AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Be yours, Be mine. || libre
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Be yours, Be mine. || libre
El sol apenas ha salido proveniente del oriente, iluminando suavemente por el pequeño espacio que permiten las cortinas y proyectándose directamente en el suelo de la vivienda relativamente humilde, una mujer joven permanece sentada sobre su muñida cama, el cabello negro azabache cayendo sobre su pecho hasta su cintura, y sus ojos mirando fijamente los colores en el suelo, desde cierta distancia, incluso podría parecerse a una muñeca de tamaño real, con la notable diferencia de que su pecho se expandía a intervalos de tiempo regulares, salvo eso, no parecía muy diferente a un cascaron vació.
Podría pensarse imposible que la joven permaneciera mucho más tiempo en la misma posición, pero el sol estaba ya completamente en lo alto del cielo cuando pareció reaccionar, parpadeando un par de veces, con esas pestañas inmensas que hacían sombras sobre sus ojos, y sus mejillas, de un color pálido como el mármol adquirieron un tenue color rosado y un suave bostezo abrió sus labios en un gesto infantil, mientras sus brazos se estiraban hacia el cielo.
-Buenos días señor sol- la muñeca viviente se puso de pie mirando a la ventana, con una sonrisa en su rostro, tan amplia, tan plena y tan aparentemente feliz por el simple hecho de estar despierta y después se dirige hacia el gran armario de los vestidos.
Ese día se sentía audaz, así que selecciono, de entre su guardarropa un vestido ajustado, cuyo corsé asemejaba la parte superior de un traje en color blanco, con los botones dorados, así mismo un sombrerito de dimensiones reducidas, y caminando hacia el tocador, recogió su largo cabello, y lo trenzo, colocando el sombrero sobre su cabeza al final de su arreglo, dándole un aspecto interesante, y muy parecido al de un joven duendecillo.
Mientras salia por la puerta de su domicilio la joven medito sus planes para el día, había cosas que tenia que comprar, comestibles y telas y otras cosas para su trabajo en confeccionar diseños coloridos en tela con pinturas y piedras, el día era esplendido, ideal para visitar tiendas, quizá pasaría por su tienda de te favorita, según lo que su lista decía, y quizás al final visitaría el bosque.
Pero... al ir caminando por las calles del soleado y alegre París de esa mañana, la joven se distrajo, algo que era muy común en su mente tan blanca, por la práctica de los gitanos, jamás en su vida había observado tal festival de colores, o eso ella recuerda en ese momento, claro esta que al cabo de unos minutos se le olvidaría, ese coreo emocionado de la audiencia de curiosos, tan distraída que se encontraba al caminar, que no fue capaz de observar a nadie más a su alrededor, estaba tan fascinada como si fuera un bebe conociendo el mundo por primera vez, ese era la rutina de todos los días y al terminar cada día sabía que no todo empezaría de nuevo, pero con algo diferente, una pequeño cuaderno de hojas gastas que le servían de memoria, lo sacó y anoto todo lo que veía.
Podría pensarse imposible que la joven permaneciera mucho más tiempo en la misma posición, pero el sol estaba ya completamente en lo alto del cielo cuando pareció reaccionar, parpadeando un par de veces, con esas pestañas inmensas que hacían sombras sobre sus ojos, y sus mejillas, de un color pálido como el mármol adquirieron un tenue color rosado y un suave bostezo abrió sus labios en un gesto infantil, mientras sus brazos se estiraban hacia el cielo.
-Buenos días señor sol- la muñeca viviente se puso de pie mirando a la ventana, con una sonrisa en su rostro, tan amplia, tan plena y tan aparentemente feliz por el simple hecho de estar despierta y después se dirige hacia el gran armario de los vestidos.
Ese día se sentía audaz, así que selecciono, de entre su guardarropa un vestido ajustado, cuyo corsé asemejaba la parte superior de un traje en color blanco, con los botones dorados, así mismo un sombrerito de dimensiones reducidas, y caminando hacia el tocador, recogió su largo cabello, y lo trenzo, colocando el sombrero sobre su cabeza al final de su arreglo, dándole un aspecto interesante, y muy parecido al de un joven duendecillo.
Mientras salia por la puerta de su domicilio la joven medito sus planes para el día, había cosas que tenia que comprar, comestibles y telas y otras cosas para su trabajo en confeccionar diseños coloridos en tela con pinturas y piedras, el día era esplendido, ideal para visitar tiendas, quizá pasaría por su tienda de te favorita, según lo que su lista decía, y quizás al final visitaría el bosque.
Pero... al ir caminando por las calles del soleado y alegre París de esa mañana, la joven se distrajo, algo que era muy común en su mente tan blanca, por la práctica de los gitanos, jamás en su vida había observado tal festival de colores, o eso ella recuerda en ese momento, claro esta que al cabo de unos minutos se le olvidaría, ese coreo emocionado de la audiencia de curiosos, tan distraída que se encontraba al caminar, que no fue capaz de observar a nadie más a su alrededor, estaba tan fascinada como si fuera un bebe conociendo el mundo por primera vez, ese era la rutina de todos los días y al terminar cada día sabía que no todo empezaría de nuevo, pero con algo diferente, una pequeño cuaderno de hojas gastas que le servían de memoria, lo sacó y anoto todo lo que veía.
Maika Morozkova- Humano Clase Baja
- Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 14/02/2014
Re: Be yours, Be mine. || libre
-Señor Aldebarán, no me diga que saldrá a esta hora de nuevo-
-Así es, Alfredo. Así que no me esperes para comer, tengo el presentimiento de que algo saldrá bien este día-
-Entonces, ¿le empaco su merienda junto a la máscara?-
-Tu sarcasmo es infinitamente agradable-
Pareciese ser una conversación entre un niño inmaduro y un adulto que quiere corregir sus malos hábitos, sin embargo, todo esto se esfuma cuando se logra apreciar que la anatomía de aquella voz gruesa y varonil es alta con sus músculos trabajados y por supuesto que la de un joven mucho mayor a lo que aparentan sus actitudes.
De camisa blanca con dos botones desabrochados, ajustada por su musculatura y remangada. Pantalones negros al igual que zapatos; en su mano diestra su guitarra celosamente y en su rostro un antifaz de matiz azabache que obstruye su identidad, con un ligero detalle dorado que dan pie a sus marrones ojos, los cuales, se entrecierran un tanto al salir disparado por la ventana de la Mansión Ballester, utilizando una grandiosa habilidad física para caer de pie y salir corriendo a lo que pareciese ser su destino.
