AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Entrega en la noche - Benvolio
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Entrega en la noche - Benvolio
Se dirigió por los pasillos de la catedral, hasta alcanzar el despacho del Monseñor Affre. Golpeó levemente y esperó sentir del otro lado de la gruesa puerta de madera la típica frase de su superior, - adelante – se escuchó, con ese tono característico. Abrió la puerta y apenas asomar la cabeza encontró la figura de un hombre de estatura baja, algo excedido en peso pero con la bondad en su mirada y la sonrisa de compasión en sus labios. Acortó la distancia y dejó que le anciano la abrazara y dejara escapar sus lagrimas – mi querida niña, temí que desaparecieras como tu padre – le reprochó – es que a quien se le ocurre ir a husmear en los archivos del escorial y traer información que puede hacer temblar las bases de importantes familias acaudaladas de Europa - dijo bajando la voz al pensar que aún las paredes escuchan en un lugar tan santo y macabro a la vez, como la sede de la Inquisición en pleno Paris.
Luego de hacerla sentar e insistir en que bebiera una tisana, de la cual apena mojo sus labios, como para no despreciar a su anfitrión, se pasó mas de media mañana hablando del viaje y de lo extremadamente caluroso que era el clima de Madrid y lo misterioso que podía sentirse el Escorial en plena noche cerrada. Luego de todo aquello, el Monseñor le indicó que debía entregar los informes y los documentos extraídos de ése lugar a un hombre de su confianza, alguien que según sus propias palabra, podía estar tranquilo y dejar en manos de él su propia vida – já, ni loca volveré a confiar en nadie y menos en un hombre – se dijo para sí, aunque asintió a cada palabra que el clérigo le decía.
Apenas salir de la Abadia, tomó un coche de alquiler y se dirigió a la biblioteca para seguir su rutina de todos los días. Así se había mantenido lo mas activa, olvidando o intentando olvidar sus penas y la sensación de abandono, tanto de parte de su querido padre, como de el hombre que por una noche creyó amar. A pesar de todo lo que había sufrido, del engaño, de la desesperación, la frustración y hasta el miedo de haber quedado encinta de quien simplemente la había embaucado no lograba olvidar del todo esos ojos, esa sonrisa y sobre todo esa promesa que era para ella como un puñal en mitad del pecho que no podía sacarse. Cerró los ojos, se masajeó los parpados con dos dedos de su mano derecha, debía dejar aquello atrás, al final de cuenta todo había pasado, ni su padre volvería, ni aquellos labios volverían a encenderle la piel. Inspiró profundamente, intentando detener las lagrimas que amenazaban arrasar su vista. La exhalación fue suave y larga, dejando escapar todas las tensiones, recordó que ese era un tipo de respiración que según técnicas antiguas y prohibidas por la santa inquisición, ayudaban a mantener la calma, ademas de poder concentrarse y meditar – eso es cosa del demonio – había escuchado a su superior regañarle, cuando intentó que éste las usara en los momentos que las tensiones lo angustiaban – de seguro son enseñanzas que te inculcó tu padre, yo lo quería pero... podemos decir que era muy particular – se disculpaba cuando le parecía que podía entristecer o enojar a la joven hija de su amigo. Sonrió recordando esas charlas y regaños cargados de cariño tanto hacia el padre como la inquisidora.
Al llegar a su trabajo, se dedicó a completar informes, preparar la documentación que debía entregar esa misma noche, antes de ir a su hogar, - pero no entiendo porque debe hacerse la entrega en plena plaza, suspiró, no podía discutir las ordenes aunque le parecieran descabelladas.- definitivamente, deberían pedirle que se tome unas vacaciones o que se jubile, ya que nuestro querido jefe está un poco entrado en años – caviló mientras consultaba su reloj y guardaba apresurada todos los documentos en un sobre de cuero con cierre de metal. Se sorprendió al ver que la tarde se había esfumado y los primeros faroles de las calles eran encendidos por los encargados del alumbrado. Detuvo a un coche de alquiler y aunque la plaza no distaba tanto de su trabajo, prefirió ir en carruaje, al fin de cuentas los documentos eran de sumo valor y no sería bueno que terminaran en manos de un simple ladrón de carteras, aunque en verdad eso fuera casi imposible porque ella era buena con las armas de fuego y las armas blancas, en su ropaje llevaba escondido un cañón y una daga que podía ser letal para cualquiera que osare hacerle daño.
