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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Invitado Dom Mar 02, 2014 4:49 pm

Mi vestido no tenía nada que envidiar a los de ninguna de las mujeres del burdel, e incluso me atrevería a decir que era bastante más sensual que los suyos por el sencillo motivo de que quien lo llevaba, yo, las superaba sin siquiera intentarlo. La principal diferencia entre ellas y yo era que mientras las cortesanas, meras prostitutas que se creían con derecho a un nombre con pedigrí, estaban allí obligadas, yo había acudido al burdel por placer y porque me apetecía, esa deliciosa combinación que solía darse en mis actos con tanta facilidad como frecuencia. Tal actitud marcaba la diferencia, pues me regalaba un desparpajo del que ellas carecían por la sencilla razón de la presencia de la madame controlando sus movimientos y sus ganancias a voluntad precisamente arrebatándosela a ellas. Ese era uno de los muchos motivos por los que yo jamás podría convertirme en cortesana, la falta de libertad, pues si alguien solamente amagaba con intentar controlarme sacarían la peor parte de mí (la iracunda, por supuesto, no la lobuna, pues esa era probablemente la mejor de todas las que me componían) y se armaría la de San Quintín, como le había sucedido a Francia hacía un par de siglos por pasarse de lista. Menuda comparación más acertada... En cualquier caso, la obvia diferencia entre las cortesanas y yo se hizo aún más patente si cabía en cuanto atravesé el umbral del burdel, enfundada en un vestido que dejaba mucho a la imaginación pero que permitía ver bastante, gracias al generoso escote que portaba y al corte de la tela de la falda, que dejaba a la luz mi pierna derecha casi por completo y que, bueno, atrajo aún más miradas que las que yo había previsto que lo hiciera. Eso me hizo sonreír, satisfecha en mi camino, y dirigirme hacia la madame (a la que, por cierto, no apreciaba lo más mínimo) para hacerle la petición menos extraña que le habrían hecho aquella noche: una mujer. Lo raro, en todo caso, sería que fuera otra mujer quien lo demandara, pero en los burdeles se juntaba lo mejor y lo peor de los gustos sexuales de París, así que seguramente no fuera nada que no hubieran visto o servido ya...

Y su cara me reveló que, efectivamente, mis particulares gustos no suponían una novedad en absoluto para ella. Sonreí de nuevo, de medio lado esta vez, porque la experiencia hacía mucho más sencilla mi petición que si hubiera perdido el tiempo con miradas de asombro, expresiones de sorpresa o incluso palabras que buscaban hacerme cambiar de idea y buscar a un hombre de los que también había en abundancia en el burdel. No deseaba un hombre aquella noche, al menos no solamente; si bien yo normalmente me sentía más atraída por el género masculino había en el femenino una delicadeza extraña, una sutileza de la que los hombres carecían y que hacía de los besos o incluso del tacto algo diferente, más suave y menos burdo si se prefería. También había que decir que a mí me encantaba lo burdo, que no tenía ningún problema con lo busco y duro y que de hecho lo disfrutaba casi tanto como cualquiera de mis compañeros, pero mi vida se solía basar (entre otras cosas por supuesto) en mis deseos, y aquella noche recién pasada la luna llena quien los inflamaba era una mujer, y no una cualquiera, sino una a la que había echado el ojo hacía ya bastante tiempo, en una de mis anteriores visitas al burdel. Por la descripción que le había dado a la madame sólo podía elegirme a una cortesana de entre todas, a una suave rubia con los ojos castaños y pechos generosos que con una sonrisa de sus labios carnosos hacía temblar las piernas de cualquiera salvo de mí, así que no me sorprendió cuando la trajo frente a mí o incluso cuando la cortesana, de nombre Sophie, me acarició el pelo con un ademán cariñoso que por el contrario sí sorprendió a su jefa. Su gesto me arrancó una fresca risa y que sacudiera la cabeza para que tuviera mejor acceso a mi pelo suelto, que formaba ondas definidas sobre mis hombros y contrastaba perfectamente con el tono dorado de mi piel. Le alargué las monedas a la madame y cogí a Sophie de la mano para dirigirnos a uno de los divanes que se encontraban en la sala, no demasiado abarrotada porque apenas acababa de anochecer.

Me dejé caer, indolentemente, y ella sirvió vino de calidad más bien mediocre, aunque no me importaba en exceso, no cuando ella sería mi copa y no el trozo de cristal modelado para esa función. Dejé caer parte del contenido a su boca y la besé, a lo que ella respondió con sorpresa y después con pasión contenida, porque la flor mustia que había escogido era incapaz de fuerza y dureza como un hombre (de los que solía elegir yo al menos) sí, sin siquiera pensarlo además. Su calma forzó la mía, y el alcohol que nos resbalaba por los labios mientras seguíamos fundidas en aquel beso tardaría en hacernos efecto, a mí porque era bebedora asidua de ese tipo de sustancias y a ella porque ni un milagro conseguiría endurecerla y hacerla abandonar su suavidad embriagadora. Lo que sí que consiguió con el segundo trago, cuando se separó de nuestro beso y reveló que la jarra de vino se encontraba ya a la mitad, era que sí podía tomar la iniciativa, y lo hizo besando y mordiendo mi cuello con algo más de vida y energía que antes. Satisfecha, enredé los dedos en su pelo y la obligué a continuar mientras mi mirada paseaba por las cabezas curiosas que nos observaban en aquellos juegos preliminares y por quien acababa de entrar... un hombre. Un hombre que, aun estando yo deseosa del tacto de una mujer y siendo besada y mordida por una, me hizo con una mirada sentir escalofríos por todo el cuerpo, provocó que jadeara y me mordiera el labio inferior y que, con la mirada, lo invitara a unirse a nosotras... Ya discutiríamos acerca de los honorarios después, ¿no? Y por si eso no fuera suficiente, sin alzar la voz moví los labios para indicarle las palabras que necesitaría para acercarse, con la mirada tan fijamente clavada en sus ojos que no quedaban dudas de a quién me refería de todos los presentes. Deseaba a aquel hombre de cabello rizado, y lo deseaba cuanto antes.
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Mensaje por Cesare Borgia Vie Abr 04, 2014 8:41 pm

Dios te salve reina y madre de misericordia
Vida, dulzura y esperanza nuestra
Dios te salve.
A Tí clamamos los desterrados hijos de Eva,
a Tí suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.


“Y entonces nuestro señor envió a Aaron, hermano de moisés a levantar el templo para que su rebaño pudiera orar tranquilo en el desierto y a este le otorgó las vara para guiar a su rebaño por el buen camino”

17:00 Paris-Francia
Un hombre que camina de lado a lado alojado en una casa acomodada en los campos parisinos, recién llegado después de días de cabalgata, su atuendo es rojo como el vino o la sangre, aunque más tiene el matiz de la sangre oscura y espesa, reflejo de su intenciones, un futuro cardenal al poder, alguien que anhela ese poder desde antes, pero quien no desearía tener poder y control sobre los imperios y monarquías, incluso anhelar ser el próximo Santo Padre un puesto muy tentaron y apetecido, saber que puedes coronar a los reyes y emperadores en sus tronos a la par que puedes desconocerlos por la gracia de Dios no tiene límite, la ambición es tan grande, claro una ambición recubierta con la fina capa de “santificada”.

