AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Not Mine {Privado}
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Not Mine {Privado}
"How could i have
what is not meant to be?
How could i have
what isnt properly mine?"
Como habitualmente, despertó con los primeros rayos de la mañana que se adentraban por la ventana de su habitación, presente a unos metros frente a la cama del joven.
En las últimas semanas había estado durmiendo pocas horas debido a que gustaba de quedarse hasta entrada la madrugada estudiando los regordetes libros que su profesor le había recomendado leer. Donatien complacía gustosamente aquellas indicaciones por parte de su superior, las que sabía solo traerían beneficios a nivel de conocimientos para su inquieta mente. El señor van Otterloo apreciaba las cualidades intelectuales del muchacho y éste se había impuesto como deber jamás decepcionarle en ese ámbito. Sería siempre su alumno predilecto.
Despegándose de las sabanas con cierto aletargamiento en sus movimientos, aclaró su rostro con agua fría y tras alistarse pacientemente, fue hasta la cocina donde se hizo con una roja y apetecible manzana, justo antes de dirigirse hasta la azotea de su hogar.
Sus ojos vislumbraron serenamente, como cada día, el cielo parisino, tal y como solía hacerlo junto a su abuela en el comienzo de cada nueva jornada.
Desde aquella antigua y alta edificación, el horizonte se vislumbraba lejano, encontrándose la bóveda celeste con la línea terrestre a espaldas de la Basílica del Sacre Coeur, en la apartada colina de Montmartre, misma que se distinguía con claridad desde donde Donatien yacía sigilosamente ubicado.
Llenó sus pulmones de aire con una gran inhalación y liberó aquella bocanada de frescura con una gran sonrisa obsequiada al cielo, al Sol y a su abuela. Una costumbre, un simple pero tierno ritual que reconfortaba diariamente al joven antes de partir para con sus obligaciones cotidianas.
Camino hacia el centro de la ciudad, sus ojos se cruzaron con alguna mirada nostálgica, perdida, a la que no dudo en ofrecerle una sincera y esperanzadora sonrisa. Donatien creía mucho en que proyectando alegría al exterior, el mismo lentamente comenzaría a contagiarse de ese sentimiento positivo, agradable, anhelado por muchos.
Jugando aún con aquella manzana sin morder, se detuvo por unos instantes frente a la vidriera de una tienda de libros. Observó a través del cristalino ventanal alguno de los tantos nuevos ejemplares que habían llegado a aquella pequeña pero concurrida librería. Deseaba hacerse con alguno de aquellos títulos sin duda, por el mero hecho de que le fascinaba leer, pero no podía negar que a veces los precios escapaban mucho de su controlado presupuesto, aquel que mantenía a rajatabla por sobre todo. Tenía compromisos con el Orfanato de la ciudad y sabía que un gasto innecesario podría afectar sus deberes para con los niños que tanto cariño le entregaban con cada visita suya a la Institución.
Cuando volvió en si tras un profundo suspiro, sus oídos se percataron de un sonido familiar que llamó su atención. El característico resonar del metal sobre el suelo le hizo llevar su mirar sobre los adoquines, donde denotó el opaco brillo de una moneda.
Flexionando sus rodillas, extendió uno de sus brazos para hacerse con el plateado objeto. Instantáneamente, antes de erguir su humanidad nuevamente, constató que aquella circunferencia metálica no era local. Las pequeñas inscripciones en otro alfabeto advertían que la moneda no era un franco en absoluto.
Alzó la mirada en búsqueda del aquella persona a quien pudiese corresponderle aquel numerario, más ante la aproximación de la duda en su mente, optó por empinar su cuerpo y dejarse llevar por el cándido ejercer de la intuición. A unos pasos de donde la moneda había sido encontrada, los azulados orbes del muchacho vislumbraron otra joven presencia, atenta también a las novedades presentadas a través de los escaparates de las tiendas. Tímido como de costumbre, más ocultando aquella característica de su persona tras una amable sonrisa, no tardó en arrimarse hacia el susodicho.
- Disculpe ¿Acaso esto es suyo? - preguntó, alzando su mano a la altura de sus ojos, enseñando aquel diminuto tesoro hallado, del que no estaba interesado en hacerse dueño. Ojalá aquella vaga percepción en su persona estuviese en lo cierto. Sería como un divertido acertijo resuelto al primer intento.
