No es un juego de niños |Privado

por **Jacques Roman** Sáb Jul 05, 2014 5:51 pm

"Sólo tenemos una historia. Todas las novelas, la poesía entera, están edificadas sobre la lucha interminable entre el bien y el mal que tiene lugar en nuestro interior."
John Steinbeck

Desde tiempos inmemorables, se había seguido con esta lucha constante. El bien y el mal. Los dos, enemigos mortales desde los inicios de la creación, los que no podían sobrevivir el uno sin el otro. En el poblado de Jacques, donde él vivió sus años como mortal hace tantos miles años atrás, se decía que si a las cabras les salían dos cabritos, estos jamás podían ser separados, ya que de hacerlos el mal acecharía a la familia responsable. Dos gemelos, fueran de la especie que fueran simbolizaban aquella lucha del bien y el mal. La luz y la oscuridad. Y como esos dichos, uno no podía existir sin el otro, era por ello que de matar a los cabritos debían hacerlo a la vez; el mismo día y al mismo segundo. Los gemelos debían de irse, tal como llegaron al mundo, juntos. De no ser así la cadena se rompería, el fino hilo del destino responsable de mantener el frágil equilibrio sobre las dos fuerzas motoras del planeta.

Jacques había pasado parte de su infancia en aquellos bosques alejados de la civilización y allí, en la naturaleza, a salvo de las crueldades humanas, finalmente fue encontrado por el mal en el cuerpo de un poderoso hombre que lo condenó a servir a los ejércitos, a ser un mero esclavo, condenándolo así a apagar la llama de su luz e inocencia a marchas forzadas. Así fue como su vida dio un giro inesperado y todo lo que antes no había creído sobre el bien y el mal, lo aprendió. Cada noche que le servía a él… cada noche en que debía de verle a la cara, se arrepentía de no haber creído jamás a los mayores y a sus historias de que quien se burlaba del destino, terminaba encontrándoselo de cara. Como en aquellos momentos en que alejado de todo su grupo familiar había terminado en manos de un desalmado.

Tras unos años de cautiverio, ya formado como todo un hombre, fue que se encontró con Ishtat en su camino, quien sería su maestro inmortal. El cual tras enamorarse de la fuerza interior de aquel joven esclavo, lo convirtió no sin antes matar a cada uno de aquellos que osaron levantarle la mano o herir a su ansiado y renacido hijo. Desde aquel momento Jacques se volvió un depredador y olvidando las promesas que de niño se hizo de jamás hacer el mal, no solo lo hizo, si no que divirtiéndose de ello hubo largas temporadas en que solo el placer del sufrimiento, de la agonía lo había hecho realmente vivir en aquella perpetúa existencia.

El tiempo al final llegó a cambiarlo y solo le fueron necesarios tres mil años para darse cuenta de la gran equivocación, del gran error que estaba cometiendo. Desde entonces y dejando todo rastro de aquella oscura vida, se planteó el proteger a la humanidad. Y ahora tras dos mil años más, se encontraba en la ciudad más bella de toda Francia; París. ¿Su estancia en París? La lucha de siempre. El mal volvía a interponerse y él debía ser el juez que sentenciara cada lágrima de oscuridad de los inocentes caídos, con la muerte de los culpables. Y le resultaba fácil. Seguir a la inquisición parecía ser apenas un juego para él, experto ilusionista y depredador. Si de algo le habían servido esos años bajo la sombra del mal, ahora lo hacía servir a su favor, matando a aquellos que no merecían vivir y aprovechaba cada ventaja que la edad y su experiencia pudieran otorgarle.

Esta vez había estado tres semanas enteras tras ellos, un grupo de siete inquisidores licántropos que siguiendo las nuevas órdenes inquisitorias, planeaban hacer el mayor número de caídos en la próxima luna llena, siendo aquella nefasta noche de cantos de lobos, donde Jacques les daría caza. Estaba todo planeado, sabía dónde irían y donde esperarían para la luna llena. Aquella noche solo tenía que despertar en cuanto la luz solar desapareciera del firmamento y acudir rápidamente a aquel lugar, donde si todo iba bien, aún se encontrarían.

