Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Psyche Miér Abr 02, 2014 6:06 pm

Lovers (Flower Garden) by Shigeru Umebayashi on Grooveshark

El otoño estaba en su máximo esplendor; dorado y dulcemente triste, como un poema de amor perdido. Y al igual que las hojas afiladas llegaban encontraban su vaina en, los clientes —o ángeles, como Psyche los veía— venían a buscar su refugio en el burdel. Las demás cortesanas se sabían de memoria ese ritual, y por lo mismo abarrotaban sus cuerpos de ornamentos y tocados, listas para exhibirse como era su deber, a menos claro quisieran verse como las prostitutas pordioseras que atendían bajo el muelle, en el puerto nauseabundo, con olor a pez globo y sobre la arena con mucha suerte. Eso no era para ellas, meretrices de lupanar. Jamás renunciarían a los coroneles, a los políticos, ni a los hombres de trabajo que por asuntos de dinero reducido no venían tan a menudo, pero eran los clientes más fieles.

Una muda de catorce años observaba a sus compañeras en ese desfile de rostros eróticos a lo lejos, desde una esquina oscura del establecimiento, con ojos dubitantes. No hacía demasiado tiempo había llegado como mercancía a aquel centro de placer, pero cada día lo entendía menos.

¿Por qué se envanecen ellas si se trata de ellos?—y es que para la soñadora, desde siempre había visto a esos mortales deseosos como deidades en la tierra. A quienes se debía ostentar era a los ilustres visitantse; a nadie más. El resto era finito, efímero.

Era así como ella los imaginaba, con sus alas abanicando con cuidado el aire para no maltratar los cuerpos de las féminas que hasta ellos gateaban, insaciables hasta decir basta. Para Psyche las flores nocturnas tenían el privilegio de dejarles a esos seres en el cuerpo el recuerdo caliente de la generosidad femenina. Entonces, ¿por qué ellas hacían como si sus perifollos fuesen el fin de aquellas reuniones? Para la muda aquello no tenía sentido alguno; sus cuerpos, al igual que el de ella, se caerían y se volverían al polvo del cual se habían formado, ¿y todo eso para qué valdría si no lograban hacer que otro cuerpo se sintiera eterno en un suspiro?

Ya está mirando otra vez —dijo una de las prostitutas, dándole mala espina esa mirada negra sobre ella. Otra le siguió el juego, pero esta vez dirigiéndose personalmente a Psyche.

El rosal jamás logró congeniar con la flor silvestre; a Psyche le quedaba demasiado grande ese lugar, eso decían y se lo hacían notar con cada abuso. No podía gritar por ayuda, así que hacerlo resultaba demasiado fácil como para no tentar al mal obrar.

Es de mala educación ver así a la gente —la apátrida ni siquiera la miró de vuelta. ¿Para qué intentar comunicarse si no la entenderían? No obstante, esto provocó el enojo de la mujer, quien tomó a Psyche del cabello para arrojarla al suelo de rodillas— No puedes hablar, pero más te vale que puedas oír. Si vuelves a vernos así, puedes jurar hasta la boca te voy a partir.

Vino un golpe y luego otro. En cosa de segundos estaba acorralada. Bastaba uno más para que esa noche no pudiera mantenerse en pié y se quedara sin comida por el resto de la semana debido a ello. Entonces hizo uso de la sencillez de sus ropas para escabullirse entre las adornadas hembras y llegar corriendo a paso adelantado al exterior, haciendo oídos sordos de las maldiciones de las demás. Allí afuera estaba a salvo de ellas; no perderían clientes por ella. El punto negativo era que en la calle todo podía pasarle. La oscuridad era su amiga y también su enemiga, sobretodo con el frío asechando. La muchacha sólo atinó a abrazarse a sí misma y sentarse en cuclillas apoyada en la pared más cercana, intentando conservar el calor corporal. Aguantaría lo necesario hasta que las cosas se calmaran. Y algún día, todo cambiaría. Pensando eso los golpes eran lo que menos dolía.

Algún día conoceré a mi Eros y me sacará de aquí, ya lo verán —pensaba para darse ánimos, a tiempo que su piel se erizaba— No importa. Todo vale la pena. Esto no es nada. En sus brazos seré inmortal y todo estará cumplido. Por eso no tengo miedo, ¿lo ven? Ya se le ha hablado a la vida; sólo falta que conteste.