Donatien Tautou- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/05/2012
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Re: Not Mine {Privado}
Tenía aquella mala costumbre, no podía mantener los ojos abiertos más allá del alba. Sí, aquello que aún día consideró como una virtud acuñada a base de disciplina, en los últimas meses, desde su nombramiento como Barón, se había convertido en un estorbo. Sin importar cuantas horas durmiera, el estado de ánimo en el que se encontrara, aun cuando el cansancio le dictara a su cuerpo necesitaba un descanso, aun cuando su mente le implorara una tregua, unos momentos de olvido lejos de la realidad, él no conseguía permanecer en la cama.Por tal motivo, en su natal Nóvgorod, aquí, en cualquier lugar, solía despegar su mente mediante el ejercicio, salir corriendo siempre era su mejor escapatoria pero esta vez no lo había hecho, desde hace algunas semanas no lo hacía. Detestaba las calles del centro, extrañaba el cielo abierto, los horizontes exentos de edificios, de personas, de miradas, de murmuraciones.
Aquella mañana se había despertado pero no levantado de inmediato, obligándose así mismo a permanecer en la cama tratando de conciliar el sueño de nuevo y dormir un poco más. No tuvo éxito, luego se había caminado al baño, se había aseado y al mirar su reflejo en el espejo, una versión suya, cansada y ojerosa, le había devuelto el saludo, él sólo había torcido el gesto. Se colocó unos pantalones, una camisa, un abrigo que realmente no necesitaba por que el frio de la mañana parisina no era equiparable con el frio de su verdadera hogar. De igual manera tomó aquellos objetos que siempre llevaba consigo y los repartió entre los bolsillos de su vestimenta. Apenas puso un pie fuera del cuarto y supo de inmediato que buscaría un lugar fuera de aquella casa en donde desayunar.
Encaminó sus pasos en sentido contrario al centro parisino. No acostumbraba a caminar con rapidez, mucho menos a esas tempranas horas en las que la ciudad parecía moverse aún somnolienta. No le gustaba adelantarse a otros, aún en eso tenía que ver a todos como sus pares, sus iguales. Observó cada uno de los negocios que poco a poco iban abriendo, a la gente que poco a poco comenzaba colmar las calles. Una panadería ¿sería desayuno suficiente un simple pan? Un par de señores comprando el periódico, envenenándose los pulmones con tabaco ¿Nunca era demasiado temprano? Una librería aún con la puertas cerradas, un joven…
Se detuvo apenas a un par de pasos del muchacho ¿le hablaba a él? bueno, no había nadie más cerca. Giró sobre sus talones para encontrarse con él de frente.
-Si, lo es… - dijo abriendo los ojos hasta el extremo, reconociendo enseguida el objeto que le era mostrado. -o al menos lo era.– agregó mientras buscaba en los bolsillos del ligero abrigo que estaba usando, se lo quitó y volvió a meter la mano dentro de una de sus compartimentos, luego le mostró al muchacho el agujero que se formaba dentro de este, su pálida piel quedaba al descubierto a través de la rasgadura de la tela. -Pero ahora tú la has encontrado.- Le sonrió al desconocido. Pocas personas honestas caminaban sobre la Tierra y saltaba a la vista que aquel muchacho era una de ellas. Matvey pensaba y se dirigía al muchacho como alguien más joven que él pero analizando bien su apariencia física su edad no debía distar mucho de la propia. Sus ojos perdieron aquel gesto inicial de sorpresa y se entrecerraron unos cuantos milimetros.
Sus labios se curvaban ligeramente en la sonrisa que ofrecía pero su mirada se mantenía clavada en la moneda que aún conservaba un poco su circunferencia de antaño. Aquel diminuto objeto de plata era muy antiguo y a pesar de su baja denominación era valioso para él, era todo un legado.
-Es un kopek, perteneció a mi bisabuelo- explicó aun cuando el muchacho no le pidió tal información. No le gustaba oír su propia voz, con mayor justificación en aquel idioma raro, el cual pocas veces en su vida había hablado, lo leía mejor de lo que lo pronunciaba. A veces acompañaba sus caminatas en las calles de aquella ciudad hablando solo, practicando, tratando de suavizar su marcado acento. En esa ocasión sentía que era necesario tomar provecho de aquel encuentro para poner a prueba su pronunciación ante su interlocutor.
Él no era aficionado a la numismática e incluso consideraba que le daba a aquella moneda el peor de los tratos, usándola para la “raya” de alguna que otra roca para examinar la dureza de los componentes de la misma, para él darle un uso totalmente utilitario a algo con tal valor sentimental le confería aún más poder al objeto y a su trabajo, era todo un ritual. Siempre la llevaba consigo.