El reloj en la gran mansión Roman anunciaba los segundos que se iban quemando en aquella larga espera para la llegada de la noche. Desde su profundo sueño era capaz de sentirlo todo y por ello que cuando el último rayo cayó bajo el cielo estrellado fue que antes de que el reloj anunciara su despertar, él ya se levantaba de la mullida cama donde descansaba. Estirando su cuerpo, haciendo crujir sus huesos, preparándose para la inminente batalla, se aseguró mentalmente de que todos se encontraran bien, incluyendo a Noel, que aún dormía aquel sueño de los suyos. A medio vestir, tomó la camisa y encaminándose hacia el lecho de la neófita, fue que le besó la frente y le ordenó dormir un poco más para su propia seguridad. Nada le gustaba dejarla preocupada y bien conocía lo mal que lo pasaba cuando él desaparecía y llegaba recién terminaba la noche, justo antes de que el sol alumbrara el horizonte. Besó nuevamente la fría frente de la joven y ya vestido salió de aquella habitación en dirección a las caballerizas, desde donde tomaría rumbo al bosque y de allí; a su próxima cacería. El juego había comenzado.

por **Mina Zwaan** Miér Sep 10, 2014 5:42 am

Finalmente Ivor bajó la mirada al tiempo que despojaba un suspiro impregnado de angustia, de incomoda resignación.
Nada podía él hacer para detener las intenciones de la Condesa para esos instantes. Ni siquiera explicándole la horripilante sensación que yacía recorriendo su espina, el cochero lograría convencer a la rubia que desistiese de tal acto.
Con la boca seca le despidió, observándole perderse entre la maleza oscura del bosque. El hombre se persigno antes de volverse al carruaje, mientras en su mente ideas como avisar a las autoridades o no sobre las acciones suicidas –a su parecer- de la señorita Zwaan se balanceaban de un lado a otro. Pero no podía traicionarle, no en esa peculiar etapa de su vida por la que la grácil dama venia pasando.

Mina iba arropada con un atuendo bastante olvidado de la femineidad que le caracterizaba como damisela a la hora de vestirse. Botas altas y de taco bajo. Pantalón ajustado, corseé oscuro y una delicada camisa blanca con algunos volados que recaían sobre el pecho de la neerlandesa, aquella que llevaba su cabello rubio trenzado tan apretadamente como toda su indumentaria.
Caminó atentamente entre inmensos árboles que apenas dejaban entrever el plateado reflejar de la luna llena. Debía llegar a una abandonada cabaña, donde había estado tres tardes atrás con el informante que le traería noticias sobre el paradero de Noach.
El detective parecía lo suficientemente confiable como para que -sin importarle nada- Mina haya decidido sumergirse en el medio de la noche a un bosque solitario con una bolsa llena de francos y el alma llena de esperanzas. Necesitaba saber algo de su familiar. La ansiedad carcomía cada vez con más fiereza cada uno de sus anhelos.

Avistó la cabaña, iluminada tenuemente por un pequeño farolillo en la entrada. Un par de velas que pronto se terminarían de consumir. La charla debía ser rápida. Las indicaciones claras. Y por sobre todo, ningún rastro de aquel encuentro debía quedar registrado.
- Buenas noches. Espero traigáis buenas noticias – confirió la rubia acomodando sus guantes de cuero de liebre. La cabaña estaba casi vacía, salvo por la presencia de una estufa apagada, dos sillas y una pequeña mesa con un vaso de cristal vacío sobre ella.
El informante, un hombre de unos treinta y algo de años, de cabellos oscuros y facciones demarcadas lucía preocupado, como si algo retumbase en su cabeza. Algo tan importante que apenas pareciese dejarle explicar aunque sea algo de lo que había averiguado sobre Noach Zwaan.

- Creo que me han estado siguiendo… Pero no sé cómo – la voz estaba a medio quebrar. Las manos del hombre pasaban por su cabello una y otra vez, a la par que este caminaba de un lado a otro. Mina le observaba, intentando mantener esa serenidad que jamás le permitía desbordarse – Quizás sea paranoia por el tema que investigáis. Puedo prometeros que os brindare la vigilancia que amerite a lo largo de la búsqueda – su corazón tamborileaba de curiosidad, necesitaba una pista. Solo eso le importa, mucho más que si le estuviesen siguiendo o que su propia vida fuese la que estuviese en peligro. Deseaba gritar y llorar al mismo tiempo, sin embargo cada una de esas emociones se mantenían encerradas en aquella perfecta coraza que su exterior proyectaba; la inquebrantable protocolaria a la que Mina jamás le daba descanso.
Los gruñidos no tardaron en acaparar su atención completa, inclusive cuando ella trató de ignorarles por un tiempo. Allí afuera había algo acechante y por los sonidos que despojaba, se manifestaba como algo bestial.
- Jamás querría que un final así le llegase a una joven como usted… - un profundo sentimiento de pena engulló al detective al pronunciar aquellas palabras en el ápice que desenvainó una cuchilla de brillo plateado – Que Dios la proteja. Y por ninguna razón se detenga ¡Por ninguna! – y tras la finalización de aquella clara advertencia, las bestias comenzaron a golpetear la cabaña por todas partes.

Un nudo selló la garganta de la Condesa, tanto así que no le dejo proferir grito alguno cuando aquellos demonios de facciones inmundas se adentraron a la cabaña y se lanzaron sin piedad alguna sobre el hombre. A través de una ventana la rubia se escabulló para comenzar la difícil tarea de escaparse de aquel esposo y oscuro bosque. A su avanzar, el eco de los gritos del detective aún permanecían en sus oídos, aturdiéndola, generando en su interior una sensación de confusión que no le daba espacio para siquiera saber hacia dónde estaba dirigiéndose.

