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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Daphne Landry Mar Mayo 06, 2014 11:02 pm

La velada había resultado ser una completa decepción, tal como la morena lo había previsto. No era que no apreciara los cortejos que algunos hombres maduros de la clase alta de París le ofrecían, a toda mujer le gustaba ser halagada incluso a aquellas que podía considerarse oficialmente muertas décadas y siglos atrás. Solo que el aspirante en particular no le causaba el más mínimo mal pensamiento y ese era un muy mal presagio. Sin embargo fue ella quien aceptó la oferta, quien se arregló con un vestido rojo oscuro para la velada, quien se subió al coche e ingresó al sitio del encuentro. Quejarse era una pérdida de tiempo, después de todo la cita, con todo y lo insulsa que había resultado, le sacó de la monotonía de la noche y eso, a la larga, era lo que más le importaba. Debería sentirse satisfecha solo por eso, pero, en su lugar, sentía la fría garra de la amargura atenazándola, instándola a ceder ante la realidad y a dejar de buscar y forzar razones por las cuales agradecer. Extrañaba lo que había perdido, aquello que había venido a buscar infructuosamente. Deseaba verlo, tener sus manos sobre su piel, sentir de nuevo la chispa de vida y el fuego que consumía su cuerpo cuando él se le acercaba. Unos labios cálidos rozaron la piel del dorso de su mano. Le siguió una despedía cortes que escondía tras de sí una esperanza que ella no sentía. Por su parte le ofreció una sonrisa apenas insinuada, una inclinación de cabeza en pro de los modales y abandonó el lugar tan rápido como sus pies, y la fachada humana tras la cual se ocultaba, se lo permitieron. Pasó a su coche, y al absorto cochero, y continuó caminando en soledad hasta que sus pasos le llevaron por las pendientes poco pronunciadas de Montmartre.

Por alguna extraña razón su subconsciente insistía en aquel camino y en continuar hasta la plaza en la cual desembocaba. Tal vez fuese debido al ambiente bohemio, a los artistas callejeros, a la multitud que pasaba caminando y a los pocos que decidían detenerse sin importar la razón. La mezcla de clases le resultaba, hasta cierto punto, reconfortante. Podría encontrarse en ese lugar desde el más respingado lord hasta al más humilde lugareño. Si, era esa diversidad, ese organizado caos, lo que su corazón ansiaba, la distracción que necesitaba para recuperar su buen humor. Liberó sus manos de los guantes que las aprisionaban, luego soltó su cabellera y la dejo caer libre por su espalda. Una autentica sonrisa iluminó su rostro cuando, con pasos decididos, finalmente ingresó en la plaza. De inmediato algunos artistas intentaron abordarla, nada más que el intento natural de conseguir algunos francos a costa de los transeúnte. Ella negaba con la cabeza antes de continuar. No quería un retrato esa noche, solo deseaba deleitarse con el paisaje y la sinfonía de voces que se apagarían poco a poco con el transcurrir de las horas. Sin pensar demasiado en su vestido se sentó en una destartalada banca ubicada en una de las esquinas de la plaza. Resultaba ser este un lugar estratégico para observar lo que ocurría aunque, también, para ser observada. Algunos minutos pasaron antes de que un joven mendigo se acercara hasta donde se encontraba. El rostro demacrado y las ropas raídas y sucias relataban la verdad de su condición sin que él necesitara decir palabra alguna. La vampiresa depositó algunos francos sobre la mano extendida y esperó hasta que el hombre desapareció nuevamente entre el gentío. Muy seguramente le seguirían otros, más aún si habían presenciado la escena pues nada les resultaba más alentador que una mujer, a todas luces rica, regalando monedas en una noche fría de primavera. Solo esperaba, y si, tal vez deseaba, que hiciese la aparición algún ladronzuelo que le ayudase, no solo a dar por olvidada la catastrófica velada, sino a calmar la eterna sed que ardía a lo largo de su garganta.


Última edición por Daphne Landry el Miér Mayo 21, 2014 2:52 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Cindy Oehler Vie Mayo 09, 2014 5:00 pm

