrara; ese era precisamente el punto que creía más factible sobre esas dos personas, ambos se ocultaban pero aún no sabía de quién ni el por qué.
Tanto había pasado esos días que se sentía sumamente ansiosa por el nuevo encuentro, quería tener la oportunidad de enfrentarle abiertamente a esa mujer, sin gente que estuviera escuchadores y no teniendo que fingir algo que obviamente ninguna de las dos mujeres eran. No era una casualidad después de todo que la casa en la que le habían citado estuviera tan lejos de las personas y del movimiento de masas, ese lugar estaba pensado exclusivamente para un fin mayor que era el encuentro de ambas. Las mascaras caerían y los verdaderos colores saldrían a la luz de parte de ambas, o al menos eso esperaba ella pues de su parte era lo que obtendrían.
Ese día se levanto más temprano de lo usual y se arreglo como si fuera a visitar a una amiga muy querida, claro que esta vez contrario a cuando estuvieron en el café no ira desprotegida del todo. Entre sus ropas perfectamente diseñadas para sus labores había dagas y bien sujeta su muslo un arma. Lo mejor era siempre estar prevenidos y no correr riesgos no necesarios, eso era lo que se decía incesantemente en su familia. Antes de salir se miro en el espejo, se aseguraba de que nada se notara bajo sus ropas y después de eso salió para que la llevaran en carruaje un tramo de camino, de haber usado otras ropas se habría ido por su cuenta pero esos vestidos le estorbaban.
El trayecto le pareció corto, pero le sirvió para relajarse un poco de las travesías de los últimos días.
- Desea que le espere aquí - su cochero siempre preocupado cual si fuera ella una dama frágil esperaba sus indicaciones.
- No, llegare a casa después y descuiden por mi - más que una petición lo decía dando una orden y después de eso comenzó a caminar por las calles buscando la casa indicada.
Sus pasos retumbaban en el piso, y las calles se notaban ausentes de aglomeraciones de gente, solo unas cuantas personas iban de un lado a otro pero Alessa no se detuvo en ningún momento. Las calles eran interminables y sus deseos de llegar a la casa inmensos, aunque después de haber seguido las indicaciones de la Noir, finalmente llego a la casa frente a la cual se paro analizando todo.
La casa era sencilla y daba la visión real de un viudo pobre y su hija, pero aún faltaban más cosas por verse. Después de haber observado las ventanas, la puerta y todo cuanto era posible se acerco a la puerta y toco esperando, pues la verdadera función acababa de comenzar.
Morgan Strauss- Humano Clase Alta
- Mensajes : 111
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
Llegas, amor, cuando la vida ya nada me ofrecía
sino un duro sabor de lenta consunción
y un saberse dolor desamparado,
casi ceniza de tinieblas;
Alí Chumacero. Amor es mar.
sino un duro sabor de lenta consunción
y un saberse dolor desamparado,
casi ceniza de tinieblas;
Alí Chumacero. Amor es mar.
Observó a Leonard alzar el vuelo desde el patio de la sencilla casa.
El Falcónide no lo decpecionó..., pero Charles se encontró deseando que así hubiera sido. ¡Qué cansado se sentía el “Zorro”; procuró componerse; de lo contrario, las ojeras delatarían la profunda preocupación que sentía; a Jîldael no se le escaparía ningún detalle. Respiró profundo y volvió a entrar en la casa, pensando en los olores del estofado que su Ama había cocinado la noche anterior.
Pensó en su Épsilon, con el mismo devoto amor que le profesaba, mientras revivía las últimas angustiantes 24 horas y procuraba buscar el esquivo "as bajo la manga" que parecía haber perdido de golpe, en el peor momento de su vida, en el único momento en que verdaderamente lo necesitaba. Suspiró, cansado y evocó la tarde anterior:
Leonard había emprendido raudo vuelo y él, por su parte, tuvo que contener el impulso de correr hacia la casa de Agnés, lo cual fue particularmente difícil las dos últimas cuadras; sin embargo, su Épsilon no tuvo el mismo decoro; en cuanto lo vio, recogió sus faldas y se largo a la calle para finalmente saltar a sus brazos en los que prorrumpió en un histérico llanto. Charles no le dijo nada; él mismo apenas si podía hablar. Percibió el miedo de la joven, la paranoia creciente que los rodeaba, como si, de algún modo, todo estuviera a punto de terminar, para bien o para mal.
Recorrieron la casa en las horas finales del día, Jîldael dando las órdenes para los toques finales, para que aquella casa pareciera que siempre estuvo habitada; al día siguiente, según la joven, se dedicarían a sobornar a los vecinos; debían mimetizarse con el entorno, tanto como con la casa misma y sólo tenían cuatro días para lograrlo. Al mismo tiempo, la joven dispuso el tipo de vestuario que debían hacerles llegar a la vivienda. Que pareciera, ante todo, que no podía despegarse de sus viejas costumbres, que no sabían cómo gastar el dinero, que pareciera que temían volver a ser pobres. La fachada no duraría mucho tiempo, el “Zorro” lo sabía, pero que al menos, durara lo suficiente para ganarse la lealtad de la Strauss.
Si en algún momento el Can guardó esperanzas, fue Leonard quien se encargó de echarlas por tierra. El informe del Falcónide era tan exacto como demoledor. La aristócrata tenía tanto de noble como de asesina; la familia, por generaciones, se dedicó al contrabando, tráfico de influencias y asesinato por encargo. La misma Alessa, tan joven, hermosa y aparentemente frágil, ya tenía sus manos debidamente manchadas de sangre, como se esperaba de un digno integrante del Clan Strauss... Charles escuchó a su amigo con suma atención; hizo dos o tres preguntas puntuales y se dio por bien servido. Superado el golpe inicial, invitó a Leonard una copa de vino especiado (la última moda en el Oeste Europeo) y se dedicaron a tomar las debidas medidas de precaución. Y era que, a su modo, Leonard también sentía afecto y lealtad por la “Pantera” y no deseaba que nada malo le ocurriese.
Cuando los primeros rayos delinearon el horizonte, el campesino, literalmente, alzó el vuelo y Charles se quedó oteando el horizonte, mientras su amigo se perdía en lontananza.
Y así fue como, mientras entraba en la casa, pensando en el estofado de la noche anterior, se encontró a la joven en la humilde salita de estar –que se reducía a dos silloncitos junto al comedor– envuelta en un grueso edredón, mirándolo atentamente:
– Me encantaría contar con vuestros aliados, Maestre. – le dijo con una voz seca, casi enojada; el ceño fruncido no cedió; ella no estaba para bromas – De todo lo que dijo, ¿cuánto es verdad? – preguntó directa.
El Cambiaformas Canino se sintió orgulloso de no dejar caer su mandíbula, pese a la sorpresa de las palabras de ella. Un gesto sí lo delató, pues rodó sus ojos con enfado, pero ella nuevamente no dijo nada. “Claro, escuchó todo”, pensó, casi sintiéndose estúpido. A veces, de todo corazón, detestaba el natural instinto nocturno de su Aprendiz:
– Todo. – respondió escuetamente, y Jîldael supo que no mentía. Suspiró cansada, casi arrepentida de la decisión tomada y, por un instante, Charles pensó que le echaría la culpa a él, como cada vez que se equivocaba, pero no dijo nada.
El silencio reinó por unos momentos en que parecieron ser parte de una particular pintura, hasta que ella habló:
– En fin, “Padre” – recalcó la palabra con el atisbo de una sonrisa –, hace tiempo que deberíamos haber incluido un asesino a la “Manada”... Después de todo, son asesinos a los que nos vamos a enfrentar. – se cubrió la cara con ambas manos y reprimió un grito, al tiempo que se ovillaba contra el incómodo sillón.
