AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un juego de niños [PRIVADO]
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Un juego de niños [PRIVADO]
- ¡Ya voy, papá!- Grité desde mi habitación respondiendo así al llamado casi desesperado de papá que, esperándome en el vestíbulo desde hacía ya unos largos cuarenta y cinco minutos, ansiaba ver mi trasero bajar por las escaleras y subir a los lomos de mi corcel -después de convencerle que no era necesario para mí uno de sus lujosos carruajes-.
Abrí de nuevo mi baúl para meter en él un par de trastos más y algo de ropa de abrigo por si por las noches refrescaba en el lugar al que nos dirigíamos ahora. Antes de abandonar mi alcoba con el pesado baúl sobre mis hombros no pude más que distraerme con el reflejo que el espejo me mostraba, extendiendo más aun aquella sonrisa llena de ilusiones y ganas. Y es que bien era cierto que aquél no era el primer viaje que hacía con papá, pero de algún extraño modo, así me lo parecía. Después de la desaparición de mamá, mi padre había quedado tan desconsolado que apenas había recuperado sus ganas a salir de casa, como si en ella quedaran almacenadas todos los recuerdos de Eyra que él no quería perder, como si a cada instante que transcurriera, un aliento de ella se esfumara en el viento...
Otro llamado de mi padre me sobresaltó, por lo que coloqué sobre mis cabellos anillados el sombrero de paja que me regaló mi hermano Johannes cuando éste regresó de su expedición en México y, acarreando el dichoso baúl -que me hacía dar tumbos incluso caminando el línea recta-, descendí escaleras abajo para reencontrarme con un horrendo excursionista amateur vestido con unos amplios pantalones cortos de color crema que contrastaban con aquél par de delgadas y pálidas piernecillas de señorita, calzando unas botas de montaña amarillas que podían verse a leguas y unos altos calcetines blancos que le llegaban a la altura de sus rodillas a conjunto también con su camisa blanca arremangada y dotada con un par de botones desabrochados que le ofrecían un aire si bien apuesto, también descuidado, algo que me chocó por tratarse de quién se trataba, un hombre demasiado acostumbrado a lucir de forma elegante y caballeresca, siempre cuidando el más mínimo detalle de su atuendo. Pero fue al verle con aquél absurdo sombrero campestre lo que me hizo plantearme le opción de buscarle una nueva esposa que cuidara su imagen, creyendo que había perdido la poca cordura de la que gozaba. Así que, sin haberlo previsto, solté una gran carcajada frente a él, haciendo que mi progenitor me mirara cuál loca desatada. Después de semejante salutación paternofilial, me acerqué a él para besar su mejilla y abrazarle por el cuello como hacía desde siempre, rozándole la oreja al susurrarle unos Buenos días, papá para retirarme y ofrecerle unas gafas de sol que le sentaban bien, aunque extraño. En aquella ocasión aguanté la risa para no faltarle al respeto una vez más, pues por muy adorable y risueño que fuera, era mi padre. Tras embadurnarle con crema solar y ponerle varios pañuelos alrededor del cuello y el rostro, guantes para las manos e incluso una capa oscura que pudiera envolverle en caso de emergencia, decidimos que era hora de partir.
El motivo por el que en aquella ocasión habíamos decidido viajar de día era para llegar a nuestro destino de noche, dado que allá dónde nos dirigíamos se encontraba muy, muy lejos de París. Y por todo ello, papá parecía ahora un espantapájaros más que un noble de la realeza nórdica, aunque por supuesto, él viajaría en un carruaje de ventanas tapiadas con maderas y cortinas para evitar que se me achicharrara durante el viaje. Estaba todo fríamente calculado.
Pero entonces, al abrir la puerta de nuestra residencia... algo se nos había pasado por alto.
- Glup.
