Noche bajo la lluvia Parisina~

por **Sitael** Lun Sep 10, 2012 7:47 pm

En cuanto abrí los ojos la imagen del dosel que cubría mi cama relucía bajo la tenue iluminación de las pocas velas que se encontraban en el cuarto; aquel cuarto sin ventanas cerrado y bajo la casa donde habitaba con personas humanas que la ocupaban. Me daba igual que estuviesen allí y solo les hacia cumplir una regla, solo los cercanos como Rosa podían bajar a verme, nadie más. ¿Vergüenza? no; ¿tal vez miedo? Tampoco, solo respeto del uno al otro. Yo respetaba su día ellos debían respetar mis penumbras.

Me quedé un rato inmóvil cubierta solo por el edredón tejido que Rosa había hecho para mi, a ella la concia desde que era un bebé y ahora ella me tenía a mí como si fuese su hija, una relación completamente antinatural y triste, sabía que en algún momento no muy lejano las alas de la muerte revolotearían alrededor de ella y la arrancarían de este plano para llevarla al paraíso, aquel lugar que jamás pisaría porque estaba completamente condenada. Condenada a años de soledad y encierro a base de sangre, lo único que mi sistema depredador conocía, muy a pesar de que al principio la sangre de lo que yo algún día fui, humana, había optado por ser la animal amarga pero tolerable.

Mi cuerpo se erguió suavemente hasta quedar sentada y mire mis manos, las líneas de la palma que trazaban un mapa, las di vuelta y recorrí con la mirada su esquelética forma cubiertas de una débil capa de piel con la finalización de uñas largas, ovaladas y duras. Sacando el edredón de encima mis pies tocaron el suelo y camine con el camisón de satén hasta el gran armario. De allí saque un vestido gris perla, medias de color marfil y mis botas. Cepille mi cabello y me hice un moño al costado con un lazo haciendo juego con el vestido. Rosa e esos momentos se adentró.

– Señorita – Rosa era una mujer ya madura y se le notaba la edad en el rostro, vestida de campesina y con un pañuelo blanco atado a la cabeza para sostener su cabello oscuro, dejaban despejados sus enormes ojos color miel y las patas de gallos que le sentaban – María comenzó con trabajo de parto.

– La mujer de la que me hablaste – hacia dos noches Rosa me comento que acogió a una mujer abandonada en la calle con una enorme panza que estaba a punto de explotar, desnutrida y con frío.

– Le venía a avisar, señorita Amalia por el tema de…

– Lo sé, Rosa – sonreí levemente aunque la expresión de mi rostro fuera dura, me costaba la demostración aún - ¿Cómo está el clima esta noche?

– Diluvia sobre Paris – Dijo acercándose y acomodándome el vestido con sus cálidas manos sobre mi helada piel, abotonando la parte del corsé, oliendo demasiado bien, como olía mi madre.Cepilló mi cabello nuevamente y tomó el paragua para entregármelo en las manos. – No quiero que pesque un resfriado – me sonrió dulcemente.

– Sabes que yo ya no me enfermo, Rosa – su rostro por un momento mostro algo de tristeza, pero agregué al instante – pero te haré caso, por si las dudas…

Tomando la sombrilla entre mis manos, caminé hasta la puerta por los pasillos de la casa hasta llegar a la entrada principal de la misma. Alzando la vista al gran ventanal pude notar el color del cielo, un tono ciruela en tonos sepia reinaba esta noche y si tenía suerte tal vez mañana estaba gris y las nubes pomposas cubrían el sol, podría al menos salir. Di un paso hacia el umbral y abrí la sombrilla gris llena de detalles, la puse sobre la cabeza y encaminé por el sendero de piedras esquivando los charquitos de agua. Eso en parte me hizo volver a la infancia, recordando cuando mis hermanos me sacaban a pasear y pisaba los charcos a propósito. No sentí la sonrisa en mi cara, pero por dentro creo que si lo hice.

Llegando a las cales que de día están pobladas de mercados, vendedores ambulantes las Calles parisinas siempre tenían mucho que ofrecer de día, pero de noche era una boca lobuna, oscura, inquietante hasta peligrosa. No por mí, tampoco sentía peligro hacia mí, pero para el resto sí que lo era. Llegando al puente que atravesaba el canal, me arrimé a la baranda de piedra sin llegar a apoyarme y observe las ondulaciones que el agua manifestaba por el diluvio, el espectáculos de los rayos que surcaban el cielo como los famosos dragones de china seguido del retumbo que hacia vibrar el piso bajo mis pies. Todo un espectáculo natural.