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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Glenn Thomsson Mar Abr 29, 2014 6:14 pm

Los últimos días habían sido lluviosos, algo molestos, la lluvia caer por la ventana de mi mugrienta habitación, me hacía sentir como en una caja de cartón, siendo un animal abandonado a su suerte, en ocasiones lo sentía así, había sido abandonado a mi suerte por mi madre, en un pueblo en el cual lo único que decían de ella me parecía veneno, al parecer me abandono y se fue, sin decir nada a nadie, desechándome. No estaba molesto con ella, porque nunca la conocí, me molestaba mas con las personas que me quisieron dar la mano y luego me pisotearon, ellos eran los peores. A esas personas si se debían odiar, con todo lo que se podía.

No importaba, ya nada importaba, desde que había podido escapar de las garras de aquel ser sombrío, parecía que el mundo buscaba que me mantuviera cuerdo, al principio sentía la necesidad de no volver a respirar, faltaba una parte de mi, desde entonces no había querido mostrarme a alguien, no tenía el valor de mostrar un cuerpo adolorido e incompleto, necesitaba otra forma de ganarme la vida, por suerte aunque las condiciones no eras las más favorables, aun así el teatro parecía querer funcionar, hoy era mi primera función, después de haber rogado trabajo en lo que pudieran darme en diferentes lugares, logre con mi habilidad de canto hacerme un espacio en aquel mundo, al principio me daban pequeños papeles en las obras, pero luego de cierto tiempo hubo una mayor demanda.

Habían pasado seis meses, las heridas habían sanado completamente, podría felizmente sentirme nuevamente vivo y humano, me preparaba tras bastidores para la función, estaba muy nervioso, sería la primera vez que no me escondería tras Gabrielle, seria yo presentándome, siendo el centro de atención, era algo que causaba temor, pero me llenaba de valentía y sabia que enfrentaría este nuevo reto.

El momento había llegado, me habían terminado de vestir y arreglar, la gente corría de aquí y allá con cierto nerviosismo, mis manos sudaban, mientras esperaba la señal, entre murmullos escuche que muchos se sorprendieron por la gran asistencia de esa noche, todos pensaba que iba a ser muy poca, por culpa del mal estado de las calles, mi corazón latía fuertemente, mientras comenzaron a darme señales de que entrara en escena, los reflectores chocaron en mi rostro, una gran luz me aturdió, mientras trataba de mantenerme en el escenario, tuve como guía a mi co-estrella, con quien debía cantar, lo único que quedaba en mi mente era eso, cantar y actuar como lo había ensañado las semanas pasadas.

Y así fue, las notas salieron de mi garganta fuertes y claras, el me siguió, mientras seguíamos con la obra, pronto su voz se cayó, dejando que la mi voz inundara el lugar, deseaba que llegara hasta el rincón más pequeño del lugar, que si pudiera traspasara las paredes y que toda parís escuchara mi cantar, mi historia, mi realidad, estaba tratando de seguir adelante, sin importar que sucediera.

Y la magia termino, bajo del escenario, entre aplausos estaba comenzando a hiperventilar, mientras escuchaba a toda esa gente felicitarme, el publico pedía la salida de los actores, me arrastraron nuevamente hacia ese lugar, nuevamente me volví un manojo de nervios, sin saber que hacer exactamente. Después de salir, me encontré con varias invitaciones a celebras, pero yo solamente quería descansar, comenzaba a salir del teatro, despidiéndome de todos, con una leve sonrisa, feliz, realmente feliz, pero siempre con algo dentro de mi, que me hacía sentir vacio, era hora de volver a la pequeña habitación que me daba cobijo por las noches…


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Mensaje por H. Victoria Kettleburn Mar Mayo 06, 2014 8:19 pm

Qué miedo… el miedo la congeló de golpe cuando se vio rodeada de esos rostros cargados de sadismo y sin un ápice de compasión. Nunca en su corta vida le había tocado ser testigo de tal distorsión, en la que una figura humana pudiese verse tan deformada. Y ahora era parte de ellos. Así lo comprendió Helena cuando la sensación de sus órganos se ausentó de su cuerpo para concentrarse en una sola: sed. Pensó… no, por un momento quiso pensar que por ser una de ellos, la ayudarían a entender qué estaba pasando con quién era, porque ya no la reconocía. Nada de eso sucedió; en cambio, se mofaron hasta que la imagen de aquella desorientada muchacha se volvió tiritona.

Estaba hincada en el piso, humillada por quienes la habían visto transformarse en contra de su voluntad. Aferrarse a sus rodillas no le devolvería la paz.