Abrí de nuevo mi baúl para meter en él un par de trastos más y algo de ropa de abrigo por si por las noches refrescaba en el lugar al que nos dirigíamos ahora. Antes de abandonar mi alcoba con el pesado baúl sobre mis hombros no pude más que distraerme con el reflejo que el espejo me mostraba, extendiendo más aun aquella sonrisa llena de ilusiones y ganas. Y es que bien era cierto que aquél no era el primer viaje que hacía con papá, pero de algún extraño modo, así me lo parecía. Después de la desaparición de mamá, mi padre había quedado tan desconsolado que apenas había recuperado sus ganas a salir de casa, como si en ella quedaran almacenadas todos los recuerdos de Eyra que él no quería perder, como si a cada instante que transcurriera, un aliento de ella se esfumara en el viento...
Otro llamado de mi padre me sobresaltó, por lo que coloqué sobre mis cabellos anillados el sombrero de paja que me regaló mi hermano Johannes cuando éste regresó de su expedición en México y, acarreando el dichoso baúl -que me hacía dar tumbos incluso caminando el línea recta-, descendí escaleras abajo para reencontrarme con un horrendo excursionista amateur vestido con unos amplios pantalones cortos de color crema que contrastaban con aquél par de delgadas y pálidas piernecillas de señorita, calzando unas botas de montaña amarillas que podían verse a leguas y unos altos calcetines blancos que le llegaban a la altura de sus rodillas a conjunto también con su camisa blanca arremangada y dotada con un par de botones desabrochados que le ofrecían un aire si bien apuesto, también descuidado, algo que me chocó por tratarse de quién se trataba, un hombre demasiado acostumbrado a lucir de forma elegante y caballeresca, siempre cuidando el más mínimo detalle de su atuendo. Pero fue al verle con aquél absurdo sombrero campestre lo que me hizo plantearme le opción de buscarle una nueva esposa que cuidara su imagen, creyendo que había perdido la poca cordura de la que gozaba. Así que, sin haberlo previsto, solté una gran carcajada frente a él, haciendo que mi progenitor me mirara cuál loca desatada. Después de semejante salutación paternofilial, me acerqué a él para besar su mejilla y abrazarle por el cuello como hacía desde siempre, rozándole la oreja al susurrarle unos Buenos días, papá para retirarme y ofrecerle unas gafas de sol que le sentaban bien, aunque extraño. En aquella ocasión aguanté la risa para no faltarle al respeto una vez más, pues por muy adorable y risueño que fuera, era mi padre. Tras embadurnarle con crema solar y ponerle varios pañuelos alrededor del cuello y el rostro, guantes para las manos e incluso una capa oscura que pudiera envolverle en caso de emergencia, decidimos que era hora de partir.
El motivo por el que en aquella ocasión habíamos decidido viajar de día era para llegar a nuestro destino de noche, dado que allá dónde nos dirigíamos se encontraba muy, muy lejos de París. Y por todo ello, papá parecía ahora un espantapájaros más que un noble de la realeza nórdica, aunque por supuesto, él viajaría en un carruaje de ventanas tapiadas con maderas y cortinas para evitar que se me achicharrara durante el viaje. Estaba todo fríamente calculado.
Pero entonces, al abrir la puerta de nuestra residencia... algo se nos había pasado por alto.
- Glup.
Kahlan M. Délvheen- Realeza Neerlandesa
- Mensajes : 164
Fecha de inscripción : 09/09/2011
Edad : 32
Localización : El Mundo
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Re: Un juego de niños [PRIVADO]
¡Vamos Key, tesoro! ¡Me están saliendo raíces aquí!
Le indique ya perdiendo la cuenta del tiempo que llevaba esperándole mientras miraba mi figura en un espejo cercano.
No pude evitar reírme complacido con mi extravagante y ridículo look. Tenía que parecer un hombre cualquiera, sencillo, ordinario y con mal gusto. Y al parecer, los pantalones cortos…Parecían dar en el clavo con esa descripción.
Oh si…Todo fuera para pasar desapercibidos en donde la pensaba llevar.