Sus pasos tranquilos comenzaron a llenarse de intranquilidad y en la diestra un papel con el sello del propio Vaticano ¿una carta? No, era una notificación de algo a alguien, el astro sol aún no se ocultaba y su desesperación aumentaba, no se estaba quieto, en aquel pasillo decide mejor esperar en sus aposentos un lugar lleno de confort y abundancia, una cama con dosel en tonos rojos, las paredes, techo y piso de madera oscura robles para ser exactos, un parte de ventanales y un balcón amplio que da a un jardín interno, en el centro de la habitación una mesa con seis sillas, a la pared derecha una mesa con una bandeja de frutas, pan, vino, copas, carne recién servida y un cuenco con agua para lavarse las manos, a la pared izquierda otra mesa más pequeña con un cuenco y una jarra a su lado y unas toallas, más alejado una puerta que conduce a un baño muy amplio lujoso, los armarios de manera oscura igual, todo en todos fuertes, y una pequeña estantería donde hay libros, biblias y sobre todo un diario, al entrar aquel hombre de “Dios” se retira su ropa y prefiere esperar en la tina de baño por una hora para relajarse…relajarse

18:00
El sonido de la puerta se escucha, el vapor de aquella habitación hace que quien está ahí pierda la noción del tiempo, cuando la cándida voz resume la hora, aquel que se encontraba sumido en sus sueños, sale con una toalla atada en su cintura el cabello humedecido por el vapor mirando de soslayo a aquella jovencita que hacía de doncella de la mansión que se sonrojaba y salía corriendo, como si hubiera tenido algún encaramiento con un demonio, en realidad si lo era, aprovechó para usar la ropa que usa en la noche, aquella vestimenta que evita ser reconocido, pantalón camisa negra y botas de igual color, su espada lazada a su cadera, en sus botas unos cuchillos oculto, todo un arsenal para una salida simple, pero no lo era algo había tras aquella salida, sus dedos largos están ocultos tras unos guantes negros ¿desea confundirse en la noche? Acertado. Con un chasquido de sus dedos un mozo de 16 años sin mirarle corre por los pasillos hasta las caballerizas, cuando él está listo baja a toda prisa ignorando a todos los que le ven y tratan de preguntarle el porqué de su repentina salida, a toda marcha va por su corcel y prende la salida a la ciudad a buscar algo de sosiego y calma, entre la mutiltud solo admira lo mismo aburrido que admiraba en los Estados Papales de Roma suspira con fuerza tratando de ver un mejor entretenimiento a su mente y cuerpo.

El galope del caballo le lleva hasta la zona de “entretenimiento” un lugar donde los establecimientos están desde los más lujosos hasta los más estrepitosos y decadentes, baja de su callo dejándolo a un lado con un niño que por unas monedas lo cuidaría toda la noche, decide entrar a un lugar con los ojos cerrados para no ver ni sentir nada hasta que el ambiente lo embriague por completo.

El lugar escogido por sus pies no es el más lujoso de los bataclanes pero tampoco el más chungo, está a la media de tomar un trago y pasar por el magreo de una que otras profesionales cortesanas, entrando miro a un par de mujeres cuyas manos propias estaban el cuerpo contrario, cuyas lenguas estaban siendo exploradas por la semejante y cuyos jadeos eran la función de la noche para todos los voyeur que deseaban participar con ellas, claro que para una mujer como la castaña lisa con aquellos carnosos y ojos como el cielo despejado ninguno de aquellos hombres podrían satisfacerle, se veía a simple vista que no buscaba lo típico y lo regular de la vida que buscaba algo que la hiciera sentir viva, deseada, adorada como una diosa antigua pagana, a la cual todos deben reverenciar y amar, aquel que entro sonrió para sí mismo sin despegar la mirada de la mujer en cuestión es más sus ojos se oscurecieron con un brillo de maldad y perversidad, se acercó viendo que la dama lo invitaba y aun así no lo hiciera él se hubiera sentado justo a su diestra, la mira sonriendo a ambas damiselas con una reverencia antes de tomar asiento.

-Porque un par de hermosas mujeres como vosotras estáis tan sola y mal atendidas- chaqueo sus dedos para pedir otra jarra con el mejor vino –Es un pecado que damas como vosotras pasen por esto esa noche, dejadme remediar ese error de los presentes bellas damas- la elegancia como plato de primera instancia para luego en la intimidad de una habitación mostrar el lobo que disfraza de oveja –Espero que no las haya incomodado o interrumpido y si es así por mí no os cortéis, seguid en lo vuestro mientras el vino se bebe sobre vuestras pieles tersas-



Off: espero que sea de tu agrado el tema, si gustas o mejor dicho algo esta fuera de lugar avísame y con gusto lo modifico.
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Mensaje por Invitado Sáb Jun 07, 2014 6:49 am

No podía evitarlo, de verdad que no podía: a veces me aburría increíblemente incluso estando en medio de algo que me gustaba (mucho), como lo era el sexo. El problema de las mujeres, y yo tenía mucha experiencia a la hora de tratarlas, era que solían ser demasiado delicadas para mis tendencias exactamente contrarias, y que por eso mismo me daban ganas de más, de algo más... rudo. Por supuesto, había de todo y muchos de mis encuentros carnales más memorables y que más marcas me habían dejado había sido con hembras, pero la tónica general era el cuidado incluso entre las prostitutas de más baja calaña, que se suponía que tenían que haber visto de todo y que por eso mismo no se sorprenderían por nada, ni siquiera por mi firmeza y mi decisión. Nada, no había manera de conseguir lo que quería; incluso cuando estaba decidida a no buscarme otra persona mientras estaba con alguien a punto de atravesar aún más capas de ropa lo hacía, y por eso había dado con el hombre de mirada turbia y rizos oscuros que había entrado por la puerta y no había pensado. En ciertas circunstancias no solía hacerlo, aunque a veces creyera que incluso cuando el placer me recorría podía mantenerme mentalmente despierta y no entregada a lo que tanto me gustaba hacer, así que el capricho que había sentido era el responsable de que lo hubiera llamado hasta nosotras... Pero era él quien había decidido acudir a mi llamada, cual canto de sirena, y unirse. No le culpaba, era el sueño de todo hombre ver a dos mujeres como yo y la otra en pleno frenesí de carne y pasión, y si ya existía la posibilidad de participar las ganas de cualquiera de unirse aumentaban exponencialmente. Aunque él, al menos, había traído algo de beber, era todo un detalle que lo convertía en menos desagradecido que si no lo hubiera tenido en cuenta, y mi manera de agradecérselo fue beber de la jarra y besarlo para que él probara el contenido directamente de mi boca.

– Al contrario, eres más que bienvenido, especialmente si traes regalos como esos para que te invitemos a unirte.

No me esforcé en tratarlo de usted o incluso en disimular o fingir que era recatada cuando a la vista quedaba que esa palabra sólo aparecía por mi vocabulario de vez en cuando y siempre para referirse a lo que yo no era. Ya me había visto compartir fluidos con otra mujer, y dado que quería probarlo había hecho lo propio con él; ¿qué importaba mantener las formas? Sabía lo que quería, y si él se había unido a nosotras resultaba evidente que determinación no le faltaba y que tenía una idea aproximada de diversión a la mía propia, así que no me veía necesario en absoluto perder el tiempo con estupideces, por eso no lo hice. Una vez lo besé y me di cuenta de que en realidad ni siquiera lo hacía mal y, como casi siempre, mi instinto era correcto, cogí el vino para derramar parte del contenido sobre mí y que ambos, mujer y hombre, pudieran beberlo directamente desde mi piel, ya fuera en mi cuello o el amplio escote que portaba y sobre el que ya empezaban a caer las gotas de líquido que ellos capturaban ansiosamente, aunque no los culpaba: en su situación, yo también lo haría... Y más si se trataba de mí. No era una simple cuestión de egocentrismo, o incluso de saber que mi cuerpo era deseable fuera por hombres o por mujeres; era, simplemente, que yo también tenía ganas y eso se reflejó claramente cuando eché el líquido en el cuello y el escote de la prostituta para hacer lo que ella había hecho conmigo, sedienta de sed y de ella. De haber sido un vampiro seguramente habría habido sangre, y me sorprendí a mí misma pasando la lengua por encima de su yugular palpitante y disfrutando con cada uno de los latidos de su corazón enfervorizado por cada uno de mis movimientos y sobre todo la situación, que la estaba volviendo loca. ¿Sería una novata en el arte de ser seducida por un hombre y una mujer? A lo mejor debía ser yo quien le enseñara cómo actuar en esas circunstancias, ¿quién sabía? Fuera cual fuese la realidad, lo cierto era que yo tenía demasiadas ganas de que sucediera y también de probar a nuestro invitado, así que me separé para repetir el ejercicio del vino sobre su piel y probarlo a él, casi volviéndome loca en el intento. Estaba absolutamente delicioso...

