AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
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I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
No podía creer que, tras casi año y medio de viajar por todo el mundo, estuviese de nuevo, finalmente, en casa. El recibimiento fue más exagerado de lo que había esperado en un primer momento, pero nada fuera de la línea de sus progenitores, que solían pensar que darle regalos tan excesivos lograrían que su única hija y heredera decidiera pasar más tiempo en palacio que fuera de él. A veces, pensaba que no la conocían en absoluto. Irïna era una joven sencilla, de gustos simples. La música, el arte, los paseos por algún bosque apartado de todos... pequeños placeres que no costaban nada y que la hacían mucho más feliz que todas las celebraciones que a ellos pudieran ocurrírsele. Aún así, la joven trataba de poner buena cara y sonreír ante las ocurrencias de los monarcas, consciente de que todo cuanto hacían era tratar que se sintiera querida, y que fuera feliz. Aunque no parecían tener muy claro cómo conseguir lo segundo. Mientras el carruaje atravesaba el centro de la ciudad en dirección a palacio, los ciudadanos, sobre todo los más humildes, coreaban el nombre de la princesa junto con el himno de la nación. Podría decirse que aquella sensación de cariño por parte del pueblo era lo que más había echado de menos de su país. Eso y el aire puro que se respiraba desde cualquier punto. Era embriagador.
Saludó por la ventanilla con aquella sonrisa de niña feliz e inocente, alegre de sentirse finalmente como en casa. Porque sí, para la princesa no había nada que la hiciera sentir mejor que ver a su pueblo entregado a la noble causa de sus padres. La igualdad de todos los miembros de la comunidad, independientemente de su clase social. El bienestar de todos por encima del de los pocos que aún conservaban el poder, pese a los esfuerzos del rey por evitar el monopolio de la tierra. En sus viajes pudo apreciar que no existía un pueblo tan unido como el suyo, y eso la hacía sentirse enormemente orgullosa. Se recostó en la tranquilidad del carruaje, sintiéndose parcialmente reconfortada por estar de vuelta, pese a que no le gustase el hecho de tener que acudir a una fiesta nada más llegar. Cerró los ojos, concentrándose en el murmullo lejano de las voces de sus "hermanos", en el silbido del viento, en la frescura de los aromas que la rodeaban. Escocia no podía estar más verde que en aquella época. En plena primavera. Los árboles parecían brillar. Era increíble. Y acababa de darse cuenta de lo mucho que lo había extrañado. Y así se lo hizo saber a sus padres, con un largo abrazo, con sonoras carcajadas que camuflaban el llanto por la felicidad del reencuentro. Una familia unida, de nuevo. Al menos hasta que en dos meses la princesa volviese a marcharse en busca de su camino.
Tres horas después de que la heredera al trono llegase a palacio, la fiesta se dio por comenzada. La música comenzó a sonar en el salón principal, y todos los invitados y curiosos comenzaron a llenar de color la plaza exterior del castillo, listos para disfrutar de una bienvenida por todo lo alto. Las sirvientas corrían de un lado a otro con nerviosismo, dando los últimos retoques al lugar antes de que las puertas fueran abiertas. Dentro de la habitación de la princesa, la reina y dos damas de compañía trataban de convencer a la primera de que aceptara ponerse un bonito vestido azul que, en su opinión, era demasiado elegante para tratarse de un simple reencuentro. Pero entonces, cuando ésta ya estaba lista y una de sus sirvientas le trenzaba el cabello, la verdad salió a relucir en forma de confesión.
- Pero... no podéis hacerme eso, madre... No... ¡No es justo! No podéis decidir por mi cómo ni con quién he de pasar el resto de mis días... ¿Acaso me habéis traído hasta aquí para eso? ¿Ese es el motivo último de esta fiesta? ¡No podéis estar hablando en serio! -Las lágrimas caían a borbotones desde sus ojos azules, ahora enrojecidos por la rabia. ¿Matrimonio? ¿De qué demonios estaba hablando? De haberlo sabido jamás habría vuelto tan pronto. No estaba ni preparada ni dispuesta a casarse con alguien a quien jamás había visto y del que no sabía ni su nombre. Su madre trató de calmarla colocándole las manos sobre los hombros, ante lo que sólo obtuvo el rechazo de su hija.
- Irïna... sabes que no es nuestro propósito hacerte desdichada... Pero es necesario que entiendas que necesitas un marido... Si nos pasa algo... Si nosotros... muriéramos, necesitarías la seguridad que sólo un matrimonio puede proporcionarte. Una mujer sola en el poder sería algo insólito pese a lo avanzado que es nuestro país. El clero se opondría, los nobles se opondrían... Sabes que tu padre ha luchado mucho por conseguir convertir Escocia en un lugar mejor para vivir. No querrás destruir eso... ni echar por tierra todos nuestros esfuerzos. -Odiaba que su madre la tratase de hacer sentir como una niña egoísta que no se daba cuenta de que tenía que sacrificar su vida para el bien de su pueblo. Juró siempre proteger el legado que sus padres le dejarían, pero siempre se prometió a sí misma que no accedería a un matrimonio concertado solo por miedo. Ella sola era lo bastante fuerte para mantener el reino. No se iba a casar con alguien a quien no amara. Y le dolía que las dos únicas personas que tenía en el mundo, su única familia, no consideraran esa opción para ella.
El baile ya se había iniciado cuando la joven princesa recorría los pasillos vagando como alma en pena. Aunque sabía bien que su padre consideraría una ofensa no acudir a una fiesta en su honor, estaba segura de que su madre apelaría a su benevolencia, después de la discusión mantenida apenas hacía unos minutos. Todo parecía transcurrir con una monótona normalidad... Pero su interior ardía en llamas. Estaba furiosa, y demasiado confusa para decidir qué hacer a continuación. Las palabras de su madre poco a poco comenzaron a ganar más peso en su conciencia. No quería que el sueño de su padre se difuminara por su culpa, pero sus fantasías sobre el amor sincero aún eran demasiado grandes. Y sí, podía parecer estúpido dadas las circunstancias, pero cuando tienes diecisiete años, en lo que menos piensas es en la obligación o en los deberes. Y menos cuando sientes que tu destino ha sido prefijado desde el mismo día de tu nacimiento. Para alguien como ella, destinada a hacer grandes cosas, a portar sobre sus hombros un enorme peso, fantasear era lo único que le quedaba. Lo único que aún podía elegir. Y pronto se lo arrebatarían si no encontraba otra alternativa. Se alejó todo cuanto pudo del lugar de la fiesta, acabando en el lugar al que siempre acababa yendo cuando tenía problemas que solucionar y cosas las que pensar. Lo más alto de la torre, con la sola compañía de las palomas, le recordaban que la libertad era todo cuando quería, y que nunca desearía que le arrebataran. Sonrió, irónica, y se sentó en el balcón, pensativa. Todos los allí reunidos sabían que aquella sería una fiesta de "compromiso". Ella debía elegir candidatos para convertirse en su "príncipe azul". Todos lo sabían desde hacía meses, y ella acababa de enterarse. ¿Podría ser la situación aún más injusta?
Tras varios minutos de reflexión, y a sabiendas que no había nada que pudiera hacer para impedirlo, se quedó tras la puerta inspirando y expirando para relajarse. Tenía que intentarlo. Por el bien del pueblo y por evitar una disputa con su padre. Otra cosa es que lo consiguiera. Y en seguida, su mente comenzó a maquinar una estratagema para fastidiar aquel asunto de forma indirecta. Ya que tenía que hacerlo, no lo pondría precisamente fácil.
Saludó por la ventanilla con aquella sonrisa de niña feliz e inocente, alegre de sentirse finalmente como en casa. Porque sí, para la princesa no había nada que la hiciera sentir mejor que ver a su pueblo entregado a la noble causa de sus padres. La igualdad de todos los miembros de la comunidad, independientemente de su clase social. El bienestar de todos por encima del de los pocos que aún conservaban el poder, pese a los esfuerzos del rey por evitar el monopolio de la tierra. En sus viajes pudo apreciar que no existía un pueblo tan unido como el suyo, y eso la hacía sentirse enormemente orgullosa. Se recostó en la tranquilidad del carruaje, sintiéndose parcialmente reconfortada por estar de vuelta, pese a que no le gustase el hecho de tener que acudir a una fiesta nada más llegar. Cerró los ojos, concentrándose en el murmullo lejano de las voces de sus "hermanos", en el silbido del viento, en la frescura de los aromas que la rodeaban. Escocia no podía estar más verde que en aquella época. En plena primavera. Los árboles parecían brillar. Era increíble. Y acababa de darse cuenta de lo mucho que lo había extrañado. Y así se lo hizo saber a sus padres, con un largo abrazo, con sonoras carcajadas que camuflaban el llanto por la felicidad del reencuentro. Una familia unida, de nuevo. Al menos hasta que en dos meses la princesa volviese a marcharse en busca de su camino.
Tres horas después de que la heredera al trono llegase a palacio, la fiesta se dio por comenzada. La música comenzó a sonar en el salón principal, y todos los invitados y curiosos comenzaron a llenar de color la plaza exterior del castillo, listos para disfrutar de una bienvenida por todo lo alto. Las sirvientas corrían de un lado a otro con nerviosismo, dando los últimos retoques al lugar antes de que las puertas fueran abiertas. Dentro de la habitación de la princesa, la reina y dos damas de compañía trataban de convencer a la primera de que aceptara ponerse un bonito vestido azul que, en su opinión, era demasiado elegante para tratarse de un simple reencuentro. Pero entonces, cuando ésta ya estaba lista y una de sus sirvientas le trenzaba el cabello, la verdad salió a relucir en forma de confesión.
- Pero... no podéis hacerme eso, madre... No... ¡No es justo! No podéis decidir por mi cómo ni con quién he de pasar el resto de mis días... ¿Acaso me habéis traído hasta aquí para eso? ¿Ese es el motivo último de esta fiesta? ¡No podéis estar hablando en serio! -Las lágrimas caían a borbotones desde sus ojos azules, ahora enrojecidos por la rabia. ¿Matrimonio? ¿De qué demonios estaba hablando? De haberlo sabido jamás habría vuelto tan pronto. No estaba ni preparada ni dispuesta a casarse con alguien a quien jamás había visto y del que no sabía ni su nombre. Su madre trató de calmarla colocándole las manos sobre los hombros, ante lo que sólo obtuvo el rechazo de su hija.
- Irïna... sabes que no es nuestro propósito hacerte desdichada... Pero es necesario que entiendas que necesitas un marido... Si nos pasa algo... Si nosotros... muriéramos, necesitarías la seguridad que sólo un matrimonio puede proporcionarte. Una mujer sola en el poder sería algo insólito pese a lo avanzado que es nuestro país. El clero se opondría, los nobles se opondrían... Sabes que tu padre ha luchado mucho por conseguir convertir Escocia en un lugar mejor para vivir. No querrás destruir eso... ni echar por tierra todos nuestros esfuerzos. -Odiaba que su madre la tratase de hacer sentir como una niña egoísta que no se daba cuenta de que tenía que sacrificar su vida para el bien de su pueblo. Juró siempre proteger el legado que sus padres le dejarían, pero siempre se prometió a sí misma que no accedería a un matrimonio concertado solo por miedo. Ella sola era lo bastante fuerte para mantener el reino. No se iba a casar con alguien a quien no amara. Y le dolía que las dos únicas personas que tenía en el mundo, su única familia, no consideraran esa opción para ella.
El baile ya se había iniciado cuando la joven princesa recorría los pasillos vagando como alma en pena. Aunque sabía bien que su padre consideraría una ofensa no acudir a una fiesta en su honor, estaba segura de que su madre apelaría a su benevolencia, después de la discusión mantenida apenas hacía unos minutos. Todo parecía transcurrir con una monótona normalidad... Pero su interior ardía en llamas. Estaba furiosa, y demasiado confusa para decidir qué hacer a continuación. Las palabras de su madre poco a poco comenzaron a ganar más peso en su conciencia. No quería que el sueño de su padre se difuminara por su culpa, pero sus fantasías sobre el amor sincero aún eran demasiado grandes. Y sí, podía parecer estúpido dadas las circunstancias, pero cuando tienes diecisiete años, en lo que menos piensas es en la obligación o en los deberes. Y menos cuando sientes que tu destino ha sido prefijado desde el mismo día de tu nacimiento. Para alguien como ella, destinada a hacer grandes cosas, a portar sobre sus hombros un enorme peso, fantasear era lo único que le quedaba. Lo único que aún podía elegir. Y pronto se lo arrebatarían si no encontraba otra alternativa. Se alejó todo cuanto pudo del lugar de la fiesta, acabando en el lugar al que siempre acababa yendo cuando tenía problemas que solucionar y cosas las que pensar. Lo más alto de la torre, con la sola compañía de las palomas, le recordaban que la libertad era todo cuando quería, y que nunca desearía que le arrebataran. Sonrió, irónica, y se sentó en el balcón, pensativa. Todos los allí reunidos sabían que aquella sería una fiesta de "compromiso". Ella debía elegir candidatos para convertirse en su "príncipe azul". Todos lo sabían desde hacía meses, y ella acababa de enterarse. ¿Podría ser la situación aún más injusta?
Tras varios minutos de reflexión, y a sabiendas que no había nada que pudiera hacer para impedirlo, se quedó tras la puerta inspirando y expirando para relajarse. Tenía que intentarlo. Por el bien del pueblo y por evitar una disputa con su padre. Otra cosa es que lo consiguiera. Y en seguida, su mente comenzó a maquinar una estratagema para fastidiar aquel asunto de forma indirecta. Ya que tenía que hacerlo, no lo pondría precisamente fácil.
Última edición por Irïna Katya Vasílièva el Miér Abr 23, 2014 2:47 pm, editado 1 vez
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
Mi misión, como capitán y miembro de la guardia real escocesa, era velar por la seguridad del rey y la reina, y del resto de su familia. Por este motivo en particular -dejando a un lado mi preferencia personal- por lo que no me agradaban en absoluto celebraciones como aquella. Si bien comprendía que el regreso de la princesa era motivo más que suficiente para todo aquel despliegue de lujos y festejos, nunca he creído que dejar entrar a tantas personas juntas a palacio fuera precisamente seguro. Y menos, dadas las circunstancias. Detractores había en todas partes, independientemente de lo mal o lo bien que los monarcas lo estuviesen haciendo. Resultaba francamente complicado hacer bien mi trabajo si había más personas de las que podía vigilar a la vez sin volverme loco. Sí, es cierto que de haber sucedido algo hubiera sido quien lo hubiese tenido más fácil para rastrear a los responsables, gracias a mi casi perfecta memoria y a los dones que mi naturaleza me otorgan, pero no dejaba de ser un estrés innecesario para todos los miembros de la guardia. Con el paso del tiempo, el número de efectivos se había ido reduciendo, en parte por el fin de los conflictos en el país, y en parte porque el rey, progresista como ninguno, no consideraba más importante su seguridad que la del resto de escoceses. Un pensamiento muy noble, ciertamente, pero muy poco realista.
¿Tan difícil habría sido invitar tan sólo a los más allegados, o a los otros miembros de la realeza del país? Comprendía y comprendo que su desmedido afán de ser como un padre para todos los habitantes implicaba permitir al pueblo llano a acudir a celebraciones a las que en cualquier otro lugar no podrían acceder nunca. Pero aquello me parecía, simplemente, excesivo. No es que yo sintiera especial simpatía por otros nobles que no fueran los monarcas, dado mi pasado humilde y porque éstos no compartían la actitud benevolente del jefe del estado para con el pueblo, pero dejar las puertas abiertas a todo el que quisiera entrar si tenía el atuendo adecuado, no era la mejor de las ideas. Ni siquiera aun cuando se tenía la precaución de registrar a todos los que iban entrando a fin de asegurarnos de que no introducían nada peligroso en palacio. Era muy sencillo hacer trampas. Y quizá por este conjunto de cosas me alarmé tanto al comprobar que la anfitriona de la fiesta no aparecía por ninguna parte. Abandoné mi puesto a la espalda de los reyes a fin de encontrarla, realmente preocupado porque algo pudiera haberle sucedido.
La busqué en las habitaciones superiores, destinadas a la familia real, a sabiendas que no se encontraría en las de servicio. Recorrí los jardines de cabo a rabo, e incluso miré en las cocinas, conocedor de su pasión por el arte culinario... Pero la joven princesa parecía haberse esfumado por completo. Finalmente, desesperado al no dar con ella, y aunque no me gustase acudir a los monarcas con problemas de aquel tipo, regresé al lado de ambos, dispuesto a dar la voz de alarma. Normalmente prefería solucionar solo mis problemas, y más si éstos me hacían sentir que hacía mal mi trabajo, pero perder a un miembro de la familia era motivo más que suficiente para tragarme mi orgullo, y únicamente los reyes debían enterarse de aquel percance. Nadie excepto ellos deberían saber acerca de su desaparición. Alarmar a los invitados hubiera sido contraproducente. La gente siempre se pone nerviosa en situaciones de crisis, y que el caos se desatase en el palacio cuando estaba tan atestado como en aquel momento sólo ayudaría a complicar más el asunto. Si alguien se la había llevado, o estaba con ella en aquellos momentos, podría pasar desapercibido ante el barullo que podría armarse. No, no era buena idea. Un nudo se alojó en mi garganta, impidiéndome pensar con claridad. ¿Cómo narices no me había dado cuenta hasta aquel momento de que algo no iba bien? Externamente, podía parecer tan tranquilo como siempre, pero sentía que mi interior iba a acabar implosionando...
Estaba a punto de comenzar a hiperventilar debido a la tensión acumulada, cuando la reina me confió en privado que Irïna se había marchado enfadada de su habitación hacía algunas horas, al enterarse del propósito real de aquella fiesta. Y, la verdad, es que no me extrañó en absoluto. La comprendía. Un compromiso forzado no era plato de buen gusto para nadie, y menos si tras enseñarte que la libertad es lo más valioso que tienen las personas, deciden arrebatártela. Me relajé enormemente, consciente de que sabía dónde se encontraría. No era la primera vez en que, tras enfadarse, desaparecía durante horas, a sabiendas que discutir con alguien tan estricto como su padre no la llevaría a ninguna parte. Su forma de pensar no solía cambiar demasiado. En cierto modo, sentía algo de lástima por aquella muchacha de ojos melancólicos y tan azules como el océano. Aunque su padre era el mejor hombre que yo jamás había conocido, su mentalidad era tan inamovible que al final siempre era su familia la que salía perjudicada por sus decisiones. Incluyéndose a él mismo. Estaba tan volcado en buscar lo mejor para el pueblo a toda costa, que se olvidaba que su familia era lo único que tenía realmente, lo único que le quedaría en caso de que su reinado finalizase.
Y aquella boda forzada era el mejor ejemplo de aquella forma de pensar. Era cierto que casar a la joven garantizaría la continuidad de una monarquía tan apacible como lo había sido la suya, dado que ésta compartía sus ideales, de modo que la paz se mantendría sobre el reino en caso de que él faltase... ¿Pero alguien le había preguntado a ella al respecto? No me parecía raro que se enfadase al descubrir que su fiesta de bienvenida no era exactamente eso. Se había marchado de su casa para evitar aquel destino, después de todo. Regresar sólo para caer esclava del mismo no le debía haber sentado nada bien. En cuanto llegué al final de la escalera del torreón principal, me topé con ella al abrir la puerta que flanqueaba el acceso al nido de las palomas mensajeras. Me sonrió de forma forzada, seguramente creyendo que sus padres me habían enviado a buscarla. Me resultaba gracioso que después de todo el tiempo que llevaba trabajando para ellos, cuidando de su seguridad, no pudiera aceptar que simplemente me preocupase por ella sin necesidad de que nadie me instara a hacerlo. Aquella muchacha era terriblemente desconfiada. Y quizá era mejor así. Ejecuté una perfecta reverencia y sonreí de forma afable. Demasiado afable, a decir verdad.
- Alteza, todos en la fiesta se preguntan dónde estáis. El pueblo quiere celebrar junto a vos vuestro regreso. No les privéis de vuestra gentil presencia... -Su mirada expresó bastante más de lo que quizá ella había pretendido. Reprimí una carcajada y esperé junto a la puerta. No quería incomodarla. Me abstuve de mencionar el asunto del compromiso, consciente de que eso sólo lograría perjudicar su estado de ánimo nuevamente. Y yo nunca hubiera querido eso para ella. Le tendí la mano con una nueva sonrisa, esta vez más cálida de la anterior, esperando que, por lo menos, aceptase como sincera la ayuda que quería brindarle. Nunca la había visto tan hermosa.
¿Tan difícil habría sido invitar tan sólo a los más allegados, o a los otros miembros de la realeza del país? Comprendía y comprendo que su desmedido afán de ser como un padre para todos los habitantes implicaba permitir al pueblo llano a acudir a celebraciones a las que en cualquier otro lugar no podrían acceder nunca. Pero aquello me parecía, simplemente, excesivo. No es que yo sintiera especial simpatía por otros nobles que no fueran los monarcas, dado mi pasado humilde y porque éstos no compartían la actitud benevolente del jefe del estado para con el pueblo, pero dejar las puertas abiertas a todo el que quisiera entrar si tenía el atuendo adecuado, no era la mejor de las ideas. Ni siquiera aun cuando se tenía la precaución de registrar a todos los que iban entrando a fin de asegurarnos de que no introducían nada peligroso en palacio. Era muy sencillo hacer trampas. Y quizá por este conjunto de cosas me alarmé tanto al comprobar que la anfitriona de la fiesta no aparecía por ninguna parte. Abandoné mi puesto a la espalda de los reyes a fin de encontrarla, realmente preocupado porque algo pudiera haberle sucedido.
La busqué en las habitaciones superiores, destinadas a la familia real, a sabiendas que no se encontraría en las de servicio. Recorrí los jardines de cabo a rabo, e incluso miré en las cocinas, conocedor de su pasión por el arte culinario... Pero la joven princesa parecía haberse esfumado por completo. Finalmente, desesperado al no dar con ella, y aunque no me gustase acudir a los monarcas con problemas de aquel tipo, regresé al lado de ambos, dispuesto a dar la voz de alarma. Normalmente prefería solucionar solo mis problemas, y más si éstos me hacían sentir que hacía mal mi trabajo, pero perder a un miembro de la familia era motivo más que suficiente para tragarme mi orgullo, y únicamente los reyes debían enterarse de aquel percance. Nadie excepto ellos deberían saber acerca de su desaparición. Alarmar a los invitados hubiera sido contraproducente. La gente siempre se pone nerviosa en situaciones de crisis, y que el caos se desatase en el palacio cuando estaba tan atestado como en aquel momento sólo ayudaría a complicar más el asunto. Si alguien se la había llevado, o estaba con ella en aquellos momentos, podría pasar desapercibido ante el barullo que podría armarse. No, no era buena idea. Un nudo se alojó en mi garganta, impidiéndome pensar con claridad. ¿Cómo narices no me había dado cuenta hasta aquel momento de que algo no iba bien? Externamente, podía parecer tan tranquilo como siempre, pero sentía que mi interior iba a acabar implosionando...
