Insurrection || Privado

por **Crowley Missös** Jue Jun 12, 2014 7:23 pm

La botella de absenta se resumió a viles fragmentos de cristal al chocar contra la pared. En la fina, pero repulsiva pintura de antaño, quedó la mancha del licor; apestaba a humedad y putrefacción, tanto que se podían apreciar los gusanos blancos deseando huir de su prisión en los muros. Las moscas, zánganos insectos atiborrados en los trozos de carne que adoquinaban las esquinas, y él ahí, tirado, en medio de la habitación desencajándose las pesadillas corte tras corte. Sus ojos refulgían el odio y la desesperación por encontrarla siempre a ella metida en sus recuerdos. No le reconoce, no pretende si quiera su jodida existencia, pero estaba ahí, constantemente atormentándole. Quiso ahogarla mientras bebía del alcohol más barato que pudo encontrarse, pero la traicionera sustancia sólo provocó que esta mujerzuela se burlara en su rostro, escupiéndole a la cara lo simplón que resultaba ser aquel asesino despiadado y cruel. Intentó acabar con ella escrutando las entrañas de sus victimas, generando mil y un formas diferentes de sus máscaras, quería callarla, creyendo que era la piel pálida de ese espectro la que ataviaba su rostro. Fue en vano. Ni siquiera el estridente alarido de los niños a los que recurrió, pudo callar las carcajadas de aquella endiablada fémina.

-¡Era el demonio!- Gritó tan fuerte como pudo. Sintiendo como su garganta era destrozada en partes al esbozar aquella grotesca voz desde su interior. Tomó el cuchillo y observó el potente filo a contra luz. El óxido en el artefacto se debía a su excesivo uso, más aún al hecho de su abandono cuando él conseguía nuevos juguetes. Suspiró con melancolía, si tan sólo pudiese cortar el cuello de esa maldita mujer con su cuchillo. Estiró el brazo y tomó el hacha, quizá desmembrarla extremidad por extremidad, no, no, no, mucho mejor, montar con ella una obra de arte y esculpir con su cuerpo cada uno de sus demonios. Carraspeó. Era inútil, la dueña de sus aberraciones había estado presente sólo en sus sueños, jamás le había visto en ningún otro lado. ¡Y por todo el maldito infierno que la había buscado! En su camino se topó con brujas insolentes y cambiantes desastrosos, pero ninguna como ella…

-¡Momento!- Arrojó todo su armamento al suelo, buscaba algo entre los objetos, un papel, una carta, un pedazo de pergamino en donde se constata un hecho inasequible. Sonrió al encontrarlo, sus inmensos orbes azules se iluminaron con el fulgor de un redescubrimiento. Tarareando una cantata infantil, preparó sus juguetes de caza, uno tras uno, los metió en los bolsillos de su enorme, repulsivo y hediondo abrigo; evitó mirar su rostro en los cristales rotos de la absenta y se inclinó lo suficiente para tomar del suelo la última de sus máscaras. La ajustó a su cabeza, la cerró por la parte de la nuca, aspiró lo que para él era un delicioso elixir, y sintió como su excitación se desvariaba.

Sus enormes zancadas lo arrastraron hasta los callejones, laberintos llenos de oscuridad que ocultaban en sus sombras los desastres de la noche, entre ellos, los cadáveres. Estaba persiguiéndola, como a un miserable fantasma, como a una maldita ilusión, poco a poco las casas viejas se llenaron de lujo, transformándose de derribes fúnebres a costosas mansiones. Ella estaría ahí. Lo sabía, pero ¿Dónde? Entonces, como infernal develación, le golpea ese enloquecedor aroma. Sus orbes destellan, sus músculos se contraen, el cazador acecha a la presa. Dobló las esquinas persiguiendo su sombra, más al alcanzarla, se desvaneció. Entonces la observó al final de la calle, con su fragilidad a punto de romperse. Olía igual que ella, pero había algo en su presencia que no cuadraba con la mujer que Crowley recordaba; era lo más cerca que había estado de esa mujer, no podía dejar ir la oportunidad, por más de que se tratase de una aberrante confusión. La enfrentó…