AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Memories of the dead | Privado [+18]
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Memories of the dead | Privado [+18]
"Uno, dos, tres. A cada paso que das sientes cómo retumba tu cuerpo. Te sientes cansada; los ojos te pesan y tus manos están magulladas desde la punta de los dedos hasta el inicio de tu muñeca. Pero no te importa. Estás anestesiada. Flotas, como en una nube, por encima del suelo. Ella te ha ordenado que no sientas. Que no pienses. Que no digas. Que no veas. Que no entiendas. A tu alrededor todo es confuso. La ilusión te atrapó desde que la miraste a los ojos. Pero eso no lo sabes. Sólo sabes lo que ella quiere que sepas. Te hace sentir segura, caminar con despreocupación, aunque tengas el abismo bajo tus pies. No te darás cuenta. Has caído en sus redes. No puedes escapar. Su voz te provoca anhelo. Sus labios, deseo. No puedes evitar acercarte a ella. Más. Y más. Y más. Una siniestra sonrisa y una carcajada posterior. No le importas, y lo sabes, pero te da lo mismo. Necesitas acercarte. Te atrae como un imán. Te hace sentir plena, llena, como nunca antes te habías sentido. Y aunque sabes que beberá de ti, que te rasgará la vida y te destrozará, no puedes huir. No quieres huir.
Te precipitas. Estás tan cerca del abismo que aunque no puedes verlo por su hechizo, notas esa sensación de cosquilleo en el estómago. Vértigo. Miedo. Pero te tiene bien atrapada. No dejará que mueras... Sería un desperdicio de sangre. Ahora la ilusión se vuelve oscura. Tétrica. Tenebrosa. Tienes miedo y quieres gritar. Quieres salir corriendo pero los pies no te responden. Añoras tu hogar, tu vida, que aunque patética, tiene más sentido. Te das cuenta de lo que has hecho. Tu familia yace muerta a tus pies. Degollados. Estás cubierta de sangre. Y eso te gusta. Y el hecho de que te guste te provoca pavor. Terror. Gritas en silencio. Nadie te oye. A nadie le interesas. No importas. Le perteneces, y no puedes hacer nada para remediarlo. Tu hora se acerca y eres incapaz de aceptarlo. Morirás. Morirás y sabes que te dolerá. Ahora el monstruo disfruta mostrándote lo que te pasará. A tu alrededor se dibuja un siniestro escenario del que no puedes escapar. Y de repente... Dolor. Un dolor intenso que se inicia en tu cuello y recorre tu espalda. Sientes que las piernas te flaquean. Tiemblas. Tiemblas y caes. Y los brazos fríos y firmes de la mismísima muerte te recogen antes de que toques el suelo. Ella. Tu tortura. Tu obsesión. Tu captora... Y tú eres simplemente un aperitivo."
Se limpió la comisura de los labios con la manga de aquel vestido que hacía apenas unas horas hubo sido de gala, manchándolo del escarlata de la sangre ajena. Los cadáveres a su espalda se amontonaban en una pequeña pira que en escasos minutos comenzaría a arder... Y aún así, todo cuanto reflejaba su mirada era una profunda indiferencia. El aburrimiento de una vida eterna como la suya sólo se veía quebrado parcialmente con matanzas como aquella, aunque con el paso de los años incluso dejaba de ser suficiente. Lo que sí era cierto es que nunca se cansaba de hacer aquello. Jugar con las mentes débiles de los humanos la complacía de una manera tan siniestra que era difícil de explicar. Sería que con el inexorable paso del tiempo a su alrededor, se había hecho más retorcida si cabe. O eso, o que en el fondo realmente sólo encontraba diversión en la destrucción, en el dolor provocado sobre otros. Y es que joder, había que reconocer que era entretenido. Planear cómo cautivar a las víctimas, y luego degustar cada paso previo a su muerte, a su final. Hacerles daño. Y disfrutarlo. Nada le pesaba el crimen, estaba claro. Su conciencia llevaba muerta mucho tiempo, si es que alguna vez estuvo presente.
Prendió fuego a los cadáveres y se sentó en el césped a contemplar cómo ardían, sin mostrar ninguna emoción. Ni por dentro ni por fuera. Ahora que su diversión había terminado, se sentía tan vacía y hastiada como antes. Y no, no era agradable. Aletheïa era un ente destructivo. Necesitaba la acción para subsistir sin volverse loca. Por suerte para los ciudadanos de París que aún paseaban por las calles pese a las horas, se hallaba lo suficientemente lejos del centro como para que no corriesen ningún peligro. De momento. El caserón abandonado a su espalda había resultado un buen escondite para torturar a sus víctimas antes de devorarlas. Le fastidiaba un poco tener que alejarse de la ciudad para satisfacer sus deseos, pero aunque se supiera superior en todos los niveles a los humanos, era lógico que si cometiera todos aquellos crímenes en plena ciudad, comenzaran a sospechar. Y una cosa era no esconderse, y otra muy diferente era ser estúpida. Y de estúpida nunca había tenido nada. El humo atrajo a animales de toda clase, e incluso a algún que otro lobo que nada más verla retrocedían sin pensárselo dos veces. Quedaba claro quién era la bestia en aquella situación... Un crujido a su espalda la hizo envararse de inmediato. ¿Quién narices osaba interrumpir su momento de relajación? Sus colmillos volvieron a abrirse paso entre sus labios, mas se limitó a esperar a que quien fuera que fuese, se acercara lo suficiente para olerle e identificarle. Nunca es bueno adelantar acontecimientos.
Te precipitas. Estás tan cerca del abismo que aunque no puedes verlo por su hechizo, notas esa sensación de cosquilleo en el estómago. Vértigo. Miedo. Pero te tiene bien atrapada. No dejará que mueras... Sería un desperdicio de sangre. Ahora la ilusión se vuelve oscura. Tétrica. Tenebrosa. Tienes miedo y quieres gritar. Quieres salir corriendo pero los pies no te responden. Añoras tu hogar, tu vida, que aunque patética, tiene más sentido. Te das cuenta de lo que has hecho. Tu familia yace muerta a tus pies. Degollados. Estás cubierta de sangre. Y eso te gusta. Y el hecho de que te guste te provoca pavor. Terror. Gritas en silencio. Nadie te oye. A nadie le interesas. No importas. Le perteneces, y no puedes hacer nada para remediarlo. Tu hora se acerca y eres incapaz de aceptarlo. Morirás. Morirás y sabes que te dolerá. Ahora el monstruo disfruta mostrándote lo que te pasará. A tu alrededor se dibuja un siniestro escenario del que no puedes escapar. Y de repente... Dolor. Un dolor intenso que se inicia en tu cuello y recorre tu espalda. Sientes que las piernas te flaquean. Tiemblas. Tiemblas y caes. Y los brazos fríos y firmes de la mismísima muerte te recogen antes de que toques el suelo. Ella. Tu tortura. Tu obsesión. Tu captora... Y tú eres simplemente un aperitivo."
Se limpió la comisura de los labios con la manga de aquel vestido que hacía apenas unas horas hubo sido de gala, manchándolo del escarlata de la sangre ajena. Los cadáveres a su espalda se amontonaban en una pequeña pira que en escasos minutos comenzaría a arder... Y aún así, todo cuanto reflejaba su mirada era una profunda indiferencia. El aburrimiento de una vida eterna como la suya sólo se veía quebrado parcialmente con matanzas como aquella, aunque con el paso de los años incluso dejaba de ser suficiente. Lo que sí era cierto es que nunca se cansaba de hacer aquello. Jugar con las mentes débiles de los humanos la complacía de una manera tan siniestra que era difícil de explicar. Sería que con el inexorable paso del tiempo a su alrededor, se había hecho más retorcida si cabe. O eso, o que en el fondo realmente sólo encontraba diversión en la destrucción, en el dolor provocado sobre otros. Y es que joder, había que reconocer que era entretenido. Planear cómo cautivar a las víctimas, y luego degustar cada paso previo a su muerte, a su final. Hacerles daño. Y disfrutarlo. Nada le pesaba el crimen, estaba claro. Su conciencia llevaba muerta mucho tiempo, si es que alguna vez estuvo presente.
Prendió fuego a los cadáveres y se sentó en el césped a contemplar cómo ardían, sin mostrar ninguna emoción. Ni por dentro ni por fuera. Ahora que su diversión había terminado, se sentía tan vacía y hastiada como antes. Y no, no era agradable. Aletheïa era un ente destructivo. Necesitaba la acción para subsistir sin volverse loca. Por suerte para los ciudadanos de París que aún paseaban por las calles pese a las horas, se hallaba lo suficientemente lejos del centro como para que no corriesen ningún peligro. De momento. El caserón abandonado a su espalda había resultado un buen escondite para torturar a sus víctimas antes de devorarlas. Le fastidiaba un poco tener que alejarse de la ciudad para satisfacer sus deseos, pero aunque se supiera superior en todos los niveles a los humanos, era lógico que si cometiera todos aquellos crímenes en plena ciudad, comenzaran a sospechar. Y una cosa era no esconderse, y otra muy diferente era ser estúpida. Y de estúpida nunca había tenido nada. El humo atrajo a animales de toda clase, e incluso a algún que otro lobo que nada más verla retrocedían sin pensárselo dos veces. Quedaba claro quién era la bestia en aquella situación... Un crujido a su espalda la hizo envararse de inmediato. ¿Quién narices osaba interrumpir su momento de relajación? Sus colmillos volvieron a abrirse paso entre sus labios, mas se limitó a esperar a que quien fuera que fuese, se acercara lo suficiente para olerle e identificarle. Nunca es bueno adelantar acontecimientos.
Última edición por Aletheïa L. Tsakalidis el Sáb Mayo 02, 2015 7:38 pm, editado 1 vez
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/09/2013
Re: Memories of the dead | Privado [+18]
Los pecados de unos pocos al final suelen acabar mancillando al resto de personas que los rodean. Los motivos no solían estar claros, pero entonces se hacía efectivo ese dicho que dictaban que todos pagaban justos por pecadores. En mi caso, esto se hacía más que evidente. Pensé que al llegar a convertirme en el líder de una de las facciones más importantes de la Inquisición, los errores que arrastraban el resto de facciones no me tocarían de igual forma que si fuera un soldado más. Obviamente, me equivocaba. Ser líder te hace convertirte inmediatamente en el responsable de todos los errores, pasados y futuros de aquellos a los que te toca liderar. Y si había algún condenado que hubiera provocado los suficientes problemas como para ser considerado en sí mismo como un auténtico peligro, tanto para compañeros como para enemigos, esa era sin duda, mi esposa. Aletheïa era el demonio sediento de sangre y lleno de rabia en el que todos pensaban cuando mencionaban la palabra "vampiro". Obviamente no era algo que yo hubiera supuesto cuando decidí convertirla. Hay a personas a quienes el paso de una vida a otra les sienta de maravilla. Y ese había sido su caso, pero en el peor de los sentidos. Dejó de lado todo lo que antaño la hizo ser humana: la fe, la conciencia, la piedad... la capacidad para sentir algo, en general. Y por ese motivo, abandoné la Inquisición. No necesitaba saber más de sus crímenes. Ni quería saberlo.
Dejó de ser aquella muchacha vivaz, alegre y amante de la vida, para convertirse en una vorágine descontrolada de emociones desagradables. Y lo peor de todo es que, pese a eso, pese a ese cambio tan drástico, no podía dejar de amarla. Quizá realmente fuese masoquista, o quizá estuviese demasiado anclado en la costumbre o en las creencias. No lo sé. Pero aún hoy, sigo amándola como al principio. Aunque su forma de ser lo haga todo más complejo. Y sé que ella, muy en el fondo de su helado corazón, también siente lo mismo. Aunque me culpa de su desdicha, de no haber sido capaz de completar su "misión" en este mundo. Me culpa de no haber permitido que tuviera un hijo propio. Tal vez erré al convertirla antes de dejar que quedara encinta, pero me obsesioné tanto con ella que no pensé en la posibilidad de que ningún otro se acercara a ella. Era mía. La quería para mi. Era y es lo más valioso que haya tenido nunca. Y después de convertirla... No me parecía una buena idea darle un bebé a alguien como ella. ¿Qué podría haberle hecho? Aletheïa no conocía el significado de la clemencia. No sentía remordimientos, no sentía pena, ni dolor. Estaba tan obsesionada con tener un niño como yo lo estuve por tenerla de compañera. Demasiado peligroso.
Seguí su aroma y el de la sangre que manchaba sus ropajes hasta el bosque, y desde allí hasta el pantano. La columna de fuego y humo no logró enmascarar aquel terrible aroma a destrucción que siempre la rodeaba. Era su esencia. Formaba parte de su ser. Era un ente maligno. Trágico. Pero estaba vacía. Y sabía que yo conocía esa parte de sí misma. Quizá ese fuera el motivo por el que trataba de alejarme de ella a toda costa. Yo desenmascaraba ese terrible vacío que gobernaba todo su interior. Y ella no sabía cómo compartir esas sensaciones, no sabía cómo lograr que disminuyeran. No sabía cómo seguir siendo ella misma estando con otra persona. - Debí haber imaginado que estarías aquí... Sobre todo al ver el humo desde casa. ¿Quién si no iba a preparar una hoguera a estas horas de la noche? -Deposité mi diestra sobre su hombro y sonreí levemente. La expresión ida de su rostro me dejó claro que estaba pensando justamente en lo mismo que yo. - Aleth... Deberíamos marcharnos. No creo que tarden mucho en verse atraídos por todo este caos... Has llamado suficiente la atención por hoy. Vuelve conmigo a casa... -Me senté frente a ella y la miré a los ojos. Estaban tan vacíos como los recordaba. Pero seguían siendo exactamente igual de hermosos.