Buenos días mi pequeña. Indique acariciando su mejilla y posando sus cabellos tras su oreja. ¿Has descansado bien? Ella seguía mirándome y sonriendo ante mi aspecto, pese a que pude ver que estaba haciendo grandes esfuerzos por guardar la compostura frente a mi. Estire mis brazos en cruz y di una vuelta delante de ella para que me viera por delante y por detrás.
¿A que estoy horroso? Comente con una sonrisa de oreja a oreja. Ella no parecía entender nada, pero tampoco le iba a explicar aun que estaba tramando.
Ajuste las gafas de sol en el puente de mi nariz. Aunque tengo que reconocer que ha sido mas difícil de lo que crei encajar esta ropa para verme asi. Comente orgulloso de mi hazaña con el vestuario. En mis tiempos de juventud era más fácil, simplemente te calzabas una cota de malla, encima una camisa, unos pantalones de cuero, un tabardo, ajustabas tus botas, tus cinturones y mientras tuvieras un caballo, llegabas al fin del mundo. Jajaja ¡Es cierto!
Indique ante su risa mientras yo tomaba el baul de mi niña para llevárselo a la vez que Sam nos abria la puerta. Pero entonces, nada mas hacerlo el agujero del cañon de una pistola me apunto entre ceja y ceja. Parpadee y ladee la cabeza al contemplar al robusto y bajito hombre que me apuntaba. Su cara era redondeada y provista de una gran papada tan roja como su cara acalorada, y es que su traje de corbata ajustado y apretado, sumado al calor y seguramente a la prisa por la “emboscada” le tenía sudando a chorros. A su lado, cinco hombres mas le acompañaban. Y a unos cuantos metros, rodeando el carruaje otros diez “trajeados” mas.
Buona sera barón.
Hombre, mira a quien tenemos aquí. Zasa, cuanto tiempo, ¿cómo te va?
Deme el mapa.
Chaquee la lengua mientras negaba aun con su pistola señalando mi cara, y con Kahlan a mi lado, aguantando la respiración ante tan inesperada visita. Pose el brazo tras su espalda, acercándole por la cintura hacia mi en un gesto protector.
No se de que mapa me hablas Zasa. Como ves, estamos a punto de ir a dar un paseo. Parlotee mientras aprovechaba para frotar la espalda de Kahlan, deslizando mi mano con suavidad hacia el bolsillo trasero de mi hija, donde deposite el guardapelo mientras ella bajaba la mirada.
¿Y si no te dejo ir a pasear ahora? Indico llevando su grueso dedo al gatillo, ajustándolo para disparar. ¿Y si mejor charlamos con tu amiguita? Indico moviendo la pistola para apuntarle a Kahlan. Momento en que me adelante más que fugaz, para golpear su mano y aprovechar el sobresalto para sujetar su arma, dándole media vuelta para ser yo ahora quien sujetaba la culata de la pistola y le apuntaba a él entre ceja y ceja.
¿PERO COMO TE ATREVES A APUNTARLE A LA CARA A MI HIJA? ¡PEQUEÑA BOLA DE CEBO!
Una cosa era que me apuntaran a mi, y otra que la apuntaran a ella. No había ni punto de comparación.
Los hombres fueron rápidos al sacar sus armas, y los ajustes de los engranajes cuando ajustaron sus gatillos lo fue aun mas. Y es que no tardaron mucho en apuntarnos a los dos. Pero yo era más rápido que un puñado de mafiosos, por lo que mis movimientos fueron veloces, ya que no solo debía sacar a mi niña de ahí, también tenia que darme prisa porque era de dia, y no necesitábamos ni una lluvia de balas, ni yo un bronceado exprés. Por lo que tras sujetar a Kahlan prácticamente en volandas, me deslice con ella haciendo uso de mis rápidos reflejos y movimientos, para subirla a su caballo.
Susurre mentalmente antes de propinarle semejante palmada en el trasero a la bestia, que el purasangre se irguió sobre sus dos patas, relinchando feroz antes de echar a correr al galope con mi hija sobre su lomo,alejandose los dos de las tierras del castillo…
Le indique ya perdiendo la cuenta del tiempo que llevaba esperándole mientras miraba mi figura en un espejo cercano.
