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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Adrien Talleyrand Dom Mar 09, 2014 2:16 pm

Principios de Enero / 4:34 PM.

Cada vez hacía más frío. Así era siempre por esas fechas, en el punto central de un Invierno cruel y muy sorprendente. Por supuesto que el caballero que rondaba por las lujosas mansiones de esa zona, no tenía ni idea de lo que ocurriría en el futuro. Él no era un vidente, y no creía mucho en esas cosas. Se consideraba un escéptico y, por lo mismo, prefería asegurar su propio destino. Hacía unos días había conocido a una persona maravillosa; un sol, en sus propias palabras. Tenía muy presente sus ojos, que brillaban tímidos o esperanzados con un bonito color ambas. También recordaba sus facciones delicadas y su melena castaña, que provocaba soltarla sobre sus hombros. Era dulce como la miel, e interesante, lo que la hacía sumamente encantadora.

Una criatura inocente como ella...

No puedo tenerla. ―se dijo a sí mismo en medio de su paseo, con una sonrisa que carecía de su característico humor. Revelación o miedo, era una posibilidad. Él era poco más que una bestia con forma humana, con el "don" de la falsa apariencia. La única mujer a la que había podido proteger hasta ahora, era a su propia hermana. Y Dios sabía que incluso a ella la había lastimado en alguna ocasión.

Se metió las manos a los bolsillos del abrigo, en un intento de calentarlos. Su cuerpo podía adquirir una temperatura considerable, pero ahora se creía en el punto de congelación. Caminaba sin rumbo fijo (o al menos, así lo creía), cuando los colores de una mansión se presentaron ante él como la pintura más exquisita. No le parecía haberla visto antes, pero había en el ambiente un perfume familiar, dulce y suave. Alma. Olía a ella, a su sonrisa, a ese movimiento de las manos que hacía cada vez que algo le inquietaba, al hoyuelo de su mejilla, a sus mejillas sonrojadas. Como un loco perdido, caminó rodeando la estructura de madera y rastreando la esperanza que tenía de una nueva sonrisa por parte de Alma. Cuando al fin dio con una ventana abierta, fue consciente de algo.

No podía entrar así. Lo echarían a patadas y entonces le negarían las visitas a esa musca que lo estaba atormentando. ¿Entrar con la mentira de una invitación previa? No, no quería miradas indiscretas. No quería formalidades. La quería a ella, tanto que sus instintos le advertían del juego del gato y el ratón. Bueno, se dijo cuando saltó la verja que lo separaba del jardín, al menos debía intentarlo.

La luz le confería al jardín un resplandor dorado, como debía ser tal vez el paraíso para la nobleza. Que se quedaran con su oro, con sus riquezas, con su poder. Él quería algo mucho más lejano. La vio sentada en un rincón del jardín, como si quisiera un espacio lejos de los sirvientes. Cuando emprendió camino hacia ella, ya no era el hombre al que muchas personas llamaban "payasos". Era un felino, uno pequeño, de pelaje austero y grisáseo. Tenía la apariencia de ser un malhumorado, aunque sus ojitos azules brillaban y todo su pelaje era limpio y suave.
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Mensaje por Alma Montcourt Dom Mar 09, 2014 3:42 pm

Aquella mañana por sorpresa de todos, fui la primera en levantarme, alcanzando a encontrarme a la ama de llaves adormilada, y no con aquel rostro apresurado y amargado que tenia normalmente. Con mi bata de fina seda ceñida a mi cintura le sonreí al pasar por su lado, dándole los buenos días. La ama de llaves, me las devolvió extrañada y viendo como desaparecía tras entrar al salón oí sus pasos apresurados perderse por el pasillo, yéndose rápidamente a levantar a su marido, para contarle las buenas nuevas. Otra vez, me había levantaba temprano. Hecho, que jamás en sus 22 años había ocurrido, ni aun cuando Arabella se encontraba con nosotros. Normalmente siempre era ella la que debía de venir a levantare. Así que desde hacía unos días, Marie, nuestra ama de llaves andaba preocupada y seguramente fue a buscar a su marido, el cochero de la familia, cual seguramente solo se reiría de ella cuando le contara que de nuevo me había levantado temprano, diciéndole que veía cosas donde simplemente no había nada, que el que se levantara temprano debía ser por el clima, el sol... o quizás por que alguien había robado mi inocente y cálido corazón que guardaba en mi pecho.