Aquella mañana se había despertado pero no levantado de inmediato, obligándose así mismo a permanecer en la cama tratando de conciliar el sueño de nuevo y dormir un poco más. No tuvo éxito, luego se había caminado al baño, se había aseado y al mirar su reflejo en el espejo, una versión suya, cansada y ojerosa, le había devuelto el saludo, él sólo había torcido el gesto. Se colocó unos pantalones, una camisa, un abrigo que realmente no necesitaba por que el frio de la mañana parisina no era equiparable con el frio de su verdadera hogar. De igual manera tomó aquellos objetos que siempre llevaba consigo y los repartió entre los bolsillos de su vestimenta. Apenas puso un pie fuera del cuarto y supo de inmediato que buscaría un lugar fuera de aquella casa en donde desayunar.
Encaminó sus pasos en sentido contrario al centro parisino. No acostumbraba a caminar con rapidez, mucho menos a esas tempranas horas en las que la ciudad parecía moverse aún somnolienta. No le gustaba adelantarse a otros, aún en eso tenía que ver a todos como sus pares, sus iguales. Observó cada uno de los negocios que poco a poco iban abriendo, a la gente que poco a poco comenzaba colmar las calles. Una panadería ¿sería desayuno suficiente un simple pan? Un par de señores comprando el periódico, envenenándose los pulmones con tabaco ¿Nunca era demasiado temprano? Una librería aún con la puertas cerradas, un joven…
Se detuvo apenas a un par de pasos del muchacho ¿le hablaba a él? bueno, no había nadie más cerca. Giró sobre sus talones para encontrarse con él de frente.
-Si, lo es… - dijo abriendo los ojos hasta el extremo, reconociendo enseguida el objeto que le era mostrado. -o al menos lo era.– agregó mientras buscaba en los bolsillos del ligero abrigo que estaba usando, se lo quitó y volvió a meter la mano dentro de una de sus compartimentos, luego le mostró al muchacho el agujero que se formaba dentro de este, su pálida piel quedaba al descubierto a través de la rasgadura de la tela. -Pero ahora tú la has encontrado.- Le sonrió al desconocido. Pocas personas honestas caminaban sobre la Tierra y saltaba a la vista que aquel muchacho era una de ellas. Matvey pensaba y se dirigía al muchacho como alguien más joven que él pero analizando bien su apariencia física su edad no debía distar mucho de la propia. Sus ojos perdieron aquel gesto inicial de sorpresa y se entrecerraron unos cuantos milimetros.
Sus labios se curvaban ligeramente en la sonrisa que ofrecía pero su mirada se mantenía clavada en la moneda que aún conservaba un poco su circunferencia de antaño. Aquel diminuto objeto de plata era muy antiguo y a pesar de su baja denominación era valioso para él, era todo un legado.
-Es un kopek, perteneció a mi bisabuelo- explicó aun cuando el muchacho no le pidió tal información. No le gustaba oír su propia voz, con mayor justificación en aquel idioma raro, el cual pocas veces en su vida había hablado, lo leía mejor de lo que lo pronunciaba. A veces acompañaba sus caminatas en las calles de aquella ciudad hablando solo, practicando, tratando de suavizar su marcado acento. En esa ocasión sentía que era necesario tomar provecho de aquel encuentro para poner a prueba su pronunciación ante su interlocutor.
Él no era aficionado a la numismática e incluso consideraba que le daba a aquella moneda el peor de los tratos, usándola para la “raya” de alguna que otra roca para examinar la dureza de los componentes de la misma, para él darle un uso totalmente utilitario a algo con tal valor sentimental le confería aún más poder al objeto y a su trabajo, era todo un ritual. Siempre la llevaba consigo.
Invitado- Invitado
Re: Not Mine {Privado}
Aunque no fuese necesario en absoluto, Donatien gustaba de hacerse con las explicaciones de las personas, sobre todo desde que había tomado la particular manía de leer entre líneas los simples comentarios de la gente. Encaminado por sus estudios, el mancebo se había generado la creencia de que en toda frase podía encontrarse con pequeños vestigios inconscientes que manifestasen algún tipo de sentimiento o preocupación oculta en cualquier sujeto.
Y justamente eso trataba de hacer frente al que se presentaba como dueño de aquella pequeña reliquia extranjera que los dedos del joven aún sostenían. Pero un pequeño detalle era el que anulaba por completo las intenciones analíticas de Donatien; el acento del desconocido muchacho.
