Aguas Turbias [Libre]

por **Eliphas Leví** Lun Abr 28, 2014 9:35 am

La apasionada vocación de Leonardo sobre la magia, el misticismo y todo lo referente a ciencias ocultas era cada vez más compacta y decidida. Hasta ahora aun era un recién llegado a Francia y el recinto de los parisinos. Años de estudio e inmensa curiosidad y pasión por todo esto lo habían catalogado como mago, tenia buena reseña de sus maestros y de todos los lugares en que había viajado, a pesar de ello no era quien para catalogarse como bueno o malo en sentido de su profesión, el se esforzaba por dar siempre lo mejor de sí y a pesar de que podría enseñar a los demás y ser experimentado no dejaba de considerarse un aprendiz y así seria hasta los días de su decadencia.

Sabía que parís era una ciudad cubierta de mascaras, quien menos esperabas pudiese ser un inmortal vampiro, un demente brujo, o esquizofrénico licántropo, un sinfín de identificaciones y seres extraordinarios que muchos los consideraban anomalías. El crear ilusiones era algo que le serviría de mucho a convivir en paz con los demás y a deshacerse de quien lo molestase de manera fácil y no trágica, pero algo había de especial en la madrugada de hoy para él. No era la primera vez que lo investigaba, ya tenía razón o idea de donde podía encontrarla, ¿Qué era? Una extraña y mítica alga cuya fantástica propiedad era la de poder moldearse a la energía y psiquis de quien le tocase es decir se volvía parte de la energía y esencia de las personas que entraban en contacto con ella, era como una esponja de poder. Tenía particularidades pues una gota de energía nuestra puede ir cargada de imaginación, sentimientos, emociones o recuerdos, todo desarrollado en el plano de lo mental y espiritual, otra particularidad de esta y bastante resaltante que pese a su senilidad esta se adhiere como cual parasito a los centros energéticos de mayor frecuencia, entre estos podemos incluir al cerebro o sus cercanías.

¿Suficiente reseña, no? Mi persona estaba dispuesta a emprender el que por mi seria un esperado viaje, ya estaba cerca el amanecer y pues como habrán deducido me levante a tempranas horas, porque no quiero tener esclavos ni nada por el estilo arregle algunas cosillas de mi amplia quinta para una sola persona, recubierta de sencillos pero significativos adornos, caracterizada de aparentar todo muy “común” por si hay visitas… termine mis labores, prepare un cargado desayuno, luego despojándome de vestimentas me dispuse a ir al piso alto, donde se encontraba lo que yo llamo “mi cuarto negro”, para así tomar algo más que un baño frio y así despertar mis entrañas. Vestí mi frac negro en su totalidad, permitiendo a mi alma saludar la naturaleza y asomarme a la resplandeciente mañana que adornaba a Paris; parte de mi era la bolsa de tela en done llevaba los libros que ayudarían en el emprendimiento de esta búsqueda.

El sol asomado entre las nubes grises y algunos despliegues de neblina en los rincones oscuros de la ciudad, todo se pintaba en contraste matizado del gris y la luz mañanera, repentinamente sonreía tanto para mí como las personas que veía saludándolas sin ningún motivo mientras el sombrero de copa que cubría la cabellera recogida era movido levemente por mi mano derecha en síntoma de simpatía. ¿Por qué tanta felicidad?, porque así es Leonardo por las mañanas sonrientes y las dulces lunas amorosas; así continúe hasta tomar la primera diligencia que fue de mi agrado y dirigirme al puerto de Paris.

por **Helida Darsian** Mar Abr 29, 2014 2:51 pm

Plasmar las enigmáticas sombras del amanecer del puerto, no era trabajo fácil.
Helida deslizó el pincel impregnado en oleo por el lienzo. Se había acercado millones de veces al puerto, pero jamás había conseguido realizar una obra que le agradara. Los matices le quedaban demasiado contrastados, y el reflejo de los barcos entre las espumosas olas le suponía un gran esfuerzo.

Se restregó la mano por la mejilla, dejando tras de si una huella de oleo a propósito. Su rostro estaba oculto bajo un sombrero, que escondía su larga melena y sus facciones dulces. Y sus ropajes de hombres, no dejaban a la vista ninguna de sus dotes que la particularizaban como mujer.