Se reclinó en el asiento, cerró sus ojos y apenas intentó poner su mente en blanco los ojos azules volvieron a su mente. Frunció el entrecejo, - maldito bastardo, lárgate de mis pensamientos – dijo en voz alta, a lo que el chófer que no logró escuchar bien preguntó – ¿dijo algo la señorita? ¿desea cambiar el destino del viaje? - , a lo que Leire se apresuró a decir que no se preocupara que todo estaba bien y que prosiguiera a donde ya le había dicho. Todo el resto del camino se la pasó enfurruñada, perdida la mirada en los arboles, los carruajes y las personas que caminaban por las aceras. Sus brazos cruzados en su pecho, el señor fruncido, la mueca de desagrado en su rostro, todo indicaba que el maldito fantasma seguía rondando sus pensamientos.
Luego de hacerla sentar e insistir en que bebiera una tisana, de la cual apena mojo sus labios, como para no despreciar a su anfitrión, se pasó mas de media mañana hablando del viaje y de lo extremadamente caluroso que era el clima de Madrid y lo misterioso que podía sentirse el Escorial en plena noche cerrada. Luego de todo aquello, el Monseñor le indicó que debía entregar los informes y los documentos extraídos de ése lugar a un hombre de su confianza, alguien que según sus propias palabra, podía estar tranquilo y dejar en manos de él su propia vida – já, ni loca volveré a confiar en nadie y menos en un hombre – se dijo para sí, aunque asintió a cada palabra que el clérigo le decía.
Apenas salir de la Abadia, tomó un coche de alquiler y se dirigió a la biblioteca para seguir su rutina de todos los días. Así se había mantenido lo mas activa, olvidando o intentando olvidar sus penas y la sensación de abandono, tanto de parte de su querido padre, como de el hombre que por una noche creyó amar. A pesar de todo lo que había sufrido, del engaño, de la desesperación, la frustración y hasta el miedo de haber quedado encinta de quien simplemente la había embaucado no lograba olvidar del todo esos ojos, esa sonrisa y sobre todo esa promesa que era para ella como un puñal en mitad del pecho que no podía sacarse. Cerró los ojos, se masajeó los parpados con dos dedos de su mano derecha, debía dejar aquello atrás, al final de cuenta todo había pasado, ni su padre volvería, ni aquellos labios volverían a encenderle la piel. Inspiró profundamente, intentando detener las lagrimas que amenazaban arrasar su vista. La exhalación fue suave y larga, dejando escapar todas las tensiones, recordó que ese era un tipo de respiración que según técnicas antiguas y prohibidas por la santa inquisición, ayudaban a mantener la calma, ademas de poder concentrarse y meditar – eso es cosa del demonio – había escuchado a su superior regañarle, cuando intentó que éste las usara en los momentos que las tensiones lo angustiaban – de seguro son enseñanzas que te inculcó tu padre, yo lo quería pero... podemos decir que era muy particular – se disculpaba cuando le parecía que podía entristecer o enojar a la joven hija de su amigo. Sonrió recordando esas charlas y regaños cargados de cariño tanto hacia el padre como la inquisidora.