No pude evitar reírme complacido con mi extravagante y ridículo look. Tenía que parecer un hombre cualquiera, sencillo, ordinario y con mal gusto. Y al parecer, los pantalones cortos…Parecían dar en el clavo con esa descripción.
Oh si…Todo fuera para pasar desapercibidos en donde la pensaba llevar.
Buenos días mi pequeña. Indique acariciando su mejilla y posando sus cabellos tras su oreja. ¿Has descansado bien? Ella seguía mirándome y sonriendo ante mi aspecto, pese a que pude ver que estaba haciendo grandes esfuerzos por guardar la compostura frente a mi. Estire mis brazos en cruz y di una vuelta delante de ella para que me viera por delante y por detrás.
¿A que estoy horroso? Comente con una sonrisa de oreja a oreja. Ella no parecía entender nada, pero tampoco le iba a explicar aun que estaba tramando.
Ajuste las gafas de sol en el puente de mi nariz. Aunque tengo que reconocer que ha sido mas difícil de lo que crei encajar esta ropa para verme asi. Comente orgulloso de mi hazaña con el vestuario. En mis tiempos de juventud era más fácil, simplemente te calzabas una cota de malla, encima una camisa, unos pantalones de cuero, un tabardo, ajustabas tus botas, tus cinturones y mientras tuvieras un caballo, llegabas al fin del mundo. Jajaja ¡Es cierto!
Indique ante su risa mientras yo tomaba el baul de mi niña para llevárselo a la vez que Sam nos abria la puerta. Pero entonces, nada mas hacerlo el agujero del cañon de una pistola me apunto entre ceja y ceja. Parpadee y ladee la cabeza al contemplar al robusto y bajito hombre que me apuntaba. Su cara era redondeada y provista de una gran papada tan roja como su cara acalorada, y es que su traje de corbata ajustado y apretado, sumado al calor y seguramente a la prisa por la “emboscada” le tenía sudando a chorros. A su lado, cinco hombres mas le acompañaban. Y a unos cuantos metros, rodeando el carruaje otros diez “trajeados” mas.
Buona sera barón.
Hombre, mira a quien tenemos aquí. Zasa, cuanto tiempo, ¿cómo te va?
Deme el mapa.
Chaquee la lengua mientras negaba aun con su pistola señalando mi cara, y con Kahlan a mi lado, aguantando la respiración ante tan inesperada visita. Pose el brazo tras su espalda, acercándole por la cintura hacia mi en un gesto protector.
No se de que mapa me hablas Zasa. Como ves, estamos a punto de ir a dar un paseo. Parlotee mientras aprovechaba para frotar la espalda de Kahlan, deslizando mi mano con suavidad hacia el bolsillo trasero de mi hija, donde deposite el guardapelo mientras ella bajaba la mirada.
¿Y si no te dejo ir a pasear ahora? Indico llevando su grueso dedo al gatillo, ajustándolo para disparar. ¿Y si mejor charlamos con tu amiguita? Indico moviendo la pistola para apuntarle a Kahlan. Momento en que me adelante más que fugaz, para golpear su mano y aprovechar el sobresalto para sujetar su arma, dándole media vuelta para ser yo ahora quien sujetaba la culata de la pistola y le apuntaba a él entre ceja y ceja.
¿PERO COMO TE ATREVES A APUNTARLE A LA CARA A MI HIJA? ¡PEQUEÑA BOLA DE CEBO!
Una cosa era que me apuntaran a mi, y otra que la apuntaran a ella. No había ni punto de comparación.
Los hombres fueron rápidos al sacar sus armas, y los ajustes de los engranajes cuando ajustaron sus gatillos lo fue aun mas. Y es que no tardaron mucho en apuntarnos a los dos. Pero yo era más rápido que un puñado de mafiosos, por lo que mis movimientos fueron veloces, ya que no solo debía sacar a mi niña de ahí, también tenia que darme prisa porque era de dia, y no necesitábamos ni una lluvia de balas, ni yo un bronceado exprés. Por lo que tras sujetar a Kahlan prácticamente en volandas, me deslice con ella haciendo uso de mis rápidos reflejos y movimientos, para subirla a su caballo.
