AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La Fuerza del Pasado [Maximiliano Capet]
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La Fuerza del Pasado [Maximiliano Capet]
La noche anterior...
Había soñado con mi padre, Yanko Ankudinov, como no lo había hecho en mucho tiempo. La imagen del apuesto romaní de treinta y dos años de cabello y ojos oscuros como la noche se había presentado frente a mi con una vividez tan grande que no pude evitar sentirme inmensamente dichosa al observarle cuando me llamó por mi nombre. Sintiéndome ligera y alegre de espíritu corrí hacia él cuando extendió sus brazos hacia mi, me arrojé en ellos y le abracé fuertemente. -¡Batú!- Pude sentir como sus manos acariciaron mi cabello consolándome. Múltiples sentimientos me embargaron al creer que él había regresado junto a mi, en ese momento era tanto la pequeña niña como la joven romaní del presente. -Košmar bыl sliškom dolgo...- susurré una y otra vez sin poder refrenar mis palabras. -La pesadilla ha sido muy larga... No me dejes otra vez...- supliqué pero justo cuando lo hube pronunciado él comenzó a alejarse de mi. Su varonil rostro romaní se encontró entonces cubierto de sangre. Estaba otra vez congelada observando como su cuerpo yacía en el suelo pero esta vez en lugar de perder el conocimiento mi mirada alcanzó a percibir en un instante tan breve como una ráfaga, unas manos manchadas de sangre... un cuchillo que cortaba las sogas del trapecio...
Me desperté con la voz estrangulada sin lograr que mi garganta desvelase un grito encontrándome sobrecogida por el sueño que acababa de tener. Me levanté y busqué frenéticamente el cofre de madera que guardaba bajo mi cama, abrí la tapa buscando desesperadamente hasta que finalmente encontré lo que buscaba. El último regalo de papá: el collar que había pertenecido a la abuela... Lo tomé firmemente entre mis dedos y encontrándome arrodillada junto a mi cama dejé que los sollozos brotaran y las lágrimas empapasen mis sábanas antes de serenarme. Mi expresión se tornó entonces fría y por un momento el odio se visualizó en mi expresión, coloqué el collar en mi cuello y repetí un firme juramento. -No olvidaré batú...-
Día siguiente, a las ocho de la noche...
-Recuerda que es por una buena causa...-
Como era mi costumbre llevaba mi oscuro cabello suelto, mis ojos maquillados en tonos oscuros contrastando así con el brillo de mis collares de cuenta, mis diversas pulseras adornando mis muñecas, una blusa y una falda larga de tonos verde mar. No era necesario ser una persona de ciencia para saber que era una romaní pero así era como deseaba acercarme a aquellos que pasaban cerca. París era una ciudad curiosa, la noche era igual de ajetreada que el día, nunca hacían falta los transeuntes. Incluso los payos más elegantes solían aburrirse de los viajes en carruaje y se animaban a pasearse en las cercanías de la Plaza Tertre que era adonde me encontraba.
No tarde en toparme con una pareja de quienes por sus finas vestiduras delataban su clase social. -Mademoiselle quiere que le lea su fortuna?- La joven me miró de reojo y rápidamente dirigió la mirada a su acompañante a quien me dirigí sin perder el tiempo. -¿O quizás a usted caballero? Estoy segura de que a su hermosa y elegante dama le haría feliz saber lo que les depara el futuro, sobre todo si confirma esa dicha compartida que irradian sus rostros...- Al notar que la dama se animaba más añadí. -Si después de escucharme os sentís satisfechos me dare por bien pagada con cualquier cantidad de monedas que penséis sea la adecuada darme.- Me acerqué al joven payo y tomando su mano en la mia, la volteé y puse atención a su palma, indicándole lo que esta me revelaba...
Al terminar de leer su palma y recibir una moneda giré sobre mi misma y me alejé de la pareja, aún escuchando los comentarios de la voz femenina que al parecer se encontraba muy complacida de haber descubierto un matrimonio en ciernes contrastando con la no tan bien disimulada contrariedad de su acompañante. Caminé en la dirección opuesta y me fui alejando de ellos y acercándome a la plaza. Entonces moví mi mano y observé la pequeña cartera abriéndola observé el contenido de la misma con una mezcla de satisfacción por lo que veía y una culpa terrible por haber robado tan desfachatadamente. -¿Y así reflejas el orgullo de la raza romaní?- Susurré con un deje de triste sarcasmo y tras esconder mi pequeño botín en mi bolsa sentí mis pies tornarse extremadamente rígidos al creer que no me encontraba sola.
