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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Danna Dianceht Miér Sep 30, 2015 7:29 pm

En los días de lluvia el sol es un intruso imperdonable.
—Eduardo Sacheri —


Esa mañana no era como las ultimas en que un sol radiante había logrado incluso hacer brillar las piedras de los caminos, no. El agua no dejaba de caer del cielo en forma de grandes gotas mojando todo a su paso. Esa mañana había sido de todo menos soleada y mientras la pequeña Diana observaba la lluvia caer desde uno de los ventanales del salón principal del castillo, tras no poder salir a jugar como de costumbre al jardín, la duquesa se ocupaba de desocupar a su hija aquel día de sus clases y deberes. Era un mal día para hacer actividades en el aire libre, era consciente de ello, pero había una actividad que estaba segura a su hija le ilusionaría y no pensaba dejar escapar una salida con ella. Y lo tenía claro, la aventura de ese día no sería otra que salir a buscar caracoles. ¿Por qué no? Se preguntó intentando buscar un fallo a su plan imaginándose como de feliz se pondría la pequeña al saber que saldría. Nunca antes habían hecho una excursión en un día lluvioso como aquel y aún menos se habían detenido a buscar y ver los diferentes colores y formas de los caracoles. Era una situación perfecta para pasear un poco, así ambas se distraían y dejaban a Viktor y a Scott ocupándose por un rato solos con sus documentos, análisis y visitas tanto inesperadas como urgentes.

Últimamente con la construcción del puerto en el ducado, recibían más visitas de lo acostumbrado, siendo las mismas visitas muchas veces trabajadores o alguno de los encargados de la obra solicitando la presencia de Scott en la construcción del puerto. Obviamente todo aquello hacía que Scott; su prometido, tuviera las mañanas ocupadas y también algunas tardes, las que solía pasarlas en el despacho de su difunto padre o en su compañía. La duquesa agradecida por esas tardes con él, no desaprovechaba ninguna ocasión para apoyarle u opinar sobre los asuntos que solían tratar cuando no se olvidaban de todo lo demás para estar juntos, y hoy habría sido un día perfecto para sencillamente no hacer nada más que observar la lluvia caer al lado de él o recogida y abrazada entre sus brazos, contra su pecho. No obstante, él necesitaba junto con Viktor terminar de alistar unos pedidos que debían de llegar antes de su regreso con su familia y Danna sabía bien cuando le hacía más falta a su hija, que a su prometido. Y esa mañana sin ninguna duda, era uno de esos días en los que su presencia hacia más falta al lado de su hija, que ayudando a Scott o supervisando el ducado. Hoy requería ser la madre ejemplar y atenta con su hija, mientras que la duquesa podía sencillamente esperar.

¿No vendrá Calli, mamá? —Preguntó Diana al ver a su madre llegar junto a ella con un abrigo de piel y un paraguas. La duquesa con una sonrisa negó. Esa mañana ya había hablado con su institutriz para que le diera la mañana libre para así aprovechar ese tiempo en estar con ella. —Hoy tienes; tenemos la mañana libre para salir a pasear... Hoy solo serás para mí. —Le contestó besándole la frente mientras con las manos le colocaba el abrigo y se lo abrochaba. No hacía mucho frío, pero era mejor siempre cuidarse antes que tener que hacer llamar y venir al médico por un resfriado agudo por no cuidarse lo suficiente. Al terminar de abrigar a la pequeña, Danna se irguió y poniéndose ella también un abrigo para acompañar a su hija, se volteó a ver como Ariyne, su doncella se acercaba con una bolsa en la mano. La duquesa sonrío al ver la bolsa y le agradeció su preocupación por traérsela cuando completamente se había olvidado de ella. En esa bolsa pondrían los caracoles que fueran encontrando a través del bosque y luego al llegar al castillo conociendo a su pequeña, los dejarían en el jardín para que vivieran todos juntos, como una familia. Lejos por eso, de sus rosas y sus flores que con tanto amor y dedicación había cuidado por años hasta la actualidad. — ¿Segura que no deseáis venir, Ariyne? No nos importaría compañía y seguro sería más divertido, ¿Verdad, mi amor? — Diana asintió feliz contestando a la pregunta de su madre y corriendo hacia la puerta principal la esperó impaciente a que fuera con ella y salir de una vez del castillo. Danna asombrada de la energía de buena mañana que tenía su hija, intentó de nuevo que su doncella y niñera de la pequeña las acompañase, sin embargo, no tuvo suerte esa vez tampoco. Aryine se negó al ofrecimiento y tras ello solo pudo hacer una última cosa, avisar de su partida. Dejó entonces constancia de su salida a Viktor en cuanto él salió y se lo encontró por una brevedad fuera del despacho donde se encontraban él y su prometido encerrados, y a continuación partió con Diana hacia los jardines ahora húmedos, para seguir hasta el linde del bosque donde empezarían a buscar caracoles y cualquier otro animalillo que pudieran observar.

La lluvia a pesar de tener un paraguas, las mojaba ligeramente y los zapatos rápidamente se enfangaron. Teniendo en cuenta de que la pequeña no tenía cuidado al pisar los pequeños charcos y al pasar por ellos, era normal que terminaran ambas de ese modo. Diana se ensuciaba todo lo que podía y más. Como había notado la duquesa al salir del castillo, su hija se encontraba sumamente activa e inquieta, como ella había sido también de pequeña. Se alejaba de la protección del paraguas y se mojaba mientras buscaba caracoles por la vegetación frondosa de los alrededores. Luego regresaba hacia ella y le daba los caracoles que había encontrado para meterlos en la bolsa y así guardarlos, y nuevamente volvía a irse en busca de nuevos caracoles. Danna la dejó hacer ya que debía de disfrutar de ensuciarse, reír y saltar ahora que aún era inocente y pequeña para afrontar el mundo de los mayores, así que simplemente la observaba y reía con ella, terminando por ensuciarse así como ella de barro los zapatos, desatando entonces la risa musical de su hija cada vez que hacía ver que no veía los charcos por el camino y su hija la veía.

Por unos segundos, al ver a su hija dedicada a coger caracoles y riéndose por el camino, extrañó a Scott allí con ellas y pensó en cuanto le habría gustado él estar allí y participar en esa aventura. Ya repetirían pronto una salida como esa y las haría acompañarlas, se dijo la licantropa entendiendo el motivo por el cual hoy no podía haberle molestado con semejante actividad, pero aun sabiéndolo, extrañándolo muchísimo más a pesar de ello. No sabía cuánto tiempo tenía antes de que él partiera por un tiempo para ir a ver a su familia y concluir asuntos que debía atender urgentemente en sus tierras. En ningún momento se le olvidaba que todo cuanto amaba Scott se encontraba lejos de Escocia, ya que allí únicamente residía ella en esas tierras. A pesar de saber todo eso y entender, e incluso ser la primera en apoyarle en aquella empresa, sentía que como cada día que pasaba el día de la partida más se aproximaba, y peor era el miedo que consumía una parte de su alma. Suspiró y cerrando el paraguas para que así el agua cayera sobre ella mojándola, como la lluvia hacía con su hija, se adelantó hacia su posición y empezó a ayudarla a llenar la bolsa de esos pequeños animales, llegando de esa forma a lo más hondo del bosque, lejos del camino donde no esperaban encontrar a nadie. No al menos, en una mañana tan lluviosa como aquella.
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Mensaje por Rania de Valois1 Dom Oct 04, 2015 9:27 am

” Nunca se teme bastante al confiar en otro.”
-Pietro Metastasio.


