A Dios rogando, pero... {libre}

por **Natasha Stroganóva** Dom Ene 26, 2014 8:27 am

Que de todos era sabido en París que, los domingos por la mañana en la Rue Lepic era el lugar idóneo para que los ladronzuelos y raterillos hicieran su particular agosto abusando del trabajo y esfuerzo de las buenas gentes de bien, que trabajaban hasta partirse el lomo en los campos para ganar un mísero jornal con el que vivían de 3 a 6 miembros de las familias más humildes de la capital. Pero que eso no detenía ni al más compasivo de los gitanos, porque, a fin de cuentas, todos ellos eran unos sinvergüenzas y mal aventurados, que no habían conocido más ley que la del "A Dios rogando, pero con el mazo dando". Y vaya si daban con el mazo, sólo que éste no estaba tallado en madera, más bien estaban hechos de carne y hueso y eran más listos que un zorro viejo. Este zorro no medía más de medio metro, escurridizo como una serpiente de campo y con un don de oratoria que más quisieran los más flamantes ministros de Flandes.

El zorrillo en cuestión, parecía más bien, en aquella ocasión, un cometa negruzco que atravesaba el mercado a toda velocidad con un preciado trofeo en la mano mientras los honrados pueblerinos, ya más que acostumbrados a tales espectáculos, se hicieron a un lado habilidosamente para no ser arramblados por el pequeño torbellino. Al zorrillo entonces le dio por girar la cabeza para ver si se cercioraba que su perseguidor se había perdido entre la multitud. El malhumorado frutero perseguía a la ladronzuela con un rodillo de madera en alto "¿Los fruteros tienen rodillos?" e iba tan ofuscado el hombre que se estampó contra un viandante despistado y ambos cayeron de bruces. La ladronzuela emitió una sonora carcajada, pero, como se suele decir "no te rías del mal del vecino, porque el tuyo viene de camino" y tan a camino estaba que, casi sin verlo venir, chocó contra una señorona gorda y arrugada. Por supuesto que la culpa había sido de la señorona, a la que, de paso, robó el sombrero antes de seguir con la carrera. Pero alguien la frenó en seco agarrándola de un brazo y reteniéndola para dar tiempo al pesado frutero de llegar hasta allí.

-¡Devuélveme la manzana que has robado, mocosa!-le espetó a la chiquilla. El hombre tenía un acento extraño y movía los labios de una forma tan rara que escupía al hablar.
-¿Yo? ¿Robar? ¡Dios me libre de tal tamaña afrenta, monsieur! Que mis padres muy honrados eran y en demasiada alta estima me tengo para ir andando ahora semejantes acusaciones.-puso su mejor cara de indignación, que de poco le sirvió en aquellos momentos.
-No te me andes con truculerías, mozalbeta. ¡Que yo te he visto con este par de ojos míos y tú de inocente tienes lo que yo de fraile!
El hombre que la tenía agarrada también intervino y vino a ponerse del lado del frutero y metió las manos en una de las aberturas del abrigo de la chiquilla, en busca de la fruta perdida.
-¡Que yo la he visto guardarse la manzana en uno de sus suos bolsillos de aquí!-comenzó a zarandear a la muchacha, pero en vista de que no caía nada y nada encontraban, otro hombre de la multitud salió en defensa de la ladronzuela.
-Que la dejes ya, ¿no veis que no es más que una zagala? Pos si te han robao han debío de ser otros.
-¡¿Ah, que me andáis llamando mentiroso?!

En menos de medio minuto, el mercado entero empezó a balbucear, con los puños al aire y los labios apretados, acusando al vecino de al lado. El griterío se convirtió en la orquesta particular de aquella mañana, y del robo de la fruta se pasaron a temas cada vez más soeces y chabacanos.

Cuando la ladronzuela se vio librada de la zarpa callosa del amigo del frutero, trató de salir disimuladamente del mercado, aprovechando que ya nadie parecía darse cuenta de su presencia, ya que estaban demasiado ocupados en dar plena consciencia al barrio entero de quién era el cornudo, el moroso o el hijo de mala madre de turno. Como el complejo de gato, y de cualquier otro animal, nadie se lo quitaba, la muchacha escaló hasta llegar a uno de los tejados más altos, desde podía observar toda la escena con una media sonrisa en los labios, mientras se quitaba el sombrero de la señorona (que llevaba puesto encima de su boina habitual) y sacaba una manzana rojiza de su interior, a la que le dio un bocado, que le supo casi a cabello de ángel (aunque ella nunca había probado el tal "cabello de ángel" y de sólo imaginarlo le parecía repugnante, pero Pastelcaliente le había dicho que estaba bueno, así que, supuso que así debía ser)