Había soñado con mi padre, Yanko Ankudinov, como no lo había hecho en mucho tiempo. La imagen del apuesto romaní de treinta y dos años de cabello y ojos oscuros como la noche se había presentado frente a mi con una vividez tan grande que no pude evitar sentirme inmensamente dichosa al observarle cuando me llamó por mi nombre. Sintiéndome ligera y alegre de espíritu corrí hacia él cuando extendió sus brazos hacia mi, me arrojé en ellos y le abracé fuertemente. -¡Batú!- Pude sentir como sus manos acariciaron mi cabello consolándome. Múltiples sentimientos me embargaron al creer que él había regresado junto a mi, en ese momento era tanto la pequeña niña como la joven romaní del presente. -Košmar bыl sliškom dolgo...- susurré una y otra vez sin poder refrenar mis palabras. -La pesadilla ha sido muy larga... No me dejes otra vez...- supliqué pero justo cuando lo hube pronunciado él comenzó a alejarse de mi. Su varonil rostro romaní se encontró entonces cubierto de sangre. Estaba otra vez congelada observando como su cuerpo yacía en el suelo pero esta vez en lugar de perder el conocimiento mi mirada alcanzó a percibir en un instante tan breve como una ráfaga, unas manos manchadas de sangre... un cuchillo que cortaba las sogas del trapecio...
Me desperté con la voz estrangulada sin lograr que mi garganta desvelase un grito encontrándome sobrecogida por el sueño que acababa de tener. Me levanté y busqué frenéticamente el cofre de madera que guardaba bajo mi cama, abrí la tapa buscando desesperadamente hasta que finalmente encontré lo que buscaba. El último regalo de papá: el collar que había pertenecido a la abuela... Lo tomé firmemente entre mis dedos y encontrándome arrodillada junto a mi cama dejé que los sollozos brotaran y las lágrimas empapasen mis sábanas antes de serenarme. Mi expresión se tornó entonces fría y por un momento el odio se visualizó en mi expresión, coloqué el collar en mi cuello y repetí un firme juramento. -No olvidaré batú...-
Día siguiente, a las ocho de la noche...
-Recuerda que es por una buena causa...-
Como era mi costumbre llevaba mi oscuro cabello suelto, mis ojos maquillados en tonos oscuros contrastando así con el brillo de mis collares de cuenta, mis diversas pulseras adornando mis muñecas, una blusa y una falda larga de tonos verde mar. No era necesario ser una persona de ciencia para saber que era una romaní pero así era como deseaba acercarme a aquellos que pasaban cerca. París era una ciudad curiosa, la noche era igual de ajetreada que el día, nunca hacían falta los transeuntes. Incluso los payos más elegantes solían aburrirse de los viajes en carruaje y se animaban a pasearse en las cercanías de la Plaza Tertre que era adonde me encontraba.
No tarde en toparme con una pareja de quienes por sus finas vestiduras delataban su clase social. -Mademoiselle quiere que le lea su fortuna?- La joven me miró de reojo y rápidamente dirigió la mirada a su acompañante a quien me dirigí sin perder el tiempo. -¿O quizás a usted caballero? Estoy segura de que a su hermosa y elegante dama le haría feliz saber lo que les depara el futuro, sobre todo si confirma esa dicha compartida que irradian sus rostros...- Al notar que la dama se animaba más añadí. -Si después de escucharme os sentís satisfechos me dare por bien pagada con cualquier cantidad de monedas que penséis sea la adecuada darme.- Me acerqué al joven payo y tomando su mano en la mia, la volteé y puse atención a su palma, indicándole lo que esta me revelaba...
Al terminar de leer su palma y recibir una moneda giré sobre mi misma y me alejé de la pareja, aún escuchando los comentarios de la voz femenina que al parecer se encontraba muy complacida de haber descubierto un matrimonio en ciernes contrastando con la no tan bien disimulada contrariedad de su acompañante. Caminé en la dirección opuesta y me fui alejando de ellos y acercándome a la plaza. Entonces moví mi mano y observé la pequeña cartera abriéndola observé el contenido de la misma con una mezcla de satisfacción por lo que veía y una culpa terrible por haber robado tan desfachatadamente. -¿Y así reflejas el orgullo de la raza romaní?- Susurré con un deje de triste sarcasmo y tras esconder mi pequeño botín en mi bolsa sentí mis pies tornarse extremadamente rígidos al creer que no me encontraba sola.
