AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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En el abismo del alma acechan las sombras [Rikkert]
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En el abismo del alma acechan las sombras [Rikkert]
Anuar se había ido. Se había marchado para siempre después de una discusión que Edouard recordaría el resto de su vida. Pagó esa botella con unas monedas que repiquetearon unos instantes sobre el mostrador de madera de la licorería y se percató de que era la primera vez que compraba alcohol para sí mismo. Cuando vivía con Madame alguna vez contada lo envió a por bebida para dar fiestas, pero ahora en casa de Bárbara no era él el que se encargaba de esa clase de compras. El rumano le había dicho que volvía a su país a buscar a su padre y le había pedido que fueran juntos, ¿pero cómo podía? Tendría que haber dejado atrás toda su vida para perseguir un sueño que ni siquiera era suyo en un país que quedaba muy lejos. Tenía miedo, y cuando le preguntó a Dutuescu si estarían siempre juntos para que el otro le infundiera confianza... le había respondido que las cosas eran difíciles. Así había resumido su relación: las cosas eran difíciles. No le había dicho que lo amaba y que no quería perderlo, no le había explicado que seguiría pensando en él todos los días del resto de su vida y ni siquiera había parecido que tenerlo frente a él le hiciera replantearse nada. El miedo de Edouard al rechazo había vuelto a cerrarse sobre él como las puertas de piedra maciza de una prisión de la que Anuar había logrado sacarlo despacio, con cariño y tomándolo de la mano. Pensar que no sentiría nunca más el roce de sus dedos hizo que desenroscara el tapón y diera tres sorbos a la ginebra como si en el fondo de esa botella estuviera la solución a sus problemas. Era su noche libre pero no tenía sentido si no podía volver a casa para estar con él. ¡Cómo dolía! Le ardía el corazón y el alcohol no hacía sino alimentar esa llama que lo consumía.
Anduvo adentrándose en las calles de París hasta que acabó en la periferia, en los barrios menos recomendables donde las únicas que se sentían cómodas eran las ratas, entre varios edificios abandonados y en ruinas que parecían hasta eclipsar el brillo de las estrellas con su aura de lamento crónico. Trastabilló y se apoyó contra una pared para no caer, pero solo consiguió resbalar lentamente hasta el suelo donde se quedó sentado como un montón de ropa desmadejada. Se empezó a beber sus lágrimas mezcladas con ginebra mientras recordaba uno a uno todos los momentos pasados con el rumano y se reprochó haber tardado tanto en arrancar. Tal vez si hubiera sido más directo desde el principio, sin reservas, si hubiera aprovechado cada segundo que habían compartido en lugar de esperar tantos meses para darse cuenta de lo que sentía... A lo mejor si hubiera hecho algo de manera diferente ahora Anuar seguiría allí, en París con él, sin sentir la necesidad de irse a Rumanía a buscar algo que él no había sabido darle: el calor de un hogar. Un mendigo pasó andando cerca de él y tuvo que arrugar la nariz al notar el olor que desprendía su cuerpo, como si hacía siglos que no se bañara y la costra de suciedad de su piel fuera tan gruesa que ya se hubiera convertido en un híbrido de hombre y lodo. Pensó que decir en voz alta el nombre de su amor perdido lo haría volver, pero en el mismo momento en que abrió la boca para llevar a cabo ese plan absurdo lo acometió una arcada que lo obligó a inclinarse hacia delante y vomitar hasta los hígados. Nunca antes había estado ebrio, pero era como ponerse una capa que te volvía invisible. Sentía que podría llorar a gritos si le daba la gana y nadie lo oiría ni se volvería a mirarlo, aunque al final no fue así. Una figura que juraría que segundos antes no estaba allí se recortó contra la tenue luz de la única farola que quedaba en pie en aquel callejón de mala muerte. Edouard entornó los ojos pero no alcanzó a discernir los rasgos del visitante, que parecía extrañamente elegante y etéreo para estar en ese lugar.
- ¿Te has perdido? - Le preguntó una voz bien modulada.