Entre las calles se aprecia el saludo de la gente al ente que lleva sus cabellos largos amarrados con una coleta. En sus labios, una sonrisa es dibujada mientras siente las brisas recorrer su cuerpo hasta guiarlo a los callejones donde una fiesta brava se lleva acabo.
-¡¡OLÉ!!- Grita efusivo para dar un pie al frente y robar el protagonismo solemne del momento. Sus manos empiezan a acariciar el instrumento que con sonoro expandible se engalana con un ritmo flamenco indescriptible. Sus dedos izquierdos colocados fugazmente entre acordes y cuerdas son solo la primer parte que se entrelaza con su diestra, trayendo el ritmo que de inminente forma deja salir un acompañamiento perfecto a los aplausos y jaleos de los gitanos e inclusive también de la gente que ha decidido pararse a celebrar.
Es el sol de mediodía el que atestigua la celebración espontanea de aquellos extraños que pareciesen conocerse solo por la música, sin embargo, proyectan una felicidad y un infinito placer en cada segundo desbordado que dibuja a bailarinas envueltas en la sensualidad y el erotismo así como en los músicos que principalmente son guiados por este intruso al que simplemente le elogian como: -¡¡OLÉ TORERO ROSA NEGRA!! ¡¡VENGA!!- y quien con risas y música responde al compás de un cajón flamenco y otras dos guitarras que le siguen.
¿De dónde salió? ¿Cómo llegó ahí? ¿Por qué la gente le trata como le trata? Pero sobre todo… ¿Qué le depara el destino al ladrón más famoso de París?
-Así es, Alfredo. Así que no me esperes para comer, tengo el presentimiento de que algo saldrá bien este día-
-Entonces, ¿le empaco su merienda junto a la máscara?-
-Tu sarcasmo es infinitamente agradable-
Pareciese ser una conversación entre un niño inmaduro y un adulto que quiere corregir sus malos hábitos, sin embargo, todo esto se esfuma cuando se logra apreciar que la anatomía de aquella voz gruesa y varonil es alta con sus músculos trabajados y por supuesto que la de un joven mucho mayor a lo que aparentan sus actitudes.
De camisa blanca con dos botones desabrochados, ajustada por su musculatura y remangada. Pantalones negros al igual que zapatos; en su mano diestra su guitarra celosamente y en su rostro un antifaz de matiz azabache que obstruye su identidad, con un ligero detalle dorado que dan pie a sus marrones ojos, los cuales, se entrecierran un tanto al salir disparado por la ventana de la Mansión Ballester, utilizando una grandiosa habilidad física para caer de pie y salir corriendo a lo que pareciese ser su destino.
Entre las calles se aprecia el saludo de la gente al ente que lleva sus cabellos largos amarrados con una coleta. En sus labios, una sonrisa es dibujada mientras siente las brisas recorrer su cuerpo hasta guiarlo a los callejones donde una fiesta brava se lleva acabo.
-¡¡OLÉ!!- Grita efusivo para dar un pie al frente y robar el protagonismo solemne del momento. Sus manos empiezan a acariciar el instrumento que con sonoro expandible se engalana con un ritmo flamenco indescriptible. Sus dedos izquierdos colocados fugazmente entre acordes y cuerdas son solo la primer parte que se entrelaza con su diestra, trayendo el ritmo que de inminente forma deja salir un acompañamiento perfecto a los aplausos y jaleos de los gitanos e inclusive también de la gente que ha decidido pararse a celebrar.
Es el sol de mediodía el que atestigua la celebración espontanea de aquellos extraños que pareciesen conocerse solo por la música, sin embargo, proyectan una felicidad y un infinito placer en cada segundo desbordado que dibuja a bailarinas envueltas en la sensualidad y el erotismo así como en los músicos que principalmente son guiados por este intruso al que simplemente le elogian como: -¡¡OLÉ TORERO ROSA NEGRA!! ¡¡VENGA!!- y quien con risas y música responde al compás de un cajón flamenco y otras dos guitarras que le siguen.
¿De dónde salió? ¿Cómo llegó ahí? ¿Por qué la gente le trata como le trata? Pero sobre todo… ¿Qué le depara el destino al ladrón más famoso de París?
Aldebaran Ballester- Realeza Española
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Fecha de inscripción : 06/06/2012
Edad : 32
Localización : Abrazado a las sombras
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Re: Be yours, Be mine. || libre
El mercado estaba abarrotado a esa hora por lo que había tenido que comprar tan deprisa como hubiese podido. Fruncí mi ceño por los continuos codazos que había recibido mientras todas intentábamos hacernos con las mejores piezas de cada uno de los puestos.
Costaba respirar por la multitud de faldas allí apiñadas. Me puse el cesto sobre la cabeza caminando entre cuerpos sudorosos que corrían el riesgo de terminar mostrando por sus escotes más de lo que deberían en esas formas imposibles en las que se estiraban para llegar a sus objetivos.
Un pie, otro pie. Me obligaba a mantenerme serena evitando que el pánico por terminar aplastada fuese demasiado poderoso para no soltar un chillido en mitad del mercado y espantar a todos los que allí estaban como si alguien me estuviese asesinando.
- ¡Al fin! -respiré profundamente llenando mis pulmones y bajando la cesta de mi cabeza una vez que había logrado cruzar la última barrera de cuerpos curvilíneos.
Entrecerré mis ojos observando el lugar al que había llegado en mi escapada. ¡Perfecto! Había abandonado la muchedumbre por el extremo opuesto que tenía que haber tomado para regresar al Palacio Royal. Ni loca volvería a entrar entre todas aquellas faldas por lo que me obligué a perderme entre los callejones buscando de esa manera algún otro camino por el que regresar a mi lugar de trabajo.
Como era costumbre en mí, me dispuse a canturrear durante el camino para evitar sentir miedo por estar en una zona que me recordaba en exceso a un lugar de mi pasado.
Paré en seco. Un momento, ¿eso es música? Avancé un poco más sin poder evitar que la sonrisa se expandiera por mi cara dibujando una expresión de pura felicidad. ¡Acordes españoles! Mi corazón comenzó a bombear con fuerza por la forma en que aquella guitarra española gobernaba la atmósfera y cual rata hipnotizada por el flautista de Hamelín, olvidé todos mis recados siguiendo el maravilloso ritmo de la melodía con mis pasos hasta llegar a un amplio callejón donde medio París parecía estar congregado.