Ella ni siquiera tuvo que mirarlo para que él se sentara a su lado y la acunara en su regazo. Eran nada más que dos partes de un todo, que pensaban armónicamente, que se encontraban en los mismos pensamientos, en las mismas silenciosas necesidades. Por eso, tampoco fue necesario que ninguno de los dos dijera nada; simplemente se quedó con ella hasta que la joven se durmió, luego de lo cual, con una fuerza muy superior incluso a la edad que aparentaba, la llevó a su cuarto y la dejó que siguiera descansando. Él, en tanto, siguió con el trabajo que la casa requería. Atizó el carbón en el brasero; echó leña a la cocina y metió las piezas de carne en el horno; luego trabajó la tierra del antejardín, abonó las flores, desmalezó el pasto y envió recados a todos los vecinos.
Los días venideros no fueron muy diferentes; dormían poco, trabajaban hasta tarde, conseguían armas de resguardo y, veinticuatro horas antes, ya no había nada más que hacer, excepto esperar.
Y esa siempre fue la peor parte para Charlemagne Noir.
***
El Falcónide no lo decpecionó..., pero Charles se encontró deseando que así hubiera sido. ¡Qué cansado se sentía el “Zorro”; procuró componerse; de lo contrario, las ojeras delatarían la profunda preocupación que sentía; a Jîldael no se le escaparía ningún detalle. Respiró profundo y volvió a entrar en la casa, pensando en los olores del estofado que su Ama había cocinado la noche anterior.
Pensó en su Épsilon, con el mismo devoto amor que le profesaba, mientras revivía las últimas angustiantes 24 horas y procuraba buscar el esquivo "as bajo la manga" que parecía haber perdido de golpe, en el peor momento de su vida, en el único momento en que verdaderamente lo necesitaba. Suspiró, cansado y evocó la tarde anterior:
Leonard había emprendido raudo vuelo y él, por su parte, tuvo que contener el impulso de correr hacia la casa de Agnés, lo cual fue particularmente difícil las dos últimas cuadras; sin embargo, su Épsilon no tuvo el mismo decoro; en cuanto lo vio, recogió sus faldas y se largo a la calle para finalmente saltar a sus brazos en los que prorrumpió en un histérico llanto. Charles no le dijo nada; él mismo apenas si podía hablar. Percibió el miedo de la joven, la paranoia creciente que los rodeaba, como si, de algún modo, todo estuviera a punto de terminar, para bien o para mal.
Recorrieron la casa en las horas finales del día, Jîldael dando las órdenes para los toques finales, para que aquella casa pareciera que siempre estuvo habitada; al día siguiente, según la joven, se dedicarían a sobornar a los vecinos; debían mimetizarse con el entorno, tanto como con la casa misma y sólo tenían cuatro días para lograrlo. Al mismo tiempo, la joven dispuso el tipo de vestuario que debían hacerles llegar a la vivienda. Que pareciera, ante todo, que no podía despegarse de sus viejas costumbres, que no sabían cómo gastar el dinero, que pareciera que temían volver a ser pobres. La fachada no duraría mucho tiempo, el “Zorro” lo sabía, pero que al menos, durara lo suficiente para ganarse la lealtad de la Strauss.
Si en algún momento el Can guardó esperanzas, fue Leonard quien se encargó de echarlas por tierra. El informe del Falcónide era tan exacto como demoledor. La aristócrata tenía tanto de noble como de asesina; la familia, por generaciones, se dedicó al contrabando, tráfico de influencias y asesinato por encargo. La misma Alessa, tan joven, hermosa y aparentemente frágil, ya tenía sus manos debidamente manchadas de sangre, como se esperaba de un digno integrante del Clan Strauss... Charles escuchó a su amigo con suma atención; hizo dos o tres preguntas puntuales y se dio por bien servido. Superado el golpe inicial, invitó a Leonard una copa de vino especiado (la última moda en el Oeste Europeo) y se dedicaron a tomar las debidas medidas de precaución. Y era que, a su modo, Leonard también sentía afecto y lealtad por la “Pantera” y no deseaba que nada malo le ocurriese.
Cuando los primeros rayos delinearon el horizonte, el campesino, literalmente, alzó el vuelo y Charles se quedó oteando el horizonte, mientras su amigo se perdía en lontananza.
Y así fue como, mientras entraba en la casa, pensando en el estofado de la noche anterior, se encontró a la joven en la humilde salita de estar –que se reducía a dos silloncitos junto al comedor– envuelta en un grueso edredón, mirándolo atentamente:
– Me encantaría contar con vuestros aliados, Maestre. – le dijo con una voz seca, casi enojada; el ceño fruncido no cedió; ella no estaba para bromas – De todo lo que dijo, ¿cuánto es verdad? – preguntó directa.
El Cambiaformas Canino se sintió orgulloso de no dejar caer su mandíbula, pese a la sorpresa de las palabras de ella. Un gesto sí lo delató, pues rodó sus ojos con enfado, pero ella nuevamente no dijo nada. “Claro, escuchó todo”, pensó, casi sintiéndose estúpido. A veces, de todo corazón, detestaba el natural instinto nocturno de su Aprendiz:
– Todo. – respondió escuetamente, y Jîldael supo que no mentía. Suspiró cansada, casi arrepentida de la decisión tomada y, por un instante, Charles pensó que le echaría la culpa a él, como cada vez que se equivocaba, pero no dijo nada.
El silencio reinó por unos momentos en que parecieron ser parte de una particular pintura, hasta que ella habló:
– En fin, “Padre” – recalcó la palabra con el atisbo de una sonrisa –, hace tiempo que deberíamos haber incluido un asesino a la “Manada”... Después de todo, son asesinos a los que nos vamos a enfrentar. – se cubrió la cara con ambas manos y reprimió un grito, al tiempo que se ovillaba contra el incómodo sillón.
Ella ni siquiera tuvo que mirarlo para que él se sentara a su lado y la acunara en su regazo. Eran nada más que dos partes de un todo, que pensaban armónicamente, que se encontraban en los mismos pensamientos, en las mismas silenciosas necesidades. Por eso, tampoco fue necesario que ninguno de los dos dijera nada; simplemente se quedó con ella hasta que la joven se durmió, luego de lo cual, con una fuerza muy superior incluso a la edad que aparentaba, la llevó a su cuarto y la dejó que siguiera descansando. Él, en tanto, siguió con el trabajo que la casa requería. Atizó el carbón en el brasero; echó leña a la cocina y metió las piezas de carne en el horno; luego trabajó la tierra del antejardín, abonó las flores, desmalezó el pasto y envió recados a todos los vecinos.
Los días venideros no fueron muy diferentes; dormían poco, trabajaban hasta tarde, conseguían armas de resguardo y, veinticuatro horas antes, ya no había nada más que hacer, excepto esperar.
Y esa siempre fue la peor parte para Charlemagne Noir.
***
Charlemagne Noir- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : A los pies de Épsilon, siempre protegiéndola
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Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
“Amar no es solamente querer, es sobre todo comprender.”
Françoise Sagan
Françoise Sagan
La Strauss sólo tuvo palabras gentiles para ella y Jîldael tuvo que reprimir el gesto irónico que delataba su absoluta desconfianza. Por el contrario, le dedicó una suave sonrisa y escuchó a su interlocutora aceptar de buen grado la propuesta que le había hecho. Un suspiro casi imperceptible escapó de sus labios, delatando el alivio que sentía de llegar a buen término con aquella entrevista. Para su fortuna, la hembra frente a ella era completamente humana y no podía percibir el sinfín de señales que ponían en evidencia la magnitud del miedo que la embargaba.
La germana se adelantó a los planes de la Cambiaformas y, mientras la francesa apenas empezaba a buscar su monedero, ya la otra saldaba la deuda con el local. Jîldael frunció el ceño, pero le dedicó una delicada sonrisa, luego de lo cual, se dieron la mano, se dijeron las palabras de buena crianza y, aunque estaban en un restaurante, Jîldael se consideró la anfitriona, así que esperó protocolarmente a que la aristócrata se retirase del lugar y se perdiera entre el gentío parisino para luego ella misma emprender su marcha en sentido contrario.