Al llegar a su trabajo, se dedicó a completar informes, preparar la documentación que debía entregar esa misma noche, antes de ir a su hogar, - pero no entiendo porque debe hacerse la entrega en plena plaza, suspiró, no podía discutir las ordenes aunque le parecieran descabelladas.- definitivamente, deberían pedirle que se tome unas vacaciones o que se jubile, ya que nuestro querido jefe está un poco entrado en años – caviló mientras consultaba su reloj y guardaba apresurada todos los documentos en un sobre de cuero con cierre de metal. Se sorprendió al ver que la tarde se había esfumado y los primeros faroles de las calles eran encendidos por los encargados del alumbrado. Detuvo a un coche de alquiler y aunque la plaza no distaba tanto de su trabajo, prefirió ir en carruaje, al fin de cuentas los documentos eran de sumo valor y no sería bueno que terminaran en manos de un simple ladrón de carteras, aunque en verdad eso fuera casi imposible porque ella era buena con las armas de fuego y las armas blancas, en su ropaje llevaba escondido un cañón y una daga que podía ser letal para cualquiera que osare hacerle daño.
Se reclinó en el asiento, cerró sus ojos y apenas intentó poner su mente en blanco los ojos azules volvieron a su mente. Frunció el entrecejo, - maldito bastardo, lárgate de mis pensamientos – dijo en voz alta, a lo que el chófer que no logró escuchar bien preguntó – ¿dijo algo la señorita? ¿desea cambiar el destino del viaje? - , a lo que Leire se apresuró a decir que no se preocupara que todo estaba bien y que prosiguiera a donde ya le había dicho. Todo el resto del camino se la pasó enfurruñada, perdida la mirada en los arboles, los carruajes y las personas que caminaban por las aceras. Sus brazos cruzados en su pecho, el señor fruncido, la mueca de desagrado en su rostro, todo indicaba que el maldito fantasma seguía rondando sus pensamientos.
Emilie De Azcoitia- Humano Clase Alta
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Localización : Paris - Francia
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Re: Entrega en la noche - Benvolio
Otra noche más.
Parecía que no había hecho estragos desde la otra noche. Ni la iglesia parecía estar aun en su contra. Se había sabido que aquellos que tocaron a su hija no era en realidad de la inquisición, sino, exiliados del perdón de Dios y de lo que significaba trabajar con honor para la inquisición. Más, él era espía y le habían encomendado otro trabajo. Recoger un informe que alguien le entregaría. Quien fuera, le esperaría sentado en un banco, en el centro de la plaza.
Contraseña: La noche está fría.
¿La respuesta a ello? Si le respondían “hace frío” entonces es que era su persona.
Esperó que no omitiera ese detalle su informador o aquel que tuviera que darle algún tipo de información. Estaba por no ir, pero después pensó en su princesa, en aquella persona que vivía con el en aquella inmensa mansión. Tenía dinero, el suficiente para no trabajar pero no podía estar de holgazán y tenia igualmente que traer dinero a casa. Entonces no por eso iría, sino porque también quería acabar con esto antes. Tenía sorpresas para su hija, sorpresas en el que solo estarían ellos dos.
Mas, el futuro se puede alterar, es como una pagina en blanco en el que se debe escribir con el caminar en la vida de uno. Por primera vez, desde que ya no estaba Marie a su lado, no deseaba alejarse de su primogénita, de la única que heredaría algún día toda su fortuna y esperaría que todo fuera sobre ruedas. Ojalá ella pudiera tener un final feliz. Ojalá pudiera convertirse en lo que siempre quiso….Una mujer.
Al margen de todo lo que tenía en mente, tendría que ser puntual. El carruaje que lo estaba transportando hasta el punto de encuentro, parecía tomarse su tiempo hasta que de repente, pararon insitu en mitad de la plaza. Una plaza que estaba desierta, un solo banco y estaba ocupado por lo que parecía una mujer de cabellos dorados, apagados por la noche y que la luna no la estaba dando en todo su esplendor. Benvolio dejo de mirar a través de la ventana del carruaje, no supo que tenia que hacer, mas lo averiguaría en cuanto se sentara en el banco. Salió del carruaje, mostrando su porte elegante conforme posaba la punta de su bastón sobre los adoquines de piedra, andando mientras la suave brisa de la noche acariciaba la cola de su enorme capa oscura, dirigiéndose hacia el punto de encuentro, sentándose sobre el banco, quedándose al lado de aquella mujer que no parecía tener ganas de estar ahí.