Y cerró sus ojos para encerrarse en su mundo; allí no era feliz, sino etérea. Nada más tenía una mortal para pedir, excepto tal vez… que sus utopías no fuesen amenazadas por quien quisiera arrebatarle aquella porción de sí que todavía clamaba el nombre de la libertad.

Porque Psyche sin sus sueños era una muñeca más; una figura para ser usada y poseída por quien fuera su dueño. Un dueño a quien ella, aún añorando a Eros con todo su corazón, no podría elegir.


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Mensaje por Edvin J. Pärt Dom Abr 13, 2014 12:29 am

El trayecto desde Tallinn hasta París había sido no sólo aburrido, sino insufrible. Por acompañantes, Edvin tenía a sus padres y a la insípida chiquilla que se suponía, era su prometida. Por supuesto, mantuvo la máscara de cortesía todo ese tiempo. El problema era que no pudo quitársela ni un instante mientras viajaban, y la verdad ya estaba bastante aburrido. La relación con sus progenitores era complicada; Edvin navegaba por mares de la psicopatía y la sociopatía, sin conducir su barco a mares abiertos de ninguno, pero aún era capaz de tocar apenas arroyos de humanidad. Lo odiaba, desde luego y aunque veía a Juhan y Alina como un par de instrumentos en su ascenso (¿a dónde? Ni Lucifer lo sabía) también les guardaba un poco, un poco nada más, de respeto. Cariño incluso si se quería. Pero luego volteaba a ver a la chiquilla con la que se suponía, pasaría el resto de sus días y no podía evitar odiarlos, a sus padres, a ella, que poca culpa tenía. A todos. Y era cuando la vida se hacía intolerable.

Arribaron a un hotel en el centro de París. Iban porque sus padres tenían negocios que cerrar en la ciudad y consideraron que era un buen sitio para que la relación de los jóvenes se fortaleciera. Qué bola de patrañas. Los señores Pärt los dejaron solos en aquella habitación de hotel, para que conocieran París o lo que fuera. Oscurecía ya, Edvin echó un vistazo a la ventana y luego tomó asiento frente a su prometida. La miró con desdén por largos y tortuosos minutos. Ella no decía nada, nunca decía nada.

El muchacho se puso de pie y buscó por el lugar algo de beber. Si conocía a su padre como lo hacía, seguro había hecho que prepararan la habitación —que parecía más un pequeño apartamento— para sus necesidades y eso incluía alcohol. Al fin encontró una botella de ron y se sirvió un poco, sin dejar de ver a la mocosa. Bebió en silencio y se acercó a ella, se inclinó frente a ella y la tomó del rostro con fuerza.

Tú eres aburrida. A ti no te puedo hacer nada, o tus padres y los míos no me lo perdonarían —chasqueó y la soltó con fuerza. Ella seguía sin decir nada, eso lo desesperaba aunque a veces se lo agradecía, nunca lo delataba, no entendía por qué. Quizá la pobre estúpida sí estaba enamorada de él. O era simplemente que así la habían educado, para complacer al hombre que se convertiría en su esposo.

Me largo —anunció tomando su abrigo y dirigiéndose a la puerta—. Seguro los burdeles parisienses tienen más entretenimiento que tú —y así, sin esperar una respuesta, salió de la habitación. Y del hotel. Descaradamente le había dicho a donde iba. Ese tema se había vuelto una pelea de nunca acabar con su padre, ¿le importaba? Su respuesta estaba ahí mismo, en sus pasos, dirigiéndolo en busca de un burdel.

Poco a poco dejó atrás el barullo de la zona céntrica de la ciudad y aunque aún se mantenía en la ciudad, se adentró en calles más silenciosas. No tenía miedo, pero hacerse consciente de sus debilidades siempre le sentaba mal. Y escuchó un sonido lastimero en medio de las sombras. Oteó el lugar y lo que parecía sólo un bulto a primera vista, resultaba ser alguien hecho un ovillo en una mugrienta esquina. Arqueó una ceja, intrigado y contra su propio sentido común, fue hasta allá, donde estaba esta nueva presencia.