– Nada de nombres esta noche... Ella será Ámbar, por ejemplo, y a mí puedes llamarme como quieras, me es indiferente, aunque al final terminaremos gritando nuestros supuestos nombres en la intimidad de una habitación.

Me bastó una mirada a antes Sophie, ahora Ámbar, para que se mostrara de acuerdo. Le gustaban los juegos tanto como le gustaba lo prohibido de estar con otra mujer, aunque lo hiciera con la sutileza y la suavidad de alguien que no estaba acostumbrada a ser brusca y que hacía desear un contacto más intenso, así que cuando me acerqué a nuestro invitado no vaciló a la hora de imitarme, por mucho que tuviera que quedarse en un lateral ya que yo era la que se había terminado sentando sobre él a horcajadas. Me encantaba aquella posición... Con o sin ropa, poco me importaba mientras pudiera seguir teniendo el control, y dado que eso me lo permitía lo aceptaría encantada, ¿o es que acaso a alguien le quedaba alguna duda al respecto? Además, aproveché para enterrar los dedos entre sus rizos y acercarlo a mí para besarlo con intensidad, una que Ámbar imitó en cuanto me separé yo para que fuéramos los tres los que estuviéramos ocupados en un extraño ritual de lucha entre lenguas, bocas y dientes, todos anhelando entrar en contacto con los demás. Claramente todo eran unos preparativos, e incluso la prostituta entendió cuando nos separamos que debíamos ir a una habitación o de lo contrario aquello se convertiría en una orgía, por lo que se levantó y se dirigió hacia una de las salas que quedaban fuera de la vista del público, en general. Yo, por mi parte, cogí al hombre de rizos de la barbilla y le mordí el labio inferior con saña antes de levantarme y ofrecerle mi mano para que me siguiera a la habitación, donde lo pasaríamos tan bien como hasta entonces o, quizá, incluso mejor. Todo dependía de cómo se moviera.
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Mensaje por Cesare Borgia Lun Jul 07, 2014 9:20 pm

Padre mío líbrame de las aguas mansas
Que de las turbias me libro yo…
Padre nuestro que en el cielo estás
No me dejes caer en tentaciones
Y no líbranos de todo el mal
Amen.


La bebida siempre ha sido el desinhibidor natural de las personas, aquellos seres que buscan escudarse en el valor de un trago para hablar o enfrentar a una mujer, como si fuera una droga estimulante que hará que la hembra en cuestión caiga a sus pies y se rinda a sus deseos, que vida tan pendenciera que llevan algunas personas, como si las mujeres fueran tan inalcanzables, como besos fugases que se dan de niños y sueñas con ellos toda la vida pero luego tu mente los hace ver como algo que nunca paso, porque a lo mejor no debieron pasar; ahí es donde comienza la duda del “fue, ser será” “debió ser, o no debió ser” esas dudas siempre nos atañan hasta ya grandes y jamás encontramos las repuestas correctas al “sucedió realmente”, quizás solo fueron sueños, sueños hermosos que nuestras almas impuras anhelan con fervor.

Cesare acarició los cabellos de la castaña haciendo más agradable el contacto de los labios probando aquel néctar, aquel líquido frío corriendo por la boca ajena y depositándose en la propia para descender pecaminosamente por la garganta dejando un sabor dulce pero amargo cuando la morena rompe el beso, el hombre solo pudo relamerse los labios en un suave gesto de agrado ante aquel regalo de los Dioses, tomó la copa para servir más vino alzándola contra la otra mujer que solo sonreía sonrojada acariciándose el cuello para luego acariciar las piernas de la castaña, la mirada del hombre fue a ambas, en sus ojos ya las había desvestido pero había que ser elocuente, no se puede comer el postre antes de que este en su punto más caliente.

-Amanda, Cristina, Ambar, Kendra, no importa como se llame cada una eso es lo de menos en una situación como esta y para que romper la magia del ahora si lo importante es lo que gozareis, esa es la regla o me equivoco- bebe un poco de vino mirando los escotes de las damiselas para soltar una sonrisa, se acomoda en su asiento con las manos sobre la mesa y esa sonrisa de “calma” antes de una tormenta –Creo que debo invitarles una copa servida en la mejor copa acompañado con unos melocotones frescos y muy jugosos, frutas que no se comparan con vuestras bellezas y compañías aunque en el sabor si, un sabor dulce que te hace desear explorar más- alza la copa a las damas acercándole a la joven, pero antes de siquiera poder tocar aquellos labios la pasión había despertado, ahora la castaña estaba sobre las piernas del “hombre de Dios” moviéndose como toda una serpiente bailarina frente a una melodía lírica, las manos del sujeto no se movieron se quedaron quietas pues a la fémina le gusta tener el control ¿pero quién lo tendría al final? Con la sonrisa se dejó besar, tomar pasional y salvajemente hasta cuando era hora de buscar un sitio mejor, la rubia fue por algo llamado “privacidad” los ojos Cesare fueron a los de la castaña tomándole la mano pero evitando caminar al contrario la tiro para tenerse sobre su cuerpo, y ahí justo ahí es cuando se permitió castigar la dominación, subió aquellos dedos por las caderas delicadas de la mujer hasta su mentón para levantarlo y que le vea, admire esos ojos oscuros llenos de pasión y promesas que llenarían la noche a los tres invitados, tomó su labio inferior acariciándole para tirar con sus mismos dedos –Eso es lo mejor que sabe hacer pequeña Rosa, pensé que me daría algo más, veo que solo será si nuestra dulce Ámbar se une sobre las rojas sedas, así es como funcionas Rosa, que mal yo que pensé que tu llevabas más el fuego y la otra sería la presa en esta cacería parece que me equivoque de elección- y antes que la mujer pueda pronunciar palabra alguna un beso le sentencia los labios, un beso donde la danza es más apasionada mezclándose con un calor único, sus manos inquietas sujetan las caderas con fuerza uniendo ambos cuerpos hasta que la zurda se dirige a la espalda haciendo presión al deslizarse por la coyuntura del vestido y la piel, y fue ahí cuando le permitió respirar alejándose de ella con una sonrisa hasta aquel apartado donde la rubia esperaba a los dos carnívoros para que la devoren a ella, con un guiño se relamió los labios para tomar el mentón de la muchacha y besarle el cuello con una delicadeza de cristal como si se fuera a romper sin apartar la mirada de la castaña admirando el mover de sus caderas al caminar algo que le agradaba mucho

Aquella mujer tenía lo que le atraía a Cesare, ese peligro y esa fuerza no era como las nobles que siempre visitaba en alguna que otra noche, al contrario esta mujer era toda pasión y deseo por lo que como sentencia aseveró que la noche estaría cargada de muchas sorpresas.

