AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Placer, tortura y muerte | Privado
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Placer, tortura y muerte | Privado
Seis meses atrás...
El hombre se volvió hacía ella, el cuarto estaba oscuró y entre ellos sólo alumbraba una tenue luz, ambos intercambiaron miradas y él y echó sobre la mesa de madera un saco de francos, éstos, se desparramaron por toda la superficie, en un anuncio de la riqueza que era. La pelirroja lo miró directamente a los ojos, sus ojos como igual a una serpiente penetraron el alma de aquel que buscaba sus servicios. No era avara, no necesitaba del dinero, por esa razón no mudó de expresión. Aquellos francos no podían compararse a la fortuna con la que ella contaba, realmente él no tenía nada para ofrecerle, pero la razón por la que seguía ahí con él, era sencilla, ¿por qué acudió a ella?
—¿Qué es lo que deseas?— le dijo en una voz firme, sin abandonar sus ojos. El hombre no habló, sacó de su abrigo una pipa y la encendió, dio un par de caladas que iluminaron su piel morena por unos instantes, y luego, liberó el humo hacía la asesina. —Del Mar...— pronunció con roca voz, dio otra calada y después toció pronunciadamente. Ella no se movió y ni preguntó por lo que dedujo era el nombre de una familia. —Quiero que la elimines— continuó, Gyöngyvér entrecerró los ojos incredula, ¿era un juego? —Eliminala pero no la mates...— prosiguió de inmediato sopesando la intención de la cazadora de irse de ese encuentro; ahora, estaba realmente interesada, aquel caballero de acento español al parecer quería que ella cediera su poder o alguna de esas tonterías políticas que a Gyöngyvér no le interesaban.
—La persona que me envió con usted me contó la forma en la que usted trabaja, destruir el mundo de la víctima— su seguridad la sorprendió y se preguntó «¿quién demonios le dio esa información?» mas no importaba, él sabía o al menos creía saber lo que pedía, la retorcida mente de Gyöngyvér comenzaba a ponerse en marcha y sí al final él también moría en la cruzada la cazadora no se tentaría el corazón.
—¿Qué es lo que deseas?— le dijo en una voz firme, sin abandonar sus ojos. El hombre no habló, sacó de su abrigo una pipa y la encendió, dio un par de caladas que iluminaron su piel morena por unos instantes, y luego, liberó el humo hacía la asesina. —Del Mar...— pronunció con roca voz, dio otra calada y después toció pronunciadamente. Ella no se movió y ni preguntó por lo que dedujo era el nombre de una familia. —Quiero que la elimines— continuó, Gyöngyvér entrecerró los ojos incredula, ¿era un juego? —Eliminala pero no la mates...— prosiguió de inmediato sopesando la intención de la cazadora de irse de ese encuentro; ahora, estaba realmente interesada, aquel caballero de acento español al parecer quería que ella cediera su poder o alguna de esas tonterías políticas que a Gyöngyvér no le interesaban.
—La persona que me envió con usted me contó la forma en la que usted trabaja, destruir el mundo de la víctima— su seguridad la sorprendió y se preguntó «¿quién demonios le dio esa información?» mas no importaba, él sabía o al menos creía saber lo que pedía, la retorcida mente de Gyöngyvér comenzaba a ponerse en marcha y sí al final él también moría en la cruzada la cazadora no se tentaría el corazón.
Tiempo presente
Lo había seguido por toda una semana, la relación con Ruslana la había descubierto dos meses atrás, y lo consideró como el primero movimiento en contra de la cruzada de lo que ya sabía era una bruja. Por supuesto, el estúpido hombre que la había contratado y que ya estaba muerto no lo sabía. Como fuera, ya no lo estaba haciendo por dinero, no cuando ya no existía un hombre que le pagara.
La tarde había llegado por fin, Brodrick -su víctima- no era un hombre que tuviera una ruta para ir a casa, o un horario para ir a los burdeles o las tabernas; era impredecible lo que le atraía, así que el medio por el que se acercaría a él sería como la cazadora que era, y es que, así como sabía de la naturaleza sobrenatural de Ruslana, también conocía la de él y no pasaría desapercibida su olor a pólvora o venenos ante alguien como él. Así, la forma más efectiva era comprarle su mercancía de que por cierto muchos decían era de gran calidad.
El trabajo de Gyöngyvér no comenzaría a realizarse y culminarse esa noche, no, ella ya lo había frecuentado y además del listado de las armas y químicos que solicitó también intercambió coqueteos. Si podía lograr una ventaja sobre él, ésta constaría de convertirse en un objeto de obsesión sexual para dar marcha a la neutralización de la bestia y posteriormente la muerte. Entonces lo esperó en un callejón de mala muerte, totalmente abandonado pero con un olor a penas soportable para que estuvieran un buen rato conversando, al final del callejón se encontraba una casa abandonada que estaba acondicionada para que el espectáculo se iniciara allá.
