Blurred Lines — Privado.

Una noche, el miedo me atenazó tanto que no lo podía soportar por más tiempo. Mis manos sudorosas soltaron con estrépito la cesta de mimbre  que colgaba en mi brazo izquierdo, los panecillos horneados y también un ramo de Aguileñas plantadas en los claros descendieron en picado hasta palpar el terreno arenoso. La tiritera se apropió de mis extremidades inferiores, evocandome que no había donde resguardarse, el latir era firme y el sudor arriaba mi frente nada más aumentar mi temperatura corporal. Atravesé el pueblo que conocía como la palma de mi mano.

Pasé las tiendas y las casas que me eran tan familiares y seguí hacia delante. En el camino, mi corazón empezó a acelerarse. Ya no me sentía segura, sino pequeña y sola en la inmensidad del mundo. Seguí andando, pasando por granjas y campos desconocidos hasta que se acabó la carretera empedrada. Con incontenible inquietud, eché una mirada hacia atrás,  Frente a mí, amenazante, surgía el bosque. Las copas de los árboles mecidos por el viento se sacudían como miles de cabezas. ¿Qué iba a hacer? ¿Volver? ¿Correr hasta perder el aliento hacia la seguridad de mi casa? No. Había llegado demasiado lejos. Pero ¿y si me perdía? ¿Me devoraría un pérfido depredador? Mis labios se ovalaron hasta formar una sonrisa empapada en mordacidad ¿Me moriría de miedo? Primero tenía que superar el martirio acoplado bajo mi pecho; los continuos calambres, la fatiga y las ganas de regurgitar.  Penetré en el área verdosa entre dos robles que se erguían como columnas de un gran portón. Mis entrañas se retorcían, devorándose entre ellas. El graznido de un pájaro a mis espaldas me hizo sobresaltar y salir disparada a cualquier recóndito lugar.

— Quédate quieta —musité sin ánimo, si grito o me muevo, el dolor se extenderá. ¿Se oiría el estruendo de mi corazón? Cuando abrí los ojos, mi nariz estaba hundida en el musgo, un bosque de diminutos árboles, suaves como plumas. Me achiqué y llevé ambas rodillas hacia mi pecho, inhalando la fragancia proveniente de la pulcra espesura y así tratar de atar los cabos de mi nerviosismo, dejarlos arrinconados y parados a mi lado donde no pudieran dar por saco. Levanté mi ser sin saber como, desconocía de donde venían las fuerzas para seguir adelante, estaba destrozada tanto física como psicológicamente. Bueno, a tal punto nada se puede hacer así que arrimé mi cuerpo a un colorido arce, de un tono anaranjado y  me dejé caer, aseguré mis posaderas sobre el prado y estiré ambas piernas; esperando la peor parte.

Había pasado ya la primera oleada de sensaciones, la segunda lograba perturbarme a niveles insospechables. Comenzó en cuestión de minutos, mi tamaño disminuyó mientras que los pinchazos en mi estómago resurgían una y otra vez, fatigándome y obligándome a encoger los músculos de mi vientre. Parpadeé varias veces a la par que ambos puños se blandían sin sentido alguno, recé por que pasara rápido y el simple hecho de darle vueltas al asunto lo alargó. — ¡Maldición! — Oh sí, había sido maldita, ¿Habría enfadado al todopoderoso en su anterior vida? Seguramente. La duración del cambio fue pausado, jodidamente pausado hasta que sin más me entregué, desaparecí por completo y mi vestido junto con lo demás; el corsé, las botas y la ropa interior quedó sobre la vegetación, una serie de montañas se apreciaban en la zona baja del conjunto, una cobra real emergió risueña y con ganas de festejar por fin su liberación.


— Hmm... — "Qué frío" pensé mientras me acomodaba en mi cama, la encontraba extraña y no estaba cálida, pasé una de mis manos sobre mi cuerpo tratando de pillar la manta y cubrirme. Nada, no había nada, despegué los párpados de mis cuencas y observé mi alrededor adormilada. La luna, verde, mucho verde y una brisa casta.

