El rey de copas.

Corrí bajo la lluvia a toda velocidad, dando un pequeño salto para agarrarme a la reja de seguridad antes de saltarla. Los perros se escuchaban ladrar en la lejanía y las luces de las linternas aun se veian por en medio de los arboles del bosque.
Nunca debi hacer tratos con aquel hombre, me dije a mi misma mientras avanzaba mordiéndome los labios con la angustia contenida. Pero ya ¿de que servía lamentarse por lo ocurrido…?

Sera mejor que empiece por el principio, pues dicen que todo cuento tiene su inicio. Pero, ¿en que momento los cuentos se diferencian de las historias de terror?
Todo había comenzado hacia siete meses. Cuando después de llegar a Inglaterra había conocido a un elegante inmortal. ¿Qué quién era? …
Le llamaban Jim. Y era un acaudalado hombre de negocios que se movía por los bajos fondos de la ciudad.

Jim era un hombre misterioso, enigmático, con aires de grandeza. Y yo debo admitir, que me cegué con su imponente presencia desde el principio. Fueron muchas cosas las que me intrigaron de aquel extraño señor. Pero fueron sencillas las cuestiones que me ataron de algun modo a él.
Pero...quien sabe que fue exactamente. Quizás fue simplemente porque en tan solo un segundo me prometió protección, quizás porque en tan solo un segundo me prometió la estabilidad que tanto anhelaba, quizás tan solo porque quería conquistarme con palabras bonitas para que me abriera de piernas. Fuera como fuera ahí estaba yo, rendida a los pies de un hombre poderoso que parecía poder conquistar cuanto horizonte se cruzara por su vista.

Tengo que admitir…Que por un momento me gustó la idea de sentirme asi de apreciada por alguien, como si algun sujeto se pudiera interesar por mi por algo mas que por ser una simple mujer.
Pero cegarse nunca ha sido bueno y la ilusión me duró realmente poco cuando descubrí que como todos los inmortales, éste tenía una perdición y ésta era algo tan banal como el vil, preciado y codiciado dinero. Pues por lo visto, su negocio en los bajos fondos tenía que ver con uno de los negocios más antiguos del mundo, solo que con un “enfoque vampírico”.
Por lo que despertada de la realidad, como si me hubieran abofeteado con todas las fuerzas del mundo. Entendí que el tal Jim se dedicaba a engatusar a inmortales encontradas por ahí, para manipularlas y mantenerlas bajo su voluntad. Utilizándolas cual astuto mercader para venderlas, o explotarlas sexualmente ante los compradores inmortales de las mas altas esferas, quienes tenían de ese modo sus bodegas o sus esclavas para poder saciarse con ellas. En el fondo, era un simple, divertido y lucrativo negocio que al tal Jim… se le daba de fabula.

Pasarían siete meses en los que me mantuve entre su propia cosecha hasta que logre escapar. Pero por algún extraño motivo él no se resignó a perderme. Sino que decidió buscarme el mismo. Quizás temeroso de que su reputación en su negocio como “astuto cazador” pudiera quedar en entredicho al escapar, quizás por simple orgullo o quizás por aburrimiento. Quien sabe por qué, el empezó su búsqueda hacia mi persona dejando sus negocios por un momento atrás. Haciéndome vivir las últimas semanas con el miedo en el cuerpo ante la idea de su simple llegada. Y es que aunque me pesara, temía que me encontrara y que se desfogara conmigo. Pues sus golpes y sus ataques mentales me hicieron desear la muerte en mas de una ocasión.

Era por eso que ahora después de todo este tiempo, venia a este mismo lugar que tantas veces había visto por fuera. Y es que hacía mucho que había descubierto la localización del castillo y quien era mi padre. Pues nada más ser convertida en inmortal, supe que tenía que encontrarle. Por lo que me centre en su búsqueda hasta que di con él…
Pero el miedo ante su persona, ante su rechazo, me hizo saber que no debería molestarle, que no debería incordiar su plena y feliz vida. Después de todo…Yo no era nadie, no podía demostrar ante aquel rey quien era yo. Fue por eso que aunque yo fuera valiente, me convertí en una cobarde.
Cobarde por presentarme, cobarde por desear abrazarle, cobarde por quererle pese a no conocerle…Cobarde por saber donde estaba y no haber tenido jamás las hagallas de ir a por él y presentarme.

Mire mis manos un instante, estaban temblorosas y mojadas, aunque toda yo estaba ya empapada ante la lluvia. ¡Menuda forma de presentarme en un castillo! Mis ropas estaban rotas y sucias de barro, mi rostro aun magullado y se podía apreciar en mis ojos dilatados y ahora en un tono rojizo, el tiempo que hacía que no me alimentaba.