Podía escuchar a sus admiradoras murmurar entre ellas mientras le/la contemplaban pintar. Las chicas normalmente se detenían a mirarle, de algún modo les resultaba atractivo/a. Y ella, no dejaba pasar la oportunidad de aprovecharse de ello, sin embargo, aquel día deseaba pintar tranquila, la noche anterior había tenido una mala caza y todavía se encontraba furiosa. No le gustaba que se le escaparan las presas.

Tomó algo de tono anaranjado y lo deslizó por la zona del amanecer.

Una de las chicas que la habían estado observando, se acercó y le susurró algo sugerente al oído. Helida bosquejó una sonrisa de medio lado bajo el sombrero y respondió a la joven con un gruñido, quién se alejó tímidamente con una risilla. Era gracioso que disfrazada de muchacho, le complacieran los halagos e indecorosas invitaciones que recibía constantemente.

Cuando alzó la vista de nuevo, una figura alta y fornida, de oscuros y largos cabellos ocultaba el sol de su campo de vista. No parecía de por allí, más bien parecía español, o del sur de Francia como mínimo. Soltó un juramento y llamó a la muchacha que se le había acercado antes.

-Señorita, ¿Le importaría despachar a ese hombre de manera educada? Me temo que terminará por fastidiar mi obra de arte-repuso con tristeza-Si usted me hiciera el favor...en verdad se ve como una Musa.

Ante aquel halago, la jovencita acudió corriendo hacia el hombre y entre palabrería y signos, le indicó de muy malas formas (a pesar de lo que Helida le había dicho), que se apartaría de allí o terminaría estropeando la obra de su amado.

Ella puso los ojos en blanco.

Tan solo esperaba que aquel tipo no fuera propenso a meterse en peleas, puesto que si era así, no estaba segura de poder contener el placer de terminar lo que no pudo terminar el día anterior.
Se tuvo que recordar que no cazaba humanos.

por **Eliphas Leví** Vie Mayo 30, 2014 6:53 pm

Seguramente el cielo y el mar estaban unidos en algún lugar del planeta, Leonardo sabía que no era así tal cosa, pero prefería fantasear como niño y contemplar dicho manifestación de divinidad, sublime como ninguna, ¿Qué otra existencia podría competir con los amaneceres gloriosos? Y aun lo que más le encantaba, los rayos del sol perfectamente colados sobre las nubes hasta llegar a la tierra, era contemplar el por que la relación de los cleros dorados de las ilustraciones, ahí estaba su respuesta. Quizá de ello se tratase la vida/magia, quizá ello significara estar vivo.

El canto mañanero fluía en perfecta armonía, pero el necesitaba moverse en cuanto a su interés se trataba… pero le era imposible apartar la vista de todo aquello, le ira imposible dejar de respirar los deseos de su aventura, camino hasta ubicar un punto más estratégico para su placida devoción. Al poco tiempo fue interrumpido por una joven muy apuesta, su piel destilaba un dulce aroma tentador, pero parecía estar enardecida solo por que el mago se situaba allí, le parecía un tanto déspota; tenía razón ella de un modo u otro, irrumpía con el arte de alguien más, un caballero que parecía estar dedicado a lo suyo, el también era un mago. Así que era mejor hacer del cordero y apartarse sin protestar nada.

No había que darle cabida a la negligencia en ninguna de sus manifestaciones. Así que fue de prisa a intentar negociar con algunos de los navegantes y hombres que aparentaban a menos ser instruidos en la materia, hacía lo posible y siendo sincero consigo mismo no tuvo éxito alguno. Fuese sido fácil haber usado sus habilidades hipnotizar a cualquiera y apoderarse del barco, pero sería más calamidad que solución el viaje era largo y se gastaría a cabo de tres o cuatro día y quien quita son menos, también podría dejarlo en un coma temporal, pero no conocía nada de navegación ¿invocar a algún ayudante?, sería lo mismo y quedaría desmayado a mitad de camino.

El sol apenas empezaba a sentirse un tanto más ardiente y el hombre que pintaba parecía estar completando su obra, Leo decidió acercarse un poco, observo que en su vista áurica se reflejaban los torrentes de energía que recibía: era su inspiración. Sintió curiosidad por ver si su “amable gesto” sirvió en conclusión y éxito de aquella obra, acercándose sin tratar de hacer el menor ruido asomo la vista por el perfil del delgado hombro izquierdo de aquel y así al observar dejo salir una risa silenciosa.

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