Sin darte cuenta, te puedes meter en la boca del lobo [Privado]

por **Corinne Strasse** Lun Abr 14, 2014 10:42 am

La vida nos enseña que sólo somos felices a costa de alguna ignorancia.
Anatole France

Un nuevo día, con aquellas eternas y solitarias horas en ausencia de Astor en la gran mansión. Corinne almorzaba con calma, lentamente en lo que volvía a lamentarse de la ausencia de su prometido. Aquella casa, sin él parecía aún mucho más grande de lo que de por sí era y el ir en la noche a buscarle, a dormir con él ya no se hacía tan divertido. Ya no oía sus gruñidos, ni sentía sus brazos acercándola a él para calmarla y protegerla de las pesadillas mientras seguía haciéndose el molesto hasta dormirse a su lado. Simplemente ya no se encontraba y esta vez se había ido por unas largas semanas, como le había dicho en su despedida.

Suspiró tristemente y levantándose de la silla en la que permanecía sentada junto a la mesa, recogió lo poco que había ensuciado. Un plato y un vaso de jugo y los llevó a las cocinas, donde estos días se encontraba solitaria también. En ausencia de Astor, solo Corinne residía y comía en la casa, junto con los tres sirvientes que contaban, por lo que la cocinera en muy poco tiempo tenía preparada la comida para todos, y el resto del tiempo por sugerencia de Corinne salía de compras, de paseo o simplemente descansaba. Cada uno de los sirvientes de la casa, eran muy amables y buenos con ella desde el primer instante en que siendo una completa desconocida entró a vivir junto a ellos. No obstante, aunque los sirvientes no dormían en la casa principal, había pasado buenos momentos con ellos y la habían aceptado gratamente, por lo que estas semanas ella se lo recompensaba a cada uno. Algunos tenían los días libres, otros apenas tenían trabajo, por lo que al terminar podían escaquearse y hacer lo que les gustase más sin tener que estar pendiente de ella las 24 horas del día, como Astor había querido que hicieran con ella.

Tras dejar el vas vacio y el plato en la encimera de la cocina, se encaminó hacia la entrada de la cocina y saliendo por la que se consideraba puerta trasera fue hacia las cuadras, donde le aguardaba preparado uno de los corceles que preparaba para poner en marcha el criadero, ensillado y listo para galopar. — Buenos días Derek. ¿Todo bien por aquí? —Preguntó al llegar, yendo hacia el caballo que le esperaba, uno de los oscuros sementales. El que más le gustaba a Astor y solía montar cuando pasaba algún rato con ella. El joven sin haberla escuchado se sobresaltó y sonriendo asintió, una vez pudo reconocer la dulce voz de ella antes siquiera de tener que verla. —Señora Gray. La mañana ha sido productiva, no ha habido muchos cambios y el tiempo de crianza se acerca, pronto las yeguas estarán listas. —Le informó siguiendo limpiando una de las cuadras. Ella asintió y de un ágil saltó se sentó sobre la silla de montar. El caballo resopló nervioso, contenido como se encontraba atado a uno de los postes. Una de las manos mientras la diestra se agarraba a las cuerdas del caballo, la otra lo desataba del poste y tras una breve despedida, deseando ir a cabalgar para olvidarse de lo que le perturbaba estar sin Astor, dejó que el caballo saliera al galope, dirigiéndose donde él quisiese. Siempre y cuando se moviera entre las lindes de los terrenos de Gray, bastante extensos.

Pasó toda la mañana en los campos galopando, hasta que entrada la tarde, tras detenerse y quedarse dormida en un campo lleno de amapolas y el caballo comiendo hierbas por su alrededor, decidió volver de nuevo a la mansión al darse cuenta de que el sol pronto empezaría a esconderse entre las montañas. Así volvieron sobre las huellas de sus pasos, y en unos minutos llegaron ante la mansión Gray y sus jardines, cuando a lo lejos vio de una figura acercarse también hacia la entrada. Viéndolo de lejos no conseguía saber de quién se trataba, no le reconocía. ¿Sería un amigo de su prometido? Astor no parecía tener íntimos amigos o al menos no, que ella hubiera conocido por él. Si tenía contactos y amistades, muchas, sin embargo normalmente no se atendía mucho en sus contestaciones cuando le preguntaba por sus más allegados.

— Vamos, Tark. Vayamos a ver quién es.—Susurró al oído del animal, acariciándole las crines, agarrándose de nuevo a él en cuando le hizo volver al galope y así interceptar al visitante en medio del camino del bosque desde donde había salido y la mansión Gray que era donde parecía dirigir sus pasos. Al acercarse al hombre, le sonrío y relajando el agarre de las riendas, tomando de reojo una breve ojeada a que el vestido que llevaba tapara los pantalones de montar que usaba bajo la falda, hizo detener a Tark. Sus verdes orbes se clavaron en los ajenos y amablemente sonrío. — Buenas tardes caballero— Saludó tras que su corcel se detuviera a pocos pasos de aquel joven desconocido. ¿Buscaría a Astor? Se preguntó Corinne viendo en él, el mismo uniforme con el que su prometido muchas veces se iba a trabajar antes de que los primeros rayos de sol alumbraran un nuevo día. Antes de que ella despertara. — ¿Os puedo ayudar en algo?