Edouard cerró los ojos y abrazó su botella como si fuera el pecho de Anuar, sobre el que solía acurrucarse para dormir. Pero él no iba a volver y en su lugar notó en la nuca el aliento de ese extraño, que estaba frío como el hielo.
Anduvo adentrándose en las calles de París hasta que acabó en la periferia, en los barrios menos recomendables donde las únicas que se sentían cómodas eran las ratas, entre varios edificios abandonados y en ruinas que parecían hasta eclipsar el brillo de las estrellas con su aura de lamento crónico. Trastabilló y se apoyó contra una pared para no caer, pero solo consiguió resbalar lentamente hasta el suelo donde se quedó sentado como un montón de ropa desmadejada. Se empezó a beber sus lágrimas mezcladas con ginebra mientras recordaba uno a uno todos los momentos pasados con el rumano y se reprochó haber tardado tanto en arrancar. Tal vez si hubiera sido más directo desde el principio, sin reservas, si hubiera aprovechado cada segundo que habían compartido en lugar de esperar tantos meses para darse cuenta de lo que sentía... A lo mejor si hubiera hecho algo de manera diferente ahora Anuar seguiría allí, en París con él, sin sentir la necesidad de irse a Rumanía a buscar algo que él no había sabido darle: el calor de un hogar. Un mendigo pasó andando cerca de él y tuvo que arrugar la nariz al notar el olor que desprendía su cuerpo, como si hacía siglos que no se bañara y la costra de suciedad de su piel fuera tan gruesa que ya se hubiera convertido en un híbrido de hombre y lodo. Pensó que decir en voz alta el nombre de su amor perdido lo haría volver, pero en el mismo momento en que abrió la boca para llevar a cabo ese plan absurdo lo acometió una arcada que lo obligó a inclinarse hacia delante y vomitar hasta los hígados. Nunca antes había estado ebrio, pero era como ponerse una capa que te volvía invisible. Sentía que podría llorar a gritos si le daba la gana y nadie lo oiría ni se volvería a mirarlo, aunque al final no fue así. Una figura que juraría que segundos antes no estaba allí se recortó contra la tenue luz de la única farola que quedaba en pie en aquel callejón de mala muerte. Edouard entornó los ojos pero no alcanzó a discernir los rasgos del visitante, que parecía extrañamente elegante y etéreo para estar en ese lugar.
- ¿Te has perdido? - Le preguntó una voz bien modulada.
Edouard cerró los ojos y abrazó su botella como si fuera el pecho de Anuar, sobre el que solía acurrucarse para dormir. Pero él no iba a volver y en su lugar notó en la nuca el aliento de ese extraño, que estaba frío como el hielo.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: En el abismo del alma acechan las sombras [Rikkert]
La discusión se tornó demasiado molesta con aquel contrabandista al cuál tuve que eliminar para evitar futuras confrontaciones y opté por abandonar su cuerpo en aquel sitio pestilente. Tengo mucho coraje y necesito sacarlo de alguna manera. Quizás cazando pueda alejar esos pensamientos revanchistas de mi atrofiada mente revolucionada de aquel momento. No quiero hacer otra cosa más que gritar y romper cosas, pero sé que no voy a conseguir nada. Lo que necesito con urgencia, es no sentirme atado de manos, sentirme dueño de mi tiempo y espacio. Sé que yo escogí éste estilo de vida, me gusta lo que hago, pero cuando la situación se torna engorrosa y fuera de control (Como aquel bastardo que quiso pasarse de listo) me plantea la seria posibilidad de cambiar de zona de tratas, antes de que la mafia acabe matándome o alguna cosa peor. Ahora - ya afuera de aquel infierno - estoy más en calma. Me siento: Yo mismo.
Ha llovido todo el maldito día. Me gusta la lluvia, si… Pero particularmente aquella noche no puedo disfrutarla tanto como quisiera. Sólo me limito a caminar entre la gente, enfundado en una gabardina negra, fingiendo ser una persona más. No llevo una trayectoria fija, sólo me dejo llevar hasta donde mis pies quieran aventurarse, disfrutando del delicioso aroma de la sangre humana. Necesito alimentarme, está más que claro, pero a pesar de la ansiedad, voy a darme el tiempo necesario para ello. No voy a beber de cualquier persona que se cruce en mi camino. Me gusta escoger mi comida.