Y así era. Desde el día del teatro, no podía dejar de pensar en él. En su sonrisa, su voz varonil, que me calmaba y exaltaba, confiriendo a mis mejillas el bonito color del atardecer. Adrien... susurré con un susurro al aire en lo que pasaba de largo del salón y me adentraba en la cocina, agradecida de que no hubiera nadie. Normalmente no acostumbraban a dejarme bajar a las cocinas, pero me había levantado con mucha sed y necesitaba un vaso de agua. Bajé las escaleras de mármol y una vez en las cocinas, abrí los cajones y al encontrar un vaso, lo llené de agua y rápidamente antes de que me vieran en aquel lugar, subí con el vaso en la mano al salón, donde mirando por los grandes ventanales, di mis primeros sorbos observando el bonito amanecer. Hoy saldría el sol, sería un día perfecto para dibujar o simplemente pasear, me dije con una sonrisa.

Terminé de beber el agua, sedienta y volviendo sobre mis pasos, volví a mi habitación, donde vestirme adecuadamente para empezar aquel día soleado y quizás con suerte hoy podría acudir a la ciudad, y allí buscarle entre la gente. Ya había acudido algunas tardes, sin noticia alguna de él. Hasta llegué a preguntar a los del teatro, pero de tantos que entraron aquel día, no se acordaban de ningún Adrien. Suspiré, cerrando la puerta de mi alcoba y dirigiéndome al gran armario tomé lo primero que mis manos encontraron, escogiendo precisamente un ligero vestido vaporoso, aún así con unas capas para protegerme del frio, de un color suave pastel. Lo ideal para esta mañana soleada pero algo fría.

Me lo puse sin necesidad de ayuda de ningún tipo, hecho que agradecí, ya que al final terminaba cansada de los corsés y sus complicados lazos y de nuevo cepillándome el cabello que dejé caer sobre mis hombros, lacio y suave, vino a mi recuerdo él. Aún no entendía como podía ser que no pudiera sacármelo de mis pensamientos, cuando solo nos habíamos encontrado una noche y de aquello ya hacía varias noches. Negué con la cabeza, debía estar enloqueciendo, era un desconocido y allí andaba yo, sin poder conciliar el sueño y cuando lo conciliaba, me despertaba con su nombre en mis labios.

Bajé de nuevo al salón al alistarme, desayuné sola, como hacía una semana en la que Arabella no permanecía con nosotros y tal cual tomé uno de mis lienzos y lápices, salí al jardín, a saludar el sol y aquella bella mañana. Me pasee por los jardines laterales, alejándome de la vista de los sirvientes, y buscando un lugar donde sentar y buscar que dibujar, me senté frente a uno de los arboles más antiguos de la mansión y recostada en su tronco, cerré unos instantes los ojos, para abrirlos y encontrarme con un pequeño pájaro subido a una piedra, delante de mí.

Manos a la obra, me puse a dibujar en movimientos suaves y lentos para no asustarlo, cuando me lo encontré mirándome fijamente. Le sonreí dulcemente, esperando no asustarle y dejé de dibujar unos instantes. — Hola pequeño...un muy buen día, no crees?— Le pregunté con voz suave y dulce. El pájaro me miró y tras unos instantes giró la vista hacia la lejanía y antes de que pudiera ver que era aquello que le alertaba, hechó a volar, dejándome con medio dibujo terminado. Suspiré, mordiéndome el labio pensativa, cuando algo atrajo mi atención. Miré frente de mí y allí me encontré con el culpable de que el pájaro hubiera volado. Un pequeño gato me observaba entre la hierba, semi escondido. Sonreí observándole. Parecía ser de buena familia o por lo menos parecía no ser un gato abandonado, ya que su pelaje suave se veía limpio, nada comparado con los sucios gatos de las calles bajas de París.

Con curiosidad, quise levantarme, pero al ver que hacia movimientos, el gato se dio la vuelta y me detuve volviendo a sentarme en el suelo. No quería que se fuera, no tan pronto. — No te asustes por favor...prometo no hacerte daño, y si deseas puedo traerte un poco de leche. —Sonreí mirándole a los azules ojos, volviendo a acordarme de Adrien. Suspiré, murmurando su nombre en voz baja y volví mi mirada al gato, tomando lentamente de nuevo el lápiz entre mis dedos. — Me dejarías dibujarte? Eres muy bonito, y ¿sabes? Me recuerdas a alguien. —dije viéndole a los ojos, jurando ver los ojos de Adrien. Fruncí el ceño, algo confundida y empecé a dibujar el gato en el papel. Concentrada en plasmar aquellos ojos y su mirada, a instantes le miraba, sonriendo agradecida de encontrármelo en el mismo lugar, observándome igual que yo, como si sintiera curiosidad.


