AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un Invitado Sorpresa
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Un Invitado Sorpresa
Recuerdo del primer mensaje :
Una vez, hace muchos años, su madre le reveló el verdadero significado de un hogar. Le dijo que todo dependía del por qué se deseaba ese lugar, de lo que sentía también o del con quién se sentía así. Un “hogar” era un sitio al que alguien pertenecía o donde se sentía pertenecer. Como todavía carecía de un “quién”, Yranné pensó profundamente en el “por qué y en el “sentir” y solo después de eso se fue en busca de aquel posible lugar para establecerse en la hermosa París. Como ya le había sucedido antes, pero muy pocas veces, se dejó llevar por su instinto y sus pasos le condujeron por si mismos al sitio correcto.
Ahora, han pasado casi diez años y aunque esta no es su única vivienda, es su favorita con mucho. Rodeada por una reja de fierro de casi tres metros de alto, está ubicada lejos de las casas más ceñidas y el patio trasero se extiende más allá, convirtiéndose en un bosque donde a su tigre interior le encanta pasar el rato. Cada vez que vuelve a esa mansión es como si una nube de relajación cubriera sus engarrotados músculos. Ese día regresó un poco más tarde de lo normal, el clima estaba fresco y las lámparas de gas en las calles ya habían sido encendidas. Sus hombros descansaron un poco cuando se quitó la capa y el sombrero. Su ama de llaves apareció mientras desabotonaba su chaleco.
- Señor, la cena… - Comentó con un movimiento suave de la cabeza, dándole la bienvenida a su amo. Yranné se quitó el chaleco y apartó el cabello de su cuello.
- Ya veo… ¿No está lista? Que lo esté en lo que me preparó. – Soltó su chaleco, bordado a mano; la muchacha lo recogió e hizo una leve inclinación.
- Enseguida señor. – Anunció la ama de llaves y se retiró tras una ligera inclinación. Yranné subió a su dormitorio con pasos flojos y cansados que se marcaron por el peso de las botas con cada escalón.
Aunque tenía sirvientes que limpiaran la casa, que se ocuparan de la comida y de atender a las visitas, así como de preparar todo lo necesario para una fiesta digna de reyes, el joven era lo suficientemente reservado y capaz de atenderse a sí mismo durante un baño. Nunca se preguntó por qué en casa su madre no recibía ayuda para bañarse pero su padre sí. Ahora lo comprendía. El baño ponía nerviosos a los sirvientes, dada la condición diferente de su señor o señora. A Yranné le preparaban todo, pero antes de que se desnudara, se retiraban con unas reverencias. Cuando acababa de bañarse, lo ayudaban a vestirse mientras otros recogían y limpiaban el baño. Sus sirvientes eran leales y ya estaban acostumbrados a esto.
Peinó sus cabellos con desgana; relajado con el baño, incluso la hora de cenar era fácilmente descartable. Pero no lo hizo. Olía muy bien el aire a su alrededor. Se visitó con ropa sencilla, un pantalón y una bata de seda atada a su cintura. Las pantuflas acolchonadas calmaron sus pies y sentado a la mesa lo primero que le fue servido fue una copa de vino tinto bien frío. Dio orden de comenzar con la cena, a la guisa de algunos minuetos.
Una vez, hace muchos años, su madre le reveló el verdadero significado de un hogar. Le dijo que todo dependía del por qué se deseaba ese lugar, de lo que sentía también o del con quién se sentía así. Un “hogar” era un sitio al que alguien pertenecía o donde se sentía pertenecer. Como todavía carecía de un “quién”, Yranné pensó profundamente en el “por qué y en el “sentir” y solo después de eso se fue en busca de aquel posible lugar para establecerse en la hermosa París. Como ya le había sucedido antes, pero muy pocas veces, se dejó llevar por su instinto y sus pasos le condujeron por si mismos al sitio correcto.