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Mensaje por Invitado Mar Ago 05, 2014 6:38 pm

¿Que se equivocaba? No tenía ni la más remota idea de lo bien que había elegido aquella noche gracias a mí, porque nuestra rubia compañera tenía más aspecto de ser una sumisa que de otra cosa, y pensaba demostrárselo con gran cantidad de detalle una vez llegáramos a la habitación donde lo conduje y donde, ¡sorpresa!, Ámbar se encontraba sobre la cama ya ligera de ropa. Era una cortesana, por supuesto que conocía cuál era su trabajo y para qué íbamos a utilizarla, pero ¿tenía de verdad que quitarle toda la gracia al juego que nos traíamos entre manos...? Estaba llegando a plantearme quitárnosla de encima y que el desconocido de cabellos rizados y yo nos conociéramos más en profundidad, pero encontrarnos en el burdel implicaba que estábamos usando a una de las prostitutas y de echarla a patadas de allí se nos acabaría la posibilidad de utilizar aquella habitación. Que no es que a mí me importara demasiado hacerlo con él en medio de la calle, cosas peores había hecho en esas circunstancias (a Rahzé Svarti me lo había hecho en la calle cuando ni siquiera era del todo humano, por ejemplo, por si alguien necesitaba más señas de lo enferma que podía llegar a estar yo), pero ya que teníamos una habitación, ¿por qué no utilizarla? Y más cuando era evidente que se trataba de un nidito de amor decorado con ese propósito, a juzgar por las sábanas de seda de la cama donde la rubia esperaba y yo, a mi vez, esperaba al desconocido que me había llamado Rosa. ¿Habría sido porque era el primer nombre que se le pasaba por la cabeza, porque había visto mis espinas o porque se engañaba a sí mismo lo suficiente para pensar que yo era buena y dulce como una de esas flores...? Sólo lo que íbamos a hacer a continuación nos lo indicaría, y como no tenía ni la más mínima intención de esperar pacientemente a que él decidiera tomarse su tiempo cerré la puerta detrás de él y lo conduje después hasta el lecho, donde Ámbar lo acompañaba.

– ¿Y tú te haces llamar cazador, cuando he tenido que guiarte para que tomaras la posición que te corresponde entre nosotras? Me decepcionas...

Bromeé, era evidente en la mueca burlona de mi rostro, aunque en parte la provocación era cierta, ya que ansiaba que de alguna manera él tomara el control... sólo para arrebatárselo yo. Aunque muchas veces a mí llegara a gustarme que me sometieran, y por mucho que quisiera negármelo y engañarme a mí misma los hechos así lo confirmaban, aquella noche ansiaba tomarlo yo, aunque tuviera que luchar por él con uñas y dientes. De hecho, prefería que me lo pusiera complicado porque así satisfaría mis necesidades de una manera que la rubia Ámbar se había demostrado incapaz de comprender y mucho menos alcanzar, por lo que continué mostrándome lejana e incluso situándome algo apartada, fingiendo que examinaba cómo ella se ocupaba de él cuando, en realidad, lo que hacía era disfrutar de la copa de vino que me había servido y que pronto confundiría su sabor con el del desconocido. No quería saber su identidad, eso sólo estropearía lo que teníamos entre manos y lo convertiría en algo con nombres y apellidos, demasiado serio para alguien que, como yo, deseaba únicamente divertirse por una noche, sin consecuencias, pero también sin control. Por ese motivo me acerqué por fin a ellos y le acerqué a Ámbar la botella de vino para que se entretuviera con ella, si quería, pues yo sería la que disfrutaría de él en aquel instante. Como había hecho antes, me senté a horcajadas sobre él y lo besé, pero en lugar de dejar que él hiciera lo que quisiera cogí sus manos con las mías y las conduje por mi cuerpo, bajo las ropas, para que explorara como a mí se me antojaba. Primero me acarició los muslos, después la cintura y las clavículas, por último los pechos y los pezones, con los que lo hice entretenerse en demasía por la habilidad que demostraba incluso siendo controlado por mí. No dejé sin embargo que se acostumbrara demasiado a tocarme, al final opté por obligarlo a que me quitara parte de la ropa y me dejara con la interior, como una tentación andante que se convertiría en algo aún más intenso en cuanto la rubia se uniera a mí.

– Ámbar, conmigo.

Se lo ordené como a una persona, no como a un perro, pero se me antojó casi canina la manera que tuvo de dejarlo todo y obedecerme, como si más que una puta fuera un animal y yo su dueña. La idea sonaba tan apetitosa como lo hacía él, y por ese motivo después de besar los labios de la prostituta la obligué a ponerse de rodillas frente a él, pero también frente a mí, ya que no me había bajado de sobre sus piernas. Lo que sí había hecho había sido girarme, así que tenía la espalda apoyada en su pecho y las piernas abiertas para mantener el equilibrio, lo cual me permitía enredarlas en las de él, cerradas. Una vez asentada, obligué de nuevo a Ámbar a hacer mi voluntad, que esta vez se resumía en quitarle los pantalones al desconocido, y una vez quedó libre de toda ropa me senté solamente sobre una de sus piernas para que Ámbar pudiera jugar con su miembro en sus labios y yo pudiera mirar... Y no solamente mirar. Ejercer de voyeur sin mayor participación no era para nada mi estilo, y por ese motivo volví a coger la mano del hombre de cabellos rizados y la deslicé por mi cuerpo, desde mis pechos hasta mi propia entrepierna, donde ya permití que moviera los dedos más o menos como quisiera. De todas maneras, hiciera lo que hiciera prácticamente seguro que iba a gustarme, y si no siempre podía guiarlo yo como se me antojara... Esa era la ventaja de tener el control, de buscar que un hombre como aquel se amoldara a mis deseos y de conseguirlo: el resultado iba a ser increíblemente placentero, pero no solamente para mí, sino también para él, que tenía a Ámbar ejerciendo maravillas con su lengua en toda su longitud ya erecta.
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Mensaje por Cesare Borgia Dom Sep 07, 2014 3:32 am

Virgen Purísima, ruega por tus hijos aquí en la tierra que enfrentan las tentaciones que mujeres malvadas les presentan, permite que el pecado se lave con un pecado santo.


El sexo cual placer carnal en a tierra admitida y odiada por todos desde aquellos de las grandes cúpulas hasta la más inferior de todas las clases, todas ellas se dejan llevar por el placer carnal, en las satisfacciones del cuerpo propio y ajeno, pero hay aún más y mayores deleites dentro del sexo como el ser participe en una relación de dos o tres personas ya sea como sujeto activo o como un ser que esta para complacer a las mujeres de muchas formas,  o ser un espectador el cual se satisface a si mismo de dos formas, visual y táctil. Pero porque llegar a ese punto cuando parte de los contendientes de aquella batalla campal son dos mujeres hermosas y con atributos que harían sonrojar hasta la más beata de todas las monjas al servicio de nuestro señor.

Y así estaba Cesare que al principio se dejó hacer todo cuanto aquella morena quería hacer, le dejó hablar, le dejo moverse y deshacer a su antojo, no dicen que “perro que ladra no muerde” entonces aquel de sonrisa enigmática y mirada fiera lo tomó al literal pues al final él apretaría la correa de las dos mujeres, la morena con su cuerpo de musa antigua con senos turgentes y pezones cual dagas invitaba a explorarle sin tapujos ni remordimientos, pero ella llevaba las riendas, Cesare cerro los ojos disfrutando del tacto, de la tela, de la piel y por ende de la sensaciones de lujuria bajo la piel engalanada de la bella “rosa” y como ya se dijo, el hombre sin nombre solo sonreí dejándole creer que ella mandaba, que ella tenía el poder y control, pero no sería para siempre. Era una guerra, y , como en cada batalla de él era “AUT CÆSAR AUT NIHIL”



“Toda rosa tiene espinas, unas venenosas y otras falsas, solo hay que saber cómo cogerla y córtaselas”