“Yo me encargo. Espérame en el muelle y en una hora estaré allí.”
Susurre mentalmente antes de propinarle semejante palmada en el trasero a la bestia, que el purasangre se irguió sobre sus dos patas, relinchando feroz antes de echar a correr al galope con mi hija sobre su lomo,alejandose los dos de las tierras del castillo…
Jerarld Délvheen- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 476
Fecha de inscripción : 14/08/2011
Edad : 794
Localización : Paseando por el techo de casa...
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Re: Un juego de niños [PRIVADO]
Cuando ya divisaba la silueta de la taciturna ciudad parisina en el horizonte, hice frenar el galope del caballo y detenerlo por un momento, recuperando el aliento perdido con aquella carrera, sin evitar girarme hacia atrás, como si pudiera ver qué era lo que estaba sucediendo en casa con mi padre metido -cómo no- en problemas. Obviamente, tras mis pasos sólo había el camino que ya había recorrido y la vegetación a lado y lado de éste, nada más, y a la vez, mucho más: un mar de dudas que sin duda, me hizo llevar las manos a mi bolsillo para recuperar aquello de lo que me había hecho entrega mi padre con disimulo. Mordiéndome los labios a sabiendas de que aquello era algo que no me concernía...
- ¡Al diablo, con que no me concierne! Papá me ha metido en esto, aunque sea sin querer... Tengo derecho a saber si la razón de que su vida corra peligro vale la pena o no...- pensé en voz alta, desenlazando el cuero para tomar entre mis dedos un manuscrito antiquísimo con unos garabatos que parecían indicar un lugar específico. Un mapa, sin duda. Tragué saliva ruidosamente.- ¿Será este el mapa que lleva a...?
No era momento de conjeturas, sin duda, así que me armé de valor y enrosqué el manuscrito en sí mismo para guardarlo en mi bota derecha, enlazando de nuevo el cuero para fingir que seguía salvaguardando el manuscrito. Quise entonces reprender el camino pero de vuelta a casa cuando por delante, dos caballos con sus respectivos jinetes se dispusieron a cortarme el paso, creyendo que aun anhelaba escapar hacia la ciudad. Por sus trajes y sus rostros triunfales supe que se trataban de los mafiosos que acompañaban a Zasa, sólo que ellos habían sido enviados en mi captura, creyendo -correctamente, cabe añadir-, que yo podría poseer información valiosa sobre aquello que buscaban.
Salté del corcel e hice varios intentos de escapar, queriendo que me atraparan tal y como lo hicieron, aunque no contaba con varios bofetones por parte de uno de ellos, el más grande y salvaje, el Calvo, tal y como lo mencionó su compañero.
Así, me llevaron de nuevo a casa, prisionera de sus zarpas y encarcelada en mis propias preocupaciones. ¿Estaría bien mi padre? Durante el camino, me planteé varias formas de matarlos si descubría que algo malo le había pasado a papá, y lo cierto es que todas ellas eran bastante... estremecedoras. Pero todo ello, las preocupaciones y las ganas de matar desaparecieron momentáneamente cuando pude ver su figura erguida, aunque... humeante. ¡Se estaba calcinando!
Fue algo impulsivo y estúpido por mi parte, pero no dudé en dar al Calvo un fuerte codazo en su vientre que le hizo doblegar y escupir algo de sangre, aprovechando la distracción para correr hacia mi padre sin tener en cuenta que allí habían más hombres, a parte de los tres que le sujetaban, exponiéndole ante al sol ante la divertida sonrisa triunfante de Zasa. La ira se apoderaba de mí por momentos, pero debía tener la cabeza bien fría para arreglar aquél desastre, así que cuando los muros corporales de sus escoltas colapsaron mi avance y mi trasero aterrizó sobre el rocoso paraje, alcé la voz hasta captar la atención del mafioso.