Cuando se encontró sola, no se sintió capaz de salir de inmediato y, aunque con el tiempo los malestares del embarazo habían remitido considerablemente, volvió a sentirse verdaderamente mal. Pidió un agua de manzanilla y la bebió lentamente, luego de lo cual esperó que la náusea remitiera. Tenía un terrible presentimiento; su cabeza luchó por encontrar a Târsil a través de sus pensamientos, tratando de averiguar si estaba a salvo, pero no consiguió nada. Ese lazo sólo lo tenía con Charles y sabía que él estaba bien. Abatida, se marchó finalmente cuando ya se sintió segura de estar bien.
Una vez en la calle, observó con atención la dirección en la cual se perdió Alessa; obviamente, o así en apariencia, la mujer se dirigió hacia la zona más acomodada de París. Un poco más segura de lo que sabía de la otra mujer, olvidada ya de su enojo con su Maestre, se encaminó hacia la casa de su querida Nana. A diferencia del Cambiaformas Canino, que apenas si prestaba atención a su entorno, la joven Felina se deleitó con el paisaje que ofrecían los árboles en pleno otoño; las hojas caían suavemente a su alrededor, en una conversación muda; la tranquila belleza del paisaje logró que la joven se olvidara a momentos de todo lo que se venía por delante.
Cuando ya tuvo la casa a la vista, ni siquiera la danza de las hojas cayendo, mecidas por la suave brisa otoñal. Vio la casita, tan entrañable y unida a su feliz infancia, pero no se sintió completa, pues, por más que observara al tumulto humano que se movía en torno al inmueble, no pudo dar con la figura de su Maestre. ¿Por qué él no estaba allí, si le había mostrado tan claramente el lugar? Temió haberse equivocado, pero las personas que se afanaban trasladando muebles, pintando paredes y arrancando maleza le dieron algo de calma. Ya confirmada la información, se apropìó de la cocina, dio unas cuantas órdenes, y se dispuso a la tarea de preparar la cena de esa noche; muy a su pesar, uno de sus mayores talentos era el arte culinario y, como siempre, los olores confirmaban la buena mano que tenía para tales asuntos. Pero su cabeza no se separaba de Charles y, en cuanto supo que estaba cerca de la casa, encomendó el puchero a una de las sirvientas y corrió, calle abajo, hasta encontrarse en los brazos de su Maestre.
Poco importaba que le hubiera mentido. Poco importaba que no le dijera dónde estuvo las últimas horas; lo único que le importaba era que él estaba ahí. Y si Charles estaba a su lado, entonces todo marcharía bien.
Trabajaron con ahínco en la ambientación de la casa; hicieron planos y marcas: aquí una mancha de grasa; allá una marca de lluvia; en esta pared, una grieta por desgaste; en aquella esquina un agujero hecho por ratones. Detalles todos, pero fundamentales para darle a la casa la apariencia de uso y abuso a lo largo de los años. Muy cerca de la medianoche se sentaron a comer; el estofado de conejo le había quedado exquisito, más aún cuando lo acompañaron con una reserva de rosé de doce años atrás. La joven bebió una taza de hierbabuena antes de irse a dormir y deseó que su Maestre también pudiera descansar.
Sin embargo, a eso de las 3 de la madrugada, risas quedas y susurros la despertaron. Con sigilo se dirigió a la parte delantera de la casa, procurando que nadie la viera. Charles estaba acompañado de un hombre que a simple vista era un curtido campesino de la zona sur de la ciudad; de gestos rudos y lenguaje vulgar, su simpatía compensaba largamente el escaso lenguaje y la falta de buenos modales. Pero aun así, no hubo rastro de humor cuando le entregó a Charles la información que había obtenido sobre la Strauss. Jîldael tuvo que cubrir su boca para que no se le escapara el grito de horror que se le anudó en la garganta.
Volvió a la cama e intentó dormir, pero no lo consiguió y decidió enfrentar a su Mayordomo cuando las primeras luces de la mañana revelaron que no podría dormir. La conversación fue breve, pero demoledora. La joven no pudo evitar sentirse estúpida; ¿en qué estaba pensando, por todos los dioses, cuando se le ocurrió buscar a la Strauss? Si algo les sucedía, no sería culpa de nadie más que de ella misma; sintió un mareo terrible, una angustia atroz en el pecho y quiso llorar hasta que ya no hubiera lágrimas. Pero no fue lo que hizo; Charles la acunó y la hizo dormir.
Casi doce horas después la joven se levantó en medio del ajetreo natural de la casa. Ese segundo día lo dedicaron a conversar con los vecinos, a averiguar quiénes vivían junto a ellos, cómo se llamaban sus hijos, cuánta familia tenía cada uno, cuánto tiempo que vivían allí, Luego, de manera sutil y casi imperceptible, lograron sobornar a la mayoría de los residentes del lugar; casi todos ellos eran buenas personas, con una suerte adversa que no les había permitido surgir en la vida. Charles consiguió que casi todos ellos aceptaran dar la versión que habían inventado a cambio de recursos para sus proyectos personales y los que resultaron demasiado nobles para mentir, aceptaron irse de viaje a alguna zona aledaña a París.
El tercer día se dedicaron al jardín, pues la cantidad de maleza que había que arrancar era monumental; con la ayuda de los vecinos y los criados en las doce horas de sol que pudieron tener a su favor, aprovecharon de hermosear el jardín, de pintar el frontis de la casa para, a continuación desgastar la pintura de tal modo que pareciera usada, pero no abandonada; repararon el pozo de la casa, trajeron macetas con flores y hierbas y trasplantaron arbustos y bulbosas para aparentar el autocultivo.
Finalmente, el día previo a la llegada de la señorita Strauss, se dedicaron a seleccionar el tipo de ropa que debería verse en la casa; telas bastas, frazadas toscas, alguno que otro bordado, cuyo hilo no debía ser nada llamativo; todo en la casa debía dar cuenta de una condición de mediana pobreza, para delatar ese punto medio entre los que no tienen nada y los que lo tienen todo. Los jabones y perfumes también fueron cuidadosamente escogidos, todo siempre bajo la atenta mirada de las sirvientas quienes iban indicando qué tipo de productos tenían en sus casas y cuáles descartaban por ser demasiado caros o extravagantes. Charles y Jîldael se miraron, orgullosos al término de esa jornada. El montaje ya estaba listo; ahora sólo quedaba esperar.
Al día siguiente, todo se decidiría y, por lo mismo, Jîldael se levantó a las cinco de la mañana. Se fue derecho a la cocina; abrió la hoguera y puso unos cuantos maderos de abeto en su interior. Luego puso una enorme tetera de bronce llena de agua y, mientras todo ello andaba, junto los ingredientes necesarios en la mesa principal y se dispuso a la tarea de preparar pan. Dos horas después, veinte hogazas estaban cociéndose a fuego lento, mientras la joven se dedicaba afanosamente a destripar un lechón.
– El Ama debería estar en la cama, descansando. ¿Qué hacéis a esta hora en la cocina, mi Señora? –
– No me tratéis con tanto respeto, Padre. – subrayó Jîldael, enojada – ¿Cómo va a creernos la pantomima si me tratáis de “vuestra merced”, ah? – espetó sin rodeos, al tiempo que apoyaba sus manos en sus caderas.
Charles se rió de su carácter y de su actitud arrogante. Le acarició el rostro y la besó en la mejilla:
– Por supuesto, hija mía, no olvidaré tutearte mientras Madeimoselle Strauss nos honra con su presencia. Ten calma, que esos nervios tuyos serán los que acaben por delatarnos. – le dijo, sereno, para tomar el cuchillo de las manos de la joven y terminar la tarea que ella había empezado.