¿Se encuentra bien? —Preguntó con pulcra educación. La fachada que era la terrible realidad. Edvin era una hermosa pintura que tenía una maldición. Codiciada pero que ha de traer tragedia a su dueño—. ¿Necesita ayuda? —Si hubiera existido un coro celestial en ese instante, como en la obras de Sófocles, éste hubiera advertido, en conjunto de ominosas voces, a la persona frente al joven Pärt, que se alejara en ese instante.

Cualquier cosa que estuviera padeciendo era nada con lo que Edvin mismo era capaz de hacer si se le antojaba. No levantes el rostro, no dejes que te vea, no dejes que te quiera hacer su víctima.

Allá en Tallinn, que no era una ciudad muy grande de todos modos, no era secreto para nadie las atrocidades que Edvin, el heredero de los Pärt, había hecho más de una vez con la puta en turno. Desgraciadamente —para él— no había matado a ninguna aún, no podía. No todavía. Quería poder hacerlo. Quien sabe, quizá en una ciudad ajena, lejana, desconocida podría hacerlo, con una persona que claramente estaba vulnerable. No sabía si esto era una prueba o un regalo de Satanás.


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Mensaje por Psyche Dom Jun 01, 2014 11:37 pm

Unos brazos gentiles la abrazaban hasta hacer sus corazones palpitar al mismo ritmo, un aura celestial la envolvía. Así fue hasta que una aterciopelada voz obligó a la soñadora a despertar, abrir sus ojos para hallar a los de quien curiosamente la observaba. Si antes, allí adentro, se había sentido desprotegida ante la invasión de esas mujeres en su integridad, ahora se sentía desnuda. Los ojos oscuros de Psyche comenzaron a temblar y sus labios inconscientemente a separarse hasta dejarla con la boca entreabierta.

¿Quién es esta criatura? —Psyche se preguntó apenas lo identificó bajo su mirada, levantando su rostro desde su posición en cuclillas con la curiosidad de un felino y la ingenuidad de un infante.

El rostro blanco de papel de aquel desconocido sumado a las hebras de oro que salían de su cabeza conformaban señales precisas de que era un ángel de alas blancas, uno de tantos otros que habían venido a experimentar la sensación más humana de todas: el éxtasis. Pero la cortesana se dijo que él no podía ser un ángel, que era imposible; los guardianes del cielo nunca le habían preguntado ni jamás le preguntarían por su estado, ni mucho menos si necesitaba ayuda. Los alados sólo sabían de dejarse seducir hasta convertirse en un recuerdo inquebrantable en el cuerpo de su muñeca. Él tenía que ser algo más.

Inmediatamente, sin darle tiempo para reaccionar al individuo, tomó sus manos para examinar atentamente el mensaje que pudieran otorgarle sus palmas. Utilizó la vista de sus ojos y el tacto de sus dedos para descifrar esas huellas; era muy diferente a ella.

Qué suaves —se maravilló la chica, no ocultando para nada lo que la alegraba haber descubierto una textura así. Obviamente no conocía lo que era la realeza, personas que con una orden podían incluso arrebatar vida sin mover más que los labios— Es un mortal, igual que yo, pero... —sin soltar aquellas manos miró nuevamente hacia arriba, corroborando en los luceros del extraño sus sospechas— …no somos para nada parecidos. Si alguien le dijera que pertenecemos a la misma especie, ¿cuánto demoraría en hacerle tragar su lengua?

Desde lo físico hasta en lo espiritual eran contrarios. En la mirada de Edvin había exceso de realidad; en la de Psyche un derroche de ilusión. De la cuna más ostentosa provenía el Barón; ni siquiera un cuna tuvo la cortesana. Los cabellos de él habían sido bañados por los rayos del sol; los de ella se habían tornado oscuros por la austera luz lunar. Las ropas del platinado estaban diseñadas para vestir a un príncipe; las de la morena para que se deslizaran por el suelo apenas las manos de los clientes lo decidieran.

Psyche tragó saliva y soltó lentamente las manos ajenas cuando comprendió que ante el cielo aquel hombre podía ser tan mortal como ella, pero nunca para los humanos. En la cadena alimenticia él estaba en la cúspide y ella en el fondo. Así lo entendió. Y se sintió vulnerable otra vez. ¿Qué sacaba con ocultarlo?

Se llevó ambas manos sobre su inerte garganta y negó con la cabeza como ofreciendo una disculpa. No era para quien se encontraba en el último escalafón ofender a quienes tenían su pié encima. No era de los de la clase de Edvin saber perdonar.



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