Ahora, han pasado casi diez años y aunque esta no es su única vivienda, es su favorita con mucho. Rodeada por una reja de fierro de casi tres metros de alto, está ubicada lejos de las casas más ceñidas y el patio trasero se extiende más allá, convirtiéndose en un bosque donde a su tigre interior le encanta pasar el rato. Cada vez que vuelve a esa mansión es como si una nube de relajación cubriera sus engarrotados músculos. Ese día regresó un poco más tarde de lo normal, el clima estaba fresco y las lámparas de gas en las calles ya habían sido encendidas. Sus hombros descansaron un poco cuando se quitó la capa y el sombrero. Su ama de llaves apareció mientras desabotonaba su chaleco.
- Señor, la cena… - Comentó con un movimiento suave de la cabeza, dándole la bienvenida a su amo. Yranné se quitó el chaleco y apartó el cabello de su cuello.
- Ya veo… ¿No está lista? Que lo esté en lo que me preparó. – Soltó su chaleco, bordado a mano; la muchacha lo recogió e hizo una leve inclinación.
- Enseguida señor. – Anunció la ama de llaves y se retiró tras una ligera inclinación. Yranné subió a su dormitorio con pasos flojos y cansados que se marcaron por el peso de las botas con cada escalón.
Aunque tenía sirvientes que limpiaran la casa, que se ocuparan de la comida y de atender a las visitas, así como de preparar todo lo necesario para una fiesta digna de reyes, el joven era lo suficientemente reservado y capaz de atenderse a sí mismo durante un baño. Nunca se preguntó por qué en casa su madre no recibía ayuda para bañarse pero su padre sí. Ahora lo comprendía. El baño ponía nerviosos a los sirvientes, dada la condición diferente de su señor o señora. A Yranné le preparaban todo, pero antes de que se desnudara, se retiraban con unas reverencias. Cuando acababa de bañarse, lo ayudaban a vestirse mientras otros recogían y limpiaban el baño. Sus sirvientes eran leales y ya estaban acostumbrados a esto.
Peinó sus cabellos con desgana; relajado con el baño, incluso la hora de cenar era fácilmente descartable. Pero no lo hizo. Olía muy bien el aire a su alrededor. Se visitó con ropa sencilla, un pantalón y una bata de seda atada a su cintura. Las pantuflas acolchonadas calmaron sus pies y sentado a la mesa lo primero que le fue servido fue una copa de vino tinto bien frío. Dio orden de comenzar con la cena, a la guisa de algunos minuetos.
Última edición por Yranné Salvin el Dom Jul 13, 2014 7:24 pm, editado 1 vez
Yranné Salvin- Cambiante Clase Alta
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Re: Un Invitado Sorpresa
La habitación era cubierta por destellos provenientes de la tormenta exterior que azotaba con furia toda la zona que cubría. El calor húmedo de la tarde quedó olvidado con la lluvia torrencial que ahora provocaba un frío que llenaba las habitaciones de la mansión a través de las pequeñas rendijas en las ventanas y puertas y la sombra que formaba el cuerpo de Yranné y se proyectaba con cada trueno, evitaba verse proyectada en los muebles o en las paredes gracias a la forma en la que se encontraba escondido. Pero no así la de su amigo cazador, que, ampliada por la luz, se proyectaba de tal manera que podía verla en la pared cerca de él, imponente, enorme.
— Discúlpeme si apelo a mi desconfianza pese a sus palabras de buena fe, aunque eso no supone que yo vaya a romper mi parte del trato… — Lo observó entre la rendija que sus sueltos cabellos dejaban entrever gracias a su posición; el cuerpo que giraba lentamente, haciéndose pasar por algo que no era en realidad. Pero la suerte estaba echada ya y no había vuelta atrás o hueco por el cual escaparse. Su propio orgullo lo tenía completamente maniatado.
En cuanto comenzó a escuchar sus suposiciones cayó en una especie de momento divertido. Cierto era que los vampiros siempre le han resultado criaturas por demás atractivas, místicas, no inmortales como suelen referirse a ellos, si no detenidos en el tiempo, estancados sin la posibilidad de avanzar o retroceder. Y el sol, el cuál no tomaba mucho en cuenta, pero como felino, apreciaba sus descansos en los que, con el estómago lleno, dormía tomando el sol tranquilamente. Y después, los licántropos, criaturas a las que respetaba pero con las que prefería no tener encuentros ni por descuido. No era que los detestaba, sino que, por el contrario, eran ellos los que solían despreciarlo. Su condición se aprecia, con la excepción de la transformación, con la que no tenían opción. Llegando la luna llena, no quedaba de otra más que convertirse.