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Mensaje por Adrien Talleyrand Lun Mar 10, 2014 9:32 am

Lo que hacía ahí, y en esa forma, era la clase de misterios que un hombre promedio tardaba en desvelar. Adrien se consideraba a sí mismo un romántico empedernido, pero incluso él tenía una leve coraza que le impedía darse cuenta de sus propios sentimientos. Además, ¿por qué un hombre haría nada por una mujer a la que conoció en el teatro días atrás? Alma no era el tipo de mujer a la que imaginara poseída una noche virtuosa y luego verla abandonada por alguien como él. La simple idea le estremecía. Pero alguien que lo conociera a él y a su pasado, se extrañarían del repentino ataque de moral al felino de ojos azules. A excepción de su querida hermana, él tuvo muchos desaires con las mujeres que ahora intentaba olvidar.

Estaba jugando a algo peligroso cuando se acercó a ella. Nada más verla en la distancia, supo que tendría problemas. Se veía como un ángel creado a partir de gotitas de miel. Su sonrisa estaba ahí, tal como la recordaba. El "gato" de extraña mirada la observó dibujar, pero no estaba muy seguro de querer ser cogido entre sus brazos. Tenía cierto temor de que ella descubriera su identidad con tan solo observarlo mejor; además, comprendía que a su lado su fuerza de voluntad se ponía al limite.

Luego de dudarlo un poco, tomó la decisión de quedarse donde estaba, con la esperanza de poder observarla más tiempo sin que ella sospechara nada. No estaba seguro, pero creyó oír su nombre de esos carnosos y lindos labios. Debía estar delirando por tanta belleza, se dijo como cruel poeta. Cometía una locura y sólo se preguntó si esa tierna mujer lo había enloquecido al final. Lanzó un maullido cálido, antes de ronronear contra sus piernas. La suavidad del vestido era tan fina como la mujer que lo portaba. Al final le obedeció y permaneció tan quieto como pudo, curioso de lo que pudiera ver después en esa hoja blanca, si ella se lo permitía.

"Alma. Alma. Mi dulce Alma. Te puedo tocar y estás mirándome. Y aún así, te siento lejos", pensaba con desilusión. "Dime egoísta cuando lo descubras, pero no puedo ahora dormir si no te veo. Vendré a verte, dulce mía. Al menos así quizás pueda seguir disfrutando su sonrisa".

Cuando pasaban los minutos y solo existían ellos, el jardín realmente parecía el paraíso. No sabía si ella había terminado o no, sólo podía deducirlo por el movimiento de su mano contra el papel, pero un poco cansado de las distancias se ubicó a su lado y se echó sobre la hierva, mirando la enorme mansión que se levantaba a unos metros más adelante. Claro, ella era la hermana de una condesa después de todo. Estaría acostumbrada a los lujos más refinados y excéntricos; probablemente él en toda su vida no podría ofrecerle nada como eso. Volvió a maullar, inconscientemente con amargura, como si insultara la edificación y lo que aquello representaba. Distraído como estaba, al sentir una mano sobre su lomo no pudo sino reaccionar como siempre lo hacía en esa forma tan vulnerable: Saltó hacia atrás y lanzó un bufido. Un felino a la defensiva, como siempre.

Se sintió algo avergonzado al darse cuenta que le había gruñido a Alma, pero por otra parte, todo parecía indicar que debía estar lejos de ella. Tal vez fuera muy mono como gato, pero esa no era su verdadera transformación, después de todo.
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Mensaje por Alma Montcourt Vie Mar 14, 2014 4:30 pm

El lápiz en mi mano comenzaba a moverse, fluyendo en el papel la figura del gato que lentamente iba tomando forma. En ningún momento dejé de verle, sonriendo en cuando se acercó hacia mis piernas y ronroneando se acarició contra ellas. Levanté la mirada desviándolo del papel y sonreí con dulzura. —Te lo enseñaré al terminar e iré a buscarte leche. — No hacían falta las palabras, estaba hablando con un gato y aún así, yo deseaba tranquilizarle, acariciarle el suave pelaje y también hacerle compañía. ¿Estaría él tan solo como yo? Le miré y negué con la cabeza a mis pensamientos. Él debía de tener una casa a la que acudir, una familia que lo amara y cuidase como su suave y bonito pelaje parecía indicar, aquello o que era demasiado limpio para andar por las calles. Alcé la mirada hacia el sol y con una sonrisa volví a mi retrato del gato, en lo que él tomaba lugar cerca de mí, donde se quedó tumbado y en donde parecía observar la gran mansión.