No había color para sus noches, como tampoco color en sus frías mañanas. La joven pelirroja ya apenas se mantenía sana. Hacia unas semanas se había enfermado tras ingerir comida en muy mal estado, lo que solo hizo que su estómago se encontrara saciado por unos minutos, hasta que el dolor apareció, terminando tumbándola y retorciéndola en la calle, sobre unos simples cartones en los que solía dormitar. No contaba con nadie más que de sí misma, y algunos trabajos que le iban saliendo como transportar fruta de una parada a otra o llevar alguna carta a cambio de un poco de comida que llevarse al estómago. Por eso el que se enfermara gravemente, dificultó todo aún más su situación, ya que por mas intentos que hiciera para remediar su estado y restar limpia, hecho que conseguía visitando cada mañana uno de los lagos más cercanos a las calles que frecuentaba, el dolor que sufría no la dejaba apenas restar derecha más de unos minutos. Encontrándose incapaz de hacer recados, o llegar a recorrer media ciudad para hacer llegar el correo. Así que cuando la veían, simplemente descartaban sus servicios e iban en busca de alguien que pudiera hacer mejor la faena en aquellos momentos. Y ella solo podía hacer que callar e irse lejos de todos, ahogándose en el dolor de su estómago, antes de que fueran capaces de echarla de la que consideraba “su esquina”. La que había sido y era, su hogar en esos últimos meses. Cindy jamás había hecho algo malo. No robaba, no mentía, y siempre que podía ayudaba a los demás a cambio de nada o de muy poco, lo suficiente quizás para darle una esperanza de vivir un nuevo día. Sin embargo, así como ella era así con los demás. Todo aquel quien se la encontraba, apenas la observaban y muchas veces huían de ella, solo por ser pelirroja. “Hija del diablo” algunas veces la llamaban cuando el sol hacía brillar su fino y rojo cabello. Por eso justo en los momentos en que más necesitaba de un alma caritativa, alguien que le diera una mano y la ayudara a superar su dolor, era cuando más desesperada y sola se sentía, tirada allí entre sus cartones, olvidada por todos y cada uno, de quienes la veían y hacían ver que para ellos era invisible.

Y justo en su sexta noche, fue que la desesperación tomó su mente y decidió por sus últimos alientos de vida, que buscaría la forma de poder ir a un médico, costara lo que costara, aun teniendo que por primera vez en su pobre existencia robar para subsistir. Porque a pesar de su maltrecha vida, deseaba vivir y seguir soñando despierta con aquella vida que pudo ser, y no fue. Agazapada por el dolor, lentamente fue caminando hasta llegar a una de las plazas principales de las calles en que se encontraba. Se sacudió el vestido de polvo y tierra, y se sentó débil en una de las esquinas, manteniendo siempre la vista sobre todos, viendo cada movimiento y viandante que se atreviera a pasear por aquel lugar tan tarde ya en la noche. Se tocó el vientre plano y gimió de dolor. Cada día que pasaba, hacia peor su situación. Deseaba llorar, no obstante, si lloraba perdería agua de su cuerpo y ahora necesitaba cada gota de agua en su interior. Suspiró calmándose, y allí permaneció en silencio, escondida en la oscuridad, hasta que un ruido atrajo la atención. Su salvación. ¡Monedas! Una señora le había dado unas monedas a un pobre hombre que había pasado pidiéndole y tras él, algunos más se animaron, entre ellos unos niños. Consiguiendo también ellos una pequeña recompensa en forma de monedas. Rápidamente ella intentó acudir tras ellos y pedir limosna. Solo que al hacer dos pasos en la dirección de la joven, se dio cuenta de que para lo que necesitaba, que era la visita de un médico, necesitaría mucho más que unas dos o tres monedas por lo que de poco le servían unos pocas monedas, si quizás en la mañana ya no vivía para contar un nuevo amanecer. Solo le quedaba una opción, y se aborrecía por siquiera pensarla; robar. Tendría que robarle a aquella señora su bolsa de monedas que había visto guardaba en su cinto. En otras circunstancias la pelirroja se hubiera negado rotundamente. Ahora en las actuales circunstancias, su mente no podía pensar más de lo que ya lo hacía y solo el instinto de supervivencia mandaba sobre los demás, acallando la voz de su consciencia.

Así fue como la joven echada antes en una de las esquinas, retorciéndose sobre si misma en silencio, se levantó lentamente y simulando estar perdida se acercó hacia el banco donde se encontraba la joven adinerada. Junto a ella se encontraban los pequeños niños que le pedían y la bolsa que ella debía agarrar sin que nadie se diera cuenta. Y a contar con lo solicitada que se encontraba la joven, el tomarla desprevenida en ningún momento pensó que le fuera realmente difícil. No más que sacarle el caramelo a un niño distraído. Se acercó más y más, hasta que se encontró justo en la espalda de la joven, con la bolsa al alcance de su mano. Alzo la mano hacia ella y rápidamente con sus últimas fuerzas tiró de ella, llevándosela. Susurró apenas, sin aliento una disculpa apresurada y huyó, oyendo detrás de ella a los niños molestos. En ningún momento se detuvo, ni aun cuando el dolor la hizo encogerse. Tenía miedo de que la persiguieran. Cruzó dos calles, poniendo distancia entre donde había cometido el delito y ella, hasta que rendida cayó contra una esquina en un oscuro callejón en el que dio para esconderse y al borde de las lágrimas, fijó la vista en la bolsa repleta de monedas. Su única esperanza para sobrevivir a esa noche… si todo terminaba resultando bien.