Algunos establecimientos comerciales, apostados a ambos flancos de la callejuela están abarrotados, particularmente todo los de comida. Me detengo un momento tratando de recordar que era asiduo a visitar todos aquellos lugares cuando fui humano. ¡Ah! la deliciosa comida que tanto me gustaba degustar, y que ahora debo conformarme con el recuerdo de viejas glorias. Extraño los viejos tiempos. Demasiado… Algunas cosas de mi vida pasada no eran tan detestables.
Reflexionar acerca del tiempo y el espacio me inquieta, porque no estoy seguro de querer ser lo que soy, por los siglos de los siglos. Pudiera ser que la noche menos pensada, me ponga un rifle en la boca y apriete el gatillo. Morir de propia mano es algo que siempre he tenido contemplado en mi agenda, en el apartado: Asuntos pendientes. Resaltado con rojo y letras muy grandes.
Me detengo, y alzo la vista. He llegado a una calle nueva. Al parecer ya me he alejado mucho del centro y es justo que me doy cuenta de que he llegado a una zona poco transitada. A mi izquierda, una luz parpadea, a mi derecha, un oscuro callejón, desde donde puedo apreciar claramente a dos figuras. Una de ellas tratando de luchar por su vida, y a otro ser - que ya me he dado cuenta es alguien como yo- tratando de alimentarse de ella.
Mi primera reacción es limitarme a sacar mi cajetilla de cigarros y encender una pieza, mientras observo que las siluetas siguen forcejeando. Aquella riña solo produce que mis sentidos se agudicen tratando de ser parte del festín. No me gusta hacer el trabajo sucio, pero la sangre de aquel humando huele endemoniadamente bien, y es por eso que creo que aquel vampiro tampoco ha podido resistirse. Lamentablemente para él, he llegado a la conclusión de que tendrá que buscar alimento en otra parte o morir por no cederme los derechos.
Me aproximo con mucha cautela. El vampiro se da cuenta de mi presencia, enseña sus colmillos como queriendo retarme. Sonrío de medio lado, clavo mi mirada en él y le infrinjo la mayor cantidad de dolor posible. Gruñe, grita, blasfema, pero poco me importan sus súplicas. No puede hacer nada en contra mía, si es lo suficientemente inteligente escapará o terminará hecho cenizas.
-¿Quién eres, y que haces en una noche tan fría y lluviosa como ésta? - Pregunto al joven que, seguro estoy, no sabe con certeza qué es lo que está ocurriendo, por su total estado de embriaguez. Claramente no me importa lo que le hay llevado hasta ahí, pero, si he de alimentarme de él, un poco de charla antes del festín no le viene mal a nadie.
El vampiro agredido huye cual cobarde, dejándome solo con mi futura cena. Sonrío triunfante pues ya no queda nada ni nadie que interfiera con mi cometido. Echo el humo del cigarro por las fosas nasales, observando con deleite la vena de su cuello.
Ha llovido todo el maldito día. Me gusta la lluvia, si… Pero particularmente aquella noche no puedo disfrutarla tanto como quisiera. Sólo me limito a caminar entre la gente, enfundado en una gabardina negra, fingiendo ser una persona más. No llevo una trayectoria fija, sólo me dejo llevar hasta donde mis pies quieran aventurarse, disfrutando del delicioso aroma de la sangre humana. Necesito alimentarme, está más que claro, pero a pesar de la ansiedad, voy a darme el tiempo necesario para ello. No voy a beber de cualquier persona que se cruce en mi camino. Me gusta escoger mi comida.
Algunos establecimientos comerciales, apostados a ambos flancos de la callejuela están abarrotados, particularmente todo los de comida. Me detengo un momento tratando de recordar que era asiduo a visitar todos aquellos lugares cuando fui humano. ¡Ah! la deliciosa comida que tanto me gustaba degustar, y que ahora debo conformarme con el recuerdo de viejas glorias. Extraño los viejos tiempos. Demasiado… Algunas cosas de mi vida pasada no eran tan detestables.