En la oscuridad su boca se torció en una mueca de disgusto, recordando su desprecio natural hacía los hechiceros en general. Y decía natural por qué no existía una herencia, un indicio o algún mal recuerdo con el que pudiera relacionar su desprecio hacía aquella extensión de los humanos. Existía y nada más.
Y entonces, llegó, por fin, a la conclusión obvia. Su forma de protegerse escondiéndose en la oscuridad, las pocas pistas que le había dado y pudiera ser, su propio deseo por descubrirse ante aquel hombre que había golpeado a una de sus empleadas. El juego había acabado.
— Muy bien, señor… — Aplaudió con fuerza un par de veces y el eco volvió el sonido en un crescendo que chocó contra las esquinas antes de desvanecerse en el aire. — No dudaba de que daría con la respuesta eventualmente… — Había algo jocoso en su tono de voz, que también era pesaroso y resignado. — Como prometí, saldré, así que quédese allí, pronto me verá. — Se movió de su escondite en un silencio felino, pisando suavemente, recorriendo el trayecto hasta el siguiente poste que sostenía el alto dosel de su cama. Se levantó allí, usando las cortinas para cubrir su desnudez pero no por él mismo, sino por alguna regla de conducta que llevaba en la cabeza gracias a la sociedad en la que se desenvolvía. Pronto alcanzó su estatura total y con la mano envolvió un poco de tela en sus caderas, cubriendo solo lo necesario. — Felicidades… — Murmuró suavemente y se movió otro poco hacía un lado, lo suficiente para quedar al descubierto y ser visto. — Ha ganado el juego… ¿Qué es lo que sucederá ahora? — Preguntó, dándole la opción de decidirlo, por ahora. Se miró a sí mismo un segundo y negó. — No se preocupe, antes he debido desnudarme por una costumbre propia, pero no guardo no tengo nada conmigo que pudiera hacerle daño…
— Discúlpeme si apelo a mi desconfianza pese a sus palabras de buena fe, aunque eso no supone que yo vaya a romper mi parte del trato… — Lo observó entre la rendija que sus sueltos cabellos dejaban entrever gracias a su posición; el cuerpo que giraba lentamente, haciéndose pasar por algo que no era en realidad. Pero la suerte estaba echada ya y no había vuelta atrás o hueco por el cual escaparse. Su propio orgullo lo tenía completamente maniatado.
En cuanto comenzó a escuchar sus suposiciones cayó en una especie de momento divertido. Cierto era que los vampiros siempre le han resultado criaturas por demás atractivas, místicas, no inmortales como suelen referirse a ellos, si no detenidos en el tiempo, estancados sin la posibilidad de avanzar o retroceder. Y el sol, el cuál no tomaba mucho en cuenta, pero como felino, apreciaba sus descansos en los que, con el estómago lleno, dormía tomando el sol tranquilamente. Y después, los licántropos, criaturas a las que respetaba pero con las que prefería no tener encuentros ni por descuido. No era que los detestaba, sino que, por el contrario, eran ellos los que solían despreciarlo. Su condición se aprecia, con la excepción de la transformación, con la que no tenían opción. Llegando la luna llena, no quedaba de otra más que convertirse.
En la oscuridad su boca se torció en una mueca de disgusto, recordando su desprecio natural hacía los hechiceros en general. Y decía natural por qué no existía una herencia, un indicio o algún mal recuerdo con el que pudiera relacionar su desprecio hacía aquella extensión de los humanos. Existía y nada más.
Y entonces, llegó, por fin, a la conclusión obvia. Su forma de protegerse escondiéndose en la oscuridad, las pocas pistas que le había dado y pudiera ser, su propio deseo por descubrirse ante aquel hombre que había golpeado a una de sus empleadas. El juego había acabado.
