La entrega ❀ Libre

por **Massima Fioravante** Vie Jul 18, 2014 5:11 pm

Vio un reflejo vago de su persona en la vitrina principal de la florería. Inspiró profundamente, como llenándose de valor y así partir de una vez.

Faltaba algo así como quince minutos para las cinco de la tarde, horario en el que había sido acordado que el envío arribaría a su destino. Sus pasos eran agiles, sobre todo en aquellas zapatillas oscuras que apenas contaban con un leve taco, algo que hacía a tal calzado mucho más cómodos que otros zapatos taconados, mas abocados a las clases pudientes. Y Massima no era parte de ellas.

Noventa minutos, eso fue lo que le tomó escoger las flores, las hojas y los lazos para confeccionar aquel arreglo floral que en la mañana un cliente había venido a solicitarle a la dueña del negocio. Massima observo los apuntes, datos que el cliente ofrecía para así poder acercarse más a sus gustos. Después de todo, la imaginación de la italiana debía condicionarse siempre por el gusto de aquel o aquella a quien fuese a servir. Sus manos trabajan sin límites, pero no tanto así su mente. De todas formas lo importante era la paga al fin del día; en esos días, para ella valía más el comer que el pensar.

Envuelto por su brazo derecho, el arreglo avanzaba junto a su creadora. Los blancos jazmines, entremezclados con otras flores de tonalidades variadas desplegaban a su paso ese aroma inconfundible, atrapante para todo olfato que se cruzase con aquella creación. La primavera misma residía en aquellos pétalos vivaces y estratégicamente abiertos por las delicadas y pequeñas manos de su manipuladora.

El perfecto balance entre el accionar de la mujer y la naturaleza vivía en aquel arreglo floral. Y más de un par de ojos lo notaron. Más de un par de narices lo percibieron. Solo era su corazón el que no podía ver la majestuosidad que había creado para alguien más. Su alma para ese entonces estaba tan decaída como los sus parpados, que apenas dejaban ver el precioso verde de sus ojos.

Llego a la residencia. La dirección había sido descrita con suma precisión. La puerta había sido lustrada hacia muy poco. Se sentía sumamente lisa y suave al tacto. Se percibía brillante y pulida a la vista. Siempre le había gustado la prolijidad, pues la pulcritud a veces hablaba mucho de las personas.

Tomo la manijilla de hierro y la golpeo tres veces; la misma pausa entre golpe y golpe. El mismo resonar repetido por tres, como un eco pero conteniendo la misma sonoridad en cada repetición.
Acaricio sus cabellos más como un acto reflejo que de preocupación por su estado tras tanto caminar. Vestía de tonos grises. Telas sencillas, sin mucha gracia, tal cual su rostro para ese momento. Le importaba poco y nada, después de todo estaba allí solamente porque su patrona no había podido entregar el encargue por complicaciones con otros asuntos que le suplicaban más tiempo del debido. La excepción le había yacer allí, no el interés.

Relamió sus labios cuando finalmente sus oídos se hicieron con el sonido de la llave adentrándose a la cerradura. Del giro del cerrojo. De una persona que pudiese recibir aquel adorno deleitante para todos los sentidos.

por **Carolina Van de Valley** Mar Jul 22, 2014 11:31 am

Una exhalación ahogada. Abrí los ojos de pronto y lo único que percibí a mi alrededor era oscuridad. Por un momento, me sentí desorientada. Toda aquella negrura parda me desconcertó. Mis manos frías descansaban sobre mi pecho, y mis ojos podían percibir una superficie demasiado próxima a mi, como si fuera a aplastarme en cualquier momento. ¿Dónde estaba? Ah, sí. Estaba muerta y aquel era mi ataúd.

Deslicé con suavidad mis manos a los dos lados del costado. ¿Era posible que el día hubiera pasado tan rápido ya? Con un poco de fuerza, conseguí abrir el féretro. La ligera claridad de la habitación apagada ayudaron a mis ojos a aclimatarse. Las cortinas estaban todas corridas, salvo por un pequeño resquicio por el que se colaba algo de luz. Todavía era de día, pero alguien había llamado a la puerta. De eso estaba segura. ¿Cómo si no me habría despertado de mi letargo diurno?

Me acicalé un poco. Peiné mis bucles dorados recogidos con pinzas de perlas y limpié las comisuras de mis labios. Todavía quedaban algunos rastros de sangre de la noche anterior. Me envolví en la fina tela del batín de seda y me encaminé hacia la puerta.

Antes de nada, miré por la mirilla. Esta me devolvió la imagen de una muchacha de rasgos extranjeros que traía un paquete consigo. Pensé que debía haberse equivocado, pero luego cavilé. ¿Y si era algo importante? ¿Y si era un mensaje de Oscar para comunicarme que había encontrado algo importante relativo al piano? Saqué la llave y abrí despacio. No pasé del umbral de la puerta, pues aquello habría sido mortal para mi. Refugiada en las traslúcidas sombras, imaginé que debía parecer más bien una aparición somnolienta para aquella muchacha. La imagen de la entrada hacia dentro de mi modesto apartamento era todo un cuadro oscuro. Con las cortinas cerradas y las luces apagadas aquello parecía una entrada a una cueva. O la morada de un monstruo. Tal vez esto último no andaba del todo desencaminado.

-¿Puedo ayudarla en algo? -pregunté en francés con algunos rasgos de mi idioma natal que no había aprendido a perfilar. Mi voz sonó algo trémula, presa, todavía, de un reposo alterado. Si no era nada importante, podría despachar a la joven en seguida y continuar con el sueño de la bestia.

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