El perfume que me embriaga - Privado

Acababa de despertarse, estaba aún somnoliento y se arrebujó en las sabanas. La noche anterior había sido extremadamente movida, ocultarse en un antiguo monasterio para cazar, literalmente a un grupo de monjes adoradores de Satanás, le había dado una de esas noches colmada de adrenalina. Se relamió los labios aún podía saborear las gotas de sangre que le habían manchado el rostro al darles muerte, una sonrisa sarcástica se posó en su masculino rostro, - ¿queríais adorarle? Pues ahora estáis con él en el infierno – sentenció. Era verdad, n la inquisición, Beltran, desempeñaba funciones de tecnólogo, pero eso no significara que de vez en cuando hiciera sus propias misiones y más si con eso lograba joder al maldito vampiro que diera muerte a su creadora y amante.

Se levantó y se desvistió, para luego tomar un baño y sacarse cualquier rastro de la sangrienta aventura. Cuando estuvo listo, se dirigió a preguntar a su amigo y mayordomo, por el regalo que le había traído. Una jovencita que había sido secuestrada por la secta para usarla en el sacrificio. Bajó hasta la cocina y lo encontró. Saludó algo parco por que había testigos y con un movimiento de cabeza le indicó que deseaba hablarle, a solas. Apenas quedaron solos, su amigo se desahogó - Disculpame, pero aun no entiendo porqué te metes en éstos lio ¿No convenía dejarla allí, simplemente borrando el recuerdo de esa noche? -. Los ojos del vampiro centellaron, no de ira, pero si de ironía,  – a claro, es verdad, porqué no hice eso cuando te salvé el pellejo – comentó masajeando su barba, - mmm... ya me acordé, porque hubieran vuelto por tus huesos... mal agradecido - los dos rieron, uno sabía que el otro nunca dejaría a un inocente a su suerte si podía mejorar su vida. El mayordomo había conversado con la joven y ésta le dijo que no tenía hogar, que vivía en las calles y que en ellas había encontrado al amo quien le ofreció comida y techo sobre su cabeza.  Ella creería que él en verdad era su patrón y viviría allí como una de las doncellas de la casa, final de la discusión, Beltrán ya tenía en su cabeza otros temas que le eran más relevantes. Se despidió de su amigo y le informó que daría una vuelta y volvería temprano, - si, claro, siempre dices lo mismo y terminas casi incinerado por el amanecer – le reprochó de nuevo. El vampiro palmeó la espalda de su siervo, - callate, sabes que no te librarás de mí tan fácilmente – volvió a reír y cerró la puerta tras de si.

El carruaje ya estaba listo, subió en silencio y mentalmente le dijo al cochero donde debía ir. Le gustaba eso de implantar ideas y recuerdos en la gente, así no tenía que ir explicando nada. Se acomodó en el asiento y se dispuso a observar la gente por la ventanilla. Estaba aburrido, ninguna de esas almas era lo suficientemente interesante en sus pensamientos. - Ba, que lo único importante es conseguir ese maldito vino para el endemoniado de Constan – debía entrevistarse a la noche siguiente con el embajador del Santo Padre, - un maldito asesino y pederasta – gruñó por lo bajo, mientras sus ojos se volvían rojos como las brazas del abismo. Debía conseguir esa botella y trabajar en ella y en el veneno para asesinar al enviado papal.

Comprobó con desilusión que la mayoría de los comercios estaban cerrando o habían cerrado – maldición – volvió a gruñir en un susurro.