Estaba a punto de comenzar a hiperventilar debido a la tensión acumulada, cuando la reina me confió en privado que Irïna se había marchado enfadada de su habitación hacía algunas horas, al enterarse del propósito real de aquella fiesta. Y, la verdad, es que no me extrañó en absoluto. La comprendía. Un compromiso forzado no era plato de buen gusto para nadie, y menos si tras enseñarte que la libertad es lo más valioso que tienen las personas, deciden arrebatártela. Me relajé enormemente, consciente de que sabía dónde se encontraría. No era la primera vez en que, tras enfadarse, desaparecía durante horas, a sabiendas que discutir con alguien tan estricto como su padre no la llevaría a ninguna parte. Su forma de pensar no solía cambiar demasiado. En cierto modo, sentía algo de lástima por aquella muchacha de ojos melancólicos y tan azules como el océano. Aunque su padre era el mejor hombre que yo jamás había conocido, su mentalidad era tan inamovible que al final siempre era su familia la que salía perjudicada por sus decisiones. Incluyéndose a él mismo. Estaba tan volcado en buscar lo mejor para el pueblo a toda costa, que se olvidaba que su familia era lo único que tenía realmente, lo único que le quedaría en caso de que su reinado finalizase.
Y aquella boda forzada era el mejor ejemplo de aquella forma de pensar. Era cierto que casar a la joven garantizaría la continuidad de una monarquía tan apacible como lo había sido la suya, dado que ésta compartía sus ideales, de modo que la paz se mantendría sobre el reino en caso de que él faltase... ¿Pero alguien le había preguntado a ella al respecto? No me parecía raro que se enfadase al descubrir que su fiesta de bienvenida no era exactamente eso. Se había marchado de su casa para evitar aquel destino, después de todo. Regresar sólo para caer esclava del mismo no le debía haber sentado nada bien. En cuanto llegué al final de la escalera del torreón principal, me topé con ella al abrir la puerta que flanqueaba el acceso al nido de las palomas mensajeras. Me sonrió de forma forzada, seguramente creyendo que sus padres me habían enviado a buscarla. Me resultaba gracioso que después de todo el tiempo que llevaba trabajando para ellos, cuidando de su seguridad, no pudiera aceptar que simplemente me preocupase por ella sin necesidad de que nadie me instara a hacerlo. Aquella muchacha era terriblemente desconfiada. Y quizá era mejor así. Ejecuté una perfecta reverencia y sonreí de forma afable. Demasiado afable, a decir verdad.
- Alteza, todos en la fiesta se preguntan dónde estáis. El pueblo quiere celebrar junto a vos vuestro regreso. No les privéis de vuestra gentil presencia... -Su mirada expresó bastante más de lo que quizá ella había pretendido. Reprimí una carcajada y esperé junto a la puerta. No quería incomodarla. Me abstuve de mencionar el asunto del compromiso, consciente de que eso sólo lograría perjudicar su estado de ánimo nuevamente. Y yo nunca hubiera querido eso para ella. Le tendí la mano con una nueva sonrisa, esta vez más cálida de la anterior, esperando que, por lo menos, aceptase como sincera la ayuda que quería brindarle. Nunca la había visto tan hermosa.
Última edición por Lorick N. Mercier el Mar Jul 01, 2014 11:54 pm, editado 1 vez
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
Si había algo peor que la sensación de que las personas que consideraba más importantes de su vida no la conocían en absoluto, era la certeza de que tampoco se habían molestado en conocerla. Siempre pensó que sus padres estarían toda su vida allí, tras sus pasos, tras sus decisiones, para protegerla. Para ayudarla si se equivocaba. Para animarla si se caía tras una mala decisión. Para ayudarla a rectificar si había tomado alguna decisión que pudiera perjudicarla. Siempre pensó que la familia tenía, como misión última, cuidar de todos sus miembros. Darles amor, cariño, comprensión, un lugar en el que vivir. Darles paciencia, y las herramientas necesarias para que cuando fueran independientes pudieran enfrentarse al mundo sin decaer cada vez que las cosas se pusieran feas. ¿Qué le habían aportado sus padres de todo aquello? El cariño hacía mucho que había dejado de ser central en su relación con ellos. Las cosas se habían ido tensando, complicando, a medida que las dos partes se habían hecho conscientes de que había una responsabilidad muy grande que acabaría finalmente sobre sus frágiles hombros. Le habían dado estrategias para enfrentarse a la realidad, para luchar por sus ideales, por aquello en lo que creía. Por aquello que consideraba justo. Se había convertido en una mujer terca, fuerte, independiente, y capacitada para llevar el peso de un reinado indeseado. Se había convertido en la heredera perfecta, en la sucesora perfecta, puesto que compartía las ideas de su padre y sabía cómo ponerlos en práctica de forma más efectiva de lo que él había hecho.
Estaba preparada para afrontar aquella carga porque era su deber. Y si algo también le habían inculcado, era que el deber ha de cumplirse por encima de todo. Porque constituye lo que somos, nos define. Y si su deber constaba en ser la cabeza de estado, lo sería. Y lo haría mejor de lo que nadie nunca hubiera imaginado. No sólo porque sabía, ni porque debía. Quería hacerlo. Quería que esa gran nación fuese aún más grande. Quería acabar con las desigualdades de una vez por todas. Quería que la justicia imperase por encima de todo. Y no lo haría sólo por sus padres, por demostrarles que era más que digna de su confianza. También lo haría por sí misma, para demostrarse que podía ser mejor de lo que todos esperaban. Para enseñar al mundo lo que la disciplina puede hacer, y lo capacitadas que estaban las muchachas bien instruidas para lograr todo lo que se propusieran. Se había convencido de que su misión en ese mundo consistía en eso. En abolir todo aquello que consideraba que estaba mal. Todos los estigmas, todo el sufrimiento de los más desfavorecidos. Su misión era provocar un cambio en el mundo, tan hondo, tan profundo, que las cosas jamás volvieran a ser como antes. Haría que su país avanzase hacia algo mejor, hacia algo más sostenible. Y lo conseguiría por sí misma. Esforzándose, luchando mano a mano con su pueblo para que todos lo desearan tanto como ella. Para que todos abrieran los ojos a una realidad que podría ser fantástica.
¿Por qué sus padres, quienes la habían convertido en aquello, no eran capaces de ver sus progresos? ¿Acaso no podían ver que estaba preparada? ¿Que no necesitaba la ayuda de ningún desconocido para cumplir con un deber para el que habían estado enseñándola desde que era una niña? ¿Preferían dejar el futuro, su futuro, en manos de un completo desconocido, por miedo a que alguien pudiera oponerse a su reinado? ¿No fueron ellos los que le enseñaron que de las adversidades siempre se sale reforzado? Si querían hacerla fracasar, ¡se resistiría! ¿Cómo podían estar tan ciegos para no verlo? ¿Qué creían, que se rendiría a las primeras de cambio? ¿Que sacrificaría todo cuanto habían conseguido por tener miedo? No sólo no la conocían en absoluto, tampoco sentían ningún respeto por quién era, o por lo que había conseguido hasta entonces. Por su madurez, por su claridad de ideas. No les importaba. Sólo querían seguir un estúpido protocolo que ellos, como reyes, podrían haber cambiado hacía mucho. Pero sólo si realmente hubieran confiado en ella, en su única hija. Y no era el caso. ¡Dios! Estaba tan furiosa que golpeó el muro de piedra con todas sus fuerzas, provocando que un profundo dolor se extendiese por todo el brazo. Un hilo de sangre comenzó a brotar de la herida. Bufó en voz alta, frustrada. Ni siquiera habían tenido en cuenta su opinión para elegir a los candidatos. ¿Qué menos, no? Iba a ser ella quién tenía que casarse y yacer en su lecho. ¡Pero si ni siquiera sabían que el azul no le gustaba! Ese estúpido vestido era incómodo. Y ahora se había manchado de sangre. Mierda.
Se volteó, dispuesta a salir de allí antes de que la encontraran. Si veían que se había lastimado seguro que armaban un escuadrón en búsqueda de un agresor inexistente. Desde luego, hubiera sido más fácil que explicar que había golpeado la pared por estar furiosa. Además de quedar como una niña, pensarían que tenía problemas para controlar sus estados de ánimo. Como si no tuviera ya suficiente con estar obligada a casarse. Seguro que se les ocurría emparentarla con algún psiquiatra. Lo ideal para una reina que se suponía que era justa, que todos creyeran que estaba loca. Abrió la puerta justo para toparse con la persona a la que menos se esperaba ver en aquellos momentos. Normalmente, si una hija sale corriendo enfadada, suele ser la madre la que la persigue para hacerla entrar en razón. Suponía que era inherente al hecho de ser hija de reyes que a ella la viniera a buscar el mismísimo capitán de la guardia real, con aquel traje demasiado elegante y aquella sonrisa demasiado sincera para ser de verdad. Puso una mueca y aceptó su mano. Siempre había sentido cierta simpatía hacia aquel hombre, pese a que lo considerara una especie de espía de sus padres que siempre aparecía en el momento más inoportuno. La cuidaba, lo cual era su cometido. Pero no la trataba como los demás. - Por favor... No me habléis así. ¿Acaso cada vez que regreso de viaje he de rogároslo? Odio que me hablen como si fuera de otro planeta. Y no digas nada acerca de la mano. Ya, ya sé que no debía hacerlo. Y sí, lo siento mucho. Pero estaba enfadada. Supongo que ya sabes por qué... -Caminó junto a él, sin mostrar ninguna prisa por hacer acto de aparición en la fiesta. Estaba herida; su vestido, manchado. Lo que menos quería en aquellos momentos era ir a comer canapés como si nada. Deseaba tanto estar de vuelta en Berlín...
Estaba preparada para afrontar aquella carga porque era su deber. Y si algo también le habían inculcado, era que el deber ha de cumplirse por encima de todo. Porque constituye lo que somos, nos define. Y si su deber constaba en ser la cabeza de estado, lo sería. Y lo haría mejor de lo que nadie nunca hubiera imaginado. No sólo porque sabía, ni porque debía. Quería hacerlo. Quería que esa gran nación fuese aún más grande. Quería acabar con las desigualdades de una vez por todas. Quería que la justicia imperase por encima de todo. Y no lo haría sólo por sus padres, por demostrarles que era más que digna de su confianza. También lo haría por sí misma, para demostrarse que podía ser mejor de lo que todos esperaban. Para enseñar al mundo lo que la disciplina puede hacer, y lo capacitadas que estaban las muchachas bien instruidas para lograr todo lo que se propusieran. Se había convencido de que su misión en ese mundo consistía en eso. En abolir todo aquello que consideraba que estaba mal. Todos los estigmas, todo el sufrimiento de los más desfavorecidos. Su misión era provocar un cambio en el mundo, tan hondo, tan profundo, que las cosas jamás volvieran a ser como antes. Haría que su país avanzase hacia algo mejor, hacia algo más sostenible. Y lo conseguiría por sí misma. Esforzándose, luchando mano a mano con su pueblo para que todos lo desearan tanto como ella. Para que todos abrieran los ojos a una realidad que podría ser fantástica.
¿Por qué sus padres, quienes la habían convertido en aquello, no eran capaces de ver sus progresos? ¿Acaso no podían ver que estaba preparada? ¿Que no necesitaba la ayuda de ningún desconocido para cumplir con un deber para el que habían estado enseñándola desde que era una niña? ¿Preferían dejar el futuro, su futuro, en manos de un completo desconocido, por miedo a que alguien pudiera oponerse a su reinado? ¿No fueron ellos los que le enseñaron que de las adversidades siempre se sale reforzado? Si querían hacerla fracasar, ¡se resistiría! ¿Cómo podían estar tan ciegos para no verlo? ¿Qué creían, que se rendiría a las primeras de cambio? ¿Que sacrificaría todo cuanto habían conseguido por tener miedo? No sólo no la conocían en absoluto, tampoco sentían ningún respeto por quién era, o por lo que había conseguido hasta entonces. Por su madurez, por su claridad de ideas. No les importaba. Sólo querían seguir un estúpido protocolo que ellos, como reyes, podrían haber cambiado hacía mucho. Pero sólo si realmente hubieran confiado en ella, en su única hija. Y no era el caso. ¡Dios! Estaba tan furiosa que golpeó el muro de piedra con todas sus fuerzas, provocando que un profundo dolor se extendiese por todo el brazo. Un hilo de sangre comenzó a brotar de la herida. Bufó en voz alta, frustrada. Ni siquiera habían tenido en cuenta su opinión para elegir a los candidatos. ¿Qué menos, no? Iba a ser ella quién tenía que casarse y yacer en su lecho. ¡Pero si ni siquiera sabían que el azul no le gustaba! Ese estúpido vestido era incómodo. Y ahora se había manchado de sangre. Mierda.
Se volteó, dispuesta a salir de allí antes de que la encontraran. Si veían que se había lastimado seguro que armaban un escuadrón en búsqueda de un agresor inexistente. Desde luego, hubiera sido más fácil que explicar que había golpeado la pared por estar furiosa. Además de quedar como una niña, pensarían que tenía problemas para controlar sus estados de ánimo. Como si no tuviera ya suficiente con estar obligada a casarse. Seguro que se les ocurría emparentarla con algún psiquiatra. Lo ideal para una reina que se suponía que era justa, que todos creyeran que estaba loca. Abrió la puerta justo para toparse con la persona a la que menos se esperaba ver en aquellos momentos. Normalmente, si una hija sale corriendo enfadada, suele ser la madre la que la persigue para hacerla entrar en razón. Suponía que era inherente al hecho de ser hija de reyes que a ella la viniera a buscar el mismísimo capitán de la guardia real, con aquel traje demasiado elegante y aquella sonrisa demasiado sincera para ser de verdad. Puso una mueca y aceptó su mano. Siempre había sentido cierta simpatía hacia aquel hombre, pese a que lo considerara una especie de espía de sus padres que siempre aparecía en el momento más inoportuno. La cuidaba, lo cual era su cometido. Pero no la trataba como los demás. - Por favor... No me habléis así. ¿Acaso cada vez que regreso de viaje he de rogároslo? Odio que me hablen como si fuera de otro planeta. Y no digas nada acerca de la mano. Ya, ya sé que no debía hacerlo. Y sí, lo siento mucho. Pero estaba enfadada. Supongo que ya sabes por qué... -Caminó junto a él, sin mostrar ninguna prisa por hacer acto de aparición en la fiesta. Estaba herida; su vestido, manchado. Lo que menos quería en aquellos momentos era ir a comer canapés como si nada. Deseaba tanto estar de vuelta en Berlín...
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
Supe, en el mismo instante en que mencioné aquellas palabras, que conseguiría exactamente lo que conseguí. No porque fuera alguien predecible, ya que jamás había conocido a nadie con tanto carácter como Irïna, sino porque siempre que me dirigía a ella solía expresarme de aquel modo. En cierta forma, me agradaba que se molestara en reprocharme que la tratara como quien realmente era. Una princesa. Eso significaba que pese a ser de una clase superior a la suya, no se sentía mejor que nadie. Y desde luego era algo digno de admirar. No había sido criada entre algodones, entre lujos desmedidos. Había sido educada como a una más. Mejor que a la mayoría, pero con los mismos valores de justicia e igualdad que al resto. Y lo que en principio debía parecerme una excelente hazaña, una fantástica labor de sus padres por hacerla tal y como era, para mi, el mérito era tan sólo suyo. Había madurado mucho antes de lo requerido, en parte por las enorme carga que sus padres habían depositado sobre sus hombros, y en parte porque siempre tuvo claro que para hacer frente a aquella presión debía mostrarse segura de sí misma. Era una mujer con todas las letras. Una gran mujer, y sería una estupenda reina para esa gran nación. Por eso me apenaba que sus padres no fueran capaces de verlo tal y como yo lo veía.
Fruncí el ceño cuando tuve su mano herida entre las mías. Estaba helada, además de pálida. Entonces caí en la cuenta de que probablemente no había comido nada desde su llegada. Una punzada de preocupación ascendió desde mi estómago. Aquello no estaba bien. ¿Acaso los reyes no eran capaces de ver el daño que estaban haciéndole a su hija? A su propia hija. A la única que tenían, y a la que debían proteger por encima de cualquier cosa. Eran unos buenos monarcas, pero aquella actitud exigente para con ella no era demasiado benevolente que se diga. Presioné la herida a fin de detener la hemorragia y la taponé con un viejo pañuelo que siempre llevaba encima. El único recuerdo que me quedaba de mi abuelo. Nunca lo utilizaba, salvo en caso de emergencia. Pero... Ni siquiera lo pensé. Aún hoy no tengo claro exactamente qué fue lo que me hizo actuar así. Sentía algo muy fuerte por aquella chiquilla. La había visto crecer, tropezar, convertirse en la mujer que ahora era. Daría cualquier cosa por ella, por protegerla. Y puede que fuera porque tenía muy interiorizada la labor que tenía que cumplir en aquel castillo. Pero ¿acaso importaba? Me interpondría entre ella y una espada sin dudarlo. Observé el desastre en que se había convertido su vestido y tuve que reprimir una sonrisa. Ahora que me fijaba, no era del color que yo habría esperado ni del que habría escogido para ella. ¿Azul? ¿Tan poco la conocían? Le sentaba de maravilla, pero no era el suyo. Se había salido con la suya si lo que quería era cambiarse de ropa, desde luego.
- Quizá es que me gusta que me digáis una y otra vez cómo tengo que dirigirme a vos... Princesa. Veros alterada me resulta sumamente divertido. Aunque preferiría que canalizarais esa rabia en alguien que no fuerais vos misma. Sois demasiado... valiosa para este país, para vuestros padres, para m... para todos nosotros. -Tuve que morderme la lengua antes de decir algo que hubiese resultado incómodo tanto para ella, como para mi. Envolví su mano herida con el pañuelo y la tomé con suavidad, instándola a bajar por las escaleras con cuidado. Ni siquiera sabía cómo narices había podido subir por aquel angosto pasaje hasta la pajarería con aquel dichoso vestido. Si ya era complejo para mi subir por lo estrecho que era, podía imaginar lo mucho que le habría costado a ella. - Debéis tener más cuidado... Podéis cambiar de vestido pero no podéis cambiaros la mano por otra distinta. ¿Cómo firmaríais las cartas? Y ya nunca podría enseñaros a manejar bien la espada. ¿No erais vos quien dijo que debíais demostrar que podéis defenderos? Así yo no tendría que venir a rescataros como si fueseis una damisela en apuros. -Le sonreí ampliamente, con cierta ternura, escondiendo en aquellas palabras jocosas una auténtica preocupación. - Quizá deberíais... ya sabéis, cambiaros antes de ir a la fiesta. Llamaréis mucho la atención con esa mancha. -"Además de que el olor a sangre es bastante abrumador". No fue hasta que dije eso hasta que me di cuenta de que sí que podría ser más peligroso de lo que habría pensado en un principio. Si él mismo era un licántropo, ¿cuántos vampiros podría haber ocultos entre la gente normal? No permitiría que le sucediera nada.
- En cuanto al por qué... Sé que vuestros padres quieren obligaros a que os caséis con algún pretendiente a vuestra medida... Pero no creo que eso justifique que os hagáis daño. Hay más personas que se preocupan por vos. Podríais haber acudido a algún consejero... -Una vez estuvimos en el pasillo, la acompañé hasta su vestidor y esperé a que decidiera qué hacer. No quería incomodarla. No quería meterme en su vida, ni tomar decisiones importantes por ella. No quería convertirme en alguien importante. Pero la necesidad de protegerla era demasiado poderosa, demasiado grande. - Os esperaré aquí mismo, mi señora... -Me volteé dirigiendo la vista al frente. Suponía que necesitaba tiempo para pensar, tiempo para sí misma. Un tiempo en el que ni yo ni nadie pudiera interponerse.
Fruncí el ceño cuando tuve su mano herida entre las mías. Estaba helada, además de pálida. Entonces caí en la cuenta de que probablemente no había comido nada desde su llegada. Una punzada de preocupación ascendió desde mi estómago. Aquello no estaba bien. ¿Acaso los reyes no eran capaces de ver el daño que estaban haciéndole a su hija? A su propia hija. A la única que tenían, y a la que debían proteger por encima de cualquier cosa. Eran unos buenos monarcas, pero aquella actitud exigente para con ella no era demasiado benevolente que se diga. Presioné la herida a fin de detener la hemorragia y la taponé con un viejo pañuelo que siempre llevaba encima. El único recuerdo que me quedaba de mi abuelo. Nunca lo utilizaba, salvo en caso de emergencia. Pero... Ni siquiera lo pensé. Aún hoy no tengo claro exactamente qué fue lo que me hizo actuar así. Sentía algo muy fuerte por aquella chiquilla. La había visto crecer, tropezar, convertirse en la mujer que ahora era. Daría cualquier cosa por ella, por protegerla. Y puede que fuera porque tenía muy interiorizada la labor que tenía que cumplir en aquel castillo. Pero ¿acaso importaba? Me interpondría entre ella y una espada sin dudarlo. Observé el desastre en que se había convertido su vestido y tuve que reprimir una sonrisa. Ahora que me fijaba, no era del color que yo habría esperado ni del que habría escogido para ella. ¿Azul? ¿Tan poco la conocían? Le sentaba de maravilla, pero no era el suyo. Se había salido con la suya si lo que quería era cambiarse de ropa, desde luego.
- Quizá es que me gusta que me digáis una y otra vez cómo tengo que dirigirme a vos... Princesa. Veros alterada me resulta sumamente divertido. Aunque preferiría que canalizarais esa rabia en alguien que no fuerais vos misma. Sois demasiado... valiosa para este país, para vuestros padres, para m... para todos nosotros. -Tuve que morderme la lengua antes de decir algo que hubiese resultado incómodo tanto para ella, como para mi. Envolví su mano herida con el pañuelo y la tomé con suavidad, instándola a bajar por las escaleras con cuidado. Ni siquiera sabía cómo narices había podido subir por aquel angosto pasaje hasta la pajarería con aquel dichoso vestido. Si ya era complejo para mi subir por lo estrecho que era, podía imaginar lo mucho que le habría costado a ella. - Debéis tener más cuidado... Podéis cambiar de vestido pero no podéis cambiaros la mano por otra distinta. ¿Cómo firmaríais las cartas? Y ya nunca podría enseñaros a manejar bien la espada. ¿No erais vos quien dijo que debíais demostrar que podéis defenderos? Así yo no tendría que venir a rescataros como si fueseis una damisela en apuros. -Le sonreí ampliamente, con cierta ternura, escondiendo en aquellas palabras jocosas una auténtica preocupación. - Quizá deberíais... ya sabéis, cambiaros antes de ir a la fiesta. Llamaréis mucho la atención con esa mancha. -"Además de que el olor a sangre es bastante abrumador". No fue hasta que dije eso hasta que me di cuenta de que sí que podría ser más peligroso de lo que habría pensado en un principio. Si él mismo era un licántropo, ¿cuántos vampiros podría haber ocultos entre la gente normal? No permitiría que le sucediera nada.
- En cuanto al por qué... Sé que vuestros padres quieren obligaros a que os caséis con algún pretendiente a vuestra medida... Pero no creo que eso justifique que os hagáis daño. Hay más personas que se preocupan por vos. Podríais haber acudido a algún consejero... -Una vez estuvimos en el pasillo, la acompañé hasta su vestidor y esperé a que decidiera qué hacer. No quería incomodarla. No quería meterme en su vida, ni tomar decisiones importantes por ella. No quería convertirme en alguien importante. Pero la necesidad de protegerla era demasiado poderosa, demasiado grande. - Os esperaré aquí mismo, mi señora... -Me volteé dirigiendo la vista al frente. Suponía que necesitaba tiempo para pensar, tiempo para sí misma. Un tiempo en el que ni yo ni nadie pudiera interponerse.