Las mujeres bailaban olvidándose de su decencia. La seducción era la clave siempre en el baile. Los hombres coreaban mientras daban palmas y se unían a las muchachas en aquel ritmo tan fresco. Un torbellino de colores danzaba frente a mí realizando todo tipo de movimientos que invitaban a ser elevaba en el aire sin importar la forma en que las enaguas se viesen, si se mostraba más pierna de lo políticamente correcto.
Se escuchaba salir de las bocas de todos algo sobre una rosa negra y un torero. La curiosidad me embriagó. Busqué entre los cuerpos, encontrando a lo lejos aquel rostro cubierto con un antifaz y una coleta dejando atrás sus cabellos. ¿Quién era ese hombre? La maestría con la que tocaba la guitarra no dejaba duda que se había aprendido cada centímetro de su instrumento y juntos formaban una gran pareja. La pasión que entregaba en la canción provocaba en mi interior el cosquilleo de un deseo: bailar a toda costa aquella música mas la vergüenza podía conmigo.
Me quedé contemplando la escena durante unos minutos más disfrutando del contoneo de los bailarines, envidiándoles en secreto aunque por la forma en que mordía mi labio inferior se podía saber que moría por arrancar la cobardía de mis entrañas y ser el centro de atención bailando aquella danza de las formas que mi mente no podía dibujar pero mi cuerpo conocía.
- Perdón.. -susurré separándome un poco y paseando alrededor de aquella improvisada pista de baile para continuar mi camino de regreso.
Cuando no lo esperé, el gran cesto que llevaba apoyado en mi cadera desapareció de mis manos. Alguien lo había depositado en el suelo donde no sufriese daños mientras otras manos se aferraban a mi cintura y me hacían girar hacia el interior de la gran masa de gente. ¡O no! Al ver esos ojos grises que me sonreían invitándome a danzar, hice todo lo posible por deshacerme de su agarre pero mis caderas y mis piernas tenían otro plan para mí.
La vergüenza tomó fuerza con forma de rubor deslizándose por mis mejillas mientras que mi cuerpo parecía emborracharse de las notas. Los movimientos sugerentes fueron la muestra de la locura transitoria o más bien de la liberación que estaba sufriendo mi cuerpo bajo el embrujo de la música española que escapaba de las manos de aquel enmascarado.
Costaba respirar por la multitud de faldas allí apiñadas. Me puse el cesto sobre la cabeza caminando entre cuerpos sudorosos que corrían el riesgo de terminar mostrando por sus escotes más de lo que deberían en esas formas imposibles en las que se estiraban para llegar a sus objetivos.
Un pie, otro pie. Me obligaba a mantenerme serena evitando que el pánico por terminar aplastada fuese demasiado poderoso para no soltar un chillido en mitad del mercado y espantar a todos los que allí estaban como si alguien me estuviese asesinando.
- ¡Al fin! -respiré profundamente llenando mis pulmones y bajando la cesta de mi cabeza una vez que había logrado cruzar la última barrera de cuerpos curvilíneos.
Entrecerré mis ojos observando el lugar al que había llegado en mi escapada. ¡Perfecto! Había abandonado la muchedumbre por el extremo opuesto que tenía que haber tomado para regresar al Palacio Royal. Ni loca volvería a entrar entre todas aquellas faldas por lo que me obligué a perderme entre los callejones buscando de esa manera algún otro camino por el que regresar a mi lugar de trabajo.
Como era costumbre en mí, me dispuse a canturrear durante el camino para evitar sentir miedo por estar en una zona que me recordaba en exceso a un lugar de mi pasado.
Paré en seco. Un momento, ¿eso es música? Avancé un poco más sin poder evitar que la sonrisa se expandiera por mi cara dibujando una expresión de pura felicidad. ¡Acordes españoles! Mi corazón comenzó a bombear con fuerza por la forma en que aquella guitarra española gobernaba la atmósfera y cual rata hipnotizada por el flautista de Hamelín, olvidé todos mis recados siguiendo el maravilloso ritmo de la melodía con mis pasos hasta llegar a un amplio callejón donde medio París parecía estar congregado.
Las mujeres bailaban olvidándose de su decencia. La seducción era la clave siempre en el baile. Los hombres coreaban mientras daban palmas y se unían a las muchachas en aquel ritmo tan fresco. Un torbellino de colores danzaba frente a mí realizando todo tipo de movimientos que invitaban a ser elevaba en el aire sin importar la forma en que las enaguas se viesen, si se mostraba más pierna de lo políticamente correcto.
Se escuchaba salir de las bocas de todos algo sobre una rosa negra y un torero. La curiosidad me embriagó. Busqué entre los cuerpos, encontrando a lo lejos aquel rostro cubierto con un antifaz y una coleta dejando atrás sus cabellos. ¿Quién era ese hombre? La maestría con la que tocaba la guitarra no dejaba duda que se había aprendido cada centímetro de su instrumento y juntos formaban una gran pareja. La pasión que entregaba en la canción provocaba en mi interior el cosquilleo de un deseo: bailar a toda costa aquella música mas la vergüenza podía conmigo.
Me quedé contemplando la escena durante unos minutos más disfrutando del contoneo de los bailarines, envidiándoles en secreto aunque por la forma en que mordía mi labio inferior se podía saber que moría por arrancar la cobardía de mis entrañas y ser el centro de atención bailando aquella danza de las formas que mi mente no podía dibujar pero mi cuerpo conocía.
- Perdón.. -susurré separándome un poco y paseando alrededor de aquella improvisada pista de baile para continuar mi camino de regreso.
Cuando no lo esperé, el gran cesto que llevaba apoyado en mi cadera desapareció de mis manos. Alguien lo había depositado en el suelo donde no sufriese daños mientras otras manos se aferraban a mi cintura y me hacían girar hacia el interior de la gran masa de gente. ¡O no! Al ver esos ojos grises que me sonreían invitándome a danzar, hice todo lo posible por deshacerme de su agarre pero mis caderas y mis piernas tenían otro plan para mí.
La vergüenza tomó fuerza con forma de rubor deslizándose por mis mejillas mientras que mi cuerpo parecía emborracharse de las notas. Los movimientos sugerentes fueron la muestra de la locura transitoria o más bien de la liberación que estaba sufriendo mi cuerpo bajo el embrujo de la música española que escapaba de las manos de aquel enmascarado.
Lorelleine Devonshire- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 02/02/2014
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Re: Be yours, Be mine. || libre
El sol acompaña aires frescos que se cuelan entre las calles y callejones de la bella ciudad de París. Entre los rincones un eco fulminante se expande acompañado de gritos y jaleos, una fiesta brava que con soberbia plantea un ritmo único y traído desde la Madre Patria hasta el suelo francés.