Fue entonces que lo vio, a lo lejos, con ese cuerpo atlético y mirada altanera. —Te seré sincera, creí que llegarías más tarde— le mintió.
La tarde había llegado por fin, Brodrick -su víctima- no era un hombre que tuviera una ruta para ir a casa, o un horario para ir a los burdeles o las tabernas; era impredecible lo que le atraía, así que el medio por el que se acercaría a él sería como la cazadora que era, y es que, así como sabía de la naturaleza sobrenatural de Ruslana, también conocía la de él y no pasaría desapercibida su olor a pólvora o venenos ante alguien como él. Así, la forma más efectiva era comprarle su mercancía de que por cierto muchos decían era de gran calidad.
El trabajo de Gyöngyvér no comenzaría a realizarse y culminarse esa noche, no, ella ya lo había frecuentado y además del listado de las armas y químicos que solicitó también intercambió coqueteos. Si podía lograr una ventaja sobre él, ésta constaría de convertirse en un objeto de obsesión sexual para dar marcha a la neutralización de la bestia y posteriormente la muerte. Entonces lo esperó en un callejón de mala muerte, totalmente abandonado pero con un olor a penas soportable para que estuvieran un buen rato conversando, al final del callejón se encontraba una casa abandonada que estaba acondicionada para que el espectáculo se iniciara allá.
Fue entonces que lo vio, a lo lejos, con ese cuerpo atlético y mirada altanera. —Te seré sincera, creí que llegarías más tarde— le mintió.
Gyöngyvér Kovács- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 49
Fecha de inscripción : 21/04/2013
Re: Placer, tortura y muerte | Privado
El cielo gobierna los acontecimientos del mundo sin ser visto; esta acción oculta del cielo es lo que se llama el destino.
Confucio
Confucio
Le había sorprendido el recibir un cliente como aquella pelirroja. Normalmente solían usar palabras claves para referirse a los pedidos, pero la señorita Kovács parecía tener el mismo temperamento que hacía a todas las pelirrojas famosas. Era radiante, una bola de fuego con demasiada personalidad. Parecía una de esas mujeres que se sabían hermosas, pero más que eso, eran sumamente inteligentes. Todo su instinto le gritaba una sola palabra, en lo referente a aquella mujer: peligro.
Le divertía ver todos los juguetes que le había hecho diseñar y fabricar para ella. Algunos eran unas meras copias de sus mejores diseños, salvo por el hecho de que las armas estaban hechas para ser usadas por sus pequeñas manos. En comparación con las suyas, las de ellas se veían finas y minúsculas. Aunque si lo pensaba bien, todas las manos de mujeres solían ser más pequeñas que las de él. Su gran cuerpo hacía que le fuera casi imposible el pasar desapercibido. Sus manos sólo eran una parte proporcional a las dimensiones del cuerpo que le había dado la genética de sus padres. Pero sus ojos no habían ignorado la firme forma en la que sus dedos acariciaron el gatillo de una de las armas al ser probadas. Aquel gesto lo había visto antes en muy pocas personas, todas ellas compartían algo; eran asesinos. Él sabía lo que había detrás de aquel roce, porque hasta hacía muy poco se dedicaba a ello.
Se sentía como una polilla incauta, sobrevolando un haz de luz que sólo lo quemaría vivo. Pero él pecaba de orgullo y soberbia. No conocía el significado de la palabra miedo. O al menos eso había creído hasta que conoció a su joven hermana. Sus vivaces ojos marrones y aquella sonrisa inocente y pícara lo desarmaban. Ella llenaba su vida de una calma que había estado buscando durante mucho tiempo. Era su única familia, la mujer que le había tocado con sus cálidas manos, queriéndolo como una madre devota. El hombre que consiguiera a su hermana sería muy feliz, porque ella despejaba la oscuridad que muchos como él cargaban en su interior.
