Aprende de la luna que nunca se encuentra sola ~ Privado.

Caminaba sigiloso por las iluminadas calles de París, vistiendo aquella capa de piel de cordero que había cuidado meticulosamente desde que la adquirí, siglos atrás, allá en las antiguas tierras escandinvas cuando los dioses paganos aún gobernaban desde sus salones sobre el domo del cielo. La capa cubría mis hombros y espalda, escondiendo debajo de si la camisa de lana gris que llevaba puesta. A mi cintura se ajustaba un cinturón de cuero por sobre la camisa, cuyo largo tapaba medio muslo de mis pantalones marrones. En mis pies, mis botas de cuero más preciadas, las mejores para una noche “de caza”, como sería aquella.

Detuve mis pasos en una intersección entre las calles parisinas, con el solo propósito de observar a los humanos a mi alrededor y eventualmente escoger alguno para que fuera mi presa. Y a diferencia de otros vampiros a los que he conocido con los años, jamás he tenido problema en elegir presa alguna, y es que jamás he pensado que ser un bebedor de sangre sea algo malo. Con mirada fija seguí con los ojos a un hombre que parecía ser de clase media, dispuesto a seguirlo y beber de su sangre, no obstante mis ojos cambiaron dirección cuando una joven vampiresa topó conmigo.

Viendo a la jovencita a mi lado, atiné rápidamente a sostenerla de un brazo, evitando así que se tambaleara o cayera al suelo y, con mis ojos sobre ella, la ayudé a enderezarse y ponerse de pie debidamente, sin poder descifrar cuál era y a qué se debía la expresión en su rostro. Sus palabras, entonces, llamaron mi atención y me generaron un gran interés y curiosidad.- ¿Fue eso Rumano mezclado con Francés? -Pregunté sin haber pensado bien lo que diría de antemano, preguntándome al mismo tiempo si debiese soltarla o seguir sujetándola, pues al fijarme un poco más, estaba notoriamente pálida, como si no se hubiese alimentado en varios días.

¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? -Pregunté entonces, pues si bien preocuparme por los demás no era uno de mis intereses diarios, bien sabía que a veces los dioses podían poner desafíos en nuestros caminos, y si quería ganarme honorablemente mi puesto en alguno de los salones en Asgard, debía acudir a cada desafío que los dioses me enviaran. Después de todo, todos nuestros destinos estaban predichos por ellos, y nosotros tan solo debíamos acudir a ellos,  

La brusquedad con la que retiró el brazo de mi agarre me dejó perplejo, pero al mismo tiempo me hizo darme cuenta de que aquella hubiese sido la misma forma en que yo hubiese reaccionado si es que ella me hubiese tomado así, por lo que dejé pasar el gesto. Cerré lentamente el puño mientras retraía mi mano y la alejaba de ella y, ahora que no la tenía tomada del brazo, di un paso atrás a modo de darnos a cada uno un poco más de espacio personal, si es que se podía tenerlo en aquellas calles donde humanos comunes y corrientes pasaban a nuestro lado repetidamente.

Un escalofrío de incomodidad me recorrió entonces cuando me fijé de que me estaba mirando demasiado, pero ni cuenta me di de que entonces yo hice lo mismo: la miré descaradamente de pies a cabeza mientras que mi ceño estaba ligeramente fruncido por la incomodidad. Luego, al escucharle, me sonreí de lado con gracia, riéndome internamente ante lo ignorante que ella era: claro que tenía buenos reflejos; reflejos del buen guerrero que yo era. Pero preferí no decir nada, a sabiendas de que contestar reafirmando ese tipo de comentarios las personas se ponían algo sensibles.

- Gracias, aunque al parecer tú no. Deberías tener más cuidado. -Dije en un desliz, sin recordar que a veces las personas también se ponen sensibles cuando se les dicen sus defectos o falta de cualidades.- Pero no te preocupes, no hay problema, ni tampoco necesidad de disculparte. -Comenté luego de sus palabras, arreglando el mechón de cabello que había caído sobre mi rostro y cuidadosamente volviéndolo a atrapar tras mi oreja, pero sin hacer ese típico gesto que hacen los humanos, que mueven la cabeza al tiempo que arreglan el cabello. Al contrario, mi lenguaje corporal era nulo, y todo lo que hice fue solo mover una mano.