Distraída no me di cuenta que inconscientemente empecé a dibujar el rostro de aquel joven con el que días antes me había encontrado en un lateral de la pagina. Al verlo rápidamente me sonrojé, volviendo mi mirada al gato en lo que su maullido atraía mi atención y como una niña que teme haber sido encontrado tras haber hecho algo mal, le miré avergonzada, cayendo entonces en la cuenta de que aún seguía con la vista en la mansión y no en mí, ni en aquel dibujo del hombre que me torturaba en sueños. Suspiré y sonreí de vuelta al papel, terminando el dibujo del gato, dejando el rostro de Adrien a medio terminar. — A mi tampoco me gusta este lugar. Solo el jardín que es donde puedo encontrarme sola y en cierta forma alejada de toda la ostentación, y de la vigilancia permanente. —Me mordí el labio y ladeando la cabeza, volví a ver al gato para terminar con los últimos retoques. — Lo encontraras il-lógico, seguramente desearías un cojín más mullido y fino, comida de la más cara y selecta, pero imagínate que te quitaran la libertad… Así me siento yo en este lugar en el que todo es aparentar y una imagen impecable, soy como un jilguero enjaulado. — Iba a añadir de más, no obstante silencié mis palabras. ¿Qué felino quisiera escuchar las penas de una muchacha? En silencio fui terminando el dibujo y en lo que lo acabé, observando al gato aún observando la mansión acerqué lentamente mi mano a su lomo y lo acaricié, o aquella había sido lo que intentaba, ya que al solo contacto con mi piel, saltó hacia atrás y me bufó.

Lo siento… no quise asustarte. —Me disculpé con él retrocediendo la mano de nuevo a mi regazo, y muy lentamente me levanté, dejando en el suelo, sujetado por dos piedras en los extremos, el papel con el dibujo del gato y de aquel quien había robado mi completa atención. Miré una ultima vez aquel dibujo y al hombre, y volviendo mi mirada al gato, viéndole irse, lo llamé. —Te dejaré aquí el dibujo… por si deseas verlo. — Y sin intención de asustarle, me fui sintiendo su mirada a mi espalda y antes de que pudiera perderle de vista, me giré para ver si se encontraba junto al dibujo y allí estaba. Sonreí y justo volvía mi mirada frente de mí, una de las damas aparecía. —Me encontraba dibujando. — Respondí antes de que se le ocurriera preguntarme nada. Volvía de nuevo a mi prisión, y sin mi hermana, aquello era solo peor.


***

En todo el transcurso del día no volví a ver aquel gato. Tampoco al día siguiente, ni a los siguientes, por más que en alguna ocasión llegué a pensar que estaba siendo observada o que hasta veía entre los matorrales una pequeña sombra. Solo fue hasta el cuarto día que de nuevo le vi. Yo me encontraba en la sombra de un árbol y él volvió a acudir a mi lado. En esta ocasión, simplemente me tumbé a su lado, sin tocarle – ya había aprendido la lección. – y con los ojos cerrados disfruté de los escasos rayos de sol, de la brisa y de su compañía, que a veces por si solo empezaba a ronronear. Ronroneos que provocaron que finalmente me durmiera placidamente  a su lado.

Al despertar él ya no se encontraba a mi lado, al menos no de forma visible, así que con pesar de haberme dormido antes de haber podido darle algo de comer, me volví hacia la mansión, tramando por ello un plan para que terminar haciéndome amiga de aquel gato. Si se dejaba y quería. Esta misma noche le pondría en mi balcón un cuenco con leche y otro con comida, y sentada esperaría por que apareciese, con suerte lo haría si seguía por los jardines o olía la comida. En la tarde hice mis papeles reales, ahora que no se encontraba mi hermana en casa y terminando todo lo rápido que pude, como también el cenar rápido, tomé de escondidas un poco de pollo y de jamón en una servilleta y subí a mi alcoba, donde hasta el amanecer no me vendrían a molestar.

Preparé el cuenco con agua y la comida en el balcón, dejando las puertas abiertas y tras ponerme un suave camisón de lino y una bata alrededor mi cuerpo para no tener frío, me quedé sentada delante las puertas del balcón, recostando mi espalda a uno de los sillones, esperando que apareciese.


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