Dominika Ankudinov- Gitano
- Mensajes : 118
Fecha de inscripción : 10/09/2013
Re: La Fuerza del Pasado [Maximiliano Capet]
Maximiliano se había fijado en la gitana como si fuese cosa del destino, en un encuentro completamente fortuito en el que había ganado más de lo que había perdido. El se encontraba caminando por las calles parisinas cuando se topó con ella por pura casualidad y se convirtió en una de sus víctimas, ya conocía el modus operandi de los gitanos pues en el pasado había tratado con ellos, sabia a que se dedicaban muchos, su recelo justificado hacia los payos, algunas costumbres y que de lo que rondaba en la noche ellos eran de los que menos había que temer.
Llevaba semanas persiguiendo a la gitana de ascendencia rusa, que se daba a conocer entre los suyos como Dominika Akundinov, la veía pulular por ahí y por allá, siguiendo sus pistas cuando abandonaba el campamento y recopilando información sobre ella, estudiándola y aprendiendo sus modos, los lugares que solía frecuentar para embaucar a sus crédulas víctimas y adonde se dirigía después de haber hecho su acto, así empezó, estudiándola y ahora era capaz de leerla como a la palma de la mano.
Sus movía entre sombras, ocultándose en callejones oscuros y desapareciendo como un fantasma, de la nada y sin dejar rastro de su presencia. Pero la fase de estudio del sujeto había por fin finalizado y entraba en juego la fase dos, el encuentro, el contacto y la interacción directa con el sujeto y deseando finalmente llegar la fase tres de su plan que consistía en convertirla en una informante. Ciudad a la que iba, era una ciudad a la que llenaba de contactos, aliados e informantes que iban desde lo más humilde y lo más rastrero, hasta lo más excelso de la sociedad y sus partes, aquello le hizo ganarse el apodo del rey de las sabandijas en el sub-mundo que se cotizaba bajo el manto de la noche.
Aquella labor era ardua y sumamente agotadora pero a lo largo de los muchos años que llevaba empleando aquella táctica había visto los frutos reflejados en constantes éxitos que honraban la memoria de sus padres y que mantenían a los altos cargos de la inquisición felices y contentos, aunque estaba seguro que si algún se llegase a descubrir los métodos que ha usado para llevar aquella gloria a la santa sede seguramente sería juzgado como un hereje y ejecutado como tal con la menor clemencia.
Esa noche en particular Maximiliano se encontraba siguiendo a Dominika y esperaba el momento propicio para hacer su jugada, sonrió divertido cuando la inocente pareja cayo en sus garras, siendo sorprendidos en sus embrujos, era predecible. Pero cuando ella se alejó a contar las ganancias de una noche crimen altamente productiva, fue ese momento en el que pensó que era ideal crear un momento completamente fortuito.
Mientras ella contaba el dinero conseguido un hombre apareció de la nada y tropezó de frente con ella ¿de dónde había aparecido el payo? ¿Por qué no lo habías visto antes? ¿Quién era? Esas preguntas eran difícil de responder, al menos en ese momento, el hombre alto y fornido se tambaleo un poco y retrocedió, entonces vio a Dominika y escucho el tintineo de las monedas al caer, se hizo el desorientado, una farsa que luego cambio por otra, su expresión ahora se mostraba arrepentida por haber tropezada –Discúlpeme, lo siento mucho- la miro un instante y luego se agacho a recoger las monedas, una por una, que habían caído al suelo por su culpa –Déjeme ayudarla a recoger esto-
Llevaba semanas persiguiendo a la gitana de ascendencia rusa, que se daba a conocer entre los suyos como Dominika Akundinov, la veía pulular por ahí y por allá, siguiendo sus pistas cuando abandonaba el campamento y recopilando información sobre ella, estudiándola y aprendiendo sus modos, los lugares que solía frecuentar para embaucar a sus crédulas víctimas y adonde se dirigía después de haber hecho su acto, así empezó, estudiándola y ahora era capaz de leerla como a la palma de la mano.
Sus movía entre sombras, ocultándose en callejones oscuros y desapareciendo como un fantasma, de la nada y sin dejar rastro de su presencia. Pero la fase de estudio del sujeto había por fin finalizado y entraba en juego la fase dos, el encuentro, el contacto y la interacción directa con el sujeto y deseando finalmente llegar la fase tres de su plan que consistía en convertirla en una informante. Ciudad a la que iba, era una ciudad a la que llenaba de contactos, aliados e informantes que iban desde lo más humilde y lo más rastrero, hasta lo más excelso de la sociedad y sus partes, aquello le hizo ganarse el apodo del rey de las sabandijas en el sub-mundo que se cotizaba bajo el manto de la noche.