Quiero ir a casa. Quiero ir a casa —suplicó al borde de las lágrimas. Pensó que sería objeto de risas nuevamente, pero algo cambió.

Los ojos vidriosos de las esculturas semovientes se tornaron juguetonas. Aquello lo habían tomado como un desafío. No existía peor desatino que retar a un vampiro o peor: más de una docena de vampiros. Más aún cuando todos y cada uno de ellos tenía poder sobre la neófita. Fue cuando Victoria percibió el peligro y deseó no haber pronunciado esas palabras.

Así que el pequeño ratón quiere volver a casa —dijo uno de ellos. El resto sonrió— ¿La ayudamos?

¿Qué me van a hacer… estos monstruos? —se preguntó horrorizada la joven, instintivamente arrastrándose hacia atrás con las palmas de sus manos.

Échensela a los perros —ordenó la imponente figura. El rebaño se movió hacia Victoria de inmediato con una velocidad que tensó sus nuevos músculos hasta volverlos de piedra. Pero no los sabía usar. Fue sencillo para ellos sostenerla de manos y pies.

¡No! ¡Déjenme ir, no quiero más! ¡Suéltenme, os suplico! —pataleó y pataleó. De nada sirvió.

En un abrir y cerrar de ojos, a Victoria la habían llevado a un callejón donde un ser humano apenas podía ver. Ella estaba viendo perfectamente nítido, ¿pero qué infiernos era? Antes de contestarse, sintió que la acorralaban contra el muro de piedra. Una muñeca ensangrentada acercándose a su rostro fue lo siguiente que vio. Instintivamente y sin explicación, ella acercó sus labios a ese torrente rojo, pero fue su condena cuando volvió a parpadear: antes de que su boca hiciera contacto con aquel preciado tesoro, la fuente había desaparecido. Sólo un par de gotas rojas sobre el asfalto eran señal de lo que había vivido era real. Desesperada intentó echárselas a la boca sin importarle nada y sin conocer el motivo detrás del impulso, pero éstas se habían desvanecido.

¿Por qué tanta crueldad? —se lamentó.

«Ahora vuelve, si puedes» escuchó de pronto en su cabeza. ¿Estaba alucinando? La muchacha sólo atinó a sujetarse la cabeza tratando de convencerse de que era su imaginación. Nada podía ser tan malo. «Tienes razón. No es como lo imaginas; es mucho peor»

¡Cállate! —gritó de una manera que no sabía que podía gritar. Sólo cuando lo hizo silenció la transmisión de esa telepatía y también sus angustias.

Seguía atemorizada; estaba terriblemente asustada, pero fue su propio instinto de supervivencia el que le dijo que no era tiempo de los demás se enteraran de ello. Había una razón por la que la habían liberado: era presa fácil. Se encontraba prisionera en un cuerpo que no era de ella. Cualquiera que supiera de él, lo usaría en su contra. Sólo que no se burlarían de ella; la matarían. ¿Quería morir sin antes salvar a sus abuelos y encontrar a sus hermanos? No. Tal vez Victoria no había elegido convertirse en lo que era, pero no dejaría que tomaran por ella su camino.




Gracias al cielo las calles estaban prácticamente desiertas, porque los movimientos de la joven eran casi bestiales. Avanzaba rápido, sin ritmo, irregular. No se le iba la sensación de extrema sed. Era una tortura. Se preguntaba cuándo terminaría ese martirio. Respirando más fuerte no obtendría alivio. Dudaba ya que estuviese procesando el aire; le era ajeno. Sólo necesitaba una cosa. Lo más impactante de todo era que sabía exactamente dónde encontrarla; olía el aroma de la sangre por doquier, escuchaba su sonido al correr por las venas de quienes la poseían. Una locura.

No quiero. Basta —le decía a su cuerpo; se decía a sí misma— No soy como ellos. Ni a mi peor enemigo me atrevería a hacerle… esto.

Pero el instinto fue más fuerte y dirigió su mirada con fuerza hacia una edificación infestada de gente. Victoria observó el establecimiento y se dio cuenta de que se trataba de su bien conocido teatro. El corazón comenzó a saltar y rebotar dentro de su pecho. Sabía lo que encontraría dentro. Era una mina de oro. El escenario perfecto para un réquiem carmesí.

Allí no —susurró para sus adentros, pero su voluntad ya no pesaba lo suficiente.