Última edición por Lorick N. Mercier el Mar Jul 01, 2014 11:54 pm, editado 1 vez
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
Por primera vez en mucho tiempo, aceptó la mano que Lorick le tendía como sincera. Por primera vez en su vida, se dejó ayudar por alguien que no era ella misma. Y nadie sabía lo bien que le sentó. Sus padres siempre habían sido muy cuidadosos en lo que a sentimientos se refiere. Nunca se habían mostrado excesivamente cálidos o cercanos con ella, a sabiendas que la vida de un monarca nunca es sencilla, y los imprevistos suelen estar a la orden del día. Prefirieron enseñarla a valerse por sí misma, a no necesitar la ayuda de nadie para poder protegerse, defenderse, para saber salir de los problemas a los que una vida tan compleja como la de gobernantes sin duda la sometería. Y nadie podría discutirles nunca que lo hubieran hecho mal. La futura reina de Escocia era fuerte, valiente, inteligente, y lo suficientemente desconfiada para no tomar por ciertas las primeras palabras que cualquier persona le dirigiera. Ni siquiera cuando esas personas estaban tan cargadas de sinceridad y preocupación como la del guardia real. Una punzada de resentimiento la asaltó de repente. Hacia sí misma, y hacia esa forma de ser que la haría una fantástica monarca, pero una pésima compañera para el noble al que finalmente escogiera. Lo conocía desde siempre. Había velado su sueño desde que tenía uso de razón, y llevaba casi cinco años sin darle las gracias por lo mucho que había hecho por ella. La había cubierto en sus escapadas a caballo, la había consolado cuando sus padres estaban de viaje y las tormentas la asustaban en mitad de la noche, le había vendado las heridas cuando sus atrevimientos la llevaban a hacerse daño... Y aún así, no era capaz de confiar del todo en él. No era una sorpresa, ya que tampoco confiaba en sus propios padres, pero de pronto le resultó sumamente frustrante la certeza de que únicamente confiaba en sí misma. Por suerte, eso le auguraría una vida muy larga, aunque llena de tristezas.
Ahora que se paraba a mirar de forma más atenta a Lorick, encontraba en él muchas cosas que le resultaban llamativas, o interesantes. Sus modales refinados siempre habían llamado la atención de Irïna, aunque no fue hasta ese momento, y gracias a su confesión expresa, hasta que se dio cuenta de que siempre lo había hecho a propósito. Sabía que le crispaba los nervios que le hablase de aquella forma tan exquisitamente perfecta. Y aún así, lo hacía. Ella siempre había pensado que su empeño en aquel hecho obedecía a la necesidad de mostrar respeto hacia los miembros de la casa real, o a una obligación que su mismísimo padre hubiera impuesto sobre los soldados de la guardia. Ahora se daba cuenta de que no era así, o al menos, no del todo. Sabía que su padre se dirigía a todos con respeto y pedía lo mismo de los demás, pero dudaba mucho que impusiera tal protocolo a unas personas que sacrificaban su vida para protegerlos a ellos. El hombre lo hacía porque sabía que así conseguía sacarle una sonrisa, y de paso, fastidiarla lo suficiente para que se olvidara de todo lo demás. Mientras más triste o frustrada estuviera ella, más marcado era ese respeto que nadie le había impuesto en realidad. Una sonrisa fugaz aunque sincera se adueñó del semblante de la muchacha, que por primera vez vio en aquellos ojos oscuros a alguien en quien confiar del todo, un amigo, un compañero, un fiel guardián. ¡¿Cómo había podido tardar tanto en darse cuenta?! Acarició la mano cubierta con el pañuelo agachando el rostro, con un leve rubor creciendo sobre sus mejillas. De repente su cercanía le resultaba más que grata, hasta el punto de hacerla sentir... ¿distinta? Aunque no sabría decir en qué sentido. Si estaba segura de algo, es que era bueno. Aquel cosquilleo en el estómago no podía ser algo negativo, ¿no? Y esperaba que no lo fuera, porque no hacía más que crecer y crecer, de forma ascendente, hasta alojarse en forma de nudo en su garganta.
Una vez en el vestidor, aquella tensión surgida entre ambos, acabó por romperse. La princesa se refugió en la seguridad de aquella enorme habitación para quedarse sonriendo como una boba durante unos instantes, incapaz de hacer que aquel cosquilleo en su estómago desapareciera. Sentía su rostro arder por la vergüenza. ¿Vergüenza de qué? No lo sabía, pero se sentía liviana, como el aire, y más torpe que de costumbre. Tras dar una vuelta rápida por la sala divisó el que siempre había sido uno de sus vestidos favoritos. Su padre se lo había comprado en Viena hacía unos meses, en un viaje de negocios, y cuando se lo envió a su residencia en Berlín, se sintió tremendamente feliz. Fue la primera vez en que realmente se sintió comprendida por el monarca, querida. Había acertado en todo. Lo tomó con cuidado y se lo puso despacio, saboreando aquel momento. Era la ocasión perfecta para lucirlo, aunque sabía que su madre no estaría en absoluto de acuerdo: era demasiado oscuro para lo que debía fingir que era para ella un momento muy feliz. No le importaba. Nunca se lo había puesto y quería demostrar con él que era más que capaz de escoger su ropa, sus gustos, y que ninguna de sus preferencias cambiaría por decreto de sus familia. Ya era casi una adulta, no tenían ningún derecho a actuar de aquella forma para con ella. Una vez dentro del vestido, se dio cuenta de que no era capaz de ponérselo sola, y buscando fuerzas de donde no había nada, abrió la puerta de par en par, y tosió un par de veces para llamar la atención de Lorick, en un gesto tan tímido como inocente, aunque la situación no fuese precisamente común.
- E-ehm... Lori... Señor Mercier... p-por favor... ¿podríais ayudarme con esto? La cremallera está como atascada... -Se sintió estúpida debido al tartamudeo, e incapaz de controlar el rubor de su rostro, que no hacía más que crecer y crecer sin control. Se volteó rápidamente, mostrando al guardia el problema, esperando que no se diera cuenta de sus titubeos, y pensara que únicamente se encontraba nerviosa. Odiaba sentirse tan extraña, y ser incapaz de ponerle un nombre a aquella sensación.
Ahora que se paraba a mirar de forma más atenta a Lorick, encontraba en él muchas cosas que le resultaban llamativas, o interesantes. Sus modales refinados siempre habían llamado la atención de Irïna, aunque no fue hasta ese momento, y gracias a su confesión expresa, hasta que se dio cuenta de que siempre lo había hecho a propósito. Sabía que le crispaba los nervios que le hablase de aquella forma tan exquisitamente perfecta. Y aún así, lo hacía. Ella siempre había pensado que su empeño en aquel hecho obedecía a la necesidad de mostrar respeto hacia los miembros de la casa real, o a una obligación que su mismísimo padre hubiera impuesto sobre los soldados de la guardia. Ahora se daba cuenta de que no era así, o al menos, no del todo. Sabía que su padre se dirigía a todos con respeto y pedía lo mismo de los demás, pero dudaba mucho que impusiera tal protocolo a unas personas que sacrificaban su vida para protegerlos a ellos. El hombre lo hacía porque sabía que así conseguía sacarle una sonrisa, y de paso, fastidiarla lo suficiente para que se olvidara de todo lo demás. Mientras más triste o frustrada estuviera ella, más marcado era ese respeto que nadie le había impuesto en realidad. Una sonrisa fugaz aunque sincera se adueñó del semblante de la muchacha, que por primera vez vio en aquellos ojos oscuros a alguien en quien confiar del todo, un amigo, un compañero, un fiel guardián. ¡¿Cómo había podido tardar tanto en darse cuenta?! Acarició la mano cubierta con el pañuelo agachando el rostro, con un leve rubor creciendo sobre sus mejillas. De repente su cercanía le resultaba más que grata, hasta el punto de hacerla sentir... ¿distinta? Aunque no sabría decir en qué sentido. Si estaba segura de algo, es que era bueno. Aquel cosquilleo en el estómago no podía ser algo negativo, ¿no? Y esperaba que no lo fuera, porque no hacía más que crecer y crecer, de forma ascendente, hasta alojarse en forma de nudo en su garganta.
Una vez en el vestidor, aquella tensión surgida entre ambos, acabó por romperse. La princesa se refugió en la seguridad de aquella enorme habitación para quedarse sonriendo como una boba durante unos instantes, incapaz de hacer que aquel cosquilleo en su estómago desapareciera. Sentía su rostro arder por la vergüenza. ¿Vergüenza de qué? No lo sabía, pero se sentía liviana, como el aire, y más torpe que de costumbre. Tras dar una vuelta rápida por la sala divisó el que siempre había sido uno de sus vestidos favoritos. Su padre se lo había comprado en Viena hacía unos meses, en un viaje de negocios, y cuando se lo envió a su residencia en Berlín, se sintió tremendamente feliz. Fue la primera vez en que realmente se sintió comprendida por el monarca, querida. Había acertado en todo. Lo tomó con cuidado y se lo puso despacio, saboreando aquel momento. Era la ocasión perfecta para lucirlo, aunque sabía que su madre no estaría en absoluto de acuerdo: era demasiado oscuro para lo que debía fingir que era para ella un momento muy feliz. No le importaba. Nunca se lo había puesto y quería demostrar con él que era más que capaz de escoger su ropa, sus gustos, y que ninguna de sus preferencias cambiaría por decreto de sus familia. Ya era casi una adulta, no tenían ningún derecho a actuar de aquella forma para con ella. Una vez dentro del vestido, se dio cuenta de que no era capaz de ponérselo sola, y buscando fuerzas de donde no había nada, abrió la puerta de par en par, y tosió un par de veces para llamar la atención de Lorick, en un gesto tan tímido como inocente, aunque la situación no fuese precisamente común.
- E-ehm... Lori... Señor Mercier... p-por favor... ¿podríais ayudarme con esto? La cremallera está como atascada... -Se sintió estúpida debido al tartamudeo, e incapaz de controlar el rubor de su rostro, que no hacía más que crecer y crecer sin control. Se volteó rápidamente, mostrando al guardia el problema, esperando que no se diera cuenta de sus titubeos, y pensara que únicamente se encontraba nerviosa. Odiaba sentirse tan extraña, y ser incapaz de ponerle un nombre a aquella sensación.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
Por un instante, mientras esperaba tras la puerta cerrada de su vestidor, me dediqué a fantasear acerca de los pretendientes que, más que probablemente, estarían ya esperando en una larga y tortuosa cola a que la hermosísima princesa de Escocia se dignara a presentarse ante ellos, con la firme convicción que seguramente todos tendrían de que serían elegidos. No la conocían tan bien como yo, ni de lejos. De hecho, dudaba que hubiese alguien en el reino, en el planeta, que supiera más de esa hermosa damisela de ojos tan azules y brillantes como el universo de posibilidades que tenía ante ella. Me sorprendí a mi mismo imaginando la reacción que tendría si, por alguna extraña razón, entre todos aquellos pretendientes me encontrase yo. Aguardando su veredicto. Vestido con aquel traje blanco de guardia real que ella misma había elegido para mi cuando fui ascendido a capitán. ¿Podría ignorar a todos aquellos príncipes, duques y condes, y escoger a aquel cuya vida estaba destinada por siempre a garantizar su protección? ¿Vería en mi, más que a un amigo o un consejero, a un auténtico caballero, capaz de cortejarla y acompañarla, finalmente, al altar? ¿Podría yo, por fin, acercarme a ella sin el temor de que su simple presencia, tan perturbadora, provocara en mi aquella reacción de huida, de miedo? ¿Podría, simplemente, enamorarse de alguien como yo antes que de todos aquellos caballeros de armadura dorada que la aguardaban en aquellos momentos en el gran salón? ¿Podríamos estar destinados, como en las leyendas lo están las princesas con sus príncipes azules? Sacudí la cabeza, confuso. ¿Qué estaba diciendo? Aquellas parecían más las divagaciones de un loco a punto de perder la cabeza que los pensamientos del encargado de la seguridad en palacio. Irïna sería mi futura reina, sólo eso. Y nada más. La monarca que, de la mano con aquel que escogiera de entre los candidatos seleccionados por sus padres, haría de Escocia un país mucho más glorioso de lo que ellos lo hicieron.
Y sin embargo, aunque tenía más que clara aquella realidad que en poco tiempo tendría lugar, mi mente parecía indiferente a aquel hecho. No tenía ningún tipo de control sobre aquellos pensamientos que, poco a poco, acabaron por hacerme perder la noción del tiempo, del espacio, de la realidad y de la necesidad de guardar la compostura. No le importaba en absoluto que mi trabajo, mi vida, dependiera de mi capacidad de mantener aquellos sentimientos, aquellos deseos inalcanzables, bajo una cuidadísima fachada de profesionalidad. Porque sí, reconozco como hombre adulto que soy, que estaba completa e irrevocablemente enamorado de la futura soberana de Escocia, pero también reconozco en mis esfuerzos por mantener aquel hecho oculto, ese cariño extraño, casi demencial, que sentía por su familia. No podría sembrar la discordia entre ellos con simples fantasías sin fundamento que era evidente que no tenían ningún futuro, más allá que el de lograr que perdiera completamente la cordura. Porque cada vez que la veía caminar, con aquellos andares gráciles y desenfadados, no podía evitar suspirar por sus huesos, por la posibilidad, aunque prácticamente inexistente, de que ella también suspirara por los míos. Pero era inútil, una estupidez, una mentira que era incapaz de mantener alejada de mi consciencia. Nos separaba más de un abismo de distancia. Ella era una simple cría, aunque su madurez indicase claramente lo contrario... Y yo... Yo ni siquiera seguía siendo humano, en todos los sentidos del término. ¿Quién lo aprobaría? Una reina con un plebeyo. Una humana con un licántropo. La soberana del reino con aquel que prometió protegerla con su vida. No. Ni podía ser ni sería nunca. Ahora la acompañaría hacia la sala, hacia la distancia que sus padres ponían entre ambos, hacia su futuro esposo. Y yo miraría, a lo lejos, cómo otro haría sus mejores esfuerzos para hacerla tan feliz como yo nunca podría llegar a hacerlo. Porque, Dios, más le valía cuidarla tanto como yo lo haría hasta expirar mi último aliento, o mi rabia no se apagaría tan fácilmente.
Y allí estaba yo, con los puños cerrados en un gesto de rabia y frustración, cuando ella, la fuente de mis deseos más íntimos y ocultos, se dirigió hacia mi como una aparición. Su belleza no podía ser descrita con palabras. O al menos yo no pude encontrarlas, por lo que de mi garganta sólo salió un patético tartamudeo inteligible, que nada dijo, pese a todo lo que quería decir. Desde el rubor en sus mejillas hacia los latidos desbocados de su corazón, todo me pareció lo más perfecto que había visto nunca. Aquel vestido, que sin duda había escogido ella de entre sus favoritos -y de entre los que su familia jamás le dejaría ponerse en una ocasión como esa-, resaltaba todos sus atributos a la perfección. La hermosa palidez de su piel, sus ojos, más brillantes e intensos que nunca, y aquella delgadez que aunque, excesiva, siempre había sido característica de la princesa. Aquel vestido parecía estar hecho expresamente para ella, para fundirse en uno con su cuerpo y hacerla brillar. Tanto me impresionó, que hube de disculparme varias veces y hacerla repetir lo que había dicho, hasta que al final la comprendí. Y lo cierto es que hubiera preferido no haberlo hecho. Tras emitir varios “ehm, oh... yo... esto...”, deslicé mis manos con cuidado sobre su espalda, y aquel contacto, aunque mínimo, me trasladó hasta el mismísimo cielo. Su frescura, en contraposición con mi enfermiza calidez, me pareció la mezcla más maravillosa que hubiera sentido nunca. Torpemente, abroché su vestido como pude, con las manos temblorosas, para después notar que mi propio rostro se coloreaba en un inesperado rubor que me hizo dar un brinco hacia atrás en cuando hube terminado de colocárselo. No podía dejar que me viera así. ¿Qué pensaría de mi?
- Estáis muy hermosa, princesa... Pero creo que ya es hora de que bajemos al salón... vuestros padres podrían llegar a enfadarse si nos demoramos más. Vuestros... pretendientes deben estar esperando desde hace rato... -Con cuidado, y con una sangre fría que a mi mismo me sorprendió, quité el pañuelo de la mano herida de la muchacha, a fin de echar un vistazo. Al ver que no sangraba, y en un rápido gesto, le tendí unos guantes oscuros que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón. Así podría cubrir la herida de forma que nadie la notara, y además, estaba seguro de que le sentarían bien. Logrando apartar finalmente de mi mente todos aquellos pensamientos que minutos antes se me antojaban incontrolables, comencé a caminar por el pasillo más deprisa de lo debido, autoconvenciéndome de que lo mejor para ambos, pero sobre todo para ella, era que me olvidara de aquellos sentimientos que jamás llegarían a nada. Aunque por un instante, por un breve momento, pude percibir en su mirada y en aquel rubor que teñía sus mejillas, un sentimiento bastante parecido al mío. Pero sólo eran imaginaciones mías. ¿No? Sí, seguro que era eso. ¿Cómo iba ella a fijarse en mi?
Y sin embargo, aunque tenía más que clara aquella realidad que en poco tiempo tendría lugar, mi mente parecía indiferente a aquel hecho. No tenía ningún tipo de control sobre aquellos pensamientos que, poco a poco, acabaron por hacerme perder la noción del tiempo, del espacio, de la realidad y de la necesidad de guardar la compostura. No le importaba en absoluto que mi trabajo, mi vida, dependiera de mi capacidad de mantener aquellos sentimientos, aquellos deseos inalcanzables, bajo una cuidadísima fachada de profesionalidad. Porque sí, reconozco como hombre adulto que soy, que estaba completa e irrevocablemente enamorado de la futura soberana de Escocia, pero también reconozco en mis esfuerzos por mantener aquel hecho oculto, ese cariño extraño, casi demencial, que sentía por su familia. No podría sembrar la discordia entre ellos con simples fantasías sin fundamento que era evidente que no tenían ningún futuro, más allá que el de lograr que perdiera completamente la cordura. Porque cada vez que la veía caminar, con aquellos andares gráciles y desenfadados, no podía evitar suspirar por sus huesos, por la posibilidad, aunque prácticamente inexistente, de que ella también suspirara por los míos. Pero era inútil, una estupidez, una mentira que era incapaz de mantener alejada de mi consciencia. Nos separaba más de un abismo de distancia. Ella era una simple cría, aunque su madurez indicase claramente lo contrario... Y yo... Yo ni siquiera seguía siendo humano, en todos los sentidos del término. ¿Quién lo aprobaría? Una reina con un plebeyo. Una humana con un licántropo. La soberana del reino con aquel que prometió protegerla con su vida. No. Ni podía ser ni sería nunca. Ahora la acompañaría hacia la sala, hacia la distancia que sus padres ponían entre ambos, hacia su futuro esposo. Y yo miraría, a lo lejos, cómo otro haría sus mejores esfuerzos para hacerla tan feliz como yo nunca podría llegar a hacerlo. Porque, Dios, más le valía cuidarla tanto como yo lo haría hasta expirar mi último aliento, o mi rabia no se apagaría tan fácilmente.
Y allí estaba yo, con los puños cerrados en un gesto de rabia y frustración, cuando ella, la fuente de mis deseos más íntimos y ocultos, se dirigió hacia mi como una aparición. Su belleza no podía ser descrita con palabras. O al menos yo no pude encontrarlas, por lo que de mi garganta sólo salió un patético tartamudeo inteligible, que nada dijo, pese a todo lo que quería decir. Desde el rubor en sus mejillas hacia los latidos desbocados de su corazón, todo me pareció lo más perfecto que había visto nunca. Aquel vestido, que sin duda había escogido ella de entre sus favoritos -y de entre los que su familia jamás le dejaría ponerse en una ocasión como esa-, resaltaba todos sus atributos a la perfección. La hermosa palidez de su piel, sus ojos, más brillantes e intensos que nunca, y aquella delgadez que aunque, excesiva, siempre había sido característica de la princesa. Aquel vestido parecía estar hecho expresamente para ella, para fundirse en uno con su cuerpo y hacerla brillar. Tanto me impresionó, que hube de disculparme varias veces y hacerla repetir lo que había dicho, hasta que al final la comprendí. Y lo cierto es que hubiera preferido no haberlo hecho. Tras emitir varios “ehm, oh... yo... esto...”, deslicé mis manos con cuidado sobre su espalda, y aquel contacto, aunque mínimo, me trasladó hasta el mismísimo cielo. Su frescura, en contraposición con mi enfermiza calidez, me pareció la mezcla más maravillosa que hubiera sentido nunca. Torpemente, abroché su vestido como pude, con las manos temblorosas, para después notar que mi propio rostro se coloreaba en un inesperado rubor que me hizo dar un brinco hacia atrás en cuando hube terminado de colocárselo. No podía dejar que me viera así. ¿Qué pensaría de mi?
- Estáis muy hermosa, princesa... Pero creo que ya es hora de que bajemos al salón... vuestros padres podrían llegar a enfadarse si nos demoramos más. Vuestros... pretendientes deben estar esperando desde hace rato... -Con cuidado, y con una sangre fría que a mi mismo me sorprendió, quité el pañuelo de la mano herida de la muchacha, a fin de echar un vistazo. Al ver que no sangraba, y en un rápido gesto, le tendí unos guantes oscuros que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón. Así podría cubrir la herida de forma que nadie la notara, y además, estaba seguro de que le sentarían bien. Logrando apartar finalmente de mi mente todos aquellos pensamientos que minutos antes se me antojaban incontrolables, comencé a caminar por el pasillo más deprisa de lo debido, autoconvenciéndome de que lo mejor para ambos, pero sobre todo para ella, era que me olvidara de aquellos sentimientos que jamás llegarían a nada. Aunque por un instante, por un breve momento, pude percibir en su mirada y en aquel rubor que teñía sus mejillas, un sentimiento bastante parecido al mío. Pero sólo eran imaginaciones mías. ¿No? Sí, seguro que era eso. ¿Cómo iba ella a fijarse en mi?
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
Irïna Katya Vasílièva of Hanover, futura reina de Escocia por la gracia de Dios... Y el ser más estúpido que habitaba en el castillo en aquellos momentos. Se sentía patética, así de absurda le parecía su reacción desproporcionada hacia lo que había sido un simple favor. Un simple e insignificante favor. ¿Porque eso había sido, no? Una sencilla petición que había estado obligada a realizar por la necesidad de asearse a fin de acudir a una "fiesta" que ella nunca había pedido, y con la que nunca había estado de acuerdo. Y que se la hubiera hecho precisamente a él, a la persona con que más cómoda se sentía a la vez que aquella que más nerviosa le hacía sentirse, había sido una simple coincidencia. Estaban solos, y él siempre había sido como su confidente y el guardián de sus secretos. Sí, todo era fruto de una confusa y extraña casualidad, que había provocado que la piel de ambos, aunque mínimamente, llegaran a encontrarse. Y eso no significaba nada, ¿verdad? Eso no quería decir que hubiera mayor confianza entre ambos ni que su relación fuera diferente... De acuerdo. Pero si era así, si todo era tan normal y circunstancial como lo estaba pensando... ¿Por qué se sentía así? ¿De dónde procedía ese nerviosismo, esa suprema confusión que la hacía temblar por aquel simple roce entre la mano ajena y su espalda? ¡Qué demonios le estaba pasando! Estaba tan helada debido a aquel ¿pánico? irracional que realmente había sentido que Lorick estaba, literalmente, ardiendo. ¿Cómo podía ser? ¿Estaba teniendo alucinaciones? ¡Iba a tener razón su madre, y debía comer más vitaminas!