El viaje a Escocia había sido realmente nefasto, no recordaba haber tenido que soportar tanto tiempo en el interior de un barco sin tierra firme que pisar. Abel, siendo tan pequeño como aún era, se había pasado prácticamente la totalidad del trayecto llorando y ello se veía reflejado en el cansancio de su madre y de las mujeres encargadas de su cuidado. Si bien era verdad que fue Rania la que sugirió viajar a Escocia para conocer las tierras y orígenes de su marido, aquello había sido muy precipitado. Los problemas en dicho país habían acuciado a James y los demás miembros de la realeza a acudir sin demora y James había accedido con la condición de que su familiar le acompañase. El carácter de Rania, tan devoto como siempre, aunque con dudas finalmente hizo que el servicio preparara las maletas para los tres miembros de esa singular familia. Sabía que ese viaje tenía un carácter especial para el conde, no sólo por la preocupación que sabía que sentía por su patria, sino porque aquello significaba presentarla a ella como su esposa y a Abel como su heredero.

La fiesta a la que acudieron la noche tras su desembarco fue el momento que James había esperado para ir presentado a cada uno de sus allegados a Rania, todos parecían encantados con la elección del vampiro y ella, al contrario de lo que inicialmente pensó, se encontró realmente cómoda y arropada por todos; especialmente por la Duquesa Danna Dianceht. Se le antojó una mujer fuerte y de convicciones fijas y marcadas, parecía de las pocas voces femeninas en un mar de hombres y para Rania eso era todo un desafío. Ella hasta hacía bien poco había estado tapada por su sobreprotector padre y ahora arropada por James, aunque este estaba siendo realmente permisivo, cosa que ya había demostrado al abrir para ella una tienda de perfumes y productos estéticos, el sueño que Rania había tenido toda su vida. La noche se le pasó en un suspiró compartiendo momentos y charlas con Danna, se sentía segura con ella y pareciera como si se hubieran conocido hacía años, no era capaz de ocultar nada a aquella morena de increíbles ojos verdes, quizás como a la hermana que nunca tuvo.

A la mañana siguiente llegó una carta, una carta que extramente iba dirigida a la Señora de Ruthven. ¿Quién podría mandarle a ella una carta a aquel lugar? Provenía de París pero no reconocía la caligrafía como de sus padres ni tampoco de nadie del servicio de su hogar en la capital parisina. Sin demora caminó hasta uno de los grandes salones para disponerse a leerla, y casi mejor que no lo hubiera hecho… ¿Cómo iba a creer lo que la estaban contando? La historia que en ese momento le estaba siendo relatada carecía de sentido, ¿o quizás si lo tenía y era justamente eso lo que le ponía el vello de punta? El joven oficial de policía que ya les había visitado en otra ocasión, exponía ante Rania una teoría… una teoría de asesinato.

Hacía apenas una semana se había descubierto una taberna reducida a cenizas durante la noche, pero el fuego no había logrado ocultar la cantidad de cadáveres que había en su interior ni tampoco así las heridas que algunos de los cuerpos mostraban. Un testigo que no quería revelar su identidad identificó a James junto a una mujer como responsables de aquella atrocidad, la policía seguramente no hubiera dado crédito a ese testigo sino hubiera sido porque James había sido sospechoso de algo similar. Algo de lo que Rania tenía constancia, pues James para lograr salvar a Abel, al que ahora era su hijo, había asesinado a su borracho padre y había incendiado la casa… La carta cayó a los pies de Rania mientras esta comenzó un paseo ausente por las estancias del palacio. Su corazón se negaba a creer que aquello pudiera ser cierto, pero en su mente algo le decía que James era capaz de ello. Recordaba, aunque no sabía qué noche había sido, haber descubierto a parte del servicio limpiando las ropas de su marido totalmente manchadas de sangre… en su momento no le dio más importancia pues sabía de su necesidad de alimentarse de los demás, pero ahora todo había dado la vuelta. Sus pasos la llevaron a la parte más profunda del palacio, a lo que parecía una antigua zona de mazmorras, a la que mejor hubiera sido no llegar. La visión que se expuso ante ella le heló la sangre. Aparatos de tortura, fustas, látigos, cadenas…. No pudo soportarlo más, la tensión que sentía era demasiado elevada para poder digerirla y pensar con claridad.

Todo lo deprisa que pudo, aprovechando que James no se encontraba en casa, recogió a Abel y lo cubrió con una manta. Ella tan sólo con lo puesto y un abrigo. Así es cómo salió de casa y comenzó a caminar sin saber a dónde ir o qué hacer, sólo sabía que no estaba preparada para enfrentarse a su marido, a ese hombre del que estaba profundamente enamorada pero al que por desgracia temía. Caminó durante horas, cubriendo a Abel con la manta para evitar que se mojara con esa lluvia incansable que parecía ser lo natural en Edimburgo. El bosque parecía la única opción segura en ese momento y podrían esperar resguardados, pero ¿esperar a qué? Justo cuando pensaba que no tendría oportunidad alguna en aquel lugar, reconoció una cara familiar que hizo que un suspiro de alivio escapara entre sus labios. - Duquesa… - susurró más para sí misma que para Danna. Con dos pasos adelante se sitió dentro del campo de visión de la licántropa y su hija, esperando así que fuera ella la que decidiera si acercarse y ofrecerla la ayuda que estaba claro que necesitaba.
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Mensaje por Danna Dianceht Lun Oct 05, 2015 10:02 am

En la vida no se trata de esperar a que la tormenta pase,
sino de aprender a bailar bajo la lluvia.

—Anónimo —

En Escocia solía llover dos días de cada tres, sobretodo en esta época en que el otoño se imponía en las tierras. Del mismo modo que esto ocurría, los días soleados se debían de disfrutar ya fuera saliendo a pasear, o aprovechando para acudir a los pueblos más cercanos o a Luxemburgo, donde residían los mayores comercios. Danna no solía salirse de los pueblos cercanos a su ducado. Todos los víveres si no salían de sus propias cosechas, campos o granja que mantenían sus sirvientes, hacia llevar lo que necesitase de las casas de comida de los pueblos, para así ayudar en la medida de lo posible al sustento de aquellas humildes familias. Y ahora con la llegada y la estancia de Scott junto con todo su escolta se había necesitado acudir en alguna que otra ocasión a comprar reservas para el castillo. Esos viajes los había aprovechado para salir al aire fresco, compartir algún que otro encuentro con las demás damas de la realeza escocesa y por encima de todo, deleitarse con los verdes y tan míticos paisajes y campos que la época de lluvias dejaba permanentemente en Escocia. El verde, como así sus propios ojos, era su color favorito. El color de la fertilidad, de la libertad, la tranquilidad y la paz. Mientras este color estuviera permanentemente rociando los campos y las montañas, todo iría bien. Los animales tendrían comida, las ganaderías estarían en abundancia y se mantendría ante todo el orden natural de las cosas; de la vida. Sin guerras, ni constantes disputas, lo único que ahora preocupaba soberanamente a los escoceses era la maligna plaga de los campos a lo que la aristocracia ya había respondido en un intento de detener las muertes que se producían, mientras, algunos eruditos y botánicos buscaban la forma de detener esa inusual plaga. Y estaban cerca de encontrar la solución, pues aún había esperanza y mientras abundasen todavía los campos sanos y los caracoles, todo estaría bien.