Quizás por eso había respondido a los coqueteos de aquella curiosa dama. La pelirroja era sólo una de tantas otras, no había en ella algo que la hiciera tan especial como Maia y su hermana; pero al mismo tiempo, lo tenía todo. Compartía tantas cosas con él, su posible “trabajo” como asesina, aunque él tenía la certeza absoluta de que era así como suponía. Su fuerte carácter, su belleza y el mero hecho de que había llegado cuando temía a la vida. Y su miedo provenía de algo superior a cualquier ser humano, la certeza de terminar solo. No tenía a nadie en su vida personal. Maia jamás sería suya, su hermana pronto hallaría a alguien que la apartaría de él. ¿Qué sería de él?. Su egoísmo le impedía considerar la posibilidad de que no hubiera una mujer para él. Aunque quizás era sólo su instinto paternal elevándose, exigiéndole dejar crías en el mundo. Tener la certeza de dejar atrás a una pequeña parte de él.
Sin saber muy bien cuál era el motivo que impulsaba sus pasos, se dirigió a la cita que tenía concertada con la mujer que lo había contratado. Antes de sus muchos defectos, tenía una gran virtud, si es que podía considerársele virtud y no una habilidad. Ésta no era otra que el ser un profesional en su trabajo. Quizás no era el mejor fabricante de armas del mundo, pero tenía la suficiente destreza, fuerza e imaginación, como para elaborar algunas herramientas dignas de ser compradas por algún rey. Por eso le entregaría el pedido a la mujer y después ya consideraría si debía dejarse llevar, o seguir su instinto y largarse de aquel desolado lugar.
No le gustaba el saberse tan apartado de la sociedad. Aunque era cierto que para su negocio era algo positivo, no lo era tanto para su seguridad. Era obvio que ella no podría con él, sólo usando su fuerza. Pero no sería l primera vez que él veía a una frágil doncella, mutar, convirtiéndose en algo peligroso y terrorífico. Y no se refería necesariamente a una cambiaformas. Era algo más profundo que eso. Era la certeza de que las mujeres eran mucho más que un frágil cuerpecillo. La misma naturaleza las dotaba de una inteligencia sobre humana para compensar el defecto de su fuerza. ¿Iba él, un animal, a obviar aquella realidad?. No, no lo haría. Pero no tenía elección. Los negocios, eran los negocios.
- Buenas noches, señorita Kovács . Le he traído lo que encargó personalmente hace unas semanas.- Le ofreció una sonrisa blanquecina, terminando de acercarse a ella, quedando a unos tres pasos de su cuerpo. Una de sus manos tenía entre sus dedos una pequeña cesta con todo lo que había encargado. Seguramente para alguien humano, aquella debía pesar lo suficiente como para cargarla con las dos manos. Pero él era un cambiaformas, el peso de los objetos no era precisamente algo que le preocupase.
- Es libre de examinarlas tanto como desee. Si encuentra algún desperfecto, avíseme y lo subsanaré. - Lanzó una pequeña carcajada que iluminó sus ojos con la sombra de la risa.- Aunque es más probable que un cerdo vuele, a que encuentre alguna imperfección en ellas.- Sí, podía decirse que la modestia no era una de sus habilidades.
Brodrick Von Meer- Cambiante Clase Alta
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Re: Placer, tortura y muerte | Privado
Aunque ya lo había estudiado, volvió a reparar en el exceso de confianza y el hecho de no tener ninguna preocupación de ser descubierto como un ser no humano. «¿Quién puede cargar una sesta que seguramente no podrían cargar dos hombres uniendo sus fuerzas?» pero eso a ella no le importaba por muy relevante que el dato fuera, o si lo pudiera ocupar en el futuro que ya se convertía en presente. No dijo nada, esperó a que bajara la sesta frente a ella y con sus ojos como la serpiente recorrió el cuerpo del cambiaformas hasta centrarse en sus ojos.
Caminó a las armas y sin mirarle se hincó viéndolas sin tomarlas, como si éstas estuvieran entre bravas llamas y ella temiese quemarse. —Tienen buena imagen— dijo y finalmente tomó un arma de un conjunto de seis cañones alrededor de un eje, un arma que le consedería ejecutar seis tiros sin necesidad de recargarla en cada disparo como sucedía en los cañones comunes y que usaría para disparar balas de vidrio que ella llenaría de sus venenos. No reconoció el metal pero notó que era un arma ligera, muy cómoda y elegante, abrió el tambor y descubrió que estaba cargada, regresó éste a su postura y luego jaló del martillo -todo con una sola mano- y apuntó hacia la pared opuesta de donde se encontraban ambos, después, con su dedo corazón acarició cual amante al gatillo, con sus ojos cerrados y suspirando como si se estuviera masturbando. Soltó una risa silenciosa tras unos segundos y descanso el martillo dejando el arma en el lugar de donde la tomó.