Mejor para los dos. Se iría antes de lo esperado.
Parecía que no había hecho estragos desde la otra noche. Ni la iglesia parecía estar aun en su contra. Se había sabido que aquellos que tocaron a su hija no era en realidad de la inquisición, sino, exiliados del perdón de Dios y de lo que significaba trabajar con honor para la inquisición. Más, él era espía y le habían encomendado otro trabajo. Recoger un informe que alguien le entregaría. Quien fuera, le esperaría sentado en un banco, en el centro de la plaza.
Contraseña: La noche está fría.
¿La respuesta a ello? Si le respondían “hace frío” entonces es que era su persona.
Esperó que no omitiera ese detalle su informador o aquel que tuviera que darle algún tipo de información. Estaba por no ir, pero después pensó en su princesa, en aquella persona que vivía con el en aquella inmensa mansión. Tenía dinero, el suficiente para no trabajar pero no podía estar de holgazán y tenia igualmente que traer dinero a casa. Entonces no por eso iría, sino porque también quería acabar con esto antes. Tenía sorpresas para su hija, sorpresas en el que solo estarían ellos dos.
Mas, el futuro se puede alterar, es como una pagina en blanco en el que se debe escribir con el caminar en la vida de uno. Por primera vez, desde que ya no estaba Marie a su lado, no deseaba alejarse de su primogénita, de la única que heredaría algún día toda su fortuna y esperaría que todo fuera sobre ruedas. Ojalá ella pudiera tener un final feliz. Ojalá pudiera convertirse en lo que siempre quiso….Una mujer.
Al margen de todo lo que tenía en mente, tendría que ser puntual. El carruaje que lo estaba transportando hasta el punto de encuentro, parecía tomarse su tiempo hasta que de repente, pararon insitu en mitad de la plaza. Una plaza que estaba desierta, un solo banco y estaba ocupado por lo que parecía una mujer de cabellos dorados, apagados por la noche y que la luna no la estaba dando en todo su esplendor. Benvolio dejo de mirar a través de la ventana del carruaje, no supo que tenia que hacer, mas lo averiguaría en cuanto se sentara en el banco. Salió del carruaje, mostrando su porte elegante conforme posaba la punta de su bastón sobre los adoquines de piedra, andando mientras la suave brisa de la noche acariciaba la cola de su enorme capa oscura, dirigiéndose hacia el punto de encuentro, sentándose sobre el banco, quedándose al lado de aquella mujer que no parecía tener ganas de estar ahí.
Mejor para los dos. Se iría antes de lo esperado.
Benvolio D'Argouges- Inquisidor Clase Alta
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Re: Entrega en la noche - Benvolio
Suspiró, había llegado a tiempo, pero no encontró al supuesto contacto, - tal vez mi reloj estará adelantado – pensó algo fastidiada, desde hacía unas noches o mejor dicho desde su vuelta a París tras el viaje a España, sentía que era asechada. Cada vez que salía a un lugar, un sentimiento de ser vigilada la asaltaba. - Será mi imaginación, quien y porqué me estaría siguiendo – se contestó ella misma – nadie sabe que traes estos papeles, ni que eres la hija de Rasmus... además no has vuelto a saber de... - resopló mientras su vista encontraba el banco vacío a esa hora de la noche y se encaminaba a sentarse en éste, intentando sacar de su cabeza al hombre rubio que había trastocado su vida en una noche y desaparecido en la mañana. - si supiera que... - sonrió con tristeza – ba... no creo que le hubiera interesado en nada – caviló mientras llegaba al lugar elegido.