Eran un buen equipo, siempre se complementaban en absoluta perfección y aquella vez no fue diferente. Aunque el espacio era pequeño, nunca fueron estorbo entre sí; más bien parecía una danza en que ambos sabían qué lugar debía ocupar cada uno. Así fue como prepararon lechón en vino y especias, acompañado de puré de arvejas, dejaron lista la ensalada de puerros y rábanos que sería el plato de entrada y prepararon tres postres distintos para agasajar a la invitada. Luego, molieron café y seleccionaron hojas de té, para finalmente discutir sobre el vino que le ofrecerían; de eso sí podían jactarse públicamente, siendo como eran, los dueños de las prestigiosas viñas Del Balzo.
Muy cerca de la mediatarde la figura elegante de Alessa Strauss se recortó en el horizonte. Jîldael repasó su peinado, su vestuario, sus joyas sin valor, echó una mirada rápida al vestuario de su Maestre –aunque dicho fuera de paso, él no tuvo que esforzarse ni siquiera un mínimo– y oteó veloz la casa que los acogía. Sabiendo que había hecho todo lo humanamente posible, rezó una pequeña plegaria y salió a recibir a su invitada, deseando que aceptara las condiciones que le iba a ofrecer.
Nunca la joven tuvo tanto miedo de alguien como de la enigmática Alessa Strauss.
***
La germana se adelantó a los planes de la Cambiaformas y, mientras la francesa apenas empezaba a buscar su monedero, ya la otra saldaba la deuda con el local. Jîldael frunció el ceño, pero le dedicó una delicada sonrisa, luego de lo cual, se dieron la mano, se dijeron las palabras de buena crianza y, aunque estaban en un restaurante, Jîldael se consideró la anfitriona, así que esperó protocolarmente a que la aristócrata se retirase del lugar y se perdiera entre el gentío parisino para luego ella misma emprender su marcha en sentido contrario.
Cuando se encontró sola, no se sintió capaz de salir de inmediato y, aunque con el tiempo los malestares del embarazo habían remitido considerablemente, volvió a sentirse verdaderamente mal. Pidió un agua de manzanilla y la bebió lentamente, luego de lo cual esperó que la náusea remitiera. Tenía un terrible presentimiento; su cabeza luchó por encontrar a Târsil a través de sus pensamientos, tratando de averiguar si estaba a salvo, pero no consiguió nada. Ese lazo sólo lo tenía con Charles y sabía que él estaba bien. Abatida, se marchó finalmente cuando ya se sintió segura de estar bien.
Una vez en la calle, observó con atención la dirección en la cual se perdió Alessa; obviamente, o así en apariencia, la mujer se dirigió hacia la zona más acomodada de París. Un poco más segura de lo que sabía de la otra mujer, olvidada ya de su enojo con su Maestre, se encaminó hacia la casa de su querida Nana. A diferencia del Cambiaformas Canino, que apenas si prestaba atención a su entorno, la joven Felina se deleitó con el paisaje que ofrecían los árboles en pleno otoño; las hojas caían suavemente a su alrededor, en una conversación muda; la tranquila belleza del paisaje logró que la joven se olvidara a momentos de todo lo que se venía por delante.
Cuando ya tuvo la casa a la vista, ni siquiera la danza de las hojas cayendo, mecidas por la suave brisa otoñal. Vio la casita, tan entrañable y unida a su feliz infancia, pero no se sintió completa, pues, por más que observara al tumulto humano que se movía en torno al inmueble, no pudo dar con la figura de su Maestre. ¿Por qué él no estaba allí, si le había mostrado tan claramente el lugar? Temió haberse equivocado, pero las personas que se afanaban trasladando muebles, pintando paredes y arrancando maleza le dieron algo de calma. Ya confirmada la información, se apropìó de la cocina, dio unas cuantas órdenes, y se dispuso a la tarea de preparar la cena de esa noche; muy a su pesar, uno de sus mayores talentos era el arte culinario y, como siempre, los olores confirmaban la buena mano que tenía para tales asuntos. Pero su cabeza no se separaba de Charles y, en cuanto supo que estaba cerca de la casa, encomendó el puchero a una de las sirvientas y corrió, calle abajo, hasta encontrarse en los brazos de su Maestre.
Poco importaba que le hubiera mentido. Poco importaba que no le dijera dónde estuvo las últimas horas; lo único que le importaba era que él estaba ahí. Y si Charles estaba a su lado, entonces todo marcharía bien.
Trabajaron con ahínco en la ambientación de la casa; hicieron planos y marcas: aquí una mancha de grasa; allá una marca de lluvia; en esta pared, una grieta por desgaste; en aquella esquina un agujero hecho por ratones. Detalles todos, pero fundamentales para darle a la casa la apariencia de uso y abuso a lo largo de los años. Muy cerca de la medianoche se sentaron a comer; el estofado de conejo le había quedado exquisito, más aún cuando lo acompañaron con una reserva de rosé de doce años atrás. La joven bebió una taza de hierbabuena antes de irse a dormir y deseó que su Maestre también pudiera descansar.
Sin embargo, a eso de las 3 de la madrugada, risas quedas y susurros la despertaron. Con sigilo se dirigió a la parte delantera de la casa, procurando que nadie la viera. Charles estaba acompañado de un hombre que a simple vista era un curtido campesino de la zona sur de la ciudad; de gestos rudos y lenguaje vulgar, su simpatía compensaba largamente el escaso lenguaje y la falta de buenos modales. Pero aun así, no hubo rastro de humor cuando le entregó a Charles la información que había obtenido sobre la Strauss. Jîldael tuvo que cubrir su boca para que no se le escapara el grito de horror que se le anudó en la garganta.
Volvió a la cama e intentó dormir, pero no lo consiguió y decidió enfrentar a su Mayordomo cuando las primeras luces de la mañana revelaron que no podría dormir. La conversación fue breve, pero demoledora. La joven no pudo evitar sentirse estúpida; ¿en qué estaba pensando, por todos los dioses, cuando se le ocurrió buscar a la Strauss? Si algo les sucedía, no sería culpa de nadie más que de ella misma; sintió un mareo terrible, una angustia atroz en el pecho y quiso llorar hasta que ya no hubiera lágrimas. Pero no fue lo que hizo; Charles la acunó y la hizo dormir.
Casi doce horas después la joven se levantó en medio del ajetreo natural de la casa. Ese segundo día lo dedicaron a conversar con los vecinos, a averiguar quiénes vivían junto a ellos, cómo se llamaban sus hijos, cuánta familia tenía cada uno, cuánto tiempo que vivían allí, Luego, de manera sutil y casi imperceptible, lograron sobornar a la mayoría de los residentes del lugar; casi todos ellos eran buenas personas, con una suerte adversa que no les había permitido surgir en la vida. Charles consiguió que casi todos ellos aceptaran dar la versión que habían inventado a cambio de recursos para sus proyectos personales y los que resultaron demasiado nobles para mentir, aceptaron irse de viaje a alguna zona aledaña a París.
El tercer día se dedicaron al jardín, pues la cantidad de maleza que había que arrancar era monumental; con la ayuda de los vecinos y los criados en las doce horas de sol que pudieron tener a su favor, aprovecharon de hermosear el jardín, de pintar el frontis de la casa para, a continuación desgastar la pintura de tal modo que pareciera usada, pero no abandonada; repararon el pozo de la casa, trajeron macetas con flores y hierbas y trasplantaron arbustos y bulbosas para aparentar el autocultivo.
Finalmente, el día previo a la llegada de la señorita Strauss, se dedicaron a seleccionar el tipo de ropa que debería verse en la casa; telas bastas, frazadas toscas, alguno que otro bordado, cuyo hilo no debía ser nada llamativo; todo en la casa debía dar cuenta de una condición de mediana pobreza, para delatar ese punto medio entre los que no tienen nada y los que lo tienen todo. Los jabones y perfumes también fueron cuidadosamente escogidos, todo siempre bajo la atenta mirada de las sirvientas quienes iban indicando qué tipo de productos tenían en sus casas y cuáles descartaban por ser demasiado caros o extravagantes. Charles y Jîldael se miraron, orgullosos al término de esa jornada. El montaje ya estaba listo; ahora sólo quedaba esperar.