¡Mamá, mamá, mira este! —Ante el grito de la pequeña la duquesa acudió rápidamente y con una sonrisa al ver que su hija había encontrado un caracol que por lo mínimo hacia como cuatro de ellos normales, sonrío. Nunca había visto  caracoles de ese tamaño, tampoco su hija. — Déjalo aquí para que sea feliz y pueda tener su familia. Si todos pudiesen ser tan grandes como él, ¿no crees, que serían más bonitos? —Le contestó con una sonrisa, siendo la misma contestada tras un asentimiento de dejar aquel animal dónde se encontraba. Sería un desperdicio que un caracol similar terminara desapareciendo sin poder dar a luz a nuevos caracoles que en un futuro pudieran ser como él y estaba segura que su hija en cierta forma, con lo inteligente que era lo había entendido. Tomando de la mano a Diana, la licantropa la llevó por entre el bosque, sorteando los caminos sabiendo donde podrían encontrar más vegetación y por ende, más animales. Por el paseo llegaron a ver algún que otro conejo que al verlas se escondía y para alegría de la pequeña, llegaron a ver como un rebaño de ciervos cruzaba una de las praderas frente a sus ojos. En el ducado se solían ver pequeños rebaños de los mismos a raíz de que desde hacía años mandase la misma duquesa a construir un bebedor para los animales del bosque, en el que también se les dejaba forraje, pero la pequeña jamás había visto ciervos de tan cerca y por unos minutos viendo como corrían por la pradera, ambas se olvidaron de los caracoles y de la insistente lluvia que no hacía más que caer frente a sus ojos, helando sus cuerpos.

Llevando la manta a proteger a su hija de la lluvia, se la puso a la espalda e hizo de ella como una capa protectora. La duquesa no tenía miedo de resfriarse, no solía hacerlo y cuando lo hacía solo apenas le duraba el malestar a lo máximo un o dos días en los casos más severos y grave, en la normalidad apenas unas horas. No obstante, Diana no era como ella y aunque parecía haber heredado no únicamente su condición de hechicera de su familia, si no también las defensas fuertes de sus orígenes, más le valía cuidarse y no arriesgarse a que pudiese contraer una pulmonía fuerte a pocos meses de la llegada del invierno.

Tras que los ciervos desaparecieran a través la cortina que la lluvia creaba, y viendo la bolsa de caracoles llena hasta arriba, decidió que era hora de regresar a casa. Tomó la mano de su hija y encaminándose en dirección al ducado tomaron otra ruta, una que les sería más corta y más rápida para llegar a tiempo al final de la reunión entre Viktor y Scott, si no habían terminado a esas horas ya. Lo que jamás la duquesa pudo imaginar es que ese camino les llevase a encontrarse con nadie y aún menos, que con la condesa de Valois, o mejor dicho, la condesa Ruthven; la joven que había conocido hacía semanas cuando el conde de Escocia presentó a su mujer, esposa, y madre de su hijo. Obviamente Danna sabía que aquel hijo no podía ser de ellos a causa de la condición vampírica del padre, pero tampoco dijo nada, tampoco ella era quien para decir nada. Así que aceptando la compañía de la recién condesa, el día del anunciamiento y de la presentación del hijo de ambos condes, se había hecho con su amistad y de entre todos los invitados al evento que tuvieron aquel día, fue la que más rato separó a la joven madre de su esposo. Hasta donde sabía y había leído en los ojos de la joven, ella se encontraba perdidamente enamorada del vampiro, por ello;con más razón al verla a un lado del camino llevando a su hijo en brazos en medio de aquel día lluvioso, se alertó. ¿Qué habría pasado para que Rania saliese con su hijo del condado y se escondiese en el bosque? Y su hijo… ¿Qué madre arriesgaría la vida de su hijo tan pequeño bajo un día tan lluvioso como el que padecían? Tenía que ser un motivo de vida o muerte, o que se encontrase tan asustada, que como un animal acorralado hubiese decidido huir de todo, portándose lo único que estimaba con ella. Su hijo, Abel.

Condesa… Rania—Susurró ella al verla acercándose rápidamente a ellos en cuanto la divisó, dejando a su pequeña en el camino mientras ella acudía a socorrerles. La lluvia parecía haber dejado de caer con tanta fuerza, lentamente se volvía débil y la duquesa antes de llegar a ellos lo agradeció. Quizás con suerte les dejaba de llover o aminoraba la fuerza de la lluvia. — ¿Qué hacéis por aquí? ¿Estáis bien? ¿Os ha sucedido algo?— Las preguntas corrían en su mente en un sinfín de hipótesis que esperaba Rania pudiese contestar una vez estuviesen todos sanos y salvos, bajo su castillo y bebiendo alguna infusión que las ayudase a entrar de nuevo en calor. A medida se acercaba hacia ella, sus pies una vez alejados del camino de tierra se enfangaron más. El barro ensució sus botas y el filo de su vestido, más no le importó ni un ápice. Lo importante ahora era poner bajo techo al pequeño y a su madre que parecía sino se equivocaba y creía que no, muy perdida. Cuando estuvo frente a ella, la abrazó constatando así su fría temperatura y la humedad de su ropa. ¡Estaba helada y calada hasta los huesos!

Estáis muy fría, ¿Cuánto tiempo lleváis bajo esta tormenta aquí resguardada?—Preguntó sin poder contenerse de preocuparse por el aspecto de la joven. La abrazó cuidando de no dañar al pequeño que sostenía en sus brazos y pasó los brazos por su espalda en un intento de reconfortarla y de que su alta temperatura la ayudase a entrar en calor. Quitandose el abrigo que llevaba encima, se lo pasó por sobre los hombros a Rania y se lo ató. — Vamos, debemos apresurarnos en ir al refugio del castillo. Este frío no puede ser bueno para tu hijo, tampoco para ti. Ni para ninguna de nosotras. —Agregó separándose lo suficiente para constatar que el niño estuviese bien. Lo que así era. Abel por suerte estaba bien resguardado de la lluvia, y parecía fuera de peligro, lo contrario a su madre, que aún no entendía la duquesa como podía aguantarse derecha y como no le temblaban los huesos de lo calada que se encontraba.
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Mensaje por Rania de Valois1 Vie Oct 16, 2015 9:39 am

Pocas veces se había alegrado y sentido más alivio al encontrarse con alguien. La presencia de Danna en aquel recóndito lugar que para nada conocía, era un bálsamo para Rania. La cercanía de la duquesa tranquilizó a una débil madre que se tomó la libertad de levantar la manta para comprobar que Abel estaba perfectamente, todo el calor que ella misma generaba se lo traspasaba a él y la única manta que pudo recoger antes de salir corriendo aislaba al pequeño de la abundante lluvia que había estado cayendo. - Tengo que irme de Escocia - dijo simplemente como respuesta a las preguntas de la licántropa, las lágrimas caían ya por sus mejillas siendo disimuladas por las gotas de lluvia que caían sobre ellas. - No lo sé, horas… - la realidad era que había huido del castillo sin saber a dónde acudir, sin dinero en el país que no era el suyo y sin apenas conocer a nadie. Ese arranque le podía haber costado la vida y la de su hijo, por suerte todo parecía mejorar y la presencia de Danna no podía ser mejor recibida. - Gracias Duquesa - dijo mirando a los ojos de aquella mujer mientras se dejaba guiar por ella y sonreía como podía a su hija que analizaba todo como si no comprendiese lo que pasaba. Las dos mujeres con sus respectivos hijos caminaron todo lo rápido que sus piernas y el tiempo les permitían, siendo el castillo un oasis para todos cuando pudieron resguardarse de la lluvia.