Dejó de ser aquella muchacha vivaz, alegre y amante de la vida, para convertirse en una vorágine descontrolada de emociones desagradables. Y lo peor de todo es que, pese a eso, pese a ese cambio tan drástico, no podía dejar de amarla. Quizá realmente fuese masoquista, o quizá estuviese demasiado anclado en la costumbre o en las creencias. No lo sé. Pero aún hoy, sigo amándola como al principio. Aunque su forma de ser lo haga todo más complejo. Y sé que ella, muy en el fondo de su helado corazón, también siente lo mismo. Aunque me culpa de su desdicha, de no haber sido capaz de completar su "misión" en este mundo. Me culpa de no haber permitido que tuviera un hijo propio. Tal vez erré al convertirla antes de dejar que quedara encinta, pero me obsesioné tanto con ella que no pensé en la posibilidad de que ningún otro se acercara a ella. Era mía. La quería para mi. Era y es lo más valioso que haya tenido nunca. Y después de convertirla... No me parecía una buena idea darle un bebé a alguien como ella. ¿Qué podría haberle hecho? Aletheïa no conocía el significado de la clemencia. No sentía remordimientos, no sentía pena, ni dolor. Estaba tan obsesionada con tener un niño como yo lo estuve por tenerla de compañera. Demasiado peligroso.
Seguí su aroma y el de la sangre que manchaba sus ropajes hasta el bosque, y desde allí hasta el pantano. La columna de fuego y humo no logró enmascarar aquel terrible aroma a destrucción que siempre la rodeaba. Era su esencia. Formaba parte de su ser. Era un ente maligno. Trágico. Pero estaba vacía. Y sabía que yo conocía esa parte de sí misma. Quizá ese fuera el motivo por el que trataba de alejarme de ella a toda costa. Yo desenmascaraba ese terrible vacío que gobernaba todo su interior. Y ella no sabía cómo compartir esas sensaciones, no sabía cómo lograr que disminuyeran. No sabía cómo seguir siendo ella misma estando con otra persona. - Debí haber imaginado que estarías aquí... Sobre todo al ver el humo desde casa. ¿Quién si no iba a preparar una hoguera a estas horas de la noche? -Deposité mi diestra sobre su hombro y sonreí levemente. La expresión ida de su rostro me dejó claro que estaba pensando justamente en lo mismo que yo. - Aleth... Deberíamos marcharnos. No creo que tarden mucho en verse atraídos por todo este caos... Has llamado suficiente la atención por hoy. Vuelve conmigo a casa... -Me senté frente a ella y la miré a los ojos. Estaban tan vacíos como los recordaba. Pero seguían siendo exactamente igual de hermosos.
Última edición por Abaddon V. Tsakalidis el Dom Ene 25, 2015 1:55 pm, editado 1 vez
Abaddon V. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/05/2014
Re: Memories of the dead | Privado [+18]
Hay veces en la vida, en que el vacío que te recorre es tal que sientes como si flotaras por el tiempo, en lugar de mecerte a su compás. Y en aquellos momentos era precisamente así como se sentía. Después de haber desatado toda aquella furia, todo aquel caos sobre aquellos inocentes, se sentía tan horriblemente vacía que incluso parpadear se le hacía pesado. Y no era la primera vez que le pasaba. Llevaba sintiéndose así tanto tiempo que ya apenas recordaba cómo era su vida sin esa desagradable emoción. Sin ese hastío. Observó el humo ascender hacia el cielo en grandes volutas, impregnando todo el aire circundante de aquel gas irrespirable. Pero ella no lo notaba. No notaba ninguna diferencia entre el oxígeno y la carencia del mismo, puesto que ya no necesitaba respirar. No necesitaba comer. No necesitaba dormir. No era humana. Y quizá por eso se empeñaba tanto en hacer cosas que dejaran aún más clara esa carencia de humanidad. Tal vez, sólo tal vez, esforzándose por parecer aún más inhumana de lo que ya de por sí era, ello le provocaría alguna emoción distinta a la de indiferencia. Pero no estaba funcionando. Ya nada funcionaba. Su cuerpo, su espíritu, todo su ser, parecía estar en pausa. Y aquella carencia de motivación la estaba volviendo loca, lo cual la convertía en un auténtico peligro para todo aquel que tuviera la mala suerte de cruzarse en su camino. El monstruo había vencido hacía mucho, y no había nada que pudiera hacerla cambiar.
Ni siquiera él. Se dio cuenta de su presencia justo antes de que su mano ejerciera aquella leve presión en su hombro. ¿Cuánto tiempo había pasado ocultándose de él, evitando toparse con aquella mirada reprobadora que no hacía sino recordarle que ya no era la mujer de antaño? Demasiado, quizá. Ninguno de los dos era como antes, pero no había duda de que sus cambios habían sido mucho mayores. En el mal sentido. Mientras que él se había vuelto más taciturno, más silencioso, y menos dado a compartir sus pensamientos; Aletheïa se esforzaba a diario por hacerse notar, destruyendo todo cuanto la rodeaba de forma cada vez más violenta. Lo necesitaba. Si la rabia era la única emoción que aún era capaz de sentir, abusaría de ella hasta la saciedad, sin importarle el dolor que pudiera causar al resto. ¿Acaso a ellos les importaba lo más mínimo aquel hondo silencio que poco a poco iba apoderándose de su alma? Si es que aún tenía algo parecido a eso. No. El mundo entero ignoraba que estar sumido en aquella oscuridad eterna por tanto tiempo puede ser más doloroso que la peor de las torturas. ¡Ah! Y ella sabía mucho acerca de torturas, disfrutaba reinventando nuevas y terribles formas de provocar sufrimiento en aquellos que llaman su atención de alguna forma. O la de su marido. Sobre todo la de su marido. No soportaba que nadie se acercara a él sin ella estar de acuerdo. Él le pertenecía, y no debía ser de otra forma.
- Oh, Abaddon... ¿dónde sino podría estar? Además de permitirme hacer hogueras de cadáveres, este lugar apartado me permite correr y disfrutar de la naturaleza que vos mismo me otorgasteis... Lo que realmente me extraña es que vos no vengáis más a menudo. Quizá deberíais pasar más tiempo conmigo, así recuperaríais esa ferocidad que tanto os falta. Ver vuestra ropa tan inmaculada me da repelús. -Murmuró, a sabiendas de que a su esposo no le gustaba que le hablara de aquella forma tan respetuosa. Y menos, cuando sabía perfectamente que lo hacía por fastidiarle. La ironía era una vieja compañera de la vampiresa, y un viejo enemigo del inquisidor. Pero ambos se habían acostumbrado a vivir con ella, y ahora sentían que, simplemente, no podía ser de otra forma. Observó sus ojos sin verlos realmente. Entre ellos hacía mucho que se había abierto un abismo insalvable, y nada que pudieran hacer lograría remediarlo. - Pues yo creo que deberíamos quedarnos justo donde estamos. Para mi nunca es suficiente, ya lo sabéis... Y para vos tampoco debería. ¿Cuándo os volvisteis tan conformista? ¿Cuándo dejasteis de ser aquel ente cruel y caótico que una vez fue mi maestro? Me aburrís, y estáis estropeándome la vista. Me gusta ver el crepitar del fuego, e imaginar que toda esta burda y desagradable ciudad se ve destruida bajo su poder. Mirad conmigo, o marcharos. Pero dejad de ser tan terriblemente correcto conmigo, u os odiaré como... Bah. -No, ni en un millón de años podría conseguir odiarlo. Era, simplemente, imposible. Quería creer que era porque la costumbre podía más que el aburrimiento, pero en el fondo, muy en el fondo, sabía que aún lo amaba. Aunque tuviera más razones para aborrecerlo que para tolerarlo.
Ni siquiera él. Se dio cuenta de su presencia justo antes de que su mano ejerciera aquella leve presión en su hombro. ¿Cuánto tiempo había pasado ocultándose de él, evitando toparse con aquella mirada reprobadora que no hacía sino recordarle que ya no era la mujer de antaño? Demasiado, quizá. Ninguno de los dos era como antes, pero no había duda de que sus cambios habían sido mucho mayores. En el mal sentido. Mientras que él se había vuelto más taciturno, más silencioso, y menos dado a compartir sus pensamientos; Aletheïa se esforzaba a diario por hacerse notar, destruyendo todo cuanto la rodeaba de forma cada vez más violenta. Lo necesitaba. Si la rabia era la única emoción que aún era capaz de sentir, abusaría de ella hasta la saciedad, sin importarle el dolor que pudiera causar al resto. ¿Acaso a ellos les importaba lo más mínimo aquel hondo silencio que poco a poco iba apoderándose de su alma? Si es que aún tenía algo parecido a eso. No. El mundo entero ignoraba que estar sumido en aquella oscuridad eterna por tanto tiempo puede ser más doloroso que la peor de las torturas. ¡Ah! Y ella sabía mucho acerca de torturas, disfrutaba reinventando nuevas y terribles formas de provocar sufrimiento en aquellos que llaman su atención de alguna forma. O la de su marido. Sobre todo la de su marido. No soportaba que nadie se acercara a él sin ella estar de acuerdo. Él le pertenecía, y no debía ser de otra forma.
- Oh, Abaddon... ¿dónde sino podría estar? Además de permitirme hacer hogueras de cadáveres, este lugar apartado me permite correr y disfrutar de la naturaleza que vos mismo me otorgasteis... Lo que realmente me extraña es que vos no vengáis más a menudo. Quizá deberíais pasar más tiempo conmigo, así recuperaríais esa ferocidad que tanto os falta. Ver vuestra ropa tan inmaculada me da repelús. -Murmuró, a sabiendas de que a su esposo no le gustaba que le hablara de aquella forma tan respetuosa. Y menos, cuando sabía perfectamente que lo hacía por fastidiarle. La ironía era una vieja compañera de la vampiresa, y un viejo enemigo del inquisidor. Pero ambos se habían acostumbrado a vivir con ella, y ahora sentían que, simplemente, no podía ser de otra forma. Observó sus ojos sin verlos realmente. Entre ellos hacía mucho que se había abierto un abismo insalvable, y nada que pudieran hacer lograría remediarlo. - Pues yo creo que deberíamos quedarnos justo donde estamos. Para mi nunca es suficiente, ya lo sabéis... Y para vos tampoco debería. ¿Cuándo os volvisteis tan conformista? ¿Cuándo dejasteis de ser aquel ente cruel y caótico que una vez fue mi maestro? Me aburrís, y estáis estropeándome la vista. Me gusta ver el crepitar del fuego, e imaginar que toda esta burda y desagradable ciudad se ve destruida bajo su poder. Mirad conmigo, o marcharos. Pero dejad de ser tan terriblemente correcto conmigo, u os odiaré como... Bah. -No, ni en un millón de años podría conseguir odiarlo. Era, simplemente, imposible. Quería creer que era porque la costumbre podía más que el aburrimiento, pero en el fondo, muy en el fondo, sabía que aún lo amaba. Aunque tuviera más razones para aborrecerlo que para tolerarlo.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 15/09/2013
Re: Memories of the dead | Privado [+18]
Aletheïa. Mi perdición, mi obsesión y, por supuesto, mi destrucción. Todo acababa y empezaba en ella, lo bueno, y lo malo, mi pasado, y mi futuro. Absolutamente todo tenía que ver con ella, con ese ser de ira infinita y ojos tan profundos como el universo. Ella sería la aprendiz que, no sólo superaría al maestro, sino que acabaría destruyéndolo a fin de absorber su poder, sus riquezas y su sabiduría. Y lo peor era que ambos lo sabíamos. Cada vez que me miraba veía en ella aquel acto final que, pese a no estar escrito en ninguna parte en forma de profecía, cada día tenía más claro que acabaría por suceder. Porque sabía que yo era lo único que la controlaba, que la hacía detenerse cuando se estaba excediendo en demasía, que la hacía retroceder, recordar quién había sido y todo el bien que había hecho... Simplemente, no lo soportaba. No soportaba seguir guardando en su interior parte de aquel yo pasado que jamás volvería a ser. No lo soportaba porque aquellos recuerdos conseguían sacar lo mejor de ella. Y Aletheïa sólo buscaba empeorar. Crecer hacia abajo, como yo lo llamaba, acumular cada vez más y más rabia, hasta llegar el momento en que explotara, y toda aquella furia se derramase sobre el mundo. Jamás volvería a ser el mismo. Y ella, junto con aquel vacío que crecía en su interior a medida que sus ansias de destrucción acababan con la poca bondad que aún le quedaba, quedaría en letargo hasta que algo la despertase, y entonces, el ciclo volvería a repetirse. Eternamente. Ese era el destino que nos aguardaba a ambos, porque pese a todo, pese a que estaba seguro de que podía destruirme espiritual, física y mentalmente, no podría dejarme ir. Nunca. Nos pertenecíamos, y ese vínculo, aunque solamente nos hiciera sentir miserables, era indestructible. La seguiría hasta el fin del mundo si hiciera falta, y ella me perseguiría dejando tras de sí un rastro de muerte por los siglos de los siglos. Éramos un todo completo, el yin y el yang, la paz y la guerra. La vida y la muerte. No éramos nada el uno sin el otro, aunque el dolor y el rencor fuesen nuestro pan de cada día.
- Tus palabras cargadas de frialdad, pese a lo terrible que has hecho, me hace pensar dónde has dejado a aquella tierna y servicial mujer de la que un día me enamoré. ¿No te das cuenta de que eres un peligro para ti misma y para los demás? ¿Acaso no eres capaz de encontrar un resquicio de bondad en tu interior tan cargado de rencor? ¡¿Qué demonios te pasa?! ¡¿Acaso estas pobres personas te hicieron algo?! Eres la razón por la que los inquisidores existen, la razón por la que tenemos que escondernos. ¡¿Es que no te das cuenta?! -La zarandeé bruscamente, sin dejar de buscar en sus ojos un ápice de la humanidad que nunca debió perder. Intenté que aquellas palabras hicieran eco en ella, intentando, tal vez, algo que me negaba a pensar que estuviese muerto. No, no podía estar muerto. No habría seguido con ella de ser así. ¿O acaso me equivocaba? ¿Acaso podía ignorar todo el mal que ella estaba haciendo por seguirla amando pese a todo? Tal vez. Ya ni de eso podía estar seguro. Sólo quería recuperarla, que volviera conmigo, que volviera a ser la misma. Que dejara de ser un peligro y de ponernos en peligro. Quería que mi presencia fuera suficiente para acallar aquel odio. Pero no funcionó.