Como genio y figura yace un enmascarado en la mitad de aquel círculo hecho por la multitud. Sus manos viajan con gracias por el brazo de su guitarra trazando perfectas pisadas que cantan una rumba embriagante e hipnotizadora que es llevada a cabo con el ritmo de su mano derecha.
Sus pies dan ligeros pisotones enmarcando el ya bien conocido reloj flamenco. Un, dos, TRES, cuatro, cinco, SEIS, siete, OCHO, nueve, DIEZ, once, DOCE…
-¡¡ VENGA GITANAS !!- Ejerce con una gran exclamación el de ojos marrones mientras que con una sonrisa continua pintando el marco escénico con su música que es seguida por percusiones, segundas guitarras e inclusive uno que otro jaleo traído de la garganta por mujeres y hombres por igual. Es un goce, es una fiesta, es las magnificencias de la felicidad y la pasión combinadas con la música.
Uno de los gitanos rápidamente toma la posición de danza. Ambos pies juntos y sus brazos alzados por encima de su cabeza; un rostro fruncido que forja la imagen de un Torero adentrado en la inmunidad del miedo. Un giro que se vuelve varios sobre su propio eje levanta una cortinilla de polvo que se parte a la mitad cuando detiene su acto con una fuerte pisada al frente, así, distintos ademanes con agresividad son hechos con ambas manos hasta llevarle a extender su extremidad diestra e invitar a una segunda mujer, una que parece que ya se fue.
Poco tiempo pasa y otro le toma de la cintura, un tercero toma la canasta que hasta un segundo tenía y así la preciosa fémina toma participación a la mitad del revuelo –Vamos, Guapa… ¿Qué acaso tiene novio? ¡OLÉ!- emite el ladrón Rosa Negra con un cinismo ya conocido en él y que a la par es celebrado con gritos, carcajadas y aplausos por los espectadores, bailarines y músicos en busca de animar a la nueva protagonista.
Guiñando su ojo derecho, este dibuja una sonrisa ladina y trata de moldear su música lo suficientemente rápida y embriagante como para lograr hacer que esta extraña baile y saque la sensualidad de su esencia en ese mismo segundo.
- Spoiler:
- Con el perdón de ambas doncellas pero... Realmente he perdido la paciencia por la emoción debido a la respuesta de la hermosa Lorelleine, por ende, me atreví a contestar..
Aldebaran Ballester- Realeza Española
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Fecha de inscripción : 06/06/2012
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Re: Be yours, Be mine. || libre
Aquellas palabras sugeridas por la rosa negra, el joven enmascarado despertaron en mí algo que creía dormido. Valentía. Mi cuerpo había tomado una decisión sin pedir permiso a mi mente. Iba a gritar a todos los allí presentes, ¡héme aquí! Mis extremidades estaban dispuestas a volver loco a cualquiera que pretendiera deslizarse en aquella danza conmigo.
Mi mirada se posó en aquel enmascarado. La sonrisa rozó mis labios y mis músculos se posicionaron de tal forma que parecía indicar que había disfrutado de la música española toda mi vida. Mis brazos sobre mi cabeza comenzaron a trazar circunferencias minúsculos y mis manos provocaban a mis dedos ligeros espasmos que realizaban formas imposibles en el aire.
Me percaté nuevamente de aquel gitano que había tomado mi cintura y la vergüenza en mi rostro dio paso a la seguridad más absoluta mezclada con la sensualidad que mi alma por primera vez estaba dispuesta a mostrar.
Varias vueltas hicieron que la atmósfera se volviese la droga más intensa que jamás hubiese experimentado. Mis caderas seductoras dejaban ser vistas en cada contoneo de mi vestido dejándome llevar por el hombre que sujetando mi cintura intentaba contener la alegría desbordante de mis entrañas.
Mis pies danzaban sin pudor, se deslizaban por el suelo empedrado realizando algún que otro taconeo. Una de mis manos agarraba la falda de mi vestido subiéndola permitiendo que esta dibujase unas curvas proyectadas por mi propia figura.
El cuerpo de mi acompañante y el mío estaban sudorosos, quizá demasiado cerca para ser decoroso pero no me importaba. Nuestras miradas estaban fundidas y nuestros cuerpos planeaban lo mismo.
El sudor se extendía por mi frente, cuello y escote. Las vueltas y movimientos violentos pero sensuales provocaron que mi cabello rubio rojizo se deslizase sobre mi rostro en ocasiones, enredándose mis rizos en mis pestañas más lo que menos me importaba era todo aquello, solo quería disfrutar.
Mi blanquecina piel rozaba la del gitano que me lanzó hacia atrás dejando toda mi espalda curvada mostrando aquel sinuoso y sudoroso escote a todo el que estuviese a nuestro alrededor.
Los movimientos de percusión nos hicieron tomar una nueva posición. Sus manos sobre mi cintura me hicieron girar quedando mi espalda pegada a su pecho. Nuestras caderas se movían con la pasión de dos enamorados dispuestos a entregarse a lo más prohibido en mitad de aquel lugar.
La expresión de mi rostro era de puro disfrute, con mis labios entreabiertos deseosos de más. Mi corazón bombeaba al ritmo de la guitarra de aquel enmascarado mientras mis ojos del más intenso azul cielo se posaban en su mirada invitándole de esa forma a dejar la guitarra disfrutando de ese ritmo junto a mí en la pista de baile improvisada.
Mi pareja de baile gitana me abandonó en el centro de la pista y sin que mis ojos se quitaran de aquella mirada enmarcada por el antifaz, mi cuerpo estaba dispuesto a continuar con aquella danza.
Mis manos rozaban en ocasiones mi cuerpo de forma sugerente. Los coreos, gritos y festejos en esos momentos me hacía sonreír aún más pues parecían impresionados por la liberación que estaba disfrutando en ese momento.
Mis rizos, como una cascada de oro al atardecer moldeaban la forma de mi delicada figura consiguiendo que mis más que humildes prendas parecieran las telas más exquisitas de todo París.
Mis tobillos estaban a la vista de todos los que podían contemplar como mis pies realizaban giros con las punteras casi indescriptibles. Tacón, punta, tacón. Cambiaba a gran velocidad sin lesión alguna, mostrando a todos lo que una escocesa sumida en París había tenido que guardar en tantos y tantos bailes a los que tan solo había podido asistir para mirar.