por **Felicity Shalott-Banshee** Dom Ene 26, 2014 9:20 am

Paseando por las calles, ruidosas y repletas de gente, intentó localizar algún sitio donde poder descansar después de un viaje tan ajetreado y a pie desde las afueras de París. Mandada por indicaciones de un señor viejo y de desdentada sonrisa, esa extraña joven de alborotada melena rubia llegó a lo que parecía ser un mercado. Sonriendo con delicadeza se iba acercando a las gentes, mejor vestidas que ella y más arrogantes, para pedir direcciones. Pero lo único que conseguía eran soberbios empujones y risotadas varias dirigidas a su andrajoso vestido. Resoplando con sorna para apartarse su largo flequillo, siguió caminando hacia el mercado.

- Se ve que por estos lares también abunda la gente mal avenida... - comentó en voz alta para sí misma, cuando vio un gran revuelo en la zona de las frutas. Entornando los ojos pasó como buenamente pudo entre el griterío y los codazos que se propinaban carniceros, tenderos, fruteros y gente que no tenía otra cosa que hacer que meter zafia. Hasta que pareció desaparecer entre las faldas de las mujeres. O no.

Girando la cabeza vio una pequeña figura en el tejado destartalado de una de las casas, que observaba la bulliciosa escena, y con esa sonrisa habitual tan suya, que muchos calificarían de loca; escaló hasta allí con una facilidad extraña para lo grande que era y la ropa tan desastrosa que portaba. De un pequeño salto se sentó a un lado de la joven del sombrero extravagante y la miró con curiosidad. - Así que, a ti se debe todo el barullo que hay armado en la zona de las frutas ¿verdad? Eres muy pequeña para ser tan lista. Bueno, quizás sea que la juventud de hoy día estáis mejor preparada -. Sonriendo, la joven de aspecto desquiciado rebuscó en una pequeña bolsa de remiendos que llevaba al brazo y le ofreció a la niña un trozo de queso y pan.

por **Natasha Stroganóva** Sáb Feb 08, 2014 11:36 am

Casi llorando de la risa estaba la rusa mientras contemplaba las caras pasmadas de los pueblerinos del mercado que creyó que iba a dolerle las tripas de tanta juerga. Pucca también parecía contento con el revés que habían burlado, otra vez, al Destino, pues no dejaba de contonear la cola y las orejas tan alegre como su dueña.

Mientras aspiraba profundamente para no ahogarse (que ahogarse de la risa no sería un fin digno para tal briboncilla de ligeros pies. No señor. Que todavía le quedaban unos cuantos trucos que enseñar al mundo la pilluela rusa) una voz, igual de joven y cristalina que la suya propia, interrumpió su feliz cortejo de lo bien que había salido todo para ella. Se trataba de una muchacha escuálida, rubia y de sonrisa y mirada extrañamente cálidas. La rusa colocóse bien su chambergo y se puso en jarras, mirando directamente a la desconocida que con tanta osadía había escalado las paredes resbaladizas para subir a conocer a la artífice de tal algarada.

-La edad es algo relativo. Algunos crecen de cuerpo, pero de aquí, de la mollera no les riega bien la sangre -dijo, por toda respuesta, repitiendo más o menos las palabras, referidas a su misma persona, que decía la jefa del orfanato ruso donde se había alojado durante algunos años. La rusa alzóse una ceja cuando vio a la otra muchacha regalarle un mendrugo de pan con queso, y, como la discreción no era una de las virtudes que Dios vio por convenido regalar a la mozuela, esta no pudo evitar promulgar en voz alta:- Uy, ¿y esa generosidad? Vaya a ser cierto lo de la hospitalidad de los franceses -a pesar de todo, la joven aceptó la ofrenda de la otra rubia, dándole un mordisco bien grande al pedazo de queso y saboreándolo como sólo una tabernera de pueblo rolliza y rosada haría al disfrutar de las mieles de tal sabor- Pero bueno, y tú... -empezó, volviendo al tema de conversación anterior-... no eres más mayor que yo, de todos modos. ¿Cuántos años te gastas? ¿Diecisiete, dieciocho? -comentó con la boca llena, pues si bien sabía que el tema de la edad no era gusto de todas las señoritas perfumadas de París, estaba más que claro por los ropajes de ambas pilluelas, que ninguna de las dos eran señoritas ni estaban perfumadas, que esos menesteres de la cortesía se los reservaba para los bobalicones de las altas esferas, a esas que ella pertenecía aunque no lo sabía.