Una lengua foránea sin dudas. La demarcación de letras como la “r” o la “t” le daban idea que de podría tratarse de un idioma proveniente de Europa del Este o tal vez de Escandinavia. No era para nada bueno en cuanto a la contemplación de rasgos ajenos como para dilucidar una herencia familiar que esclareciese el origen del muchacho, menos aun cuando últimamente en la capital francesa la diversidad étnica cada vez se hacia mas notoria.
Sonrió inevitablemente al recordar la capacidad de su abuela para resolver aquellos acertijos raciales. Unos segundos le bastaban a la sabia anciana para hacerse con la nacionalidad exacta de las personas que llegaban a la tienda de telas. Claramente el no había adquirido ese don en absoluto.
- Bisabuelo - pronunció lentamente, demarcando con notoriedad los movimientos de su boca para proferir aquella palabra, como si de forma simpática corrigiese la pronunciación de aquel vocablo que a duras penas había podido descifrar de los labios del joven frente a sí. Su gesto no trataba de una burla ni mucho menos, pero por temor a ser malinterpretado no tardó en cerrar la boca y fruncir sus labios, llevándolos hacia un lado de su rostro, en símbolo de pena por lo sucedido.
Movió una de sus manos en completa sincronización con su cabeza para negarle al chico que no era necesario revelarle aquellos detalles como la rotura de su abrigo, bastante liviano para el acongojador frío matutino.
Donatien no era una de esas personas que desconfiaban absolutamente de toda excusa proveniente de aquellos que no conocía, al contrario, pensaba que un desconocido no tendría razón alguna para mentirle. Pequeñas creencias directamente enlazadas a la inocencia característica del jovencito.
- Conozco un lugar donde alguien podría remendar el hoyo de tu abrigo - profirió amablemente, sin borrar la sonrisa de su blancuzco y encantador semblante, proyectante de la más sincera amabilida, esa misma que se reflejaba en su humilde ofrecimiento, pues para él era imposible no ofrecer su ayuda en aquellos ámbitos donde creía poder servir de algo. En aquel caso particular, sería él mismo quien cociese sin problema alguno aquella ruptura en la vestimenta ajena.
- De lo contrario, no tardarás mucho en extraviar nuevamente tu moneda - anexó al preciso instante que avanzando mínimamente, se hacia sin permiso alguno de una de las manos del extranjero para depositarle aquel objeto encontrado que le pertenecía.
Donatien esperaba que desde ese día, dada la lección el chico prestase más atención a aquellas cosas que eran suyas, que le pertenecían. Sobre todo si las mismas tenían un valor tan trascendental como el haber pertenecido a un miembro de su familia.
Aquel anhelo personal seguramente partía de que desde hacía mucho, Donatien resguardaba aquellos objetos que pertenecieron a su abuela con mucho esmero, siendo para él hermosos tesoros reminiscentes de aquella mujer con la que había compartido tantas alegrías y experiencias inolvidables. Reliquias que jamás pensaría en extraviar de forma tan distraída.
Y justamente eso trataba de hacer frente al que se presentaba como dueño de aquella pequeña reliquia extranjera que los dedos del joven aún sostenían. Pero un pequeño detalle era el que anulaba por completo las intenciones analíticas de Donatien; el acento del desconocido muchacho.
Una lengua foránea sin dudas. La demarcación de letras como la “r” o la “t” le daban idea que de podría tratarse de un idioma proveniente de Europa del Este o tal vez de Escandinavia. No era para nada bueno en cuanto a la contemplación de rasgos ajenos como para dilucidar una herencia familiar que esclareciese el origen del muchacho, menos aun cuando últimamente en la capital francesa la diversidad étnica cada vez se hacia mas notoria.
Sonrió inevitablemente al recordar la capacidad de su abuela para resolver aquellos acertijos raciales. Unos segundos le bastaban a la sabia anciana para hacerse con la nacionalidad exacta de las personas que llegaban a la tienda de telas. Claramente el no había adquirido ese don en absoluto.
- Bisabuelo - pronunció lentamente, demarcando con notoriedad los movimientos de su boca para proferir aquella palabra, como si de forma simpática corrigiese la pronunciación de aquel vocablo que a duras penas había podido descifrar de los labios del joven frente a sí. Su gesto no trataba de una burla ni mucho menos, pero por temor a ser malinterpretado no tardó en cerrar la boca y fruncir sus labios, llevándolos hacia un lado de su rostro, en símbolo de pena por lo sucedido.