Me puse en pie y me aparté de su vista, más por tratar de no enfurecerla aún más que por obedecer a su orden. Podría haberla cogido de un tirón, encerrarla en una torre y esperar a que todo aquel caos pasara. Pero no sabía si funcionaría, o si la haría volverse aún más inestable. No podía arriesgarme. - Llamas conformismo a mi evolución. Sí, reconozco que hice cosas terribles, pero no me siento orgulloso de ello, y eso me hace mejor a ti, que no ves que con toda esta furia desmedida nos pones en peligro a los dos. Y no podré protegerte siempre, Aletheïa, date cuenta de ello. No me importa si me odias, o si preferirías verme muerto. Sólo quiero que reacciones, que te des cuenta del mucho daño que te haces a ti misma, y a mi, con esta actitud. Has tenido tiempo para asumir lo que eres, para controlar tus instintos... Y simplemente, no lo haces. Te conformas. No sé quién se quedó más atrás de los dos, si tú o yo, pero siempre te creí más inteligente, más fuerte, de lo que demuestras con esta actitud tan dañina... -Mi tono de enfado se fue apaciguando lentamente. Verla allí, sentada frente al fuego, me hizo ver en el brillo de su piel un resquicio de lo que nunca debió de ser. Quizá fui yo quien se equivocó al convertirla. Quizá no le di el tiempo suficiente para acostumbrarse a la idea de que no podría conseguir aquello que llevaba anhelando toda su vida. Acerqué mi mano a su hombro nuevamente, y la acaricié sin decir nada. Ella tenía que volver. Y yo la ayudaría.
- Tus palabras cargadas de frialdad, pese a lo terrible que has hecho, me hace pensar dónde has dejado a aquella tierna y servicial mujer de la que un día me enamoré. ¿No te das cuenta de que eres un peligro para ti misma y para los demás? ¿Acaso no eres capaz de encontrar un resquicio de bondad en tu interior tan cargado de rencor? ¡¿Qué demonios te pasa?! ¡¿Acaso estas pobres personas te hicieron algo?! Eres la razón por la que los inquisidores existen, la razón por la que tenemos que escondernos. ¡¿Es que no te das cuenta?! -La zarandeé bruscamente, sin dejar de buscar en sus ojos un ápice de la humanidad que nunca debió perder. Intenté que aquellas palabras hicieran eco en ella, intentando, tal vez, algo que me negaba a pensar que estuviese muerto. No, no podía estar muerto. No habría seguido con ella de ser así. ¿O acaso me equivocaba? ¿Acaso podía ignorar todo el mal que ella estaba haciendo por seguirla amando pese a todo? Tal vez. Ya ni de eso podía estar seguro. Sólo quería recuperarla, que volviera conmigo, que volviera a ser la misma. Que dejara de ser un peligro y de ponernos en peligro. Quería que mi presencia fuera suficiente para acallar aquel odio. Pero no funcionó.
Me puse en pie y me aparté de su vista, más por tratar de no enfurecerla aún más que por obedecer a su orden. Podría haberla cogido de un tirón, encerrarla en una torre y esperar a que todo aquel caos pasara. Pero no sabía si funcionaría, o si la haría volverse aún más inestable. No podía arriesgarme. - Llamas conformismo a mi evolución. Sí, reconozco que hice cosas terribles, pero no me siento orgulloso de ello, y eso me hace mejor a ti, que no ves que con toda esta furia desmedida nos pones en peligro a los dos. Y no podré protegerte siempre, Aletheïa, date cuenta de ello. No me importa si me odias, o si preferirías verme muerto. Sólo quiero que reacciones, que te des cuenta del mucho daño que te haces a ti misma, y a mi, con esta actitud. Has tenido tiempo para asumir lo que eres, para controlar tus instintos... Y simplemente, no lo haces. Te conformas. No sé quién se quedó más atrás de los dos, si tú o yo, pero siempre te creí más inteligente, más fuerte, de lo que demuestras con esta actitud tan dañina... -Mi tono de enfado se fue apaciguando lentamente. Verla allí, sentada frente al fuego, me hizo ver en el brillo de su piel un resquicio de lo que nunca debió de ser. Quizá fui yo quien se equivocó al convertirla. Quizá no le di el tiempo suficiente para acostumbrarse a la idea de que no podría conseguir aquello que llevaba anhelando toda su vida. Acerqué mi mano a su hombro nuevamente, y la acaricié sin decir nada. Ella tenía que volver. Y yo la ayudaría.
Abaddon V. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Memories of the dead | Privado [+18]
Ahora se daba cuenta de lo evidente, del hecho de que ella y su eterno esposo jamás lograran estar más de diez minutos en la misma sala sin recriminarse lo mucho que ella había hecho mal, o lo poco que él estaba haciendo bien. Ahora se daba cuenta de una realidad que se le había estado escapando durante todo el tiempo, una dolorsa realidad, que hizo que todo su ser se tambalease durante un breve instante, para dejar paso nuevamente al más oscuro de los vacíos. No había entendido nada. Pese a todos los milenios que llevaban estando juntos, pese a todas las dificultades que habían atravesado y todos los obstáculos que habían logrado saltar, Abaddon no había entendido absolutamente nada acerca de ella, de su esposa, ni de sus sentimientos. Él realmente había llegado a creer lo que el resto de personas creían acerca de su errática forma de ser, o de la furia desmedida que siempre la rodeaba. Creía que Aletheïa era un ente enteramente destructor, que todo cuanto tenía sentido o le resultaba agradable, era acabar con todo lo que la rodeaba. Y aquella certeza, aquella confesión implícita en sus palabras, despertó más ira en ella de la que había sentido jamás. Había ignorado por completo su vacío, su necesidad de sentir algo, la necesidad de recuperar sus sentimientos humanos, convirtiéndola en el monstruo que todos pensaban que era. Y si eso era lo que creía, lo único que veía en ella, lo que realmente sentía que era. Lo sería. Se convertiría en la peor de sus pesadillas. Lo destruiría, lo haría suplicar. Le daría la razón.
Una lágrima escapó entre sus ojos eternamente secos, antes de que sus pies retrocedieran en un veloz salto. Una lágrima solitaria, la única lágrima que había derramado en siglos, y la última que derramaría por el resto de la eternidad. Una lágrima que marcaba la ruptura de la tregua entre ambos, una tegua firmada en el momento en que la hubo convertido. Ahora le demostraría lo que significaba temerla. Tomó de la hoguera una pesada rama sin mucha dificultad, para luego arrojársela a su marido, ansiosa por respirar el aroma de su piel siendo deborada por las brasas. Pagaría por su indiferencia, por las horas que había pasado fuera de su lecho, yaciendo con putas baratas, buscando en ellas un afecto que jamás se permitió sentir por ella. Pagaría por haberla convertido sin hablarle de las consecuencias, por haberla considerado un monstruo sin pensar que en parte era culpa suya. Pagaría por haberla abandonado en aquel tétrico castillo, por haber asumido que estaba perdida sin pararse antes a intentar salvarla. Pagaría por haberla convertido en lo que era: un monstruo sediento de sangre y lleno de rabia, que era incapaz de avanzar, de evolucionar. De trascender.
- Ahora veréis lo que significa realmente convertirse en un monstruo. Ahora descubriréis lo que es el dolor, el mismo que yo llevo sintiendo todos estos años. Por vuestra culpa. Oh, Abaddon... ¿Cómo he podido estar tan ciega? ¿Cómo pude pensar simplemente que vos lo comprenderíais? No sois mejor que esos estúpidos humanos. No podéis entender las emociones de alguien como yo, ni aún teniéndome justo al lado. Habéis ignorado mi dolor, mi sufrimiento, ¿y ahora pretendéis culpar de mi ira a unas ansias de sangre que hace mucho que dejé de sentir? No seáis necio, ni queráis eliminar la culpa de vos mismo. Porque la culpa es solamente vuestra. Me habéis dado forma con cada una de vuestras acciones. Primero me convertisteis, para luego despojarme de mi identidad como si no fuese más que una marioneta en vuestras manos. Os haré pagar. Os demostraré lo que significa el dolor. Os enseñaré solamente un fragmento de lo mucho que he sufrido estos años, y quizá así entenderéis que no me interesa vuestra aprobación, ni vuestro apoyo. El demonio es totalmente de vuestra creación. -Y el odio acabó de arrastrar toda su cordura mientras sus labios se cerraban en torno al pétreo cuello de aquel que nunca la amó realmente. Sus colmillos se clavaron con fuerza, con rabia... Y todo se oscureció.
Una lágrima escapó entre sus ojos eternamente secos, antes de que sus pies retrocedieran en un veloz salto. Una lágrima solitaria, la única lágrima que había derramado en siglos, y la última que derramaría por el resto de la eternidad. Una lágrima que marcaba la ruptura de la tregua entre ambos, una tegua firmada en el momento en que la hubo convertido. Ahora le demostraría lo que significaba temerla. Tomó de la hoguera una pesada rama sin mucha dificultad, para luego arrojársela a su marido, ansiosa por respirar el aroma de su piel siendo deborada por las brasas. Pagaría por su indiferencia, por las horas que había pasado fuera de su lecho, yaciendo con putas baratas, buscando en ellas un afecto que jamás se permitió sentir por ella. Pagaría por haberla convertido sin hablarle de las consecuencias, por haberla considerado un monstruo sin pensar que en parte era culpa suya. Pagaría por haberla abandonado en aquel tétrico castillo, por haber asumido que estaba perdida sin pararse antes a intentar salvarla. Pagaría por haberla convertido en lo que era: un monstruo sediento de sangre y lleno de rabia, que era incapaz de avanzar, de evolucionar. De trascender.
- Ahora veréis lo que significa realmente convertirse en un monstruo. Ahora descubriréis lo que es el dolor, el mismo que yo llevo sintiendo todos estos años. Por vuestra culpa. Oh, Abaddon... ¿Cómo he podido estar tan ciega? ¿Cómo pude pensar simplemente que vos lo comprenderíais? No sois mejor que esos estúpidos humanos. No podéis entender las emociones de alguien como yo, ni aún teniéndome justo al lado. Habéis ignorado mi dolor, mi sufrimiento, ¿y ahora pretendéis culpar de mi ira a unas ansias de sangre que hace mucho que dejé de sentir? No seáis necio, ni queráis eliminar la culpa de vos mismo. Porque la culpa es solamente vuestra. Me habéis dado forma con cada una de vuestras acciones. Primero me convertisteis, para luego despojarme de mi identidad como si no fuese más que una marioneta en vuestras manos. Os haré pagar. Os demostraré lo que significa el dolor. Os enseñaré solamente un fragmento de lo mucho que he sufrido estos años, y quizá así entenderéis que no me interesa vuestra aprobación, ni vuestro apoyo. El demonio es totalmente de vuestra creación. -Y el odio acabó de arrastrar toda su cordura mientras sus labios se cerraban en torno al pétreo cuello de aquel que nunca la amó realmente. Sus colmillos se clavaron con fuerza, con rabia... Y todo se oscureció.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Memories of the dead | Privado [+18]
Y entonces, cuando creí, conservando una falsa esperanza que hacía mucho que debería haber perdido, que mis palabras habían hecho eco en su oscuro y petrificado corazón, el infierno se desató sobre mi, sobre ambos, engulléndonos. Haciéndonos arder. Su infierno. El que llevaba despierto desde hacía milenios en el alma de mi esposa sin que yo supiera, o quisiera, darme cuenta. ¿Cómo pude haber sido tan necio? ¿Cómo pude ser tan cobarde? ¿Cómo pude ignorar su dolor, pensando que alguien como ella no podía sentir nada, y luego recriminarle precisamente el no hacerlo? ¡Tenía razón! Yo la había convertido en el monstruo que decía que era, y había estado lo bastante ciego para alimentar a la bestia, ignorando a la mujer de la que me enamoré. A la que destruí. A la que convertí en algo de lo que ni siquiera yo estaba seguro de querer convertirme. Entonces fui un egoísta, y lo sigo siendo ahora. Aletheïa fue para mi uno de los objetos más preciados de la colección de maravillas que me dediqué a confeccionar en mis primeros siglos. Y no supe valorar de ella todos los matices que la constituían. Y ahora me lo pagaba así. ¿Cómo iba a echarle toda la culpa a ella cuando era más que evidente que había sido, casi en su totalidad, mía? Quise disculparme en cuanto sus pensamientos salieron a la superficie y pude oírlos con total claridad. Quise decirle que lo sentía, que la amaba como el primer día y que todo volvería a ser como antes. Quise decirle tantas cosas... Pero el fuego, la sangre y el dolor nos sobrepasó.
