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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Bernard Liusse Sáb Abr 05, 2014 7:16 pm

Whisper by Jim Brickman on Grooveshark


"A veces la muerte solo es un nuevo comienzo... una oportunidad de llegar a tu alma"
Cosimo Di Moncalieri


Cementerio de Montmartre - 1805

¿Cuanto tiempo había pasado desde la última vez que el vampiro se  acercara a ese lúgubre territorio, que tanta tristeza y enojo le provocaban? Ya había perdido la cuenta... o en realidad no... el sabía cuantos años, meses, días, horas y segundos lo separaban de ese ser que alguna vez había existido y del que solo quedaba aquel despojo que caminaba lentamente por el estrecho sendero que separaba las lapidas y las suntuosas criptas.

En su mano derecha llevaba apretado, un ramo de rosas blancas, aquellas que tanto amara su mujer, ésas que solía comprar cada día cuando apresurado volvía a su hogar para abrazarla y cobijarla entre sus brazos, hoy los sentía tan vacíos, carentes de ése calor que tanto añoraba y amara. El nombre de aquella que estaba demasiado lejos de su alcance, se adueñó de su mente, intentó no pensar, porque hacerlo equivalía a una nueva puñalada, como la  que dejara la cicatriz que llevaba en el centro de su pecho, que doliera con la misma intensidad que esa noche en mitad del bosque, cuando la vida le fue devuelta, arrebatando su alma al acabar con la de quien amara.

Cuanto más la recordaba, su puño se cernía con mas fuerza sobre los tallos, las espinas se hundían en su piel, haciendo que gruesas gotas de sangre se deslizaran por las hojas hasta teñir de rojo los níveos pétalos. Cuando llegó a la entrada de la cripta, exhaló con tristeza, como si una enorme lapida le pesara en la espalda. La puerta se abrió y aquel que alguna vez fue conocido como Girolamo, entró a dejar su tributo de dolor en la tumba de la Condesa Di Moncalieri.

Observó con abatimiento, los cirios encendidos, la estatua de una mujer reposando como dormida, sobre uno de los sarcófagos. A su lado, otra escultura lo representaba, pero bajo ésta, nadie descansaba el sueño eterno, solo su antiguo amor, su dulce ángel al cual no volvería a ver nunca mas, se encontraba allí esperándolo eternamente.

El dolor, el encierro, la sensación de faltarle el aire, cuando bien sabía que era imposible, hicieron que dejando las rosas en el regazo de la escultura y saliera rápidamente al sendero del silencioso cementerio de Montmartre. La noche era aun joven y aunque éste hogar de difuntos, nunca cerraba sus puertas, no era común que a esas horas se pudieran oír los pasos suaves e inseguros de dos seres aun vivos... Cosimo, no deseaba que nadie viera su dolor, expresado en lagrimas de sangre, por eso se escondió tras una frondosa y oscura arboleda, allí se quedo, atento esperando a quien incautamente se atrevía a profanar el santo lugar.


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Mensaje por Marian Donovan Lun Abr 07, 2014 11:56 am

Despues de toda oscuridad hay luz.
Proverbio Afgano


Ya hacia un tiempo que la pequeña Gisella rezaba a Dios antes de acostarse y le pedía, desde el fondo de su corazón, que hiciera cambiar de opinión a su madre y que alguna noche le permitiese asistir a llevar flores al lugar donde su amado padre descansaba por siempre jamás. Bianna enternecida por aquellas continuas escenas, siempre se acostaba pensando en la pobre niña y en lo que extrañaba a su difunto padre. La joven solo era una institutriz por lo que no podía desobedecer, ni contravenir las ordenes de la madre de la pequeña, sin embargo siempre pensaba en las palabras de la niña antes de acostarse y en como podría reunir a Gisella con su padre.

Y tras tres meses de cada noche ver la tristeza de la pequeña, el día de cometer una imprudencia, como era llevar a la niña a visitar su padre, llegó una noche en que la madre se ausentó. No volvería tras dos días, en los que Bianna se haría cargo de todo en su ausencia, incluyendo el cuidado – como correspondía- de la pequeña Gisella.