Al día siguiente, todo se decidiría y, por lo mismo, Jîldael se levantó a las cinco de la mañana. Se fue derecho a la cocina; abrió la hoguera y puso unos cuantos maderos de abeto en su interior. Luego puso una enorme tetera de bronce llena de agua y, mientras todo ello andaba, junto los ingredientes necesarios en la mesa principal y se dispuso a la tarea de preparar pan. Dos horas después, veinte hogazas estaban cociéndose a fuego lento, mientras la joven se dedicaba afanosamente a destripar un lechón.
– El Ama debería estar en la cama, descansando. ¿Qué hacéis a esta hora en la cocina, mi Señora? –
– No me tratéis con tanto respeto, Padre. – subrayó Jîldael, enojada – ¿Cómo va a creernos la pantomima si me tratáis de “vuestra merced”, ah? – espetó sin rodeos, al tiempo que apoyaba sus manos en sus caderas.
Charles se rió de su carácter y de su actitud arrogante. Le acarició el rostro y la besó en la mejilla:
– Por supuesto, hija mía, no olvidaré tutearte mientras Madeimoselle Strauss nos honra con su presencia. Ten calma, que esos nervios tuyos serán los que acaben por delatarnos. – le dijo, sereno, para tomar el cuchillo de las manos de la joven y terminar la tarea que ella había empezado.
Eran un buen equipo, siempre se complementaban en absoluta perfección y aquella vez no fue diferente. Aunque el espacio era pequeño, nunca fueron estorbo entre sí; más bien parecía una danza en que ambos sabían qué lugar debía ocupar cada uno. Así fue como prepararon lechón en vino y especias, acompañado de puré de arvejas, dejaron lista la ensalada de puerros y rábanos que sería el plato de entrada y prepararon tres postres distintos para agasajar a la invitada. Luego, molieron café y seleccionaron hojas de té, para finalmente discutir sobre el vino que le ofrecerían; de eso sí podían jactarse públicamente, siendo como eran, los dueños de las prestigiosas viñas Del Balzo.
Muy cerca de la mediatarde la figura elegante de Alessa Strauss se recortó en el horizonte. Jîldael repasó su peinado, su vestuario, sus joyas sin valor, echó una mirada rápida al vestuario de su Maestre –aunque dicho fuera de paso, él no tuvo que esforzarse ni siquiera un mínimo– y oteó veloz la casa que los acogía. Sabiendo que había hecho todo lo humanamente posible, rezó una pequeña plegaria y salió a recibir a su invitada, deseando que aceptara las condiciones que le iba a ofrecer.
Nunca la joven tuvo tanto miedo de alguien como de la enigmática Alessa Strauss.
***
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/09/2011
Localización : Junto a mi Maestre... aquí o allá...
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Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
No te pido que me lo cuentes todo,
tienes derecho a guardar tus secretos,
con una única e irrenunciable excepción, aquellos de los que dependa tu vida,
tu futuro, tu felicidad, ésos quiero saberlos, tengo derecho, y tú no me lo puedes negar.
José Saramago
Su mirada estaba enfocada en la puerta frente a ella, aguardaba el momento en el que apareciera dando la bienvenida a aquella que se hacía llamar Valerie Noir. Aún así su mente analizaba de manera casi imperceptible todo lo que antes sus ojos contemplaron; la casa, los vecinos, las plantas… hasta los mínimos detalles de la jardinería de la entrada, todo para descubrir algo de la mentira que sabía que estaba cubriendo ese lugar y sabía cual era su trabajo en esos instantes, fracturar el muro de falsedades para sacar la verdad a la luz, de eso dependía que las cosas de si trabajo salieran como los demás esperaban.
Su mente le había preparado para una infinidad de posibles escenarios para aquel ansiado encuentro, pero ni con toda la preparación que su mente le brindo sabía que se encontraba a salvo. Alessa, como los integrantes de la familia Strauss, sabían de sobra que algún día morirían y que su muerte no sería algo agradable, no por nada eran conocidos como una de las familias de más cuidado y por tanto tenían enemigos, ya fuera porque se los ganaban a pulso o porque eran parte de los que se habían visto perjudicados de una u otra forma gracias a ellos. Aguardando estática, pensaba en que no sabía si su hora había llegado en manos de una mujer aparentemente inocente y embarazada… igual, no tenía planes de dejarla ganar sin dar batalla.
Giro levemente el rostro al escuchar pasos a su espalda que no eran más que una mujer que se alejaba por la calle sin dejar de mirarle y la asesina sonrío e hizo una leve inclinación a la mujer, la cual inmediatamente dejo de observarla y continuo su camino con mayor velocidad. En otra situación hubiese ido a interrogar a los vecinos pero en esta ocasión sabía de manera inexplicable que eso no le daría más información de la que ya conocía hasta el momento. Los pasos de la mujer se alejaron y el sonido de otros comenzó a volverse más audible, estaban por abrir la puerta así que volvió a mirar al frente.
Aquellos segundos en los que la puerta comenzó a abrirse fue mucho más larga que cualquiera que se hubiese imaginado. Finalmente la puerta quedo abierta por completo, dejando a su vista a la Noir, pero antes de mirarla a ella su vista recorrió todo lo que le era posible dentro de esa casa, solo para descubrir que todo parecía normal justo como el exterior; se encontraba segura de que en algún momento habría una falla en aquel plan perfecto de la Noir eso si es que no terminaba ella por decirle la verdad.
Una sonrisa se dibujo en su rostro, miraba a la mujer en la puerta como si fuese una amiga a la cual no veía desde hacía mucho tiempo… nada más alejado de la realidad en esos momentos.
- Señorita Noir, es un placer poder verla de nuevo. Espero no haber llegado tarde. - ladeo el rostro y continuo sonriendo, deseaba entrar ya en la casa pero aún debía aguardar que le permitieran entrar.
tienes derecho a guardar tus secretos,
con una única e irrenunciable excepción, aquellos de los que dependa tu vida,
tu futuro, tu felicidad, ésos quiero saberlos, tengo derecho, y tú no me lo puedes negar.
José Saramago
Su mirada estaba enfocada en la puerta frente a ella, aguardaba el momento en el que apareciera dando la bienvenida a aquella que se hacía llamar Valerie Noir. Aún así su mente analizaba de manera casi imperceptible todo lo que antes sus ojos contemplaron; la casa, los vecinos, las plantas… hasta los mínimos detalles de la jardinería de la entrada, todo para descubrir algo de la mentira que sabía que estaba cubriendo ese lugar y sabía cual era su trabajo en esos instantes, fracturar el muro de falsedades para sacar la verdad a la luz, de eso dependía que las cosas de si trabajo salieran como los demás esperaban.
Su mente le había preparado para una infinidad de posibles escenarios para aquel ansiado encuentro, pero ni con toda la preparación que su mente le brindo sabía que se encontraba a salvo. Alessa, como los integrantes de la familia Strauss, sabían de sobra que algún día morirían y que su muerte no sería algo agradable, no por nada eran conocidos como una de las familias de más cuidado y por tanto tenían enemigos, ya fuera porque se los ganaban a pulso o porque eran parte de los que se habían visto perjudicados de una u otra forma gracias a ellos. Aguardando estática, pensaba en que no sabía si su hora había llegado en manos de una mujer aparentemente inocente y embarazada… igual, no tenía planes de dejarla ganar sin dar batalla.