Cuando la canción terminó mi falda estaba ligeramente recogida en mi cadera derecha, con mi mano sobre la tela. La forma que tenía el vestido en ese momento recordaba a los trajes de faralaes españoles. Mi brazo izquierdo, estirado sobre mi cabeza terminando en una figura flamenca deslizándose en mis dedos. Mi espalda curvada hacia atrás ligeramente. Mi respiración era violenta, obligada por aquel esfuerzo que había provocado en mí el baile.
Los aplausos de la gente provocaron que regresara al mundo real, percatándome de todo lo que había hecho presa del hechizo de aquella canción marcada por la magia de la rosa negra. Mordí mi labio inferior mientras soltaba mi falda y sonreía tímidamente a todos los que aún me estaban mirando. Me quité los rizos de la cara que se volvía del escarlata más intenso mientras me perdía entre la muchedumbre para buscar mi cesto.
Mi mirada se posó en aquel enmascarado. La sonrisa rozó mis labios y mis músculos se posicionaron de tal forma que parecía indicar que había disfrutado de la música española toda mi vida. Mis brazos sobre mi cabeza comenzaron a trazar circunferencias minúsculos y mis manos provocaban a mis dedos ligeros espasmos que realizaban formas imposibles en el aire.
Me percaté nuevamente de aquel gitano que había tomado mi cintura y la vergüenza en mi rostro dio paso a la seguridad más absoluta mezclada con la sensualidad que mi alma por primera vez estaba dispuesta a mostrar.
Varias vueltas hicieron que la atmósfera se volviese la droga más intensa que jamás hubiese experimentado. Mis caderas seductoras dejaban ser vistas en cada contoneo de mi vestido dejándome llevar por el hombre que sujetando mi cintura intentaba contener la alegría desbordante de mis entrañas.
Mis pies danzaban sin pudor, se deslizaban por el suelo empedrado realizando algún que otro taconeo. Una de mis manos agarraba la falda de mi vestido subiéndola permitiendo que esta dibujase unas curvas proyectadas por mi propia figura.
El cuerpo de mi acompañante y el mío estaban sudorosos, quizá demasiado cerca para ser decoroso pero no me importaba. Nuestras miradas estaban fundidas y nuestros cuerpos planeaban lo mismo.
El sudor se extendía por mi frente, cuello y escote. Las vueltas y movimientos violentos pero sensuales provocaron que mi cabello rubio rojizo se deslizase sobre mi rostro en ocasiones, enredándose mis rizos en mis pestañas más lo que menos me importaba era todo aquello, solo quería disfrutar.
Mi blanquecina piel rozaba la del gitano que me lanzó hacia atrás dejando toda mi espalda curvada mostrando aquel sinuoso y sudoroso escote a todo el que estuviese a nuestro alrededor.
Los movimientos de percusión nos hicieron tomar una nueva posición. Sus manos sobre mi cintura me hicieron girar quedando mi espalda pegada a su pecho. Nuestras caderas se movían con la pasión de dos enamorados dispuestos a entregarse a lo más prohibido en mitad de aquel lugar.
La expresión de mi rostro era de puro disfrute, con mis labios entreabiertos deseosos de más. Mi corazón bombeaba al ritmo de la guitarra de aquel enmascarado mientras mis ojos del más intenso azul cielo se posaban en su mirada invitándole de esa forma a dejar la guitarra disfrutando de ese ritmo junto a mí en la pista de baile improvisada.
Mi pareja de baile gitana me abandonó en el centro de la pista y sin que mis ojos se quitaran de aquella mirada enmarcada por el antifaz, mi cuerpo estaba dispuesto a continuar con aquella danza.
Mis manos rozaban en ocasiones mi cuerpo de forma sugerente. Los coreos, gritos y festejos en esos momentos me hacía sonreír aún más pues parecían impresionados por la liberación que estaba disfrutando en ese momento.
Mis rizos, como una cascada de oro al atardecer moldeaban la forma de mi delicada figura consiguiendo que mis más que humildes prendas parecieran las telas más exquisitas de todo París.
Mis tobillos estaban a la vista de todos los que podían contemplar como mis pies realizaban giros con las punteras casi indescriptibles. Tacón, punta, tacón. Cambiaba a gran velocidad sin lesión alguna, mostrando a todos lo que una escocesa sumida en París había tenido que guardar en tantos y tantos bailes a los que tan solo había podido asistir para mirar.
Cuando la canción terminó mi falda estaba ligeramente recogida en mi cadera derecha, con mi mano sobre la tela. La forma que tenía el vestido en ese momento recordaba a los trajes de faralaes españoles. Mi brazo izquierdo, estirado sobre mi cabeza terminando en una figura flamenca deslizándose en mis dedos. Mi espalda curvada hacia atrás ligeramente. Mi respiración era violenta, obligada por aquel esfuerzo que había provocado en mí el baile.
Los aplausos de la gente provocaron que regresara al mundo real, percatándome de todo lo que había hecho presa del hechizo de aquella canción marcada por la magia de la rosa negra. Mordí mi labio inferior mientras soltaba mi falda y sonreía tímidamente a todos los que aún me estaban mirando. Me quité los rizos de la cara que se volvía del escarlata más intenso mientras me perdía entre la muchedumbre para buscar mi cesto.
- Spoiler:
- Está más que disculpado. Me ha sucedido lo mismo y he tenido que responder. No podía esperar más alguna otra respuesta. Muchísimas gracias por lo de hermosa, joven enmascarado...
Lorelleine Devonshire- Humano Clase Baja
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Re: Be yours, Be mine. || libre
La música había detenido su andanza solo por unos segundos. La figura varonil del enmascarado yace jadeante debido a la intensidad con la que sus piezas fueron interpretadas así como la adrenalina que aquel sensual baile le ha dejado y sigue latente en cada poro de su piel.
Sus ojos marrones se mantienen fijos en la preciosa mujer, su sonrisa ladina permanece inminente en aquel semblante para así negar con su cabeza disimuladamente y susurrar –Oh no… Esto aún no acaba- levantándose de golpe y dejando su guitarra en manos de uno de los gitanos.
Su andar es lento y seguro, su expresión cínicamente tiene esa mirada y sonrisa que proclaman soberbia así como confianza. Con atrevimiento, este toma de la mano a la preciosa mujer –Creo que… Ahora me toca el baile- finiquitando con una blanca sonrisa.
Chasqueando sus dedos, los músicos retoman el arte del flamenco y por consecuente éste literalmente obliga a su –quizás forzada- acompañante a girar sobre su propio eje repetitivamente hasta conducirla de nuevo al centro de la circunferencia hecha por la multitud.