- ¡Yo tengo ese mapa, dejad libre a mi padre y os haré entrega de él!
Pude visualizar aunque de reojo el rostro perturbado de mi padre al escucharme y al verme ahí, indefensa y a merced de aquellos hombres que pronto me levantaron con brutalidad y me acercaron a su jefe, quién me tomó del cuello con fuerza y me alzó del suelo, ahogándome sin que yo pudiera hacer mucho contra sus manazas más que forcejear y forcejear contra el aire, cayéndoseme el cuero enlazado de mi bolsillo, momento en que el hombre me soltó y me lanzó a los pies de mi padre, al que abracé con fuerza. No había tiempo, en cuanto lo desenlazara, Zasa vería el engaño y se cebaría con ambos. Debía pensar algo deprisa mientras cubría a papá del sol, encontrando en uno de sus bolsillos traseros, justo lo que necesitaba... Una daga.
Lo cierto es que no era bélica, no era como mis padres, capaces de hacer eficaces movimientos como atacantes y defensores, pues ellos de algún modo, estaban acostumbrados a una vida agitada, llena de aventuras, de riesgos. Pero yo... ¡no era más que una simple periodista! Ni siquiera tenía sus dones como vampiros, yo era de carne y hueso, una humana tan mortal como una hormiga, sin duda, nada especial. Pero aun así, tenía que intentarlo. Tenía que hacerlo por papá...
Así que me acuclillé con gran rapidez, estirando una de mis piernas y haciendo la zancadilla a uno de los hombres que lo sujetaban, quién cayó escaleras abajo. Llevándome la daga a la boca y con mis manos libres, pude tirar de papá hacia atrás, empujándole contra la fachada principal, llevándose consigo al segundo trajeado que se hallaba tras su figura y que ahora quedó aprisionado contra la pared. De él, estaba segura que se encargaría mi padre mientras yo volvía mi atención hacia el tercero de ellos, quién ahora ya sin el factor sorpresa, tuve que lidiar con la daga entre fugaces movimientos en los que esquivé sus golpes mientras escuchaba las maldiciones que Zasa nos lanzaba al descubrir el embuste. El tercer hombre cayó a mis pies y yo aproveché el momento para clavarle la daga en el talón de Aquiles, rasgándolo para que no pudiera levantarse, lanzando lejos de su alcance su pistola antes de encararme a los otros hombres que subían las gradas dispuestos a terminar su trabajo. Zasa, sin embargo, no quería esperar más para sentenciarnos, así que fui testigo de cómo su dedo morcilloso apretaba el gatillo y la bala salía disparada del cañón, sin tener demasiado tiempo de actuar.
Sólo unos segundos. Unos intensos y largos segundos me separaban de la bala.
- ¡Al diablo, con que no me concierne! Papá me ha metido en esto, aunque sea sin querer... Tengo derecho a saber si la razón de que su vida corra peligro vale la pena o no...- pensé en voz alta, desenlazando el cuero para tomar entre mis dedos un manuscrito antiquísimo con unos garabatos que parecían indicar un lugar específico. Un mapa, sin duda. Tragué saliva ruidosamente.- ¿Será este el mapa que lleva a...?
No era momento de conjeturas, sin duda, así que me armé de valor y enrosqué el manuscrito en sí mismo para guardarlo en mi bota derecha, enlazando de nuevo el cuero para fingir que seguía salvaguardando el manuscrito. Quise entonces reprender el camino pero de vuelta a casa cuando por delante, dos caballos con sus respectivos jinetes se dispusieron a cortarme el paso, creyendo que aun anhelaba escapar hacia la ciudad. Por sus trajes y sus rostros triunfales supe que se trataban de los mafiosos que acompañaban a Zasa, sólo que ellos habían sido enviados en mi captura, creyendo -correctamente, cabe añadir-, que yo podría poseer información valiosa sobre aquello que buscaban.
Salté del corcel e hice varios intentos de escapar, queriendo que me atraparan tal y como lo hicieron, aunque no contaba con varios bofetones por parte de uno de ellos, el más grande y salvaje, el Calvo, tal y como lo mencionó su compañero.