Alzó la mirada para verlo y tomó una entonces un arma de dos cañones, se aseguró de que estuviera cargada y se levantó, llevando el arma a la garganta de Brodick que no mostró el mínimo miedo en sus ojos. Pero ella si le reveló algo, los ojos de la cazadora brillaron con irrazionalidad. —¿No es mala idea tener todas las armas cargadas— le dijo con una sonrisa, apuntó a otro lugar sin dejar de verlo a los ojos y disparó acertando a una botella de vidrio que algún vagabundo dejó abandonada. Algunos podrían decir que había sido suerte, otros que era su intención pero lo que él pensara sería un misterio, uno que como le sucedía... No le importaba.
Bajó el arma, caminó al lado opuesto al de Brodick y disparó a la oscuridad, la bala emitió un sonido suave y luego nada, sonrió, ese cañón le iba a servir mucho cuando lo cargara con balas de plata y la usara en contra de él. De pronto, ella se preguntó si él se hubiera cuestionado el porque no solicitó balas de platas, le había pedido parque de vidrio para su arma de seis cañones, también le pidió puntas de acero y balines de hierro, pero no plata, algo que todo cazador pedía en sus pedidos. Ella no lo había hecho para que no sospechara de ella, ni para que pensara que era solo una asesina de mortales, de hecho no existía una razón por la que ella hubiera pedido parque de otros metales que posiblemente fundiría.
Regresó a tomar el cañón de las balas de vidrio y se volvió hacia él. —Esta me encantó, comprobemos que las balas no se rompan en el momento de ser disparadas, sino que lo hagan al impactarse con el objetivo... ¿te parece?— propuso y le arrojó el arma. Caminó entonces hasta una pared y le indicó donde tenía que disparar, luego, caminó de nuevo hasta él y le susurró: —Después hablaremos de tu pago— concluyó, puso sus manos atrás y se movió de adelante hacia atrás, con los pies de punta como lo haría una niña pequeña.
Caminó a las armas y sin mirarle se hincó viéndolas sin tomarlas, como si éstas estuvieran entre bravas llamas y ella temiese quemarse. —Tienen buena imagen— dijo y finalmente tomó un arma de un conjunto de seis cañones alrededor de un eje, un arma que le consedería ejecutar seis tiros sin necesidad de recargarla en cada disparo como sucedía en los cañones comunes y que usaría para disparar balas de vidrio que ella llenaría de sus venenos. No reconoció el metal pero notó que era un arma ligera, muy cómoda y elegante, abrió el tambor y descubrió que estaba cargada, regresó éste a su postura y luego jaló del martillo -todo con una sola mano- y apuntó hacia la pared opuesta de donde se encontraban ambos, después, con su dedo corazón acarició cual amante al gatillo, con sus ojos cerrados y suspirando como si se estuviera masturbando. Soltó una risa silenciosa tras unos segundos y descanso el martillo dejando el arma en el lugar de donde la tomó.
Alzó la mirada para verlo y tomó una entonces un arma de dos cañones, se aseguró de que estuviera cargada y se levantó, llevando el arma a la garganta de Brodick que no mostró el mínimo miedo en sus ojos. Pero ella si le reveló algo, los ojos de la cazadora brillaron con irrazionalidad. —¿No es mala idea tener todas las armas cargadas— le dijo con una sonrisa, apuntó a otro lugar sin dejar de verlo a los ojos y disparó acertando a una botella de vidrio que algún vagabundo dejó abandonada. Algunos podrían decir que había sido suerte, otros que era su intención pero lo que él pensara sería un misterio, uno que como le sucedía... No le importaba.
Bajó el arma, caminó al lado opuesto al de Brodick y disparó a la oscuridad, la bala emitió un sonido suave y luego nada, sonrió, ese cañón le iba a servir mucho cuando lo cargara con balas de plata y la usara en contra de él. De pronto, ella se preguntó si él se hubiera cuestionado el porque no solicitó balas de platas, le había pedido parque de vidrio para su arma de seis cañones, también le pidió puntas de acero y balines de hierro, pero no plata, algo que todo cazador pedía en sus pedidos. Ella no lo había hecho para que no sospechara de ella, ni para que pensara que era solo una asesina de mortales, de hecho no existía una razón por la que ella hubiera pedido parque de otros metales que posiblemente fundiría.
Regresó a tomar el cañón de las balas de vidrio y se volvió hacia él. —Esta me encantó, comprobemos que las balas no se rompan en el momento de ser disparadas, sino que lo hagan al impactarse con el objetivo... ¿te parece?— propuso y le arrojó el arma. Caminó entonces hasta una pared y le indicó donde tenía que disparar, luego, caminó de nuevo hasta él y le susurró: —Después hablaremos de tu pago— concluyó, puso sus manos atrás y se movió de adelante hacia atrás, con los pies de punta como lo haría una niña pequeña.