por **Felicity Shalott-Banshee** Dom Feb 09, 2014 5:55 am

Sin prestar demasiada atención al tono o formas en los que, con un deje un tanto sarcástico o burlesco se dirigía esa joven pilluela a su persona, la rubia de enmarañada melena sacó de la misma bolsa una manzana de brillante y sano color verde y le dio un mordisco, un tanto brutal y descarnado para ser una simple fruta lo que se llevaba a la boca. - Sí, eso dicen, pero hay quienes aún regándoles la sangre no gastan los trucos y habilidades que tú tienes, niña -. Sonriendo escuetamente se quedó mirando en rededor lo que ocurría, pensando que, de donde esa pequeña niña viniera, también había celadores cínicos que se creían dueños del mundo.

Riéndose, se sentó en las rojizas tejas del destartalado tejado cruzando las piernas debajo del destartalado faldón de forro algodonado y con un gesto divertido apoyó la mejilla sobre la manga descosida y raída de su vestido, dejando entrever las vendas que por ventura o mala suerte le cubrían la mano y parte del brazo. - No soy francesa, muchacha, y dudo que los pocos franceses que se tomaran la molestia de ayudar a otra persona que no fuera ellos mismos lo hicieran sin interés alguno -. Sonriendo, inclinó la cabeza hacia un lado para ver mejor a la joven, dejando entrever entre los largos mechones de su flequillo unos brillantes y tristes ojos azul grisáceo. - ¿Tiene algo de malo ayudar sin recompensa alguna a un semejante? -.

Rechinando con suavidad los dientes a modo de sonrisa, está sí, más extraña que las otras; se acercó de manera directa a la joven, quizás sin darse cuenta de que esa forma suya de actuar o moverse pudiera resultar molesta o incluso amenazante. - Y como tú bien dices, la edad es algo relativo. He vivido más experiencias de las que mis diecinueve teóricos años pueden aguantar-.

por **Natasha Stroganóva** Jue Feb 13, 2014 1:11 pm

-Ajá. Vuestra merced perdone. A veces me ando perdida con lo de los acentos y demases asuntos de lenguas -por supuesto, que ella no era nada versada en las literaturas, y, empero, sabía leer y escribir. ¡Incluso hablar francés! ¡Já! Vaya cosa rara, ¿no? Una pulguilla como ella toda letrada en la lingua franca de Voltaire. No dejaba de ser éste unos de los misterios más a los que añadir en su vida. La directora del orfanato de San Petersburgo lo había dado como una mera anécdota sin importancia. Porque, eso sí, con la oronda señora Kuzlóva poco importaba si eras mendiga o majarajá de las Indias, que en su orfanato se trabajaba igual. ¡Pues buena era doña Katya!

-Y no, no tiene nada de malo. Es sólo sorprendente. En cualquier caso, me gustaría devolverte el favor -y eso era así, porque a la rusa no le gustaba deber nada a nadie. ¿Orgullo? Pudiera ser que algo de la arrogancia aristocrática no se le hubiere ido del todo. Que ínfulas, la ladronzuela tenía, para que nos vamos a engañar. Y genio también se le daba. Pero tampoco era una desagradecida. La ley de la calle, imagino; el hoy por ti mañana por mi lo tenía la rusa bien, pero que bien sabido.

-Si no sois francesa, decidme, ¿a qué caminos del Señor pertenecéis? -inquirió la rusa, sin ahorrarse ni una chispa la burlona sentencia que hacía a ese supuesto "Señor" con el que tanto se les llenaba la boca a los mea pilas que en todos sitios parecían crecer- Yo tampoco soy francesa, pero aquí tampoco se está tan mal. Tienen sus cosas de pitítefuá y eso, pero cada país tiene sus aqueles -se encogió de hombros, como quitándole hierro al asunto. No dijo que si se había quedado en la capital francesa durante, por aquel entonces, ya dos años, era por aquel lucido medallón de oros y platas y gemas y no sé qué más florituras llevaba, pero que era la única pista que tenía la rusa a la pregunta que llevaba cuestionándose desde hacía... Bueno, desde que podía recordar, claro estaba. Algo muy majadero, podríamos decir, depositar toda esperanza en un trozo de metal en lugar de venderlo y sacarse unas muy buenas -y necesitadas- perrillas. Pero no esperaba la rusa que nadie que no hubiese pasado por lo mismo exacto lo fuese a comprender. Es por eso que se calló y continuó con sus chanzas y burlerías, maneras tan propias de ella que ya casi ni era consciente de que podía generar malos entendidos. Algo le decía, empero, que aquella muchacha de cenicientos cabellos también tenía sus propios demonios.

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