— Muy bien, señor… — Aplaudió con fuerza un par de veces y el eco volvió el sonido en un crescendo que chocó contra las esquinas antes de desvanecerse en el aire. — No dudaba de que daría con la respuesta eventualmente… — Había algo jocoso en su tono de voz, que también era pesaroso y resignado. — Como prometí, saldré, así que quédese allí, pronto me verá. — Se movió de su escondite en un silencio felino, pisando suavemente, recorriendo el trayecto hasta el siguiente poste que sostenía el alto dosel de su cama. Se levantó allí, usando las cortinas para cubrir su desnudez pero no por él mismo, sino por alguna regla de conducta que llevaba en la cabeza gracias a la sociedad en la que se desenvolvía. Pronto alcanzó su estatura total y con la mano envolvió un poco de tela en sus caderas, cubriendo solo lo necesario. — Felicidades… — Murmuró suavemente y se movió otro poco hacía un lado, lo suficiente para quedar al descubierto y ser visto. — Ha ganado el juego… ¿Qué es lo que sucederá ahora? — Preguntó, dándole la opción de decidirlo, por ahora. Se miró a sí mismo un segundo y negó. — No se preocupe, antes he debido desnudarme por una costumbre propia, pero no guardo no tengo nada conmigo que pudiera hacerle daño…
Yranné Salvin- Cambiante Clase Alta
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Re: Un Invitado Sorpresa
Rió complacido de su victoria, nunca antes había logrado algo así, normalmente los juegos de azar y de cartas se le daban fatal, no estaba acostumbrado a ganar -. Ahora me toca a mí cumplir con mí parte -le dijo sonriente. Hincó la rodilla en el suelo y se sacó de sus botas de caña alta su pequeña pistola, tenía a su objetivo justo donde quería; alejado de toda cobertura grande y a una distancia perfecta. De su rostro apareció una sonrisa perversa, de rasgos totalmente siniestros, acentuados aún más por la poca luz que entraba por la ventana. Escupió y disfrutó del momento de superioridad que le daba la situación, nunca antes se lo habían dejado tan fácil.
De pronto, y casi sin querer, la pistola tembló... -no eres un mal total a erradicar -murmuró y negó para sus adentros, se despojó del sombrero, cayendo éste sobre el suelo y produciendo un sonido sordo al choque contra la copa. Los dedos de su zurda se escabulleron hacia la nuca enredándose en su cabello con facilidad.
No se esperaba aquel gesto, nunca ningún enemigo lo había hecho. Parpadeó repetidas veces, asegurándose de que no era una ilusión o algo por el estilo, producido por la falta de descanso. Estaba agotado y cabreado, la noche anterior había caminado por aquellas tierras desconocidas y aparentemente libres de todo mal. Allí, entre la negrura de la habitación, pudo contemplar el cuerpo desnudo de Yranne.
Los cambiantes nunca le habían hecho nada, solo los cazaba por su deber como cazador y por las historias que había escuchado, pero al parecer, y lo pensaba, era un error teorizar antes de poseer datos. Insensiblemente uno se cree todo lo que dicen y comienza a deformar los hechos para hacerlos encajar en sus versiones, en lugar de encajar la verdad en los hechos. Posiblemente esos seres se habían ganado la mala fama cuando en realidad no era más que inocente con mala suerte. Había acudido allí en busca de refugio y se lo habían proporcionado... no estaba bien...
En su interior se libró una batalla de dimensiones colosales, en donde la pistola bajaba y subía, el gatillo chasqueaba y el percutor retrocedía. Era como si no pudiera contener sus actos. Tembloroso tuvo que ayudarse con la otra mano para bajar su arma que parecía poseida. Una voz le decía que le disparase otra que no, que no había necesidad. Algunos amigos le había dicho muchas veces que estaba totalmente loco, curioso era igualmente comprobar la aleatoriedad de los pensamientos del cazador, que rozaba la demencia y tal vez la esquizofrenia, ¿su estancia en el manicomio estaba justificada?, quizá no debió escaparse de allí. Quizá era de nuevo su mente quien le jugaba una mala pasada. Hacía varios años que ella era su peor enemiga.