Su mente no paraba de dar vueltas y más vueltas a la situación, intentando encontrarle un sentido oculto que ella misma no lograba ver, ni tenía ni idea de por qué lo estaba buscando. ¿Qué habían significado los titubeos del hombre? ¿Estaba también nervioso? Y si era así, ¿por qué? ¡Si sólo debía abrocharle el vestido, nada más! No era algo insólito, ni descabellado, ni era ningún crimen tipificado por el que fueran a hacerle pagar. ¿Sentiría acaso él también aquella sensación extraña de ingravidez, ese extraño cosquilleo en el estómago que no hacía más que ascender y ascender por todo su cuerpo, de forma lenta pero sin detenerse en ningún punto? ¿Y qué significaba eso? ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Por qué se sentía de aquella forma estando a su lado, así de nerviosa, si estaba firmemente convencida de que era la única persona con la que quería estar en aquellos momentos? En aquel pasillo. Evitando ir a aquella fiesta convocada a traición para decidir su futuro. ¡Su futuro! Por más vueltas que le diera, todo estaba tan negro que era incapaz de pensar con claridad. Irïna Katya Vasílièva of Hanover, reina de Escocia por la gracia de Dios y casada con un noble repelente que odiase al pueblo y seguramente tratara de ir en contra de sus políticas solidarias. ¡¿Cómo narices iba a querer casarse con un conde o un duque, si siempre le habían mostrado la cara más odiosa y terrible de la nobleza?! El mundo estaba volviéndose loco. Ella misma estaba volviéndose loca. Por culpa de sus padres, de Lorick, y por aquellas estúpidas hormigas que recorrían su estómago desde dentro. ¿O eran mariposas? Una capa de sudor frío comenzó a cubrir su frente, su rostro. Se sentía mareada. Y cuando estaba a punto de caerse redonda al suelo por la tensión acumulada, las palabras del guardia real la hicieron salir de ese estado de ensimismamiento tan bruscamente, que le sentaron más como una puñalada en lo más hondo de su vientre que como lo que realmente eran: la verdad.
Los pretendientes. Desfilando uno a uno ante ella, recitarían con palabras cargadas de falacias y adornos, lo mucho que admiraban su belleza y las cientos de miles de cosas que harían para conquistarla. Le prometerían las nubes, el Sol, un millón de estrellas. Y a cambio ella sólo tenía que desprenderse de una cosa: de su libertad. Por más que lo mirase, no le parecía un trato justo. Siguió a Lorick por el pasillo, y sus andares rápidos la hicieron sustituir aquel nerviosismo anterior por algo más parecido a un enfado que a otra cosa. No sabía por qué, pero que hubiera dicho precisamente eso, pese a ser cierto en realidad, le había sentado peor que la jugarreta de sus padres. Le había parecido sincero, amable, incluso había llegado a pensar que estaba de acuerdo con ella en el hecho de que, de casarse, debía elegir a su amado sin seguir ningún decreto real. Pero no. Ahora todo se evidenciaba como una mentira. Todos le mentían, una y otra vez. Todos intentaban ganarse su confianza para luego tratar de cortarle las alas. Querían convertirla en la monarca expectante y silenciosa que había sido su madre, cuando tenía y siempre tendría el carácter de su padre. Su conciencia era un roble difícil de tumbar. Y en aquellos momentos todo cuanto quería era demostrar a toda costa que ni todos los regalos del mundo, ni todos los pretendientes que hubiesen convocado, la harían cambiar de opinión. Si el mundo entero estaba en su contra, pelearía a muerte contra el mundo. Y no iba a rendirse sin luchar. Vencería. Y todos aquellos lobos con piel de cordero regresarían a sus condados sin poder decir que habían conquistado el corazón de la futura reina de Escocia. ¡Así tuviera que sacárselo y guardarlo en un cofre por el resto de la eternidad!
Cuando finalmente estuvo en la sala que sus padres habían reservado para la fiesta, se separó de Lorick sin mirarle si quiera. Se enteraría ese idiota de lo que era capaz. Y no, no tenía ni idea de por qué le había molestado tanto que precisamente él le hablara de pretendientes, pero las mariposas habían parado un poco en sus intentos de hacerla perder los nervios. Ignorando deliberadamente las predecibles opiniones de su madre respecto al vestido que acababa de ponerse, se enfundó los guantes que el guardia real le había dado y se sentó directamente en el trono. La orquesta volvió a tocar en cuando los tres miembros de la familia real se miraron entre ellos. Y la guerra comenzó. - Vale, bien, empecemos con mi tortura... ¡Que pase el primer farsante... digo... pretendiente! -Sus palabras provocaron las risas de algunos, y las miradas hostiles de otros, pero fue cuando su padre apretó su mano, aquella en la que aún le palpitaba la herida, cuando se dio cuenta de que aquella iba a ser una lucha... Intensa. El primer noble medía menos de un metro sesenta y por la mirada de su padre supo que los dos pensaban exactamente lo mismo: ¿y este hombre tiene cuarenta y dos años? Su voz de pito era todo menos agradable, y además de tratar de comprarla con ganado bovino y porcino entre otras lindeces, tenía otras tres esposas a las que presumía de tratar mejor que al ganado. Afortunadamente. Sólo las golpeaba tres veces a la semana. Quince minutos después el mismísimo rey lo hizo marcharse de la sala bajo amenaza de enviar a los guardias. Iba a ser una noche interesante.
Su mente no paraba de dar vueltas y más vueltas a la situación, intentando encontrarle un sentido oculto que ella misma no lograba ver, ni tenía ni idea de por qué lo estaba buscando. ¿Qué habían significado los titubeos del hombre? ¿Estaba también nervioso? Y si era así, ¿por qué? ¡Si sólo debía abrocharle el vestido, nada más! No era algo insólito, ni descabellado, ni era ningún crimen tipificado por el que fueran a hacerle pagar. ¿Sentiría acaso él también aquella sensación extraña de ingravidez, ese extraño cosquilleo en el estómago que no hacía más que ascender y ascender por todo su cuerpo, de forma lenta pero sin detenerse en ningún punto? ¿Y qué significaba eso? ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Por qué se sentía de aquella forma estando a su lado, así de nerviosa, si estaba firmemente convencida de que era la única persona con la que quería estar en aquellos momentos? En aquel pasillo. Evitando ir a aquella fiesta convocada a traición para decidir su futuro. ¡Su futuro! Por más vueltas que le diera, todo estaba tan negro que era incapaz de pensar con claridad. Irïna Katya Vasílièva of Hanover, reina de Escocia por la gracia de Dios y casada con un noble repelente que odiase al pueblo y seguramente tratara de ir en contra de sus políticas solidarias. ¡¿Cómo narices iba a querer casarse con un conde o un duque, si siempre le habían mostrado la cara más odiosa y terrible de la nobleza?! El mundo estaba volviéndose loco. Ella misma estaba volviéndose loca. Por culpa de sus padres, de Lorick, y por aquellas estúpidas hormigas que recorrían su estómago desde dentro. ¿O eran mariposas? Una capa de sudor frío comenzó a cubrir su frente, su rostro. Se sentía mareada. Y cuando estaba a punto de caerse redonda al suelo por la tensión acumulada, las palabras del guardia real la hicieron salir de ese estado de ensimismamiento tan bruscamente, que le sentaron más como una puñalada en lo más hondo de su vientre que como lo que realmente eran: la verdad.
Los pretendientes. Desfilando uno a uno ante ella, recitarían con palabras cargadas de falacias y adornos, lo mucho que admiraban su belleza y las cientos de miles de cosas que harían para conquistarla. Le prometerían las nubes, el Sol, un millón de estrellas. Y a cambio ella sólo tenía que desprenderse de una cosa: de su libertad. Por más que lo mirase, no le parecía un trato justo. Siguió a Lorick por el pasillo, y sus andares rápidos la hicieron sustituir aquel nerviosismo anterior por algo más parecido a un enfado que a otra cosa. No sabía por qué, pero que hubiera dicho precisamente eso, pese a ser cierto en realidad, le había sentado peor que la jugarreta de sus padres. Le había parecido sincero, amable, incluso había llegado a pensar que estaba de acuerdo con ella en el hecho de que, de casarse, debía elegir a su amado sin seguir ningún decreto real. Pero no. Ahora todo se evidenciaba como una mentira. Todos le mentían, una y otra vez. Todos intentaban ganarse su confianza para luego tratar de cortarle las alas. Querían convertirla en la monarca expectante y silenciosa que había sido su madre, cuando tenía y siempre tendría el carácter de su padre. Su conciencia era un roble difícil de tumbar. Y en aquellos momentos todo cuanto quería era demostrar a toda costa que ni todos los regalos del mundo, ni todos los pretendientes que hubiesen convocado, la harían cambiar de opinión. Si el mundo entero estaba en su contra, pelearía a muerte contra el mundo. Y no iba a rendirse sin luchar. Vencería. Y todos aquellos lobos con piel de cordero regresarían a sus condados sin poder decir que habían conquistado el corazón de la futura reina de Escocia. ¡Así tuviera que sacárselo y guardarlo en un cofre por el resto de la eternidad!
Cuando finalmente estuvo en la sala que sus padres habían reservado para la fiesta, se separó de Lorick sin mirarle si quiera. Se enteraría ese idiota de lo que era capaz. Y no, no tenía ni idea de por qué le había molestado tanto que precisamente él le hablara de pretendientes, pero las mariposas habían parado un poco en sus intentos de hacerla perder los nervios. Ignorando deliberadamente las predecibles opiniones de su madre respecto al vestido que acababa de ponerse, se enfundó los guantes que el guardia real le había dado y se sentó directamente en el trono. La orquesta volvió a tocar en cuando los tres miembros de la familia real se miraron entre ellos. Y la guerra comenzó. - Vale, bien, empecemos con mi tortura... ¡Que pase el primer farsante... digo... pretendiente! -Sus palabras provocaron las risas de algunos, y las miradas hostiles de otros, pero fue cuando su padre apretó su mano, aquella en la que aún le palpitaba la herida, cuando se dio cuenta de que aquella iba a ser una lucha... Intensa. El primer noble medía menos de un metro sesenta y por la mirada de su padre supo que los dos pensaban exactamente lo mismo: ¿y este hombre tiene cuarenta y dos años? Su voz de pito era todo menos agradable, y además de tratar de comprarla con ganado bovino y porcino entre otras lindeces, tenía otras tres esposas a las que presumía de tratar mejor que al ganado. Afortunadamente. Sólo las golpeaba tres veces a la semana. Quince minutos después el mismísimo rey lo hizo marcharse de la sala bajo amenaza de enviar a los guardias. Iba a ser una noche interesante.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
En el mismo instante en que de mis labios salieron disparadas aquellas palabras en tono de reproche, ya me estaba arrepintiendo de haberlas formulado. ¿Estaba celoso? ¿Me molestaba el hecho de no poder estar entre todos aquellos pretendientes, esperando ser el elegido? Pues sí, en efecto, estaba total y completamente celoso. Celoso de la posibilidad de que otras manos que no fueran las mías rozaran su cuerpo. Celoso de que otros labios besaran los suyos. Celoso de que otro que no fuese yo compartiera su lecho, cuando estaba convencido de que nadie podría amarla como yo lo hacía. Pero era imposible. Impensable. El amor no es la solución a todos los problemas, y un humano, aunque fuese el peor hombre de la tierra, siempre sería mejor para ella que yo. Una bestia maldita: un hombre condenado a convertirse en un monstruo por la influencia de la Luna llena. Irïna se merecía mucho más de lo que yo podía darle. ¡Y, demonios, ya lo sabía! Pero no podía dejar de sentirme así. No podía obligar a mi mente, a mi alma, a dejar de quererla. Porque simplemente era imposible. No podía dejar de ansiar estar junto a ella, aunque nunca lo hubiese estado realmente. La perdería antes de tenerla entre mis brazos, ¿alguna vez conseguiría superar ese dolor? ¿Alguna vez aceptaría verla en brazos de otro hombre, sin sentir que estaba a punto de enloquecer? Sólo el tiempo lo diría, pero en aquellos momentos estaba tan afectado, tan aturdido por lo que se avecinaba, que sólo tenía ganas de salir corriendo.
Y casi lo hice. Llegué al salón de forma precipitada, abrupta, con el semblante descompuesto y olvidándome del protocolo básico: cuando un miembro de la casa real entraba a un lugar, los guardias debían anunciarlo en voz alta y pedir una reverencia. Nadie se dio cuenta, en realidad. Para los padres de la princesa, el escándalo que suponía que su hija fuera vestida de aquella forma era más importante que lo que yo, un sirviente al fin y al cabo, hiciera o sintiera. Me coloqué en mi puesto tras los monarcas sin decir nada, y sólo cuando ella se hubo sentado, pude volver a mirarla directamente a los ojos. Y me sorprendió lo que vi. Percibí en su mirada la inconfundible sombra del resentimiento, y no pude evitar que una sonrisa se instalara en mi semblante. ¿Qué quería decir eso? ¿Significaba que estaba tan molesta por lo que había dicho, como yo por haberlo dicho? ¿Y por qué? La simple posibilidad de que sintiera algo por mi hizo que se me olvidase por un momento que lo nuestro era imposible. Me sentí dichoso, pleno, completo, como si ella fuese lo único que me faltaba para ser feliz. Mi luz en las noches oscuras, mi salvación, lo único que me mantenía anclado en la tierra. ¿Qué podría ser yo para ella? Su guardián, su protector, y aquel que le diera todo lo que necesitara, sin pedir nada a cambio... Claro que mis ensoñaciones no duraron demasiado. En cuando los pretendientes comenzaron a pasar, mis posibilidades se vieron reducidas a la nada, y mi molestia inicial fue dando paso progresivamente a un enfado más que notable.
Cerré los puños con fuerza, incapaz de creerme que todos aquellos cretinos realmente se creyeran dignos de un ser tan maravilloso como ella. ¿Qué habían hecho sus padres? ¿Poner un anuncio para que cualquiera se presentase? Era terrible. Si bien era cierto que todos los candidatos que se iban presentando tenían más dinero del que yo nunca hubiera podido soñar, ninguno de ellos se merecía su cariño. Le juraban por su vida que la protegerían, sin saber lo que eso realmente significaba. ¡Qué se creían! Yo había pasado toda su vida vigilándola, velando por su seguridad. No había nada que pudieran decir que yo no hubiera hecho ya en realidad. Y luego estaban aquellos que le prometían llenarla de regalos, darle su peso en oro o venderla por ganado. Estos últimos eran los peores. En más de una ocasión tuve que morderme la lengua para no decirles a la cara lo que pensaba. Hubiera sido mi ruina, pero por una vez en mi vida hubiera expresado lo que realmente sentía. Pero la noche no había hecho más que empezar, y lo peor estaba todavía por venir. Un joven, sumamente atractivo, todo sea dicho, se postró frente a ella y tomó su mano con gallardía, para luego depositar un beso en su dorso con delicadeza. Di un paso al frente, amenazante, a lo que el rey respondió con una negativa. El joven me miró de frente, como retándome. ¿Qué era lo que pretendía? ¿Descubrirme? Miré a la princesa de reojo, como intentando decirle sin palabras lo que realmente sentía. Pero ella no me miró. Sentía sus latidos alterados, como si aquel joven realmente le gustara. Me sentí desfallecer, y mi temperatura corporal, ya de por sí bastante alta, se elevó considerablemente...
No puedo describir el alivio que sentí cuando el joven volvió a alejarse, dando paso al siguiente pretendiente. Aunque, al verlo, me sentí bastante peor. Un hombre de más o menos mi edad se arrodilló frente a los monarcas. Habló con voz alta y clara, y se acercó a ellos con elegancia, denotando con total claridad a la clase social a la que pertenecía. Tuve que apartar la mirada cuando besó la mano derecha de la futura monarca. Me sentía incapaz de mantenerme firme en el sitio. Cuando no eran estúpidos machistas que querían comprarla, eran tipos que realmente parecía que merecían la pena. Y curiosamente los segundos me fastidiaban notablemente más que los primeros. ¿Podría soportar aquel calvario sin perder la cordura?
Y casi lo hice. Llegué al salón de forma precipitada, abrupta, con el semblante descompuesto y olvidándome del protocolo básico: cuando un miembro de la casa real entraba a un lugar, los guardias debían anunciarlo en voz alta y pedir una reverencia. Nadie se dio cuenta, en realidad. Para los padres de la princesa, el escándalo que suponía que su hija fuera vestida de aquella forma era más importante que lo que yo, un sirviente al fin y al cabo, hiciera o sintiera. Me coloqué en mi puesto tras los monarcas sin decir nada, y sólo cuando ella se hubo sentado, pude volver a mirarla directamente a los ojos. Y me sorprendió lo que vi. Percibí en su mirada la inconfundible sombra del resentimiento, y no pude evitar que una sonrisa se instalara en mi semblante. ¿Qué quería decir eso? ¿Significaba que estaba tan molesta por lo que había dicho, como yo por haberlo dicho? ¿Y por qué? La simple posibilidad de que sintiera algo por mi hizo que se me olvidase por un momento que lo nuestro era imposible. Me sentí dichoso, pleno, completo, como si ella fuese lo único que me faltaba para ser feliz. Mi luz en las noches oscuras, mi salvación, lo único que me mantenía anclado en la tierra. ¿Qué podría ser yo para ella? Su guardián, su protector, y aquel que le diera todo lo que necesitara, sin pedir nada a cambio... Claro que mis ensoñaciones no duraron demasiado. En cuando los pretendientes comenzaron a pasar, mis posibilidades se vieron reducidas a la nada, y mi molestia inicial fue dando paso progresivamente a un enfado más que notable.
Cerré los puños con fuerza, incapaz de creerme que todos aquellos cretinos realmente se creyeran dignos de un ser tan maravilloso como ella. ¿Qué habían hecho sus padres? ¿Poner un anuncio para que cualquiera se presentase? Era terrible. Si bien era cierto que todos los candidatos que se iban presentando tenían más dinero del que yo nunca hubiera podido soñar, ninguno de ellos se merecía su cariño. Le juraban por su vida que la protegerían, sin saber lo que eso realmente significaba. ¡Qué se creían! Yo había pasado toda su vida vigilándola, velando por su seguridad. No había nada que pudieran decir que yo no hubiera hecho ya en realidad. Y luego estaban aquellos que le prometían llenarla de regalos, darle su peso en oro o venderla por ganado. Estos últimos eran los peores. En más de una ocasión tuve que morderme la lengua para no decirles a la cara lo que pensaba. Hubiera sido mi ruina, pero por una vez en mi vida hubiera expresado lo que realmente sentía. Pero la noche no había hecho más que empezar, y lo peor estaba todavía por venir. Un joven, sumamente atractivo, todo sea dicho, se postró frente a ella y tomó su mano con gallardía, para luego depositar un beso en su dorso con delicadeza. Di un paso al frente, amenazante, a lo que el rey respondió con una negativa. El joven me miró de frente, como retándome. ¿Qué era lo que pretendía? ¿Descubrirme? Miré a la princesa de reojo, como intentando decirle sin palabras lo que realmente sentía. Pero ella no me miró. Sentía sus latidos alterados, como si aquel joven realmente le gustara. Me sentí desfallecer, y mi temperatura corporal, ya de por sí bastante alta, se elevó considerablemente...
No puedo describir el alivio que sentí cuando el joven volvió a alejarse, dando paso al siguiente pretendiente. Aunque, al verlo, me sentí bastante peor. Un hombre de más o menos mi edad se arrodilló frente a los monarcas. Habló con voz alta y clara, y se acercó a ellos con elegancia, denotando con total claridad a la clase social a la que pertenecía. Tuve que apartar la mirada cuando besó la mano derecha de la futura monarca. Me sentía incapaz de mantenerme firme en el sitio. Cuando no eran estúpidos machistas que querían comprarla, eran tipos que realmente parecía que merecían la pena. Y curiosamente los segundos me fastidiaban notablemente más que los primeros. ¿Podría soportar aquel calvario sin perder la cordura?
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
Sentada en el trono, rodeada de aquellas personas que supuestamente querían lo mejor para ella, se sintió mucho más sola de lo que se había sentido en mucho tiempo. Incluso cuando había pasado los últimos años de su vida alejada de todo cuanto conocía, viajando por Europa y estudiando en Berlín. En esos momentos, cuando estaba alejada de palacio, siempre recordaba con cariño estar en casa, con el cariño de su madre y las historias de su padre. Al volver, por supuesto, se daba cuenta de que llevaba mucho tiempo equivocada. Y aquella dichosa fiesta no hacía más que darle la razón. Precisamente por eso se había marchado, para sentir que su soledad era solamente física, y no espiritual. Poniendo lejanía de por medio todo parecía ser más lógico. Pero que estando tan cerca se sintiera más abandonada que estando a miles de kilómetros, eso no tenía ningún sentido. No para ella. Le habían dado todas las herramientas para ser independiente, para valerse por sí misma, antes de decirle que no le valdría para nada porque su destino estaba más que decidido. Y no sólo por el hecho de tener que ser reina sí o sí, que eso era algo que había aceptado hacía mucho, sino porque, además, iban a escogerle un esposo. ¿Realmente no les importaban sus sentimientos? ¿O de verdad esperaban que encontrase de entre los candidatos escogidos a aquel que tocase su corazón, sin conocerle siquiera? Estaban muy equivocados. ¡El amor no podía forzarse? Simplemente, surgía.
Y amor no era precisamente lo que aquellos individuos despertaban en ella, al ir pasando uno a uno frente a sí. Era asco. Auténtica repulsión. Le prometían mil y una cosas que jamás le habían interesado lo más mínimo, demostrando su evidente desconocimiento por ella y por las cosas que pensaba que eran importantes. ¡Por el amor de Dios! ¡¿Cómo diablos pensaban que darle todo el oro del mundo a una monarca -nada menos- iba a ser importante?! Dudaba que aquellos nobles tuviesen nunca la mitad de las tierras que su familia tenía por derecho, y también dudaba que las utilizaran de la misma forma que ellos lo hacían. Su padre había ofrecido las tierras a todos los campesinos del reino, para que vivieran y subsistieran allí, sin necesidad de pagar nada a nadie. Esa había sido su forma de acabar con parte de la pobreza, dándoles a las personas más desfavorecidas una forma de sobrevivir. ¿Por qué a ninguno de esos tipos se le ocurría mencionarle una idea distinta, como ofrecer dinero a los más pobres o construir un nuevo orfanato en terrenos de palacio? Porque a ninguno le importaba lo más mínimo el bienestar del pueblo, de su pueblo. ¿De verdad pretendían que se decidiese por alguno de aquellos patanes? Había que estar loco. Buscó en la mirada de su padre aquella complicidad que antaño había bañado su relación, pero él no se la devolvió. Parecía visiblemente molesto, pero la mano de la reina sobre su rodilla y su insistencia provocaría que aquella tortura no finalizase hasta que Irïna escogiese un prometido, y ella diese su visto bueno.
No entendía por qué su madre quería arrojarla a un matrimonio infeliz, bajo la excusa de que era necesario para el reino que ella se casara, cuando era más que evidente que aquellos candidatos únicamente querían el reinado para su propio beneficio. ¿Y su padre no tenía nada que decir? La princesa se enterró en el trono, adoptando una postura bastante poco ortodoxa para alguien como ella y para una ocasión como aquella. Uno tras otro, los candidatos iban paseándose ante ella, exhibiéndose como si tuvieran realmente algo que demostrarle. Su mente estaba lejos de allí, paseándose por todos y cada uno de los escenarios que había vivido en esos otros países. Desearía tanto estar lejos, recuperar las riendas de su vida hasta que fuese inevitable cruzar esa línea, la del matrimonio. Al menos, hasta que uno de aquellos individuos captó su atención lo suficiente para devolverla a la realidad. Sus ojos eran dos pozos negros y su piel, oscura pero fría como el hielo. Parecía uno de esos sultanes salido de algún libro de los muchos que había tenido el placer de leer. A diferencia de los otros nobles, él no le ofreció la Luna, ni dinero, ni posesiones; al contrario, él mencionó algo que se le quedaría por siempre clavado en la memoria: experiencias. Era un hombre de mundo, acostumbrado a viajar, y le prometió llevarla con él en todos sus viajes. Y ella lo creyó. Su padre la miró largamente, adivinando en su semblante interesado que quizá se acababa de topar con el hombre adecuado. Y lejos de sentirse aliviado, eso lo asustó.
