Bajo la lluvia (libre)

La lluvia caía sobre las calles de la capital, empapando la silueta de una joven que caminaba sin rumbo fijo, sin saber muy bien lo que hacía ahí, sin saber nada, absolutamente nada de lo que le depararía el futuro y con la intención de olvidarse de su pasado. Un pasado que había marcado el cuerpo de la chica con alguna que otra cicatriz y que había teñido de negro los sueños de la muchacha, convirtiéndolos en la peor de las pesadillas. Suspiró y se detuvo un momento. ¿Hacia donde iba? No lo sabía. ¿Qué es lo que haría? Para esa pregunta tampoco tenía respuesta.

De momento se dedicaba a andar, maleta en mano, dando vueltas a la ciudad. Era curioso las vueltas que daba la vida. Siempre había querido visitar la Capital, pero nunca se había imaginado haciéndolo. Y menos en esas circunstancias. Sin embargo, aunque quiso cerrar los ojos e imaginarse que estaba en un lugar seguro no lo hizo. Siempre evitaba cerrar los ojos, puesto que esa imagen volvía siempre a su cabeza. Sangre, dolor, gritos, llanto, silencio, frío, rojo, más sangre... Quiso despertar. Quiso que todo hubiera sido un sueño, un mal sueño. Quiso volver a estar en su cama, tapada por esa fina manta que su madre había conseguido. Quería borrar el último mes de su vida, a decir verdad quería borrar su vida entera. No quería recordar, no quería nada. Sólo paseaba. Paseaba bajo la incandescente lluvia.

Parecía que el cielo hacía lo que ella no se atrevía a hacer. Llorar. Y tal vez es que las lágrimas se le habían secado hacía mucho, o simplemente que no quería que nadie la viera en semejante estado, pero...¿acaso podía pasar desapercibida? Caminaba como alma que lleva el diablo, arrastrando una vieja maleta raída, con la vista pegada al suelo y la ropa y los cabellos empapados. No tenía paraguas, no tenía nada, absolutamente nada. El poco dinero que había ahorrado a lo largo de su patética e insignificante vida lo había utilizado para un billete de tren, uno con destino a París, uno que la alejara de todo. Y sólo sentía una cosa; haber dejado a su madre.

Recordó sus palabras, y ese brillo en sus ojos. Tenía miedo, pero llevaba años viviendo con miedo, tras la sombra de un hombre que la culpaba de todo. Y ahora era libre, más libre de lo que había soñado en todo este tiempo, pero había algo en su mirar que a la pequeña Aleena no le había gustado. Y es que no sabía qué iba a hacer aquella que le dio la vida, aunque le hizo prometer que nunca volvería a ese pequeño pueblo que la había visto crecer, que se marcharía donde nadie pudiera saber nada de su pasado. Donde la noticia de la muerte del señor Noure no fuera un hecho francamente relevante.

Y ella sabía que significaba eso. Significaba que no iba a volver a ver a su madre. Significaba que estaba sola, completamente sola y en una ciudad desconocida. Se dejó caer sobre el suelo, sobre la acera, aproximando su espalda contra una fría pared. Envolvió sus rodillas con sus manos y hundió su cabeza entre sus piernas. ¿Qué iba a ser de ella? No lo sabía, ahora estaba sola.

Lluvia. Torrencial lluvia. No podía haber nada más molesto que la lluvia cuando ostentabas un vestido tan pomposo como los que la alta sociedad siempre llevaban. Odette tenía un cierto gusto por ellos, sí, por eso su gusto se había desarrollado logrando convertirse en quien diseña la ropa de la realeza... Pero usarlos, ah... Eso era cuento aparte.

Sentía la molestia crecerle y en medio de la oscuridad solitaria se permitió hacer un gesto que lo expresara, nada común en sus rasgos perfectos de dama. Salió de la tienda pues ya era de noche y tenía que apresurar hacia su próximo trabajo; cerró las aldabas del local y abrió su paraguas dando un par de pasos... Antes de tropezarse con una valija varada justo frente a la puerta.

Por suerte logró no tropezar, eso no limitó la sorpresa de encontrarse ahí a la niña, con tal pose desamparada. Algo se despertó en él, justamente ese 'él' que siempre debía esconder para dar paso a la falsa mujer, y de inmediato extendió el paraguas para cubrirle de la lluvia aunque quedara él empapado.

-¿Qué haces aquí? Tomarás una neumonía si eres descuidada-

Alzó la mirada ante una silueta que se había dibujado frente a ella. Una mujer se había parado frente a su persona, una silueta que parecía haberse fijado en esa pobre chica que se había dejado caer en el suelo durante un día de lluvia. Justo esa era la palabra que más se ajustaba a la chica, que más la definía. Pobre, esa era la palabra que más había escuchado durante su vida. Pobre chica, pobre...comentarios de ese tipo salían de los labios de cualquier persona que creyera conocerla, conocerla realmente.

Y nadie, absolutamente nadie la conocía, al menos no ahora. Al menos nunca nadie lo había hecho, al menos...nadie se había molestado en hacerlo. Respiró profundamente y se secó las lágrimas que amenazaban con escapársele de los ojos en cualquier momento, algo que no estaba dispuesta a consentir, en absoluto. Hacía mucho tiempo que no se permitía llorar, de hecho aunque recordaba perfectamente la última vez que lo había hecho, quería olvidarlo.