Reflexionar acerca del tiempo y el espacio me inquieta, porque no estoy seguro de querer ser lo que soy, por los siglos de los siglos. Pudiera ser que la noche menos pensada, me ponga un rifle en la boca y apriete el gatillo. Morir de propia mano es algo que siempre he tenido contemplado en mi agenda, en el apartado: Asuntos pendientes. Resaltado con rojo y letras muy grandes.
Me detengo, y alzo la vista. He llegado a una calle nueva. Al parecer ya me he alejado mucho del centro y es justo que me doy cuenta de que he llegado a una zona poco transitada. A mi izquierda, una luz parpadea, a mi derecha, un oscuro callejón, desde donde puedo apreciar claramente a dos figuras. Una de ellas tratando de luchar por su vida, y a otro ser - que ya me he dado cuenta es alguien como yo- tratando de alimentarse de ella.
Mi primera reacción es limitarme a sacar mi cajetilla de cigarros y encender una pieza, mientras observo que las siluetas siguen forcejeando. Aquella riña solo produce que mis sentidos se agudicen tratando de ser parte del festín. No me gusta hacer el trabajo sucio, pero la sangre de aquel humando huele endemoniadamente bien, y es por eso que creo que aquel vampiro tampoco ha podido resistirse. Lamentablemente para él, he llegado a la conclusión de que tendrá que buscar alimento en otra parte o morir por no cederme los derechos.
Me aproximo con mucha cautela. El vampiro se da cuenta de mi presencia, enseña sus colmillos como queriendo retarme. Sonrío de medio lado, clavo mi mirada en él y le infrinjo la mayor cantidad de dolor posible. Gruñe, grita, blasfema, pero poco me importan sus súplicas. No puede hacer nada en contra mía, si es lo suficientemente inteligente escapará o terminará hecho cenizas.
-¿Quién eres, y que haces en una noche tan fría y lluviosa como ésta? - Pregunto al joven que, seguro estoy, no sabe con certeza qué es lo que está ocurriendo, por su total estado de embriaguez. Claramente no me importa lo que le hay llevado hasta ahí, pero, si he de alimentarme de él, un poco de charla antes del festín no le viene mal a nadie.
El vampiro agredido huye cual cobarde, dejándome solo con mi futura cena. Sonrío triunfante pues ya no queda nada ni nadie que interfiera con mi cometido. Echo el humo del cigarro por las fosas nasales, observando con deleite la vena de su cuello.
Benneth Mozes-Kor- Inquisidor Clase Alta
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Re: En el abismo del alma acechan las sombras [Rikkert]
En medio de su obnubilación tardó un poco más de lo prudente en darse cuenta de que algo no estaba yendo bien. No es que le molestara que hubiese alguien cerca porque ni siquiera se percataba de dónde estaba él mismo, pero el extraño le sujetaba de los hombros con una fuerza inusitada y parecía querer algo con demasiada insistencia. Edouard no tenía dinero, así que en un principio decidió que era más fácil dejar que el otro rebuscara y se diera cuenta solo que defenderse. Tenía mucha pereza de todo, pereza de seguir vivo y del esfuerzo de respirar. El desconocido en cambio era muy enérgico y brusco, y no tardó mucho en empezar a incomodar al muchacho que solo quería hundirse lentamente en la dulce inconsciencia de la bebida. Empujó al otro, que no parecía esperarlo y por ello quedó unos segundos desconcertado, pero no tardó en regresar. El humano no habría tenido muchas posibilidades contra un vampiro ya en estado normal, para empezar porque no sabía contra qué luchaba, pero embrutecido por la bebida era un blanco todavía más fácil. De no ser por la ayuda inesperada de alguien a quien en un principio tampoco distinguió habría acabado siendo pasto de la sanguijuela en poco tiempo.