La princesa, con un gesto de la mano y una sonrisa tímida, indicó al desconocido que aprobaba que se quedase a la siguiente "ronda", y el desfile de pretendientes prosiguió. No hubieron muchos más que lograsen llamar su atención, debido a que los ojos de aquel sultán se habían clavado en sus retinas con tal fuerza que era incapaz de desprenderse de ellos. Ni siquiera pudo identificar la voz de su conciencia, que le avisaba a voz de grito que no debía confiar en él, que había algo que ocultaba. Tampoco percibió la inquietud de su padre, ni el rostro contraído de Lorick, cuya mirada sentía clavada en su espalda, pero era incapaz de girarse. Aún estaba molesta con él, además de que la posibilidad de haber encontrado un pretendiente que realmente pudiera gustarle la mantenía lo bastante ocupada para no recordar las mariposas que aún amenazaban por molestarla. Quizá la fiesta no era tan mala, después de todo. Quizá de aquella encerrona saldría algo que mereciera la pena... Quizá su madre tenía razón.
Y amor no era precisamente lo que aquellos individuos despertaban en ella, al ir pasando uno a uno frente a sí. Era asco. Auténtica repulsión. Le prometían mil y una cosas que jamás le habían interesado lo más mínimo, demostrando su evidente desconocimiento por ella y por las cosas que pensaba que eran importantes. ¡Por el amor de Dios! ¡¿Cómo diablos pensaban que darle todo el oro del mundo a una monarca -nada menos- iba a ser importante?! Dudaba que aquellos nobles tuviesen nunca la mitad de las tierras que su familia tenía por derecho, y también dudaba que las utilizaran de la misma forma que ellos lo hacían. Su padre había ofrecido las tierras a todos los campesinos del reino, para que vivieran y subsistieran allí, sin necesidad de pagar nada a nadie. Esa había sido su forma de acabar con parte de la pobreza, dándoles a las personas más desfavorecidas una forma de sobrevivir. ¿Por qué a ninguno de esos tipos se le ocurría mencionarle una idea distinta, como ofrecer dinero a los más pobres o construir un nuevo orfanato en terrenos de palacio? Porque a ninguno le importaba lo más mínimo el bienestar del pueblo, de su pueblo. ¿De verdad pretendían que se decidiese por alguno de aquellos patanes? Había que estar loco. Buscó en la mirada de su padre aquella complicidad que antaño había bañado su relación, pero él no se la devolvió. Parecía visiblemente molesto, pero la mano de la reina sobre su rodilla y su insistencia provocaría que aquella tortura no finalizase hasta que Irïna escogiese un prometido, y ella diese su visto bueno.
No entendía por qué su madre quería arrojarla a un matrimonio infeliz, bajo la excusa de que era necesario para el reino que ella se casara, cuando era más que evidente que aquellos candidatos únicamente querían el reinado para su propio beneficio. ¿Y su padre no tenía nada que decir? La princesa se enterró en el trono, adoptando una postura bastante poco ortodoxa para alguien como ella y para una ocasión como aquella. Uno tras otro, los candidatos iban paseándose ante ella, exhibiéndose como si tuvieran realmente algo que demostrarle. Su mente estaba lejos de allí, paseándose por todos y cada uno de los escenarios que había vivido en esos otros países. Desearía tanto estar lejos, recuperar las riendas de su vida hasta que fuese inevitable cruzar esa línea, la del matrimonio. Al menos, hasta que uno de aquellos individuos captó su atención lo suficiente para devolverla a la realidad. Sus ojos eran dos pozos negros y su piel, oscura pero fría como el hielo. Parecía uno de esos sultanes salido de algún libro de los muchos que había tenido el placer de leer. A diferencia de los otros nobles, él no le ofreció la Luna, ni dinero, ni posesiones; al contrario, él mencionó algo que se le quedaría por siempre clavado en la memoria: experiencias. Era un hombre de mundo, acostumbrado a viajar, y le prometió llevarla con él en todos sus viajes. Y ella lo creyó. Su padre la miró largamente, adivinando en su semblante interesado que quizá se acababa de topar con el hombre adecuado. Y lejos de sentirse aliviado, eso lo asustó.
La princesa, con un gesto de la mano y una sonrisa tímida, indicó al desconocido que aprobaba que se quedase a la siguiente "ronda", y el desfile de pretendientes prosiguió. No hubieron muchos más que lograsen llamar su atención, debido a que los ojos de aquel sultán se habían clavado en sus retinas con tal fuerza que era incapaz de desprenderse de ellos. Ni siquiera pudo identificar la voz de su conciencia, que le avisaba a voz de grito que no debía confiar en él, que había algo que ocultaba. Tampoco percibió la inquietud de su padre, ni el rostro contraído de Lorick, cuya mirada sentía clavada en su espalda, pero era incapaz de girarse. Aún estaba molesta con él, además de que la posibilidad de haber encontrado un pretendiente que realmente pudiera gustarle la mantenía lo bastante ocupada para no recordar las mariposas que aún amenazaban por molestarla. Quizá la fiesta no era tan mala, después de todo. Quizá de aquella encerrona saldría algo que mereciera la pena... Quizá su madre tenía razón.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
Observé todos y cada uno de los movimientos de la princesa, de mi princesa, y no pude evitar sonreír. Parecía hastiada, dispuesta a cualquier cosa para hacer cambiar de opinión a sus padres. O eso quería pensar yo, más bien. Deseaba que aquella mirada sarcástica y fría que dirigía a aquellos pretendientes fuesen realmente la manifestación de su descontento. Anhelaba con toda mi alma que, aunque fuese por el simple placer de contradecir a sus padres, no escogiera de entre a todos aquellos hombres que ni en un millón de años la amarían tanto como yo a aquel que debía convertirse en su esposo. Y sí, era y es absurdo. Ni yo le había confesado mis sentimientos ni ella sentía nada parecido por mi. Pero aún así, la única forma en que me imaginaba era estando a su lado por siempre. Protegiéndola, venerándola. Como siempre había hecho. Como nunca me cansaría de hacer. Porque aunque mi cometido inicial fuese simplemente velar por su seguridad física, hacía mucho que sentía que debía protegerla de otras muchas maneras. Escuchándola, haciéndola sentir acompañada y comprendida cuando nadie más parecía hacerlo. Y al fin y al cabo... ¿no era eso lo que hacían las parejas, los amantes? Cuidarse y protegerse, hasta que la muerte los separase. Siempre comprendí a la perfección aquellos votos, aun cuando no los había pronunciado nunca. Y por ella, oh, por ella los hubiera jurado sobre mi propia tumba de ser necesario.
¿Qué no haría yo por esos ojos azules?
Sacudí la cabeza con violencia, al escuchar lo que acababa de pasar por mi mente salir de los labios del pretendiente que ahora se arrodillaba frente a mi Señora, y besaba su mano con devoción. Pero sus ojos, aquellos dos orbes negros y oscuros, no la miraban a ella. Me miraban a mi. Todos mis sentidos despertaron simultáneamente, avisándome de su naturaleza al tiempo que abandonaba mi puesto y daba un paso hacia delante, antes de ser frenado por el rey. El vampiro me había visto, se había metido en mi cabeza, y estaba utilizando mis propias palabras, las que nunca había mencionado, para intentar conquistar a la única persona que me seguía manteniendo anclado en el mundo. Y... Le estaba funcionando. Pude observar con absoluto terror cómo Irïna, completamente hechizada por el inmortal, se levantaba del trono y aceptaba sin resistencia tomar un baile con él. Mi cuerpo entero pareció tensarse al ver cómo aquella criatura sin escrúpulos aprovechaba la cercanía con la princesa para deslizar su mano por su cintura. Aquella cintura que para mi estaba prohibida. Sin dejar de mirarme. Ambos nos habíamos percibido, y por mi culpa, ahora tenía una oportunidad. ¿Tan claros eran mis pensamientos que ni siquiera mi condición de licántropo había sido obstáculo para que se sumergiese en mi mente, en busca de la llave del corazón de la princesa? Me mordí la lengua para no ponerme a gritar allí mismo, frente a todos, demostrando mi rechazo hacia aquel demonio.
El rey parecía maravillado al ver que su hija finalmente se dejaba llevar, y parecía aceptar a alguno de los pretendientes, después de pasarse toda la noche refunfuñando y quejándose de semejante encerrona. Yo apenas podía creerlo. ¿Tan poco conocía a su hija y a su obcecada actitud cuando se trataba de defender sus ideales, para no considerar ni siquiera un poco extraño el hecho de que se hubiese marchado con aquel desconocido sin pensárselo dos veces? ¿Vladimir había dicho que se llamaba? Me agaché para comentarle al rey mis sospechas, y fue entonces cuando pude apreciar en su mirada que estaba tan ausente como su propia hija. Era obra del muerto, sin duda. ¿Qué edad tendría para albergar tantísimo poder? Podía llegar a comprender que pudiera jugar con la mente de Irïna, después de todo, por muy claras que tuviera las ideas, seguía siendo una adolescente. ¿Pero con la suya? ¿Con la mía? Y lo que era más intrigante, ¿por qué un vampiro iba a interesarse por la obstinada hija de un monarca de Escocia? Escruté en los ojos del inmortal en busca de una respuesta, y él me respondió dibujando la sonrisa más cruel y siniestra que había visto en mi vida. Y entonces, lo hizo. Fundió los labios en los de la princesa en un beso robado que debió ser mío. Esta vez no lo soporté.
Me abrí camino a la pista en dos zancadas y lo alejé de un empujón del cuerpo de la princesa. Ésta se tambaleó, por lo que tuve que sujetarla con fuerza y a la vez, con infinita delicadeza. Tuve tiempo, antes de encarar al vampiro, de maravillarme con su gracilidad, con su fragilidad, con su pureza... Algo que sin duda él quería ver mancillado. Y yo no podía permitirlo. En inmortal siseó en mi dirección, justo en el momento en que ella despertaba de su "trance". Al verse rodeada por mis brazos enrojeció tanto que por un instante pensé que se me iba a contagiar. Pero tenía problemas más importantes. El muerto dejó ver sus colmillos de forma abrupta y se lanzó hacia mi sin contemplaciones. Noté aquellos dos afilados apéndices desgarrar la carne de mi hombro sin piedad, mientras yo ponía todos mis empeños en decirle a ella que se marchara. Horrorizada, me miró antes de salir corriendo hacia su padre, que parecía tan confuso como aterrorizado. Hundí mis garras en el pecho ajeno antes de salir corriendo con él a rastras hacia la ventana más cercana. Los cristales se rompieron en mil pedazos, rasguñándome la piel. Ambos rodamos hacia el césped, cuando la vi. Una de aquellas sillas viejas que los criados aún no habían mandado a tirar. Antes de que pudiera darme cuenta, tan fuera estaba de mi mismo, había hundido una estaca en mitad de su torso.
Mis ojos relucían. La herida me quemaba. Después... Todo se volvió negro.
¿Qué no haría yo por esos ojos azules?
Sacudí la cabeza con violencia, al escuchar lo que acababa de pasar por mi mente salir de los labios del pretendiente que ahora se arrodillaba frente a mi Señora, y besaba su mano con devoción. Pero sus ojos, aquellos dos orbes negros y oscuros, no la miraban a ella. Me miraban a mi. Todos mis sentidos despertaron simultáneamente, avisándome de su naturaleza al tiempo que abandonaba mi puesto y daba un paso hacia delante, antes de ser frenado por el rey. El vampiro me había visto, se había metido en mi cabeza, y estaba utilizando mis propias palabras, las que nunca había mencionado, para intentar conquistar a la única persona que me seguía manteniendo anclado en el mundo. Y... Le estaba funcionando. Pude observar con absoluto terror cómo Irïna, completamente hechizada por el inmortal, se levantaba del trono y aceptaba sin resistencia tomar un baile con él. Mi cuerpo entero pareció tensarse al ver cómo aquella criatura sin escrúpulos aprovechaba la cercanía con la princesa para deslizar su mano por su cintura. Aquella cintura que para mi estaba prohibida. Sin dejar de mirarme. Ambos nos habíamos percibido, y por mi culpa, ahora tenía una oportunidad. ¿Tan claros eran mis pensamientos que ni siquiera mi condición de licántropo había sido obstáculo para que se sumergiese en mi mente, en busca de la llave del corazón de la princesa? Me mordí la lengua para no ponerme a gritar allí mismo, frente a todos, demostrando mi rechazo hacia aquel demonio.
El rey parecía maravillado al ver que su hija finalmente se dejaba llevar, y parecía aceptar a alguno de los pretendientes, después de pasarse toda la noche refunfuñando y quejándose de semejante encerrona. Yo apenas podía creerlo. ¿Tan poco conocía a su hija y a su obcecada actitud cuando se trataba de defender sus ideales, para no considerar ni siquiera un poco extraño el hecho de que se hubiese marchado con aquel desconocido sin pensárselo dos veces? ¿Vladimir había dicho que se llamaba? Me agaché para comentarle al rey mis sospechas, y fue entonces cuando pude apreciar en su mirada que estaba tan ausente como su propia hija. Era obra del muerto, sin duda. ¿Qué edad tendría para albergar tantísimo poder? Podía llegar a comprender que pudiera jugar con la mente de Irïna, después de todo, por muy claras que tuviera las ideas, seguía siendo una adolescente. ¿Pero con la suya? ¿Con la mía? Y lo que era más intrigante, ¿por qué un vampiro iba a interesarse por la obstinada hija de un monarca de Escocia? Escruté en los ojos del inmortal en busca de una respuesta, y él me respondió dibujando la sonrisa más cruel y siniestra que había visto en mi vida. Y entonces, lo hizo. Fundió los labios en los de la princesa en un beso robado que debió ser mío. Esta vez no lo soporté.
Me abrí camino a la pista en dos zancadas y lo alejé de un empujón del cuerpo de la princesa. Ésta se tambaleó, por lo que tuve que sujetarla con fuerza y a la vez, con infinita delicadeza. Tuve tiempo, antes de encarar al vampiro, de maravillarme con su gracilidad, con su fragilidad, con su pureza... Algo que sin duda él quería ver mancillado. Y yo no podía permitirlo. En inmortal siseó en mi dirección, justo en el momento en que ella despertaba de su "trance". Al verse rodeada por mis brazos enrojeció tanto que por un instante pensé que se me iba a contagiar. Pero tenía problemas más importantes. El muerto dejó ver sus colmillos de forma abrupta y se lanzó hacia mi sin contemplaciones. Noté aquellos dos afilados apéndices desgarrar la carne de mi hombro sin piedad, mientras yo ponía todos mis empeños en decirle a ella que se marchara. Horrorizada, me miró antes de salir corriendo hacia su padre, que parecía tan confuso como aterrorizado. Hundí mis garras en el pecho ajeno antes de salir corriendo con él a rastras hacia la ventana más cercana. Los cristales se rompieron en mil pedazos, rasguñándome la piel. Ambos rodamos hacia el césped, cuando la vi. Una de aquellas sillas viejas que los criados aún no habían mandado a tirar. Antes de que pudiera darme cuenta, tan fuera estaba de mi mismo, había hundido una estaca en mitad de su torso.
Mis ojos relucían. La herida me quemaba. Después... Todo se volvió negro.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
La princesa, que hasta entonces había experimentado toda la presión que representaba su cargo de forma más bien lejana, como una suerte de profecía que durante toda su vida le habían contado cual cuento antes de dormir, notaba ahora que toda la maldita sala la observaba, expectante. Esperando que de entre sus labios saliesen las mágicas palabras de "este es el elegido". La persona con la que quería pasar el resto de su vida. Dibujó una sutil sonrisa sarcástica. ¿Con qué derecho se creían a requerirle que se enamorara repentinamente de un desconocido con el que apenas cruzaría un par de palabras? Sobre el corazón no se manda, y poco importa si tu cargo requiere o no de matrimonio. Simplemente, no puedes obligar a alguien a enamorarse de otra persona. Y a ella, mucho menos. Porque ella, en su fuero interno, se creía libre. Libre de prejuicios, de ataduras, libre de pensamiento, de fe. Libre para elegir o no si quería casarse, y más importante, con quién, porque tampoco nadie le había consultado a la hora de elegir a aquellos que se presentaban ante ella como sus supuestos príncipes azules, entre los que no habían más que estúpidos, prepotentes, y ricachones que querían su oportunidad de participar en la "conquista". Era terrible. Bufó en voz alta al trigésimo tercer pretendiente al que mandó sin demasiada sutileza de regreso a su pueblo. Su padre la miró, con el brillo de la desesperanza reluciendo en sus ojos verdes. No le gustaba que se enfadara con ella, ni tampoco quería decepcionarle. Pero no cedería, no en eso. No podía gobernar su corazón. Nadie en aquella sala tenía ese derecho, salvo ella misma. Y no tenía ninguna prisa por elegir. Aunque... Una fugaz mirada al guardia que estaba tras ella la hizo pensar que tal vez ya lo había hecho. Sus mejillas se sonrojaron de repente, y tuvo que devolver la vista al frente.
Y los vio, los orbes oscuros y penetrantes del siguiente desconocido. Del siguiente pretendiente. Del definitivo. La súbita sensación de saber que había encontrado al que sería su esposo la embargó por completo. Se sentía como levitando sobre una nube, como si todo el mundo se hubiese reducido a él, y a su imponente mirada. No sabía de dónde había salido. No sabía cómo se llamaba. Ni siquiera sabía cuáles eran las facciones de su rostro. No podía ver más allá de aquellos ojos negros. Oscuros. Como el abismo al que sentía que estaba cayendo sin remedio. Entonces su mente pareció advertir también de forma repentina que algo iba terriblemente mal. ¿Cómo podía estar dispuesta a entregar su corazón a un completo desconocido? En ese momento se vio a sí misma como una espectadora de lo que estaba sucediendo. Su cuerpo parecía no responderle y aceptar sin remedio las órdenes que aquel siniestro desconocido le iba indicando. ¿Qué demonios le estaba sucediendo? ¿Por qué no podía moverse, ni decir nada más allá que "Sí, Señor" a todos sus requerimientos? El corazón comenzó a latirle de forma apresurada. Pudo notar la frialdad extrema de sus manos, e incluso la maldad implícita en aquellos orbes que ni siquiera la estaban mirando. Entonces recordó a Lorick a su espalda, y pudo oírle, levemente, a través de la bruma que la presencia de aquel hombre había instalado en su mente. ¿Qué era él? ¿Acaso una persona podía ejercer tantísima influencia sobre otra, sin apenas parpadear? Quiso gritar, pedir ayuda, pero no podía. Sólo respondía ante su voz, ante esa voz que la asustaba y atraía al mismo tiempo.
Notó sus manos rodearla por la cintura, manosear su cuerpo sin pudor, sin que nadie, ni siquiera su padre, se diera cuenta de que algo iba terriblemente mal. ¿Cómo iba ella a aceptar semejante acercamiento por parte de un desconocido? ¿Tan poco la conocían? El punto de vista de aquel ser, sin embargo, era muy diferente. Había llegado allí como mandato de su Señor, que le había dicho que se llevase a la heredera al trono. Tuvo la oportunidad al notar al licántropo, del que instantáneamente supo las intenciones para con ella. Un estúpido. Y la chica... No estaba siendo precisamente fácil de controlar. Su mente no estaba bajo su control, pero sí su cuerpo, y aunque eso le frustraba, por el momento era más que suficiente. Irïna trató de resistirse con todas sus fuerzas, de llamar a los suyos, de rogar que la sacaran de aquel ensimismamiento al que la habían sometido... Y de nuevo, Lorick, fue nuevamente el encargado de rescatarla. En el mismo instante en que el guardia empujó al otro hombre, quedándose con ella entre los brazos, su mente volvió a despejarse y pudo nuevamente manejar su cuerpo. Claro que no con el propósito deseado, de correr, sino enrojeciendo hasta las orejas. La mano de su "guardián" había caído levemente sobre sus posaderas. Y aunque el cosquilleo ascendente desde su estómago casi la inunda por completo, no duró demasiado tiempo. En cuanto vio la sangre brotar del hombro ajeno y al otro hombre abalanzarse sobre ambos, el pánico se apoderó de ella, y no pudo más que hacer caso a las palabras de Lorick y salir corriendo hacia su padre, que parecía tan confundido como ella.
Una vez pasado el shock, se dio cuenta de lo evidente, de lo que no había querido reconocer en aquellos minutos. Lorick, Lorick estaba herido, le habían herido para salvarla. Y entonces volvió a salir corriendo, pero esta vez por la ventana por la que lo había visto salir a él, arrastrando a aquel desconocido. Pudo ver a un grupo de gente rodeando un cuerpo que yacía en el suelo. Cuando reconoció el uniforme las lágrimas inundaron sus ojos, y de nada sirvió que todos los presentes trataran de contenerla, de impedir que se acercara. Necesitaba verlo. Necesitaba saberlo. - ¡Dejadme en paz! Le han herido por mi culpa... ¡¡HE DICHO QUE ME SOLTÉIS!! -No pudieron evitar que se abalanzara sobre el cuerpo caído de la única persona que se había preocupado por ella, desde siempre. Y se echó a llorar directamente en su pecho, entre asustada y eternamente feliz. Porque estaba vivo. Estaba respirando. - Lorick... Lorick... Estás bien... Estás bien... Yo... Yo... Todo ha sido por mi culpa, estaba como ida y por eso... Por eso tú estás herido... Lo siento mucho... Lo siento... -Besó su rostro con devoción, desesperada. Nadie de los presentes podía imaginar cuán intenso había sido el miedo que había sentido al pensar que no podría volver a verle. - ¡Y vosotros qué hacéis ahí parados! ¡¡Buscadle!! ¡Buscad al que ha hecho esto! ¡¡ES UNA ORDEN!! -Los guardias respondieron de inmediato. Aquel hombre pagaría por lo que había hecho.
Y los vio, los orbes oscuros y penetrantes del siguiente desconocido. Del siguiente pretendiente. Del definitivo. La súbita sensación de saber que había encontrado al que sería su esposo la embargó por completo. Se sentía como levitando sobre una nube, como si todo el mundo se hubiese reducido a él, y a su imponente mirada. No sabía de dónde había salido. No sabía cómo se llamaba. Ni siquiera sabía cuáles eran las facciones de su rostro. No podía ver más allá de aquellos ojos negros. Oscuros. Como el abismo al que sentía que estaba cayendo sin remedio. Entonces su mente pareció advertir también de forma repentina que algo iba terriblemente mal. ¿Cómo podía estar dispuesta a entregar su corazón a un completo desconocido? En ese momento se vio a sí misma como una espectadora de lo que estaba sucediendo. Su cuerpo parecía no responderle y aceptar sin remedio las órdenes que aquel siniestro desconocido le iba indicando. ¿Qué demonios le estaba sucediendo? ¿Por qué no podía moverse, ni decir nada más allá que "Sí, Señor" a todos sus requerimientos? El corazón comenzó a latirle de forma apresurada. Pudo notar la frialdad extrema de sus manos, e incluso la maldad implícita en aquellos orbes que ni siquiera la estaban mirando. Entonces recordó a Lorick a su espalda, y pudo oírle, levemente, a través de la bruma que la presencia de aquel hombre había instalado en su mente. ¿Qué era él? ¿Acaso una persona podía ejercer tantísima influencia sobre otra, sin apenas parpadear? Quiso gritar, pedir ayuda, pero no podía. Sólo respondía ante su voz, ante esa voz que la asustaba y atraía al mismo tiempo.