Sin saber cuándo ni cómo, Victoria terminó colándose por una de las ventanas que llevaba al interior del recinto. Arrastrándose era una buena manera de llamarlo. Estaba débil. Una trampa mortal desarmada deambulaba por los pasillos oscuros buscando algo que la saciara. Tal vez si se trataba de alguien que no extrañarían…

¡Detente! —se dijo— Ni siquiera lo pienses. Tú no eres así.

Y de pronto, su paso se frenó en seco. Una fragancia, una voz. Todo al mismo tiempo impactó contra sus sentidos intensificados. Como si se hubiera derretido, se dejó caer sobre el piso. Estaba en una especie de transe, como si la hubiesen medicado prometiéndole el fin de todos sus problemas. Se juntaban sus dos debilidades: la sangre y la ópera. Dios se apiadara de ella. Involuntariamente cerró sus ojos y se dejó imaginar.

Qué delicia. ¿Cómo puede sentirse tan suave y tan potente a la vez? —instintivamente se llevó una de sus manos al cuello, acariciando su garganta. Era algo que no podía ignorar— Necesito. —era un hecho. Un lamentable e insoslayable hecho.

De pronto la música se acabó, siendo reemplazada por los aplausos. Estos últimos despertaron a Victoria y la obligaron a levantarse. Muy pronto estaría acompañada; debía ocultarse. Pero antes de eso, siguió su intuición. Algo le decía que conocía esa voz. Fue entonces que con sigilo corrió la cortina de uno de los palcos y se encontró la imagen siempre sonriente de aquel pajarillo que en uno de sus paseos a caballo había encontrado. En ese entonces Helena era feliz. Su mirada dulce, todo estaba allí. Su voz había crecido, al igual que el efecto que provocaba en las personas.

¿Glenn? Oh, por Dios. Que sea él —suplicó mientras lo miraba alejarse. Pensó en ese momento que era lo mejor— Sí. Es mejor que vayas. ¿Qué pensarías si me vieras así? Ya no soy ella, mi ruiseñor.

Derrotada, se dispuso a cerrar la cortina para así resignarse a lo que el futuro le escupiría. Pero entonces, su mirada hizo contacto con la del joven que cuya sonrisa aún a distancia contagiaba. Había sido descubierta. Victoria también sonreía; era una sonrisa nefasta, el vaticinio de las tormentas. Escondió su figura avergonzada tras la tela. Él no merecía verla así. Lo pondría en peligro. A él era a quien menos deseaba dañar.


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Mensaje por Glenn Thomsson Sáb Mayo 24, 2014 6:23 pm


“Para saber que sabemos lo que sabemos, y saber que no sabemos lo que no sabemos, hay que tener cierto conocimiento”
—Nicolás Copérnico



Estaba aturdido con tanta gente a mi alrededor, mis compañeros parecían reír ante mi reacción, me comprendían, yal vez recordaban con mi presencia la primera vez que se presentaron en un teatro tan grande como este. Aun sentía las palmadas en mis hombros, las sonrisas de satisfacción y de cierto orgullo en la gente. El teatro se había vuelto un mar de personas, que iban y venían, detrás del telón y en los asientos, donde la gente se movía dispuesta a terminar aquella velada para irse a sus casas. ¿Cómo se sentía esta victoria personal? Verdaderamente vacía, no había nadie con quien disfrutarlo verdaderamente, pero no me importaba, era mejor saborearlo solo que rodeado de gente que solamente te querrá mientras estés en lo más alto y tu éxito pareciera no tener final. Ya sabía cómo eran las personas, no me interesaban.

Alguien me había llamado o tenía esa sensación, era extraño, en normalmente siempre era la imaginación que te daba una mal jugada, pero aunque supiera eso, tenía la tendencia de voltear, esperando ver a alguien que pudiera cambiarme el día completamente, voltee mi cabeza al llamado, buscando con mis ojos a la posible persona que podría haber llamado.

― ¿Señorita Victoria? ― me había quedado sorprendido ¿Era ella? No lo podía creer, una amplia sonrisa se vio reflejada en mi rostro, que quedo iluminado con una gran emoción. Tal vez había oído hablar de mi presentación y se atrevió a venir a verla, mi corazón se engrandecía al pensar solamente que alguien a quien llegaba a estimar mucho; y no estaba muerto. Había llegado a oírme y darme apoyo moral.