Una vez allí ambas se separaron, Rania guiada por una mujer del servicio de Danna que la llevó hasta unos de los muchos aposentos del castillo de la duquesa. Allí pudo asearse y bañar también a Abel que agradeció el contacto con el agua caliente quedándose dormido al instante. Rania, sin embargo, bajó al salón central en cuanto se hubo vestido esperando encontrar allí a Danna. La verdad era que las fuerzas le fallaban, sentía las piernas débiles, un terrible dolor de cabeza y por supuesto el pecho de la joven clamaba por su marido. Los sentimientos encontrados que palpitaban en su interior eran peores que cualquier batalla belicosa conocida. Nunca había sentido nada similar por nadie, nunca había amado de aquella manera intensa y devota, pero tampoco nadie había sido capaz de asustarla tanto. La información la había superado y el pánico fue quien guio sus pasos fuera de la casa del conde.

Con la calma que era capaz de mantener acudió junto a Danna pues estaba claro que merecía una explicación por su parte. No quería contar lo que creía saber sobre James, no le traicionaría de esa manera tan directa, pues no sabía lo que le podría causar. A solas con la que se había convertido en su confidente y amiga, comenzó un relato muy resumido de lo que había ocurrido omitiendo el tema del asesinado y sustituyéndolo por altercados de los que no dio datos. Así mismo relató que paseando por el castillo había dado con una habitación que no tenía cabida en la vida del matrimonio y su resistencia llegó al límite. Dudaba que Danna pudiera entender su pánico con esa explicación tan adornada y difuminada como aquella. Ese momento quedaría grabado en su mente de por vida. No, ese momento no, ese día. Por momentos sentía que había sido ella la que había traicionado la confianza de James y no al revés. Ella que siempre había sido buena hija y ahora buena esposa, había abandonado a su marido sin explicaciones ni notas y con ella se había llevado al bebé de ambos después de lo que le costó adaptarse a él. Todo lo que había hecho desde que la conoció fue esforzarse por cambiar, por ser merecedor de su amor y confianza, y ella a la primera de cambio le dejaba sólo enfrentándose a sus demonios. De nuevo las lágrimas asomaron por sus ojos hasta acabar desbordando por sus mejillas. Nadie podría entender la dureza con que sentía en ese momento. Incluso Danna que no parecía haber tenido una vida fácil, pues su entereza la hacía ver como una mujer fuerte y muy luchadora, podría notar un atisbo lejano de la lucha que en ese momento se batía entre la razón y el corazón de la joven. - No me quedaré más de lo necesario - dijo con tono demasiado neutro como para mostrar sentimiento alguno. Ya tenía una idea de lo que debía hacer, no siendo deber sinónimo de querer. Al día siguiente, cuando pasara la noche, acudiría al puerto. Todos los días salían barcos hacia las costas francesas y ella iría en el primero de la mañana. El único lugar en donde sabía que nada podría pasarle a ella o a su hijo era bajo la protección de sus padres. Ese era su destino.

Se giró con rapidez cuando escuchó el llanto de Abel, no le importaría haber enfermado ella por el frío y la humedad, pero Abel no… Lo recogió de brazos de la mujer que lo llevaba junto a su madre y lo meció con mimo y adoración. Posiblemente tuviera hambre pero ella no podía darle el pecho al no ser su hijo biológicamente hablando. - ¿Hay alguna mujer aquí que lo pueda amamantar? - por suerte para Rania no era de extrañar que las mujeres de clase alta y realeza se negaran a dar de mamar a sus hijos, delegando esa tarea en mujeres de menor rango. Sin soltar al bebé, Rania finalmente sonrió al ver a la pequeña Diana asomarse tras su madre para ver al pequeño. - ¿Quieres cogerle? - Preguntó instándola a que se sentara entre ella y su madre en el sofá. Al ver la cara de ilusión de la niña tuvo que sonreír mientras colocaba a Abel en su regazo algo más tranquilo, - le gustas - susurró dejando que acariciara la pequeña cabeza de Abel y que enredara con sus manitas hasta que este se aferró al índice de Diana. Ambas madres se miraron, Rania estaba segura de que Danna mataría si fuera necesario para salvar la vida de su hija y ese sentimiento de lucha es lo que llevaba a Rania a necesitar alejar al pequeño de James. Solo esa mirada fue suficiente para saber el compromiso que habían adquirido la una con la otra.

Minutos después la condesa mecía a Abel para conseguir que se durmiera después de que le hubieran amamantado. Ella a su vez se tumbó en la cama deseando con todas su fuerzas despertar y que todo hubiera sido un mal sueño, pero no era así. La mañana había llegado y con ella su partida hacia Francia. No había noticias de James por lo que aún tenía la ventaja de que este desconocía su paradero, todo dependía de poder subir a ese barco o no. La ayuda de Danna había sido valiosísima para Rania y Abel pues sin ella no hubieran sido capaces de pasar esa noche tormentosa.

Todo estaba preparado para que las dos jóvenes y el bebé abandonaran el catillo, Danna se había empeñado en acompañarla hasta el puerto para asegurarse de que todo transcurría con calma y sin altercados. Algo en el interior de Rania le decía que ese sosiego no era normal, James habría dado la vuelta a toda Escocia para encontrarlos y sin embargo parecía que ni se hubiera percatado de su ausencia. Algo iba mal. Sin saber por qué, mantuvo su presentimiento en secreto, quizás porque no quería creerlo o porque no quería acarrear problemas a quien ahora la acompañaba por el muelle. Finalmente la despedida, la promesa de escribirse y contarse cómo iban las cosas. Se quedó de pie en el muelle a la espera de que bajaran la escalinata de madera para que los pasajeros pudieran subir al barco. Y de golpe su sangre se heló.
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Peonías bajo la lluvia |Privado Empty Re: Peonías bajo la lluvia |Privado

Mensaje por Danna Dianceht Mar Oct 20, 2015 8:04 pm

Tal vez sea verdad: que un corazón es lo que mueve el mundo.  
—Dámaso Alonso —


Allí donde Rania se encontraba, hacia años ella también había estado. Cuando el oscuro hubo desaparecido, no fueron pocas las noches en que buscándole había salido del castillo, terminando acobijada contra el tronco de un árbol, protegiéndose de la incesante y fría lluvia escocesa. Por suerte, esos tiempos habían pasado y aunque ahora el momento le recordase a aquellos sucesos oscuros de su vida, e inciertos, había salido adelante. Como había podido, pero lo había hecho. Y Rania también lo haría, pensó ayudándola a llegar hasta el camino de tierra, pasando a través del barro. Fuera lo que fuera el motivo por el cual deseaba irse de Escocia, o lo que le hubiese pasado, estaba segura que como todo en la vida, se le arreglaría. Todo al final termina arreglándose. Siempre y cuando tuviera fe, y cuidara de su hijo, estaba segura que todo iría bien y sino ya se arreglaría ella de ayudarla como pudiese. Quizás no fuera una de sus gentes, pero en el poco tiempo que se habían conocido había visto en ella a la amiga que le faltaba, a la que quizás hasta el momento no tuvo jamás y sonriendo al pensar en ello, tomó la mano de su hija que al verlas se apresuró a llegar a su lado, y lo más rápido que podían volvieron sobre sus pasos de antes, en un intento de acortar camino para llegar al cálido castillo que les esperaba.