Se sentó, con un poco de dificultad, es que aquellas fajas que apretaban su vientre ademas del corsé, la hacían estar muy incómoda, solo deseaba volver a su hogar, poder sacar todo aquel envoltorio y dejar su el vientre libre y distendido. - nadie se ha dado cuenta... por ahora... Leire eres muy astuta – meditó, sonriendo contenta por haber encontrado la forma de cubrir su secreto – nadie debe sospechar, no quiero que por ésto me mantengan encerrada tras un escritorio, menos que crean que por estar... así... soy menos eficiente en mi nuevo trabajo – se removió en el banco intentando que un calambre no la mortificara mas.
No tuvo que esperar mucho mas, apenas había terminado de acomodarse, un coche se dirigió directamente a donde ella se encontraba y al detenerse, la portezuela se abrió. Un hombre, elegantemente vestido, de facciones delicadas, delgado pero que se notaba que su cuerpos era esbelto, se acercó a ella. Le cubría todo su atuendo una enorme capa que le daba un aire de misterio y usaba un bastón, aunque se notaba que no lo necesitara para movilizarse, mas bien, era una parte de su atuendo de hombre de clase acomodada. Su piel tan blanca como la del mármol, hizo que Leire se mantuviera alerta, no era un hombre común y corriente, no necesitaba que nadie le dijera que aquel extraño era un sobrenatural . Levantó su vista hasta contemplar sus ojos. No por tener ahora cierta aprensión a los hombres, dejaría la cortesía o el protocolo, o dejaría de intentar ver el alma de las personas en la mirada, como le habían enseñado, y menos cuando todo ésto se trataba de una simple reunión de trabajo, - si es que éste individuo es el contacto que estoy esperando – se dijo algo fastidiada, ya quería entregar los documentos y llegar a su hogar.
El extraño tomó asiento a su lado en el mismo banco, ella lo miró de soslayo, pero todavía no hablaba – vamos, di la frase... di la contraseña – pensó mientras intentaba que su rostro no mostrara el disgusto de estar allí en mitad de la noche, con un total extraño y para colmo hombre. Se re acomodó en el asiento, apoyando la espalda en el respaldo y mirando a donde había quedado el coche, esperando, seguramente al misterioso caballero. Suspiró, ¿debía ella ser la primera en hablar? Eso la inquisidora no lo sabía, solo le habían informado la contraseña, la persona le diría – la noche está fría – a lo que ella contestaría – hace frio – volvió a suspirar, - ¿a quien se le ocurriría, en pleno verano, usar una contraseña tan llamativa? – se, tocó el puente de la nariz y volvió a suspirar – ¿porque tiene que darme este sopor justo ahora? - maldijo por lo bajo, pensando en todos los cambios que se habían dado en su vida en tan solo tres meses.
Pues bien, estaba allí, sentada a mitad de una plaza desierta y con un hombre desconocido a su lado, giró suavemente su cabeza hasta contemplarlo, sus facciones parecían mas bellas de cerca, pero a la vez mucho mas duras, sonrió algo insegura y nerviosa, esperaba que en verdad aquel sujeto fuera su contacto.
Se sentó, con un poco de dificultad, es que aquellas fajas que apretaban su vientre ademas del corsé, la hacían estar muy incómoda, solo deseaba volver a su hogar, poder sacar todo aquel envoltorio y dejar su el vientre libre y distendido. - nadie se ha dado cuenta... por ahora... Leire eres muy astuta – meditó, sonriendo contenta por haber encontrado la forma de cubrir su secreto – nadie debe sospechar, no quiero que por ésto me mantengan encerrada tras un escritorio, menos que crean que por estar... así... soy menos eficiente en mi nuevo trabajo – se removió en el banco intentando que un calambre no la mortificara mas.