Movió una de sus manos en completa sincronización con su cabeza para negarle al chico que no era necesario revelarle aquellos detalles como la rotura de su abrigo, bastante liviano para el acongojador frío matutino.
Donatien no era una de esas personas que desconfiaban absolutamente de toda excusa proveniente de aquellos que no conocía, al contrario, pensaba que un desconocido no tendría razón alguna para mentirle. Pequeñas creencias directamente enlazadas a la inocencia característica del jovencito.
- Conozco un lugar donde alguien podría remendar el hoyo de tu abrigo - profirió amablemente, sin borrar la sonrisa de su blancuzco y encantador semblante, proyectante de la más sincera amabilida, esa misma que se reflejaba en su humilde ofrecimiento, pues para él era imposible no ofrecer su ayuda en aquellos ámbitos donde creía poder servir de algo. En aquel caso particular, sería él mismo quien cociese sin problema alguno aquella ruptura en la vestimenta ajena.
- De lo contrario, no tardarás mucho en extraviar nuevamente tu moneda - anexó al preciso instante que avanzando mínimamente, se hacia sin permiso alguno de una de las manos del extranjero para depositarle aquel objeto encontrado que le pertenecía.
Donatien esperaba que desde ese día, dada la lección el chico prestase más atención a aquellas cosas que eran suyas, que le pertenecían. Sobre todo si las mismas tenían un valor tan trascendental como el haber pertenecido a un miembro de su familia.
Aquel anhelo personal seguramente partía de que desde hacía mucho, Donatien resguardaba aquellos objetos que pertenecieron a su abuela con mucho esmero, siendo para él hermosos tesoros reminiscentes de aquella mujer con la que había compartido tantas alegrías y experiencias inolvidables. Reliquias que jamás pensaría en extraviar de forma tan distraída.
Donatien Tautou- Humano Clase Media
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Re: Not Mine {Privado}
Sonrió y asintió levemente cuando el extraño repitió aquella palabra y puso especial atención a la forma en la que él la pronunciaba. Fue una sonrisa tímida que expresaba un dejo de vergüenza por ser tan torpe en aquella lengua pero también de agradecimiento, él no tomó aquella acción como una ofensa, sabía de sus pocas aptitudes para él francés y estaba dispuesto a aceptar lecciones de cualquier maestro anónimo que se encontrara en las calles.
Frunció el entrecejo ligeramente, fue un gesto casi imperceptible. Estaba confundido, aquel muchacho desafiaba todo lo que él había aprendido y la vida se empeñaba en restregarle en la cara; la persona que tenía enfrente y que en aquellos momentos poseía entre sus manos una reliquia familiar suya, parecía fuera de lugar, era totalmente diferente a las personas que se había encontrado en París, nunca antes nadie se había detenido a saludarle o había reparado una mirada en él, en cambio aquel muchacho, que seguramente debía tener la misma edad de él, parecía congelado en el tiempo, en ese mismo lugar y para su sorpresa le estaba dedicando un poco de su tiempo, unos minutos que en aquella orbe eran, o al menos parecían ser, tan preciados. ¡En París todo el mundo corría de un lado a otro!
-No te preocupes, seguramente tienes algo mejor que hacer en este momento que quedarte conmigo- dijo examinando el agujero de su bolsillo, después de todo él mismo podía zurcir aquel diminuta rasgadura y tal vez había interceptado a aquel muchacho rumbo a la escuela o en camino a la realización de algún otro deber. Estudiar era algo que, irónicamente Matvey no tenía permitido en ese momento, por fin tenía los recursos para hacer lo que él deseara pero no contaba con el tiempo, en ese momento él podía hacer lo que quisiera pero en realidad debía ejecutar lo que era su deber y dejar a un lado sus intereses personales. No envidió al muchacho sólo lamento su propia incapacidad -Pero si no es así… - mantuvo la proposición en el aire unos segundos como si en verdad estuviera pensando sus palabras exactas, cosa que no era cierto, la frase yacía perfectamente formulada en el interior de su mente con aquella pausa sólo estaba esperando a que el valor para dejarlas salir se presentara. - podrías acompañarme a almorzar – propusó pensando en que por primera vez tenía el dinero suficiente para invitar a alguien, aunque fuera un extraño. Observó al individuo que tenía enfrente, quiso ponerle un nombre y llamarle “amigo”, colocó sus esperanzas en aquel muchacho, aunque de inmediatamente se reprendió y contempló la opción de ser rechazado. -luego podrías llevarme a aquel lugar para remendar mi abrigo… -concluyó, no era necesario pero tal vez con aquella promesa podía hacerse de la nueva compañía.
