Y en el centro de mi pecho en llamas, la vida mora. - Privado.

Despacio. Aún más despacio. Mientras camina mira hacia atrás constantemente porque teme que alguien pueda estar siguiéndola. No le extrañaría, sus hermanos son capaces de eso y mucho más. Porque si su padre lo ordena, ellos lo cumplen. Entre ellos no existe algún tipo de complicidad fraternal que le dé esperanzas de ser libre. Jayah es prisionera de su familia, presa de unos depredadores más grandes que siguen culpándola de algo que no estuvo en sus manos. La muerte de su hermano fue un capricho de un destino que nunca ha tenido compasión con ella. Y el peso de esa pérdida continúa sobre sus hombros y también en su garganta desnuda que nunca articula palabras.

La gitana puede hablar pero no lo hace, con el tiempo ha aprendido que en silencio evita los golpes, el maltrato y las torturas. Para ella las palabras son sinónimo de dolor porque sus respuestas nunca serán las acertadas. Diga lo que diga estará equivocada. Si responde correctamente, la varilla azotará sus piernas. Y si responde mal, la apuntarán y comenzarán a reírse en su cara. Su misión en esa casa es cocinar, mantenerla limpia y agachar la cabeza ante algún insulto porque por supuesto, nunca hace algo bien. ¿Cómo podría si es tan estúpida? La más tonta de todas las mujeres, le dijo alguna vez su padre. Y ella así lo cree y por lo mismo es que nunca más volvió a estudiar en secreto.

Necesita ser cautelosa, entre los brazos lleva un morral con lo que necesita para aquella tarde. Ha mentido dejando una nota que indica que estará en el mercado, la misma nota de todas las semanas y que siempre es una tapadera para lo que realmente hace. Las compras ya están listas y encargadas en la casa de la única cómplice que tiene, esa viejecita casi ciega que comprende su situación porque vivió una similar durante la mayor parte de su vida. De no haber sido por ella, Jayah jamás habría aprendido que mentir a veces es necesario y que si ahora lo hace es porque no puede seguir en una cárcel como esa, creada por sus propios miedos.

Apenas está totalmente segura de su soledad, saca aquel instrumento cuyo nombre no conoce y marca el ritmo que tendrá la canción que ha creado. Su voz es suave, afinada y calmada quizás demasiado para alguien que no está acostumbrada a articular palabras. Las letras que acompañan a esa melodía hablan de lo que le sucede todos los días, del dolor de estar siempre con la cadena atada al cuello, de los temores que por la noche la atormentan y de ese corazón vacío que clama porque alguien lo habite. Perdida en su música no nota la figura que me mueve tras ella, ni el crujir de las ramas, mucho menos que todo lo que ha conseguido hasta ahora, puede perderlo en un abrir y cerrar de ojos.