Quise acercarme, fue instintivo hacerlo, pero ella parecía alejarse ¿acaso eso era un mal sueño? Mi rostro pareció endurecerse un poco, estaba confundido, aun así iba hacia donde ella aparentemente intentaba ocultarse. Quede a tres pasos de ella, lo único que parecía impedir nuestro encuentro era un pedazo de tela ― Victoria ― susurre sin moverme de donde estaba. Mi cuerpo parecía ser más sabio que yo, no me permitió moverme, como si algo primitivo lo amarrara y lo hiciera más inteligente. ― ¿Ha venido a ver mi espectáculo?― pregunte mirando hacia el piso en donde veía la sombra de la joven ― ¿Ha sido pura coincidencia? No me importa, me ha alegrado el día― quería verla, aquello no me gustaba, sujete con una mano la cortina y la deslice de un tirón y encontré allí a una pálida creatura, parecía tan frágil y débil como si se tratara de una astilla que podría romperse si se hacía mucha presión. ¿Qué le había pasado a la victoria que había conocido una tarde de abril?.


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Mensaje por H. Victoria Kettleburn Lun Jun 09, 2014 2:40 pm

Victoria

¿Todavía era ese su nombre? A los ojos de Glenn, así era. Tenía que recordar la neófita que el presente no era otra cosa sino la última imagen que los demás habían concebido de uno. Y con el chico de voz infantil, aquel que sus abuelos habían indicado como una perjudicial junta, no había interactuado hace bastante más de lo que en ese momento podía recapitular, pero aún así era más que suficiente como para temer por su seguridad. Su rostro se veía tan hermoso con esa luminosidad que desprendía que Victoria quiso sonreír aún en su escondite, pero algo la detuvo en seco: un golpe en su tórax y en su pescuezo.

¡Jesucristo! ―clamó la joven en su conciencia sujetando con sus manos la zona afectada. No parecía parar. La estaba asfixiando― ¿Qué me pasa? ¿por qué me castiga?

Un naciente pánico se estaba enseñoreando de su mirada de vidrio enfocada en ninguna parte. Era incapaz de concentrarse en lo que la rodeaba, salvo en la creciente cercanía del cortesano. Era su cuerpo el que la constreñía desde adentro con cada ademán de salir de ese foco. Era tan fuerte que el fuego que carcomía sus encías. Necesitaba un alivio, ya.

Cuando dentro de su suplicio comenzó a oír un correr de sangre en las venas y hasta percibir la temperatura de aquel elixir rojo, supo en dónde se hallaba la droga que apagaría su abstinencia. Qué hubiera dado por no saberlo jamás. Se llevó los dedos a la boca y empezó a mordisquearlos sin control. Dolía como el infierno, pero menos que lo que su instinto le pedía hacer.

G-Glenn… ―dijo con dificultad. A pesar de todo, luchaba para no ceder― Detente. No te acerques, por favor ―un tono suplicante se le escapó. Parecía estar a punto de llorar. No quería que fuera verdad.

Le rompía el corazón que su fiel amigo liberara ese tono alegre sin ninguna moderación, siendo auténticamente él. Esperaba ver a la señorita Victoria, con quien había compartido deleitosamente varias melodías clandestinamente, entre los árboles, porque otros no entenderían que dos personas tan diferentes pudieran complementarse en algún ámbito. Pero ella ya no podía darle aquello. Ni siquiera podía ofrecerle algo más, porque no tenía ni una remota noción de qué quién o qué era, si es que había dejado de ser un individuo para pasar a ser un ente semoviente. Era peligrosa y podía lastimarlo; con eso bastaba.

No solamente la proximidad influía en su dolor; el tiempo tampoco ayudaba. A medida que pasaban los segundos y la figura del joven continuaba allí, las espinas clavaban con mayor fuerza. Fue tan así que un quejido de calvario se escapó de los labios de la no-muerta. Aquello hizo que se diera cuenta de la bomba de tiempo en que se encontraba.

No vayas a mirar. No me encuentres; sólo vete. ―se armó de toda su fuerza de voluntad para advertir con urgencia― Huye, te lo ruego.

Pensó que solamente su anatomía la empujaría a actuar según lo pedía su nueva naturaleza, pero entonces vino su mente y comenzó a jugar con ella. Victoria pudo verse a sí misma enrojeciéndose la boca mediante al cuello agujereado de Glenn.



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Mensaje por Glenn Thomsson Lun Jun 23, 2014 9:24 pm


Tal vez el hecho de tenerla cerca pero al mismo tiempo ver como se ocultaba de mi, hacia que quisiera eliminar cualquier obstáculo que se me atravesara, aun mas en este día tan especial, en donde me sentía prácticamente invencible, eso era culpa de los elogios que había recibido durante toda la noche, los que ayudaban que la duda no se apoderara de mi y siguiera adelante sin importar ninguna suplica de la jovencita. ¿Cómo iba a poder detenerme cuando entre más me acercaba a ella podía apreciar su estado deplorable? Muchas cosas pasaron por mi mente, esta no dejaba de maquinar, mi rostro se mostraba sorprendido, quería saber aun con más firmeza y seguridad lo que le había pasado, pero ella parecía un animal asustadizo, que buscaba esquivar la mano que buscaba ayudarla.