Giro levemente el rostro al escuchar pasos a su espalda que no eran más que una mujer que se alejaba por la calle sin dejar de mirarle y la asesina sonrío e hizo una leve inclinación a la mujer, la cual inmediatamente dejo de observarla y continuo su camino con mayor velocidad. En otra situación hubiese ido a interrogar a los vecinos pero en esta ocasión sabía de manera inexplicable que eso no le daría más información de la que ya conocía hasta el momento. Los pasos de la mujer se alejaron y el sonido de otros comenzó a volverse más audible, estaban por abrir la puerta así que volvió a mirar al frente.
Aquellos segundos en los que la puerta comenzó a abrirse fue mucho más larga que cualquiera que se hubiese imaginado. Finalmente la puerta quedo abierta por completo, dejando a su vista a la Noir, pero antes de mirarla a ella su vista recorrió todo lo que le era posible dentro de esa casa, solo para descubrir que todo parecía normal justo como el exterior; se encontraba segura de que en algún momento habría una falla en aquel plan perfecto de la Noir eso si es que no terminaba ella por decirle la verdad.
Una sonrisa se dibujo en su rostro, miraba a la mujer en la puerta como si fuese una amiga a la cual no veía desde hacía mucho tiempo… nada más alejado de la realidad en esos momentos.
- Señorita Noir, es un placer poder verla de nuevo. Espero no haber llegado tarde. - ladeo el rostro y continuo sonriendo, deseaba entrar ya en la casa pero aún debía aguardar que le permitieran entrar.
Morgan Strauss- Humano Clase Alta
- Mensajes : 111
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
“Se puede confiar en las malas personas, no cambian jamás.”
William Faulkner.
William Faulkner.
Durante unos segundos, la escena pareció más bien una fotografía. Frente a frente, Jîldael y Alessa seguían moviendo las piezas de su delicado ajedrez mental; la una ocultando su pasado; la otra, buscando la verdad. Fue la germana, en una muestra impecable de protocolo y disciplina, quien echó abajo el muro que empezaba a levantarse entre las dos. La Cambiaformas, aturdida, reaccionó un poco tarde, pero ello sólo sirvió para cimentar la mentira que hasta ese momento tan bien estaba llevando adelante. Más que la aristócrata confundida y asustada, parecía la pueblerina que no sabía de formalidades.
– Sed bienvenida a nuestra morada. – logró articular, justo en el momento en que Charles se unía a ellas.
El Can abrazó a su “hija” y le depositó un suave beso en la frente, para luego enfrentar a la invitada. Con una elegante floritura se inclinó y tomó la diestra de Alessa para apenas insinuar el protocolar ósculo que dictaba la normal social:
– Vuestra presencia honra a nuestra casa. – corroboró el “Zorro” guiando a Alessa al interior de la casita en la que él y Jîldael tantas esperanzas habían puesto.
Los criados se habían retirado a tiempo; los vecinos se comportaban normalmente; nadie en ese lugar parecía fuera de punto; y, sin embargo, Jîldael se sentía expuesta. Charles fue quien ofició de anfitrión y quien guió la charla mientras disponían las cosas para el almuerzo que con tanto cuidado habían preparado. De vez en cuando una broma sobre la realeza; o quizás, un pequeño secreto para lograr un aperitivo perfecto; después, un consejo sobre flores; e incluso su Maestre se atrevió a ir más lejos, hablando de armas. Sólo entonces Jîldael comprendió la trampa del Alfa: sin que Alessa se diera cuenta, guió de tal modo la conversación que cada chiste, rumor y discusión iban revelando quién era realmente la Strauss. La felina tardó un poco en descifrar el complicado juego de su Maestre, pero cuando él nombró las flores y la aristócrata apenas si dijo nada, vio con claridad cómo era que debía obrar; y lo confirmó cuando, por el contrario, el “Zorro” tocó el tema de las armas y la joven con soberano esfuerzo, disimuló no saber nada sobre ello.
“Se muere por demostrarnos todo lo que sabe... Ahora ella también ha mentido...”, darse cuenta de que Alessa también estaba ocultando cosas fue el empujón que necesitó para relajarse, para dejar de tener ese miedo animal que tan fácilmente la sometía; no le gustaba ser así, no le gustaba estar a merced del miedo, de las dudas, de la fragilidad. Demasiado tiempo estuvo con la cabeza gacha; no tenía la intención de permitir nunca más que nadie la hiciera sentir así; mucho menos una simple mortal.
Habiéndose dado este cambio tan importante para ella, Jîldael se permitió acariciar a su bebé a través del íntimo gesto que toda madre ha compartido con su hijo nonato. Miró a Alessa con calma renovada y sugirió pasar a la mesa. El almuerzo transcurrió en absoluta normalidad y nada de lo que allí se dijo tenía importancia alguna; la careta feliz de la Strauss revelaba cuánto le molestaba perder el tiempo de esa manera. Sólo cuando Charles sirvió el postre, fue que Jîldael retomó la palabra para, por fin, tocar el meollo de la reunión:
– Sé que pensáis que hemos perdido un tiempo valioso que bien podríais invertir en otros negocios. Sé que sospecháis de nosotros pese a que todo cuanto veis aquí coincide con la historia que os hemos contado. Sé que os frustra no poder comprobar si vuestra agudeza ha errado por primera vez o no. – hizo una pausa para asegurarse de que la aristócrata estaba siguiendo sus palabras con toda atención – No es momento ni de afirmar ni de negar mis palabras previas; ya vos misma podréis haceros vuestra propia opinión de todo lo que aún os resta por descubrir. De lo que sí es momento es de hacer negocios. De eso, mi querida Alessa, no tengáis la menor duda. Pero aún no nos embarcaremos en la compleja aventura holandesa. El negocio del que requiero vuestra asesoría, sólo nos pide viajar a Lyon. Sería un viaje de dos semanas en las que vos podrías por fin dar cuenta de tu afamado talento financiero y yo podría decidir qué tan convencida estoy de vender los terrenos de Holanda. Ahora, es el turno de vuestra Merced, de hacer las preguntas y conjeturas que os vengan en gana. Prometo no mentiros. –
Su tranquilidad y aplomo, por fin, no eran una careta. Por primera vez, desde que descubrió quién era realmente Alessa Strauss, se alegró de tenerla a su lado y no en la vereda de enfrente. Ningún alisado le pareció nunca tan valioso como la germana sentada frente a ella.
***
– Sed bienvenida a nuestra morada. – logró articular, justo en el momento en que Charles se unía a ellas.
El Can abrazó a su “hija” y le depositó un suave beso en la frente, para luego enfrentar a la invitada. Con una elegante floritura se inclinó y tomó la diestra de Alessa para apenas insinuar el protocolar ósculo que dictaba la normal social:
– Vuestra presencia honra a nuestra casa. – corroboró el “Zorro” guiando a Alessa al interior de la casita en la que él y Jîldael tantas esperanzas habían puesto.
Los criados se habían retirado a tiempo; los vecinos se comportaban normalmente; nadie en ese lugar parecía fuera de punto; y, sin embargo, Jîldael se sentía expuesta. Charles fue quien ofició de anfitrión y quien guió la charla mientras disponían las cosas para el almuerzo que con tanto cuidado habían preparado. De vez en cuando una broma sobre la realeza; o quizás, un pequeño secreto para lograr un aperitivo perfecto; después, un consejo sobre flores; e incluso su Maestre se atrevió a ir más lejos, hablando de armas. Sólo entonces Jîldael comprendió la trampa del Alfa: sin que Alessa se diera cuenta, guió de tal modo la conversación que cada chiste, rumor y discusión iban revelando quién era realmente la Strauss. La felina tardó un poco en descifrar el complicado juego de su Maestre, pero cuando él nombró las flores y la aristócrata apenas si dijo nada, vio con claridad cómo era que debía obrar; y lo confirmó cuando, por el contrario, el “Zorro” tocó el tema de las armas y la joven con soberano esfuerzo, disimuló no saber nada sobre ello.