Y no pasó mucho tiempo para sentir como aquellos animales ya le perseguían a ella, como feroces cazadores tras una agobiada liebre que poco o nada sabía sobre que hacer en el medio de la noche para salir airosa de tan horripilante e incesable persecución.

por **Jacques Roman** Mar Ene 27, 2015 4:21 am

El aire se volvía denso, cargado en lo que su montura y él daban sus primeros pasos hacia el interior de aquella zona boscosa. La luna llena ya en su cenit daba inicio a la noche de las bestias. Noche en la que los licántropos perdían sus estribos y volviéndose simples bestias descontroladas solo se lanzaban a los inocentes para matarles y destrozar sus cuerpos mortales en algún oscuro rincón. Donde nadie pudiese encontrarles y aún menos avistar aquellos asesinatos. Pues si alguien era testigo de aquellos crimines que la noche dejaba impune, los mismos lobos se encargaban de remediarlo sumando otro cadáver a la lista de desaparecidos que cada noche de luna llena crecía sin parangón, ni control de ningún tipo.

La noche prometía para Jacques quien en noches como esta encontraba fácilmente bestias que matar y aún más si aquellas mismas bestias se trataban de inquisidores condenados. Aquel dato solo hacía que la noche fuese aún más interesante y la sed de violencia y venganza hicieran del diplomático vampiro, un títere de la muerte.

Con firmeza y seguridad guío entre la espesura del bosque y su oscuridad a su dócil y valiente montura, quien solía llevar en noches de cacería junto a él, debido a su carácter y la fidelidad que siempre le había mantenido hasta el momento en los años que llevaban trabajando juntos.

De forma veloz dejaron atrás las luces de la humanidad y de lleno en aquel ambiente húmedo y noche silenciosa se internaron sigilosos, como unas sombras más. Los músculos del vampiro se encontraban tensos, a pesar de que lucía despreocupado y por completo seguro, por dentro la sed de sangre y de venganza cobraba mayor fuerza a medida de que más cerca se encontraba de los inquisidores. Todo en él rugía por la lucha, y pensaba bañarse en la de sus enemigos como antaño en las edades romanas, lo había permitido. Tras unos minutos su caballo se detuvo con las orejas alerta, y el vuelo de un pájaro fue lo primero en advertirle. Se encontraba cerca de los licántropos. El vampiro casi podía saborearlos en tanto su olor nauseabundo llenaba sus sentidos, dirigiéndose hacia ellos, identificó un perfume dulce, femenino, cargado de miedo y los latidos de un corazón a la carrera.

—Maldición. —Maldijo en un susurro al darse cuenta de que el olor espeso a sangre que invadía el aire significaba que en aquella noche las bestias ya se encontraban derramando sangre.
Firme, con la mirada fija en su objetivo pasó cerca de la cabaña donde los licántropos consumían la carne del humano, cuya vida ya yacía perdida en sus fauces y se abalanzó a la carrera para salvar la única vida que aún se encontraba a tiempo de salvar de aquellas viles bestias.

Enseguida al pasar cerca de los licántropos, estos olisqueándolo dejaron tras de sí al cadáver irreconocible del humano y partieron tras el caballo y el vampiro, sedientos de la sangre enemiga. Porque aunque ya hubiesen pasado siglos desde los últimos enfrentamientos de vampiros contra los licántropos, la enemistad seguía existiendo arelada en las sangres de ambas maldiciones. Guiándolos así muchas veces a combates irrenunciables de un bando y otro. Solo que en esta ocasión la furia del vampiro debió disiparse al encontrar en su cacería aquella alma humana, que más qué distraer a las bestias salvajes, solo resultaba ser al final de todo la mayor y la más peligrosa distracción del inmortal.

Aceleró a su corcel y oyendo tras de sus pasos siguiéndoles los gruñidos de los licántropos, consiguió alcanzar a la humana.

— Disculpe pero es necesario. Necesito subiros… —Se disculpó tras lo que sin previo aviso agarró a la joven de su cintura subiéndola de esa forma al caballo, justo delante de él.
— Le aviso que si desea salvarse se agarre fuerte de las crines y oiga lo que oiga no mire hacia atrás. Los lobos que nos siguen no son para nada lobos inofensivos a los que puede estar acostumbrada. Tampoco es que sean los más normales, por lo que agárrese fuerte. Puede ser un viaje movido. — Comentó pasando un brazo por su figura, afianzándola al caballo y a su pecho para que el intenso galope no hiciera mella en ella y pudiera correr el riesgo de caer de la montura.

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