Fue luego de aquel gesto que sus palabras volvieron a descolocarme, tal y como siempre me pasaba. Obviamente, por un momento no entendí a qué se refería, y me sentí tremendamente tentado a mirar a mi alrededor en busca de qué era eso que me rodeaba, pero me limité a mirarla, completamente sumido en la confusión y en mis pensamientos. ¿Qué era lo que me rodeaba? Un enigma, eso era. Yo solo la miré cuidadosamente, hasta que caí en la cuenta de qué podría ser. Ella era vampiro, como yo, y ella tenía un aura muy peculiar, como yo. Aunque claro, obviamente eran distintas.

- Oh, ¿Te refieres al aura? -Le pregunté, solo para estar seguro, fijándome en el de ella: era un vampiro jóven, pero no un recién creado.- Un gusto conocerte, Iren. Mi nombre es Svein. -No era cierto, no era un gusto en lo absoluto. Me había interrumpido, chocado conmigo y ahora actuaba raro; pero así era como a la gente le gustaba ser saludada. Hay que tratarlos de lo más bien mientras ellos te tratan de lo más mal apenas te das la vuelta. Un grupo de hipócritas, era cierto, pero eran la mayoría de la población; había que seguirles el juego de vez en cuando.- ¿Te gustaría ir de caza y cenar juntos, Irin? -Allí estaba yo, siguiendo el juego de la simpatía con una jovencita a quien apenas conocía.

Sonreí más por cortesía que por iniciativa propia en cuanto la muchacha saludó con una reverencia, viéndola ahora con mayor comodidad al ver que su mirada se fijaba en el piso, lo cual me pareció curioso. ¿Acaso tampoco gustaba de hacer contacto visual? Para mi aquello sería perfecto, tan ideal que lo creía poco posible. Pero de todas formas, su inocencia y juventud eran conmovedores, y aquello superaba cualquier expectativa y me conmovía sin poder evitarlo. Y sus palabras tan solo añadían ternura a todo el conjunto.- Irin, pequeña, absolutamente todo en este planeta me incomoda de una manera que ni te imaginas, pero nada me ha detenido nunca de hacer lo que sea. -Le contesté al tiempo que la veía a mi lado, volviendo mi vista a las calles parisinas en busca de algún humano que llamara la atención.

Por supuesto, no íbamos a cazar allí en pleno centro, por lo que le indiqué con un gesto que me siguiera, comenzando a caminar.- La amabilidad es tan solo un lujo estos días. Nadie es amable de verdad. -Comenté sin prestar demasiada atención en realidad.- Y no, jamás me ha agradado la compañía de un desconocido, tampoco ahora; aquello era tan solo cortesía y ética, como le llamas. Yo le llamo rutina hiṕcrita, pero no a todos les agrada esa idea. -Respondí luego, sin medir mis palabras mientras que miraba a nuestro alrededor. ¿Se iba a ofender con lo que acababa de decir? Ni idea, no tenía forma de saberlo.

La miré entonces cuando preguntó por mi origen, sonriendo de medio lado.- No soy Francés, tienes razón. Vengo de Noruega, pero he viajado mucho y conozco muchos idiomas, antiguos y modernos. ¿Eres de Rumania? -Seguía sin medir mis palabras; y es que ya había fijado mis ojos en un par de humanos, comenzando a seguir sus pasos hacia un área residencial, notoriamente menos poblada de personas polulando a esa hora. Luego de girar en una esquina, poco a poco bajé la velocidad de nuestros pasos y me giré hacia la muchacha.

- ¿Ves a esos dos de allá? -Le pregunté, señalando por unos segundos a los humanos en cuestión.- Son de clase alta, lo más seguro, y calles atrás insultaron un vagabundo. Yo no tendría problemas en matarlos y beber su sangre aquí mismo, ¿pero y tú? -Pregunté, solo para asegurarme de que no tuviera problemas en escoger a aquellos dos como cena. Varias veces me había encontrado en el pasado con vampiros quisquillosos a la hora de matar, y jamás lo había entendido. Para mí, matar a este o aquel era lo mismo, a fin de cuentas, cada quien cumple su propio destino. Los Cristianos se van al infierno o al cielo, y yo me voy a Valhalla o Helheim.