De nuevo alzó la vista y sin más disparó contra el contrario, pero la bala alcanzando uno de los poste que sostenía el dosel de la cama, su cara quedó hecha un poema y sin perder más tiempo agarró uno de sus cuchillos y corrió hacia su objetivo esgrimiendo el afilado objeto, pero en la carrera se desvió hasta la ventana y la atravesó de un salto, soltando un sonoro grito y perdiendo el equilibrio en la caída y, sin querer, cayendo hacia delante con los brazos y piernas extendidos sobre un tullido e inundado césped. Rió por lo bajo, no creyendo haber sobrevivido y rodó el cuerpo para quedar boca arriba y desplomarse luego tendido de bruces. Durante un rato estuvo muy quieto y parecía que le hubiera alcanzado su propia maldición; luego, de pronto, se desvaneció.
De pronto, y casi sin querer, la pistola tembló... -no eres un mal total a erradicar -murmuró y negó para sus adentros, se despojó del sombrero, cayendo éste sobre el suelo y produciendo un sonido sordo al choque contra la copa. Los dedos de su zurda se escabulleron hacia la nuca enredándose en su cabello con facilidad.
No se esperaba aquel gesto, nunca ningún enemigo lo había hecho. Parpadeó repetidas veces, asegurándose de que no era una ilusión o algo por el estilo, producido por la falta de descanso. Estaba agotado y cabreado, la noche anterior había caminado por aquellas tierras desconocidas y aparentemente libres de todo mal. Allí, entre la negrura de la habitación, pudo contemplar el cuerpo desnudo de Yranne.
Los cambiantes nunca le habían hecho nada, solo los cazaba por su deber como cazador y por las historias que había escuchado, pero al parecer, y lo pensaba, era un error teorizar antes de poseer datos. Insensiblemente uno se cree todo lo que dicen y comienza a deformar los hechos para hacerlos encajar en sus versiones, en lugar de encajar la verdad en los hechos. Posiblemente esos seres se habían ganado la mala fama cuando en realidad no era más que inocente con mala suerte. Había acudido allí en busca de refugio y se lo habían proporcionado... no estaba bien...
En su interior se libró una batalla de dimensiones colosales, en donde la pistola bajaba y subía, el gatillo chasqueaba y el percutor retrocedía. Era como si no pudiera contener sus actos. Tembloroso tuvo que ayudarse con la otra mano para bajar su arma que parecía poseida. Una voz le decía que le disparase otra que no, que no había necesidad. Algunos amigos le había dicho muchas veces que estaba totalmente loco, curioso era igualmente comprobar la aleatoriedad de los pensamientos del cazador, que rozaba la demencia y tal vez la esquizofrenia, ¿su estancia en el manicomio estaba justificada?, quizá no debió escaparse de allí. Quizá era de nuevo su mente quien le jugaba una mala pasada. Hacía varios años que ella era su peor enemiga.
De nuevo alzó la vista y sin más disparó contra el contrario, pero la bala alcanzando uno de los poste que sostenía el dosel de la cama, su cara quedó hecha un poema y sin perder más tiempo agarró uno de sus cuchillos y corrió hacia su objetivo esgrimiendo el afilado objeto, pero en la carrera se desvió hasta la ventana y la atravesó de un salto, soltando un sonoro grito y perdiendo el equilibrio en la caída y, sin querer, cayendo hacia delante con los brazos y piernas extendidos sobre un tullido e inundado césped. Rió por lo bajo, no creyendo haber sobrevivido y rodó el cuerpo para quedar boca arriba y desplomarse luego tendido de bruces. Durante un rato estuvo muy quieto y parecía que le hubiera alcanzado su propia maldición; luego, de pronto, se desvaneció.