Aquella labor era ardua y sumamente agotadora pero a lo largo de los muchos años que llevaba empleando aquella táctica había visto los frutos reflejados en constantes éxitos que honraban la memoria de sus padres y que mantenían a los altos cargos de la inquisición felices y contentos, aunque estaba seguro que si algún se llegase a descubrir los métodos que ha usado para llevar aquella gloria a la santa sede seguramente sería juzgado como un hereje y ejecutado como tal con la menor clemencia.
Esa noche en particular Maximiliano se encontraba siguiendo a Dominika y esperaba el momento propicio para hacer su jugada, sonrió divertido cuando la inocente pareja cayo en sus garras, siendo sorprendidos en sus embrujos, era predecible. Pero cuando ella se alejó a contar las ganancias de una noche crimen altamente productiva, fue ese momento en el que pensó que era ideal crear un momento completamente fortuito.
Mientras ella contaba el dinero conseguido un hombre apareció de la nada y tropezó de frente con ella ¿de dónde había aparecido el payo? ¿Por qué no lo habías visto antes? ¿Quién era? Esas preguntas eran difícil de responder, al menos en ese momento, el hombre alto y fornido se tambaleo un poco y retrocedió, entonces vio a Dominika y escucho el tintineo de las monedas al caer, se hizo el desorientado, una farsa que luego cambio por otra, su expresión ahora se mostraba arrepentida por haber tropezada –Discúlpeme, lo siento mucho- la miro un instante y luego se agacho a recoger las monedas, una por una, que habían caído al suelo por su culpa –Déjeme ayudarla a recoger esto-
Maximiliano Capet***- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 19/01/2014
Re: La Fuerza del Pasado [Maximiliano Capet]
Apenas un instante transcurrió desde el momento en que tuve ese presentimiento, ese tenaz cosquilleo en la parte de atrás de mi cuello que me incitaba a creer que algo andaba mal. Aún con la pequeña bolsa en mi mano no tuve tiempo de voltear a ver a mi alrededor para constatarlo porque simplemente dicho presentimiento colisionó contra mi materializándose de esa manera y demostrándome que para maldición mía cuando uno de ellos se presentaba resultaba ser verdadero. Así había sido toda mi vida y al parecer a la fortuna le resultaba divertido que continuase siendo así.
Apenas tuve tiempo de ordenar mis ideas, de hecho ni tan siquiera lo hice, la única actividad que mi cerebro le permitió a mi cuerpo fue que mi vista notase como mi tan bien guardado botín volaba de mis manos antes de que hubiese podido cerrar la bolsa para de esa manera desparramar su contenido sobre el suelo. Apenas alcancé a ver el brillo de los francos porque mi visión se vió empañada por el causante del malvenido incidente.
De mala gana tuve que postergar mi impulso de recoger las monedas para observar a quien se encontraba frente a mi. En mi mente se formó una ligera franja, apenas perceptible para la mayoría, que indicaba que me encontraba contrariada y molesta. Entonces fue cuando lo vi por primera vez. Mis ojos se detuvieron en un payo alto y garboso, de oscuro cabello y ojos de tono grisáceo, llamándome la atención estos últimos porque durante un breve momento al mirar en ellos me pareció como si hubiesen vivido muchísimo y hubieran sido testigos de más de un infortunio, algo que contrastaba con el resto de él pues era joven y me imaginé que debería estar en la treintena.
Poco duró mi ensimismamiento ya que sus ojos se apartaron de los míos para comenzar a recojer mis monedas, entonces fue cuando reaccioné. -La verdad no es necesario que se moleste.- Me agaché rápidamente con la intención de recoger todas las que pudiera bastante aprisa mientras mi mente comenzaba a pensar con la misma velocidad. ¿Le había visto antes? Una pequeña parte de mi mente me decía que si, pero ¿No se parecían todos los payos? Este andaba vestido con ropa fina por lo que tampoco era factible que le hubiese visto en el mercado que era el lugar más común para interactuar con ellos. Aunque siendo honesta algo destacaba en él que me hacía imposible pensar que se pareciera a los demás.
¿Pero que contradicciones eran esas? me pregunté a mi misma con el corazón acelerado y sin entender por qué mis latidos se lanzaban a la carrera tan impulsivamente simplemente por el hecho de que hubiese aparecido. Entonces me levanté con el puñado de monedas que había recogido y las guarde en mi pequeño saco mientras esperaba a que él también se irguiese y me devolviese las restantes que tenía én su posesión.