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Mensaje por Daphne Landry Miér Mayo 21, 2014 2:44 pm

Pocos saben apreciar realmente lo que tienen, sea poco o mucho. En lugar de agradecer y sacarle el máximo partido se entretienen anhelando lo de los demás sin saber que casi todos se encuentran en la misma posición. El pobre desea el dinero y las comodidades del rico, el rico suspira por la compañía desinteresada de aquellos que viven cómodamente pero que no tienen que vivir sufriendo por las apariencias y estos, a su vez, nunca están conformes debido a su cercanía con la pobreza y su imposibilidad para alcanzar la riqueza. Resultaba tan irónico como divertido. Incluso ella nunca estaba feliz realmente. Tenía belleza, inmortalidad, poder y una familia y aún así debía buscar soluciones para su tedio, situaciones que le devolvieran a la vida y evitaran que se desplomara en el oscuro pozo del abandono. Frunció el ceño enojada de repente por el curso de sus pensamientos pero, más que nada, por reconocerse incapaz de evitarlo, incapaz de poder ser completamente feliz con lo que ya tenía entre sus manos. Sacudió con suavidad su cabellera volviendo al presente y alejándose voluntariamente de tan negro panorama. Volvía a estar sentada en medio de la plaza, siendo tanto observada como ignorada por miembros de todas las clases sociales… de todos los tipos de dolencias.

Tal como había conjeturado en un principio, tras el primer indigente siguió otro y otro más. No le importaba, tenía suficiente dinero como para arrojar un poco al aire y que todos en la plaza salieran con sus bolsillos llenos. Su mano iba y venía entre la pequeña bolsa amarrada a su cintura y las manos sucias y cuarteadas. Unas veces les decía algunas palabras otras solo les observaba en silencio y, a los pequeños, a esos niños que por azares del destino terminaban teniendo que estirar sus pequeñas manitas para poder sobrevivir, les sonreía como solo un alma calurosa podría hacerlo. Unas monedas y una sonrisa cándida proveniente de una condenada no aliviaría en gran medida su sufrimiento aunque si le daba un poco de consuelo a la vampiresa. Desde hacia tiempo pensaba en abrir una casa que les diese acogida. No solo un lugar en el cual comer y dormir, no un orfanato donde además recibirían un trato degradante e infinidad de castigos solo por respirar, lo que pretendía era crear una casa, una gran familia por medio de la cual abrirles los brazos y ofrecerles una verdadera oportunidad en la vida. Podría hacerlo, era un plan que rumiaba y rumiaba a través de los siglos sin que llegase realmente a concretarse. La razón era sencilla. Ella los quería para sí misma, para su compañía y disfrute y solo tendría unos pocos años antes de que la sociedad, y las mentes en crecimiento, recapacitaran sobre la longevidad de su “madre”. Sabía que abandonarles sería demasiado para ella y por eso, envuelta en la capa de su propio egoísmo, se negaba a darle la existencia a un lugar que sanaría a muchos. Después de todo no importaba como se vistiera o actuara, el monstruo latía bajo su piel y se presentaba en la forma en la que menos esperaba.

Como si escucharan sus pensamientos dos pequeños se acercaron tímidamente. Los rostros enjutos y pálidos, los ojos hundidos, las ropas raídas ¿Dónde estaban los padres de aquellas criaturas? ¿Cómo podían permitir que sus pequeños estuviesen a esas horas solos? Preguntas estúpidas con obvias respuestas. Sacó más monedas de las que había repartido hasta ese momento y las tenía entre sus manos cuando escuchó el sonido de alguien acercándose a hurtadillas. Un aroma a suciedad y enfermedad le llego desde atrás. Afinó el oído y esperó mientras los ojos de los pequeños le miraban ansiosos. No se habían dado cuenta de que ella ya tenía lo que habían venido a buscar entre sus manos y tal vez pensaban que no tendría tanta suerte como todos los demás andrajosos que se habían acercado antes. Daphne, por su parte permaneció muy quieta. El momento que había esperado finalmente llegó. Aunque en realidad hubiese sido mejor que intentase robarle algún malandrín de poca monta que alguien enfermo pues, en ese caso, podría llegar a justificarse el vil acto. Sintió como una mano delicada apretaba la bolsa y escuchó como una dulce y femenina voz mascullaba una disculpa antes de arrebatársela y desaparecer en la oscuridad de un callejón cercano. Negó con la cabeza insegura en si continuar con su plan o simplemente permitir que la chica escapase con su botín. A su lado los pequeños se quejaban en voz alta y pudo sentir como varios ojos se posaban en ella. Esperaban una reacción acorde con lo ocurrido, que se levantara gimiendo por la perdida, que llamara a voces a los gendarmes para que persiguieran a la ladrona. Pero nada de aquello ocurrió. Tranquilizando a los pequeños con un susurro depositó en las manitas las monedas que había alcanzado a retirar antes del hurto. Luego se levanto elegantemente, acomodó su falta y su cabellera y empezó a caminar tranquilamente en dirección al callejón por donde había visto desaparecer la roja cabellera.