Hasta llegar al castillo, Diana no dejaba de mirar al pequeño, lo que sonsacó varias sonrisas a la duquesa al pensar en lo adorable que se debería de ver su hija, con un niño en brazos y que este fuera su hermano menor. Ojalá, pensó mirando unos segundos al cielo encapotado de lluvia. Ojala pudiera tener la dicha de darle un hijo a Scott una vez fueron esposos y no tuviera que contarle de aquel miedo que tenía. Que después del parto tan complicado de Diana, no pudiese albergar más vida en su vientre. Suspiró y volviendo a la vista pasó un brazo por los hombros de Rania en un intento así de protegerse todos en el parasol que llevaba para protegerse de la lluvia y finalmente, el castillo a lo lejos las recibió.

¡Toallas! ¡Necesitamos toallas, corred, es urgente! — mandó a dos de las doncellas para que fuera a buscar con que asearse, en especial secarse al llegar a la entrada del castillo y que les abriesen la puerta principal. — Y preparen una habitación contigua a la mía, para la condesa y su pequeño hijo. Se quedará con nosotros esta noche, por lo que esperamos a comer y a cenar, un invitado más en nuestra mesa. También, avisad al señor Whitte de mi llegada, por favor y anunciadle la visita. Estará ocupado pero seguramente quiera saber con quién tendremos el placer este día de compartirlo. —Miró a la condesa y sonrío. — De verdad, que para nosotros, sois una más en este hogar. No os preocupéis. — Para ella el tenerla en el castillo no era ninguna molestia, todo lo contrario. Lo extraño era que el conde les hubiese dejado escaparse. Hubiera pasado lo que fuera, ella solo les había socorrido como haría cualquiera al avistar a una joven madre con su pequeño en brazos en un día como aquel, perdidos por el bosque. Así que tampoco iría a preguntarle. Si Rannia deseaba contarle lo que le había pasado, ella sería toda oídos, pero hasta las más habladoras tenían secretos y respetaba ante todo, eso mismo.

Inmediatamente tras las órdenes de la duquesa, Ariyne se llevó a Diana para cambiarla, mientras otras dos doncellas acompañaban a Rania a sus aposentos. Danna por su lado, dejó las bolsas de los caracoles en las cocinas y fue también para su alcoba donde tomó un baño en la tina, y se cambió de vestido, quitándose el aparatoso vestido que llevaba mojada de la salida. Mandó a llevar a Rania uno de sus vestidos que le quedaban pequeños tras el embarazo y que a Rania le irían de maravilla y tras terminar de vestirse, entró en la habitación contigua a la suya. Lugar donde la condesa le habló de lo sucedido, y a lo que ella atendió y aconsejó lo mejor que pudo. Quizás alejarse de Escocia, fuese muy precipitado. Nunca pondría en peligro a su hija de poco tiempo en una travesía como la que quería tomar la joven, pero ella no era quien para juzgarla. Sabía lo que era el miedo, lo que era sentirse dividida entre dos amores igual de intensos y profundos y en los ojos de Rania veía ese gran dolor, esa incertidumbre y ese amor tan destructor que a veces podía volverse el amar con el corazón.

Tranquila, podéis quedaros cuanto queráis. Sabes eres bienvenida, tú y tu hijo al ducado y mañana, os acompañaremos a coger el primer barco que zarpe del puerto. No importa a qué hora eso pasé, es lo mínimo que podemos hacer. Ahora tranquilízate y bajemos abajo, donde ya huelo el desayuno que nos espera. Esta noche podréis pensar con tranquilidad y mañana os iréis si seguís con las mismas intenciones. —dijo tranquilizandola, acompañándola hacia el salón con su hijo en brazos a la espera de que llegase la dama que había amamantado en ocasiones a Diana, y que ahora se ocuparía esa noche del pequeño de la condesa.

Tras su llegada, la de Scott y su escolta, Rania pareció tranquilizarse y la duquesa lo celebró intentando hacer lo posible para que se olvidara por el momento del calvario que había pasado. Diana quiso cargar más de una vez al hijo de la condesa y entre risas al final llevada a dormir seguida de una Ariyne estricta y de un Scott que parecía pensativo, pero a la vez, radiante. Danna por su lado al terminar la velada y tras acompañar a Rania a sus aposentos junto a su hijo, se volvió al salón donde habló con Viktor para alistar todo lo necesario tanto para el transporte del castillo al puerto y como para el viaje en barco del puerto a Francia; el destino que la joven había escogido para irse. Una vez todo estuvo listo, se despidió y sin ver más a Scott aquella noche, y deseando el beso de buenas noches al que rápidamente se había acostumbrado, fue a dormir sabiendo que a la mañana siguiente tendrían que levantarse temprano y un buen trecho que recorrer en carruaje, antes de llegar al puerto. No quería pensar en la despedida. Por ella, Rannia podría haberse quedado una temporada, o cuanto quisiese, pero algo en su forma de mirar le hacía ver que su temple era inquebrantable y como tal, nada de lo que le dijera podría hacerla cambiar de pensamiento o abandonarlos para quedarse en esas tierras. Por su puesto que hablaría con James, y tenía pensado contarle donde se encontraba su esposa e hijo. Pero lo haría una vez el barco hubiese salido y ella estuviese a salvo de su ira.

A la mañana siguiente la primera en levantarse fue Diana, quien como siempre despertó a su madre. Entre lágrimas de risa de las dos que se retorcían en la cama, llegaron las doncellas que las ayudaran a mudarse de ropa y prepararse para aquella mañana, que al contrario que el día anterior, extrañamente no llovía, solo hacia mal tiempo. Esperaron a que la condesa estuviese acompañándolas y desayunando tranquilamente, no fue hasta sino después en que alistaron el carruaje que Danna y Rannia con su hijo en brazos que subieron al mismo, emprendiendo camino una vez las puertas se cerraron y los caballos dieron sus primeros pasos. A la licantropa le entristecía tener que despedirse de ella, en poco tiempo habían hecho buenas migas y ahora temía por aquella amiga suya y por su incierto destino.