-Le agradezco.- dije, pero el hecho de que hubiese salido de la nada resultaba desconcertante. Me sentí contrariada, ¿Había sido en realidad así o más bien había estado yo tan distraída contando las monedas como para pasar por alto que alguien estaba a punto de colisionar conmigo?
No, me dije mentalmente, no había sido un descuido mío. -Asumo que querrá guardarse las monedas.- dije, volviendo a fijar mi mirada en su rostro para observar su expresión y aguardando para constatar si reflejaba sorpresa o no. Si sabía que había robado le parecería justo que le estuviese ofreciendo una parte de las ganancias así que simplemente lo miré con aire interrogante. -Lo conozco de algún lado...- añadí ladeando mi rostro después de unos segundos y observando sus grisáceos ojos, sintiendo repentinamente un inusitado interés por conocer la respuesta, o quizás más bien deseando descubrir por qué mirarlo me inquietaba... logrando sin que aún me dirigiese la palabra que por momentos el asunto de los francos quedase relegado a segundo plano y perdiese relevancia...
Apenas tuve tiempo de ordenar mis ideas, de hecho ni tan siquiera lo hice, la única actividad que mi cerebro le permitió a mi cuerpo fue que mi vista notase como mi tan bien guardado botín volaba de mis manos antes de que hubiese podido cerrar la bolsa para de esa manera desparramar su contenido sobre el suelo. Apenas alcancé a ver el brillo de los francos porque mi visión se vió empañada por el causante del malvenido incidente.
De mala gana tuve que postergar mi impulso de recoger las monedas para observar a quien se encontraba frente a mi. En mi mente se formó una ligera franja, apenas perceptible para la mayoría, que indicaba que me encontraba contrariada y molesta. Entonces fue cuando lo vi por primera vez. Mis ojos se detuvieron en un payo alto y garboso, de oscuro cabello y ojos de tono grisáceo, llamándome la atención estos últimos porque durante un breve momento al mirar en ellos me pareció como si hubiesen vivido muchísimo y hubieran sido testigos de más de un infortunio, algo que contrastaba con el resto de él pues era joven y me imaginé que debería estar en la treintena.
Poco duró mi ensimismamiento ya que sus ojos se apartaron de los míos para comenzar a recojer mis monedas, entonces fue cuando reaccioné. -La verdad no es necesario que se moleste.- Me agaché rápidamente con la intención de recoger todas las que pudiera bastante aprisa mientras mi mente comenzaba a pensar con la misma velocidad. ¿Le había visto antes? Una pequeña parte de mi mente me decía que si, pero ¿No se parecían todos los payos? Este andaba vestido con ropa fina por lo que tampoco era factible que le hubiese visto en el mercado que era el lugar más común para interactuar con ellos. Aunque siendo honesta algo destacaba en él que me hacía imposible pensar que se pareciera a los demás.
¿Pero que contradicciones eran esas? me pregunté a mi misma con el corazón acelerado y sin entender por qué mis latidos se lanzaban a la carrera tan impulsivamente simplemente por el hecho de que hubiese aparecido. Entonces me levanté con el puñado de monedas que había recogido y las guarde en mi pequeño saco mientras esperaba a que él también se irguiese y me devolviese las restantes que tenía én su posesión.
-Le agradezco.- dije, pero el hecho de que hubiese salido de la nada resultaba desconcertante. Me sentí contrariada, ¿Había sido en realidad así o más bien había estado yo tan distraída contando las monedas como para pasar por alto que alguien estaba a punto de colisionar conmigo?
No, me dije mentalmente, no había sido un descuido mío. -Asumo que querrá guardarse las monedas.- dije, volviendo a fijar mi mirada en su rostro para observar su expresión y aguardando para constatar si reflejaba sorpresa o no. Si sabía que había robado le parecería justo que le estuviese ofreciendo una parte de las ganancias así que simplemente lo miré con aire interrogante. -Lo conozco de algún lado...- añadí ladeando mi rostro después de unos segundos y observando sus grisáceos ojos, sintiendo repentinamente un inusitado interés por conocer la respuesta, o quizás más bien deseando descubrir por qué mirarlo me inquietaba... logrando sin que aún me dirigiese la palabra que por momentos el asunto de los francos quedase relegado a segundo plano y perdiese relevancia...
Dominika Ankudinov- Gitano
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Fecha de inscripción : 10/09/2013
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