Jesús, estaba aún en el bosque ¡y desnuda! Desnuda, ¿Qué diantre? Sin dilación mi boca se entreabrió y vomité una maraña de basura, decir que había expulsado era demasiado. "Repugnante" me juzgué a mi misma al divisar restos orgánicos aún sin digerir. Fue él, reproché, ese desalmado me la jugó anoche como previas veces, mi boca tenía un regusto a sangre y de mi nariz un minúsculo riachuelo colorado fluía. Lo limpié, notando mis músculos contraídos, maldije quejumbrosa y en bajo mientras el aire fresco erizaba los salientes de mis pechos,  tenía que encontrar mis atavíos y volver al puerto. — Oh, ¿Qué infracción habré cometido para nacer así? ¡Iluminame con tu sabiduría! — Un gallillo salió despedido de mi garganta seca, de pronto una ráfaga de viento batió todo el claro, atravesó los árboles cercanos, meciéndolos de un lado a otro. Sonreí abochornada ante tanta osadía y sobretodo de mi demencia al estar hablando sola, en bolas y en mitad de la nada.

¿Qué era yo? Menuda réplica de lo más simple. Podría ser que en un mundo tétrico y galardonado con el don de repartir tanto la buena como la misera suerte se hallara fuera de nuestro alcance. Quizás y solo quizás no había cometido una infracción en su vida anterior, simplemente las cartas habían sido barajadas y sobre su chocante nombre la más oscura retornó, como la pesadilla. Por sus recuerdos vagó uno de los extravagantes relatos que casualmente una noche había compartido Sarah con la pálida. " En la lejanía, sin ser vista ni requerida vivía el coco. No tenía amigos y le era imposible cumplir con su labor, ¿qué niño anhela soñar con delirios? Estaba solo en el cosmos, escondido siempre tras un diminuto y oscuro astro. Desde allí observaba  al Creador de Sueños y otros seres mágicos que transmitían esperanza y amor, la sensiblería que cualquier persona exige en su vida. ¿Por qué no puedo repartir afecto y ser amado? Enfadado por la maldición y la oscuridad que lo envolvía retó al Creador de Sueños sin probabilidad de estar a su altura. La fuerza se escabullía por sus finos dedos y no comprendía la razón, entonces cayó en que nadie creía en su existencia, se esfumó en una gran humareda de cenizas, prestando atención a las palabras de su enemigo. Compañero, en esta vida hay seres que han nacido y estarán a la vera de la soledad por toda la perpetuidad. " Beato representaba al coco  y como el cuento enunciaba, estaba sometida por las tinieblas, ceñida entre la umbría y los malos hábitos.

Una segunda ventisca se manifestó y esta vez fue bien recibida pues la sacó de esos trances que tanto carcomen su confusa mollera. Quien le obsequió una contestación no fue Dios, si no una muchacha de apagada pelambrera, entre un castaño y negro. Santa madre y patrón, he ahí uno de esos vergonzosos encuentros que en tu vida compartirás con tus allegados; bueno, en su caso le venía de perlas ya que carecía de ellos. Su expresión cambió repentinamente de un severo rostro a uno turbado, entrando en un modo defensivo y a juzgar el curso de los acontecimientos no estaba aún en su mejor estado.

Fijó la vista en el prado, buscando algo puntiagudo de lo que apropiarse y así, arrearle si se veía acorralada. ¿Cómo era posible que fuese tan letal tras la conversión y al volver a la fase anterior verse tan indefensa? No lo comprendía, era consciente de que era más fuerte y veloz que un ser humano, la pega a todo ello era que no sabía como controlarlo. "Bingo" La mirada se le iluminó en cuanto divisó un garrote de tamaño medio, lo suficiente compacto para dejarla K.O si le daba con buena gana en el cráneo.

— Acércate un paso más y me aseguraré de que esto, — mueve el garrote con leves movimientos, cerciorándose de que ésta se percate — acceda por tu boca y salga disparado por una de tus cuencas, muchacha. — La clave estaba en no vacilar,  era incapaz de hacerle daño pero eso nadie lo sabía y mucho menos aquella que en frente de su cuerpo desnudo aún permanecía dando saltos, efusiva. Beato procede a acunar el arma que aferra con fuerza, tanta que las astillas penetran de forma dolorosa y a la vez placentera en el interior de ambas palmas, el dolor no le permitía bajar la guardia, lo necesitaba a su lado en aquel momento. Analiza a la castaña con esmero, captando la pelota que formaba su vestimenta bien apretada en la canasta, ¿Quería sus ropajes? Bien, no eran de valor y no le importaba verse obligada a cubrirse con unas cuantas hojas y de esa forma volver al puerto.

— No tengo nada más de valor, como tú misma observarás — la pálida se encoge de hombros. — Puedes quedarte con mis atavíos si así deseas —  y de paso unos cuantos porrazos eufóricos aún esperando el alarido de guerra y de ese modo cargar contra ella.