- A...Aleth...Aletheïa... No hagas esto... No nos hagas esto... -Pude sentir cómo mi sangre entraba en su interior velozmente. Noté sus colmillos rasgar mi carne con más intensidad cada vez, como si tratase de causarme el mayor daño posible. Y lo hubiera hecho, de no ser porque al notar cómo el fuego mordía su piel además de la mía, reaccioné alzándola por la cintura para luego hacernos rodar por el suelo. Una mueca de dolor se dibujó en su semblante, similar a la que apareció en el mío propio. Pero sorprendentemente estaba más preocupado por lo que le ocurriera a ella al beber mi sangre que lo que su furia desmedida podría hacerme a mi. Su rostro estaba contraído, y pude leer la confusión brillando en sus ojos vacíos. Temblaba. Temblaba como nunca antes la había visto temblar. Temblaba como si estuviese sumergida en la peor de las pesadillas. Y me asusté. La agité con violencia, tratando de sacarla del trance en que ella misma se había metido, consciente de que podría ver muchas cosas que no estaba seguro de que quisiera ver con sólo beber de mi elixir vital. - ¡¡Aletheïa!! ¡¡Aletheïa!! ¡¡Despierta!! -¿Cómo demonios había podido pensar simplemente que el tiempo mataría la llama de un amor, de una pasión, que había durado tantos milenios? ¡Era un estúpido! Un completo estúpido que no valoraba lo mucho que ella había sacrificado para estar conmigo. Sus ansias de maternidad, la espiritualidad del pueblo que se vio obligada a abandonar.
- Lo siento muchísimo, amor mío... Perdona todo el daño que te he hecho... perdóname... por favor... -La herida de mi cuello fue cicatrizando rápidamente, no así las heridas que el fuego nos había infligido. Acaricié su rostro, por primera vez en muchos años, maravillándome con su tacto. Nunca me había parado a intentar ver en ella a aquella humana frágil y vivaz que alguna vez fue. Que seguía siendo. Al menos, en aspecto. Siempre pensé en ella como un cadáver andante, atribuyéndole algo que sentía por mi mismo. Y estaba equivocado. Aletheïa había estado gritando durante años por mi ayuda. Y nunca se la di. De los dos, yo era el que estaba más muerto, aunque lo intentase esconder yaciendo con mujeres por las que no sentía nada, pero que me hacían recordar épocas que realmente nunca fueron mejores. Sólo distintas. Yo también estaba estancado, en una humanidad a la que ya no pertenecía y con la que apenas podía identificarme de lejos. La diferencia entre ambos, era que ella lo aceptaba. Y yo no. Yo lo envidiaba, como si el hecho de pensar que era mejor ser como ellos me hiciera parecerme más. Me equivocaba. Los muertos no saben comportarse como los vivos. Sólo aspiran a no olvidar el significado de los valores, de las emociones, del bien y del mal. Pero renegar de mi naturaleza no era recordar. Era rechazar a todo cuanto amaba, a Aletheïa, a nuestra vida juntos. A mi identidad. ¿Quién estaba más perdido de los dos? Ahora lo tenía claro. Siempre había sido yo.
- A...Aleth...Aletheïa... No hagas esto... No nos hagas esto... -Pude sentir cómo mi sangre entraba en su interior velozmente. Noté sus colmillos rasgar mi carne con más intensidad cada vez, como si tratase de causarme el mayor daño posible. Y lo hubiera hecho, de no ser porque al notar cómo el fuego mordía su piel además de la mía, reaccioné alzándola por la cintura para luego hacernos rodar por el suelo. Una mueca de dolor se dibujó en su semblante, similar a la que apareció en el mío propio. Pero sorprendentemente estaba más preocupado por lo que le ocurriera a ella al beber mi sangre que lo que su furia desmedida podría hacerme a mi. Su rostro estaba contraído, y pude leer la confusión brillando en sus ojos vacíos. Temblaba. Temblaba como nunca antes la había visto temblar. Temblaba como si estuviese sumergida en la peor de las pesadillas. Y me asusté. La agité con violencia, tratando de sacarla del trance en que ella misma se había metido, consciente de que podría ver muchas cosas que no estaba seguro de que quisiera ver con sólo beber de mi elixir vital. - ¡¡Aletheïa!! ¡¡Aletheïa!! ¡¡Despierta!! -¿Cómo demonios había podido pensar simplemente que el tiempo mataría la llama de un amor, de una pasión, que había durado tantos milenios? ¡Era un estúpido! Un completo estúpido que no valoraba lo mucho que ella había sacrificado para estar conmigo. Sus ansias de maternidad, la espiritualidad del pueblo que se vio obligada a abandonar.
- Lo siento muchísimo, amor mío... Perdona todo el daño que te he hecho... perdóname... por favor... -La herida de mi cuello fue cicatrizando rápidamente, no así las heridas que el fuego nos había infligido. Acaricié su rostro, por primera vez en muchos años, maravillándome con su tacto. Nunca me había parado a intentar ver en ella a aquella humana frágil y vivaz que alguna vez fue. Que seguía siendo. Al menos, en aspecto. Siempre pensé en ella como un cadáver andante, atribuyéndole algo que sentía por mi mismo. Y estaba equivocado. Aletheïa había estado gritando durante años por mi ayuda. Y nunca se la di. De los dos, yo era el que estaba más muerto, aunque lo intentase esconder yaciendo con mujeres por las que no sentía nada, pero que me hacían recordar épocas que realmente nunca fueron mejores. Sólo distintas. Yo también estaba estancado, en una humanidad a la que ya no pertenecía y con la que apenas podía identificarme de lejos. La diferencia entre ambos, era que ella lo aceptaba. Y yo no. Yo lo envidiaba, como si el hecho de pensar que era mejor ser como ellos me hiciera parecerme más. Me equivocaba. Los muertos no saben comportarse como los vivos. Sólo aspiran a no olvidar el significado de los valores, de las emociones, del bien y del mal. Pero renegar de mi naturaleza no era recordar. Era rechazar a todo cuanto amaba, a Aletheïa, a nuestra vida juntos. A mi identidad. ¿Quién estaba más perdido de los dos? Ahora lo tenía claro. Siempre había sido yo.
Última edición por Abaddon V. Tsakalidis el Miér Oct 15, 2014 4:45 pm, editado 2 veces
Abaddon V. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Memories of the dead | Privado [+18]
Y por fin, ¡por fin!, tras más de cuatro milenios de oscuridad, de silencio, cuando sus ojos se cerraron, presa del hechizo al que la sangre de su marido la había sometido, pudo volver a sentir algo parecido a lo que se sentía al soñar. Sólo fue un instante, brevísimo, apenas unos minutos, pero duró lo bastante para que su mente, después de todo aquel tiempo, descansara en paz. Los recuerdos de su marido, a diferencia de los propios, estaban muy estructurados, muy ordenados, tanto era así que casi le pareció que seguían una perfecta cronología de lo que había sido su vida -o su muerte-, juntos. Y viéndose a sí misma reflejada en los ojos de su marido, se dio cuenta de muchas cosas. De cosas que, aunque habían sido evidentes desde el principio, había decidido ignorar por alguna razón que no llegaba a comprender. Se dio cuenta de lo mucho que la amaba, de lo mucho que sufría con la destrucción que causaba a su alrededor... Se dio cuenta de lo mucho que extrañaba a aquella mujer que alguna vez fue y de la que se enamoró casi a primera vista. Se dejó guiar por su mente, por sus recuerdos, como si se tratase de una simple espectadora de la realidad que ambos habían vivido. Juntos. Y se sintió en paz, como si no necesitara nada más para estar completa, plena, llena, que estar junto a él. ¿Era eso lo que significaba el amor? ¿Lo que él profesaba hacia ella? ¿Cómo no había podido verlo?
Quiso despertar en aquel instante, quiso despertar, abrir los ojos y decirle que lo sentía. Que quería aceptar su ayuda para que juntos pudieran hacer regresar a aquella Aletheïa que ambos habían perdido tras siglos, milenios, de sentimientos contradictorios y rabia descontrolada. Quiso desperar y besarle como hacía mucho que se negaba a hacerlo, decirle que nada importaba mientras él la siguiera acompañando en aquel viaje que se prolongaría por toda la eternidad. Quiso despertar, pero no pudo hacerlo... Y ambos se arrepentirían. Sus recuerdos, en un determinado momento, a partir del segundo milenio en que estuvieron juntos, comenzaron a volverse turbios, oscuros. Diferentes. Ya no había luz ni calidez, ya no existía la chispa de ese amor que al principio había admirado, maravillada. A partir de ese momento, todo comenzó a tornarse frío, indiferente. Distante. Y entre encuentro y encuentro comenzaron a desplazarse los recuerdos, los rostros y los nombres de otras muchas mujeres desconocidas, por las que parecía sentir mucho más de lo que nunca había admitido. Envidió la pureza de su piel, la dulzura con que las trataba, la devoción con que contemplaba sus rostros cuando éstas dormían junto a él después de haber yacido juntos. Su rostro se contrajo involuntariamente, incluso a través de aquel trance, en la primera mueca de dolor real que expresaba en mucho, mucho tiempo.
Y de entre todos aquellos rostros desconocidos, aborrecidos por la vampiresa, hubo uno al que prestó especial atención después de percibir el sumo interés, la absoluta delicadeza con que Abaddon la trataba. El rostro de Genie Mozart, la compositora con la que, meses atrás, vio a su marido hablar a escondidas en la cocina. Aunque entonces, claro, no le prestó ninguna atención. Pero ahora era diferente. Los sentimientos que él profesaba hacia la humana se asemejaban en demasía a los que había visto que una vez sintió por ella misma. Y eso sí que no iba a permitirlo. Poco a poco comenzó a oír la voz de su esposo cada vez más cerca, cada vez más próxima, como si de alguna forma estuviera ayudándola a salir de aquella ilusión. Estaba segura de que no sabía el contenido de lo que había visto o de lo contrario no mostraría tanto interés en que despertara. Notó sus manos recorrerle el rostro en un falso intento por demostrarle aquel amor que ahora sabía que era fingido. ¡Que llevaba siendo fingido casi tres mil años! ¿Cómo podía haberle tomado el pelo de aquella forma? ¿Cómo había podido hacerle creer que era lo más importante para él, cuando su interés se había centrado en otras personas desde entonces? Le estaba pidiendo disculpas por algo que era evidente que no sentía, que no había sentido nunca. La había abandonado a su suerte, hundiéndose cada vez más en el pozo de la indiferencia, deshumanizándose. ¡Era un maldito traidor!
Y entonces, abrió los ojos. De golpe. Solamente para colocar las manos en torno a su cuello, apretando con todas sus fuerzas. - T-tú... ¡TÚ! ¡Has destrozado mi vida! ¡¿Y te disculpas?! ¡¡No sólo estás muerto por fuera, también lo estás por dentro, Abaddon!! Tú y tus putas humanas... ¡Podéis iros al infierno! -Y para cuando quiso darse cuenta, las lágrimas habían poblado su rostro casi en su totalidad. Lágrimas de dolor. De impotencia. Lágrimas de rabia, por saber que no podría apretar lo suficiente para acabar con todo aquel infierno para siempre.
Quiso despertar en aquel instante, quiso despertar, abrir los ojos y decirle que lo sentía. Que quería aceptar su ayuda para que juntos pudieran hacer regresar a aquella Aletheïa que ambos habían perdido tras siglos, milenios, de sentimientos contradictorios y rabia descontrolada. Quiso desperar y besarle como hacía mucho que se negaba a hacerlo, decirle que nada importaba mientras él la siguiera acompañando en aquel viaje que se prolongaría por toda la eternidad. Quiso despertar, pero no pudo hacerlo... Y ambos se arrepentirían. Sus recuerdos, en un determinado momento, a partir del segundo milenio en que estuvieron juntos, comenzaron a volverse turbios, oscuros. Diferentes. Ya no había luz ni calidez, ya no existía la chispa de ese amor que al principio había admirado, maravillada. A partir de ese momento, todo comenzó a tornarse frío, indiferente. Distante. Y entre encuentro y encuentro comenzaron a desplazarse los recuerdos, los rostros y los nombres de otras muchas mujeres desconocidas, por las que parecía sentir mucho más de lo que nunca había admitido. Envidió la pureza de su piel, la dulzura con que las trataba, la devoción con que contemplaba sus rostros cuando éstas dormían junto a él después de haber yacido juntos. Su rostro se contrajo involuntariamente, incluso a través de aquel trance, en la primera mueca de dolor real que expresaba en mucho, mucho tiempo.
Y de entre todos aquellos rostros desconocidos, aborrecidos por la vampiresa, hubo uno al que prestó especial atención después de percibir el sumo interés, la absoluta delicadeza con que Abaddon la trataba. El rostro de Genie Mozart, la compositora con la que, meses atrás, vio a su marido hablar a escondidas en la cocina. Aunque entonces, claro, no le prestó ninguna atención. Pero ahora era diferente. Los sentimientos que él profesaba hacia la humana se asemejaban en demasía a los que había visto que una vez sintió por ella misma. Y eso sí que no iba a permitirlo. Poco a poco comenzó a oír la voz de su esposo cada vez más cerca, cada vez más próxima, como si de alguna forma estuviera ayudándola a salir de aquella ilusión. Estaba segura de que no sabía el contenido de lo que había visto o de lo contrario no mostraría tanto interés en que despertara. Notó sus manos recorrerle el rostro en un falso intento por demostrarle aquel amor que ahora sabía que era fingido. ¡Que llevaba siendo fingido casi tres mil años! ¿Cómo podía haberle tomado el pelo de aquella forma? ¿Cómo había podido hacerle creer que era lo más importante para él, cuando su interés se había centrado en otras personas desde entonces? Le estaba pidiendo disculpas por algo que era evidente que no sentía, que no había sentido nunca. La había abandonado a su suerte, hundiéndose cada vez más en el pozo de la indiferencia, deshumanizándose. ¡Era un maldito traidor!