“Se muere por demostrarnos todo lo que sabe... Ahora ella también ha mentido...”, darse cuenta de que Alessa también estaba ocultando cosas fue el empujón que necesitó para relajarse, para dejar de tener ese miedo animal que tan fácilmente la sometía; no le gustaba ser así, no le gustaba estar a merced del miedo, de las dudas, de la fragilidad. Demasiado tiempo estuvo con la cabeza gacha; no tenía la intención de permitir nunca más que nadie la hiciera sentir así; mucho menos una simple mortal.
Habiéndose dado este cambio tan importante para ella, Jîldael se permitió acariciar a su bebé a través del íntimo gesto que toda madre ha compartido con su hijo nonato. Miró a Alessa con calma renovada y sugirió pasar a la mesa. El almuerzo transcurrió en absoluta normalidad y nada de lo que allí se dijo tenía importancia alguna; la careta feliz de la Strauss revelaba cuánto le molestaba perder el tiempo de esa manera. Sólo cuando Charles sirvió el postre, fue que Jîldael retomó la palabra para, por fin, tocar el meollo de la reunión:
– Sé que pensáis que hemos perdido un tiempo valioso que bien podríais invertir en otros negocios. Sé que sospecháis de nosotros pese a que todo cuanto veis aquí coincide con la historia que os hemos contado. Sé que os frustra no poder comprobar si vuestra agudeza ha errado por primera vez o no. – hizo una pausa para asegurarse de que la aristócrata estaba siguiendo sus palabras con toda atención – No es momento ni de afirmar ni de negar mis palabras previas; ya vos misma podréis haceros vuestra propia opinión de todo lo que aún os resta por descubrir. De lo que sí es momento es de hacer negocios. De eso, mi querida Alessa, no tengáis la menor duda. Pero aún no nos embarcaremos en la compleja aventura holandesa. El negocio del que requiero vuestra asesoría, sólo nos pide viajar a Lyon. Sería un viaje de dos semanas en las que vos podrías por fin dar cuenta de tu afamado talento financiero y yo podría decidir qué tan convencida estoy de vender los terrenos de Holanda. Ahora, es el turno de vuestra Merced, de hacer las preguntas y conjeturas que os vengan en gana. Prometo no mentiros. –
Su tranquilidad y aplomo, por fin, no eran una careta. Por primera vez, desde que descubrió quién era realmente Alessa Strauss, se alegró de tenerla a su lado y no en la vereda de enfrente. Ningún alisado le pareció nunca tan valioso como la germana sentada frente a ella.
***
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
Uno de los grandes secretos del trato con los hombres consiste,
para los inteligentes, en fingir menos inteligencia de la que tiene,
y para los tontos, en fingir más.
Noel Clarasó
Una cara algo turbada apareció frente a ella y eso le gusto, sentir que tenía un poco de ventaja era parte de lo que necesitaba para estar mucho más cómoda en aquel lugar en el que no sabía que le esperaba. En el exterior todo era seguridad pero en el interior de esa casa todo era incierto, y cada rincón e la misma podía encontrarse repleta de peligros para ella.
Mantenía esa sonrisa perfecta y esa fachada de mujer de negocios tan bien ensayada que tenia desde siempre y finalmente cuando la Noir le respondió asintió con una leve inclinación al tiempo que un hombre… o más bien el hombre que había ya visto en las afueras del café de su primer encuentro se acercaba hasta ellas.
- Es todo un honor estar aquí en presencia de ambos - anunció como respuesta al cordial saludo del hombre, pues hasta ese momento lo único que hacían notar ambas partes era cordialidad, solo la necesaria para que las cosas siguieran el curso estipulado hasta que se encontraran en la seguridad de la casa, donde nadie podría verles para que todo se volviera el asunto tan delicado que era lo que estaban tratando.
Con paso elegante ingreso en aquella pequeña casa, que lucía tan simple como impecable… con detalles de que llevaba ya un tiempo habitada pero como siempre, la asesina dudaba de todo lo que era capaz de ver. De lo único que ella no dudaba era de si misma y eso hasta algunas veces lo ponía en tela de juicio.
Mientras aguardaban que todo estuviera dispuesto para que pasaran a la mesa disfrutaron de una charla que parecía de lo más normal del mundo, nada estaba fuera de contexto y todo parecía haber sido planeado para que se diera de una manera pacifica. Era extraño pero ambas partes… los Noir y ella misma estaban jugando las cartas de una manera impecable, la germana sabía de muchas cosas, conocimientos generales pero no cabía la menos duda de cual era la parte fuerte de todo su conocimiento, mucho más cuando el viejo pregunto sobre armas y se vio obligada a fingir no conocer nada. En el mismo instante en que sus palabras cruzaron sus labios, se dio cuenta de que el viejo y la mujer le habían descubierto… no podía ocultar esa parte de ella y ese siempre había sido uno de sus puntos débiles. A pesar de ese inconveniente continuo como si nada, pudiendo sacar una que otra cosa de los anfitriones, pero nada que saciara sus ansias de conocimiento.
La reunión continuo sin más dudas, solo que Alessa podía notar como la joven que estaba frente a ella se fortalecía lentamente al pasar el tiempo… característica que admiraba porque si su misión no era precisamente la que en un principio se le había dado, sería necesario que la fuerza de la futura madre saliera a la luz pronto, de otra manera ella, el viejo e incluso la misma asesina corrían peligro.
Comieron como si no hubiera negocio alguno que tratar, más cuando llego el postre las situaciones cambiaron y la mujer expreso todo lo que había estado guardando desde el momento mismo en que se habían visto en la entrada de esa casa.
Degustando el postre sin perder atención a cada palabra, permaneció silente hasta el momento en el que el postre se termino y entonces suspiro.
Las cartas reales, las cartas verdaderas estaban por jugarse y si bien se aseguraba que ella podría darse cuenta lentamente de todo a su debido tiempo, decidió que era el momento de mostrar la jugada que poseía y la cual sabía que sería de suma importancia para las personas frente a ella. Sonrió, no como lo había hecho en un principio, no la sonrisa falsa si no la real, aquella que transmitía toda la seguridad que poseía en si misma.
- No creo haber perdido el tiempo, de haberlo pensando no habría venido aquí desde un inicio. Además tiene usted razón, sospecho de ustedes pero es más mi interés en nuestro negocio - aseguró eso, buscando la manera de darle a entender que todo lo que hablaran quedaría entre ellos, si era contratada se entregaba por completo a la causa, fuera cual fuera - Viajare con usted, tenga eso por seguro y también confíe en que haré gala de mi talento financiero y de ser necesarios de algunos otros que poseo, todo por el bien de este negocio en el que nos embarcaremos - guardo silencio unos minutos mientras su mirada viajaba de la joven al anciano - Poseo muchas conjeturas y no creo que sea conveniente que las mencione todas, lo que si deseo saber es… - mostró una sonrisa de medio lado - ¿Hay algo más detrás de todo esto?, porque no creo que sea una simple venta de tierras... - recobro la seriedad - entiendan que… es necesario saber ese detalle, no necesito saber nada más que eso por ahora - guardo silencio una vez más esperando la respuesta, siendo quizás de ella de la que dependería que entrara en todo el movimiento o permaneciera fuera de el.
para los inteligentes, en fingir menos inteligencia de la que tiene,
y para los tontos, en fingir más.
Noel Clarasó
Una cara algo turbada apareció frente a ella y eso le gusto, sentir que tenía un poco de ventaja era parte de lo que necesitaba para estar mucho más cómoda en aquel lugar en el que no sabía que le esperaba. En el exterior todo era seguridad pero en el interior de esa casa todo era incierto, y cada rincón e la misma podía encontrarse repleta de peligros para ella.