No fue difícil seguirle el rastro. Su olor era claro y no se había alejado tanto. Por lo visto se encontraba peor de lo que Daphne había supuesto en un principio. Caminó con lentitud por entre la oscuridad y la suciedad, recorriendo las calles que les separaban y encontrándola, finalmente, en el suelo observando fijamente su botín. Era una pelirroja de aspecto frágil y delgado que luciría hermosa de no ser por el color verdoso de su piel y las grandes ojeras bajo sus ojos claros. Por alguna razón sus rasgos, desde la distancia, se le hicieron levemente familiares. Pero era imposible, estaba completamente segura de que no le conocía. Se acercó muy despacio sin querer asustarla. Aunque dudaba que tuviese las fuerzas suficientes como para poder huir, no quería sobresaltarla más de lo debido. Pero, entonces ¿Dónde dejaba eso el plan original de alimentarse de quien osara robarle? Sonriendo para sí misma salió de las sombras y le miró de manera comprensiva – Espero que tengas pensado un buen uso para mi dinero – comentó deteniéndose a algunos pasos de la joven – pues me acongojaría pensar que has privado a muchos hambrientos de algunas monedas que aliviaran su sufrimiento, incluyendo a niños pequeños, solo para poder comprarte algo sin trascendencia – ¿Por qué sentía que ya había visto esos ojos antes? ¿Por qué reconocía el singular patrón de las pecas sobre la delicada nariz?


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Mensaje por Cindy Oehler Jue Jun 05, 2014 3:23 pm

Jamás lo habría pensado y por ello unas tímidas lágrimas acudían a empañar su mirada con tristeza. ¿Quién era para arrebatarles las monedas a unos niños, que como ella no tenían culpa de vivir empobrecidos en esas maltrechas calles? El pensar en ello no le hacía bien, la que por unos instantes se debatió contra de su sentido de supervivencia, por devolver las monedas a aquella dama y a los niños. Quizás aún podría encontrar una solución para ella, o hasta la señora compadeciéndose de ella no tendría que llamar a los guardias de la ciudad o a las autoridades y sería tan solidaria que le entregaría unas pocas monedas para poder acudir a un médico. Pues por más que ella fuera tras aquel aspecto dejado y maltrecho por la vida en las calles, una joven inteligente y de rápido aprendizaje, aún nadie le había enseñado el valor de las monedas. Por lo que quizás en aquella bolsa podría haber mucho más para un simple médico, o demasiado poco tal vez. Relamiéndose el labio donde había caído una de sus lágrimas, se humedeció los labios resecos que tenía, años atrás suaves y rosados como jóvenes pétalos de rosa y jadeó de dolor al sentir de nuevo unos intensos pinchazos en su estómago, haciéndola retorcerse. ¿Por qué tenía que doler tanto la muerte? ¿Por qué tan cruel la vida había sido con ella? Se preguntaba cerrando los ojos, intentando relajarse y que lentamente el dolor fuera pasando, como algunas veces sucedía. Sin embargo esta vez parecía no cesar y su estómago rugía lo que sus labios acallaban por tener miedo a ser descubierta.

Los segundos se le hacían eterno en su suplicio. Se llevó las rodillas más cerca de su pecho, acurrucándose en un intento de protegerse de alguna forma, cuando en medio de sus cavilaciones de que hacer ahora, antes de que irremediablemente no pudiera levantarse,  por el rabillo del ojo observó una sombra acercarse hacia ella. Rápidamente miró enfrente con miedo, siendo justo al escuchar la voz femenina que su cuerpo tembló tras que un escalofrío la hiciera estremecerse. Intentando sobreponerse al dolor, se apegó más a la pared buscando distancia entre ambas, para así sentirse más segura ante aquella presencia y viéndola a los ojos, cayendo en su mirada comprensiva, se quedó sin palabras. ¿Cómo pudo haberle robado a una dama como aquella? Una lágrima traicionera bajó por su mejilla hasta perderse en el suelo. —L-lo siento.—Se disculpó con la voz entrecortada, en un susurro bajo sin querer forzar su cuello a hablar. — No era mi intención privarles a esos pequeños…yo solo, deseo poder acudir a un médico. Sanarme y poder volver a trabajar. —Explicó desviando avergonzada su mirada de la ajena hacia la bolsa que mantenía aún en una de sus manos, sin soltarla, aferrándose a ella como si le fuera la vida. Lo que más seguro es que sucediera viendo su maltrecho estado. Suspiró y con visible dolor en el rostro intentó levantarse, volviendo a caer contra el suelo al quedarse sin aliento tras un nuevo pinchazo. La pelirroja dirigió sus ojos hacia los de la dama con miedo, observando sus movimientos, temblando con solo imaginar que iría hacia ella y se lo haría pagar.