La rubia con un sonrojo en su rostro gateaba cual pequeña gatita entre las piernas de los dos, sus dedos largos y delicados tocaban los muslos de la mujer rozándolos con las yemas de los dedos, las manos de Cesare se internaron en la intimidad de la rosa que tenía en sus piernas, su índice y mayor tocaban aquel botón lo tomaban entre sus dedos oprimiéndolo justo cuando la rubia tomaba en su boca el miembro viril del cardenal, aquella rápida intrusión le llevo a gruñir y tirar un poco del clítoris de la dama en cuestión, pero no se frenó al contrario nuevamente esa sonrisilla en su rostro puebla completamente; cambia de mano para la intrusión del tacto sexual, la zurda toma las menudas formas intimas de la castaña mientras que la diestra la cabeza de la rubia acariciándole los cabellos, le aleja un poco a Ámbar de su miembro dándole una sonrisa de buen grado y entonces se permitió hablar –Ya gozaste lo que querías, ya viste, ahora te toca sentir y disfrutar, esto no termina hasta que yo lo diga- levanta a la castaña para sentarla sobre sus piernas, la espalda femenina pegada al torso masculino, las piernas de él en medio de femeninas, abriéndolas con las suyas, exponiendo el sexo de ella lo más que podía, sus manos toman las muñecas de la rosa con presión y sus labios se dirigen al cuello de cisne de la mujer, un cuello tan delicado y níveo, untó sus labios con su lengua ahí recorriendo hasta el lóbulo de la oreja correspondiente a susurrarle palabras –Lista para saber lo que es cazar realmente- el sexo del hombre pegaba justo en los glúteos de la mujer, en su parte más baja de la anatomía femenina, pero eso no le impidió mover sus cartas –Ámbar ven y deleita a tu ama, esta noche ella también quiere sentirse pasional- la rubia acerco su rostro al sexo de la mujer, alzó la vista hacia los dos los cuales le dieron la aprobación y entonces con su lengua sedienta comenzó a dar ligeros lametones a los labios inferiores expuestos.

Inquieto como era de esperarse por los movimientos sinuosos de la castaña sobre el miembro endurecido, Cesare opto por atormentarla más de lo que debía –Agárrate ahora, porque se viene la primera lección- y entonces le soltó las muñecas, la mujer rodeo el cuello del hombre para sostener, su espalda se arque y fue ahí entonces que las manos de Cesare tomaron aquellos orbes, sus pulgar e índices pellizcaron los pezones tirando con fuerza de ellos, los quería más pronunciados todavía, pasó ahí unos segundos a lo que la rubia introducía su lengua en la cavidad femenina, las manos de ella sobre los muslos de la castaña rozando los muslos del hombre, aunque su otra mano se fue a deleitar parte del sexo masculino, para Cesare eso era muy normal, muchas mujeres habían pasado por sus manos y a todas ellas las complacía menos a la que más anhelaba tener y no podía, pero aun así por muchas camas paso y por todas ellas él dominó.

La diestra baja completamente acariciando el vientre de la Rosa con espinas, llega a su pubis y es ahí que, justo en el instante que la rubia sigue introduciendo su lengua y un dedo de ella en la mujer que jadea y se mueve desesperadamente que él toma el clítoris agitándolo con algo de brusquedad pero con delicadeza, sus dedos lo aprietan, lo oprimen, le arremeten contra sí y tiran de él, sin dejar de acariciarlo cual seda al viento.

El gemido y grito de la mujer le extasió pegándola pues su zurda le rodeo de la cintura con su voz excitada –De aquí no sales aun, y no me lo pongas tan fácil o sería esto aburrido- deja sobre la piel del hombro aquella sentencia, atándola contra su cuerpo moviéndola como si la tomara él y fuera la rubia la que le estimulara aquel botón.

La perdición era el plato servido de aquella cena de tres, donde dos son bestias y la otra una cachorra para comer, quizás las bestias terminen devorándose salvajemente sobre las sedas blancas de aquel combate.

El poder y la corrupción mezclados con la lujuria.






“AUT CÆSAR AUT NIHIL”= «O Cesare o nada»
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Lips of Deceit {Cesare C. Mercer} {+18} Empty Re: Lips of Deceit {Cesare C. Mercer} {+18}

Mensaje por Invitado Dom Nov 30, 2014 2:09 pm

La sumisión me era tan impropia como el sol a un chupasangre o la plata a un licántropo; era algo contra lo que había luchado desde que tenía razón de ser, algo que me había repelido desde siempre y que al luchar contra ello me había hecho cometer errores difíciles de solucionar como condenar a mis seres amados para siempre. Se trataba de un impulso contra el que me era muy difícil luchar cuando se trataba de mi vida diaria, de mi profesión y de labores que requerían violencia sobre un enemigo, pero ¿cuando estaba en la cama? Entonces me era mucho más sencillo adoptar el papel de una sumisa gatita siempre y cuando fuera a recibir placer por ello, y dado que lo estaba haciendo con Ámbar y el desconocido no tuve ningún problema a la hora de obedecer como se esperaba de mí. Ah, y valió la pena... Entre él, con sus manos expertas y su mirada lujuriosa, y ella, que ardía en deseos de tenerme contenta porque su paga dependería de ello, incluso el hecho de que me estuvieran torturando entre los dos me gustaba y me hacía disfrutar como lo estaba haciendo: hasta el punto de volverme loca. De frustración, como poco, pero loca a fin de cuentas, pues lo sentía a él y no lo podía tener tan adentro como deseaba, y la sentía a ella, que entraba pero no era suficiente, ni siquiera se acercaba a lo que yo necesitaba para saciar esa hambre que se estaba instalando dentro de mí que amenazaba con arrastrarlo todo a su paso para no dejar nada. En esas circunstancias no pude evitar preguntarme qué demonios tendrían entre los dos para darme tanta paciencia como estaba demostrando y como no dejé de exhibir ni siquiera cuando él, aprovechando su posición, llevó sus manos a mis pechos para que mis pezones pudieran llegar a sacar un ojo a cualquier insensato que pasara demasiado cerca de mí. Aguantando los gemidos como podía, mi única opción era moverme contra ambos, a sabiendas de que así conseguiría volverlo loco a él por el efecto del roce y de que ella se aplicaría más si era consciente de mi placer, que le era tan propio como podía serlo algo que estaba catando de primera mano.

– ¿Ponértelo fácil yo, dices...? Eres tú quien me lo pone fácil a mí.

Conseguí mantener la voz divertida, más que ronca por el placer, y eso fue todo un logro teniendo en cuenta cómo estaba mi piel de ardiente y cómo me sentía yo rápidamente ascendiendo la cúspide del placer. Probablemente alcanzaría el primer clímax dentro de no demasiado rato si él continuaba sometiéndome, pero inevitablemente la parte de mí que se rebelaba contra la sumisión salió a la luz y me impidió seguir dejando que camparan a sus anchas sin que yo hiciera nada por evitarlo. Así, me giré sobre él, ya que no iba a bajarme de sus muslos todavía, de tal manera que quedamos frente a frente, él con su miembro erecto entre mis piernas y yo con los manos rodeando su cuello. Ámbar aprovechó para ser más rápida de lo que yo había esperado que podría ser, teniendo en cuenta los precedentes con los que me había obsequiado, y reptó por el suelo para colocarse debajo de nosotros, sobre todo de él, y continuar alimentándose de su miembro desde debajo. Yo, por mi parte, me limité (como si eso fuera poco...) a tentarlo, moviéndome contra él de tal manera que todos mis labios estaban ocupados: unos, en la cara, porque lo besé con tanta pasión que parecía que nos había unido un mismo huracán furioso; otros, entre mis piernas, que acunaban su miembro y que con cada movimiento que yo hacía lo estimulaban tanto como los labios de Ámbar en sus testículos, loca por satisfacerlo. Además, dado que tenía la boca ocupada dejaría de emitir gemidos falsos y dejaría que yo disfrutara del sonido mucho más natural y preferible de un encuentro carnal tan intenso que pronto mis uñas empezaron a recorrer su pecho, sus hombres e incluso su espalda. Aquellas eran marcas que seguramente no le durarían demasiado, pero sí lo suficiente para que recordara qué tipo de noche había tenido y, sobre todo, en qué compañía... La mejor que podría esperar, incluso aunque pudiera permitirse alquilar todo el burdel (cosa que veía incluso factible, no lo negaría).