Berger Reifenhelm- Cazador Clase Media
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Re: Un Invitado Sorpresa
Asintió, o más bien, sintió como su cabeza se movía mecánicamente como mostrándose de acuerdo con lo que estaba sucediendo. Con la tensión barriendo su barrera del pudor, observó al hombre a quien diera asilo hace un rato, esa misma noche, transformándose en otra cosa con apariencia de hombre. Era extraño que el monstruo fuera el hombre que deseaba matarlo, por poner un ejemplo y no él mismo, que se mantenía a resguardo de uno de los postes del dosel. ¿Había alguna obsesión detrás de esto? Ya antes lo había pensado, que algún cambiaformas fue demasiado lejos y acabó por asesinar a algún familiar cercano de su visitante. Pero él no tenía por qué pagar por ello. Por mucha pena que le diera, no iba a pagar por algo que no hizo. Sus ojos felinos se entrecerraron al ver que, como imaginaba, su nuevo amigo tenía más armas de las que parecía cargar en un principio. No fue una sorpresa y por el contrario, le molestó.
— No lo soy… — Su voz ya no rebotó contra las paredes del lugar, si no que salió clara y directa. Su tonó fue sencillo y simple, como si ya se hubiera cansado de estar defendiendo su inocencia de lo que fuera que Berger deseaba acusarlo. Pero algo fue diferente en aquel instante. Al parecer ahora las cosas iban a cambiar. Lo observó mientras se movía extraño, debatiéndose en sí mismo, sin decidirse al parecer. ¿Decidirse en qué? Sus ojos se enfocaron en el cañón del revólver que parecía vacilar entre apuntarle a él o su alfombra. Fluctuaba tanto que le puso nervioso; esa clase de miedo que uno de pronto no puede ocultar. Pero fue su instinto el que pudo más y lentamente comenzó a moverse a la izquierda para esconderse un poco de la mira del arma. Los minutos le pasaron muy lentamente, torturándole en aquella puesta en escena macabra hecha solo para sus ojos.
Entonces fue que lo vio, en ese pequeño instante en el que su cuerpo se detuvo y su cabeza se inclinó hacia atrás. Sus ojos no estaban allí, su expresión era ausente pero el arma estaba más alzada y quieta que nunca. Mentiría si dijera que no le provocó una ola de pánico en el momento en que el arma se disparó. Juraría, casi, que la había visto girar maquinalmente contra su rostro. Su cuerpo se encogió y la piel de su rostro acabó arañada por las virutas de madera que salieron disparadas tras el impacto. Su dosel se mantuvo en su lugar, pero a él le dolieron los dedos cuando la vibración del choque alcanzó su mano. Despertó para verlo correr en su dirección y con sorpresa ver como rompía la barrera de su ventana y caía por el balcón al suelo. Por unos momentos el silencio fue total y lo aprovechó para poner en orden su mente. Se vistió con la bata y se colocó los pantalones de seda a juego, prendas suficientes para cubrirse en una noche tormentosa.
Desde su balcón observó la figura tumbada en el suelo y a través del torrencial pudo escuchar su respiración. Seguía vivo pese a haber caído mal y desde su alcoba. Entró a la casa y cerró la ventana con seguro. En la oscuridad descendió las escaleras y buscó a sus criados, liberándolos de las ataduras mientras algunos caían en pánico y otros simplemente preguntaban por lo que había sucedido. Mientras pensaba en qué hacer con el invitado inconsciente, les contó sin mucho detalle lo ocurrido. Entonces pidió la ayuda de su mayordomo y salió con él a recoger el cuerpo de Berger Reifenhelm. Decidió que lo dejaría descansar en la habitación que con tanta amabilidad se le había ofrecido y que con todo desprecio la había desechado en sus actos irrespetuosos. Claro que se sentía ofendido, más no ya nervioso.
Lo tumbaron boca arriba y él mismo se encargó de atarle de las dos manos con fuerza, dejándole lo permisible para que no perdiera la circulación de sus extremidades. Después se subió a la cama y lo auscultó en cada rincón de su cuerpo, buscando cualquier mínimo objeto punzo cortante. Lo desarmó por completo y entonces se sentó en una silla y pidió tabaco. Su mayordomo le entregó lo necesario para que pudiera fumar y permaneció de pie a un lado de la puerta, observando con la única luz de vela en la habitación, al hombre que antes probó su hospitalidad. Reconoció el enfado de su amo, la mirada adusta puesta y dura puesta sobre el hombre en la cama. Entonces escucho la orden. “Despiértalo”…. Bastó un segundo para saber que podía intentar lo que deseara en su momento antes de volver a su sitio junto a la puerta y convertirse en una sombra nuevamente.