Así se encontraba de perdido y desesperado Matvey, como para depositar sus ilusiones en un desconocido y disfrutar con los segundos de alegría que esto pudiera darle, aunque significara estrellarse de cara en el suelo ante su posible y muy probable rechazo. A simple vista tenía todo pero por primera vez en su vida se sentía tremendamente desolado, su vida de un momento a otro había dejado de ser su vida para transformarse en la de alguien más, un alguien más en el que él debía convertirse y que a pesar de los meses que tenía ostentado el titulo de “Barón” seguía sin aceptar. Ese era el motivo que lo tenía vagando fuera de lugar, en busca de cualquier pequeña satisfacción que pudiera encontrar en los demás.
¬- o podrías solamente darme la dirección, yo la encontraré… - dijo sacudió el abrigo y se puso la prenda – soy bueno orientándome.- en realidad lo era, aunque París era por mucho uno de los terrenos más difíciles e inhóspitos que había pisado.
Frunció el entrecejo ligeramente, fue un gesto casi imperceptible. Estaba confundido, aquel muchacho desafiaba todo lo que él había aprendido y la vida se empeñaba en restregarle en la cara; la persona que tenía enfrente y que en aquellos momentos poseía entre sus manos una reliquia familiar suya, parecía fuera de lugar, era totalmente diferente a las personas que se había encontrado en París, nunca antes nadie se había detenido a saludarle o había reparado una mirada en él, en cambio aquel muchacho, que seguramente debía tener la misma edad de él, parecía congelado en el tiempo, en ese mismo lugar y para su sorpresa le estaba dedicando un poco de su tiempo, unos minutos que en aquella orbe eran, o al menos parecían ser, tan preciados. ¡En París todo el mundo corría de un lado a otro!
-No te preocupes, seguramente tienes algo mejor que hacer en este momento que quedarte conmigo- dijo examinando el agujero de su bolsillo, después de todo él mismo podía zurcir aquel diminuta rasgadura y tal vez había interceptado a aquel muchacho rumbo a la escuela o en camino a la realización de algún otro deber. Estudiar era algo que, irónicamente Matvey no tenía permitido en ese momento, por fin tenía los recursos para hacer lo que él deseara pero no contaba con el tiempo, en ese momento él podía hacer lo que quisiera pero en realidad debía ejecutar lo que era su deber y dejar a un lado sus intereses personales. No envidió al muchacho sólo lamento su propia incapacidad -Pero si no es así… - mantuvo la proposición en el aire unos segundos como si en verdad estuviera pensando sus palabras exactas, cosa que no era cierto, la frase yacía perfectamente formulada en el interior de su mente con aquella pausa sólo estaba esperando a que el valor para dejarlas salir se presentara. - podrías acompañarme a almorzar – propusó pensando en que por primera vez tenía el dinero suficiente para invitar a alguien, aunque fuera un extraño. Observó al individuo que tenía enfrente, quiso ponerle un nombre y llamarle “amigo”, colocó sus esperanzas en aquel muchacho, aunque de inmediatamente se reprendió y contempló la opción de ser rechazado. -luego podrías llevarme a aquel lugar para remendar mi abrigo… -concluyó, no era necesario pero tal vez con aquella promesa podía hacerse de la nueva compañía.
Así se encontraba de perdido y desesperado Matvey, como para depositar sus ilusiones en un desconocido y disfrutar con los segundos de alegría que esto pudiera darle, aunque significara estrellarse de cara en el suelo ante su posible y muy probable rechazo. A simple vista tenía todo pero por primera vez en su vida se sentía tremendamente desolado, su vida de un momento a otro había dejado de ser su vida para transformarse en la de alguien más, un alguien más en el que él debía convertirse y que a pesar de los meses que tenía ostentado el titulo de “Barón” seguía sin aceptar. Ese era el motivo que lo tenía vagando fuera de lugar, en busca de cualquier pequeña satisfacción que pudiera encontrar en los demás.
¬- o podrías solamente darme la dirección, yo la encontraré… - dijo sacudió el abrigo y se puso la prenda – soy bueno orientándome.- en realidad lo era, aunque París era por mucho uno de los terrenos más difíciles e inhóspitos que había pisado.
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