– No me gusta que me den órdenes, ¿sabes? Esto no terminará hasta que no lo decidamos los dos, la única que se someterá es Ámbar porque es la única que va a recibir un pago por esto, así que por lo que respecta a nosotros me temo que nos tocará cooperar, moreno misterioso.

Discúlpame...:
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Mensaje por Cesare Borgia Dom Dic 28, 2014 4:30 pm

Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?

Calor abrazado de las llamas del profundo infierno que incineran las pobres almas pecadoras entre llantos y golpes de expiación de aquellos secretos oscuros cometidos en sus vidas mortales, cada uno de los pecados que la santa madre iglesia condena pero, ¿Qué pasa cuando quien los comete es un hombre “santo”? ya no es considerado pecado sino redención, quizás esa era la labor de aquel hombre encubierto y olvidando su tarea de eminencia para ser pastor y no el lobo que devora a las ovejas.

Sus manos en el cuello de la bella rosa castaña delineándole aquella postura de cisne, como la misma virgen maría, tan poderosa y divina, sus dedos bailaban en aquella columna con las yemas de los dedos arrastrando la piel de las vértebras llegando a ese derrier para marcarlo como un cincel a su escultura, la pasión desbordada con la lujuria, un pecado tan grande que no se perdona ni se lava con el simple rezo, uno que aquella jovencita rubia estaba dedicándole a sus dos cancerberos, la lengua venenosa del deseo recorría todo el sexo de Cesare pero no eran los únicos labios que saboreaban aquella dureza de éxtasis, también los labios íntimo de la castaña lo recorrían lo que hacía que sintiera un dolor punzante en la parte baja precisamente en sus testículos, un dolor por sentir aquella humedad acompañada por la ínfima capa de saliva de la joven laboriosa que no paraba de tocar a ambos contendientes. Aquella mujer con un cuerpo que podría ser la figura de la misma virgen maría, con aquel par de senos firmes y curvados donde se necesitan, su cintura tan delgada y fina junto a esa cadera y glúteos trémulos donde los dedos libres apretujaron para sentir la suave piel.

–No pequeña tú me lo pones tan fácil al entregarme esto – la mano indecorosa azotó aquel trasero apretándolo con fuerza para luego llevar esos mismos dedos diestros a donde paseaban aquellos labios rosáceos, ahí indagó introduciendo un falange de su índice en aquella cavidad que brotaba agua bendita para el sediento, introdujo más su dedo sin dejar de mover a su rosa con espinas, la movía con enjundia sobre su miembro erecto, al retirar el dedo se lo llevo a los labios de ella viendo con la mujer se probaba; los dedos que habían recorrido el paso al descenso ahora ascendieron hasta aquella mata de cabellos oscura pegando ambas frentes; eran bestias, dos bestias que competían por el poder pero Cesare sabía que en la cama todos son iguales y a la mujeres se les brinda el placer que no conocen completamente.

Con su sonrisa tomó los labios de la castaña en un beso ardiente y pasional con las lenguas desatándose en una danza frenética invadiendo la boca ajena, era un beso posesivo que no daba tregua a las palabras solo al deseo, poseía aquella cavidad dando paso a las garras de la fiera que se clavaban en su carne arrancándole gruñidos que ella devoraba, si la mujer pensaba que solo ella podía ocasionar eso se equivocaba, la mano diestra se inmiscuye entre aquellas intimidades abriendo más sus rosáceos labios enmudecidos con aquel sabor salino, dejó que tomaran la polla de Cesare en su entereza manchándola de aquel color transparente, la llevó hasta el glande dejando que este entrara un poco en aquel lugar algo estrecho, solo la punta le permitió adentrarse y la sacó, volvió a introducirla dejándola ahí apresando con sus brazos la cintura de la castaña pegando aquel par de orbes a su torso muy cerca de sus labios con lo cual puedo permitir a su lengua dar unos tientos a su pezón todo endurecido.

–Ámbar la señorita no se siente bien atendida es hora de que la atiendas como se debe– la sonrisa socarrona en los labios de Cesare que se levantó con la mujer en sus brazos sintiendo las piernas de ella atraparle, sus muslos le daban un placer sin igual sentirla tan cerca de él, su aroma y su piel que le invitaba a probar, pero ella sería la última en ser atendida ante el placer, la dejó descansar en sus pies acercándose a la joven rubia que arrodillaba no dejaba de tentar al miembro erecto con la linfa de la excitación desbordándose y su lengua que lo tomaba, invitó a la morena a sentarse con las piernas bien abiertas, la sonrisa de ella le aseguraba a su eminencia que la virgen había recibido ya esa clase de favores; inclinó a la rubia que sin demora y presurosa a satisfacer a sus amos comenzó a estimular la lengua el clítoris de la joven –Abre bien los labios no te dejes ni una gota que ese es parte de tu pago pequeña florecita – susurra al oído de la joven con sus manos deslizándolas por la blanquina piel de la espalda hasta sus sus nalgas rozando su miembro en los labios vaginales de aquella jovencita su mirada no se apartó de la castaña en un intento sádico de que era a ella quien tocaba su pene de esa forma cuando la lengua de la rubia la tocaba y sus dedos abrían sus labios para tomar más de aquella intimidad y en un momento de calma antes de la tormenta el gruñido de la joven hacía notar que su eminencia estaba penetrándola lentamente, primero las embestidas fueron delicadas, suaves pero a medida que avanzaba los segundos iba golpeándose más contra aquel cuerpo llevando a meter la cabeza de la ella a las piernas de la castaña que arqueaba su espalda mostrando sus senos –Tócalos como deseas que te toque pequeña Rosa – jadea empujando más a la muchacha que se queja de dolor pero se calla enseguida soportando los embistes y las garras de su amos que la aprisionan en aquel rito de sexo sin control



Off: no te preocupes vale la pena, igual soy paciente, asi que el tiempo no es inconveniente.
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Lips of Deceit {Cesare C. Mercer} {+18} Empty Re: Lips of Deceit {Cesare C. Mercer} {+18}

Mensaje por Invitado Jue Ene 29, 2015 6:35 am

Sí... Era cierto, yo se lo ponía fácil al entregarme por completo a lo que estábamos haciendo, pero ¿de verdad existía alguien que pudiera culparme por abandonarme a la pasión...? Bueno, a ver, era evidente que sí que existían personas que lo harían, sin ir más lejos mis propios superiores no toleraban que tuviera relaciones carnales sin siquiera estar casada porque eso me hacía similar a una puta de Babilonia, como habían llegado incluso a llamarme alguna vez, pero la pregunta interesante no era esa sino otra: ¿realmente había alguien cuya opinión me importara que me lo echara en cara? Y la respuesta a esa pregunta era única: no. Sencilla y llanamente, puesto que en aquel instante mi atención estaba centrada en las dos personas que me estaban proporcionando placer, aunque fuera de manera diferente, pues igual de estimulante resultaba la lengua de la rubia como la mirada del moreno mientras la penetraba a ella por detrás. Era esa clase de perversión, la del juego del voyeurismo que inevitablemente se establecía en cada ménage à trois, lo que más me estimulaba de la situación, incluso aunque yo no fuera exactamente asidua en una práctica que exigía participar menos de lo que a mí me encantaba hacer. ¿Qué podía decir en mi defensa...? Adoraba los placeres carnales, pero sobre todo ser partícipe en ellos, y simplemente mirar, por mucho que mis manos compensaran la ausencia de contacto con otro ser, no me resultaba suficiente en absoluto. En ocasiones, ni siquiera me bastaba acostarme con una sola persona al mismo tiempo, y dado que aquella era una de esas ocasiones el hecho de que hubiéramos terminado los tres juntos se me antojaba absolutamente perfecto para culminar la noche, una tan llena de vicio que sería digna de recordar hasta la saciedad.