Cementerio de Montmartre - 1805


El viento mecía la dorada cabellera de Bianna mientras tomada de la mano la pequeña de cinco años observaba el lúgubre lugar con ojos curiosos. Buscaban un nombre y una inscripción. Habían preguntado y justo se encontraba en el mismo centro del cementerio. —Falta mucho para llegar? —La voz impaciente de la pequeña hizo sonreír ligeramente a Bianna y negar con la cabeza. — Ya estamos llegando, pequeña. Solo unos pasos mas y habremos llegado. —Contestó no demasiado convencida. En la oscuridad y más si no se conocía el lugar, era muy posible perderse y aquel no parecía un lugar al que cualquiera quisiera extraviarse. Menos todavía una joven con una dulce niña que no conocía de maldad y que creía en la muerte, como un sueño eterno.

La pequeña iba dando saltitos, y por más que Bianna le dijera de guardar silencio, no pudo conseguirlo. Era imposible acallar la alegría de la pequeña que tenia al pensar en ver donde permanecía dormido su padre. El ramo de flores, hecho por la misma pequeña, lucía en su manita de un lado para otro, en lo que ella se movía. Sin poderse contener finalmente sonrío dulcemente al verla. Era imposible no contagiarse por la inocencia de los más pequeños y más en aquellos momentos en que solo deseaba huir de allí. Jamás había ido a un cementerio y nunca pensó ir hasta esa misma noche. —Mira es por allí, Gisella. — le dijo en voz baja señalándole una de las criptas y el camino que debían seguir. Sin poder anticiparse, la niña corrió tan aprisa que le fue imposible pararla. Bianna la siguió apresurada con miedo de perderla entre la oscuridad del tenebroso lugar que no parecía causar efecto alguno en aquella pequeña. Llegando ante ella paró y con una suave sonrisa en sus labios se le acercó hasta rodearla con un brazo, agachándose con ella frente a una tumba que contenía un ramo reciente de blancas rosas.

¿Son bonitas, verdad? — Le preguntó a la pequeña al ver como no despegaba la vista de ellas. La pequeña asintió y casi con timidez, sacó una flor de su ramo y la puso junto al ramo de las rosas. — Es para quien haya durmiendo aquí, que esté más feliz y no se sienta sola. — Explicó la niña. La joven le besó en la mejilla con cariño y asintió sorprendida por la inocencia y luz de aquella jovencita que había robado su corazón. — Seguro que no se siente sola. A mi también me gustaría que me llevaran flores y más, si me las da alguien tan bonita como tu. — Le sonrío y levantándose tiró de la niña suavemente, La tumba que debían visitar se encontraba unos reglones más a la izquierda de donde se habían parado. —Vamos, que aún debemos encontrar a tu padre. —Le dijo en lo que levantándose finalmente junto con ella, un ruido detrás de ella la alertó y girándose hacia la oscuridad que las rodeaba, sin ver nada más que niebla a su alrededor, permaneció atenta a los ruidos, temiendo ser atacadas por algún vagabundo o pobre hombre. -¿Quién hay, ahí? - Se preguntó sin ponerle voz a sus inquietudes, por no asustar a la inocente niña que intentaba deletrear el nombre de cuyo cuerpo dormía bajo la tierra, la condesa Di Moncalieri, por la que rezar en esa noche.



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Mensaje por Bernard Liusse Lun Abr 21, 2014 9:14 am

Nocturne No. 19 in E Minor, O by Chopin, Frederic on Grooveshark


Desde donde se encontraba escondido pudo observar a la mujer y a la pequeña niña, una nostalgia invadió su cuerpo. La cabellera rubia de aquella joven le recordó la dorada y sedosa mata de cabello de su amada Maryeva, esa que tantas veces aprisionara en su pecho, cuando abrazaba a su dulce mujer. Aquella que le había dado el tesoro mas inmenso que un hombre podía  desear y que un inmortal, como él, daría su eterna existencia por  conseguir engendrar en el cuerpo de su amada un retoño de ése amor inconmensurable. Era verdad, lo había perdido, pero no por mucho tiempo, de alguna forma lograría llegar hasta su hija. Era su derecho como padre y nadie podría impedirselo, ¿o si?

Sus ojos fijos en la joven, abstraído del mundo que lo rodeaba hizo que su cuerpo se inclinara hacia adelante, en un intento por apreciar mejor los movimientos que ella hacía. Aquello provocó que su presencia casi fuera descubierta, pero con la velocidad que solo los inmortales como él lograban tener, se trasladó a otro sitio, aun mas cercano, a poco mas de unos centímetros, si hasta le parecía que podría tocar esos rubios hilos de oro que cubrían en parte el perfil de esa alma que con piadosa dulzura elevaba una plegaria por su muerto amor.