Cedió al trabajo titánico de mantener los ojos abiertos y fijarse en lo que ocurría a su alrededor. El agresor se retorcía en el suelo pero nadie parecía afligirle ningún daño, quizá porque Edouard no había estado atento en el instante en que la otra figura - ¿era un hombre? - lo había golpeado. De cualquier manera el combate era tan desigual como antes lo había sido el suyo propio, y el primer desconocido no tardó en marcharse tan rápido como había llegado. Pero ni así le llegó al criado la paz tan ansiada, puesto que su supuesto salvador comenzó a hablarle. Frío. Lluvia. ¿Estaba lloviendo? Alzó una mano trémula y se tocó el cabello, que para su sorpresa estaba mojado. Por toda respuesta se abrazó a la botella todavía más, resguardándola contra su pecho como si fuese lo único que le quedaba. Parecía buena idea seguir callado, a lo mejor así conseguía que el otro se fuera. Tampoco le importaba mucho si continuaba hablando, tenía un timbre de voz curioso y atrayente como una canción de cuna. - No lo sé. - Contestó al final.
No estaba muy seguro de quién era, así que no había mentido. Durante unos meses había creído encontrarse, pero ahora se daba cuenta de que solo había sido una ilusión creada por el calor del corazón de otra persona. Que uno se sintiera reconfortado cerca de un buen fuego no quería decir que no fuese a volver a tener frío cuando se apagaran las llamas. Se concentró en enfocar la vista y contempló ante sí a un hombre joven de aspecto intimidante. No es que pareciera peligroso a simple vista, pero había algo en sus ojos acerados y en su forma de quedarse plantado que le daba escalofríos. Parecía una estatua hecha de mármol y su piel era pálida, pulida como por un artesano meticuloso. - ¿Quién eres tú?
Cedió al trabajo titánico de mantener los ojos abiertos y fijarse en lo que ocurría a su alrededor. El agresor se retorcía en el suelo pero nadie parecía afligirle ningún daño, quizá porque Edouard no había estado atento en el instante en que la otra figura - ¿era un hombre? - lo había golpeado. De cualquier manera el combate era tan desigual como antes lo había sido el suyo propio, y el primer desconocido no tardó en marcharse tan rápido como había llegado. Pero ni así le llegó al criado la paz tan ansiada, puesto que su supuesto salvador comenzó a hablarle. Frío. Lluvia. ¿Estaba lloviendo? Alzó una mano trémula y se tocó el cabello, que para su sorpresa estaba mojado. Por toda respuesta se abrazó a la botella todavía más, resguardándola contra su pecho como si fuese lo único que le quedaba. Parecía buena idea seguir callado, a lo mejor así conseguía que el otro se fuera. Tampoco le importaba mucho si continuaba hablando, tenía un timbre de voz curioso y atrayente como una canción de cuna. - No lo sé. - Contestó al final.
No estaba muy seguro de quién era, así que no había mentido. Durante unos meses había creído encontrarse, pero ahora se daba cuenta de que solo había sido una ilusión creada por el calor del corazón de otra persona. Que uno se sintiera reconfortado cerca de un buen fuego no quería decir que no fuese a volver a tener frío cuando se apagaran las llamas. Se concentró en enfocar la vista y contempló ante sí a un hombre joven de aspecto intimidante. No es que pareciera peligroso a simple vista, pero había algo en sus ojos acerados y en su forma de quedarse plantado que le daba escalofríos. Parecía una estatua hecha de mármol y su piel era pálida, pulida como por un artesano meticuloso. - ¿Quién eres tú?
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: En el abismo del alma acechan las sombras [Rikkert]
La espesa nube que hasta hace apenas algunos minutos interceptaba la luz de la luna, se ha echo a un lado debido a la intensidad del viento, alumbrando aquel pestilente callejón de mala muerte. Unos rayos muy tenues, pero lo suficientemente poderosos para poder apreciar el rostro del hombre beodo que trata de mantenerse en pie con mucha dificultad, me brindan la posibilidad de percatarme de cada uno de sus detalles. Lo que observo me deja fuera de balance, obligándome a dar dos pasos hacia atrás. El rostro de aquel chico... Yo había conocido a alguien sumamente parecido hace ya algunos ayeres. Hacía tanto tiempo ya de aquella catástrofe, y sin embargo la herida seguía doliendo como el primer instante. Aún podía sentir el pecho abierto pensando en él, evocando cada día 26 del sexto mes. Fecha en que debía cumplir años. ¿Acaso era una maldita casualidad? ¿Por qué maldita sea tuve que dirigir mis pasos hacia aquí? ¿Estaba en mi destino que debía encontrarme con éste joven? No lo sé, no lo sé...