Notó sus manos rodearla por la cintura, manosear su cuerpo sin pudor, sin que nadie, ni siquiera su padre, se diera cuenta de que algo iba terriblemente mal. ¿Cómo iba ella a aceptar semejante acercamiento por parte de un desconocido? ¿Tan poco la conocían? El punto de vista de aquel ser, sin embargo, era muy diferente. Había llegado allí como mandato de su Señor, que le había dicho que se llevase a la heredera al trono. Tuvo la oportunidad al notar al licántropo, del que instantáneamente supo las intenciones para con ella. Un estúpido. Y la chica... No estaba siendo precisamente fácil de controlar. Su mente no estaba bajo su control, pero sí su cuerpo, y aunque eso le frustraba, por el momento era más que suficiente. Irïna trató de resistirse con todas sus fuerzas, de llamar a los suyos, de rogar que la sacaran de aquel ensimismamiento al que la habían sometido... Y de nuevo, Lorick, fue nuevamente el encargado de rescatarla. En el mismo instante en que el guardia empujó al otro hombre, quedándose con ella entre los brazos, su mente volvió a despejarse y pudo nuevamente manejar su cuerpo. Claro que no con el propósito deseado, de correr, sino enrojeciendo hasta las orejas. La mano de su "guardián" había caído levemente sobre sus posaderas. Y aunque el cosquilleo ascendente desde su estómago casi la inunda por completo, no duró demasiado tiempo. En cuanto vio la sangre brotar del hombro ajeno y al otro hombre abalanzarse sobre ambos, el pánico se apoderó de ella, y no pudo más que hacer caso a las palabras de Lorick y salir corriendo hacia su padre, que parecía tan confundido como ella.
Una vez pasado el shock, se dio cuenta de lo evidente, de lo que no había querido reconocer en aquellos minutos. Lorick, Lorick estaba herido, le habían herido para salvarla. Y entonces volvió a salir corriendo, pero esta vez por la ventana por la que lo había visto salir a él, arrastrando a aquel desconocido. Pudo ver a un grupo de gente rodeando un cuerpo que yacía en el suelo. Cuando reconoció el uniforme las lágrimas inundaron sus ojos, y de nada sirvió que todos los presentes trataran de contenerla, de impedir que se acercara. Necesitaba verlo. Necesitaba saberlo. - ¡Dejadme en paz! Le han herido por mi culpa... ¡¡HE DICHO QUE ME SOLTÉIS!! -No pudieron evitar que se abalanzara sobre el cuerpo caído de la única persona que se había preocupado por ella, desde siempre. Y se echó a llorar directamente en su pecho, entre asustada y eternamente feliz. Porque estaba vivo. Estaba respirando. - Lorick... Lorick... Estás bien... Estás bien... Yo... Yo... Todo ha sido por mi culpa, estaba como ida y por eso... Por eso tú estás herido... Lo siento mucho... Lo siento... -Besó su rostro con devoción, desesperada. Nadie de los presentes podía imaginar cuán intenso había sido el miedo que había sentido al pensar que no podría volver a verle. - ¡Y vosotros qué hacéis ahí parados! ¡¡Buscadle!! ¡Buscad al que ha hecho esto! ¡¡ES UNA ORDEN!! -Los guardias respondieron de inmediato. Aquel hombre pagaría por lo que había hecho.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
En el mismo momento en el que comencé a sentir que las brumas de la inconsciencia iban apoderándose lentamente de mi mente, arrastrando mi cuerpo hacia una tranquila quietud en la más completa oscuridad, pude percibir a lo lejos la dulce voz de la princesa. De Irïna. De la persona por la que me jugaría la vida una y mil veces. Por ver su sonrisa y sus mejillas sonrojadas. Por volver a ver el brillo de sus ojos, ilusionados ante cualquier maravilla, ante el regalo de vivir. Porque ese era mi cometido. Porque esa era la misión que su padre me había encomendado. Y porque, por más que lo negara o que tratara de ocultarlo, ella era todo cuanto tenía. Lo único que hacía que mereciera la pena despertar cada día. La única capaz de contagiarme la emoción de un día nuevo, o apreciar el Sol radiante. Ella dotaba de color un mundo que, para mi, hacía mucho que se había vuelto totalmente gris. Aunque ella no lo supiera, y aunque yo mismo no hubiera sido capaz de reconocerlo en aquel momento en el que sentía que la vida se escapaba de mi cuerpo. ¿Cuánta sangre debía perder un ser humano para morir? ¿Y un licántropo? Si la respuesta fuera que ambos debían perder la misma cantidad, entonces probablemente aquella fuera la última vez en que podría apreciar los matices de su voz, el delicioso aroma que su cabello y su piel desprendían, el tacto de sus pequeñas y delicadas manos, tratando de auxiliarme con torpeza y con infinita ternura...
Nunca me perdonaré no haber podido abrir los párpados en aquellos momentos, ni corresponder a sus besos y abrazos como se merecía. Pero el cuerpo entero me pesaba, y apenas era consciente de nada más que no fuera su presencia, y el agudo dolor que los colmillos del vampiro habían dejado sobre mi hombro y cuello. Notaba que la sangre brotaba por las heridas provocadas por aquel ser, al principio muy rápidamente, aunque ahora, gracias a la presión ejercida por la princesa, lo hacía más lentamente. Mi cuerpo sufría pequeñas descargas en forma de convulsiones, sin que yo pudiera controlarlo. Me hacían sacudirme con violencia, y provocaban que el frío que poco a poco se había instalado en cada átomo de mi cuerpo se disipara levemente. Lo único que pude hacer fue cerrar mi mano derecha sobre la suya, cuando la acercó, y a cambio recibí uno de los mejores regalos que nadie me hubiese hecho nunca, el sabor de las lágrimas de esa joven de la que siempre estuve perdidamente enamorado. Irïna estaba llorando. Estaba llorando por mi. Aunque sus motivos probablemente nada tuvieran que ver con los sentimientos que yo profesaba por ella, para mi esa sincera preocupación que denotaban sus acciones y su tono de voz, era más que suficiente. Pues significaban que más allá de ser un sirviente, de ser su guardaespaldas, me consideraba alguien cercano. Un amigo, quizá. Aunque para mi corazón eso no fuera suficiente, para mi alma... Oh, mi alma se retorcía de dicha en aquellos momentos.
Y casi sin darme cuenta, el calor poco a poco fue regresando a mi, gracias a aquella joven a la que debía tanto. Porque no sólo daba sentido a mi vida, sino que probablemente aquella noche, además, había ayudado a salvármela. Literalmente. Sentí que su cuerpo reposaba sobre el mío, otorgándome parte de esa calidez que se me había estado escapando hasta entonces. Y las fuerzas regresaron, lentamente, sí, pero en ese instante supe que aquella no sería mi hora. Abrí los ojos poco después, y de entre la muchedumbre que se había congregado a mi alrededor, el único rostro que tuve interés en reconocer fue el suyo. Y allí estaba, observándome, con aquellos ojos tan azules como el cielo empañados por las lágrimas. Pese al entumecimiento, logré alzar el brazo que no tenía dolorido, para dejar que la mano reposara con suavidad sobre su rostro. Sus lágrimas se escurrieron por mis dedos con lentitud, y una sonrisa de devoción apareció en mi semblante. Una sonrisa que ni escondí, ni tuve intención de ocultar a nadie. ¿Qué importaba ya? ¿Acaso no había quedado claro que estaba loco por ella? Pues sólo un loco enamorado se jugaría la vida por salvar a otra persona. Después de todo, el resto de guardias no habían hecho ningún ademán de enfrentarse directamente al tipo, tal era el miedo que habían sentido ante su presencia. Probablemente, yo tampoco lo hubiera hecho, de haberse tratado de otra persona. Pero Irïna... Irïna era mucho más que alguien a quien yo tuviera el deber de proteger. Y lo llevaba siendo mucho tiempo.
- P-princesa... N-no os preocupéis por m-mi... Estoy p-perfectamente... Regresad a vuestra fiesta, p-por favor. Encontrad a vuestro amado, e-encontrad al p-pretendiente que deba convertirse en v-vuestro esposo. Y-yo... no merezco vuestras l-lágrimas... -Pero para variar, las primeras palabras que salieron de entre mis labios cuando sentí que volvía a tener fuerzas para hablar, eran precisamente contrarias a lo que estaba deseoso por decir. Y aunque percibí la mirada de decepción dibujarse inmediatamente después en su semblante, lo único que pude hacer fue apretarle ligeramente el hombro, en un gesto de apoyo que claramente, estaba bastante fuera de lugar. Yo era el herido, después de todo. Pero ella era mi princesa, la dueña de mis pensamientos a pesar de lo imposible de nuestra unión. Y aunque ninguno de los presentes entendería que en el fondo de mis ojos yacía una súplica silenciosa de que ella permaneciera a mi lado, rogué mentalmente que ella lo entendiera, aunque mis palabras hubiesen dicho lo contrario.
No lo hizo. Y cuando la noté alejarse, enjugando las lágrimas y torciendo el gesto debido a la frustración, sentí que el dolor que me invadía era mucho más grande que el experimentado momentos antes, por culpa del vampiro. Había perdido mi oportunidad. Y ahora, la perdería a ella.
Nunca me perdonaré no haber podido abrir los párpados en aquellos momentos, ni corresponder a sus besos y abrazos como se merecía. Pero el cuerpo entero me pesaba, y apenas era consciente de nada más que no fuera su presencia, y el agudo dolor que los colmillos del vampiro habían dejado sobre mi hombro y cuello. Notaba que la sangre brotaba por las heridas provocadas por aquel ser, al principio muy rápidamente, aunque ahora, gracias a la presión ejercida por la princesa, lo hacía más lentamente. Mi cuerpo sufría pequeñas descargas en forma de convulsiones, sin que yo pudiera controlarlo. Me hacían sacudirme con violencia, y provocaban que el frío que poco a poco se había instalado en cada átomo de mi cuerpo se disipara levemente. Lo único que pude hacer fue cerrar mi mano derecha sobre la suya, cuando la acercó, y a cambio recibí uno de los mejores regalos que nadie me hubiese hecho nunca, el sabor de las lágrimas de esa joven de la que siempre estuve perdidamente enamorado. Irïna estaba llorando. Estaba llorando por mi. Aunque sus motivos probablemente nada tuvieran que ver con los sentimientos que yo profesaba por ella, para mi esa sincera preocupación que denotaban sus acciones y su tono de voz, era más que suficiente. Pues significaban que más allá de ser un sirviente, de ser su guardaespaldas, me consideraba alguien cercano. Un amigo, quizá. Aunque para mi corazón eso no fuera suficiente, para mi alma... Oh, mi alma se retorcía de dicha en aquellos momentos.
Y casi sin darme cuenta, el calor poco a poco fue regresando a mi, gracias a aquella joven a la que debía tanto. Porque no sólo daba sentido a mi vida, sino que probablemente aquella noche, además, había ayudado a salvármela. Literalmente. Sentí que su cuerpo reposaba sobre el mío, otorgándome parte de esa calidez que se me había estado escapando hasta entonces. Y las fuerzas regresaron, lentamente, sí, pero en ese instante supe que aquella no sería mi hora. Abrí los ojos poco después, y de entre la muchedumbre que se había congregado a mi alrededor, el único rostro que tuve interés en reconocer fue el suyo. Y allí estaba, observándome, con aquellos ojos tan azules como el cielo empañados por las lágrimas. Pese al entumecimiento, logré alzar el brazo que no tenía dolorido, para dejar que la mano reposara con suavidad sobre su rostro. Sus lágrimas se escurrieron por mis dedos con lentitud, y una sonrisa de devoción apareció en mi semblante. Una sonrisa que ni escondí, ni tuve intención de ocultar a nadie. ¿Qué importaba ya? ¿Acaso no había quedado claro que estaba loco por ella? Pues sólo un loco enamorado se jugaría la vida por salvar a otra persona. Después de todo, el resto de guardias no habían hecho ningún ademán de enfrentarse directamente al tipo, tal era el miedo que habían sentido ante su presencia. Probablemente, yo tampoco lo hubiera hecho, de haberse tratado de otra persona. Pero Irïna... Irïna era mucho más que alguien a quien yo tuviera el deber de proteger. Y lo llevaba siendo mucho tiempo.
- P-princesa... N-no os preocupéis por m-mi... Estoy p-perfectamente... Regresad a vuestra fiesta, p-por favor. Encontrad a vuestro amado, e-encontrad al p-pretendiente que deba convertirse en v-vuestro esposo. Y-yo... no merezco vuestras l-lágrimas... -Pero para variar, las primeras palabras que salieron de entre mis labios cuando sentí que volvía a tener fuerzas para hablar, eran precisamente contrarias a lo que estaba deseoso por decir. Y aunque percibí la mirada de decepción dibujarse inmediatamente después en su semblante, lo único que pude hacer fue apretarle ligeramente el hombro, en un gesto de apoyo que claramente, estaba bastante fuera de lugar. Yo era el herido, después de todo. Pero ella era mi princesa, la dueña de mis pensamientos a pesar de lo imposible de nuestra unión. Y aunque ninguno de los presentes entendería que en el fondo de mis ojos yacía una súplica silenciosa de que ella permaneciera a mi lado, rogué mentalmente que ella lo entendiera, aunque mis palabras hubiesen dicho lo contrario.
No lo hizo. Y cuando la noté alejarse, enjugando las lágrimas y torciendo el gesto debido a la frustración, sentí que el dolor que me invadía era mucho más grande que el experimentado momentos antes, por culpa del vampiro. Había perdido mi oportunidad. Y ahora, la perdería a ella.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
Nunca en su vida había experimentado tanto miedo, y mucho menos tanto alivio, como el que pudo sentir al notar bajo su oído, firmemente apoyado sobre el pecho del guardia real, los alterados latidos de su corazón. No sólo estaba vivo tras el ataque que había sufrido por intentar salvarla, sino que además estaba bien. Al menos, todo lo bien que podría estar después de haber perdido tanta sangre. Ahora que se fijaba con más detenimiento en los detalles de la dantesca escena, no pudo evitar proferir un alarido de terror, ante lo evidente que resultaba el hecho de que Lorick estaba vivo por suerte. Había sido un auténtico milagro. Un charco de sangre oscura reptaba lentamente bajo su espalda, mientras él permanecía tumbado sobre el césped, respirando con dificultad. Acunó el rostro del hombre entre sus manos, alzando su cabeza con cuidado para intentar abrir paso al aire a través de la garganta. Su cuerpo pareció agradecerlo desde el primer momento, relajándose visiblemente. Aún no tenía una explicación lógica ni racional acerca de lo que acababa de ocurrir en el baile, cuando se había sentido atraída por un completo desconocido que, además, había intentado dañarla, y por culpa de él, era que Lorick había acabado así.
Ya incluso en aquella época, y a pesar de haber permanecido alejada durante mucho tiempo de sus obligaciones como heredera de la corona de Escocia, conocía a la perfección la gran cantidad de enemigos que las personas de su clase y condición solían acumular desde casi su nacimiento, por el simple hecho de ser quien eran. Pero nunca había presenciado ni experimentado en su propia piel las consecuencias de esa carga que la realeza depositaba sobre sus hombros. Hasta ese momento, no fue consciente realmente del peligro que corría, de los motivos que siempre habían llevado a sus padres a sobreprotegerla. Hasta ese preciso instante, no supo que su apellido sería algo que siempre la expondría a sufrir amenazas, ataques, que llevaría a otros a juzgarla por sus actos, por sus palabras. Que había dejado de ser una niña, una princesa, y se estaba convirtiendo en un proyecto de reina y, como tal, debía tener todas esas variables en cuenta. Algo que le habían repetido hasta la saciedad. Algo que siempre había afirmado comprender y que aquella noche, junto al cuerpo herido de su cuidador, finalmente había entendido de verdad.
Los súbditos obedecieron sin rechistar la orden de su princesa, a la que jamás habían visto con semejante ataque de nervios. Nadie fue capaz de hacer que dejara de llorar, ni siquiera el guardia, que con gesto noble y cálido apretó su hombro, como para intentar hacerle ver que no era para tanto. Pero lo era. Sin duda lo era. La culpabilidad había caído sobre su cabeza como una losa inmensa, y ya no era capaz de pensar en nada más... Al menos, hasta que él habló, y lejos de agradecerle su compañía, su preocupación, todo cuanto hizo fue recordarle nuevamente que sus destinos no estaban entremezclados, que ni siquiera estaban destinados a encontrarse en ningún punto. Al principio se quedó bloqueada, incapaz de creer que a pesar de lo que había ocurrido, a pesar de que había demostrado una vez más que era capaz de interponerse entre ella y cualquier arma, el siempre correcto Lorick se limitase a seguir siendo él. A seguir con el protocolo habitual, con su manía de alejarla de él. ¿No comprendía que se había convertido en alguien importante para ella? Mucho más que un sirviente, mucho más que un guardaespaldas. Un verdadero amigo. Pues no. A la vista estaba que no lo comprendía.
Con el orgullo herido, la futura soberana se levantó y se marchó sin decir palabra, no sin antes dedicarle una mirada que hubiera helado a la mismísima escarcha. Mirada que luego se derritió en un mar de lágrimas que fueron cayendo una a una hasta el piso, mientras regresaba de vuelta a una fiesta que jamás había querido, con unos pretendientes que ni siquiera le habían permitido elegir por sí misma. Su padre ni siquiera necesitó preguntarle lo ocurrido para saber que lo último que necesitaba era otra de sus charlas, o preguntarle si quería seguir con aquel circo que jamás habría aceptado de haberlo sabido. Mandó desalojar el castillo y se disculpó personalmente con la mayoría de invitados. La excusa de aquella noche era que la princesa estaba indispuesta. Y sin duda, lo estaba. Tras el llanto, un pesado vacío se instaló en su garganta. Un vacío que la hacía respirar con dificultad. Un vacío que dolía. Un vacío que nada hubiera podido llenar. Y cuando todos se hubieron marchado y supo que sus progenitores ya no volverían a buscarla, la joven princesa regresó a la torre de la que no había querido salir aquel día, y de la que la habían sacado prácticamente a rastras.
Desde las alturas, sus problemas parecían tan tontos como diminutos. Pero aún así, dolían.
Ya incluso en aquella época, y a pesar de haber permanecido alejada durante mucho tiempo de sus obligaciones como heredera de la corona de Escocia, conocía a la perfección la gran cantidad de enemigos que las personas de su clase y condición solían acumular desde casi su nacimiento, por el simple hecho de ser quien eran. Pero nunca había presenciado ni experimentado en su propia piel las consecuencias de esa carga que la realeza depositaba sobre sus hombros. Hasta ese momento, no fue consciente realmente del peligro que corría, de los motivos que siempre habían llevado a sus padres a sobreprotegerla. Hasta ese preciso instante, no supo que su apellido sería algo que siempre la expondría a sufrir amenazas, ataques, que llevaría a otros a juzgarla por sus actos, por sus palabras. Que había dejado de ser una niña, una princesa, y se estaba convirtiendo en un proyecto de reina y, como tal, debía tener todas esas variables en cuenta. Algo que le habían repetido hasta la saciedad. Algo que siempre había afirmado comprender y que aquella noche, junto al cuerpo herido de su cuidador, finalmente había entendido de verdad.
Los súbditos obedecieron sin rechistar la orden de su princesa, a la que jamás habían visto con semejante ataque de nervios. Nadie fue capaz de hacer que dejara de llorar, ni siquiera el guardia, que con gesto noble y cálido apretó su hombro, como para intentar hacerle ver que no era para tanto. Pero lo era. Sin duda lo era. La culpabilidad había caído sobre su cabeza como una losa inmensa, y ya no era capaz de pensar en nada más... Al menos, hasta que él habló, y lejos de agradecerle su compañía, su preocupación, todo cuanto hizo fue recordarle nuevamente que sus destinos no estaban entremezclados, que ni siquiera estaban destinados a encontrarse en ningún punto. Al principio se quedó bloqueada, incapaz de creer que a pesar de lo que había ocurrido, a pesar de que había demostrado una vez más que era capaz de interponerse entre ella y cualquier arma, el siempre correcto Lorick se limitase a seguir siendo él. A seguir con el protocolo habitual, con su manía de alejarla de él. ¿No comprendía que se había convertido en alguien importante para ella? Mucho más que un sirviente, mucho más que un guardaespaldas. Un verdadero amigo. Pues no. A la vista estaba que no lo comprendía.
Con el orgullo herido, la futura soberana se levantó y se marchó sin decir palabra, no sin antes dedicarle una mirada que hubiera helado a la mismísima escarcha. Mirada que luego se derritió en un mar de lágrimas que fueron cayendo una a una hasta el piso, mientras regresaba de vuelta a una fiesta que jamás había querido, con unos pretendientes que ni siquiera le habían permitido elegir por sí misma. Su padre ni siquiera necesitó preguntarle lo ocurrido para saber que lo último que necesitaba era otra de sus charlas, o preguntarle si quería seguir con aquel circo que jamás habría aceptado de haberlo sabido. Mandó desalojar el castillo y se disculpó personalmente con la mayoría de invitados. La excusa de aquella noche era que la princesa estaba indispuesta. Y sin duda, lo estaba. Tras el llanto, un pesado vacío se instaló en su garganta. Un vacío que la hacía respirar con dificultad. Un vacío que dolía. Un vacío que nada hubiera podido llenar. Y cuando todos se hubieron marchado y supo que sus progenitores ya no volverían a buscarla, la joven princesa regresó a la torre de la que no había querido salir aquel día, y de la que la habían sacado prácticamente a rastras.
Desde las alturas, sus problemas parecían tan tontos como diminutos. Pero aún así, dolían.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
Estando aún en el suelo, rodeado de los rostros preocupados de todos aquellos desconocidos y de mi propia sangre, que manchaba lentamente el traje obligatorio para todos los guardias que trabajaban en el castillo de los monarcas, en lo único que podía pensar, a pesar del dolor que me producía aquella herida que sabía que tardaría en sanarse, era en el rostro desolado, confundido y dolido de Irïna. Porque cuando se agachó ante mi, con los ojos llenos de lágrimas de absoluto pavor, todo lo que pude hacer era pensar en lo que era mejor para ella, para su deber como princesa y futura reina. Fui un bocazas. Y por estúpido, había vuelto a alejarla de mi, esta vez, probablemente, para siempre. Ahora todo cuanto deseaba era que me dejasen en paz, a solas, mientras que esa culpabilidad por haber destrozado su amable y gentil corazón me carcomía por dentro, como poco a poco parecía hacerlo el “veneno” que había depositado en mi aquel chupasangres. Sin embargo, lo segundo, mis heridas, sanarían, pero los remordimientos por haberle dicho aquello cuando todo lo que ambos deseábamos era estar juntos y tranquilos, ésos, no se marcharían jamás. Ese era yo. Siempre anteponiendo el deber y lo que era de esperar de mi, como sirviente, ante los sentimientos. Ante mis propios sentimientos, por supuesto, pero también ante los de los demás. Ante los de Irïna. Y ni siquiera estaba seguro de a qué era a lo que más temía. Si a la falta de correspondencia entre su cariño y el mío, o precisamente a que ella me correspondiese, después de todo. Sólo el tiempo me diría, después, en una especie de confesión de mi, hacia mi mismo, que era lo segundo. Porque en el fondo, sabía que aquellas miradas de recelo, seguidas de sonrisas tímidas en la princesa significaban que también sentía algo por mi. Y eso no podía ser. No podía ocurrir. Y no ocurriría.