Sonrió con benevolencia al escuchar la voz de la pequeña hablar sobre la belleza de las rosas que reposaban en el regazo de mármol de la estatua,  y agradeció que no se hubieran dado cuenta de las gotas de sangre que las manchaban, algo así asustaría a tan tierna criatura, -¿pero que estuvo pensando esa mujer al traer a una niña a éste lugar y en mitad de la noche? - caviló mientras su entrecejo se fruncía, negando con su cabeza. No le costó trabajo encontrar en la mente de la joven el porqué de esa incauta decisión – no debes ser tan permisiva, la madre de la pequeña tiene razón, ¿que sería de ella si algo le pasara a su tesoro? - preguntó como si la mujer pudiera escucharlo – acaso te has puesto a pensar que harías tú, si fueras su madre  y descubres que la institutriz ha tomado tan descabellada decisión? - en su mente se debatía entre la comprensión y la furia que pudiera sentir. Pero si se ponía en el papel de  padre al ver a su pequeña en un posible peligro, definitivamente la echaría a penas enterarse. Pero algo en ella le causaba una ternura infinita y los deseos irrefrenables de proteger a esa joven que con devoto cristianismo continuaba rezando por el alma de Maryeva.

Cosimo pudo oír claramente la pregunta surgida de la mente de la mortal y sin poder oponer resistencia le hizo pensar que era su ángel de la guarda, que no la dejaría sola nunca más en la vida. Eso no podía afirmarlo en verdad, ¿pero acaso podía negarlo? - no – se dijo – tampoco puedo decir que no las he de ver más – volvió a cavilar, mientras se alejaba con el mayor de los silencios. Era hora de volver a su mansión y antes debía alimentarse, no era una tarea que le agradara, pero si no lo hacía podría caer en un estado de total salvajismo hiriendo o hasta matando a seres tan angelicales como esos que ahora se dirigían en busca de otra tumba.

No había conseguido alejarse mucho cuando escuchó un sonido a unos pocos metros de allí, dos hombres se encontraban agazapados, contemplando también a la impudente mujer que acompañaba una pequeña. Se giró sobre sus propios pasos, oculto tras un muro bajo los escrutó hurgando en sus pensamientos, - que bien nos lo pasaremos con esa joven, pero mira con que bocadito nos podremos satisfacer ésta noche  – decía en un susurro uno de los malhechores a su compañero, refiriéndose a la muchacha. El que se encontraba más cerca de su presencia aseveró – pero observa a la niña, como está vestida, no es una vulgar criatura, podríamos venderla a uno de los burdeles o... - en ese momento casi comienzan una pelea, - ni se te ocurra, no nos metemos con niños – sentenció el que había hablado primero, - venderla o pedir rescate... bueno... eso si es otra cosa... la que no se salvará es esa palomita -  expresó señalando con  su mano sucia la figura angelical que tenía enfrente.

Cosimo, sintió que la sangre le hervía en sus venas, si hubiera estado vivo los había matado a golpes, pero ahora la sentencia de muerte sería implacable. Esperaría a que intentaran cometer el crimen y entonces serían su cena, ya lo había decidido. Se quedó allí observando a sus presas, relamiendo sus colmillos que lentamente crecían y crecían hasta volverse prominentes y brillar entre los sensuales labios de aquel vampiro.


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Mensaje por Marian Donovan Sáb Abr 26, 2014 6:10 pm

Desconociendo de donde surgía aquella suave voz masculina, sintió en su cabeza a alguien. Le resultaba inexplicable de comprender, sin embargo oyendo lo que la mágica voz de su subconsciente le decía, era incapaz de no dejarse llevar. Sentía como eran observadas ambas, tanto la niña y ella y esta vez no tuvo ningún miedo, lo que le hacía sentirse vigilada por aquella alma no era más que una devota protección y amor de un bello ángel, que resguardaba su mente en aquel tenebroso lugar de muerte. Con una sonrisa se volvió de nuevo a la pequeña, olvidándose de la amenaza que había sentido por sus alrededores, sabiéndose protegidas por un ángel de la guarda. La niña seguía rezando con su voz angelical y dulce a la tumba de una pobre joven. Bianna se hincó en la tierra, ensuciándose el vestido de tierra y acompañó a la niña en su oración, en completo silencio sintiendo ahora más que nunca aquel ser, aquel ángel más cerca de ella.