Prometedme que me escribiréis tanto en el barco, como al llegar a tierra. —Dijo antes de soltar a Rania de su abrazo, entristecida por la despedida. — Y prometedme que os cuidareis. En el barco se encuentran hombres de mi confianza y si ocurriera algo, quiero que acudáis a ellos. Ellos os ayudaran y os facilitaran todo cuanto necesitéis. —Besó la mejilla de la condesa y luego a su hijo y sabiendo que debía hacerlo, regresó a su carruaje dejándolos allí a punto de embarcar. Por suerte, no faltaría mucho para ese momento. Las velas del palo mayor ya estaban abiertas por completo. Ya solo faltaba poner en la bodega el alimento y las reservas de todo para el viaje, y ya podrían irse a la mar. Danna desde su ventanita, miró por el cristal y se despidió por última vez de la condesa antes de que esta desapareciera de su visión. No obstante, tras esa última despedida hubo algo que no le gustó. En los ojos de la joven había visto miedo, incertidumbre. Y no la misma que arrastraba en el carruaje, sino algo bien diferente. Mierda, se recriminó al entenderlo, cuando el efluvio, el perfume de un inmortal alertó sus sentidos y la avisó de su presencia en algún lugar cerca de ella.

Viktor, dad la vuelta por favor. ¡Es urgente! debemos regresar… Tengo un mal presentimiento.— Dijo de pronto, haciendo que el carruaje detuviera sus pasos y el chofer diese la vuelta allí mismo. Y tanto que tenia un mal presentimiento, había dejado a su amiga sola con quien bien podría estar por lo mínimo enfurecido tras su desaparición con su hijo. ¿Pero qué carruaje podría competir con la velocidad de un vampiro? Ninguno podía competir contra él, y la duquesa lo sabía. No llegaría a tiempo para detener a James.
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Peonías bajo la lluvia |Privado Empty Re: Peonías bajo la lluvia |Privado

Mensaje por James Ruthven Jue Oct 22, 2015 7:16 am

Ni en el mismísimo infierno, cerbero habría podido evitar la llegada de James al puerto. Había luchado y dado todo por aquella familia, hasta el punto de haber renunciado a quien era. Había reprimido sus instintos salvajes, había dejado de ser el diablo que era para colocarse en el lado de los ángeles. Pero ni aquello había funcionado. Cuando James descubrió que ni su hijo ni su mujer se encontraban en el castillo, se le congeló aún más el corazón. En principio pensó que algo malo podría haberles ocurrido, pero la cruda realidad le llegó cuando en la habitación principal, no quedaba recuerdo alguno de Rania. Su perfume se evaporaba en el aire. Los armarios estaban vacíos, sin vestidos, tan solo aquellos trajes que James tenía para aparentar algo, que naturalmente no era.  

Dicen que cuando alguien pierde algo es libre. Y ahora, la ausencia de Rania por pura voluntad se había convertido en una invocación al demonio. El aquelarre había sido promovido por una carta que James encontró hecha jirones en el suelo. Logró reconstruirla y descubrió que alguien había dicho a su mujer lo ocurrido en aquella taberna. El recuerdo de Milenka le llegó de forma súbita y el tiempo pareció detenerse.  La respiración entrecortada y el lamento del vampiro fueron el preámbulo para una nueva corriente de desesperación, presidida por la ira. Tan magnánima como terrible, James pagó su frustración con todos los muebles que encontraba por su camino. Su fuerza indomable se habría paso a patadas, golpes de puñetazos y arañazos por las paredes, que ahora eran pasto de la destrucción. Pero en un momento de lucidez, su cabeza trabajó con rapidez llegando a la conclusión de que una mujer como ella, no habría sido capaz de haberse marchado sola, no tenía recursos ni esperanza. Era una mujer que llevaba a un bebé en brazos, por mitad de escocia huyendo de la casa de su marido. James en un grito potente llamó a todos sus vasallos, aquellos que trabajaban para él en el castillo y a regañadientes, preguntó quién de ellos había ayudado o sabía el paradero de su mujer. Los puso en fila y fue preguntando uno a uno, por ella. Muchos decían no saberlo, otros en cambio temblaban y lloraban porque todos los que le mentían encontraban el mismo destino. James era capaz de arrancarle el corazón a quien fuera con tal del de conseguir su propósito, y no tanto James, como el demonio que habitaba en su corazón. De los 10 hombres y mujeres que trabajaban para él solo 4 le dieron alguna información relevante entre lamentos, a cambio del perdón de su vida.

Sabía que se había ido al Este, desamparada tras la lluvia, no pidió ni caballo ni medio de transporte y por tanto no quería que nadie la siguiera. James les mandó retirarse y que a los cadáveres los enterraran junto a la cripta familiar.

Una vez se había librado de los cadáveres, y había obtenido la información suficiente, James se lanzó al anochecer a buscar a su mujer, de hecho se le ocurrió ir a la policía, pero esos catetos no encontraría nada. Era mejor que utilizara cualquier arte para encontrarla. Fue al centro de Edimburgo a buscar información, pero al ser tan grande, nadie sabía nada. Pocas personas podían conocerla, así que empezaba a darse por vencido. Cuando fue hasta el puerto, si necesitaba huir, Rania tenía solo dos opciones, dirigirse a Inglaterra o coger un barco de vuelva al viejo continente. Se quedó pensativo frente al mar, cual viajero frente a un mar de nubes, y se acarició el labio ensimismado. Decidió adentrarse en las tabernas próximas para preguntar que barco fletaría hacia Francia, siendo el destino más lógico, y para su suerte, encontró a dos hombres tomando cerveza y hablando sobre el viaje próximo de la duquesa y de una mujer, un viaje con urgencia y un bebé. A James se le paralizaron las piernas pues en su imaginación era la descripción perfecta de Rania y su bebé. Entró con muy buenos modos, cual lobo con piel de oveja en el rebaño. Invitó a varias rondas y se dedicó a beber con ellos, sonsacando información entre una y otra partida de cartas. James tenía claro todo lo que iba a pasar y quién amparaba a su mujer e hijo, aunque en aquellas circunstancias, el bienestar de ambos al demonio poco le importaba. Después de seguir a uno de los capataces del puerto, consiguió las llaves de la bodega, donde se almacenaban las provisiones del viaje, la madera para la reparación y otros enseres. El olor a mar, a pescado y la brisa marina, a James le resultaba nauseabundo, y decidió esperar ahí a cubierto a que el sol se ocultara hasta el día siguiente y tras el ocaso, cogería el barco, junto a su mujer e hijos y pondrían rumbo a su casa.

Se quedó en estado de trance perpetuo por horas, parecía más una estatua marmórea que un hombre cegado por la ira. Tanta serenidad era la calma que precedía a la tormenta, y aunque el tiempo en la vida de un vampiro sea un suspiro, aquellas horas, hasta el ocaso se le hacían eternas.