No tuvo que esperar mucho mas, apenas había terminado de acomodarse, un coche se dirigió directamente a donde ella se encontraba y al detenerse, la portezuela se abrió. Un hombre, elegantemente vestido, de facciones delicadas, delgado pero que se notaba que su cuerpos era esbelto, se acercó a ella. Le cubría todo su atuendo una enorme capa que le daba un aire de misterio y usaba un bastón, aunque se notaba que no lo necesitara para movilizarse, mas bien, era una parte de su atuendo de hombre de clase acomodada. Su piel tan blanca como la del mármol, hizo que Leire se mantuviera alerta, no era un hombre común y corriente, no necesitaba que nadie le dijera que aquel extraño era un sobrenatural . Levantó su vista hasta contemplar sus ojos. No por tener ahora cierta aprensión a los hombres, dejaría la cortesía o el protocolo, o dejaría de intentar ver el alma de las personas en la mirada, como le habían enseñado, y menos cuando todo ésto se trataba de una simple reunión de trabajo, - si es que éste individuo es el contacto que estoy esperando – se dijo algo fastidiada, ya quería entregar los documentos y llegar a su hogar.
El extraño tomó asiento a su lado en el mismo banco, ella lo miró de soslayo, pero todavía no hablaba – vamos, di la frase... di la contraseña – pensó mientras intentaba que su rostro no mostrara el disgusto de estar allí en mitad de la noche, con un total extraño y para colmo hombre. Se re acomodó en el asiento, apoyando la espalda en el respaldo y mirando a donde había quedado el coche, esperando, seguramente al misterioso caballero. Suspiró, ¿debía ella ser la primera en hablar? Eso la inquisidora no lo sabía, solo le habían informado la contraseña, la persona le diría – la noche está fría – a lo que ella contestaría – hace frio – volvió a suspirar, - ¿a quien se le ocurriría, en pleno verano, usar una contraseña tan llamativa? – se, tocó el puente de la nariz y volvió a suspirar – ¿porque tiene que darme este sopor justo ahora? - maldijo por lo bajo, pensando en todos los cambios que se habían dado en su vida en tan solo tres meses.
Pues bien, estaba allí, sentada a mitad de una plaza desierta y con un hombre desconocido a su lado, giró suavemente su cabeza hasta contemplarlo, sus facciones parecían mas bellas de cerca, pero a la vez mucho mas duras, sonrió algo insegura y nerviosa, esperaba que en verdad aquel sujeto fuera su contacto.
Emilie De Azcoitia- Humano Clase Alta
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Re: Entrega en la noche - Benvolio
La risa no pudo evitar sacarla de su cuerpo. Se sentía como un parvulario diciendo contraseñas como para entrar a un castillo de arena o simplemente teniendo en cuenta de que estaban actuando con demasiados rodeos. La mujer que tenía al lado, era la persona que tenía que ver, era la persona a la que tenía que ver para poder recoger un paquete o una información para una misión que le habían encomendado – Deme lo que tenga para mí y acabemos cuanto antes….-Dijo no malhumorado sino que tenía algo de prisa por volver a su casa. No es que estuviera tenso o preocupado por su hija, pero no quería que se la volvieran a llevar.
Ya se había él asegurado de que nadie pudiera entrar a hacer una visita sorpresa o que pudiera pasar cosas inesperadas. Él era un vampiro, si, pero a pesar de eso, si él no lo había hecho, entonces es que algo se movía alrededor. A veces sentía una presencia conocida pero demasiado sólida para que fuera un fantasma y no, no era su hija. Mara tenía un aura dócil pero carmesí del puro dolor que ha sentido en sus años inmortales. El aura que sentía Benvolio, era cálido y conocido, pero no podía ligarlo a ningún rostro conocido ya hubiera sido en el pasado o hace poco.
Él se encontraba con una desconocida ya que siempre la había visto de lejos detrás de aquel escritorio. La notaba ligada a una conocida que antaño conoció. Recordando a Galia, recordó la vez que la vio en el hotel, aquella vez que la beso y que le robo su primer beso…tan pura y virginal era que no la toco y la dejo ir con su virtud intacta. Después de varios días fue buscándola por todo Paris pero no tuvo éxito, sintiéndose mal por ello y teniendo que volver a decirle a Mara que no tendría una madre, que él seguiría ocupándose de ella. Mara necesitaba una imagen maternal.