Mantenía esa sonrisa perfecta y esa fachada de mujer de negocios tan bien ensayada que tenia desde siempre y finalmente cuando la Noir le respondió asintió con una leve inclinación al tiempo que un hombre… o más bien el hombre que había ya visto en las afueras del café de su primer encuentro se acercaba hasta ellas.
- Es todo un honor estar aquí en presencia de ambos - anunció como respuesta al cordial saludo del hombre, pues hasta ese momento lo único que hacían notar ambas partes era cordialidad, solo la necesaria para que las cosas siguieran el curso estipulado hasta que se encontraran en la seguridad de la casa, donde nadie podría verles para que todo se volviera el asunto tan delicado que era lo que estaban tratando.
Con paso elegante ingreso en aquella pequeña casa, que lucía tan simple como impecable… con detalles de que llevaba ya un tiempo habitada pero como siempre, la asesina dudaba de todo lo que era capaz de ver. De lo único que ella no dudaba era de si misma y eso hasta algunas veces lo ponía en tela de juicio.
Mientras aguardaban que todo estuviera dispuesto para que pasaran a la mesa disfrutaron de una charla que parecía de lo más normal del mundo, nada estaba fuera de contexto y todo parecía haber sido planeado para que se diera de una manera pacifica. Era extraño pero ambas partes… los Noir y ella misma estaban jugando las cartas de una manera impecable, la germana sabía de muchas cosas, conocimientos generales pero no cabía la menos duda de cual era la parte fuerte de todo su conocimiento, mucho más cuando el viejo pregunto sobre armas y se vio obligada a fingir no conocer nada. En el mismo instante en que sus palabras cruzaron sus labios, se dio cuenta de que el viejo y la mujer le habían descubierto… no podía ocultar esa parte de ella y ese siempre había sido uno de sus puntos débiles. A pesar de ese inconveniente continuo como si nada, pudiendo sacar una que otra cosa de los anfitriones, pero nada que saciara sus ansias de conocimiento.
La reunión continuo sin más dudas, solo que Alessa podía notar como la joven que estaba frente a ella se fortalecía lentamente al pasar el tiempo… característica que admiraba porque si su misión no era precisamente la que en un principio se le había dado, sería necesario que la fuerza de la futura madre saliera a la luz pronto, de otra manera ella, el viejo e incluso la misma asesina corrían peligro.
Comieron como si no hubiera negocio alguno que tratar, más cuando llego el postre las situaciones cambiaron y la mujer expreso todo lo que había estado guardando desde el momento mismo en que se habían visto en la entrada de esa casa.
Degustando el postre sin perder atención a cada palabra, permaneció silente hasta el momento en el que el postre se termino y entonces suspiro.
Las cartas reales, las cartas verdaderas estaban por jugarse y si bien se aseguraba que ella podría darse cuenta lentamente de todo a su debido tiempo, decidió que era el momento de mostrar la jugada que poseía y la cual sabía que sería de suma importancia para las personas frente a ella. Sonrió, no como lo había hecho en un principio, no la sonrisa falsa si no la real, aquella que transmitía toda la seguridad que poseía en si misma.
- No creo haber perdido el tiempo, de haberlo pensando no habría venido aquí desde un inicio. Además tiene usted razón, sospecho de ustedes pero es más mi interés en nuestro negocio - aseguró eso, buscando la manera de darle a entender que todo lo que hablaran quedaría entre ellos, si era contratada se entregaba por completo a la causa, fuera cual fuera - Viajare con usted, tenga eso por seguro y también confíe en que haré gala de mi talento financiero y de ser necesarios de algunos otros que poseo, todo por el bien de este negocio en el que nos embarcaremos - guardo silencio unos minutos mientras su mirada viajaba de la joven al anciano - Poseo muchas conjeturas y no creo que sea conveniente que las mencione todas, lo que si deseo saber es… - mostró una sonrisa de medio lado - ¿Hay algo más detrás de todo esto?, porque no creo que sea una simple venta de tierras... - recobro la seriedad - entiendan que… es necesario saber ese detalle, no necesito saber nada más que eso por ahora - guardo silencio una vez más esperando la respuesta, siendo quizás de ella de la que dependería que entrara en todo el movimiento o permaneciera fuera de el.
Morgan Strauss- Humano Clase Alta
- Mensajes : 111
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Re: De negocios y venganzas I: La reunión {Privado}
“La verdad es el mejor camuflaje. ¡Nadie la entiende!”
Max Frisch.
Max Frisch.
Alessa guardó silencio, uno que le resultó casi opresivo. Pero, finalmente, las palabras que salieron de su boca, eran tranquilizadoras; o eso le pareció, antes de su jugada final.
– ¿Hay algo detrás de todo esto?... – era justo; para Alessa, como para cualquier inversionista, los riesgos no valían la pena, sino se conocían de antemano los beneficios y así se lo hizo saber a Jîldael – , no necesito saber nada más que eso. – insistió la germana.
Y allí estaba la única pregunta que la Cambiaformas hubiera preferido no responder, la única, sin embargo, que era necesaria para que la aristócrata frente a ella se aventurara en un negocio del que ni siquiera la Del Balzo estaba segura cómo acabaría.
Podría haber retrocedido en ese momento. Aquél era su punto de quiebre; si negaba todo, perdería a Alessa y podría volver a su anonimato; imaginó, en esos segundos, lo que sería dejarlo todo, buscar una cabaña perdida en la nada y vivir en paz, con lo que obtuviera de la tierra, sin mayores preocupaciones que el día a día... y supo que esa vida jamás existiría para ella; así que sólo había un camino para seguir.
– Sí. Lo que en realidad deseo proponeros no tiene nada que ver con mis viñedos; la venta es algo que en realidad no me apura, pero sí me resulta atractiva; si acabamos vendiendo los terrenos de Holanda o no, es realmente un tema secundario. Pero aquello para lo que en verdad requiero de vuestra presencia no puedo revelarlo aquí; es demasiado peligroso para mí, y ahora, también lo es para vos. Mañana, al amanecer, partiré a Lyon; os esperaré por espacio de 40 minutos; si deseáis venir, sabréis todo lo que ahora no os puedo decir. Si no deseáis venir, os rogaría hacer cuenta que nada de esto sucedió. –
Era su jugada final; no podía retrasarla más. Era momento de vencer o morir.
***
– ¿Hay algo detrás de todo esto?... – era justo; para Alessa, como para cualquier inversionista, los riesgos no valían la pena, sino se conocían de antemano los beneficios y así se lo hizo saber a Jîldael – , no necesito saber nada más que eso. – insistió la germana.
Y allí estaba la única pregunta que la Cambiaformas hubiera preferido no responder, la única, sin embargo, que era necesaria para que la aristócrata frente a ella se aventurara en un negocio del que ni siquiera la Del Balzo estaba segura cómo acabaría.
Podría haber retrocedido en ese momento. Aquél era su punto de quiebre; si negaba todo, perdería a Alessa y podría volver a su anonimato; imaginó, en esos segundos, lo que sería dejarlo todo, buscar una cabaña perdida en la nada y vivir en paz, con lo que obtuviera de la tierra, sin mayores preocupaciones que el día a día... y supo que esa vida jamás existiría para ella; así que sólo había un camino para seguir.
– Sí. Lo que en realidad deseo proponeros no tiene nada que ver con mis viñedos; la venta es algo que en realidad no me apura, pero sí me resulta atractiva; si acabamos vendiendo los terrenos de Holanda o no, es realmente un tema secundario. Pero aquello para lo que en verdad requiero de vuestra presencia no puedo revelarlo aquí; es demasiado peligroso para mí, y ahora, también lo es para vos. Mañana, al amanecer, partiré a Lyon; os esperaré por espacio de 40 minutos; si deseáis venir, sabréis todo lo que ahora no os puedo decir. Si no deseáis venir, os rogaría hacer cuenta que nada de esto sucedió. –
Era su jugada final; no podía retrasarla más. Era momento de vencer o morir.
***
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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