Y entonces, abrió los ojos. De golpe. Solamente para colocar las manos en torno a su cuello, apretando con todas sus fuerzas. - T-tú... ¡TÚ! ¡Has destrozado mi vida! ¡¿Y te disculpas?! ¡¡No sólo estás muerto por fuera, también lo estás por dentro, Abaddon!! Tú y tus putas humanas... ¡Podéis iros al infierno! -Y para cuando quiso darse cuenta, las lágrimas habían poblado su rostro casi en su totalidad. Lágrimas de dolor. De impotencia. Lágrimas de rabia, por saber que no podría apretar lo suficiente para acabar con todo aquel infierno para siempre.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Memories of the dead | Privado [+18]
Grité su nombre durante lo que me parecieron minutos, horas, entre confundido y asustado. Sus heridas cerraban muy lentamente, como si por estar sumergida en aquella especie de trance su cuerpo no funcionara de la misma forma en que lo hacía siempre. Y por primera vez en muchos siglos, quise rezar a aquel Dios antiguo en el que alguna vez creí, y me sentí completamente desvalido. Ahora podía entender, nuevamente, la utilidad que las religiones tenían para los seres humanos. Para no sentirse tan solos, para tener a alguien a quien culpar si las cosas no salían bien, o alguien a quien rogar que no salieran aún peor. ¡Los muertos no teníamos esa posibilidad! Pues nuestra simple existencia contradecía las leyes de la lógica, de la razón, y por supuesto, de las religiones. Yo sabía que no había nadie allí arriba, observándonos. Y aquel sentimiento de desamparo inicial fue dando progresivamente a aquella desagradable sensación de ahogo que la impotencia siempre traía consigo. Besé sus mejillas, sus labios, sus párpados, tratando con todas mis fuerzas de traerla de vuelta, al presente, conmigo...
Hasta que pude notar, con auténtico pánico, cómo los contenidos de mi mente iban variando peligrosamente hacia imágenes que ni en un millón de años hubiera querido enseñarle. Ni me sentía orgulloso de todo lo que había hecho por desquitarme de mi infelicidad, ni quería que ella llevara esa carga por mi culpa. Y menos cuando por fin había podido quitarme la venda de los ojos y asumir que si alguien tenía la culpa, ese era yo. Siempre había sido yo. Renegaba de la actitud de Aletheïa sin pararme a pensar por qué lo hacía, cuando yo no es que lo estuviera haciendo mucho mejor. Por ese absurdo temor que me consumía a convertirme en un monstruo, me rodeaba de seres humanos, pretendiendo, tal vez, recuperar una parte de mi mismo que jamás regresaría. Y en ellas buscaba, en el fondo, a la esposa con la que me case, sin darme cuenta de que siempre la había tenido conmigo, esperando a que la ayudara. ¿Por qué tuve que tardar tanto en reaccionar? ¿Por qué no pude entender sus sentimientos antes de que fuera demasiado tarde y su furia, alimentada por mi rechazo, nos destruyera a ambos? ¡Tenía que decírselo! ¡Tenía que hacerle saber lo mucho que necesitaba que todo volviera a ser como antes! Y...
No lo hice.
Al sentir sus manos en torno a mi cuello, todo mi cuerpo parecía querer gritarle que siguiera apretando. Que acabase finalmente con la tortura a la que, involuntariamente, la había estado sometiendo durante todos aquellos años. Cerré los ojos y me dejé llevar. ¿Ese era el final que mi destino me había preparado? ¿Morir a manos de la única persona que me había importado en mi vida, y a la que le había destrozado la suya? Cuando sus lágrimas comenzaron a salpicarme el rostro, abrí los ojos para mirarla. Parecía destrozada y una amarga punzada de rencor me asaltó de repente. Rencor hacia mi mismo, por destruir sus sueños, sus esperanzas. Y por no ser capaz de decirle nunca lo arrepentido que me sentía. Fui un estúpido al pensar que ella entendería todos aquellos sentimientos que habían despertado en mi, abruptamente, a causa de su dolor. Un estúpido por no darme cuenta o no querer aceptar, más bien, que milenios de indiferencia, de trato frívolo y hostil, no iban a desaparecer de repente. En primer lugar, porque ni siquiera le había confesado aquellas emociones a la persona hacia la que los profesaba. Y como era lógico, ella había entendido mi silencio como un hecho que confirmaba todo aquel caos de imágenes que mi sangre le había permitido ver.
Cuando finalmente soltó su agarre, la abracé con todas mis fuerzas. Su perfume, tan parecido al de hacía años, seguía embriagándome por completo. ¿Cómo había podido no darme cuenta de que siempre había tenido todo cuanto necesitaba, justo enfrente de mi? - Te amo, Aletheïa. -Dije simplemente. Y un río de lágrimas comenzó a brotar de mis ojos. Había olvidado lo que se sentía al llorar. - ¿Por qué no has seguido apretando...? ¿Por qué, después de todo, sigues aquí...?
Hasta que pude notar, con auténtico pánico, cómo los contenidos de mi mente iban variando peligrosamente hacia imágenes que ni en un millón de años hubiera querido enseñarle. Ni me sentía orgulloso de todo lo que había hecho por desquitarme de mi infelicidad, ni quería que ella llevara esa carga por mi culpa. Y menos cuando por fin había podido quitarme la venda de los ojos y asumir que si alguien tenía la culpa, ese era yo. Siempre había sido yo. Renegaba de la actitud de Aletheïa sin pararme a pensar por qué lo hacía, cuando yo no es que lo estuviera haciendo mucho mejor. Por ese absurdo temor que me consumía a convertirme en un monstruo, me rodeaba de seres humanos, pretendiendo, tal vez, recuperar una parte de mi mismo que jamás regresaría. Y en ellas buscaba, en el fondo, a la esposa con la que me case, sin darme cuenta de que siempre la había tenido conmigo, esperando a que la ayudara. ¿Por qué tuve que tardar tanto en reaccionar? ¿Por qué no pude entender sus sentimientos antes de que fuera demasiado tarde y su furia, alimentada por mi rechazo, nos destruyera a ambos? ¡Tenía que decírselo! ¡Tenía que hacerle saber lo mucho que necesitaba que todo volviera a ser como antes! Y...
No lo hice.
Al sentir sus manos en torno a mi cuello, todo mi cuerpo parecía querer gritarle que siguiera apretando. Que acabase finalmente con la tortura a la que, involuntariamente, la había estado sometiendo durante todos aquellos años. Cerré los ojos y me dejé llevar. ¿Ese era el final que mi destino me había preparado? ¿Morir a manos de la única persona que me había importado en mi vida, y a la que le había destrozado la suya? Cuando sus lágrimas comenzaron a salpicarme el rostro, abrí los ojos para mirarla. Parecía destrozada y una amarga punzada de rencor me asaltó de repente. Rencor hacia mi mismo, por destruir sus sueños, sus esperanzas. Y por no ser capaz de decirle nunca lo arrepentido que me sentía. Fui un estúpido al pensar que ella entendería todos aquellos sentimientos que habían despertado en mi, abruptamente, a causa de su dolor. Un estúpido por no darme cuenta o no querer aceptar, más bien, que milenios de indiferencia, de trato frívolo y hostil, no iban a desaparecer de repente. En primer lugar, porque ni siquiera le había confesado aquellas emociones a la persona hacia la que los profesaba. Y como era lógico, ella había entendido mi silencio como un hecho que confirmaba todo aquel caos de imágenes que mi sangre le había permitido ver.
Cuando finalmente soltó su agarre, la abracé con todas mis fuerzas. Su perfume, tan parecido al de hacía años, seguía embriagándome por completo. ¿Cómo había podido no darme cuenta de que siempre había tenido todo cuanto necesitaba, justo enfrente de mi? - Te amo, Aletheïa. -Dije simplemente. Y un río de lágrimas comenzó a brotar de mis ojos. Había olvidado lo que se sentía al llorar. - ¿Por qué no has seguido apretando...? ¿Por qué, después de todo, sigues aquí...?
Abaddon V. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Memories of the dead | Privado [+18]
Y no porque no deseara seguir apretando hasta ver la cabeza de aquel al que ahora aborrecía rodar por el suelo. No tenía las fuerzas suficientes para hacerlo, porque una muerte así sería demasiado rápida. Y él se merecía sufrir. Se merecía sufrir tanto o más de lo que ella misma había sufrido. Le haría pagar las muchas humillaciones a las que la había sometido por acostarse con otras para luego tener la desfachatez de echarle en cara su comportamiento. ¡Ni que él hubiera sido un ángel! Todos aquellos años, engañándola, haciéndole creer que la única mala en aquel cuento había sido solamente ella. Era un farsante. Un maldito farsante. ¡¡Diablos!! ¿Por qué no podía, sin más, empezar en aquel momento a hacerle pagar por sus crímenes? ¿Sería que pese a todo aquel odio, toda aquella oscuridad que ahora empañaba sus sentimientos hacia él, seguía habiendo escondido algo parecido al amor? ¿Podían los monstruos amar, después de todo? No lo sabía, ni tampoco estaba segura de querer saberlo. Su interior estaba sumido en un absoluto caos, un hervidero de emociones que no paraban de moverse, y agitarse, como queriendo salir de su interior, todas a la vez, de forma precipitada. Pero únicamente las lágrimas lograron salir expulsadas al exterior, tal vez porque el dolor era el sentimiento más grande, más intenso, que sentía aquellos momentos. Se dejó caer, agotada, sobre el marmóreo pecho de su esposo, y lo notó más frío, más duro y más distante de lo que lo había sentido nunca. ¿De verdad no había podido seguir apretando sólo por su afán de hacérselo pagar? ¿O había algo más...?
¡¡No!! No habría nada más, no después de aquello que había visto. No, porque aunque su interior aún se removía en deseo al sentirlo tan cerca, el deseo no era ni sería nunca suficiente para acallar tanto rencor. No, porque aunque sus brazos, fuertes, firmes, la abrazaban en aquellos momentos, ella sabía perfectamente que en ellos no había nada más que la sombra de las mentiras. ¡Mentiras y más mentiras! Mentiras que había ido soltando por aquella boca suya, tan provocadora, tan falaz, que tantos otros labios además de los suyos había besado desde hacía milenios. Cada vez que cerraba los ojos, intentando tranquilizarse, no podía evitar ver sus rostros, tan clavados se habían quedado en su mente, en sus retinas. Y el de esa odiosa rubia, en concreto, le hacía hervir la sangre que ya no circulaba por sus venas. Por eso se resistió cuando aquellos brazos impíos se cerraron en torno a su cintura. ¿Cómo podía seguirse creyendo con derecho de tocar su cuerpo, como si fuera una posesión, después del enorme daño que le había provocado? Le empujó con brusquedad, para luego incorporarse, quedándose sentada como si tal cosa encima de su abdomen. Tenía mucho que decirle, y él estaba obligado a escucharla. Poco le importaba que estuviera o no de acuerdo. Su rostro, después de que aquella tempestad de lágrimas se hubiese calmado por fin, permanecía fiero, imperturbable. El rostro de una estatua inexpresiva. De un muerto viviente.
- ¿A mi ya cuántas más has dicho ya que amas, Abaddon? ¿Acaso no sabes ya que estoy a años luz de esas estúpidas putas tuyas? A mi no puedes engañarme, y menos ahora, que sin quererlo me has quitado la venda de los ojos de un plumazo. ¿Sabes qué? Te estoy agradecida. Por fin me has hecho ver que pese a las muchas manifestaciones de terror y decepción que has expresado por mi y por mi falta de escrúpulos todos estos años, tú y yo no somos muy diferentes. Salvo en el hecho, por supuesto, de que yo, al menos, no soy una farsante. Soy cruel, terrible, una asesina, pero al menos no siento vergüenza de decir en voz alta y clara quien soy, y como soy. ¿Te avergüenzas de ser un vampiro, de alimentarte de la sangre de aquellas con que te acuestas? Pues entérate, que me hiciste a mi lo que tú odiabas para ti. ¿En qué te convierte eso? -Una sonrisa maliciosa se dibujó en su semblante, una sonrisa fingida, que no le llegaba a los ojos, porque pese al odio y la rabia que sentía en aquellos momentos, el vacío, al final, siempre era el que lo gobernaba todo en su interior. - Pero tranquilo, amor mío, vas a pagarlo. O mejor dicho, ellas van a pagar con su sangre todo el dolor que me has obligado a pasar, a sufrir a solas. Quizá entonces comprendas lo que se siente al destruir no una, sino cientos de vidas, y puedas abrir tú también los ojos y darte cuenta de que si debemos hablar de culpables, tú eres el mayor de todos. -Se levantó de un salto, y se le quedó mirando desde arriba, para luego patear sin ningún tipo de contemplaciones su entrepierna. Y volteándose, se dispuso a marcharse. Tenía mucho que planear, para todas y cada una de aquellas furcias.
- Por si no lo has notado, sigo aquí porque tengo una nueva misión: destruirte. -Empezando por Genie Mozart.
¡¡No!! No habría nada más, no después de aquello que había visto. No, porque aunque su interior aún se removía en deseo al sentirlo tan cerca, el deseo no era ni sería nunca suficiente para acallar tanto rencor. No, porque aunque sus brazos, fuertes, firmes, la abrazaban en aquellos momentos, ella sabía perfectamente que en ellos no había nada más que la sombra de las mentiras. ¡Mentiras y más mentiras! Mentiras que había ido soltando por aquella boca suya, tan provocadora, tan falaz, que tantos otros labios además de los suyos había besado desde hacía milenios. Cada vez que cerraba los ojos, intentando tranquilizarse, no podía evitar ver sus rostros, tan clavados se habían quedado en su mente, en sus retinas. Y el de esa odiosa rubia, en concreto, le hacía hervir la sangre que ya no circulaba por sus venas. Por eso se resistió cuando aquellos brazos impíos se cerraron en torno a su cintura. ¿Cómo podía seguirse creyendo con derecho de tocar su cuerpo, como si fuera una posesión, después del enorme daño que le había provocado? Le empujó con brusquedad, para luego incorporarse, quedándose sentada como si tal cosa encima de su abdomen. Tenía mucho que decirle, y él estaba obligado a escucharla. Poco le importaba que estuviera o no de acuerdo. Su rostro, después de que aquella tempestad de lágrimas se hubiese calmado por fin, permanecía fiero, imperturbable. El rostro de una estatua inexpresiva. De un muerto viviente.