Bufé y me retorcí de dolor cuando algunos compañeros corrieron hacia mi posición y, levantándome en alzas, se dispusieron a llevarme hasta el interior del palacio. Pero las lágrimas que se escapaban de mis ojos no eran de dolor, o al menos, no de dolor físico, desde luego. Eran lágrimas de pérdida. Porque antes de volver a ver los ojos de Irïna repletos de lágrimas por mi culpa, hubiera preferido perecer en aquella misma posición, a manos de cualquier monstruo. Porque la muerte me hubiera dolido mucho menos que saber que a partir de ese momento, en el que yo mismo la había alejado de mi, no podría volver a recuperarla. Ni siquiera era capaz de comprender ni una sola palabra de lo que me estaban diciendo. Les escuchaba, sí, pero sus voces apenas eran ecos lejanos a los que no era capaz de prestar atención ninguna. Porque, ¿qué hubieran podido solucionar ellos? ¿Qué hubieran podido darme o decirme para el dolor punzante que hacía sangrar mi corazón, que siempre se había mantenido frío hasta la llegada de la princesa a mi vida? Absolutamente nada. Me estaba marchitando. Ni siquiera notaba ya el escozor de la herida que me había dejado de regalo el inmortal, que no paraba de gotear sangre y pus mientras que mi cuerpo luchaba por cicatrizar. Todo cuanto pude capaz de percibir, después de que adivinara cada vez más cerca la fachada del castillo, era la voz del rey, que me suplicaba que aguantase.
Después, todo se volvió negro.
Cuando desperté, horas más tarde, mi habitación parecía incluso más fría y desolada que de costumbre. Ni siquiera mi cuerpo, siempre cálido, siempre febril, había logrado caldearla. La curandera, sentada a mi lado con el ceño fruncido, me observó y en su mirada pude ver con total claridad que conocía mi secreto. No dijo nada al respecto, pero antes de marcharse y dejarme a solas con el pesar y el dolor, sólo murmuró cuatro palabras: has tenido mucha suerte. Y yo asentí, aunque no estaba de acuerdo. ¿Suerte era haber sobrevivido a pesar de haber perdido lo único que era capaz de mantenerme atado, anclado, a la realidad? ¿Suerte era haber perdido a la única persona que me hacía sentir normal, que lograba que olvidase, aunque fuera por un momento, la terrible maldición que pesaba sobre mi alma? Eso no era suerte. Era el peor destino que jamás hubiese podido imaginar. Y no podía evitar pensar que todo era culpa mía. Si mis sentimientos hubieran sido aún menos evidentes, quizá ella jamás hubiese comenzado a sentir algo por mi. Y si en lugar de tenerme cariño, sólo me apreciara como un buen sirviente, quizá ahora no la habría perdido para siempre. Mis lágrimas comenzaron a empapar la almohada momentos después. Y finalmente pude quedarme dormido, cuando ya era noche cerrada, con los puños apretados sobre la sien. Estaba helado.
Bufé y me retorcí de dolor cuando algunos compañeros corrieron hacia mi posición y, levantándome en alzas, se dispusieron a llevarme hasta el interior del palacio. Pero las lágrimas que se escapaban de mis ojos no eran de dolor, o al menos, no de dolor físico, desde luego. Eran lágrimas de pérdida. Porque antes de volver a ver los ojos de Irïna repletos de lágrimas por mi culpa, hubiera preferido perecer en aquella misma posición, a manos de cualquier monstruo. Porque la muerte me hubiera dolido mucho menos que saber que a partir de ese momento, en el que yo mismo la había alejado de mi, no podría volver a recuperarla. Ni siquiera era capaz de comprender ni una sola palabra de lo que me estaban diciendo. Les escuchaba, sí, pero sus voces apenas eran ecos lejanos a los que no era capaz de prestar atención ninguna. Porque, ¿qué hubieran podido solucionar ellos? ¿Qué hubieran podido darme o decirme para el dolor punzante que hacía sangrar mi corazón, que siempre se había mantenido frío hasta la llegada de la princesa a mi vida? Absolutamente nada. Me estaba marchitando. Ni siquiera notaba ya el escozor de la herida que me había dejado de regalo el inmortal, que no paraba de gotear sangre y pus mientras que mi cuerpo luchaba por cicatrizar. Todo cuanto pude capaz de percibir, después de que adivinara cada vez más cerca la fachada del castillo, era la voz del rey, que me suplicaba que aguantase.
Después, todo se volvió negro.
Cuando desperté, horas más tarde, mi habitación parecía incluso más fría y desolada que de costumbre. Ni siquiera mi cuerpo, siempre cálido, siempre febril, había logrado caldearla. La curandera, sentada a mi lado con el ceño fruncido, me observó y en su mirada pude ver con total claridad que conocía mi secreto. No dijo nada al respecto, pero antes de marcharse y dejarme a solas con el pesar y el dolor, sólo murmuró cuatro palabras: has tenido mucha suerte. Y yo asentí, aunque no estaba de acuerdo. ¿Suerte era haber sobrevivido a pesar de haber perdido lo único que era capaz de mantenerme atado, anclado, a la realidad? ¿Suerte era haber perdido a la única persona que me hacía sentir normal, que lograba que olvidase, aunque fuera por un momento, la terrible maldición que pesaba sobre mi alma? Eso no era suerte. Era el peor destino que jamás hubiese podido imaginar. Y no podía evitar pensar que todo era culpa mía. Si mis sentimientos hubieran sido aún menos evidentes, quizá ella jamás hubiese comenzado a sentir algo por mi. Y si en lugar de tenerme cariño, sólo me apreciara como un buen sirviente, quizá ahora no la habría perdido para siempre. Mis lágrimas comenzaron a empapar la almohada momentos después. Y finalmente pude quedarme dormido, cuando ya era noche cerrada, con los puños apretados sobre la sien. Estaba helado.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
Y sabía que no dejaría de doler, o por lo menos, no lo haría en un futuro próximo. Aquel vacío no hacía más que amenazar con seguir creciendo, con seguir acentuándose. El rechazo de Lorick le haría roto el corazón, la había dejado destrozada, hecha añicos. No podía soportarlo. Tras pasar lo que le pareció una eternidad mirando a la nada, de pie ante aquel gran ventanal que servía de puerta de entrada a las cientos de palomas mensajeras que acudían allí a diario. ¿Cuántas veces había deseado sentirse, o siquiera, parecerse a alguna de aquellas aves cuya única preocupación era la de encontrar un buen lugar en el que pasar la noche? Volar había sido una de las cosas que más había deseado. Escapar lejos, sin tener que dar explicaciones a nadie. Sin que nadie esperase su regreso. En aquellos momentos lo necesitaba más que nunca. Probablemente salir corriendo de allí no le haría olvidar que la única persona a la que le importaba había decidido que era mejor mantener las formas que aceptar su ayuda. Suspiró cuando uno de aquellos gráciles animales aterrizó sobre el alféizar y la observó con aquellos ojos negros y distraídos. ¿Cuántas aventuras habría vivido antes de llegar a su castillo? ¿Cuántos mensajes habría llevado de un lugar a otro?
Cuando la paloma encontró un hueco que consideró lo bastante cómodo para dormir, la mente de Irïna volvió a regresar al motivo de la fiesta, a lo poco que parecían conocerla sus padres. A lo miserable que había resultado ser su existencia, a pesar de ser una de las personas más poderosas del país. O quizá posiblemente por eso. ¿Quién iba a plantearse siquiera la posibilidad de que alguien como ella realmente necesitase algo más que sirvientes y guardias para vigilarla? ¿Quién iba a pensar que todo cuanto quería era un poco de cariño, alejarse del destino que habían pautado para ella, aunque sea por un breve y efímero momento? A nadie parecía interesarle ese dolor que ahora la hacía quebrarse, que la hacía temblar y tambalearse, para finalmente acabar abrazada sobre a sus propias rodillas en un rincón. Llorando otra vez. ¿Por qué Lorick? ¿Por qué había tenido que ser precisamente él? ¿Por qué ni siquiera en un momento en el que debía mostrarse débil ante ella era capaz de reconocer que sentía auténtico aprecio? ¡Era absurdo! ¡Sabía que lo había hecho a propósito! Y aún así, le había afectado tanto como la peor de las puñaladas.
Se mantuvo en ese mismo rincón durante un buen rato, hasta que finalmente vio cómo las primeras luces del alba comenzaban a despuntar en el horizonte. Una escena que en otra ocasión le habría transmitido calma, sosiego, en aquel momento le causaba un mal presentimiento. Aunque lo que más le apetecía era reprocharle a Lorick su actitud, no podía evitar estar preocupada por él. Su herida no lucía precisamente bien cuando se había acercado a él. Suspiró largamente antes de decidirse a ponerse en pie. De pronto se sentía insegura sobre sus pies, estando en su propia piel. Caminar, respirar, todo se le hacía extraño, ajeno, como si no fuera ella misma, como si estuviera fuera de su cuerpo. Lejos, muy lejos. En aquellos paisajes que había visto y apreciado en su etapa de jovencita rebelde, cuando le habían permitido tomar distancia de sus obligaciones. Cuando aún podía respirar sin tener que pedir permiso para ello.
Finalmente tomó control sobre sus pasos hasta bajar la larga escalinata, y deslizarse sigilosamente hasta la que siempre había sido la habitación del guardia real. Se mantuvo tras la puerta varios minutos, escuchando con atención la pesada respiración del hombre. Se escondió tras la puerta cuando la anciana que la había curado a ella misma tantas veces salió del interior, y sólo entonces, se atrevió a dar el paso final e introducirse en el cuarto. Lo observó desde la puerta. Allí tumbado, en la cama, parecía tan frágil y vulnerable como dolorido. Y de pronto se sintió culpable. Culpable de haber pensado todas aquellas cosas horribles acerca de él. Pero sobre todo, culpable de haber sentido que no merecía su atención. ¿Había sido demasiado dura? ¿Injusta? Se había dejado llevar por sus emociones, por la rabia, por la frustración. Sin darse cuenta de que Lorick siempre buscaba lo que consideraba mejor para ella. Y en esa ocasión, también. Se acurrucó a los pies de su cama, esperando que cuando abriera los ojos, se alegrase de encontrarla allí.
Cuando la paloma encontró un hueco que consideró lo bastante cómodo para dormir, la mente de Irïna volvió a regresar al motivo de la fiesta, a lo poco que parecían conocerla sus padres. A lo miserable que había resultado ser su existencia, a pesar de ser una de las personas más poderosas del país. O quizá posiblemente por eso. ¿Quién iba a plantearse siquiera la posibilidad de que alguien como ella realmente necesitase algo más que sirvientes y guardias para vigilarla? ¿Quién iba a pensar que todo cuanto quería era un poco de cariño, alejarse del destino que habían pautado para ella, aunque sea por un breve y efímero momento? A nadie parecía interesarle ese dolor que ahora la hacía quebrarse, que la hacía temblar y tambalearse, para finalmente acabar abrazada sobre a sus propias rodillas en un rincón. Llorando otra vez. ¿Por qué Lorick? ¿Por qué había tenido que ser precisamente él? ¿Por qué ni siquiera en un momento en el que debía mostrarse débil ante ella era capaz de reconocer que sentía auténtico aprecio? ¡Era absurdo! ¡Sabía que lo había hecho a propósito! Y aún así, le había afectado tanto como la peor de las puñaladas.
Se mantuvo en ese mismo rincón durante un buen rato, hasta que finalmente vio cómo las primeras luces del alba comenzaban a despuntar en el horizonte. Una escena que en otra ocasión le habría transmitido calma, sosiego, en aquel momento le causaba un mal presentimiento. Aunque lo que más le apetecía era reprocharle a Lorick su actitud, no podía evitar estar preocupada por él. Su herida no lucía precisamente bien cuando se había acercado a él. Suspiró largamente antes de decidirse a ponerse en pie. De pronto se sentía insegura sobre sus pies, estando en su propia piel. Caminar, respirar, todo se le hacía extraño, ajeno, como si no fuera ella misma, como si estuviera fuera de su cuerpo. Lejos, muy lejos. En aquellos paisajes que había visto y apreciado en su etapa de jovencita rebelde, cuando le habían permitido tomar distancia de sus obligaciones. Cuando aún podía respirar sin tener que pedir permiso para ello.
Finalmente tomó control sobre sus pasos hasta bajar la larga escalinata, y deslizarse sigilosamente hasta la que siempre había sido la habitación del guardia real. Se mantuvo tras la puerta varios minutos, escuchando con atención la pesada respiración del hombre. Se escondió tras la puerta cuando la anciana que la había curado a ella misma tantas veces salió del interior, y sólo entonces, se atrevió a dar el paso final e introducirse en el cuarto. Lo observó desde la puerta. Allí tumbado, en la cama, parecía tan frágil y vulnerable como dolorido. Y de pronto se sintió culpable. Culpable de haber pensado todas aquellas cosas horribles acerca de él. Pero sobre todo, culpable de haber sentido que no merecía su atención. ¿Había sido demasiado dura? ¿Injusta? Se había dejado llevar por sus emociones, por la rabia, por la frustración. Sin darse cuenta de que Lorick siempre buscaba lo que consideraba mejor para ella. Y en esa ocasión, también. Se acurrucó a los pies de su cama, esperando que cuando abriera los ojos, se alegrase de encontrarla allí.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
Mis sueños fueron confusos, agitados, caóticos. De pronto me vi sumido en una oscuridad llena de gritos, de flashes de momentos pasados, de brumas. Sabía que era mentira. Sabía que era una ilusión. Sabía que nada de lo que estaba viendo era real, y aún así, no podía evitar estremecerme cada vez que divisaba nuevamente el rostro contraído por el dolor de mi madre, agonizando en su lecho de muerte. Tampoco podía evitar sentirme ansioso, casi desesperado, cuando la imagen de una preciosa Irïna se acercaba nuevamente a bailar con aquel vampiro. Aquel recuerdo se repetía en bucle en mi memoria, como un mal augurio, como una promesa de que por culpa de su presencia, todo lo que hasta entonces tuve, se vería reducido a cenizas. ¿Cómo podía mantener el cariño de la princesa cuando jamás podría confesarle, no sin ponerla en peligro, aquel oscuro secreto que pesaba sobre mis hombros? Jamás podría decirle que aquel encantador "joven" que la había sacado a bailar ahora no era más que un montón de polvo. No podía hacerla saber que el mundo que la rodeaba era mucho más complejo de lo que podía imaginar. Era una sensación terrible, la de saber que debes mentir para proteger a quien amas. Que a veces, la sinceridad puede llegar a ser más peligrosa que una mentira dicha a tiempo. Por mucho que mentir doliese.
Abrí los ojos cuando el grito ahogado de Irïna, corriendo hacia mi, me hizo darme cuenta de mi error. El peor error que había cometido para con ella, el que todos cometían. Subestimarla. Temía contarle la verdad, no sólo porque sabía que era peligroso, sino también por pensar que no podría soportarlo. ¿Pero qué indicios había de que alguien tan fuerte como ella no fuera a poder comprender lo que sucedía? Probablemente le extrañase. Probablemente llegara a sentir repugnancia hacia mi. Pero estaba seguro de que lo entendería. Era fuerte, e inteligente. Era lo bastante madura para ser capaz de vivir en un mundo mucho más complejo de lo que parecía. Y eso es lo que la había dañado. Nada tenía que ver con aquellos sentimientos que yo profesaba hacia ella, y que tal vez comenzaran a florecer en su interior hacia mi. Lo que la había hecho salir corriendo, mientras yo sólo deseaba que permaneciese a mi lado -a pesar de mis negativas-, era darse cuenta de que yo tampoco la veía tal y como era. La veía como alguien frágil, como la inocencia personificada. Como una princesa ideal, a la que amaba, a pesar de que nunca poseería. ¿Cómo había podido ser tan hipócrita? Después de reprocharle a sus padres, a su familia, que hicieran todo aquello, la fiesta, sabiendo que no le gustaría, yo había hecho exactamente lo mismo. No había ninguna diferencia entre su actitud y la mía. Salvo, quizá, que yo sí que me arrepentía.
Me incorporé en el lecho sintiendo al instante como si un millar de agujas se clavaran por todo mi cuerpo, tal era el dolor que sentía. Me froté los ojos con insistencia, como si aquel simple gesto pudiera, de algún modo, frenar esa sensación de vértigo y náusea que me ascendía directamente desde el estómago. Por supuesto, no funcionó, pero sí me ayudó a enfocar mejor la vista en la penumbra que me rodeaba. De pronto, sentí una especie de bulto a los pies de mi cama, y cuando creía que se trataba de aquel viejo gato que algunas veces se colaba en mi habitación, me encontré justamente con ella. Su cabellera rubia lucía desparramada alrededor de su rostro, confiriéndole el aspecto de una ninfa salida del mejor de mis sueños. No pude evitar sonreír. Tenía el ceño fruncido, y al notar que me movía, se retorció, arrugando la nariz de forma graciosa, para luego volver a quedarse completamente inmóvil, plácidamente dormida. Una punzada de remordimientos me asaltó al darme cuenta de que probablemente estuviese allí, creyendo que había sido ella quien se había comportado duramente conmigo. Y aunque ya probablemente nunca lo dijera, todo cuanto quería hacerle saber era que lo sentía. Con cuidado de no despertarla, la arrastré hacia el interior del lecho, para luego levantarme y cubrirla con las mantas. A pesar de que estaba terriblemente cansado y adolorido, como si hubiera estado corriendo durante horas, mis heridas habían sanado por completo.
- Dulces sueños, princesa... -Susurré en su oído, para luego depositar un dulce beso en su frente, y voltearme hacia la puerta. A pesar de que no me resultaría sencillo explicar por qué la futura monarca estaba en mi habitación, y en mi lecho, creí conveniente que sus padres conocieran el paradero de su hija, antes de que mandasen a todos los guardias en su busca.
¿Quién iba a decirme, que justo en ese instante, el infierno iba a desatarse en la habitación que Irïna no estaba ocupando en aquellos momentos? ¿Quién me hubiera dicho a mi, que aquel simple gesto de dejarla dormir en mi habitación, fue precisamente lo que le acabaría salvando la vida?
Abrí los ojos cuando el grito ahogado de Irïna, corriendo hacia mi, me hizo darme cuenta de mi error. El peor error que había cometido para con ella, el que todos cometían. Subestimarla. Temía contarle la verdad, no sólo porque sabía que era peligroso, sino también por pensar que no podría soportarlo. ¿Pero qué indicios había de que alguien tan fuerte como ella no fuera a poder comprender lo que sucedía? Probablemente le extrañase. Probablemente llegara a sentir repugnancia hacia mi. Pero estaba seguro de que lo entendería. Era fuerte, e inteligente. Era lo bastante madura para ser capaz de vivir en un mundo mucho más complejo de lo que parecía. Y eso es lo que la había dañado. Nada tenía que ver con aquellos sentimientos que yo profesaba hacia ella, y que tal vez comenzaran a florecer en su interior hacia mi. Lo que la había hecho salir corriendo, mientras yo sólo deseaba que permaneciese a mi lado -a pesar de mis negativas-, era darse cuenta de que yo tampoco la veía tal y como era. La veía como alguien frágil, como la inocencia personificada. Como una princesa ideal, a la que amaba, a pesar de que nunca poseería. ¿Cómo había podido ser tan hipócrita? Después de reprocharle a sus padres, a su familia, que hicieran todo aquello, la fiesta, sabiendo que no le gustaría, yo había hecho exactamente lo mismo. No había ninguna diferencia entre su actitud y la mía. Salvo, quizá, que yo sí que me arrepentía.
Me incorporé en el lecho sintiendo al instante como si un millar de agujas se clavaran por todo mi cuerpo, tal era el dolor que sentía. Me froté los ojos con insistencia, como si aquel simple gesto pudiera, de algún modo, frenar esa sensación de vértigo y náusea que me ascendía directamente desde el estómago. Por supuesto, no funcionó, pero sí me ayudó a enfocar mejor la vista en la penumbra que me rodeaba. De pronto, sentí una especie de bulto a los pies de mi cama, y cuando creía que se trataba de aquel viejo gato que algunas veces se colaba en mi habitación, me encontré justamente con ella. Su cabellera rubia lucía desparramada alrededor de su rostro, confiriéndole el aspecto de una ninfa salida del mejor de mis sueños. No pude evitar sonreír. Tenía el ceño fruncido, y al notar que me movía, se retorció, arrugando la nariz de forma graciosa, para luego volver a quedarse completamente inmóvil, plácidamente dormida. Una punzada de remordimientos me asaltó al darme cuenta de que probablemente estuviese allí, creyendo que había sido ella quien se había comportado duramente conmigo. Y aunque ya probablemente nunca lo dijera, todo cuanto quería hacerle saber era que lo sentía. Con cuidado de no despertarla, la arrastré hacia el interior del lecho, para luego levantarme y cubrirla con las mantas. A pesar de que estaba terriblemente cansado y adolorido, como si hubiera estado corriendo durante horas, mis heridas habían sanado por completo.
- Dulces sueños, princesa... -Susurré en su oído, para luego depositar un dulce beso en su frente, y voltearme hacia la puerta. A pesar de que no me resultaría sencillo explicar por qué la futura monarca estaba en mi habitación, y en mi lecho, creí conveniente que sus padres conocieran el paradero de su hija, antes de que mandasen a todos los guardias en su busca.
¿Quién iba a decirme, que justo en ese instante, el infierno iba a desatarse en la habitación que Irïna no estaba ocupando en aquellos momentos? ¿Quién me hubiera dicho a mi, que aquel simple gesto de dejarla dormir en mi habitación, fue precisamente lo que le acabaría salvando la vida?
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
A veces, los sueños nos advierten de los terribles peligros que se avecinan. A veces, lo que puede entenderse erróneamente como una pesadilla, como una terrorífica escena fruto únicamente de tu imaginación, resulta ser una suerte de premonición, de visión de aquello que está a punto de ocurrir o que, de hecho, está ocurriendo en otro lugar. Sin embargo, la frecuencia con la que algunas personas tienen esos malos sueños, esas pesadillas, como era el caso de Irïna, provoca que muchas veces se subestimen. ¿Cómo un simple sueño, una imagen que aparece en tu mente cuando te hayas en un profundo estado de inconsciencia, iba a tener un significado concreto, más allá del evidente, o relacionarse de alguna remota forma con lo que ocurría en la realidad? Ella siempre había sido muy analítica. Le gustaba centrarse únicamente -o mayoritariamente, más bien- en aquellas cosas que resultaban lógicas, evidentes, comprobables. No creía en elementos fantásticos, ni en aquello que no podía ver o ser demostrado. Para la futura reina de Escocia, los sueños eran simplemente sueños. Y en aquella ocasión, se equivocaba.
