En la razón sólo entrarán las dudas que tengan llave - Privado.

Todo su ser, había descubierto, estaba en sintonía con el rítmico latir del corazón de la fémina. No era de sorprenderse, se dijo, que los vampiros sucumbieran a un llamado como ese. Él, como ellos, tenía en sus manos el poder de decidir si la joven vivía o moría. Lamentablemente, ya había comprobado que lo segundo no entraba en sus planes. Al menos, no en los de corto plazo. Había destruido el imperio que había ayudado a construir en un arranque de locura. ¡No había otra explicación para su actuar! ¿De qué manera se justificaba que un médico tan importante como él se sintiera atraído y fascinado por esa extraña criatura a tal grado de traicionar a sus camaradas? Se suponía que junto a los demás médicos, descubriría la fórmula para hibridar las razas. ¡Él los lideraba! ¡Era suyo el proyecto! La iglesia había confiado en su inteligencia y en su ambición para salir victorioso donde otros siempre habían fracasado. Estaba tan cerca. Tan malditamente cerca. Su mano se cerró fuertemente alrededor del vaso que contenía una notable cantidad de whisky al oírle gritar su nombre. Inmediatamente, una de las criadas se apresuró a su despacho. Había dado órdenes precisas de que nadie, excepto él, atendería a Monika. Ellos no habían hecho ninguna pregunta, aunque estaba seguro que sus sirvientes cuchicheaban a sus espaldas. Su precipitada llegada a Francia había sido sospechosa. Especialmente, porque cargaba consigo a una mujer herida. No ayudó mucho que pagase una cuantiosa suma por aquélla mansión que estaba en pésimas condiciones. Aunque tenía que aceptar que tampoco se había molestado y/o preocupado mucho en acallar los rumores. Su nuevo puesto como subdirector en el hospital había hecho el trabajo por sí solo. De modo que pronto tuvo bajo su servicio a un par de trabajadores, mismos que eran bien remunerados. El dinero no representaba ningún problema. Su padre había muerto y él heredado cada uno de los bienes pertenecientes a los Hordakroft hacía un par de años. Además, la Iglesia había sabido pagar bastante bien su exclusividad.

– Prepara una bandeja y déjala en la puerta. No quiero que nadie nos interrumpa. Su acento estaba fuertemente marcado, pero Gérald ya se había acostumbrado a su manera de hablar. Le temía. Kristoff lo había percibido desde el momento en que sus miradas se cruzaron por vez primera. Sabía que seguía bajo su mismo techo por Monika. ¿Había percibido el peligro que emanaba de él cada vez que se trataba de la joven? El rubio odiaba a la cambiaformas. La odiaba con una fuerza bruta, equiparable a la atracción que sentía cada que se encontraban en la misma habitación, cuando las paredes parecían contraerse, empequeñeciendo el espacio que les rodeaba. Así había sido desde que la vio en la mesa, a punto de ser diseccionada por su ayudante. ¡Y eso no había sido lo peor! Bebió el whisky de un trago al recordar esos malditos celos que sintió cuando supo que otros hombres la forzarían para procrear con ella. Monika era hermosa. Él había visto su cuerpo desnudo desde que la sacó de su prisión. Al principio había sido para tratar cada una de sus heridas, pero cuando éstas fueron mejorando, lo hizo solo por el placer que le provocaba poner sus manos sobre la piel ajena. Ella era suya. La veía como una propiedad más, inclusive como uno de los sementales que a su hermano tanto le gustaba coleccionar. Le había quitado los grilletes que le habían puesto los inquisidores, solo para reemplazarlos por unos propios. Conforme subía las escaleras, deseó que esa vez, su despertar durase más que unos minutos. Quería saciar su curiosidad, pero no lo haría con ella inconsciente. Si iba a forzarla y esperaba no tener que llegar a ello, al menos sería con ella respondiendo sus exigencias. Sus hábiles manos, no servían solo para curar, tal como lo había demostrado con cada una de sus amantes. Podía ser todo un profesional, se dijo, continuando con sus estudios en aquélla raza. ¿No la habían llevado a ella y a su hermana precisamente para procrear? A Kristoff no le parecía terrible ser quien diera su simiente. ¿Qué mejor forma de obligarla a permanecer bajo sus cuidados? Entró a la habitación con una falsa sonrisa en su rostro. – Si puedes gritar con esa fuerza, eso significa que tus heridas son el menor de tus problemas. Se acercó hasta la cama, sin apartar la mirada del rostro de la joven. – Acuéstate. Déjame verlas. Sentenció, apartando las mantas que la cubrían. No había nada cubriendo su piel. Cosa que, al parecer, ella había pasado por alto antes de su llegada.