Había gente que simplemente por tumbarse cerca de la entrada de su hogar, o por simple molestia, la golpeaban o amenazaban por gusto. Y aunque sentía que aquella señora no era así, tampoco se fiaba. Ni de ella, ni de nadie. —Los niños siempre podrán ser amados por alguna pareja que desee adoptarlos. Yo soy demasiado grande para que lo hagan. —Dijo acudiendo a su mente por unos segundos aquel deseo que siempre había tenido de pequeña que la adoptaran y el cómo había terminado al final toda su niñez rota por aquel hombre de bien. Aún ahora, en las calles no soportaba la presencia de hombres cerca de ella. Le recordaban tanto a aquello que deseaba olvidar, que era incapaz de acercarse a ellos. Y en las calles no es que no hubiera hombres, sino todo lo contrario, además de que frecuentaban los peores, aquellos que ya no tenían nada que perder y al ver una joven se lanzaban como perros hambrientos. Por unos instantes se perdió en el pasado, recordando hasta que sintiendo su corazón acelerarse demasiado bajo su pecho, sin saber si precisamente se daba por sus recuerdos, por el dolor que incesante corcoveaba su cuerpo o por la extraña sensación que le provocaba la joven, parpadeó y viendo a la morena volvió a intentar levantarse, consiguiéndolo esta vez con cierta dificultad. —Yo jamás quise hacerles daño a los niños, yo solo pensé en...—Se quedó callada unos segundos, pensando lo inevitable, en lo egoísta que había sido al robarse aquellas monedas para sí sola. — mi.— Añadió con la mirada baja, sintiéndose consigo misma mal por primera vez en toda su joven vida. —Os pido perdón, si deseáis os las puedo devolver, pero por favor no aviséis a las autoridades. — Terminó de decir, jadeando de dolor tras sus palabras, alzando la mano que contenía la bolsa hacia la morena, esperando que la tomara mientras le buscaba la mirada, con unos ojos apagados, y sin embargo su claro color relucía con determinación. Si moría aquella noche o no, ya sería voluntad del destino.
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Mensaje por Daphne Landry Mar Jun 17, 2014 10:38 pm

“Del hartazgo de los deseos puede nacer,
acompañando a la alegría y como cobijándose tras ella,
una especie de desesperación”


El sobresalto fue acompañado por una mirada de terror. El débil cuerpo se retorció buscando la protección de la pared pero sin contar con la energía suficiente para intentar algún escape. Una nueva disculpa escapó titubeante de los pálidos labios en apenas un susurro. La vampiresa permaneció de pie, observando a la joven mientras está ofrecía la razón por la cual le había arrebatado su bolsa. No se trataba, como ella misma había insinuado segundos antes, para la compra de “algo sin trascendencia”. Lo que deseaba la joven era nada más y nada menos que comprar un poco de tiempo, canjear las monedas ajenas por salud, por vida. Las lágrimas que empañaban la visión de la joven suavizaban el corazón de la vampiresa, o lo que de él hubiese sobrevivido a los desgastes del tiempo. Resultaba evidente el sufrimiento de aquella chica, no solo por las penurias de vivir en la calle y tener que rebuscar día tras día el sustento básico, el cobijo y el techo, sino por una enfermedad que le carcomía desde adentro haciéndola retorcerse sobre sí misma, sobrecogida por lo que debía ser una fuerte punzada de dolor. Solo los más fuertes sobrevivían la infancia en las inclementes calles parisinas y, se podría pensar, que cubierta esa etapa, las posibilidades de sobrevivir eran bastante altas. Eso, claro, si contaban con la astucia necesaria y con la suerte de no contraer ninguna enfermedad y, por lo visto, tras lo ojos claros puede que hubiese astucia pero absolutamente nada de suerte. Quedaba tan poca vida en el cuerpo mal sano de la chica que Daphne se sorprendió realmente de que hubiese contado con la fuerza y la voluntad necesarias para realizar ese último robo.

El infructuoso intento por levantarse terminó en un nuevo episodio de dolor. Estaba aterrorizada pero solo Daphne podía saber que su miedo era infundado o, más bien, se encontraba mal enfocado. Ninguna acción seria adelantada para privarla de su libertad, ningún gendarme sería convocado ni ninguna denuncia interpuesta. – Esos niños tienen tan pocas oportunidades como tú misma. Hay muy pocas almas empáticas con el dolor ajeno y la situación empeora cuando este proviene de un par de niños andrajosos que solo buscan pasar desapercibidos en medio de la multitud – la contradijo en el tono neutro que utilizaría una maestra con un pupilo. Solo lo suficientemente enfática como para demostrar su punto pero sin pretender que el mensaje fuese recibido erróneamente como una suerte de regaño. Permaneció en silencio nuevamente hasta que la joven se incorporó (con bastante esfuerzo de su parte). Sin embargo, en medio de la quietud, tenía presente el hecho de que hubiese sido tan directa en su apreciación sobre la adopción. Solo alguien que hubiese albergado la esperanza de tal posibilidad para su propio futuro lo hubiese asociado de manera tan inmediata, por tanto, muy seguramente se encontraba frente a una de esas pobres desafortunadas que crecen en un orfanato pero que, al alcanzar cierta edad y no haber llamado la atención de ninguna pareja deseosa de hijos, son simplemente arrojadas a las calles.

Daphne soltó un sonoro suspiro. Las cosas no estaban saliendo como las había planeado pero ya estaba demasiado involucrada como para ignorar la situación. Se adelantó y repasó con suavidad la mejilla de la joven con el dorso de su mano – No está mal pensar en nosotros mismo. Una situación desesperada requiere medidas desesperadas - afirmó para luego negar con la cabeza – Consérvalas, los pequeños ya tienen lo que deseaban y las que quedan serán de mas utilidad para ti que para mi… y no te preocupes, no molestare a ningún oficial con un robo que se transforma, ahora, en un regalo – quiso sonreír pero no consiguió forzar su rostro a hacerlo. No entendía el porqué de un comportamiento tan afectuoso, si bien el dinero alcanzaría para costear la consulta con un medico y las medicinas que este requiriera, era poco probable que ella sobreviviera teniendo en cuenta su estado ¿Cuánto tiempo tardaría en encontrar un medico que decidiera atenderla? No se trataba solo del dinero para cubrir la cuota del galeno, era también un tema de prejuicios sociales y de que diese con uno al cual no le importara ser la comidilla de sus congéneres por caer tan bajo con su clientela. También podría dirigirse al hospital pero seguramente tendría que hacer el trayecto a pie ¿llegaría? ¿Cuánto tardaría en atenderla? ¿Lo haría como es debido o solo se convertiría en un número más en una sala repleta de enfermos y moribundos? No, desde donde ella lo veía solo la muerte podía ser el resultado de tan desventurada aventura. La pregunta real era ¿Qué haría al respecto? Y solo una respuesta acudía a su mente de forma clara: una muerte piadosa.