Llegó la hora, los hombres entraban y salían de la bodega cargados de barriles, de redes, de telas para las velas. De madera para reparaciones, de vino, de serrín y más cosas. Fue entonces cuando unos guardias oficiales de la realeza escocesa hicieron su aparición, sin querer llamar la atención y protegiendo un coche de caballos suntuoso. James apretó los puños, sintiéndose tan traicionado por su tierra como por su mujer. Descubrió el olor de la duquesa, que ya conocía de las reuniones y bajo la capucha ancha, el perfume de Rania. Aquel latigazo hizo que el indómito demonio se revolviera e iniciara los pasos que en el inframundo, guiaban a James hasta ellos. Esperó a que Danna se hubiera ido lo suficientemente lejos, cuando James saltó sin mucho esfuerzo en la proa del barco y con la chaqueta negra abierta, el chaleco de cachemir granate abierto y la camisa desabotonada hasta el pecho se quedó impasible mirando a Rania con desprecio- ¿Qué has hecho, Rania? – dijo acercándose hasta ella, como si fuera un ángel caído, tocando la trompeta que precedía al apocalipsis- Te has llevado a mi hijo- señaló con el dedo acusador- Te has atrevido a dejarme, después de todo lo que he hecho por ti. De lo que me convertí contigo y cómo te he tratado. Después de todo, no has sido diferente a las demás y has decidido irte- cuando sus palabras salieron de su boca el demonio tenía tanta rabia que empezó el lamento del vampiro -¿Por qué has hecho eso? Yo te amaba, eras mía. Y yo era tuyo…-susurró manteniendo el contacto visual, debatiéndose entre besarla, y abrazarla por recuperarla o si por el contrario iba a matarla, esclavizarla o sodomizarla como castigo por su imprudencia- ¡A mi!- se señaló el mismo- Conde de Escocia, padre de tu hijo. Señor de tu vida y tu marido y esposo- y cuando terminó de decir esa frase cargada de desazón, los guardias y escolta de Rania, se aproximaron en su defensa, teniendo por orden protegerla y apresar a James si fuera necesario- No puedes irte de mi lado, eres mía. Me perteneces y ocuparás el lugar que te corresponde- dijo acercándose hasta ella, tomándole del brazo y arrastrándola, sin esfuerzo hasta el interior del barco. Miró con furia a la escolta, a la que amedrentó apretando la mandíbula y los puños, enseñando los colmillos, deseando en su interior, aquel encarnizado encuentro para devorar- Adelante, dadme un motivo para arrancaros el puto corazón.- les retó y al ver que no movían ningún músculo atemorizados se giró sobre sus pasos, para quitar la tablilla de acceso al navío y ordenó al capitán que pusiera rumbo a París.

Aquella noche, el corazón de James, había muerto en escocia. Aquella noche el demonio se había lamentado y desde luego el ángel y la bestia, regresaban a casa como esclavos – Te demostré todo lo que tenía que demostrarte, creo que te traté bien y fui un esposo atento y considerado. ¿Y tú me lo pagas así?
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Peonías bajo la lluvia |Privado Empty Re: Peonías bajo la lluvia |Privado

Mensaje por Rania de Valois1 Jue Oct 22, 2015 3:10 pm

La respiración de su hijo era lo único que lograba tranquilizar Rania, todo a su alrededor parecía desvanecerse entre el sonido de todos los hombres cargando las mercancías en las bodegas del barco. El malestar reinaba en el pecho de la joven que sentía un mal presentimiento en su pecho desde que había puesto un pie en el puerto. A esas alturas seguía sin comprender cómo no había noticias de su marido desde que había partido dejándole sólo. La culpabilidad carcomía sus entrañas abandonarle pero la razón era quien reinaba su mente, obligándola a alejarse de quien parecía haber cometido asesinatos a sangre fría cuando juró no repetir los errores de su pasado, era incapaz de dejar a Abel en manos de alguien así por mucho que le amase. Los murmullos de los marinos no eran escasos al ver a alguien del aspecto delicado y aniñado de Rania subiendo al barco por la pasarela, agradeciendo esta en gran medida que la duquesa le hubiera cedido guardias de su confianza para escoltarla durante el trayecto a casa.

Fue entonces cuando le vio, cuando la presencia de quien le había generado esos presentimientos se hizo patente. La había encontrado y ahora ni el más audaz de los guerreros podría salvarla. Por instinto apretó el bulto de Abel contra su pecho, como queriendo protegerlo del demonio que se había plantado ante ellos. No había palabra que pudiera expresar el pánico que sentía Rania en ese momento, disimular nunca fue uno de sus fuertes y el temblor de su cuerpo era más que evidente. Todos y cada uno de los hombres que patrullaban la superficie del navío se habían detenido en seco al verle aparecer con esas fachas. Sus palabras eran como dardos envenenados, no esperaba nada mejor en realidad y todo lo que dijo era cierto… -se había llevado a su hijo, él se había dejado la piel en atenciones hacia ella- salvo una cosa, sí era diferente a las demás, había conseguido enamorarse del diablo y que este cayera rendido a sus pies. Pero no salió palabra alguna de sus labios, sellados dejando que soltara toda esa perorata contra ella. Le había roto el corazón y lo más seguro es que fuese incapaz de volver a confiar en ella ni en nadie más, era consciente de todo lo que pasaba por la cabeza de su marido, le entendía, pero él a ella no… ahí radicaba el problema. El poco control que estaba demostrado de sí mismo la dejaba claro cómo serían las cosas a partir de ese momento. Aquello se había convertido en su tormento particular, de ahora en adelante pagaría por ese pecado cada uno de los días de su vida, dejaría de ser su mujer para estar sometida a él y su único cometido –el de James- sería asegurarse de que pagara por aquel desplante hacía su persona.

Con un gesto negativo dio a entender a sus guardias que no movieran un dedo por ella, no debían pagar por su atrevimiento, no podía permitir que acabaran muertos por obediencia a Danna por un error que ellos no habían cometido. Antes de entrar en el interior del camarote pudo atisbar en la orilla, con el barco ya a unos metros, a una desesperada Danna. No sabía por qué habría regresado, quizás porque también ella hubiera notado algo extraño en todo aquello. El caso es que estaba allí, tarde pero por ella, y no pudo hacer otra cosa que esbozar la más triste de las sonrisas de agradecimiento antes de desaparecer en la oscuridad del camarote con James. En cuanto pudo tomó asiento en uno de los bancos acolchados de los laterales de la habitación y dejó a Abel recostado en su regazo chupando su meñique para conseguir que se durmiera, los gritos de su padre le habían despertado y estaba empezando a lloriquear. Rania en ese momento olvidó, o al menos ignoró, la presencia de James. La nana que se había acostumbrado a cantarle comenzó a llenar a habitación en un tono bajo y suave que no tardó en tranquilizar al pequeño.


”Ven, sueño, ven.
Sueño, ven a mi hijo,
¡apresúrate!
Pon a dormir sus abiertos ojos,
coloca tu mano sobre sus ojos brillantes,
así como en su boca susurrante.
No dejes que su boca eche a perder su sueño..."


Con toda la ternura posible dejó un beso en la frente de Abel una vez le tumbó en la cuna que había sido preparada para él en ese viaje. Entonces devolvió la atención al vampiro que no había hecho un solo ruido desde que Rania comenzó a calmar a su hijo. - No voy a discutir aquí, no dejaré que vuelvas a asustar a Abel. - Podía temerle, de hecho lo hacía, pero nada ni nadie causaría malestar a su hijo si ella podía evitarlo. No esperó respuesta por parte del vampiro cuando salió del camarote e instó a la nodriza para que se quedara con Abel por si se despertaba con hambre y necesitaba cuidados. Una vez se aseguró de que todo estaba correcto se movió por el barco hasta encontrar otro lugar en el que poder hablar o simplemente escuchar como hasta entonces. No deseaba montar otra escena como la que había tenido que soportar ante toda la tripulación por lo que uno de los otros camarotes, uno de menor categoría serviría. - Tú hablas de confianza, hablas de amor… - el rencor escapaba en cada palabra sin poder quitarle los ojos de encima, jamás había tenido tal lío de sentimientos, en ese momento le odiaba. - Tú eres el primero que ha roto sus promesas, ¿o acaso no has cometido los asesinatos de los que se te acusa? - el del padre biológico de Abel lo había pasado por la explicación que dio y le protegió mintiendo a la policía en su favor, pero ¿la taberna? Esa aberración apareció en todas las portadas el día siguiente a que ocurriera y James tampoco había pasado esa noche con ella. Lo recordaba bien. Así como la sangre que empapaba sus ropas a la mañana siguiente. - No me exijas respeto, no me exijas lealtad cuando para ti esas palabras con tal facilidad en pos de sangre y muerte - desdén y desapego era lo que quedaba en ella en ese momento, no respetaba la actitud de James en aquel ataque ni en la actualidad buscándola y tratándola así.