Las palabras que decía me caían como lluvia fría de invierno, miraba incrédulo mientras trataba de buscar cierta lógica a sus palabras, pero no las encontraba, negué suavemente, lo único que hizo fue que me detuviera y sonriera levemente, mientras negaba suavemente — ¿Cómo puede pedirme eso? — dije suavemente, mientras mis músculos parecían querer ir hacia adelante, pero trataba de no hacerlo, ella parecía no querer tener mi cercanía, tampoco iba a forzarla a algo que no quería. — No puedo hacerlo, lo siento, no podre vivir pensando que me aleje de ti cuando mas necesitabas a alguien…— tal vez era una simple escusa, pero era lo que sentía en ese momento.

Podría ser que era yo el que necesitaba estar cerca de ella, me sentía solo, desprotegido, necesitaba sentir que alguien podría estar junto a mí. La verdad era que el perrito faldero era yo, detrás de una persona que parecía querer alejarse de mí, pero yo estúpidamente seguía detrás de ella, sin medir las consecuencias. Mi cuerpo estaba tenso, la tenía tan cerca y al mismo tiempo tan lejos. Sentí que se me iba, que nunca más la iba a ver, que se alejaba de mi y todo el mundo, no sé si realmente quiso moverse de donde estaba, pero me apresure a tomarle la mano — No te vayas — suplique, sintiendo como un escalofrió recorría todo mi cuerpo, mis ojos se dirigieron a mi agarre, el cual solté con rapidez, como si esta me quemara.

No sé si mi cara reflejaba la sorpresa que me había dado, su piel estaba completamente fría, era como tocar una pared cuando había tomado todo el frio de la noche — Estas fría… — susurre. No quería imaginarme que había sucedido, quise negármelo a mí mismo, pero conocía muy bien aquella sensación, había estado viviendo con una vampiresa muchos años.


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Mensaje por H. Victoria Kettleburn Lun Jul 07, 2014 11:31 pm

Qué dolor. Glenn no quería apartarse; se lo manifestaba abiertamente, tal cual era. Sin tapujos, sin temores, como un cordero avanzando tierna y negligentemente a su depredador. Victoria, ante esto, no sólo sentía que sus impulsos se apoderaban del control de su cuerpo con cada olisqueada, sino también una culpa terrible. No había hecho nada; no aún, pero cuánto lo deseaba, casi tanto como ser aquella inofensiva señorita que merecía su voz de sol. Pero ambos hechos eran irrefutables.

Helena quiso llorar, pero el hambre se lo impidió. Dagas se insertaban impiadosamente en su lengua cada vez que una sensación ajena a la de cacería llegaba a su centro nervioso. Misericordia, preocupación, afecto. Aquellos sentimientos hacia Glenn no podían tener lugar. Era como si la neófita estuviese atada de manos y pies por un cruel verdugo, reacio totalmente a darle a su dolor descanso. O accedía o moría. No… no era esa la única opción. No podía olvidar que ahora era una vampira, y que podía llevarse a cuantos quisiera con ella. Aquello incluía al joven de la noche.

Glenn… —susurró con un evidente temblor en su voz. Lo traicionaría, y la culpa le pesaba. Sin embargo, ya no le quedaban energías para seguir suplicándole al mancebo que luchara por su vida huyendo de allí. Se le cerraban las puertas.

No podía hacerle daño, no a ese rostro gentil con el que alguna vez cantó lado a lado bajo las alas del bosque, volviéndose ambos paloma y ruiseñor. Parecía un sueño que hubiese vivido aquello, haber sido Victoria, intérprete lírica y auxiliadora de la fauna herida. Tener que resignarse a la idea de que ya ningún alma podría devolverle su nombre era su nueva realidad. Lo supo apenas Glenn tocó su mano repentinamente: ahora formaba parte de las bestias.

Todo el cuerpo de Victoria palpitó con ese contacto. Ahí estaba la visión más exquisita que el pecado pudiera darle. Sus secos labios se harían húmedos en el cuello de su tan complaciente presa. El calor de aquella sangre era la promesa de perder en el fondo de un abismo la conciencia.