-No importa quién soy yo. Lo importante es que te he salvado el pellejo. Deberías estar agradecido. Tengo un nudo en la garganta ¿Podrían creerlo? me hago el fuerte, me hago el valiente, pero si debo confesar que tengo un punto débil, es aquel escollo precisamente del que no me he podido deshacer. No pude ayudarle. Simplemente me quedé ahí aletargado observando, viéndole morir entre mis brazos. - Mírate nada más, estás hecho una completa porquería. En verdad das lástima. - Arrebato la botella de sus manos, olfateando la boquilla-. Repugnante. ¿Es que acaso quieres morir? esto no lo habría bebido yo, ni en mis peores días.
Arrojo la botella hacia atrás, levantando algo de ruido, provocando que en gato saliera de su escondrijo, maullando.
-Si hay que morir - porque alguna vez la parca nos alcanzará- debemos hacerlo con estilo, sin lloriqueos, y con una botella del mejor whisky entre las manos.-No sé si esté escuchando lo que le estoy diciendo, porque su mirada parece perdida en cualquier punto, menos en mí por los efectos del alcohol en su torrente sanguíneo. -Pareces un chico listo, eres joven, fuerte... - Palmeo un poco su espalda - Lleno de vida. No vale la pena dejarte aniquilar de tal manera por alguien más -. Me había tomado la molestia de leer su mente para enterarme de la situación. No suelo inmiscuirme en problemas de humanos, pero definitivamente ésta noche tengo que hacer una maldita excepción. Ahora estoy más interesado en saber ¿quién es? ¿de dónde es? ¿a qué se dedica? que en probar su sangre. La noche pinta para ser muy, muy larga.
-No importa quién soy yo. Lo importante es que te he salvado el pellejo. Deberías estar agradecido. Tengo un nudo en la garganta ¿Podrían creerlo? me hago el fuerte, me hago el valiente, pero si debo confesar que tengo un punto débil, es aquel escollo precisamente del que no me he podido deshacer. No pude ayudarle. Simplemente me quedé ahí aletargado observando, viéndole morir entre mis brazos. - Mírate nada más, estás hecho una completa porquería. En verdad das lástima. - Arrebato la botella de sus manos, olfateando la boquilla-. Repugnante. ¿Es que acaso quieres morir? esto no lo habría bebido yo, ni en mis peores días.
Arrojo la botella hacia atrás, levantando algo de ruido, provocando que en gato saliera de su escondrijo, maullando.
-Si hay que morir - porque alguna vez la parca nos alcanzará- debemos hacerlo con estilo, sin lloriqueos, y con una botella del mejor whisky entre las manos.-No sé si esté escuchando lo que le estoy diciendo, porque su mirada parece perdida en cualquier punto, menos en mí por los efectos del alcohol en su torrente sanguíneo. -Pareces un chico listo, eres joven, fuerte... - Palmeo un poco su espalda - Lleno de vida. No vale la pena dejarte aniquilar de tal manera por alguien más -. Me había tomado la molestia de leer su mente para enterarme de la situación. No suelo inmiscuirme en problemas de humanos, pero definitivamente ésta noche tengo que hacer una maldita excepción. Ahora estoy más interesado en saber ¿quién es? ¿de dónde es? ¿a qué se dedica? que en probar su sangre. La noche pinta para ser muy, muy larga.