- ¿A mi ya cuántas más has dicho ya que amas, Abaddon? ¿Acaso no sabes ya que estoy a años luz de esas estúpidas putas tuyas? A mi no puedes engañarme, y menos ahora, que sin quererlo me has quitado la venda de los ojos de un plumazo. ¿Sabes qué? Te estoy agradecida. Por fin me has hecho ver que pese a las muchas manifestaciones de terror y decepción que has expresado por mi y por mi falta de escrúpulos todos estos años, tú y yo no somos muy diferentes. Salvo en el hecho, por supuesto, de que yo, al menos, no soy una farsante. Soy cruel, terrible, una asesina, pero al menos no siento vergüenza de decir en voz alta y clara quien soy, y como soy. ¿Te avergüenzas de ser un vampiro, de alimentarte de la sangre de aquellas con que te acuestas? Pues entérate, que me hiciste a mi lo que tú odiabas para ti. ¿En qué te convierte eso? -Una sonrisa maliciosa se dibujó en su semblante, una sonrisa fingida, que no le llegaba a los ojos, porque pese al odio y la rabia que sentía en aquellos momentos, el vacío, al final, siempre era el que lo gobernaba todo en su interior. - Pero tranquilo, amor mío, vas a pagarlo. O mejor dicho, ellas van a pagar con su sangre todo el dolor que me has obligado a pasar, a sufrir a solas. Quizá entonces comprendas lo que se siente al destruir no una, sino cientos de vidas, y puedas abrir tú también los ojos y darte cuenta de que si debemos hablar de culpables, tú eres el mayor de todos. -Se levantó de un salto, y se le quedó mirando desde arriba, para luego patear sin ningún tipo de contemplaciones su entrepierna. Y volteándose, se dispuso a marcharse. Tenía mucho que planear, para todas y cada una de aquellas furcias.
- Por si no lo has notado, sigo aquí porque tengo una nueva misión: destruirte. -Empezando por Genie Mozart.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/09/2013
Re: Memories of the dead | Privado [+18]
No iba a decir que no lo mereciera. Ni siquiera iba a decirle que parara, que se detuviera, que me dejara explicarme antes de salir hablando. Que me dejara intentar enmendar con palabras todos los errores que había cometido a lo largo de miles de años. Y no dije nada por una simple razón, porque sabía que eso lo único que conseguiría era enfadarla aún más de lo que ya estaba. Y eso no nos convenía a ninguno de los dos. Porque si en algo tenía razón Aletheïa, era en que yo era el único culpable de esa situación, de toda la sangre que por nuestra culpa había sido derramada. No podía solucionar todos aquellos años de indiferencia, de rencor, de lágrimas simplemente con excusas que ninguno de los dos creeríamos. No era posible. Las lágrimas se escurrían por mi rostro de forma intermitente. Ella era la única persona por la que había sentido algo más que pasión en toda mi vida, y yo, como un estúpido, había ignorado ese hecho, la había ignorado a ella, temiendo que me arrebatara la poca humanidad que me quedaba. No me había dado cuenta que precisamente eso era lo que me estaba convirtiendo en un monstruo mucho peor de lo que ella sería nunca. Quise acariciar su rostro, besar sus lágrimas, sus manos, aquellos labios que aún me enloquecían, como si aquellas imágenes terribles que ella había divisado en mi memoria hubieran vuelto a despertar en mi el amor que había tenido escondido bajo llave durante todos aquellos años. Por miedo. Por miedo a reconocer en ella en lo que yo mismo me había convertido. En lo que me había convertido al concederle la vida que yo nunca quise para mi mismo.
- Puedes acusarme de muchas cosas, Aletheïa. Puedes acusarme de no ser un buen esposo, ni un buen amante, ni siquiera un buen creador para ti, por haberte dado un don que yo nunca hube deseado... Pero de lo único que no puedes acusarme es de que declare mi amor por otra mujer que no seas tú. Yo sólo te amo a ti, sólo te he amado a ti durante todos estos milenios. Lo que has visto no significa nada. Sólo que buscaba en los brazos de otra lo que no era capaz de encontrar en los tuyos. O lo que no esperaba encontrar. Y sí, todo esto es culpa mía, lo sé, y lo siento, mi amor... Y te juro que a partir de ahora intentaré enmendar mis errores. Porque tienes razón, en todo. Yo soy el verdadero monstruo, aunque me escude en una humanidad que hace mucho que perdí para justificarme... Aleth... Aleth mírame. Sabes que no miento. -Me quedé tumbado bajo su peso, y la sentí más cerca que nunca, pero a la vez, más lejos, tal era la distancia que habíamos abierto entre los dos. Que yo había abierto. Éramos dos desconocidos unidos por un vínculo indisoluble. Dos personas que se amaban y odiaban, pero que hacía mucho que dejaron de ser las mismas. El vínculo, sí, sólo el vínculo permanecía como siempre. Así que supongo que por eso no me sorprendí con la sarta de amenazas que salieron a continuación de sus labios. Sonreí con tristeza, porque yo la había convertido en aquel ser relleno de rabia y de maldad. Sonreí, porque pese a todo, aunque estuviera seguro de que cumpliría su promesa de intentar destruirme, no lo conseguiría del todo.
Recibí el fuerte golpe en la entrepierna con estoicismo, aunque un gruñido escapó de mi garganta sin que yo pudiera hacer nada para remediarlo. Ese tipo de golpes siempre duelen, aunque no tanto como ser consciente de que eres el culpable de la destrucción de la única persona que te importa en el mundo. Por eso me levanté en cuando noté que se alejaba, y en dos zancadas estuve a su altura. La agarré por el brazo y la atraje hacia mi, haciendo la fuerza necesaria para que no pudiera soltarse. Después de todo, tener más edad que ella y ser su creador, debería darme alguna ventaja en ese tipo de confrontaciones, ¿no? - Aún no te he dicho que te fueras. Has hablado tú, ahora, me toca a mi. -Busqué sus labios con urgencia, tratando de encontrar en ellos todas las emociones que nuestro contacto me había recordado de forma brusca. - Deja de huir, Aletheïa, ahora que nos hemos encontrado... No dejaré que te vuelvas a escapar. No me importan ni tus amenazas ni saber que realmente tienes la intención de destruirme. No me importa nada. -La estreché entre mis brazos con fuerza pero infinita ternura, como antaño, como nunca debió dejar de ser. Y no supe lo mucho que lo necesitaba hasta ese momento.
- Puedes acusarme de muchas cosas, Aletheïa. Puedes acusarme de no ser un buen esposo, ni un buen amante, ni siquiera un buen creador para ti, por haberte dado un don que yo nunca hube deseado... Pero de lo único que no puedes acusarme es de que declare mi amor por otra mujer que no seas tú. Yo sólo te amo a ti, sólo te he amado a ti durante todos estos milenios. Lo que has visto no significa nada. Sólo que buscaba en los brazos de otra lo que no era capaz de encontrar en los tuyos. O lo que no esperaba encontrar. Y sí, todo esto es culpa mía, lo sé, y lo siento, mi amor... Y te juro que a partir de ahora intentaré enmendar mis errores. Porque tienes razón, en todo. Yo soy el verdadero monstruo, aunque me escude en una humanidad que hace mucho que perdí para justificarme... Aleth... Aleth mírame. Sabes que no miento. -Me quedé tumbado bajo su peso, y la sentí más cerca que nunca, pero a la vez, más lejos, tal era la distancia que habíamos abierto entre los dos. Que yo había abierto. Éramos dos desconocidos unidos por un vínculo indisoluble. Dos personas que se amaban y odiaban, pero que hacía mucho que dejaron de ser las mismas. El vínculo, sí, sólo el vínculo permanecía como siempre. Así que supongo que por eso no me sorprendí con la sarta de amenazas que salieron a continuación de sus labios. Sonreí con tristeza, porque yo la había convertido en aquel ser relleno de rabia y de maldad. Sonreí, porque pese a todo, aunque estuviera seguro de que cumpliría su promesa de intentar destruirme, no lo conseguiría del todo.
Recibí el fuerte golpe en la entrepierna con estoicismo, aunque un gruñido escapó de mi garganta sin que yo pudiera hacer nada para remediarlo. Ese tipo de golpes siempre duelen, aunque no tanto como ser consciente de que eres el culpable de la destrucción de la única persona que te importa en el mundo. Por eso me levanté en cuando noté que se alejaba, y en dos zancadas estuve a su altura. La agarré por el brazo y la atraje hacia mi, haciendo la fuerza necesaria para que no pudiera soltarse. Después de todo, tener más edad que ella y ser su creador, debería darme alguna ventaja en ese tipo de confrontaciones, ¿no? - Aún no te he dicho que te fueras. Has hablado tú, ahora, me toca a mi. -Busqué sus labios con urgencia, tratando de encontrar en ellos todas las emociones que nuestro contacto me había recordado de forma brusca. - Deja de huir, Aletheïa, ahora que nos hemos encontrado... No dejaré que te vuelvas a escapar. No me importan ni tus amenazas ni saber que realmente tienes la intención de destruirme. No me importa nada. -La estreché entre mis brazos con fuerza pero infinita ternura, como antaño, como nunca debió dejar de ser. Y no supe lo mucho que lo necesitaba hasta ese momento.
Abaddon V. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/05/2014
Re: Memories of the dead | Privado [+18]
No pudo evitar torcer el gesto cuando su creador, cuando su esposo, cuando la persona que más daño le había hecho en el mundo, y también quien le había otorgado los mejores años de su vida, se acercó nuevamente a ella, cogiéndola por el brazo. Bufó de rabia, sintiéndose incapaz de alejarse otra vez de él. Por eso se había levantado para irse. Por eso le había pateado con la intención de marcharse dejándolo malherido. Porque ahora que sabía todo aquello que antes únicamente sospechaba, ahora lo único que temía, el peor de sus puntos débiles, era precisamente la expectativa de perderlo para siempre. Porque, ¿qué era ella, más allá de su maldad, de su falta de escrúpulos, más que una esclava del amor que siempre le tendría a Abaddon, a pesar de odiarlo a partes iguales? Todo cuanto conocía, todo cuanto le importaba, todo cuanto la hacía resistir el paso del tiempo, se resumía únicamente en su relación con él. A pesar de lo tortuosa que pudiera resultar por fuera, y que realmente era, si le perdía a él, se quedaría completamente sola, en todos los sentidos. En un mundo que cambiaba a pasos agigantados, mientras que ella seguía estática en aquel cuerpo condenado a desafiar las leyes del espacio-tiempo. Él era uno de los pocos seres que podrían comprender a la perfección aquella sensación de vacío que siempre permanecía en ella. Muy dentro. Gobernándolo todo. Porque él sentía lo mismo.
Aunque obviamente eso no haría que excusara su comportamiento. Ella también se sentía vacía, y no por eso se había dedicado a buscar en brazos de otros lo que era incapaz de volver a sentir junto a su esposo. No por falta de oportunidades, ni de ganas, desde luego, sino porque siempre había pensado que la lealtad que ambos habían jurado tener el uno hacia el otro era al final lo único que importaba. Esa había sido la promesa que el vampiro le había hecho antes de convertirla en el monstruo que ahora era. Que siempre estarían juntos. Que se protegerían las espaldas. Que harían todo lo posible por lograr que el paso del tiempo no mermase el cariño que siempre se tuvieron, que no decayese la intensidad ni la calidad del vínculo que se había establecido entre ellos, milenios atrás. Él... Él se lo había prometido. Y había incumplido su promesa, para luego echarle las culpas a ella del desastre que se avecinaba. De la furia que había desatado durante todo ese tiempo, a causa de la indiferencia que percibía desde aquel que juró protegerla y amarla hasta que la muerte, que ahora nunca llegaría, los separase. Mentiras. Todas sus palabras no eran más que viles mentiras en las que nunca debió creer. Pero... Aún así... El simple contacto de sus labios contra los propios, la hizo volver a sentir ese cosquilleo que durante años había permanecido dormido.
Correspondió a su beso con violencia, hundiendo sus delgadas manos entre los cabellos ajenos. Buscó su lengua, mordió sus labios, y se dejó llevar. Se fundió en un abrazo que rogó que no terminara nunca. Se había pasado tanto tiempo ansiando destruir el lazo que los unía, acabar de una vez con su existencia, o con la suya propia para poder ser al fin libre... Que no se detenía ni un minuto a recordar aquellos momentos en los que estar a su lado la había hecho inmensamente feliz. No habían sido muchos, ciertamente, pero sí los suficientes para afirmar que no conocía más felicidad que la que estar junto a él... Pero si olvidar era imposible, perdonar lo era aún menos. Lo supo en cuanto sus labios se separaron, y volvió a perderse en la mirada de aquel ser que tanto la enloquecía. - Puede que a ti no te importe, Abaddon... Pero debes pagar todo el daño que me has hecho. Tienes que pagar con sangre la sangre que por tu culpa yo he derramado. Sólo así comprenderás lo que se siente cuando el mundo te considera un monstruo. Sólo así comprenderás todo el dolor que me has provocado. Sólo así comprenderás que el amor para siempre, debe ser para siempre... Te lo mostraré, Abaddon. Te mostraré el sufrimiento al que me has condenado con tus acciones. Y luego, me marcharé. -Acarició su rostro levemente, para luego volver a buscar sus labios. Nada importaban las palabras, ahora sólo quería dejarse llevar. Antes de que amaneciera. Antes de que diese por iniciada la misión de acabar con su esposo.