Perdóname, mi ruiseñor. —habló uniformemente, hipnotizada por lo que estaba apunto de hacer— ¡Por lo que más quieras, perdóname!

Como las raíces a la tierra se aferró la máquina mortal al aún viviente, en un abrazo letal. Sólo vio en esa tentadora porción de carne un cáliz pegajoso. Y fue cuando hubo perforado con sus demoníacos colmillos la fuente de su sed que cerró los ojos con helado terror, notando el placer que la invadía, un frenesí que le impedía abrirlos de vuelta a la claridad. Sabía delicioso, a gloria, a vida dentro de la muerte.  En sus brazos, en lugar del gentil cantor que había conocido, estrechaba a su provisión de sangre.

Pero lo impresionante era que en confusión chocaban fragmentos de razón y vesania. Se alzaban chirridos. ¡Detente! ¡Sigue! ¡Descontrol!

Ayuda —pedía interiormente mientras devoraba lo que encontraba. Estaba a punto de llorar. Las lágrimas allí estaban; lágrimas de sangre. Si no se detenía pronto, Glenn moriría. Quería aflojarse, pero no podía hacerlo sola— ¡Alguien, auxilio! Glenn, por favor. ¡Lucha!

A través de las puertas del sueño custodiadas por los gules, más allá de los abismos de la noche iluminados por la pálida luna, Helena viviría sus vidas sin número, sondeando todas las cosas con esa mirada animal. Se me debatiría y aullaría cuando rompiese la aurora de la pureza con cada gota de sangre; no importaría. Insoslayablemente se vería arrastrada con horror a la locura.


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Mensaje por Glenn Thomsson Miér Ago 20, 2014 9:21 pm

Recuerdo una sensación similar, tal vez menos dolorosa, menos desesperada, más apacible y controlada, no sabía cómo lograba diferenciar entre ellas, tal vez me estaba volviendo loco, posiblemente era lo mismo, pero quería darle significados diferentes. Ella me pedía perdón, yo no entendía porque, aunque estuviera haciéndome un daño, no sentía la necesidad de hacerla el culpable de una muerte que estaba esperando desde hace mucho tiempo, posiblemente podría darle las gracias de ser ella quien me daba un buen fin. Había logrado sobresalir, seguir adelante luego de tantos tropiezos que mi vida había sufrido, ahora era feliz, siempre me había faltado algo, nunca estuve totalmente completo, por eso siempre quise unirme con alguien más y ahora lo estaba logrando por medio de la sangre.

Estúpido cuerpo que deseaba luchar. Mis manos se aferraron a sus hombros, unos cuantos quejidos, buscaron aflorar en mi garganta, me sentía mareado, mi cuerpo cada vez se sentía más débil. ¿En cuantos segundos podría dejarme seco y marchito? Los contaba, curioso de cuando perdería la cuenta. Ella recibía un color, mi vista se volvía borrosa, pero podía percibir su cambio, ahora estaba igual a como la conocí, hermosa paloma que sobrevolaba los bosques en busca de lo desconocido. “No, no cierres los ojos” dormir, era lo que necesitaba cuando estaba cansado, ahora lo estaba. ¿Cuándo había pasado? Ya había perdido la cuenta, creo que iba por 6.

— ¿Glenn? — una voz ajena parece aflorar en aquel lugar tras bambalina, uno de los encargados de la obra no había salido aun, había visto la figura del cantante estrella o eso le había parecido, caminaba hacia nosotros, no lo podía ver, pero lo podía oír, lejano, aunque podría llegar a estar muy cerca. Ya podía ver lo que pensaba, estaba con una amante disfrutando de un encuentro fortuito — ¡Glenn! ¡Oh dios mío! — escuche claramente sus chillidos. Posiblemente se había dado cuenta que no era una reunión de cálidos amantes. El era como la vida que no quería dejarme seguir el sendero de la muerte, tuvo el valor de sujetarme. ¡Sujetar la presa de un depredador!, se aferraba a mí y jalaba con todas sus fuerzas mientras la dama seguía succionando de mi cuello, queriéndome dejar como una flor marchita cuando llega otoño.

“Hoy no Glenn” pareció decir algo en mi interior, comprendí que hoy no era mi día de morir, termine logrando escapar de los brazos de la muerte, caí al piso, hecho un desastre, al parecer amaba estar hecho un desastre, al borde de la extinción. Las voces aun me parecían aturdidoras, mucha sangre había perdido, pero al menos había servido para que la neófita lograra salvar su vida por esta noche. — ¿Victoria? — murmure, en el piso, mientras algunos gritos y chillidos parecían ensordecerme. Había tocado parte del infierno y aun tenia parte de el dentro de mí.