El mutilado césped bajo las plantas de sus pies comenzaba a liberar un jugo cetrinoso que con lentitud, originó en la pelirroja una impaciencia desmedida, quería esfumarse y allí seguía, parada en medio de la nada por culpa de la castaña, ¿tan difícil sería abrirle la cabeza? Según los consejos de Ramsey arremeter contra un ser humano estaba chupado; no son más que objetos, nosotros los cambiaforma podemos usarlos a gusto y sin tiempo limitado, hacer con ellos lo que nos plazca al ser más fuertes, rápidos y listos, aunque eso último lo dudo casi todos los días y más la ideología que muchos comparten entre ellos. Se percata enseguida de su escena en son de paz tan anticuada que irremediablemente no pudo dejar pasar el colocarle una banderita blanca en una de sus muñecas, obviamente todo obraba en su mente.

— Oh, ahora se supone que debo creerte, ¿no? Digo yo, una desconocida anda por el bosque a las tantas sólo para encontrarme, encantador — y a  la vez espeluznante pensó. ¿Quién con una condición sana y fuera de las zarpas del huroneo se atrevería? Quizá de esa forma la veía y estaba equivocada, muy equivocada si pensaba que uno de sus hobbies resultaba ser correr desnuda al aire libre, no era como las ninfas de los libros mitológicos para andar pavoneándose bajo la luna o en medio del panorama que condece el bosque a los mortales. — Tsk. — Resentida, culpó a la fiera con la que comparte celda mientras arqueaba una ceja, examinado cada minúsculo movimiento a través de ambas. Su ropa, esa que tanto anhelaba sobre su piel quedó sobre el terreno, no tenía ni una pizca de frío, estaba siempre cálida y rara vez se enfermaba.

— ¿Puedes sentirlo? Deberías estar agradecida. Placeres tan simples como esos llenan el cuenco de una amarga vida. — Una que por infortunio muchos padecen. Su piel está erizada más no es por la brisa, su fachada sin tardanza va cediendo hasta dejar el arma descansando al lado de su pie izquierdo, muy cerca de su tobillo. — ¿Puedo saber la razón? — Preguntó a la par que su cuerpo se agachaba para pillar su ropa interior, alzó primero un pie y luego el otro hasta dejarla sobre su intimidad y sus posaderas. — ¿Por qué has estado buscando a alguien que no conoces durante tanto tiempo? Qué imprudente. — Suerte tiene de que la demencia no la comande o sea una homicida. Negó de un lado hacia el otro incrédula, subió el vestido por sus muslos y prosiguió por adentrar los brazos en las mangas deshilachadas, apretó el corsé beige tras su columna sin mucho esfuerzo ya acostumbrada y por último se colocó los mocasines negros. El coletero había quedado en la deriva así que trató de domar su melena con los dedos, desenredó algún tirabuzón y colocó tras ambas orejas los mechones que con frecuencia caían por sus mejillas.

Bueno, con todo el jaleo que tenía en contra logró olvidarse de qué había pasado esa misma noche, ¿Adannah? Bonito nombre, si si, aunque lo que salió despedido por ambos carmesíes labios no le agradó ni un pelo. Tras correr como una condenada sin derecho a descanso, sufrir interminables sucesos sacados de una mismísima trama violenta de teatro y haberse convertido en una serpiente nada más le apetecería que comer, ¿Hambre? Claro, resulta que acabo de escupir mi cena, el menú consistía en un conejo crudo y unas cuantas ratas aliñadas con unas moradas bayas, !Mira! Aún se puede ver perfectamente sus órganos. Bufó ruidosa justo antes de apartar los labios y enseñar sus blanqueados dientes. — Gracias por la oferta pero debo rechazarla. Esa manzana está enviando malas vibraciones a mi estómago. — Movió el dedo índice de una de sus manos de izquierda a derecha a modo de "no". No se sentaría ni colaboraría con Adannah, resultaba obvio que trataría de sacarle las razones por las que había dejado su vestimenta atrás. Se hallaba cansada, dolorida y cansada; también irritada por lo que sabía perfectamente que quien acabaría hiriéndola sería ella.

— Debo volver y no sé como, puedes enseñarme el camino aunque por tu bien es mejor que no hagas muchas preguntas, sólo conseguirás de mí respuestas incoherentes y una gran lista de mentiras.