Las palmas del cabellos largos resuenan un par de veces en adición a los tiempos impuestos por la música, sus pies van pegando al suelo una y otra vez acentuando las manecillas del reloj flamenco; con facilidad este maniobra sus manos para que de forma ovalada vayan conduciéndose desde su frente hasta su cintura, dando un violento giro sobre su propio eje -¡OLÉ!- exclama con emoción.
Lentamente empieza a rodear a la doncella, admirándole de pies a cabeza mientras que con fluidez se le acerca por la espalda, tomándole de la cintura y susurrándole al oído –Rosa Negra el Ladrón… El gusto, placer y emoción es mío… Pero mi delirio tiene nombre y no lo sé, aún… ¿Quién es usted?- riendo, él desliza sus manos por los costados de la chica hasta acariciarle por encima del vestido, llegando a su cuello donde con solo la yema de sus dedos delinea esas perfectas y delicadas facciones.
-El Ladrón soy yo- dice descaradamente sonriente –Pero usted es quien ha robado toda mi atención… Guapa- dejando un beso en su cuello, este se separa de la musa para retomar su instrumento y así arrodillarse frente a ella, entonando de forma maestra un solo que es seguido por varias percusiones y un acompañamiento sublime de otra guitarra… Dedicando la serenata a esa atrapante y sensual ladrona.
Aldebaran Ballester- Realeza Española
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Re: Be yours, Be mine. || libre
Sonreí sonrojada por la forma en que la música se tornaba más íntima durante unos instantes. Las manos del enmascarado se posaban en mi cuerpo y dejé que me girara sobre mí misma.
Alcé una de mis cejas en respuesta a la forma en que él aceptaba mi invitación a la seducción con ritmos latinos.
Tan rápido como la música volvió a sonar en aquel maravilloso semblante único que poseía la dulce y pasional España, mis pies comenzaron a taconear dispuestos a no quedarse atrás mientras él se deslizaba con la seguridad de aquel que se sabe dueño de todo lo que mira aunque no sea suyo.
- Quizá debáis ganaros el saber mi nombre, Rosa Negra -musité volviendo a aquel juego de seducción que provocaba en mí el baile.
Los compases regalaban energía nueva a mi cuerpo que parecía dispuesto para la danza. La música de sus acordes lentos volvía a recuperar el ritmo de las más apasionadas serenatas de agitación. Mis punteras se movían al ritmo de los acordes rápidos que me dejaban jadeante. Mis senos botaban suavemente contra el escote apretado de mi vestido y la sombra de la persuasión erótica recorrió mis pupilas.
Una vez arrodillado frente a mí bailé a su alrededor, gobernadora de la atmósfera provocada por su música y nuestras intensas miradas que no descansaban. Una vez tras él y hubiendo terminado el enmascarado su solo, mis manos le despojaron del instrumento, lo depositaron en manos ajenas y obligándole a girarse le hice ser mi compañero de baile una vez más.
- Olé -susurré en su oído cuando nuestros cuerpos estuvieron demasiado cerca. Tan cerca que podía sentir su respiración sobre la mía, sus latidos contra los míos y la adrenalina provocada por la erótica del baile sinuoso hispano.
Mis manos se apoyaron en el pecho de él y con un giro sobre mis talones comencé la provocadora danza sensual que mis caderas soportaban. Mis brazos realizaban círculos en el aire. No parecía haber nadie salvo la Rosa Negra y yo en aquel lugar.
Mis dedos se deslizaron con soltura en formas imposibles hasta que se apoyaron en su nuca atrayendo su cuerpo al mío provocando que nuestros pechos se apretaran quizá más de lo debido en aquel indecoroso baile. Una sonrisa coqueta paseó por mis labios sabedora de haber conseguido cautivar a aquel hombre que al igual que ocultaba su verdadera identidad tras una máscara, debería robar mis respuestas. Quería jugar a un juego que ni tan siquiera conocía pero al que sus ojos parecían invitarme.
Al terminar aquella nueva canción mi aliento golpeaba sus labios y la sonrisa no se borraba de mi rostro por un solo segundo.
- Deberá robarme para saber quien soy, Rosa Negra -musité guiñándole un ojo, un gesto tan poco propio de mí pero que había sido arrancado de la libertad provocada por aquel baile intenso.
Justo después de mis palabras me separé de su anatomía recogiendo mis cabellos que caían de nuevo sobre mi rostro provocando que mis pómulos se erizaran con rebeldía por un tacto necesito que nunca recibían.
Alcé una de mis cejas en respuesta a la forma en que él aceptaba mi invitación a la seducción con ritmos latinos.
Tan rápido como la música volvió a sonar en aquel maravilloso semblante único que poseía la dulce y pasional España, mis pies comenzaron a taconear dispuestos a no quedarse atrás mientras él se deslizaba con la seguridad de aquel que se sabe dueño de todo lo que mira aunque no sea suyo.
- Quizá debáis ganaros el saber mi nombre, Rosa Negra -musité volviendo a aquel juego de seducción que provocaba en mí el baile.
Los compases regalaban energía nueva a mi cuerpo que parecía dispuesto para la danza. La música de sus acordes lentos volvía a recuperar el ritmo de las más apasionadas serenatas de agitación. Mis punteras se movían al ritmo de los acordes rápidos que me dejaban jadeante. Mis senos botaban suavemente contra el escote apretado de mi vestido y la sombra de la persuasión erótica recorrió mis pupilas.
Una vez arrodillado frente a mí bailé a su alrededor, gobernadora de la atmósfera provocada por su música y nuestras intensas miradas que no descansaban. Una vez tras él y hubiendo terminado el enmascarado su solo, mis manos le despojaron del instrumento, lo depositaron en manos ajenas y obligándole a girarse le hice ser mi compañero de baile una vez más.
- Olé -susurré en su oído cuando nuestros cuerpos estuvieron demasiado cerca. Tan cerca que podía sentir su respiración sobre la mía, sus latidos contra los míos y la adrenalina provocada por la erótica del baile sinuoso hispano.
Mis manos se apoyaron en el pecho de él y con un giro sobre mis talones comencé la provocadora danza sensual que mis caderas soportaban. Mis brazos realizaban círculos en el aire. No parecía haber nadie salvo la Rosa Negra y yo en aquel lugar.