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Mensaje por H. Victoria Kettleburn Mar Oct 14, 2014 10:59 pm

Como bendito por el cielo y el infierno a la vez, el mortal abrazo que más daba luces de ser un ultraje carnal, llegó a su fin sonora y abruptamente. Pobre criatura que, confiada en la suerte que le prometía su benevolencia, avanzó sin saberlo a la boca del lobo. ¡Ay del ruiseñor si se hubiera dejado consumir por esos brazos como rastrillo! No se hubiera vuelto a oír su melódica canción. Había estado a punto, así a un despreciable paso, de dar su último beso no a la neófita, sino a la muerte. Y ahí estaba, debilitado y desencajado como un niño perdido. ¿Quién podía culparlo? Todo ser humano que lograba escapar de la muerte podía considerarse un ser abandonado.

¿Y la responsable? Oh… desde luego que notó que le faltaba el exquisito calor de la sangre rica y fluyente que le ofrecía un cuerpo joven y activo como aquel, pero ante el sabor del rojo que se había escurrido por su boca y sus dedos, sólo le quedaba someterse a saborear hasta la última gota para que nada se desperdiciara. Mantenía sus ojos cerrados, pero la fuera en ellos se había marchado; los mantenía semiabiertos, como en un sueño erótico. ¡Por Dios que lo era! Colisionaban los cuerpos, se compartían fluidos, y el éxtasis… ¡el éxtasis duraría mientras la sangre corriera! Vaya que había de dónde sacar. Pero en medio de la locura, la vampira —o más bien dicho, su instinto— se preguntó si alguna embocadura podría comparársele, o era que mientras más fuerte el lazo, mayor la adicción. Tenía toda una no-vida para averiguarlo.

Pero la sangre se agotaba, al igual que su fuente, si no se sabía controlar. Vaya que era fácil dejarse ir ante tan magnífica carnada, que robaba, con cada sorbo, una parte del alma. Eso fue lo que descubrió la etérea joven cuando escuchó a Glenn haciendo temblar su nombre en el piso. Abrió los ojos al tiempo que apartó sus manos violentamente de sí, por poco estrellándolas contra la pared a sus espaldas. ¡Suficiente! No debía usar esas herramientas para aquel fin tan nefasto. Le costó decidirse, pero viendo que no podía simplemente voltearse a lo que había hecho, y también el afecto que sentía por Glenn, se acercó a gatas a su lado, rezando interiormente para que no fuera tan grave.

Oh, mi bien. Estás vivo —suspiró al verlo al rostro empalidecido, pero no de alivio. Aún quedaba por ver. Fue cuando se arrodilló a su lado y depositó suavemente la cabeza de aquel mozo sobre sus faldas, examinándolo detallada y tristemente. Cómo deseaba poder llorar lágrimas tibias— ¿Qué fue lo que te hice? Tu rostro tan hermoso… yo lo… algo se apoderó de mí… no pude detenerme… es… —las palabras se ahogaron en su garganta.

Arrancó un retazo inferior de su vestido y lo ocupó para frenar el sangrado remanente del cuello de Glenn, pero igual de fuerte que el deseo de verlo nuevamente a salvo era el de no hacer frente a la herida, huella de su pecado. Victoria no encontraba lágrimas para llorar, pero sus ojos lo hacían de todas formas en una lluvia seca. Gemir… le daba terror hacerlo, porque no sonaría como delicada flor malherida, sino como gárgola en plena cacería. Lo quiso abrazar, ocultar su rostro en su pecho suplicando su perdón, pero tenía miedo. Miedo de terminar de romperlo. En lugar de eso, comenzó a acariciar el suave terciopelo de su cabeza, aún sabiendo que sus dedos dejarían de propinarle calidez.

Helena no sabía por dónde empezar. Estaba igual de perdida que el muchacho de la noche.

Pero qué terrible es todo lo que puedo decirte al respecto. —buscaba explicaciones que darle, pero el hecho se sentía tan pesado porque lo había disfrutado golosamente, que el hecho — Esto no debió ocurrir. Una vida no bastará para que pueda ser perdonada por lo que te hice, lo sé. No sé lo que soy; no sé lo que puedo hacer. Sentía una sed inmensa, me quemaba. Nada lo saciaba. Pero te vi, te sentí, no lo sé, y fue como si hubiera renunciado a todos mis sueños por estrecharte contra mí. Oh, Glenn… fue tenebroso sólo ver lo que podía tomar de ti.