– Hasta yo disfruto rindiéndome en ocasiones...

Mi voz fue poco más alta que un murmullo, difícilmente expresado porque me estaba mordiendo los labios con saña, pero estaba segura de que ambos me escucharon a la perfección. Había algo extraño en aquel tipo de sexo que estábamos compartiendo, una especie de capacidad para desviar la atención de lo que fuera que estuviera teniendo lugar en el burdel para centrarla en nuestro evento privado, hasta en las palabras que murmurábamos sin que deseáramos conscientemente que alguien las escuchara aparte de nosotros. Esa realidad sólo podía ser sinónimo del abandono al que ya no solamente yo pertenecía, y al que me abrí por completo (nunca mejor dicho) cuando la lengua de la prostituta sumada a la mirada oscura y ardiente del hombre desconocido me hicieron alcanzar el clímax. Ante tamaña sensación solamente pude arquear la espalda, coger a la rubia del cabello y pegarla a mí mientras cerraba los ojos y les regalaba un banquete de gemidos que, en realidad, prácticamente estaba a la carta. Era consciente de que la prostituta probablemente no llegaría a menos que la dejáramos tranquila; por mucho que sospechara que el hombre era muy bueno en lo que hacía, si con una sola mirada le había bastado para seducirme durante un instante, ella no parecía acostumbrada a la dureza tanto como lo estaba yo, así que decidí tomar riendas en el asunto y asegurarme de que, una vez más, disfrutáramos los tres presentes, no solamente yo. Una prueba más de lo realmente buena persona que podía llegar a ser, si me lo proponía... Por eso, la aparté de mí (aunque para compensar mi dureza la besé y me saboreé en sus labios, algo que me volvió a poner a tono casi en el mismo instante de probar su boca) y fui yo la que la sustituyó en la tarea de disfrutar del miembro del desconocido. Además, dando una vez más muestra de mi generosidad desmedida, la obligué a que prácticamente se sentara sobre mi rostro para devolverle el favor, con el aliciente de que cada uno de mis movimientos, estando yo boca arriba e invadida por completo por el hombre, ayudaba a que mi lengua se hundiera más profundamente en ella.

Por fin, la rubia empezó a relajarse, y ni siquiera necesitaba estar entre sus piernas para saberlo porque hasta sus muslos, que estaba sujetando, redujeron parte de la tensión que los estaba endureciendo hasta aquel instante. Los tres estábamos envueltos en una espiral de pasión a la que ella se había unido por fin y en la que yo iba en cabeza, no podía evitarlo, pero así era, y no planeaba arrepentirme por ello, pues suficientemente ocupada estaba disfrutando de cada uno de los movimientos de uno y de la otra. En aquel momento, podría abandonarme y llegar de nuevo al clímax en tiempo récord, pero decidí controlar un instante más aquella sensación para darles tiempo a los dos de que disfrutaran por completo, como lo estaban haciendo. Y, como no podía ser de otra manera, mi idea resultó absolutamente apropiada; unos instantes después, noté cómo él alcanzaba su clímax, y como si a la prostituta le hubieran ordenado que tenía que hacerlo a la vez que él, que ni siquiera había sido su cliente en primer lugar, la noté desbordarse en mis labios, que no dudaron un instante en devolverle el favor que me había hecho e imitarla al recoger su jugo con la lengua, los labios, los dientes. En mi defensa debía decir que siempre que me acostaba con una mujer me aseguraba de que no fingía el clímax, como yo sabía hacer a la perfección. Dado que, de todas maneras, estábamos haciendo algo amoral e ilegítimo ante los ojos de los demás, ¿por qué no disfrutarlo...? Esa máxima también la aplicaba cuando me acostaba con alguien fuera del matrimonio (siempre), y especialmente cuando hacía algo más pecaminoso de lo normal, como esa vez que había elegido a un amante para probar el librito indio llamado Kamasutra de principio a fin. Fue precisamente esa máxima lo que me hizo llevar mis manos primero a mis pechos y, después, a mi clítoris para no ser la única que se quedara sin alcanzar la cumbre del placer que ellos habían compartido. Qué mala perdedora podía ser a veces... incluso aunque, en el juego del moreno y yo, hiciera un buen rato que ya había perdido.
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Mensaje por Cesare Borgia Lun Abr 13, 2015 7:19 pm

Este es el cordero de Dios, venid y comed todos de ello.


El canto de la entrega estaba a la orden de la noche, afuera quedaron los nombres y las posiciones, allá fuera de aquella habitación quedó el hecho del “deber” para que dentro de aquellas cuatro paredes solo esté el “poder” y el “placer”, a la mirada de todos aquel hombre era como cualquier cliente de ese tugurio de pecados, un hombre que acudía para saciar lo que en su “hogar” no tendría con su esposa, pero lejos estaban todos de siquiera sospechar de que aquel al que el placer y la lujuria lo gobernaba no era para nada un hombre corriente si no el mismo pastor de la santa madre iglesia, eminencia nombra por el papa y que velaba por sus propios interés para tener el poder y hacer que su padre llegara a él. Esos son los pasos que lo delatarían pero quedó fuera, porque ahora era una creación para dar placer a aquella castaña cuyo cuerpo y espalda era la imagen perfecta del pecado.

No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya, bastará para…

La penitencia llegaría a su fin pero no el delirio completo pos coital, la rubia había sido una magnifica maestra a la hora de dar placer a su semejante femenina pero no resistía mucho lo que Cesare le producía, al parecer no están acostumbradas a ese tipo de tratos, aquello le costó un poco el desnivel de su excitación hasta que le morena tomó su lugar, esos ojos felinos de lujuria y su lengua colocaron el arma sexual de su eminencia a punto entrando en ella, abriéndola. Las manos de él fueron a sus caderas embistiendo con vehemencia como si la vida se le fuera en ello, cada entrada y salida de su miembro en el sexo femenino le producía un éxtasis mayor, tanto así que no deseaba llegar a ese clímax, tanto fue el deseo de su pecado que anhelaba tomar más a la mujer, hacerle y hacerse sentir aquello que no se puede permitir cuando está en las misas del concilio. Su diestra recorrió la curva de su espalda que se arqueaba completamente hasta tomar los cabellos de la mujer inclinándole la cabeza hacia atrás.

Sus ojos ardían al ver a la rubia entregada en un clímax poderoso que inundo más el aroma a sudor y sexo. Cesare se inclinó sobre la espalda de la mujer acercando los dedos de su zurda al sexo humedecido de aquella prostituta, el índice recorrió los pliegues de arriba hacia abajo presionando ligeramente aquel clítoris que no paraba de palpitar, su dedo se llenó de aquella esencia llevándola hasta los labios de la castaña a la que le obligó con su diestra a ladear la cabeza para ver cómo le introducía un dedo en la boca, sintiendo su lengua y dientes. Esa calidez en su dedo así como en la entrega de la boca de la mujer llevó al que repitiera el proceso una vez más pero esta vez cual pintor hizo que se humedecieran los labios de la castaña invitando a la rubia a tomarlos en un descarado llamado, mismo que sus manos rindieron al alzar a la castaña y pegarla contra su pecho para ver aquel beso, quería más, quería verlas exhaustas y por si fuera poco verlas a ambas retozar una junto a otra. Atrapó los brazos de su amante en la espalda para que irguiera más la espalda y por ende sus senos se notaran a toda luz, la inclinó un poco hacia adelante embistiéndola con suavidad unos segundos para retardar su orgasmo y el ajeno, miró a la rubia colarse entre ellos besando los labios humedecidos de su néctar, el beso fue una explosión, lenguas, saliva y pequeños gemidos, fue ahí cuando la mano de su eminencia se encaró al de la castaña presionando el clítoris contra si cuando entraba con violencia en ella, salir y entrar.