Bianna…¿vamos? Quiero rezar a papá —La voz de la niña la sonsacó de sus pensamientos y terminando por concluir su rezo en memoria de la joven que yacía dormida bajo ellas, asintió y sonrío a la pequeña. — Así es… y deberás rezarle mucho. Quizás falte mucho para volver a verle— La pequeña al oír sus palabras hizo una mueca descontenta lo que hizo que Bianna le acariciará la mejilla con cariño suavizando su mala cara. —Vendremos… pero por la mañana, no en la oscuridad de la noche. — Le prometió levantándose del suelo, tras lo que tras limpiarse el vestido de tierra, tomó la mano de la pequeña y echaron a andar unas tumbas más a los lados, donde debía encontrarse el lugar de descanso del padre de Gisella. En cada uno de sus pasos, no sintió miedo todo y que al no sentir aquella voz en su cabeza, se sentía vulnerable, como si el ángel la dejara, la abandonara. — No me abandones… ángel, por favor — Rogó en su mente esperando que así volviera hacia ella, a hacerle compañía en esa noche tan oscura.

La mano de la pequeña apretándole la propia, la hizo volver al presente encontrándose con que ya habían llegado delante a la tumba del padre de la pequeña. Bianna le hizo un gesto dándole fuerzas y confianza y así fue como la pequeña corrió a arrodillarse donde se encontraba su padre. —Papá he venido, como te prometí. Y sabes? Te extraño mucho… necesito que vuelvas, me cuentes los cuentos en la noche antes de dormir como hacías y ahora lo hace Bianna… — La institutriz sonrió dulcemente ante la escena, girándose hacia la oscuridad, viendo en la lejanía, buscando aquello que la hacía sentir insegura. Por qué presentía que alguien se encontraba observándolas, acechándolas… como aquella noche en que el borracho de su padre biológico se adentró en su casa y mató a su madre. — Y por favor papá, no te enfades con ella, ella es muy buena y me quiere mucho. Ella solo me hizo caso y yo deseaba demasiado venir a verte, porque mamá no quiere venir aquí porque se pone triste. — La pequeña seguía hablando con la tumba de su padre, completamente ausente de lo que ocurría a su alrededor y de los hombres que con una oscura risa y aún más tenebrosos pensamientos se habían descubierto saliendo de entre unos matorrales y caminaban hacia Bianna. Ella enseguida fue hacia Gisella, descubriendo que un tercer hombre ya había llegado y tenía entre sus manos a la pequeña aterrorizada, con una de las manos masculinas amordazándola. — Qué queréis? —Preguntó ella buscando en su mente alguna forma de librar a la pequeña de esos individuos. Los hombres rieron — A ti por supuesto.

A su espalda sentía la niña intentando hablar, decirle algo. Ella negó con la cabeza y asintió. — Me tendréis... pero antes debéis liberarla y dejar que se vaya. — Intentó sonar fuerte, sin embargo sabía que no le harían caso y cuando uno de los hombres se le acercó hasta agarrarla del cabello y apretar su cuerpo contra el de ella, de forma obscena, una lágrima cayó de sus ojos e irremediablemente pidió fuerzas a aquella voz que se decía ser su ángel de la guarda, su protector. — Ángel por favor salva a la pequeña de mi estupidez… sálvala. — Esa fue su última suplica, por la vida de Gisella.



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Mensaje por Bernard Liusse Jue Mayo 01, 2014 7:04 pm

"Seré tu fiel protector... velaré tus pisadas...
como cada latido de tu dulce corazón... que algún día me pertenecerá"

Cosimo Di Moncalieri

Impromptu Op. 66 In C Sharp Minor by Chopin on Grooveshark

El vampiro escuchó en su mente la suplica de aquella mujer, su arrepentimiento,  su humildad y el bello corazón del que era dueña. Una cálida sensación llenó su pecho helado, por primera vez en cinco oscuros años, podía sentir que para alguien más que su familia y su creadora, él valía como un ser, y más aun, para Bianna, era su ángel. Todo aquello hizo  que naciera en su pecho la  mas diminuta pizca de esperanza, suficientemente enorme, como para luchar por el bienestar de aquella mujer y la pequeña. Tal vez no todo estaba perdido, a lo mejor, él, lograba vencer sus deseos incontrolables de esperar el amanecer junto a Maryeva.