Pero qué horrible sonaba. Y lo peor de todo es que era la verdad.


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Mensaje por Glenn Thomsson Miér Nov 05, 2014 6:26 pm


“La felicidad no existe. Sólo existe ser feliz cada día.”
—Albert Espinosa  


Los años habían sido crueles conmigo, era sincero, no estaba contento con lo que había tenido que pasar, a través de los años puros lamentos habían sido el pan de cada día. Estaba feliz de pensar que me iría de este mundo cuando la vida parecía estar en un curso amigable conmigo, cuando había alanzado cierto éxito personal y me sentía satisfecho conmigo mismo. Muchos pensaban en la muerte como algo nefasto, pero era solamente otro estado de la vida, en el cual debíamos aceptar que pronto llegaría; tarde o temprano. Pero cuando ya la habías visto pasar por ti tantas veces y nunca llevarte, comenzabas a preguntarte si tu nombre estaba escrito en el libro de la muerte. ¿Se habían olvidado de mí? La sentía tan cerca y fría, podría cerrar los ojos y aceptar que al fin habían llegado por mí, pero volvían a mofarse, volviendo a dejarme en el infierno sobre la tierra.

El ultimo vampiro que había bebido de mí, me había dejado en un estado deplorable, del cual simplemente pensaba que nunca podría salir vivo y aun así logre sobrevivir. Las sensaciones eran diferentes, pero al mismo tiempo con similitudes, podría ser que era diferente  el abrazo de un cuervo al de una flor recién herida. El cuervo fue más controlado, macabro porque tenía la capacidad de controlar su placer y mi dolor. La pequeña flor herida, parecía disfrutar y ser su tortura al mismo tiempo, era un caballo desbocado apenas sintió como se derramaba la sangre por su garganta. Deseaba sanarse y la única manera de hacerlo, era absorbiendo el néctar de otros.

Mis ojos estaban cerrados, no escuchaba mas gritos ni alaridos, solamente estaba allí, tieso, incrédulo. No podía creer que nuevamente llegaba a burlar de la muerte o ella simplemente lo había de mí y aunque en mis tiempos de temprana pubertad, seguía los pasos de una dama de la noche, aun mi cerebro parecía horrorizarse cada vez que veía un festín de ese tipo. No tenía las energías suficientes como para retroceder, menos correr. ¿A dónde huiría? No lo haría, aunque odiara aceptarlo, sabía como tratar a creaturas como ella, quienes siempre me atrajeron, tal vez por el peligro que el cuerpo siente cuando se está cerca uno de ellos.

Me trataba como si fuera un muñeco, puso mi cabeza en su regazo y trato de consolarme, mientras aun la sangre brotaba por los dos agujeros que me había hecho. Era yo un juguete dañado que ella trataba de arreglar con miedo a volver a destrozar, con un pedazo de tela, cubría la herida para evitar la hemorragia. Podía escuchar sus gemidos de lamentos, quería consolarla, su voz llegaba claramente a mis oídos, todos sus intentos de explicarme que era lo que había pasado los escuchaba claramente. Lentamente levante mi mano, para depositarla sobre su mano, que aun cubría la herida.

— Mírate, ahora si te vez mejor — mi rostro se había volteado y abrí los ojos para encontrarme, con los ojos llenos de lamento de Victoria. Su rostro había encontrado la vida gracias al festín de sangre que le habíamos proporcionado. Lleve mis manos temblorosas a sus labios, los cuales comenzaban a tener un color rosado y los toque sin miedo alguno. — No tengas miedo de ti misma, porque al menos tu matas por necesitad, querida mía — susurre suavemente. ¿Cómo le explicaría mis experiencias con vampiros? Ella no era la única con quien me había encontrado a lo largo de mis años, pero tal vez si la más cercana, con la cual estaba experimentando los cambios que ocurren en ellos.

Trate de levantarme, pero la falta de sangre me hizo desfallecer — Hace mucho tiempo… — caí nuevamente en su regazo. Entrecerré mis ojos y suspire pesadamente —Estuve viviendo con una mujer que era lo que tú eres — No era un ser inocente. Ya tenía las vendas quitadas, sabía lo que rondaba en las sombras y con tristeza ajena miraba lo que ella se había convertido y lo tanto que sufría por tal maldición — Debes irte Victoria, puedes meterte en problemas, no sabrás como reaccionar. Tienes que irte — insisto mientras me aferro a su mano. Era un cordero sin guía, era peligroso pisar un terreno nunca antes visto y la pobre no tenia nadie que la guiara.


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