Benneth Mozes-Kor- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/09/2012
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Re: En el abismo del alma acechan las sombras [Rikkert]
No se ofendió por sus palabras pese a que su orgullo habitualmente le hacía tomarse a mal todo lo que le decían los demás, aun con buena intención. Para ofenderse habría necesitado estar en plena posesión de sus facultades mentales y desgraciadamente no era el caso. O quizá afortunadamente, porque era ese embotamiento producido por el alcohol lo que evitaba que lo que quedaba de su ser se resquebrajara del todo. Sentía un dolor interno tal que parecía que realmente algo se le había roto, pero algo tan profundo que costaba de identificar. Seguro que fracturarse una pierna o un brazo era menos desagradable que aquella sensación. - Creo que no lo estoy. - Alcanzó a contestar, arrastrando todas las vocales de modo que unas sílabas quedaron pegadas a otras en una amalgama confusa. - Si quisiera que alguien me salvase no estaría aquí. - Efectivamente no había ido a parar al rincón más seguro de Francia: estaba solo en medio de la mugre en un callejón abandonado y totalmente borracho como una cuba. No daba el aspecto de alguien a quien le importaba mucho su vida.
Alargó un brazo perezoso intentando recuperar en vano su botella. Aquello sí le molestaba, ¿dónde estaba el vidrio que abrazaba hacía unos segundos? Ahora volvería el frío. - No tenía a mano el champán. - Farfulló, encontrando la lucidez necesaria en medio de la bruma como para mostrarse irónico. Tampoco le llegaron las fuerzas para discutir más, pero no estaba de acuerdo con el desconocido: si tenía que morir de todas formas prefería no arruinarse antes comprando whisky. Dejaría que su ama se quedase con su sueldo y así al menos alguien haría algo provechoso con ese dinero, Bárbara era una mujer inteligente. El único motivo por el que podría llegar a lamentar ligeramente dejar este mundo era porque la perdería de vista, aunque tampoco es que fuese a añorar a nadie en el lugar al que planeaba ir. No es que tuviera prisa en morirse, pero tampoco ponía esfuerzo en no morirse. La situación era complicada y ese extraño no dejaba de hacerla más difícil con todo su parloteo.
Al verse privado de su botella Edouard tuvo que achinar los ojos de nuevo y esforzarse por escrutar el rostro de su salvador una vez más. Seguía pareciéndole que había algo en él que no cuadraba bien con el resto de seres humanos que conocía, algo efímero que se le escapaba cada vez que trataba de pellizcarlo con el entendimiento y la lógica. Tenía algo que le recordaba a Soren, pero pensar en aquél no hacía precisamente que se sintiera mejor. - No tienes ni idea de mi vida, así que déjame tranquilo. - Le molestaba que el otro no se sentara al menos a su lado si es que tenía tantas ganas de charlar. ¿Por qué le obligaba a torcer continuamente el cuello hacia atrás?
Alargó un brazo perezoso intentando recuperar en vano su botella. Aquello sí le molestaba, ¿dónde estaba el vidrio que abrazaba hacía unos segundos? Ahora volvería el frío. - No tenía a mano el champán. - Farfulló, encontrando la lucidez necesaria en medio de la bruma como para mostrarse irónico. Tampoco le llegaron las fuerzas para discutir más, pero no estaba de acuerdo con el desconocido: si tenía que morir de todas formas prefería no arruinarse antes comprando whisky. Dejaría que su ama se quedase con su sueldo y así al menos alguien haría algo provechoso con ese dinero, Bárbara era una mujer inteligente. El único motivo por el que podría llegar a lamentar ligeramente dejar este mundo era porque la perdería de vista, aunque tampoco es que fuese a añorar a nadie en el lugar al que planeaba ir. No es que tuviera prisa en morirse, pero tampoco ponía esfuerzo en no morirse. La situación era complicada y ese extraño no dejaba de hacerla más difícil con todo su parloteo.
Al verse privado de su botella Edouard tuvo que achinar los ojos de nuevo y esforzarse por escrutar el rostro de su salvador una vez más. Seguía pareciéndole que había algo en él que no cuadraba bien con el resto de seres humanos que conocía, algo efímero que se le escapaba cada vez que trataba de pellizcarlo con el entendimiento y la lógica. Tenía algo que le recordaba a Soren, pero pensar en aquél no hacía precisamente que se sintiera mejor. - No tienes ni idea de mi vida, así que déjame tranquilo. - Le molestaba que el otro no se sentara al menos a su lado si es que tenía tantas ganas de charlar. ¿Por qué le obligaba a torcer continuamente el cuello hacia atrás?
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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