Mis dedos se deslizaron con soltura en formas imposibles hasta que se apoyaron en su nuca atrayendo su cuerpo al mío provocando que nuestros pechos se apretaran quizá más de lo debido en aquel indecoroso baile. Una sonrisa coqueta paseó por mis labios sabedora de haber conseguido cautivar a aquel hombre que al igual que ocultaba su verdadera identidad tras una máscara, debería robar mis respuestas. Quería jugar a un juego que ni tan siquiera conocía pero al que sus ojos parecían invitarme.
Al terminar aquella nueva canción mi aliento golpeaba sus labios y la sonrisa no se borraba de mi rostro por un solo segundo.
- Deberá robarme para saber quien soy, Rosa Negra -musité guiñándole un ojo, un gesto tan poco propio de mí pero que había sido arrancado de la libertad provocada por aquel baile intenso.
Justo después de mis palabras me separé de su anatomía recogiendo mis cabellos que caían de nuevo sobre mi rostro provocando que mis pómulos se erizaran con rebeldía por un tacto necesito que nunca recibían.
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Re: Be yours, Be mine. || libre
Fugazmente la música transporta todo el marco escénico hacia una neblina pura y gruesa donde solamente habitan aquellos jóvenes que bailan uno para el otro simultáneamente. El español que yace hincado con su instrumento en mano e interpretando sus acordes para la preciosa musa rápidamente hace un efecto de abanico con su mano diestra para finalizar con su música.
-Ganar… Robar… ¿Cuál es la diferencia?- una sonrisa ladina enmarcada con cinismo y un guiño de su ojo derecho hacen del moreno una altiva proyección hacia la mujer de sangre caliente.
Irónicamente aquella guitarra le es arrebatada de las manos. La mirada juguetona de la extraña mujer hipnotiza al ladrón de París al punto que por obediencia se coloca de pie y con sus propios ojos va escoltando cada movimiento de la sensual fémina.
No pasa mucho antes de que este la tenga cerca de su cuerpo; por inercia con su mano diestra le toma del muslo y lo alza a la altura de su cadera, mostrando su piel blanca y femenina que bajo el calor de la mañana demuestran una capa aperlada de sudor deslizándose desde su frente hasta sus bien torneadas piernas.
Consecuente con esto las respiraciones de ambos se sincronizan, sus ojos, sus cuerpos. Todo parece encajar perfectamente con la exquisita música –No me orille a robarla ahorita mismo, guapa- susurra con su voz grave el de ojos marrones que no puede evitar sentir un escalofrío cuando sus pectorales están contrapuestos a los redondos y perfectos senos de la bailarina, de la gitana de piel blanca.
Demasiado erotismo es el que se respira por los callejones, sin embargo, esto parece no acabar cuando seguido a la separación de ambos personajes, el de herencia española no tarda en aferrarse y tomando de la mano de aquella mujer simplemente decide hacerla girar tres veces sobre su propio eje, obligándola a dejarse caer y a su vez atrapándola con su mano contraria, curveando su espalda para quedar frente a frente y así musitar –Sin nombre… Pero que labios tan tentadores… Soy el Ladrón Rosa Negra y no me permito dejar pasar un tesoro como este-
Finiquitando así con el depósito de un profundo beso en los labios de aquella sensual bailarina; cerrando sus ojos y dejando salir un hondo suspirar, aferrándola desde la cintura con su brazo derecho que a su vez sirve como soporte justo en el mismo instante que la zurda del cabellos largos acaricia con cuidado la mejilla de esta enigmática musa flamenca.
Aldebaran Ballester- Realeza Española
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Re: Be yours, Be mine. || libre
Algo dentro de mí disfruta al notar como está hipnotizado el ladrón con mis movimientos. Las curvas de mi cuerpo se hacen más pronunciadas y en mis labios entreabiertos se escapa un gemido cuando su mano caliente toca mi delicada piel blanca. Mi muslo sufre una pequeña contracción y en aquella posición me siento tanto vencedora como vencida.
Tan solo había estado tan cerca de un hombre una vez y sin pretenderlo pero aquel Rosa Negra tenía la forma perfecta de hacer aflorar en mí sentimientos por vergüenza dormidos.
Mis dedos rozaron con lentitud la forma de su mandíbula y el vello bajo mis yemas me hizo jadear, pero esta vez no de gusto, sino por el recuerdo de aquel día en Escocia. ¿Había sentido un escalofrío tan solo en mis senos? Estaba sorprendida y más por las palabras que él me había dicho. Jamás permitiría que volviesen a robarme.
Conseguí separarme y la sonrisa en mis labios se mantenía pues había logrado controlar la ansiedad que solamente se disparaba en mi cuerpo durante la noche. En esos recuerdos odiosos en que las sábanas rasposas de mis aposentos se volvían las manos de pulpo de aquel hombre que me había arrebatado la inocencia a fuerza de terribles torturas.
Tragué en seco justo en el momento que me sentí mareada. Aquello era debido a los giros producidos por mi compañero de baile. Parecía querer otra pieza pero si regresaba más tarde... ¡el Palacio! ¡Qué cabeza la mía! Debía tener todo preparado para los señores.
Antes de que pudiese mover un solo músculo para responder a sus palabras, los labios de Rosa Negra estaban contra los míos. Me estaba besando. Era el segundo hombre que me besaba sin mi permiso pero aquel robo consiguió que un delicioso calor se mezclara entre mis músculos provocando una repentina necesidad de sus mullidos labios. La erótica del baile se había trasladado a un lugar prohibido de mi anatomía y como consecuencia mis manos agarraron el cabello de Rosa Negra apretando su boca a la mía con una intensidad a la que desconocía que se pudiese besar deseándolo ambos.
Mas los demonios, mis propios demonios fueron mucho más poderosos. Abrí los ojos y en lugar de a Rosa Negra, el azul de mi mirada se encontró con aquel hombre que aunque atractivo conseguía tan solo provocarme náuseas.
La ira fue poco a poco recorriendo mi pequeño cuerpo. Era él, de nuevo en mi imaginación borrando el rostro varonil de Rosa Negra. Mis brazos se separaron de mi cuerpo y justo antes de volver a la realidad una de mis manos se estampó contra la mejilla del ladrón español.
- ¡No vuelva a besarme! -grité presa del miedo más que de la rabia.
Me separé de un tirón de sus brazos, deshaciendo así su agarre. Cogí rápidamente mi cesto y entre lágrimas que penosamente intentaba esconder tras mi rizos dorado rojizos, me perdí entre los gitanos desaparecieron de aquel callejón a la carrera corriendo de regreso hacia el Palacio Royal mientras el corazón me iba a mil por hora. ¿Significaba eso que mis demonios también me torturarían durante el día? La sola idea me hizo soltar un gran sollozo antes de entrar en los jardines del Palacio a los que había conseguido llegar en poco tiempo.