Gyöngyvér Kovács- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/04/2013
Re: Placer, tortura y muerte | Privado
"-No me habían dicho que tuvieses tanta cara dura...
-Es que la poca que tengo,la reservo toda para ti...
-¿Por qué?
Porque me das miedo, Pensé."
-Es que la poca que tengo,la reservo toda para ti...
-¿Por qué?
Porque me das miedo, Pensé."
Soportó el escrutinio de su mirada, ignorando lo extraño que le resultaba tener a una hermosa mujer ante él, mirándolo de arriba abajo sin que sus ojos brillasen con lujuria. Hacía mucho tiempo que alguien se había atrevido a darle una de esas glaciales miradas. Tanto, que sus labios formaron una pequeña sonrisa de placer al ver que su presencia no era lo suficiente intimidante como para que la mujer controlara su verdadera naturaleza.
<< ¿Te he subestimado, mujer en llamas?>> Su pensamiento era una línea que se balanceaba entre la curiosidad y el interés insano. Ansiaba descubrir qué se ocultaba en aquella mujer que examinaba sus armas con una expresión inmutable. Como si nada pudiera perturbarla. Jamás había visto nada igual, no al menos en una mujer. El único hombre capaz de hacerlo estremecer con tan solo una mirada vacía en su rostro, había sido uno de sus padres adoptivos y aquello era algo que no quería volver a repetir.
Como si sus pensamientos se hicieran realidad, el frío acero del cañón de la pistola tocó su garganta, convirtiéndose así en el único contacto que habían mantenido ellos dos. La miró con tranquilidad, sin inmutarse por sus acciones. Él no era alguien que temiera a la muerte. Había vivido toda su vida en el borde del abismo, buscándola, ansiándola con todo su corazón. Quería irse de este mundo, abandonar la soledad que le había sido impuesta desde su nacimiento. Como un ser maldito, como alguien que jamás mereció existir. Quizás su abuelo tuviera razón y su nacimiento sólo fue un acontecimiento incontrolado que, de haberse evitado, habría solventado muchos problemas.
- La única mala idea es apuntar al hombre que te ha traído esas armas. – Su voz sonó, en aquel lugar abandonado y oscuro, mucho más grave de lo que hubiera querido. Un susurro convertido en una frase a viva voz gracias al eco del lugar. Pero no importaba, en realidad, se estaba divirtiendo con aquel juego peligroso que la mujer le presentaba. ¿Qué era lo peor que podría hacerle?.
Escuchó el sonido del cristal romperse y su cuerpo se tensó con alarma. Podría decirse que aquel disparo había sido mera casualidad, pero el brillo en los ojos de la mujer cuando había acariciado el gatillo, había sido suficiente para saber que estaba ante alguien igual que él antes de encontrar a Ruslana. Una persona vacía que acariciaba la muerte, lanzándola contra todo aquel que se cruzaba en su camino por mera diversión. Él había intentado llenar el vacío de su alma con los asesinatos. Nada le importaba, ni siquiera si eran hombre o mujer. Sólo quería un ejercicio que le resultara interesante, no había nada mejor que la peligrosidad que envolvía a su objetivo. Cuanto más difícil era el conseguir asesinarlo, más quería hundir sus garras en la carne ajena.
- Si lo que quieres es comprobar la certeza mortífera de las balas, sólo puedo satisfacer tu curiosidad.- Atrapó el arma que ella le arrojó y le dio una sonrisa fría y sin vida. Un antiguo vestigio de su antigua vida y trabajo. Un gesto que sin duda la mujer entendería, porque no le cabía alguna duda de que ella era algo similar o peor que él.
Levantó el arma y sin mirar disparó el arma, acertando en el mismo mordisco que había ocasionado la anterior bala en la pared. Mostrándole que no era la única que tenía puntería si necesitaba usar un arma como aquella. Usó el peso de su mirada para mirarla mientras dirigía el cañón de su arma hacia ella, apuntándola con firmeza y seguridad.
- Recoge las armas, paga y vete. – La seriedad de su voz fue mucho más fría de lo que jamás habría usado antes con alguien al que consideró meter en su cama. Aunque cuando había una posibilidad de tener a una perra rabiosa en ella, todo cambiaba.
- No me importa jugar con algo peligroso y encantador como tú, pero no me gustan las amenazas veladas. – Cabeceó hacia un lado, señalando el lugar de la botella rota.- Tú decides lo que deseas hacer. Puedes irte y pagar o jugar el juego según mis reglas.
Brodrick Von Meer- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/01/2013
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