Extendió entonces sus brazos, ofreciéndolos – El dolor no te deja mover, permíteme ayudar – sin esperar una respuesta avanzó y tomo el débil cuerpo en su oscuro abrazo, encerrando a la femenina figura mientras su rostro inhalaba el aroma de su piel y cabellera. Le resultó por un instante tan familiar que pensó estar abrazando a alguien conocido por largo tiempo, pero ahora no debía demorar tratando de desvelar ese misterio. Ella esperaba entre sus brazos y la rapidez era crucial para no alertarla más de lo debido sobre el hecho de que ahora era una presa de un diabólico ser de pesadillas. Con un movimiento suave y fluido perforó la suave piel y saboreo el primer borbotón de sangre.

Los ojos de la vampiresa de abrieron por la sorpresa, sus labios se despegaron del fino cuello y su cuerpo saltó hacia atrás, alejándose un par de pasos de la joven a una velocidad apabullante. La sangre aún goteaba de sus labios abiertos mientras su rostro se contraía en una expresión de sorpresa y angustia. Ese sabor era demasiado conocido para ignorarlo. Solo entonces la miró en realidad. Sus rasgos, su olor, incluso la cadencia de sus palabras, todo en ella le resultaba familiar. - ¿Quién eres? – preguntó ansiosa por comprender lo que estaba ocurriendo pero lista, al mismo tiempo, para lanzarse de nuevo sobre la joven. De ninguna manera permitiría que escapara, no ahora que la había probado y descubierto la sangre que corría por sus venas.



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Mensaje por Cindy Oehler Sáb Jul 05, 2014 1:25 pm

Para suerte de la pequeña pelirroja, aquella joven no parecía querer herirla o hacerle pagar por aquel robo con su propia vida – la que ya muy aceleradamente huía del cuerpo moribundo de la jovencita.- La noche más fría conforme pasaban los minutos, no parecía ser molestia para la enfermiza pelirroja, que agradecía en aquellos ultimas horas la fresca noche recorriendo su piel. Con la vista fija en la joven a la que había robado unas monedas, escuchó con atención las palabras de la joven que bien sabía que podían ser su fin o todo lo contrario. Y aún con los retortijones que hacían temblar su cuerpo, haciendo que se tuviera que esforzar notablemente en no hacerlos visibles a aquella joven, tuvo todavía la fuerza como para contestarle. — Hay muy poca gente empática en las calles, aún más en las mansiones, pero si algo sé es que la gente de esas cualidades fácilmente acogerán primero a una andrajoso infante, un pequeño niño que a un jovencito que ha andado y desandado entre las calles.— Comentó con su entrecortada voz, cada vez más suave y débil a causa del esfuerzo que le suponía hablar y respirar a la vez, entre los retortijones varios que asolaban cada parte de su cuerpo, retorciéndolo. — Ellos aún pueden encontrar un hogar… —Añadió en un silencioso ruego para que sus palabras terminaran cumpliéndose y alguien salvara a aquellos niños inocentes de las calles y aquella vida maltrecha. Sin duda si existía un dios que velaba por ellos, debía de lograr que alguien se fijara en ellos y decidiera cuidarlos, hacerlos parte de su familia. Ella ya no tenía remedio. Durante años había visto como los demás niños eran adoptados, todos menos ella habían ido dejando aquel albergue. Siempre le habían dicho que existía algo mal en ella, quizás el color rojo de su cabello, su piel blanca y pecas, lo que la hacía a ojos de los demás una bruja o un demonio oculto en su cuerpo.

Por unos segundos sus recuerdos de aquella etapa de su vida, amenazaron con hacerla volver a la desesperación de esos días, en que el dueño del albergue había abusado incontables veces de su cuerpo, de todas las formas posibles, bajo la idea de sacar el demonio de ella. Hacerla pura de nuevo bajo todo tipo de torturas que una joven huérfana no tendría que sufrir bajo ninguna circunstancia. Por suerte para la joven pelirroja, la fría mano de la joven la distrajo y la sacó de aquellos oscuros recuerdos, encontrando en el tacto de aquella fría piel, cierto consuelo para su fiebre y dolores. Inconscientemente cerró los ojos y dejó que la acariciase, aprovechando que el frio parecía hacerle bien, y no al contrario.