- Sé que ahora no dejarás que me vaya, lo tengo claro. Pero quiero que sepas que lo único que me ata a ti es Abel. Me quedaré con él y lucharé contigo de la manera que sea necesaria para asegurar su bienestar  - no sabía de donde estaba sacando fuerzas para exponerse de esa forma, para enfrentarle tan soberbia y decidida, quizás del amor por ese niño, quizás porque estaba cansada de que la manipularan por el mero hecho de ser hija de o esposa de. Nunca había llevado la contraria a James en nada de esa forma ni había hablado con tal franqueza estando enfada aún sabiendo que aquello podría acabar de la peor de las maneras. Si ella estaba fuera de sí, James no era menos y por supuesto la capacidad del vampiro para controlar sus impulsos era mucho más escasa que la de la joven. - Disfruta de tu rehén, a tu esposa la perdiste en aquella taberna.-
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Peonías bajo la lluvia |Privado Empty Re: Peonías bajo la lluvia |Privado

Mensaje por Danna Dianceht Lun Oct 26, 2015 7:55 am

El amor es aquella cruenta batalla, por la que morimos y revivimos sin cesar,
por ver una vez más, los ojos de nuestros bien amados.
 
—Anónimo —



Los pasos de los caballos retumbaban fuerte contra el suelo de tierra que se abría paso allá donde ellos pisaban. No llegaría, lo sabía. Aun así debía de intentarlo. Y con sus fuerzas y la de los caballos, lo intentó. Mandó al chofer acelerar el paso, para llegar antes de tiempo pero no fue suficiente. ¿Por qué habría sido tan descuidada? Se preguntó recelando de sus propios instintos, al no prever un golpe así de parte del esposo de la joven. Era cierto que ella no debía de haber metido en medio, pero esa fase ya la habían superado. La joven tenía miedo por ciertos motivos que no llegó a confesarle, al “padre” de su hijo y esposo enamorado hacia donde ella sabía y conocía de ellos dos. Cuando en sus tiempos la duquesa conoció a su oscuro, también la gente había hablado en demasiadas ocasiones sobre ambos, atribuyéndoles un amor casi parecido al que una vez se profesaron los padres de la madre de Danna, todos ya difuntos muchos años atrás. Así de habladurías y oír más de lo que debía, o simplemente de saber escuchar conversaciones ajenas para estar alerta que se tramaba en las cortes, había oído que la nueva pareja de enamorados habían sido los condes Ruthven’s, y ellos como tal, habían hecho olvidar cualquier otro mormullo de cualquier otra pareja al alcance de las habladurías.

Mientras corría a fuerzas marchadas hacia el puerto donde había dejado a Rania, en su mente aparecieron ambos enamorados, ahora duques y sonrío al recordar la boda de ellos, donde había sido invitado y había asistido, pudiendo allí entablar conversación y la primera cercanía con Rania para un fructífera amistad futura que esperaba poder tener. Desde que Irina había desaparecido, en Escocia unos a los otros debían de protegerse, cuidar sus espaldas y buscar aliados, amigos, antes de que todos fueran enemigos. No eran buenos tiempos para Escocia, más después del problema de los campos, todo había empeorado. Por eso era de vital importancia crear amistades. Ella había dicho y le había prometido a Rania que todo lo que estaba viviendo terminaría bien para todos, y que cuando lo necesitase ella estaría allí para socorrerla. Obviamente, Rania quizás no supiese todavía de su naturaleza sobrenatural como licántropa, pero cada una de sus palabras habían sido dichas de todo corazón. No había marcha atrás una vez confiaba su palabra a alguien, y a la primera, la había dejado desprotegida ante el peligro. Le había fallado y era imperdonable, no se lo perdonaría de llegar a pasarle algo y ser ella la culpable por su descuido.

¡Más veloz! —Ordenó de nuevo — ¡Así jamás llegaremos antes de que el barco zarpe!

El chofer pareció replicarle, por suerte atendió a sus palabras y puso a los caballos a tomar una velocidad más considerable en esos últimos tramos que les quedaba por llegar frente al puerto, y por ende, frente al barco donde Rania viajaría. La duquesa en el interior procuró calmarse y recordando lo poco que conocía y había entablado conversación con James, intentó tranquilizarse. Estaba enamorado de su esposa humana, y entendía tras haberlo vivido en carne propias años atrás como era la unión de un vampiro con una humana, la fascinación de sentirse humanos de nuevo, los sentimientos produciendo en el corazón helado y frío de los vampiros, espurnas de luz, haciéndolos latir de nuevo. Para un vampiro, el revivir o sentir más de lo que debería, era una paz totalmente ilógica y también violenta. Matarían sin dudar a quienes intentase llevarse o arrebatarles a sus preciadas joyas mortales, y James sería capaz de ello, no tenía duda. No obstante, los vampiros también entendían de ser depredadores. Viles cazadores que eran atraídos por el miedo de sus víctimas, y Rania estaba tan aterrorizada por la vida de su hijo, que aquello a partes iguales podría atraer la furia del conde, o por el contrario, su lado más cauto y bueno. Seguramente el lado que había sacado con ella y por el cual ella, se había enamorado perdidamente de él.

El amor era complicado, y a pesar de su paz interior con Scott, ella también temía que todo a su alrededor cayese en cualquier momento inesperadamente. La felicidad tenía un alto precio, y normalmente solía cobrárselo con creces. Por ello desde el primer minuto de encontrar a la condesa, la había comprendido aún sin palabras, solo con verla había sido suficiente para saber que lo que le ocurría. Y si James la había hecho huir, ahora James la querría de nuevo con él. Suspirando, la duquesa miró apresurada y nerviosa por la ventanita del carruaje, esperando ver el barco todavía a puerto. Los caballos relincharon al terminar el sinuoso camino del bosque y dirigiéndose hacia el puerto, acercándose a él, finalmente ante Danna lo que tanto temía, se hizo realidad. El barco se iba, y el aroma de Rania y el de James se perdían mar adentro. Ya solo era el barco un borrón lejano en la costa, encaminándose a tierras francesas, más allá de su protección y de su vigilancia. ¿Qué sucedería ahora con ellos? Solo quedaba rezar y esperar, que James no la castigara y pudiera comprender a la joven mortal que había hecho su esposa. El amor dolía y tanto que lo hacía, y con ellos parecía solo empezar.



TERMINADO
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