Aunque obviamente eso no haría que excusara su comportamiento. Ella también se sentía vacía, y no por eso se había dedicado a buscar en brazos de otros lo que era incapaz de volver a sentir junto a su esposo. No por falta de oportunidades, ni de ganas, desde luego, sino porque siempre había pensado que la lealtad que ambos habían jurado tener el uno hacia el otro era al final lo único que importaba. Esa había sido la promesa que el vampiro le había hecho antes de convertirla en el monstruo que ahora era. Que siempre estarían juntos. Que se protegerían las espaldas. Que harían todo lo posible por lograr que el paso del tiempo no mermase el cariño que siempre se tuvieron, que no decayese la intensidad ni la calidad del vínculo que se había establecido entre ellos, milenios atrás. Él... Él se lo había prometido. Y había incumplido su promesa, para luego echarle las culpas a ella del desastre que se avecinaba. De la furia que había desatado durante todo ese tiempo, a causa de la indiferencia que percibía desde aquel que juró protegerla y amarla hasta que la muerte, que ahora nunca llegaría, los separase. Mentiras. Todas sus palabras no eran más que viles mentiras en las que nunca debió creer. Pero... Aún así... El simple contacto de sus labios contra los propios, la hizo volver a sentir ese cosquilleo que durante años había permanecido dormido.
Correspondió a su beso con violencia, hundiendo sus delgadas manos entre los cabellos ajenos. Buscó su lengua, mordió sus labios, y se dejó llevar. Se fundió en un abrazo que rogó que no terminara nunca. Se había pasado tanto tiempo ansiando destruir el lazo que los unía, acabar de una vez con su existencia, o con la suya propia para poder ser al fin libre... Que no se detenía ni un minuto a recordar aquellos momentos en los que estar a su lado la había hecho inmensamente feliz. No habían sido muchos, ciertamente, pero sí los suficientes para afirmar que no conocía más felicidad que la que estar junto a él... Pero si olvidar era imposible, perdonar lo era aún menos. Lo supo en cuanto sus labios se separaron, y volvió a perderse en la mirada de aquel ser que tanto la enloquecía. - Puede que a ti no te importe, Abaddon... Pero debes pagar todo el daño que me has hecho. Tienes que pagar con sangre la sangre que por tu culpa yo he derramado. Sólo así comprenderás lo que se siente cuando el mundo te considera un monstruo. Sólo así comprenderás todo el dolor que me has provocado. Sólo así comprenderás que el amor para siempre, debe ser para siempre... Te lo mostraré, Abaddon. Te mostraré el sufrimiento al que me has condenado con tus acciones. Y luego, me marcharé. -Acarició su rostro levemente, para luego volver a buscar sus labios. Nada importaban las palabras, ahora sólo quería dejarse llevar. Antes de que amaneciera. Antes de que diese por iniciada la misión de acabar con su esposo.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Memories of the dead | Privado [+18]
Me perdí en sus ojos cuando finalmente, y tras mucho esfuerzo por su parte, cedió ante mi insistencia. Sí, yo sabía perfectamente que sus palabras eran una amenaza explícita, y también tenía claro que lo más probable era que acabase cumpliéndolo, pero yo no iba a resignarme a perder la poca capacidad de sentir que aún conservaba mi esposa. Evité en todo momento decir nada que pudiera alterarla aún más de lo que ya estaba. Era evidente que con pasión no iba a arreglar los problemas que estaba claro que teníamos. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? ¿Qué otra estrategia podía tomar, cuando todo mi cuerpo, mi alma, todo mi ser, lo único que pedía era volver a embriagarme, una vez más, en su perfume? En su belleza. En su intimidad. Recuperar aunque fuese un ápice del tiempo que habíamos estado perdiendo durante todos aquellos años de rencor. De violencia. De distanciamiento. Así que decidí ignorar por un instante aquellas palabras que marcaban el inicio de una época oscura para ambos, para París. Las ignoré porque aunque sabía que me arrepentiría por siempre por el dolor que ella provocaría, lo único que necesitaba en esos momentos era volver a sentirla. Rememorar los momentos que hasta entonces había intentado recrear con otras muchas mujeres, que nunca consiguieron quitármela a ella de la cabeza. Porque Aletheïa siempre fue, y será, la única capaz de removerme por dentro, de excitarme, de enfurecerme. De hacerme enloquecer. En el buen sentido, y también en el peor de todos.
Así que dejé que sus manos me recorrieran, mientras las mías se dedicaban a recorrer su silueta con infinita ternura. Me recreé en todos y cada uno de sus detalles, mientras me deshacía de sus ropajes con esa maestría que la eternidad me ha otorgado. Me detuve en esas pequeñas imperfecciones, que no hacían más que acentuar su perfección. En cada uno de sus lunares. En esas pequeñas cicatrices que se había hecho cuando aún era humana, al caer de rodillas mientras paseábamos por el bosque. En la curva de su espalda, delicada, sensual, capaz de hacer perder la compostura a cualquiera. En el hueso que sobresalía levemente de su cadera. En sus nalgas, eternamente firmes, y tan pálidas como las recordaba. En el débil abultamiento de su vientre, que siempre había estado allí. En la belleza de su piel, que se estremecía con cada nuevo contacto proveniente desde las yemas de mis dedos. Su vello erizado, que me invitaba a acercarme más, y más, hasta fundirnos ambos en un abrazo que nos convirtiera en uno solo. En la firmeza de sus senos, que conseguirían enloquecer incluso al más decente de los hombres. Y luego... Luego estaban sus labios. Esos labios que se habían convertido milenios antes en el objeto de mi obsesión. Y que aún lo seguían siendo.
- Soy un estúpido por haberme olvidado de que tú eras la única capaz de hacerme sentir... Humano. De hacer sentir algo diferente al vacío más absoluto... -La alcé en brazos sin demasiado esfuerzo, y me dirigí hacia un pequeño montículo de hojas que se habían ido depositando bajo un árbol. No pude evitar que la visión de aquella especie de "lecho" natural me hiciese rememorar épocas pasadas. Momentos que ambos habíamos vivido años atrás, y que no habíamos vuelto a recrear, tal vez por miedo a descubrir que habíamos dejado de ser los mismos. Que nuestro vínculo se estaba desvaneciendo... Y ahora me daba cuenta de que no era verdad. De que lo único que había hecho durante toda la eternidad que llevábamos juntos había sido echar de menos esos pequeños instantes en que nos olvidábamos de las palabras, y nos dedicábamos simplemente a sentir. - Te he echado tanto de menos... -Dije, antes de volver a perderme en el sabor de sus labios, en la forma en que mi cuerpo reaccionaba al suyo con cada mínimo contacto. Nunca la había deseado tanto como en aquel momento, a pesar de saber que probablemente después de aquella noche, Aletheïa prendería fuego a nuestro mundo, reduciéndolo a cenizas. Y yo correría la misma suerte.
Así que dejé que sus manos me recorrieran, mientras las mías se dedicaban a recorrer su silueta con infinita ternura. Me recreé en todos y cada uno de sus detalles, mientras me deshacía de sus ropajes con esa maestría que la eternidad me ha otorgado. Me detuve en esas pequeñas imperfecciones, que no hacían más que acentuar su perfección. En cada uno de sus lunares. En esas pequeñas cicatrices que se había hecho cuando aún era humana, al caer de rodillas mientras paseábamos por el bosque. En la curva de su espalda, delicada, sensual, capaz de hacer perder la compostura a cualquiera. En el hueso que sobresalía levemente de su cadera. En sus nalgas, eternamente firmes, y tan pálidas como las recordaba. En el débil abultamiento de su vientre, que siempre había estado allí. En la belleza de su piel, que se estremecía con cada nuevo contacto proveniente desde las yemas de mis dedos. Su vello erizado, que me invitaba a acercarme más, y más, hasta fundirnos ambos en un abrazo que nos convirtiera en uno solo. En la firmeza de sus senos, que conseguirían enloquecer incluso al más decente de los hombres. Y luego... Luego estaban sus labios. Esos labios que se habían convertido milenios antes en el objeto de mi obsesión. Y que aún lo seguían siendo.
- Soy un estúpido por haberme olvidado de que tú eras la única capaz de hacerme sentir... Humano. De hacer sentir algo diferente al vacío más absoluto... -La alcé en brazos sin demasiado esfuerzo, y me dirigí hacia un pequeño montículo de hojas que se habían ido depositando bajo un árbol. No pude evitar que la visión de aquella especie de "lecho" natural me hiciese rememorar épocas pasadas. Momentos que ambos habíamos vivido años atrás, y que no habíamos vuelto a recrear, tal vez por miedo a descubrir que habíamos dejado de ser los mismos. Que nuestro vínculo se estaba desvaneciendo... Y ahora me daba cuenta de que no era verdad. De que lo único que había hecho durante toda la eternidad que llevábamos juntos había sido echar de menos esos pequeños instantes en que nos olvidábamos de las palabras, y nos dedicábamos simplemente a sentir. - Te he echado tanto de menos... -Dije, antes de volver a perderme en el sabor de sus labios, en la forma en que mi cuerpo reaccionaba al suyo con cada mínimo contacto. Nunca la había deseado tanto como en aquel momento, a pesar de saber que probablemente después de aquella noche, Aletheïa prendería fuego a nuestro mundo, reduciéndolo a cenizas. Y yo correría la misma suerte.
Abaddon V. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Memories of the dead | Privado [+18]
¿Qué importan las palabras cuando el fuego comienza a devorarlo todo? Al principio se siente como una pequeña descarga. Minúscula, que comienza en el vientre, y poco a poco, va incendiándolo todo. Desde dentro hacia afuera. Desde el alma, hasta los sentidos, y nunca al revés. Porque el deseo siempre se inicia en el interior, y las caricias actuan como el oxígeno: avivándolo. Haciendo que crezca y crezca, que se vuelva cada vez más grande, más intenso. Más incontrolable. Hasta el punto de lograr que dos antagonistas que hasta ese momento se juraban la muerte ajena, o hacían promesas de destrucción, se convirtieran, nuevamente, en amantes. Piel contra piel. Labios empujando a otros labios. Intimidad e intimidad. Esa era la única cercanía posible entre dos seres tan opuestos como el Sol y la Luna. La más intensa. La más perfecta. Porque lo consumía todo. Consumía el rencor. Consumía las lágrimas. Consumía la obsesiva necesidad de analizar todo. Y sólo quedaban las almas y los cuerpos, desnudos. Sintiendo. Dejándose llevar, dejándose envolver por las llamas. El deseo mordía la piel, la rasgaba, como esos colmillos que hacían la sangre brotar nuevamente; como el fuego que no deja nada más que el páramo desnudo, desolado. Dos corazones rotos, fundiéndose, confundiéndose. Otra vez. Por un breve momento, por un instante antes de que la realidad volviera a golpearles de lleno.
Con un gruñido silenció de golpe aquellas palabras que brotaban de los labios de su amante, de su creador, de su enemigo. Con un gruñido le devolvió a la desnudez con la que ambos volvían a sentirse unidos, como hacía mucho que habían dejado de estarlo. La desnudez era la clave. La clave para olvidar todo momentáneamente. Para detener el tiempo. Para que el fluir de los segundos dejara de importarles. Era la clave para aplacar a la bestia, y devolverle parte de su humanidad perdida. La parte más importante. La que la hacía ser vulnerable, y a la vez, poderosa. La que la hacía amar con intensidad, sin ningún atisbo de duda. La que él le había arrebatado con el paso de los milenios, y que ahora le devolvía. No quería que hablase. No necesitaba que hablase. Porque ambos sabían que cuando aquel momento pasara, que cuando el fuego que ahora los envolvía terminara por enfriarse, la pesadilla comenzaría a hacerse realidad. Y no había nada que pudiera hacer para remediarlo. Ninguno de los dos podían, realmente. Él, por ser incapaz de detenerla. Y ella, por ser incapaz de renunciar al impulso de hacerlo sufrir lo mismo que había estado sufriendo en sus propias carnes desde hacia decenios.
- Como no te calles de una puta vez, te juro que te mato a ti mismo... -Ni siquiera se molestó en procurar que lo hubiera entendido. Estaba ocupada reencontrándose con el ser que la había convertido en lo que era, que la había hecho sentir mujer y monstruo al mismo tiempo. Arañó su espalda musculada, pero esta vez sin furia, únicamente movida por el deseo de que ambos volvieran a convertirse, de nuevo, en uno solo. En un único ser, indivisible, imposible de diferenciar. El uno para el otro. Parte de un todo que incluía únicamente sus cuerpos, sus almas, y el bosque que aún ardía a causa de los acontecimientos de hacía un rato. ¿Porque qué importa perder unos minutos, unas horas, sumidos en una vorágine de sentimientos, ajenos al tiempo y al espacio, si luego tendrían toda una eternidad por delante para seguir odiándose? Para seguir amándose. Para seguir buscando formas diferentes de hacerse daño el uno al otro... Y arrepentirse después.
Con un gruñido silenció de golpe aquellas palabras que brotaban de los labios de su amante, de su creador, de su enemigo. Con un gruñido le devolvió a la desnudez con la que ambos volvían a sentirse unidos, como hacía mucho que habían dejado de estarlo. La desnudez era la clave. La clave para olvidar todo momentáneamente. Para detener el tiempo. Para que el fluir de los segundos dejara de importarles. Era la clave para aplacar a la bestia, y devolverle parte de su humanidad perdida. La parte más importante. La que la hacía ser vulnerable, y a la vez, poderosa. La que la hacía amar con intensidad, sin ningún atisbo de duda. La que él le había arrebatado con el paso de los milenios, y que ahora le devolvía. No quería que hablase. No necesitaba que hablase. Porque ambos sabían que cuando aquel momento pasara, que cuando el fuego que ahora los envolvía terminara por enfriarse, la pesadilla comenzaría a hacerse realidad. Y no había nada que pudiera hacer para remediarlo. Ninguno de los dos podían, realmente. Él, por ser incapaz de detenerla. Y ella, por ser incapaz de renunciar al impulso de hacerlo sufrir lo mismo que había estado sufriendo en sus propias carnes desde hacia decenios.