—Gracias, os estaré agradecida… siempre. —Solo pudo articular esa palabra, la cual no hiciera el pronunciarla demasiado gasto energético, ya que aún debía de llegar al médico, y para ello necesitaría toda la energía, cada soplo de aliento que le quedase. Le hubiera gustado expresar como correspondía el agradecimiento que sentía para la joven que le había regalado las monedas. Quizás diciéndole que estaría agradecida el resto de su vida, quizás solo diciéndole la gran persona que era por ayudarla. Con media sonrisa la miró cálidamente, dejando de lado la inseguridad y la vergüenza, hasta que uno de los temblores de su cuerpo la acosó tan fuerte que su cuerpo por más que no quisiera se removió y jadeó de dolor. Rápidamente se levantó como pudo, terminando de nuevo al suelo. Suspiró y sintiendo un extraño dolor acosándole el cuello, dejó que la joven la tomará del suelo y la alzara de nuevo, hasta tocar los pies al suelo. Solo que esta vez se encontraba entre sus brazos. —Sois tan buena como un ángel del cielo. —Le susurró cerrando los ojos ante aquel abrazo al que con confianza se dejó llevar, sintiéndose como si por unos instantes fueran los brazos de su madre abrazándola, cobijándola, protegiéndola de los males que la atenazaban. Suspiró contra ella, recostándose contra su cuerpo en busca de apoyo, hasta que sintiendo que le hacía algo en su cuello, gimió de dolor e intentó quitársela de encima sintiendo como si de alguna forma le hubiera mordido y bebido de ella. —Duele. —Susurró buscando apartarse de ella, escapar de aquel doloroso pinchazo y contacto con Daphne.

No fueron sus débiles intentos de alejarse de aquel abrazo que se había convertido en una cárcel de huesos indestructibles los que la alejaron de la joven. Si no que fue precisamente la joven, la vampiresa que se alejó de ella tras unos pocos segundos. La pelirroja al sentirse de pronto sin ninguna subsección, cayó al suelo en lo que dirigía una de sus manos a la herida del cuello de la que gracias a su respiración acelerada, circulaba un ligero reguero de sangre. Lo tapó con su mano y viendo con terror en frente de sí, abrió los ojos con miedo. ¿Podía ser aquella joven una de aquellos demonios que siempre le habían dicho? ¿Se convertiría ella también en algo como eso? Sus mismos demonios la habían encontrado y temblando de frío, dejó de sentir los dolores de su cuerpo – los que se apagaron ante aquel encuentro oscuro y terrorífico.- Sin dejar de verla con terror, se quedó paralizada y negó ante sus palabras, sin saber cómo reaccionar, que hacer. Jamás había pensado que pudieran existir los demonios. No, hasta ahora.

—Yo soy Cindy…—Masculló temblorosa, arrastrándose por el suelo, alejándose lo que podía de ella. — ¿Qué sois? ¿Sois un demonio? —Aquellas fueron las primeras preguntas que acudieron a su mente tras que consiguiera llegar a la pared donde poder respaldar su espalda, sintiendo una subsección en caso de tener que levantarse rápidamente y huir de aquella joven. La calle era oscura, aun así pudo ver entre las débiles luces de los alrededores, como de los labios llenos de la vampiresa seguía cayendo gotas de su sangre. Horrorizada se encogió en sí misma y sin poder cerrar los ojos, vigilando a la joven frente a ella, rezó en silencio como le habían enseñado. —Si deseáis alimentaros de mí, ¡Iros! Yo no quiero ser como tú. No quiero ser un demonio. No quiero morir. — Y con esas palabras se recogió las piernas con los brazos, hasta quedar encogida, como de pequeña había hecho miles de veces tras aquellos episodios de tortura psicológica y física que la sometía aquel hombre. Jamás había servido, porque aunque se protegiera, él siempre volvía a arrebatarla de la seguridad de sus propios brazos; de su refugio. Esta vez no obstante, esperaba que pudiera funcionar y que aquel demonio, aquella joven vestida de ángel caritativo se fuera y la dejara en la soledad de la calle o huiría. Aunque fuese lo último que sus piernas intentaran hacer en aquella vida.
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Mensaje por Daphne Landry Vie Ago 01, 2014 12:27 am

Cindy. Un nombre y nada más que eso. No le indicaba nada, ni alumbraba siquiera con una pequeña pista la oscura idea que se formaba en la mente de la vampiresa ¿Sería posible que aquella enferma y andrajosa muchacha compartiera la sangre que más amaba y cuidaba sobre la tierra? Era tan perturbadora la respuesta como el que tuviese que hacerse la pregunta en primer lugar. Si así fuese significaba que no era tan cuidadosa como creía serlo con los descendientes, con las ramificaciones, de su propia familia ¿Cuántos niños y niñas estaría en una condición similar? ¿Cuántos habrían muerto de frio, hambre o enfermedad, solos en las calles, abandonados a su suerte y vulnerables a la decencia o malicia de los moradores de las calles? La lógica le gritaba que no era su culpa, pero el peso de la responsabilidad la abrumaba. Después de todo ella había aceptado su destino al comprometerse con Emma, al aceptar cuidar a su pequeña hija siglos atrás. La joven, Cindy, compartía esa herencia y ella, su supuesta cuidadora, había intentado arrebatarle la vida. Por supuesto, desconocía que la muchacha compartiera vínculos con las mujeres que ahora le esperaban en su mansión. Solo al probar su sangre había descubierto la relación, pero eso no la absolvía. Su rostro se contorsionó en un gesto de dolor que no era para nada físico. De nada la consolaba el que intentase hacerlo como un acto de piedad. Observó a la joven retraerse y alejarse mientras cambiaba radicalmente el calificativo que le había dado segundos antes. ¿Ángel o demonio? Una pregunta que le perseguía y para cual ella no tenía una respuesta absoluta ni satisfactoria.

