Retazos de lo que una vez fue vida. [LIBRE]

Recuerdos hechos cenizas, lágrimas embotelladas, sonrisas congeladas y penetrantes miradas que no dicen nada...

Sonaba la triste y suave melodía de una antigua caja de música, era lo único realmente apreciable aquella noche. Una melodía que incitaba a imaginar y rememorar historias en la oscuridad, miras a cada rincón del lugar en busca de su origen pero no consigues deducir nada concreto, la ausencia de personas es notoria y eso, en cierto modo, tranquiliza.

Desde la entrada es difícil intentar deducir cuántas barracas hay en este circo, todas diferentes, algunas de ellas construidas con fragmentos de distintas telas, lo cual las hace más especiales y llamativas. Al fondo, una inmensa capa que llega hasta dónde la vista no, rodeada de toscas atracciones, dibujos hechos a mano y pincel, esculturas desproporcionadas pero vistosas, grandes letreros y un penetrante olor a incienso y calcinado carbón.
Para ella, esto era lo más parecido a una feria ambulante; era su sitio de paz, dónde conseguía abandonar pensamientos y aislarse, desatender a sus instintos, ser un alma perdida más, por momentos... cortos, pero intensos.

Ataviada con uno de sus lujosos vestidos de color negro, cabello suelto y su fiel amigo el labial carmín se paseaba por la arena al compás de la perdida armonía, sosiega y poética, preguntándose dónde es que su musa había huido. En sus labios aún permanecía la última gota de vida arrebatada a algún despistado ser humano, roja y resplandeciente, casi tanto como sus ojos. Para Dasha la existencia mortal carece de importancia, o eso se dice a sí misma. La vida de las personas es insignificante comparada con la suya, tan eternamente eterna. Disfrazada y oculta en su interior aún existe una pequeña llama de humanidad, es por eso que vuelve a este lugar y una otra vez, con la intención de que no se apague por completo, pues un vampiro sin humanidad no es más que un monstruo.

Tomó con delicadeza la falda de su traje, evitando que esta rozase el suelo al subir en un desusado tiovivo. Era de madera, una no muy robusta, quizá por eso no solía ser muy concurrido. A su lado, un enclenque gato gris medio ciego que pertenecía a algún gitano pero que prefería pasar las noches junto a la muchacha no tan joven.

-Vaya, vaya... parece que hoy tenemos compañía, minino.- Susurró al visualizar una figura a lo lejos, curada de espantos y sin temor a quién fuese. La música cesó, el frío ahora parecía más intenso, pero la mujer permaneció sentada sobre aquel mustio caballo, con una afilada sonrisa entre colmillo y colmillo.

Tras el viejo invierno se retirase a dormir, las noches parisienses volvían a llenarse con transeúntes nocturnos. Desde nostálgicos sin dirección, hasta pensadores que se refugiaban en la oscuridad de la noche para delirar libremente, plagado de artistas que buscaban, entre las estrellas y alcohol, alguna musa extraviada.  Belial no pertenecía a ninguno de aquellos grupos y sin embargo reunía todas las características para formar parte de cualquiera de ellos. Con cada paso que daba, atesoraba la forma en la que el viento encendía sus mejillas con un suave color ruby aun cuando era incapaz de causarle dolor y solo se volvía un triste remedo de los vendavales que azotaban Rumania en esta época del año. Sonrió mientras se dejaba guiar por sus pies a ningún lugar y su mente se envolvía en asuntos demasiado complicados y aburridos para relatarlos. Sin darse cuenta o quizás sin importarle, se iba alejando del caso céntrico de París para internarse en el silencio de los barrios periféricos los cuales pronto hubiera dejado atrás de no ser por un sonido, sutil y harmonico que logro atravesar todas sus cavilaciones hasta llegar a su alma

Dicen que las música calma a las bestias

Con curiosidad desvió su camino hacia el circo gitano que se encontraba inusualmente silencioso.  En otra situación esto le hubiera generado dudas, se hubiera preguntado por alguna trampa pero la música la guiaba y envolvía su mente en una blanca seda tan suave y cegadora que quitársela seria una locura. Sonrió para si al darse cuenta que estaba permitiéndole, a quien fuera,  atraparla con unas notas simples que un crio podría replicar con unas pocas clases. Quizás fuera eso, la inocencia de la tonada, la belleza de lo simple en un mundo que no se detenía, que se retorcía en cambios sociales e ideológicos. Era la luz de las hadas que las niñas tanto buscaban sin saber de la crueldad de las mismas, era siempre ese ambivalencia; Lo frágil no podía persistir en un mundo que comenzaba a asediarse por las maquinas. Conseguirlo significaba matar su inocencia, miles de ejemplos podrian encontrarse en las calles de la ciudad de las luces luciendo trapos harapientos por ropas sobre sus congelados huesitos a los que se empujaba hacia el hurto y asesinato de sus prójimos para subsistir. Subsistir y nada mas

Esa música era la tonada de la inocencia que moría, la fragilidad estallando en la cruda realidad.

Se detuvo a unos metros de un viejo carrusel donde reposaba una figura elegante que parecía brillar con un halo espectral. Muchos la hubieran confundido con un santo o una virgen inmaculada pero la licantropa sabía que se trataba simplemente del reflejo de su pálida piel y que la luna –o el sol, si quisieras- era quien se llevaba todo el crédito.  Esperaba que la vampireza tuviera el agrado de agradecer a la música que su putrefacto corazón siguiera en su pecho, no quería arruinar el camino de notas con los estridentes alaridos que en una noche normal le hubiera arrancado. Siguio caminando, observando el lugar tan pintoresco pero apagado, sabía que los humanos dormían ignorantes de los sobrenaturales que deambulaban en sus terrenos y sin embargo, el ambiente era uno de total abandono . Era el efecto que tenia el frio y la oscuridad que las rodeaba. Se acercaba sin interesarse por la forma en que su vestido, de telas rígidas y de un color borgoña, acariciaba el suelo levantando el polvo. Las últimas notas murieron, sus pasos se detuvieron y el silencio se adueño del lugar -¿No podia dormir, madame? – dijo con sarcasmo tras unos segundos, dejando ver sus propios colmillos al hablar como una muda amenaza