Salió de la mujer antes de que esta alcanzara un orgasmo, dejándola ahí vacía y sin sentido, su mismo éxtasis seguía latiendo y llegó a dolerle el no descargarse en ese mismo momento –Vaya que eres tremenda, eres la rencarnación de la lujuria y el mal, y es algo que debo decir, me encanta– esa última frase la susurro acercándose a las mujeres colocando a la rubia sobre la cama y a la morocha invitándole a subirse de ella –Quiero verlas juguetear mientras hago lo mío– se encaró contra la castaña besando la espalda lamiendo la columna por donde los nervios surcan hasta el cuello, con su aliento susurrante –Vamos mírate en ella Qué te gustaría que te hiciera una mujer y hazlo con ella, para eso está aquí para que hagas con ella lo que más te gusta, hazla gemir mientras las devoro a las dos, porque es así que quiero acabar con ustedes con la mayor indecencia– muerde aquel lado del cuello pasando la lengua y así deja que sean sus dedos hábiles que surquen los pliegues del sexo humedecido de ambas, primero con caricias tiernas, apenas tientos, tocando los labios mayores abriendo sus sexos para dejar que su glande rozara como amenaza de entrar, pero eran caricias, sus clítoris estimuló en círculos con el pulgar y sus otros dedos acariciaban con enjundia los pliegues de la morocha, sintiendo el estremecer de ambas mujeres. Lo que quería Cesare es que ambas expusieran sus sexos a él y así poder disfrutarlos a plenitud, hasta el cenit del acto sexual.



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Lips of Deceit {Cesare C. Mercer} {+18} Empty Re: Lips of Deceit {Cesare C. Mercer} {+18}

Mensaje por Invitado Lun Jul 06, 2015 11:43 am

Oh, qué divertido resultaba, él debía de pensar que jamás había cometido el pecado de yacer con una mujer cuando, en realidad, ese era uno de los que más me gustaban de todos los muchos que me dedicaba a cumplir día sí y día también. ¡Si tan sólo la Iglesia lo supiera! Los herejes a los que quemaban, nunca con mi ayuda porque yo me encargaba más bien de aniquilar sobrenaturales, se quedarían en santos inocentes a mi lado, pues los pecados capitales me los conocía a la perfección. Los había catado todos y cada uno de ellos, especialmente los más divertidos como eran la gula y la lujuria, precisamente los dos que dominaban en el encuentro impúdico que estaba teniendo lugar en el burdel. Una vez todos alcanzáramos el máximo placer actuaríamos como si no nos conociéramos ni nos hubiéramos visto jamás, pero ¿qué importaba el después pudiendo centrarnos en el ahora? Y más cuando el ahora resultaba tan condenadamente placentero como lo era una mujer debajo de mí, dispuesta a cumplir cada una de las fantasías que había tenido en mente al acudir al burdel aquella jornada. Pues no olvidaba, no podría hacerlo ni aunque lo intentara con todas mis fuerzas, que había sido el ansia por otra mujer lo que me había conducido al único lugar de todo París donde nadie me juzgaría demasiado intensamente por saciar un hambre que existía dentro de mí desde la primera vez que había visto a otra mujer desnuda, hacía ya algunos años. Aunque, en realidad, que me juzgaran me importaba lo mismo que la fe: nada en absoluto. Había algo sumamente placentero (más aún que las caricias, quiero decir) en disfrutar de algo prohibido mientras te recuerdan lo pecadora que estás siendo... O quizás se trataba únicamente de mí y de mis gustos, que parecían raros a todos aquellos que conocía por menos tiempo del suficiente para convencerlos de mi punto de vista.

– Casi preferiría que, en vez de animarme, me reprendieras... Me haces sentir como si no supiera perfectamente lo que quiero hacer a esta rubia, moreno.

Jadeé apenas un instante antes de besar los labios de la flor que parecía demasiado inocente para haber terminado entre dos personas tan retorcidas como lo éramos él y yo. Incluso sin tenerla de por medio había comprobado a la perfección que su nivel de corrupción era similar al mío, aunque debía reconocer que cuando se trataba de un acto carnal entre más de dos personas todo el mundo parecía más proclive a cometer excesos que, en condiciones normales, seguramente no harían. ¿Se trataría de un efecto adverso de juntarse conmigo, pues era capaz de conseguir que cualquiera me mostrara su lado más impúdico hasta si en público se trataba de una persona dulce y hasta educada? ¿O era simplemente que él había encontrado una buena excusa para sacar a la luz una parte de él que existía cubierta por los modales cuando estaba en público? En mi caso era una mezcla de ambas, con la diferencia de que siempre me mostraba tan carnalmente dispuesta como en aquel momento, besando el cuello y los senos de una mujer que anhelaba el roce de mis dientes mucho más que el de mis labios. ¡Quién se lo iba a decir a una joven inocente como aquella! De pronto parecía esperar que fuera ruda con ella, igual que yo deseaba que lo fuera él conmigo y que me tomara sin consideración alguna por si al día siguiente podría andar o no. ¡A quien le importaba! Además, sanaba rápido, esa era una de las mayores ventajas de mi condición, y me garantizaba que podría ser tan salvaje en el sexo como se me antojara porque no tendría consecuencias nefastas para mí a largo plazo. Y si las tenía, me encargaría de atajarlas, como hacía cada mujer que era atrapada en flagrante delito y anhelaba volver a su vida anterior. No era mi caso, por supuesto, porque mi vida era exactamente como me gustaba a mí que lo fuera, pero qué apropiado se volvía el símil cuando se trataba de hablar de perder el control...

– Vamos... Tócate para nosotras. Lo estás deseando.

Igual que yo estaba deseando verlo y no le quitaba la vista de encima, aunque fuera de reojo, mientras mi atención se centraba en la rubia y en hundir mis dedos en su intimidad lo más hondo que podía, y era mucho por lo sorprendentemente dilatada que se encontraba. ¡Vaya, que me...! Y parecía inocente cuando la había encontrado, pero a fin de cuentas era una prostituta, que me cupiera la mano entera en su intimidad era algo que debería haberme esperado, especialmente estando tan resbaladiza como lo estaba y como, seguramente, lo estaba yo también. Anhelaba, no obstante, que mientras volvía a la rubia loca de placer él se encargara también de mí con algo más de intensidad que con el roce y la tentación, así que con la mano que tenía libre aproveché para ir rozando mi cuerpo en los puntos más erógenos que poseía. Y demonios si funcionaba... Entre el camino de mis pechos a mi clítoris y a mi humedad cada vez sentía más escalofríos y más sensaciones acumularse en mi cuerpo, la antesala del orgasmo que él se empeñaba en retardar lo más posible. Estaba segura de que, así, al final el clímax sería casi una petite morte literal porque me dejaría incapacitada para moverme, pero ¡era tan frustrante encontrarse a las puertas y que él me impidiera tener el capricho de alcanzar la cúspide! Frustrante y, claro, cruel por su parte, pero ya había intuido desde el principio que la amabilidad no era lo suyo, y yo sinceramente lo prefería así. Con dulzura no se llegaba a ninguna parte conmigo, me aburría y me hastiaba de ella con facilidad, mientras que así, con la rubia contrayendo su interior para mí por el orgasmo que le había proporcionado, estaba sumamente interesada en la situación...

– Sólo faltamos tú y yo, ya.
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