Ver  el terror en los ojos de Gisselle, que permanecía inmovilizada por un hombre, le hizo acordar a su pequeña Viviana.  Su mente se colmó con los atroces pensamientos de aquellos delincuentes, sentimientos depravados que golpeaban su cabeza, como un martillo en un yunque, todo aquello hizo que la poca o nula pizca de civilidad que le quedaba, se perdiera en la oscura tiniebla del demonio que en verdad era.

Segundos antes de convertirse en aquel asesino nocturno, habló a la dulce joven, - no te preocupes...  estoy a tu lado... no dejaré que os hagan ningún daño... solo... promete que cerrareis vuestros ojos  y por ninguna razón los abriréis... escuchéis lo que escuchéis – dijo con voz dura y cortante, casi sin sentimiento alguno, pues en verdad le estaba costando mantener la cordura al hablarle. Logró meterse en la mente de la pequeña y casi sin esfuerzo la desmayó, justo en el momento en que caía sobre el primer hombre y le exigía mentalmente a Bianna que cerrara sus ojos.

Con la velocidad de un rayo, su boca se abrió mostrando los prominentes colmillos, sus ojos al saber la proximidad de la sangre se volvieron del color de la plata y como si mordiera la superficie de uno de los dulces que más había amado cuando era humano, destrozó parte del cuello del infeliz, el grito fue aterrador, impulsado por los potentes músculos  de sus piernas, levantó a su presa y saltó  al techo de una construcción cercana, allí terminó de vaciar  a su presa. No se demoró más que segundo y medio. Al ver como el hombre que mantenía a la pequeña dormida estaba pálido como una hoja de papel, supo que lo había visto, - es tu turno, alimaña del infierno – dijo a la mente atormentada – solo ruega estar en paz cuando la muerte llegue – Secó con el puño de su saco el rastro de sangre de sus labios y saltó de tejado en tejado, hasta pararse atrás de aquel incauto que soltó a la niña haciendo que cayera a un parterre de flores. Un suspiro le llevó terminar con él, su boca se llenó de sangre y su garganta tragó y trago, sin darse un instante. En verdad estaba satisfecho, al próximo le tocaría una muerte menos benévola.

El cadáver del segundo delincuente cayó al suelo al ser arrojado con violencia por el vampiro, sus labios ensangrentados, sus mejillas y mentón cubiertos de sangre hubieran provocado un terror al mas valiente de los soldados, no era raro de esperar que los ojos del hombre que aun quedaba vivo se hubieran desorbitado y se tomara su garganta, mientras le apuntaba con un arma y disparaba a la cabeza de Cosimo. El sobrenatural rió, la bala ni le había pasado cerca. Entonces, dio un pique, corrió con todas sus fuerzas, tomó por el cuello a la escoria humana y saltó fuera de la vista de Bianna, cerca de las rejas que bordeaban el cementerio, - Tus amigos tuvieron mas suerte, pues tenía hambre... ademas de indignación... en cambio ahora solo me queda la rabia... así que como soy un ser justo... - dijo mirándolo con sus ojos como la plata – elije... o te pegas un tiro en la maldita cabeza... o te empalo en las rejas para que mueras lentamente hasta que te encuentren mañana – rió a carcajadas, aunque éstas solo se podían oír en la cabeza del desgraciado.

Cuando volvió a donde se encontraba Bianna, le habló con ternura, - ahora me escucharas atentamente... la niña  está dormida, la encontrarás sobre la sepultura de la condesa... tomala y vete lo más rápido que puedas – él deseaba estar con ella, conocerla, mirar sus bellos ojos, su dulce boca, pero no podía dejar que lo viera así, con su rostro ensangrentado y sucio, ya vería la forma de llegar a ella. Se acercó, la joven seguía parada, temblando – no tengas miedo, no abras aun los ojos – dijo mientras se acercaba mas a ella y acariciaba sus cabellos tomando un lazo de su peinado como recuerdo – volveré a buscarte, ahora solo vuelve al hogar... seguiré velando vuestros pasos -.