Escuchó las palabras en forma de pregunta de esa desconocida y suspiró. ¿Qué hacía aquí? No lo sabía, no lo sabía, esa era lo único que realmente sabía. Seguía con la vista fija en el suelo, como si el charco que había debajo de ella fuera más interesante que cualquier cosa, o como si no se atreviera a responder la pregunta de nadie. Sí, ¿cómo iba a responder a algo de lo que ni ella misma conocía la respuesta? No quería afrontar su pasado, quería huír, olvidarse de todo, pero no era posible.

No cuando tu pasado te persigue cada vez que cierra los ojos, cada vez que...suspiró y alzó la cabeza.
-Lo siento, no sabía que no se podía estar aquí-dijo como única respuesta, levantándose y mirando una nueva dirección que tomar, una que no sabía, ¿dónde ir? ni idea ¿qué hacer? nada, nada en absoluto.

-No seas tonta, ¿Cómo vas a andar así?- Odette sabía que su madre le esperaba en el burdel, pero no era suficiente motivación para dejar a aquella señorita bajo la lluvia.

Le dio el paraguas en su mano y se viró para abrir la tienda de vuelta, regresando a su lado para tomar la valija y llevarla cargando dentro

-Te permitiré irte cuando la tormenta baje, te hayas puesto ropa seca y me cuentes por qué no es el cielo el único que llora-

Dejó la maleta tras uno de los mostradores, y volvió a ofrecerle la mano -Ven, no tengas miedo... Dejaré la puerta abierta, si temes de mí. No pienso hacerte daño- le expresó honestamente, pero con su rostro inherte de expresión. El maquillaje se había corrido levemente, haciendo figurar lágrimas negras de sus ojos que le hacían ver como un ángel en pena, en vez de afear su encanto -Aunque lo que es tu maleta, por el momento está secuestrada- Le sonrió

Se quedó ahí quieta. De pie, mientras la lluvia continuaba empapándola. Aquella silueta femenina que se había acercado a ayudarlA en esa noche había cogido SU maleta y la había metido dentro de algún sitio. Y ella se quedó ahí, quieta. Preguntándose el por qué de esa acción. ¿Es que todavía quedaban personas caritativas en el mundo? ¿Es que todavía existía la amabilidad? ¿Es que todavía había personas sin un ápice de egoísmo? Sí, ya sabeis... esa clase de personas que no miran por sí mismos y que de verdad se detienen a ayudar a otra persona. Ella no lo creía, nunca había conocido a una y sólo había una cosa en la que creía y que no podía ver, y tampoco estaba muy segura de eso. A decir verdad de lo único que estaba segura era de que no estaba segura de nada. ¿Acaso la vida no es eso? ¿La vida no es una constante duda? ¿Un constante temor? Al menos la suya así había sido. Al menos... al menos ella no conocía otra cosa.

Se encogío de hombros. ¿Andar así? ¿Por qué no? Era lo único que podía hacer; andar, andar y andar. Caminar como si no hubiera otra cosa en el pundo, arrastrar sus pequeños pies por el encharcado suelo de París, sin importarle si pisaban algún que otro charco, haciendo que se empaparan y que su viejo y raído vestido se manchara. Nada de eso importaba, nada absolutamente nada. ¿Acaso era que quería enfermar? Quizás fuera eso, o simplemente podía ser que no le importara nada en ese preciso momento. ¿Quién sabe? Nadie, puede que ni ella misma. Sí, ni siquera ella misma.

Quedó unos segundos todavía ahí quieta, inerte, como si de una estatua se tratara. Sí, como si fuera una fria, pálida y muerta estatua que por nada del mundo lograba mover ni uno sólo de sus músculos inertes. Y es que durante toda su vida a sido eso, una triste estatua que se ha dedicado a vivir una miserable vida, con miedo a cada instante, como si éste fuera su mejor amigo, y puede que así fuera, porque no había conocido nada más. Daño... su otra alma gemela, su otro compañero de vida que había dejado marcas en su cuerpo y en su ser, en todo su ser. Habiéndole arrancado de ese modo el sufrimiento, convirtiéndolo en una herida en carne viva.

Se secó las lágrimas furtivas que la habían traicionado, sin que ella pudiera hacer realmente nada para evitarlo y se maldijo una y mil veces porque había jurado que nunca más iba a llorar, que de sus ojos no iba a caer ni una sóla lágrima. Y bajo ningún concepto se permitía una excepción, ni siquiera al encontrarse completamente sola en una ciudad para ella desconocida. Avanzó un par de pasos y entró en aquel lugar, sin ni siquiera mirarlo. Y no es que no quisiera hacerlo, puesto que la curiosidad es algo humano y ella, aunque pudiera parecer de mármol o cristal, era de carne y hueso, pero con una sombra oscura que le impedía ver nada. Y es que no podía deshacerse de su pasado, no lograba olvidarse de nada y eso ocupaba todo su ser.
-No estoy llorando-se limitó a decir con voz seca, en apenas un suspiro.