La mirada horrorizada de Cindy le sacó de sus pensamientos y de su sufrimiento egoísta, recordándole lo que acababa de hacer. Tanta imprudencia era inconcebible. La torpeza que había demostrado al manejar tan mal la sorpresa que le produjo la revelación podría acarrearle serios inconvenientes, y la solución, para ese caso específico, no la obtendría de la muerte. Era pues una decisión en firme el que aquella joven no muriera esa noche, sin importar lo que esto le costara. Agachando ligeramente la cabeza limpió con el dorso de la mano sus labios y mentón. Se trataba de un intento para no alarmar más a la joven, algo tonto si se tenía en cuenta el terror en los ojos de la pelirroja. Era claro lo que había visto y cuanto de aquello había comprendido. Su identidad revelada en solo un segundo y no existía mentira o embuste que pudiese confundir lo que con tanta claridad había observado. Se maldijo en silencio. Años y años transitando por el mundo, equivocándose y aprendiendo, pero continuaba cometiendo errores y, al parecer, los nuevos eran cada vez más graves ¿Cómo conseguiría tranquilizarla después de aquello? ¿Cómo convencerla, sin interferir en su mente con sus poderes sobrenaturales, de que no se transformaría en un demonio? ¡Ah! Y lo más importante ¿Le mentiría sobre su verdadero propósito inicial, le diría que no pretendía alimentarse de ella? – No serás un demonio… y no morirás – sentenció acercándose solo un poco para luego detenerse. El aspecto desesperado de Cindy aferrándose a sus propias piernas la conmovió. Sabía que se encontraba muy débil pero hubiese sido más acertado intentar huir. En su lugar se había encogido sobre sí misma, como si aquella postura le defendiera… como si la hubiese utilizado muchas veces en el pasado.

Dos hilos de sangre corrían lentamente por el cuello de la joven hasta perderse entre sus ropajes. Daphne deseó poder transmitirle el profundo arrepentimiento que sentía por lo ocurrido. Cindy se había mostrado genuinamente agradecida por un regalo insignificante para la vampiresa, la había comparado con lo más puro para luego descenderla a los infiernos. Se lo merecía y lo sabía. La hipocresía con la que juzgaba a sus víctimas le era restregada ahora en las narices de la manera más dolorosa posible pues, si fuese sincera, esa joven debería ahora estar muerta sin importar su árbol genealógico. Lanzó una rápida mirada en derredor asegurándose de que ningún entrometido las interrumpiría antes de arrodillarse en el sucio suelo junto a Cindy – Escúchame, esto que ha ocurrido ha sido un error y nada más. Ahora necesito que te tranquilices o de lo contrario no podré ayudarte – le susurró observándola atentamente. Lo último que necesitaba en ese momento es que ella entrara en pánico, por lo que si observaba cualquier signo de que esto fuese a suceder no tendría otra opción que someterla mentalmente. Gritos en un callejón tan cercano a la plaza atraería a más curiosos de los que la vampiresa deseaba, era indispensable que el desafortunado incidente se mantuviese en secreto, aunque rogaba mentalmente porque la joven se sobrepusiera sin tener que llegar a tales extremos.

Suspiró sonoramente antes de continuar – Lamento profundamente el haberte asustado pero te juro que no deseo hacerte daño – pero el daño ya estaba hecho ¿o no? deseó consolarla, abrazarla o tocarla siquiera pero se contuvo, temerosa de que el contacto le hiciese reaccionar violentamente. Se trataba de una situación tan extraña, el que ella estuviese tratando de alcanzar emocionalmente a la que fuese una potencial víctima mortal, que en realidad se cuestionaba sobre cada movimiento y palabra ¿Cómo acercarse nuevamente? ¿Cómo ganar la confianza perdida? – Soy Daphne Landry – soltó pensando que tal vez el que conociese su nombre le haría sentir un poco más tranquila. Luego se quitó la capa y la colocó sobre los huesudos hombros de la joven. Era un truco que también le había funcionado en el pasado, al parecer otorgaba una falsa sensación de protección y comodidad que le facilitaba las cosas – Solo quiero ayudarte – repitió tan suavemente como le fue posible. Ahora solo restaba esperar y confiar en que contase con la inteligencia, la sensibilidad y la suerte necesaria para tratar de subsanar el horror del ataque. Ya luego se enfocaría en averiguar las razones por las que una descendiente de su adorada Emma se encontraba en las calles parisinas y en tan degradantes condiciones.


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