Antes de que Bianna abriera sus ojos, Cosimo había depositado a la pequeña Gisselle, en el frio mármol de la tumba de Maryeva – cuídala amor, ya vendrán a buscarla – depositó un efímero beso en la frente de la infantil, un beso que dejó una diminuta huella, como recordatorio de lo ocurrido esa noche y de que él no era un sueño.


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Mensaje por Marian Donovan Dom Ago 24, 2014 9:23 am


Bianna no se lo podría perdonar, de salir mal aquella noche y pasarle algo a la pequeña, moriría de tristeza y culpabilidad. No habría tenido que ser tan buena y tan valiente como para llevar a la pequeña a ver la tumba de su amado padre. Quizás si su madre no la dejaba acudir a verlo, era por algo ¿No? La situación frente a ella había empeorado y lo que representaba sería una visita nocturna de lo más efímera y apacible, se volvió ajetreada y oscura, como los oscuros pensamientos que pudo leer en las miradas de los señores que la rodeaban y cercaban, demasiado cercanos a ellas.

Al ser tomada por uno de los hombres, sintió como la pequeña Gisella gritaba asustada. Ella tembló e intentó que aquel hombre la soltara, para poder acudir a la pequeña que había quedado desprotegida, hasta que aquella voz de nuevo surgió de las profundidades de su mente. Calmándola, enviándole ondas de protección que hicieron que tanto su respiración como su corazón se ralentizaran, sintiéndose súbitamente a salvo aunque aún siguiera a manos de aquellos salvajes individuos sin corazón. — No nos abandonéis por favor… —Rogó a aquella voz en su mente con miedo a que desapareciera o simplemente fuera todo un sueño, una fantasía de su mente y nada de ello estuviera ocurriendo. — Os prometo que cerrare los ojos y no los abriré… pase lo que pase, no abriré los ojos. — Prometió en el momento en que una lágrima bajaba por su mejilla ante el contacto doliente de la mano de aquel señor que la sujetaba en uno de sus pechos, el cual estrujaba con fuerza, buscando el dolor de la joven.

Bianna respiró hondo y tras un jadeo doloroso que acalló por morderse el labio, cerró los ojos ante la orden que le llegó de aquella voz y enseguida obedeció. Sintiendo justo en aquel preciso momento en que precipitadamente quien la mantenía sujeta la soltaba, profiriendo un grito terrible. Bianna rápidamente cayó al suelo y con los ojos cerrados, siguió aquellas órdenes a pesar de los temblores y estremecimientos que acudían a su cuerpo oyendo los ruidos que la rodeaban. Aquellos mortíferos ruidos de dolor. Sin poder ocultar su aflicción y su miedo, lloró en silencio hasta que se terminaron de oír los gritos y los golpes, quedando llenando el bosque solo el ruido de su descompasada respiración y de sus sollozos silenciosos. — ¿Ángel? —Le buscó en sus pensamientos temiendo que él hubiera desaparecido junto con los gritos. Al oírle rápidamente asintió y con la manga del vestido, se secó las lágrimas, permaneciendo estática al sentir una caricia en su cabello. Un escalofrío recorrió su espalda y jadeó. Y tal como aquel contacto vino, se fue, desapareciendo toda señal de la voz.

Abrió los ojos aturdida y lentamente se levantó, con miles de preguntas en su mente. ¿Aquel ángel existía de verdad? Había oído historias de ángeles de la guarda, que protegían a su humano de todo mal, pero jamás había oído que se presentaran ante ellos, como aquel. Posando una mano en su pecho, escuchando los latidos de su corazón se acordó de la promesa de la voz de que les seguiría protegiendo y rápidamente acudió a buscar a Giselle. La que tras asegurarse que estaba bien, y hacer un rezo por la condesa que había protegida a la alma inocente de la niña salió del cementerio con ella en brazos, cayendo justo al salir de aquel oscuro lugar en la marca de un beso que yacía en la frente ajena. Todo él era real. Su ángel existía. Apretujó entre sus brazos el cuerpo dormido de Gisella y aún más apresurada caminó por las calles deseando llegar a casa. Sabiéndose vigilada y sin saber cómo sentirse al respecto. Se encontraba demasiado asustada para poder pensar con claridad.


TERMINADO



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Bajo la noche se esconde el dolor... (Bianna) Privado Empty Re: Bajo la noche se esconde el dolor... (Bianna) Privado

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