— No lo soy… — Su voz ya no rebotó contra las paredes del lugar, si no que salió clara y directa. Su tonó fue sencillo y simple, como si ya se hubiera cansado de estar defendiendo su inocencia de lo que fuera que Berger deseaba acusarlo. Pero algo fue diferente en aquel instante. Al parecer ahora las cosas iban a cambiar. Lo observó mientras se movía extraño, debatiéndose en sí mismo, sin decidirse al parecer. ¿Decidirse en qué? Sus ojos se enfocaron en el cañón del revólver que parecía vacilar entre apuntarle a él o su alfombra. Fluctuaba tanto que le puso nervioso; esa clase de miedo que uno de pronto no puede ocultar. Pero fue su instinto el que pudo más y lentamente comenzó a moverse a la izquierda para esconderse un poco de la mira del arma. Los minutos le pasaron muy lentamente, torturándole en aquella puesta en escena macabra hecha solo para sus ojos.
Entonces fue que lo vio, en ese pequeño instante en el que su cuerpo se detuvo y su cabeza se inclinó hacia atrás. Sus ojos no estaban allí, su expresión era ausente pero el arma estaba más alzada y quieta que nunca. Mentiría si dijera que no le provocó una ola de pánico en el momento en que el arma se disparó. Juraría, casi, que la había visto girar maquinalmente contra su rostro. Su cuerpo se encogió y la piel de su rostro acabó arañada por las virutas de madera que salieron disparadas tras el impacto. Su dosel se mantuvo en su lugar, pero a él le dolieron los dedos cuando la vibración del choque alcanzó su mano. Despertó para verlo correr en su dirección y con sorpresa ver como rompía la barrera de su ventana y caía por el balcón al suelo. Por unos momentos el silencio fue total y lo aprovechó para poner en orden su mente. Se vistió con la bata y se colocó los pantalones de seda a juego, prendas suficientes para cubrirse en una noche tormentosa.
Desde su balcón observó la figura tumbada en el suelo y a través del torrencial pudo escuchar su respiración. Seguía vivo pese a haber caído mal y desde su alcoba. Entró a la casa y cerró la ventana con seguro. En la oscuridad descendió las escaleras y buscó a sus criados, liberándolos de las ataduras mientras algunos caían en pánico y otros simplemente preguntaban por lo que había sucedido. Mientras pensaba en qué hacer con el invitado inconsciente, les contó sin mucho detalle lo ocurrido. Entonces pidió la ayuda de su mayordomo y salió con él a recoger el cuerpo de Berger Reifenhelm. Decidió que lo dejaría descansar en la habitación que con tanta amabilidad se le había ofrecido y que con todo desprecio la había desechado en sus actos irrespetuosos. Claro que se sentía ofendido, más no ya nervioso.
Lo tumbaron boca arriba y él mismo se encargó de atarle de las dos manos con fuerza, dejándole lo permisible para que no perdiera la circulación de sus extremidades. Después se subió a la cama y lo auscultó en cada rincón de su cuerpo, buscando cualquier mínimo objeto punzo cortante. Lo desarmó por completo y entonces se sentó en una silla y pidió tabaco. Su mayordomo le entregó lo necesario para que pudiera fumar y permaneció de pie a un lado de la puerta, observando con la única luz de vela en la habitación, al hombre que antes probó su hospitalidad. Reconoció el enfado de su amo, la mirada adusta puesta y dura puesta sobre el hombre en la cama. Entonces escucho la orden. “Despiértalo”…. Bastó un segundo para saber que podía intentar lo que deseara en su momento antes de volver a su sitio junto a la puerta y convertirse en una sombra nuevamente.
Yranné Salvin- Cambiante Clase Alta
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