Delante de mí, la puerta gigantesca se mantenía cerrada y a oscuras. Alce mis nudillos hacia la madera y así…Como tantas otras veces en mi vida había ocurrido, vi como mi mano bajaba llevada por la vergüenza hasta caer a un lado de mi cuerpo.
Me giré y di unos pasos hasta sentarme en un escalón que conducía a la puerta. Me senté allí y deje que por mi rostro cayeran las gotas de la lluvia hasta desaparecer en la oscuridad.
Lleve una mano al único objeto de valor que tenia. Un guardapelo con el retrato de mi madre. Lo apreté sintiendo que nacía una efímera sonrisa en mi.

La vida era dura e injusta, pero pese a ello, aun seguía siendo una insensata soñadora como mi madre. Quizás por eso la había querido tanto….
Mi pobre madre…

Sonreía siempre que la recordaba. ¿Cómo no hacerlo? Ella era tan cándida, tan amable, mas sus ojos enamorados siempre describían a aquel que era mi padre con verdadera ternura, con amabilidad, con delicadeza. Ella le amó con todo su corazón, aunque solo fuera una noche. Pero aquel recuerdo le había servido y alimentado toda su vida.

Un rayo ilumino el cielo cuando me levante y subí el escalón en el que me había sentado. Y es que nunca en mi larga existencia me había parado a pensar en que mi madre habia pecado en lo mismo que yo ahora. En no buscarle, en no tener agallas para pedirle ayuda aunque fuera rechazada.
Yo no podía hacer lo mismo, de algo tenía que servirme su error, y le debía eso a su memoria.

Mis nudillos tocaron la puerta con firmeza y esta se abrió con suma brevedad.
¿Quién me iba a decir que ese sería el principio del fin?

- ¡Maldita sea, no puede ser que hayan desaparecido de ese modo!- grité exasperado, lanzando mi copa contra el cristal de la ventana que mostraba enturbiada la noche tormentosa que azotaba aquellas tierras parisinas propiedad de Jerarld y que yo protegía en su ausencia. Refunfuñé y blasfemé, realmente irascible ante la falta de noticias frescas que pudieran llegar a mis oídos. Tras de mí, Kahlan me miraba impasible, con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Luego, ella rompió su estática postura y se encaminó a mi lado, intentando sosegarme.- ¿Encontrar una solución? ¡Como si no lo hubiera intentado ya todo!- gruñí sin mirarle, llevando una mano a mis cabellos, como si así quisiera desprenderme del peso que creía sentir sobre mi cuerpo. Intenté serenarme, sabiendo que mi sobrina jamás me había visto tan enfadado como ahora, pero la incertidumbre me cegaba y estaba harto de aparentar frialdad ante mi familia, aun sabiendo que ellos se hallaban igual o peor que yo mismo.

Posé por un momento la mano sobre el hombro de Kahlan, intentando reconfortarla ahora yo. Besé su sien, gesto impropio de mi persona, para luego darle la espalda y arremangar mi camisa blanca, muy decidido en mi decisión.

- Iré a buscarles yo mismo.- sentencié con voz severa y sin atisbo de dudas.- Y volveré con ellos. Te lo prometo, pequeña.

Kahlan quiso interceder, pero cuando sus labios habían logrado separarse, yo ya había cerrado la puerta de mi despacho y bajaba apresuradamente por las escaleras rumbo al vestíbulo, dónde me encontré a un par de siervos a los que les di mis últimas instrucciones antes de encaminarme a la puerta, aun con la cabeza en un hervidero de ideas y pensamientos sin formas concretas. ¿A dónde pensaba ir? ¿A dónde acudir? ¿A dónde buscarlos? ¿A caso importaba por dónde empezar?

Abrí la puerta bruscamente en el mismo instante en el que unos nudillos repiqueteaban la madera con energía, sorprendiéndome la presencia ante mí de una muchacha con gesto consternado y los ojos carmesíes. ¿Quién diablos era y qué hacía ahí? Fruncí el ceño, dispuesto a llevármela por delante como me interrumpiera el paso por mucho tiempo.

- Disculpa, preciosa, pero ahora mismo no me encuentro de humor para una fornicación exprés. ¿Te importaría volver en unas semanas?- le espeté lo más delicadamente que pude, nervioso y ansioso por salir en busca de mi hermano y su primogénito, sin darle demasiada importancia a aquella desconocida que, al pararme un instante en ella, pude adivinar un algo familiar que me hizo detener las prisas que acarreaba.- ¿Quién eres?- le pregunté alzando una ceja, intrigado.- Espero que me lo puedas contar de camino. ¡Tengo prisa!-añadí, tomándola de la mano y arrastrándola escaleras abajo hasta que la lluvia nos estrechó entre sus gélidos brazos.