Así, me llevaron de nuevo a casa, prisionera de sus zarpas y encarcelada en mis propias preocupaciones. ¿Estaría bien mi padre? Durante el camino, me planteé varias formas de matarlos si descubría que algo malo le había pasado a papá, y lo cierto es que todas ellas eran bastante... estremecedoras. Pero todo ello, las preocupaciones y las ganas de matar desaparecieron momentáneamente cuando pude ver su figura erguida, aunque... humeante. ¡Se estaba calcinando!
Fue algo impulsivo y estúpido por mi parte, pero no dudé en dar al Calvo un fuerte codazo en su vientre que le hizo doblegar y escupir algo de sangre, aprovechando la distracción para correr hacia mi padre sin tener en cuenta que allí habían más hombres, a parte de los tres que le sujetaban, exponiéndole ante al sol ante la divertida sonrisa triunfante de Zasa. La ira se apoderaba de mí por momentos, pero debía tener la cabeza bien fría para arreglar aquél desastre, así que cuando los muros corporales de sus escoltas colapsaron mi avance y mi trasero aterrizó sobre el rocoso paraje, alcé la voz hasta captar la atención del mafioso.
- ¡Yo tengo ese mapa, dejad libre a mi padre y os haré entrega de él!
Pude visualizar aunque de reojo el rostro perturbado de mi padre al escucharme y al verme ahí, indefensa y a merced de aquellos hombres que pronto me levantaron con brutalidad y me acercaron a su jefe, quién me tomó del cuello con fuerza y me alzó del suelo, ahogándome sin que yo pudiera hacer mucho contra sus manazas más que forcejear y forcejear contra el aire, cayéndoseme el cuero enlazado de mi bolsillo, momento en que el hombre me soltó y me lanzó a los pies de mi padre, al que abracé con fuerza. No había tiempo, en cuanto lo desenlazara, Zasa vería el engaño y se cebaría con ambos. Debía pensar algo deprisa mientras cubría a papá del sol, encontrando en uno de sus bolsillos traseros, justo lo que necesitaba... Una daga.
Lo cierto es que no era bélica, no era como mis padres, capaces de hacer eficaces movimientos como atacantes y defensores, pues ellos de algún modo, estaban acostumbrados a una vida agitada, llena de aventuras, de riesgos. Pero yo... ¡no era más que una simple periodista! Ni siquiera tenía sus dones como vampiros, yo era de carne y hueso, una humana tan mortal como una hormiga, sin duda, nada especial. Pero aun así, tenía que intentarlo. Tenía que hacerlo por papá...
Así que me acuclillé con gran rapidez, estirando una de mis piernas y haciendo la zancadilla a uno de los hombres que lo sujetaban, quién cayó escaleras abajo. Llevándome la daga a la boca y con mis manos libres, pude tirar de papá hacia atrás, empujándole contra la fachada principal, llevándose consigo al segundo trajeado que se hallaba tras su figura y que ahora quedó aprisionado contra la pared. De él, estaba segura que se encargaría mi padre mientras yo volvía mi atención hacia el tercero de ellos, quién ahora ya sin el factor sorpresa, tuve que lidiar con la daga entre fugaces movimientos en los que esquivé sus golpes mientras escuchaba las maldiciones que Zasa nos lanzaba al descubrir el embuste. El tercer hombre cayó a mis pies y yo aproveché el momento para clavarle la daga en el talón de Aquiles, rasgándolo para que no pudiera levantarse, lanzando lejos de su alcance su pistola antes de encararme a los otros hombres que subían las gradas dispuestos a terminar su trabajo. Zasa, sin embargo, no quería esperar más para sentenciarnos, así que fui testigo de cómo su dedo morcilloso apretaba el gatillo y la bala salía disparada del cañón, sin tener demasiado tiempo de actuar.
Sólo unos segundos. Unos intensos y largos segundos me separaban de la bala.
Kahlan M. Délvheen- Realeza Neerlandesa
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