Tan solo había estado tan cerca de un hombre una vez y sin pretenderlo pero aquel Rosa Negra tenía la forma perfecta de hacer aflorar en mí sentimientos por vergüenza dormidos.
Mis dedos rozaron con lentitud la forma de su mandíbula y el vello bajo mis yemas me hizo jadear, pero esta vez no de gusto, sino por el recuerdo de aquel día en Escocia. ¿Había sentido un escalofrío tan solo en mis senos? Estaba sorprendida y más por las palabras que él me había dicho. Jamás permitiría que volviesen a robarme.
Conseguí separarme y la sonrisa en mis labios se mantenía pues había logrado controlar la ansiedad que solamente se disparaba en mi cuerpo durante la noche. En esos recuerdos odiosos en que las sábanas rasposas de mis aposentos se volvían las manos de pulpo de aquel hombre que me había arrebatado la inocencia a fuerza de terribles torturas.
Tragué en seco justo en el momento que me sentí mareada. Aquello era debido a los giros producidos por mi compañero de baile. Parecía querer otra pieza pero si regresaba más tarde... ¡el Palacio! ¡Qué cabeza la mía! Debía tener todo preparado para los señores.
Antes de que pudiese mover un solo músculo para responder a sus palabras, los labios de Rosa Negra estaban contra los míos. Me estaba besando. Era el segundo hombre que me besaba sin mi permiso pero aquel robo consiguió que un delicioso calor se mezclara entre mis músculos provocando una repentina necesidad de sus mullidos labios. La erótica del baile se había trasladado a un lugar prohibido de mi anatomía y como consecuencia mis manos agarraron el cabello de Rosa Negra apretando su boca a la mía con una intensidad a la que desconocía que se pudiese besar deseándolo ambos.
Mas los demonios, mis propios demonios fueron mucho más poderosos. Abrí los ojos y en lugar de a Rosa Negra, el azul de mi mirada se encontró con aquel hombre que aunque atractivo conseguía tan solo provocarme náuseas.
La ira fue poco a poco recorriendo mi pequeño cuerpo. Era él, de nuevo en mi imaginación borrando el rostro varonil de Rosa Negra. Mis brazos se separaron de mi cuerpo y justo antes de volver a la realidad una de mis manos se estampó contra la mejilla del ladrón español.
- ¡No vuelva a besarme! -grité presa del miedo más que de la rabia.
Me separé de un tirón de sus brazos, deshaciendo así su agarre. Cogí rápidamente mi cesto y entre lágrimas que penosamente intentaba esconder tras mi rizos dorado rojizos, me perdí entre los gitanos desaparecieron de aquel callejón a la carrera corriendo de regreso hacia el Palacio Royal mientras el corazón me iba a mil por hora. ¿Significaba eso que mis demonios también me torturarían durante el día? La sola idea me hizo soltar un gran sollozo antes de entrar en los jardines del Palacio a los que había conseguido llegar en poco tiempo.
Lorelleine Devonshire- Humano Clase Baja
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Re: Be yours, Be mine. || libre
Momento sublime, perfecto, romántico y sensual… Pero evidentemente efímero.
Ese beso hace que todo el cuerpo del ladrón se paralice ante un escalofrío que le recorre por toda su espina dorsal, sin embargo, aquel mágico retrato se ve roto cuando una bofetada le acierta directamente en el rostro, haciendo que gire toda su cabeza por el impacto.
Con cuidado le coloca de pie para instantáneamente observar como ella se retira y le ordena que no la vuelva a tocar. El público y los músicos callan, todo parece ser tan incómodo y sin embargo al español lo único que le importa es la misteriosa musa.
Da un paso al frente, extiende su mano y trata de articular alguna palabra coherente y sin embargo falla.
Un suspiro sale desde su garganta y paulatinamente decide simplemente resignarse a verla partir, sin embargo, un frunce en su semblante hacen del ladrón más famoso de París idealizar una improvisación perfecta, por lo cual, solo toma su instrumento y lo aferra celosamente a su espalda.
Sonriente como se le conoce hace un gesto de despedida, alzando su mano y dejando que todos vuelvan a la música, al goce y la fiesta, solamente que él tiene otros planes…
Toma una dirección difícil de seguir, con maestría va escalando las paredes y en instantes toca el pináculo de las construcciones de la ciudad. Sus ojos marrones buscan a la preciosa bailarina hasta que dan con ella y así con un camino fluido logra seguirle hasta donde parece residir.
-El Palacio Royal… Que interesante-
Susurra con cinismo, dejando aquel porte sobre los tejados y con el atardecer en sus espaldas… La nocturna comienza a tocar tierra y por consecuente con eso las leyendas empiezan a levantarse entre los suelos de Francia, es momento que aparezca… El Caballero de la Noche.
Ese beso hace que todo el cuerpo del ladrón se paralice ante un escalofrío que le recorre por toda su espina dorsal, sin embargo, aquel mágico retrato se ve roto cuando una bofetada le acierta directamente en el rostro, haciendo que gire toda su cabeza por el impacto.
Con cuidado le coloca de pie para instantáneamente observar como ella se retira y le ordena que no la vuelva a tocar. El público y los músicos callan, todo parece ser tan incómodo y sin embargo al español lo único que le importa es la misteriosa musa.
Da un paso al frente, extiende su mano y trata de articular alguna palabra coherente y sin embargo falla.
Un suspiro sale desde su garganta y paulatinamente decide simplemente resignarse a verla partir, sin embargo, un frunce en su semblante hacen del ladrón más famoso de París idealizar una improvisación perfecta, por lo cual, solo toma su instrumento y lo aferra celosamente a su espalda.
Sonriente como se le conoce hace un gesto de despedida, alzando su mano y dejando que todos vuelvan a la música, al goce y la fiesta, solamente que él tiene otros planes…
Toma una dirección difícil de seguir, con maestría va escalando las paredes y en instantes toca el pináculo de las construcciones de la ciudad. Sus ojos marrones buscan a la preciosa bailarina hasta que dan con ella y así con un camino fluido logra seguirle hasta donde parece residir.
-El Palacio Royal… Que interesante-
Susurra con cinismo, dejando aquel porte sobre los tejados y con el atardecer en sus espaldas… La nocturna comienza a tocar tierra y por consecuente con eso las leyendas empiezan a levantarse entre los suelos de Francia, es momento que aparezca… El Caballero de la Noche.
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