- Como no te calles de una puta vez, te juro que te mato a ti mismo... -Ni siquiera se molestó en procurar que lo hubiera entendido. Estaba ocupada reencontrándose con el ser que la había convertido en lo que era, que la había hecho sentir mujer y monstruo al mismo tiempo. Arañó su espalda musculada, pero esta vez sin furia, únicamente movida por el deseo de que ambos volvieran a convertirse, de nuevo, en uno solo. En un único ser, indivisible, imposible de diferenciar. El uno para el otro. Parte de un todo que incluía únicamente sus cuerpos, sus almas, y el bosque que aún ardía a causa de los acontecimientos de hacía un rato. ¿Porque qué importa perder unos minutos, unas horas, sumidos en una vorágine de sentimientos, ajenos al tiempo y al espacio, si luego tendrían toda una eternidad por delante para seguir odiándose? Para seguir amándose. Para seguir buscando formas diferentes de hacerse daño el uno al otro... Y arrepentirse después.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 15/09/2013
Re: Memories of the dead | Privado [+18]
Una súbita calidez se apoderó de nuestros cuerpos, eternamente helados, congelados hasta ese momento, ese preciso instante en el que la desnudez de ambos finalmente nos permitió unirnos todo lo humanamente, -e inhumanamente- posible. Recorrí con infinita devoción cada surco, cada marca, cada lunar, cada ápice de su piel tersa y suave desde siempre y para siempre, y quise saborearla. Nada me importaban sus amenazas, ni sus miradas de soslayo, ni siquiera la certeza de que en un futuro no muy lejano mi progenie, en efecto, intentaría matarme sin dudarlo ni un segundo. Nada me importaban todos aquellos siglos haciéndonos daño, guardándonos rencor. Sólo quería acariciarla, sentirla, que nuestra unión piel con piel fuese aún más cercana, aún más intensa. Y sobre todo, que durase lo suficiente no para hacerla desistir, que nunca podría, sino para recordarle que mi promesa seguía siendo cierta. La promesa de que siempre estaría junto a ella. En lo bueno y en lo malo. Besé sus labios con pasión, con ternura, con deseo. Saboreé la miel de su lengua, me deleité con sus muchos mordiscos, sin dejar de sonreír. La amaba, más que nunca, locamente. Porque a pesar de ser un monstruo, de haber dejado atrás la piedad y la delicadeza que amé de ella cuando aún era humana, seguíamos siendo uno. A nuestra manera.
Después de unos instantes, y cuando sus colmillos volvieron a clavarse en mi cuello, rasgándome la piel, dejé que mis manos, ansiosas de sentirla, de poseerla, se deslizaran extremadamente despacio, desde la curva de su espalda, ascendiendo y pasando por sus clavículas, y posándose en sus senos. Nunca habían sido demasiado grandes, ni siquiera llamativos bajo los ropajes propios de la época, pero cuando florecían al estimularlos con el tacto, su aspecto turgente, firme, propio de un cuerpo eternamente joven y esbelto, adquirían entonces una belleza casi espectral. Eran perfectos. Los tomé entre mis grandes y ásperas manos, tirando con suavidad, dejando que se endurecieran con cada pequeño tirón, con cada movimiento que hacía, despacio, de forma circular, presionando con mis pulgares ambos pezones. Noté instantáneamente que al tiempo que sus labios se entreabrían, para exhalar un dulce y atractivo gemido, mi propia intimidad se endurecía y pujaba por alzarse entre sus muslos. Y no tardaría demasiado, ambos lo sabíamos. Si había algo que no había cambiado a pesar del tiempo era el efecto que la visión de su cuerpo desnudo, junto al mío, causaba en mi interior. Era fuego. Un fuego que estimulaba cada músculo, cada fibra de mi piel, que buscaban extremar ese contacto, casi con violencia.
- Mejor dejemos por el momento las amenazas, el odio, y la violencia, Aletheïa... -Murmuré contra su oído, para luego morder su lóbulo esta vez sin ninguna delicadeza. El deseo me embriagaba, me cegaba. Quería tomarla en aquel momento, con brusquedad, borrando de un plumazo cualquier otra posibilidad de la escena. ¿Que quería matarme? Lo aceptaba. ¿Que quería golpearme? También lo aceptaba. Pero no en aquel momento. Ahora era yo quien mandaba. Solté uno de sus senos repentinamente, para luego tomarla de los cabellos con fuerza, echando hacia atrás su cabeza. Lamí su cuello con insistencia, mientras sentía sus suaves y delgadas manos arañar mi espalda. Su cuerpo también respondía al mío, con la misma insistencia. Sentía la humedad de su intimidad impregnar mis sentidos, abrirse paso desde su interior. Y la mía terminó finalmente de crecer. La alcé sobre ella sin ningún esfuerzo, provocando que la primera envestida la hiciera temblar de arriba abajo. Estaba tan cálida como recordaba. - A-ahora... no tenemos tiempo para eso... Volverás a ser mía, como antes... Mañana, si así lo deseas, podrás matarme... Pero ahora eres mía, toda mía... -Y volví a buscar sus labios, con ansia, con desesperación. Su lengua y la mía danzaron durante un buen rato, hasta que la segunda envestida llegó, con más violencia incluso que la primera. Y al oírla gritar mi nombre, una sonrisa de satisfacción se dibujó en mi semblante. Y allí se quedó.
Después de unos instantes, y cuando sus colmillos volvieron a clavarse en mi cuello, rasgándome la piel, dejé que mis manos, ansiosas de sentirla, de poseerla, se deslizaran extremadamente despacio, desde la curva de su espalda, ascendiendo y pasando por sus clavículas, y posándose en sus senos. Nunca habían sido demasiado grandes, ni siquiera llamativos bajo los ropajes propios de la época, pero cuando florecían al estimularlos con el tacto, su aspecto turgente, firme, propio de un cuerpo eternamente joven y esbelto, adquirían entonces una belleza casi espectral. Eran perfectos. Los tomé entre mis grandes y ásperas manos, tirando con suavidad, dejando que se endurecieran con cada pequeño tirón, con cada movimiento que hacía, despacio, de forma circular, presionando con mis pulgares ambos pezones. Noté instantáneamente que al tiempo que sus labios se entreabrían, para exhalar un dulce y atractivo gemido, mi propia intimidad se endurecía y pujaba por alzarse entre sus muslos. Y no tardaría demasiado, ambos lo sabíamos. Si había algo que no había cambiado a pesar del tiempo era el efecto que la visión de su cuerpo desnudo, junto al mío, causaba en mi interior. Era fuego. Un fuego que estimulaba cada músculo, cada fibra de mi piel, que buscaban extremar ese contacto, casi con violencia.
- Mejor dejemos por el momento las amenazas, el odio, y la violencia, Aletheïa... -Murmuré contra su oído, para luego morder su lóbulo esta vez sin ninguna delicadeza. El deseo me embriagaba, me cegaba. Quería tomarla en aquel momento, con brusquedad, borrando de un plumazo cualquier otra posibilidad de la escena. ¿Que quería matarme? Lo aceptaba. ¿Que quería golpearme? También lo aceptaba. Pero no en aquel momento. Ahora era yo quien mandaba. Solté uno de sus senos repentinamente, para luego tomarla de los cabellos con fuerza, echando hacia atrás su cabeza. Lamí su cuello con insistencia, mientras sentía sus suaves y delgadas manos arañar mi espalda. Su cuerpo también respondía al mío, con la misma insistencia. Sentía la humedad de su intimidad impregnar mis sentidos, abrirse paso desde su interior. Y la mía terminó finalmente de crecer. La alcé sobre ella sin ningún esfuerzo, provocando que la primera envestida la hiciera temblar de arriba abajo. Estaba tan cálida como recordaba. - A-ahora... no tenemos tiempo para eso... Volverás a ser mía, como antes... Mañana, si así lo deseas, podrás matarme... Pero ahora eres mía, toda mía... -Y volví a buscar sus labios, con ansia, con desesperación. Su lengua y la mía danzaron durante un buen rato, hasta que la segunda envestida llegó, con más violencia incluso que la primera. Y al oírla gritar mi nombre, una sonrisa de satisfacción se dibujó en mi semblante. Y allí se quedó.
Abaddon V. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 73
Fecha de inscripción : 01/05/2014
Re: Memories of the dead | Privado [+18]
¿Cómo era posible, que en mitad de todo aquel fuego cruzado que llevaba años prendido entre ambos, el paso del odio y en rencor a la pasión fuese tan extremadamente brusco? Los suspiros se escapaban de entre sus labios. Su espalda se arqueaba hacia atrás. Cada nuevo contacto, aunque leve, con las manos de su creador, conseguía que todo cuanto antes eran promesas de destrucción se tornasen entonces en deseos por tenerlo dentro suyo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez en que lo sintiese tan cercano? ¿Cuántas noches había tenido que esperar, cuántas lágrimas había tenido que derramar, para que finalmente volvieran a ser uno solo? Demasiadas. Demasiado tiempo. Demasiado sufrimiento. Pero al fin, había terminado. Por lo menos, hasta que sus cuerpos, que resplandecían como esculturas de mármol bajo la luz de la Luna, se separaran nuevamente, y ambos retornasen a sus manidas costumbres de ignorarse, de tratarse con hostilidad. Besó su cuello con toda aquella delicadeza de la que se había privado durante tanto tiempo. Lo besó para reencontrarse con su perfume, con el agradable sabor de su piel. Lo besó mientras dejaba que él la manejase a su antojo, que jugara con su cuerpo, con su intimidad, prendida en llamas. ¿Para qué luchar? ¿Para qué resistirse?
Dejó que su mente viajara y divagara entre recuerdos antiguos, sumergiéndose en ellos. Su piel seguía siendo igual de cálida, a pesar de no emitir ya calor alguno. Cuando finalmente notó la dureza en el miembro de su eterno esposo, no pudo soportarlo más, y con una mezcla de rabia y necesidad, mordió un lateral de su cuello, para luego dejar que su sangre bajara libremente por su garganta. Y entonces, el momento llegó. Por sorpresa, provocándole aquella agradable sensación de vértigo, de plenitud. Le rodeó con las piernas mientras todo su cuerpo temblaba de la excitación, buscando más cercanía aún de la que ya estaba presente. - A-Abaddon... -Gimió su nombre sin dejar de succionar. Las imágenes que acudieron a su mente esta vez, eran bastante menos perturbadoras. Momentos de aquel pasado que habían vivido juntos, que ambos parecían haber preferido enterrar en algún oscuro rincón de su memoria. - S-Siempre he sido tuya... Y s-siempre lo seré... Y tú seguirás siendo mío... Porque al pronunciar nuestros... ¡ah!... nuestros votos, tú ya sabías que la m-muerte no iba a ser suficiente para separarnos... -Aquella primera noche en que él la tomó, en que le prometió que estarían juntos por siempre, no le estaba mintiendo. Por desgracia para ambos, el tiempo les acabaría demostrando que una eternidad juntos podía ser demasiado.
Dejó que él la guiara, perdiéndose en las sensaciones que tanto su sangre, como su cuerpo, le proporcionaban. Sus caderas se movían al compás de las bruscas embestidas, que amenazaban con hacerla perder el control en cualquier momento. El mundo había desaparecido de su alrededor. Ya nada importaba. Nada era visible ni relevante. Aunque todo se estuviera cayendo a pedazos, nada podría sacarlos de aquel momento. El éxtasis. En eso se resumía. Estaban elevándose a los cielos que su naturaleza y maldad les había negado, y sin necesidad de adorar a ningún Dios. Eran dioses. Eran salvajes. Eran animales. Eran eternos. No había nada que pudiera negarles el derecho de disfrutarse mutuamente. Ni siquiera la certeza de que cuando ambos llegaran al clímax, volverían a sentirse, nuevamente, vacíos.
Dejó que su mente viajara y divagara entre recuerdos antiguos, sumergiéndose en ellos. Su piel seguía siendo igual de cálida, a pesar de no emitir ya calor alguno. Cuando finalmente notó la dureza en el miembro de su eterno esposo, no pudo soportarlo más, y con una mezcla de rabia y necesidad, mordió un lateral de su cuello, para luego dejar que su sangre bajara libremente por su garganta. Y entonces, el momento llegó. Por sorpresa, provocándole aquella agradable sensación de vértigo, de plenitud. Le rodeó con las piernas mientras todo su cuerpo temblaba de la excitación, buscando más cercanía aún de la que ya estaba presente. - A-Abaddon... -Gimió su nombre sin dejar de succionar. Las imágenes que acudieron a su mente esta vez, eran bastante menos perturbadoras. Momentos de aquel pasado que habían vivido juntos, que ambos parecían haber preferido enterrar en algún oscuro rincón de su memoria. - S-Siempre he sido tuya... Y s-siempre lo seré... Y tú seguirás siendo mío... Porque al pronunciar nuestros... ¡ah!... nuestros votos, tú ya sabías que la m-muerte no iba a ser suficiente para separarnos... -Aquella primera noche en que él la tomó, en que le prometió que estarían juntos por siempre, no le estaba mintiendo. Por desgracia para ambos, el tiempo les acabaría demostrando que una eternidad juntos podía ser demasiado.
Dejó que él la guiara, perdiéndose en las sensaciones que tanto su sangre, como su cuerpo, le proporcionaban. Sus caderas se movían al compás de las bruscas embestidas, que amenazaban con hacerla perder el control en cualquier momento. El mundo había desaparecido de su alrededor. Ya nada importaba. Nada era visible ni relevante. Aunque todo se estuviera cayendo a pedazos, nada podría sacarlos de aquel momento. El éxtasis. En eso se resumía. Estaban elevándose a los cielos que su naturaleza y maldad les había negado, y sin necesidad de adorar a ningún Dios. Eran dioses. Eran salvajes. Eran animales. Eran eternos. No había nada que pudiera negarles el derecho de disfrutarse mutuamente. Ni siquiera la certeza de que cuando ambos llegaran al clímax, volverían a sentirse, nuevamente, vacíos.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/09/2013
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