No crecería más, pero no la iba a tener siempre jugando con sus antiguos caballos de madera y los soldaditos que tallo para ella, o que se comportara a veces como un crio de diez años. No la criticaba, pero intentaba inculcarle al menos lo que una dama debería hacer, como vestirse pero Benvolio admitía, que por muy rico y atractivo que fuera, tenía cero intuiciones para hacer peinados. Con suerte, aprendió a hacer el moño que la otra noche llevo Mara pero no iba más allá de eso.
Observo el semblante de su acompañante y solamente sonrió con suavidad – Disculpe… ¿Me escucho? –Pregunto con cuidado, permitiéndose a si mismo hacerse el listo – Creo tener algo de prisa a no ser que tenga algo para mi…-acerco sus labios al odio ajeno – A no ser que usted quiera ser mordida….-Dijo con lentitud, alejándose de aquel pálido oído en el que susurro aquellas palabras, acariciando el vientre ajeno del que él sabía de qué estaba en cinta – Estoy en contra de que las mujeres en cinta usen corsé…-susurro en bajo para que solamente ambos fueran oyentes testigos de sus palabras, sintiéndose libre de acercarse un poco más a la afortunada que le había tocado sufrir en silencio el calvario que le caía encima.
Ya se había él asegurado de que nadie pudiera entrar a hacer una visita sorpresa o que pudiera pasar cosas inesperadas. Él era un vampiro, si, pero a pesar de eso, si él no lo había hecho, entonces es que algo se movía alrededor. A veces sentía una presencia conocida pero demasiado sólida para que fuera un fantasma y no, no era su hija. Mara tenía un aura dócil pero carmesí del puro dolor que ha sentido en sus años inmortales. El aura que sentía Benvolio, era cálido y conocido, pero no podía ligarlo a ningún rostro conocido ya hubiera sido en el pasado o hace poco.
Él se encontraba con una desconocida ya que siempre la había visto de lejos detrás de aquel escritorio. La notaba ligada a una conocida que antaño conoció. Recordando a Galia, recordó la vez que la vio en el hotel, aquella vez que la beso y que le robo su primer beso…tan pura y virginal era que no la toco y la dejo ir con su virtud intacta. Después de varios días fue buscándola por todo Paris pero no tuvo éxito, sintiéndose mal por ello y teniendo que volver a decirle a Mara que no tendría una madre, que él seguiría ocupándose de ella. Mara necesitaba una imagen maternal.
No crecería más, pero no la iba a tener siempre jugando con sus antiguos caballos de madera y los soldaditos que tallo para ella, o que se comportara a veces como un crio de diez años. No la criticaba, pero intentaba inculcarle al menos lo que una dama debería hacer, como vestirse pero Benvolio admitía, que por muy rico y atractivo que fuera, tenía cero intuiciones para hacer peinados. Con suerte, aprendió a hacer el moño que la otra noche llevo Mara pero no iba más allá de eso.
Observo el semblante de su acompañante y solamente sonrió con suavidad – Disculpe… ¿Me escucho? –Pregunto con cuidado, permitiéndose a si mismo hacerse el listo – Creo tener algo de prisa a no ser que tenga algo para mi…-acerco sus labios al odio ajeno – A no ser que usted quiera ser mordida….-Dijo con lentitud, alejándose de aquel pálido oído en el que susurro aquellas palabras, acariciando el vientre ajeno del que él sabía de qué estaba en cinta – Estoy en contra de que las mujeres en cinta usen corsé…-susurro en bajo para que solamente ambos fueran oyentes testigos de sus palabras, sintiéndose libre de acercarse un poco más a la afortunada que le había tocado sufrir en silencio el calvario que le caía encima.
Benvolio D'Argouges- Inquisidor Clase Alta
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