El fuego cubría todo cuanto podía ver. Aquella pradera en la que jugaba de pequeña, junto a su siempre amiga Danna. El establo donde guardaba el único regalo que le había hecho su padre que sí que le agradaba. El castillo donde había nacido, y crecido, la habitación de su "nana", esa que siempre la había acompañado en las noches en que la oscuridad parecía querer engullirla. El campo donde los guardias practicaban la lucha cuerpo a cuerpo y el tiro con arco... Mismo lugar donde había visto por primera vez las cicatrices que recorrían el cuerpo de Lorick. Lorick. ¿Dónde estaba Lorick? Por más que buscaba, entre todas aquellas llamas, no era capaz de encontrarlo. No con todos aquellos gritos impidiéndole oír nada. Por alguna extraña razón, sentía que la única persona que podía protegerle de toda aquella locura, de aquel desastre en que se estaba convirtiendo su pequeño universo, era solamente él. Y tenía mucho sentido, ciertamente. Siempre que sentía que se quebraba, que no podía continuar, él estuvo ahí para recordarle que se equivocaba. Era su guardián.
Por eso se sentía tan mal, tan agitada, que ni siquiera se dio cuenta de que el guardia real se había despertado y le había cedido el lecho para que durmiera. Una leve sonrisa, solitaria, asomó a sus labios al percibir el aroma ajeno, pero no hubo ninguna otra reacción. Estaba demasiado asustada. Aquel sueño, aquel terrible sueño, le llevaba cada vez hasta un lugar más profundo, más apartado de la realidad. Su cuerpo quería correr, huir, despertarse, pero no podía. Sentía una presión en el pecho, como si realmente todo aquel humo estuviese entrando en sus pulmones lentamente, impidiéndole respirar con normalidad. ¿Iba a morir? No, sabía que no estaba despierta. Pero no podía evitar sentir que todo se estaba acabando.
Cuando abriese los ojos, se daría cuenta de que no estaba equivocada. El bullicio se había alzado poco a poco en las plantas superiores del castillo. Algo malo pasaba. Algo que marcaría por siempre su vida, su futuro. El inicio del fin.
El fuego cubría todo cuanto podía ver. Aquella pradera en la que jugaba de pequeña, junto a su siempre amiga Danna. El establo donde guardaba el único regalo que le había hecho su padre que sí que le agradaba. El castillo donde había nacido, y crecido, la habitación de su "nana", esa que siempre la había acompañado en las noches en que la oscuridad parecía querer engullirla. El campo donde los guardias practicaban la lucha cuerpo a cuerpo y el tiro con arco... Mismo lugar donde había visto por primera vez las cicatrices que recorrían el cuerpo de Lorick. Lorick. ¿Dónde estaba Lorick? Por más que buscaba, entre todas aquellas llamas, no era capaz de encontrarlo. No con todos aquellos gritos impidiéndole oír nada. Por alguna extraña razón, sentía que la única persona que podía protegerle de toda aquella locura, de aquel desastre en que se estaba convirtiendo su pequeño universo, era solamente él. Y tenía mucho sentido, ciertamente. Siempre que sentía que se quebraba, que no podía continuar, él estuvo ahí para recordarle que se equivocaba. Era su guardián.
Por eso se sentía tan mal, tan agitada, que ni siquiera se dio cuenta de que el guardia real se había despertado y le había cedido el lecho para que durmiera. Una leve sonrisa, solitaria, asomó a sus labios al percibir el aroma ajeno, pero no hubo ninguna otra reacción. Estaba demasiado asustada. Aquel sueño, aquel terrible sueño, le llevaba cada vez hasta un lugar más profundo, más apartado de la realidad. Su cuerpo quería correr, huir, despertarse, pero no podía. Sentía una presión en el pecho, como si realmente todo aquel humo estuviese entrando en sus pulmones lentamente, impidiéndole respirar con normalidad. ¿Iba a morir? No, sabía que no estaba despierta. Pero no podía evitar sentir que todo se estaba acabando.
Cuando abriese los ojos, se daría cuenta de que no estaba equivocada. El bullicio se había alzado poco a poco en las plantas superiores del castillo. Algo malo pasaba. Algo que marcaría por siempre su vida, su futuro. El inicio del fin.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
Cuando abrí la puerta de mis aposentos, todo el caos que se desarrollaba fuera me arrastró también a mi. Fruncí el ceño, incapaz de comprender qué era lo que estaba pasando. Todos los criados corrían de un lado a otro, gritando cada uno en sus respectivos idiomas. Fuera lo que fuese lo que estaba ocurriendo, parecía lo bastante horrible como para que incluso aquellos que eran demasiado viejos para hacer esfuerzos, corrieran por los pasillos a toda prisa. Uno de ellos, un anciano siempre afable que se encargaba del cuidado del jardín, chocó conmigo y tras tambalearse, alzó la vista sólo para encontrarse con mis ojos dubitativos. Parecía a punto de echarse a llorar, tal era el nivel de nerviosismo que experimentaba. Su cuerpo temblaba como una hoja, y de pronto me surgió la pregunta de si tal vez le hubiera lastimado. No parecía interesarse por su estado, sin embargo, ya que lo único que conseguí entender de entre sus balbuceos, era que me necesitaban en los aposentos de la princesa. Negué con la cabeza, dibujando una leve sonrisa en un infructuoso intento de hacerle recuperar la calma.
- No, no, tranquilizaos por favor Mikhail, la princesa está en mis aposentos. Se quedó dormida junto a mi lecho, mientras velaba por mi. -Probablemente de haber estado menos alterado me hubiera reprochado semejante atrevimiento, pero ni siquiera parecía prestar atención. Lo sujeté por los hombros y le llevé hasta un lado del pasillo, permitiendo así que el resto de sirvientes continuasen con su ajetreado ir y venir. Poco a poco, creí comenzar a entender lo que estaba pasando. Sobre todo cuando a mis fosas nasales llegó el inconfundible aroma del humo, del fuego devorándolo todo. - ¿Pero qué demonios está ocurriendo? ¿Dónde está el resto de la guardia? -El hombre estalló en lágrimas, escondiendo la cabeza contra mi pecho. Parecía tan agotado.
- ¡Los reyes! ¡Los reyes! ¡La guardia está intentando entrar en la habitación de la princesa! ¡Están encerrados dentro! ¡Y el fuego...! ¡El fuego se está extendiendo rápido! -La sangre se heló en mis venas inmediatamente, haciendo que yo mismo me tambaleara. Sujeté al hombre del codo y le ayudé a seguir su camino escaleras arriba, donde me encontré con el resto de la guardia. Los hombres estaban desesperados. Unos golpeaban con una especie de columna la puerta de los aposentos de Irïna, mientras otros intentaban abrir un agujero mayor por un ventanuco que daba al pasillo. Los gritos de la reina no tardaron mucho en hacerse oír. Gritos de súplica, de auxilio, y de ruego porque mantuviesen a su hija a salvo de todo aquel horror.
- ¿Qué está pasando? ¿Cómo han podido quedarse encerrados? -Mis compañeros se alegraron de verme. No me costó mucho notarlo: sus ojos se iluminaron.
- Nadie lo sabe. Lo último que nos dijeron era que iban a buscar a Irïna a sus aposentos. Pero en cuanto entraron la puerta se cerró tras ellos. Algo noqueó a los guardias que los acompañaban. Creo que están muertos. -¿Qué clase de brujería era esa? Los reyes eran amados por el pueblo, ¿por qué nadie iba a querer hacerles daño?...
Formulando aquella pregunta en mi mente me di cuenta de lo evidente: no iban a por ellos. Ese incendio no estaba pensado para provocar la muerte de los monarcas, sino de la futura heredera al trono. De la princesa de Escocia. De Irïna. Que ahora descansaba en mis aposentos. Suspiré de alivio únicamente para luego recrearme en el desastre que estaba por avecinarse. La reina no paraba de gritar por aquel ventanuco, y al rey hacía ya varios minutos que nadie le había escuchado decir nada. No se movía. Me abalancé contra la puerta con todas mis fuerzas, sólo para asumir lo que parecía imposible, lo que ya me habían dicho, estaba encantada. De algún modo, algo o alguien, había hecho que fuera imposible abrirlas. Por lo menos, del modo "habitual". Maldije mentalmente, y por primera vez en mi vida, el hecho de que la Luna Llena se encontrase tan lejos. Me costaría mucho más sacarlos de allí. - ¡Majestad! Majestad, cálmese, por favor. Vamos a sacarlos de allí, pero tiene que hacerme caso, ¿de acuerdo? Tome una prenda, un trozo de tela, o algo por el estilo, y también el rey, y cúbranse el rostro con eso. El humo no debe seguir entrando en sus pulmones. ¡Rápido!
- No... no... Irïna... dónde está mi niña... -La reina lloraba, gemía, y tosía, incapaz de procesar lo que le estaba diciendo.
- Majestad, por favor... Haga lo que le digo. Ella está bien. Está a salvo. ¡Se lo juro! -Sólo entonces pareció reaccionar, y titubeante, hizo lo que le había dicho.
- No, no, tranquilizaos por favor Mikhail, la princesa está en mis aposentos. Se quedó dormida junto a mi lecho, mientras velaba por mi. -Probablemente de haber estado menos alterado me hubiera reprochado semejante atrevimiento, pero ni siquiera parecía prestar atención. Lo sujeté por los hombros y le llevé hasta un lado del pasillo, permitiendo así que el resto de sirvientes continuasen con su ajetreado ir y venir. Poco a poco, creí comenzar a entender lo que estaba pasando. Sobre todo cuando a mis fosas nasales llegó el inconfundible aroma del humo, del fuego devorándolo todo. - ¿Pero qué demonios está ocurriendo? ¿Dónde está el resto de la guardia? -El hombre estalló en lágrimas, escondiendo la cabeza contra mi pecho. Parecía tan agotado.
- ¡Los reyes! ¡Los reyes! ¡La guardia está intentando entrar en la habitación de la princesa! ¡Están encerrados dentro! ¡Y el fuego...! ¡El fuego se está extendiendo rápido! -La sangre se heló en mis venas inmediatamente, haciendo que yo mismo me tambaleara. Sujeté al hombre del codo y le ayudé a seguir su camino escaleras arriba, donde me encontré con el resto de la guardia. Los hombres estaban desesperados. Unos golpeaban con una especie de columna la puerta de los aposentos de Irïna, mientras otros intentaban abrir un agujero mayor por un ventanuco que daba al pasillo. Los gritos de la reina no tardaron mucho en hacerse oír. Gritos de súplica, de auxilio, y de ruego porque mantuviesen a su hija a salvo de todo aquel horror.
- ¿Qué está pasando? ¿Cómo han podido quedarse encerrados? -Mis compañeros se alegraron de verme. No me costó mucho notarlo: sus ojos se iluminaron.
- Nadie lo sabe. Lo último que nos dijeron era que iban a buscar a Irïna a sus aposentos. Pero en cuanto entraron la puerta se cerró tras ellos. Algo noqueó a los guardias que los acompañaban. Creo que están muertos. -¿Qué clase de brujería era esa? Los reyes eran amados por el pueblo, ¿por qué nadie iba a querer hacerles daño?...
Formulando aquella pregunta en mi mente me di cuenta de lo evidente: no iban a por ellos. Ese incendio no estaba pensado para provocar la muerte de los monarcas, sino de la futura heredera al trono. De la princesa de Escocia. De Irïna. Que ahora descansaba en mis aposentos. Suspiré de alivio únicamente para luego recrearme en el desastre que estaba por avecinarse. La reina no paraba de gritar por aquel ventanuco, y al rey hacía ya varios minutos que nadie le había escuchado decir nada. No se movía. Me abalancé contra la puerta con todas mis fuerzas, sólo para asumir lo que parecía imposible, lo que ya me habían dicho, estaba encantada. De algún modo, algo o alguien, había hecho que fuera imposible abrirlas. Por lo menos, del modo "habitual". Maldije mentalmente, y por primera vez en mi vida, el hecho de que la Luna Llena se encontrase tan lejos. Me costaría mucho más sacarlos de allí. - ¡Majestad! Majestad, cálmese, por favor. Vamos a sacarlos de allí, pero tiene que hacerme caso, ¿de acuerdo? Tome una prenda, un trozo de tela, o algo por el estilo, y también el rey, y cúbranse el rostro con eso. El humo no debe seguir entrando en sus pulmones. ¡Rápido!
- No... no... Irïna... dónde está mi niña... -La reina lloraba, gemía, y tosía, incapaz de procesar lo que le estaba diciendo.
- Majestad, por favor... Haga lo que le digo. Ella está bien. Está a salvo. ¡Se lo juro! -Sólo entonces pareció reaccionar, y titubeante, hizo lo que le había dicho.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
Temblorosa, tambaleándose, y envuelta en sudor, la princesa salió de la habitación del guardia y en seguida se encontró con que su sueño, esa pesadilla que la había estado atormentando desde que se quedase dormida, se estaba haciendo realidad. Las piernas le temblaban por lo que le costaba horrores mantenerse de pie. Sujetándose a las paredes, chocando con todo objeto o persona que se cruzaba en su camino, ni siquiera era capaz de comprender lo que le estaban diciendo a gritos. Que parase. Que regresara al cuarto. Que por nada del mundo subiera aquellas escaleras que la llevarían a presenciar el peor episodio de su vida. Pero no podía oír. No podía procesar. Lo que al principio parecía un mal presentimiento se había convertido lentamente en un nudo en la garganta, en la certeza de que algo terrible estaba a punto de ocurrir, que estaba ocurriendo. Y que estaba teniendo lugar precisamente al final de aquella escalera hacia donde todo el mundo en palacio se dirigía, y hacia donde querían evitar que ella se desplazara. Pero no lo consiguieron.
- Q-Qué está pasando... L-Lorick... ¡¿Dónde está Lorick?! -En cuanto notó el humo saliendo por debajo de las puertas de su habitación, el mundo, su mundo, se quebró en mil pedazos y en lo único en que podía pensar era en el paradero de su "guardaespaldas". Tal y como en el sueño, él parecía la única respuesta. Todo cuanto necesitaba para sentirse bien. Segura. A salvo. Lo buscó entre los miembros del servicio que se congregaban alrededor de la puerta, y el resto de guardias reales que intentaban abrirla utilizando todo cuanto tenían a mano. Y allí lo vio. Lanzándose una y otra vez contra la puerta, que por alguna razón se negaba a ceder ante los violentos golpes y empujones. En cuanto él la vio, salió corriendo en su dirección, y al ver que la joven princesa perdía el equilibrio la sentó en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. - ¿Q-Qué está pasando? ¿A quién oigo gritar...? -Cuando finalmente identificó la voz de la mujer que pedía auxilio, desesperada, su voz se quebró, y las lágrimas comenzaron a caer en torrente por sus mejillas.
- ¿D-Dónde está mi madre? ¿Dónde está mi madre? ¡¡Respondeme!! -Súbitamente, todas las voces se silenciaron cuando finalmente la puerta se abrió, dejando salir intensas lenguas de fuego que se apresuraron a apagar entre todos. Y tras el fuego, dos guardias entraron y salieron de la habitación arrastrando dos cuerpos. Desvanecidos. Con terribles heridas. Sus padres. Nunca supo si perdió el conocimiento antes o después de escuchar a su madre, decirle entre lágrimas, que lo sentía. Lo único que recordaría de esa noche sería lo que otros querían que recordase. Que había sido un accidente. Que el fuego había sido una horrible pesadilla. La imagen de sus padres sería bloqueada en su memoria. La terrible visión de sus cuerpos repletos de quemaduras quedaría aislada en un rincón, "protegiéndola". ¿Pero cuánto duraría esa barrera, puesta a propósito, en su mente? ¿Y qué consecuencias tendría cuando se quebrara?
- Q-Qué está pasando... L-Lorick... ¡¿Dónde está Lorick?! -En cuanto notó el humo saliendo por debajo de las puertas de su habitación, el mundo, su mundo, se quebró en mil pedazos y en lo único en que podía pensar era en el paradero de su "guardaespaldas". Tal y como en el sueño, él parecía la única respuesta. Todo cuanto necesitaba para sentirse bien. Segura. A salvo. Lo buscó entre los miembros del servicio que se congregaban alrededor de la puerta, y el resto de guardias reales que intentaban abrirla utilizando todo cuanto tenían a mano. Y allí lo vio. Lanzándose una y otra vez contra la puerta, que por alguna razón se negaba a ceder ante los violentos golpes y empujones. En cuanto él la vio, salió corriendo en su dirección, y al ver que la joven princesa perdía el equilibrio la sentó en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. - ¿Q-Qué está pasando? ¿A quién oigo gritar...? -Cuando finalmente identificó la voz de la mujer que pedía auxilio, desesperada, su voz se quebró, y las lágrimas comenzaron a caer en torrente por sus mejillas.
- ¿D-Dónde está mi madre? ¿Dónde está mi madre? ¡¡Respondeme!! -Súbitamente, todas las voces se silenciaron cuando finalmente la puerta se abrió, dejando salir intensas lenguas de fuego que se apresuraron a apagar entre todos. Y tras el fuego, dos guardias entraron y salieron de la habitación arrastrando dos cuerpos. Desvanecidos. Con terribles heridas. Sus padres. Nunca supo si perdió el conocimiento antes o después de escuchar a su madre, decirle entre lágrimas, que lo sentía. Lo único que recordaría de esa noche sería lo que otros querían que recordase. Que había sido un accidente. Que el fuego había sido una horrible pesadilla. La imagen de sus padres sería bloqueada en su memoria. La terrible visión de sus cuerpos repletos de quemaduras quedaría aislada en un rincón, "protegiéndola". ¿Pero cuánto duraría esa barrera, puesta a propósito, en su mente? ¿Y qué consecuencias tendría cuando se quebrara?
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: I don't need you to take care of me | Lorick [Flashback]
Debí haberlo previsto. Debí haberlo imaginado. Debí haber sabido que en el momento en que ella despertase, probablemente a causa del ruido que ahora gobernaba el normalmente silencioso palacio, su primera reacción sería buscarle, y eso, irremediablemente, la llevaría precisamente hasta el lugar del que él quería mantenerla apartada a toda costa. Justo hasta ese piso, hacia el rellano que yacía delante de las puertas cerradas de su dormitorio, cuyo interior estaba gobernado por las llamas. Nunca en mi vida había visto un fuego propagarse tan deprisa, ni tan violento, y mucho menos quedarse aislado en una habitación. Quién lo había provocado, sabía lo que estaba haciendo, y sus intenciones, en un momento de revelación surgido al ver el rostro contraído de Irïna, me quedaron más que claras. Aquel fuego estaba previsto que acabase con una persona, con una sola persona, y era la chiquilla que intentaba abrirse paso hasta donde yo me encontraba. Sin pensármelo dos veces, dejé de arrojarme contra la pesada puerta que se negaba a ceder, y eché a correr en su dirección. En sus ojos pude ver que las piezas encajaban en su cabeza, hasta el punto de hacerla perder el equilibrio. La ayudé a sentarse rodeándola por los hombros, intentando que no mirara en la dirección en la que ahora, el resto de guardias se apresuraba a apagar el fuego y sacar los cuerpos de los monarcas. En ese momento, lo vi. El responsable de que las puertas no se hubieran abierto hasta que los reyes estuvieron desvanecidos. Una figura etérea, que caminaba, sin ser percibida por nadie más que yo mismo, en dirección contraria a donde todos los sirvientes se congregaban. Y yo conocía ese rostro, esos ojos helados y llenos de rabia.
Rhaegar. Su nombre se abrió paso en mi memoria como un rayo. No tardé mucho en comprender que era un fantasma, la pregunta era cómo. Qué le había hecho quedarse. Mientras la princesa se retorcía, llorando en mi regazo, la respuesta se hizo evidente. Él había planeado el fuego, para asesinarla. Y si se marchaba era porque había conseguido una venganza aún más placentera: verla totalmente derrumbada, con el corazón roto. Habiendo perdido a toda su familia, como él mismo lo hiciera. Cada fibra de mi ser me incitaba a salir corriendo tras él, alcanzarlo antes de que desapareciera del todo, pero esa muchacha que ahora intentaba soltarse de mi agarre para correr hacia sus padres, hizo que mi cabeza se centrara. Los latidos de las dos figuras prácticamente carbonizadas eran casi inexistentes. Segundos después de que ella hiciera esa temida pregunta, dejé de escuchar el corazón de su padre. Su madre no tardaría mucho en correr la misma suerte.
- Lo siento, Irïna, lo siento... -La estreché aún más entre mis brazos, notando cómo se desvanecía en mi pecho. Casi era mejor. Porque lo último que la monarca hizo, antes de exhalar su último aliento, fue mirar en dirección a su hija, y decirle que lo sentía. Mi corazón se encogió, hasta darme la sensación de tener el tamaño de un puño. Los ojos de la mujer se habían quedado abiertos, dos pozos de color esmeralda que aún brillaban parcialmente a pesar de que su rostro estaba casi irreconocible. Las lágrimas de todos los presentes no tardaron en aparecer. Varios sirvientes cayeron al suelo, de rodillas, preguntándose qué pasaría ahora. Los guardias, a pesar del dolor en sus semblantes, permanecieron en el sitio, ejecutando con pesadez el gesto de respeto que se hacía cuando un rey fallecía. Yo mismo tuve la intención de hacerlo, pero no quería soltar a Irïna. No podía soltarla. Aún estaba abrazándola, cuando noté que su cuerpo temblaba, y al agachar el rostro me encontré de frente con sus ojos. Los tenía abiertos de par en par, el pánico reluciendo en ellos. La piel de debajo estaba hinchada, y enrojecida... Y fue en ese momento en el que supe que no podía dejarla así. Pero... ¿qué podía hacer para remediarlo?
Rhaegar. Su nombre se abrió paso en mi memoria como un rayo. No tardé mucho en comprender que era un fantasma, la pregunta era cómo. Qué le había hecho quedarse. Mientras la princesa se retorcía, llorando en mi regazo, la respuesta se hizo evidente. Él había planeado el fuego, para asesinarla. Y si se marchaba era porque había conseguido una venganza aún más placentera: verla totalmente derrumbada, con el corazón roto. Habiendo perdido a toda su familia, como él mismo lo hiciera. Cada fibra de mi ser me incitaba a salir corriendo tras él, alcanzarlo antes de que desapareciera del todo, pero esa muchacha que ahora intentaba soltarse de mi agarre para correr hacia sus padres, hizo que mi cabeza se centrara. Los latidos de las dos figuras prácticamente carbonizadas eran casi inexistentes. Segundos después de que ella hiciera esa temida pregunta, dejé de escuchar el corazón de su padre. Su madre no tardaría mucho en correr la misma suerte.
- Lo siento, Irïna, lo siento... -La estreché aún más entre mis brazos, notando cómo se desvanecía en mi pecho. Casi era mejor. Porque lo último que la monarca hizo, antes de exhalar su último aliento, fue mirar en dirección a su hija, y decirle que lo sentía. Mi corazón se encogió, hasta darme la sensación de tener el tamaño de un puño. Los ojos de la mujer se habían quedado abiertos, dos pozos de color esmeralda que aún brillaban parcialmente a pesar de que su rostro estaba casi irreconocible. Las lágrimas de todos los presentes no tardaron en aparecer. Varios sirvientes cayeron al suelo, de rodillas, preguntándose qué pasaría ahora. Los guardias, a pesar del dolor en sus semblantes, permanecieron en el sitio, ejecutando con pesadez el gesto de respeto que se hacía cuando un rey fallecía. Yo mismo tuve la intención de hacerlo, pero no quería soltar a Irïna. No podía soltarla. Aún estaba abrazándola, cuando noté que su cuerpo temblaba, y al agachar el rostro me encontré de frente con sus ojos. Los tenía abiertos de par en par, el pánico reluciendo en ellos. La piel de debajo estaba hinchada, y enrojecida... Y fue en ese momento en el que supe que no podía dejarla así. Pero... ¿qué podía hacer para remediarlo?
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
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