Algo inesperado y poco pensado [Vayne Mercury]

por **Constance A. Zaïre** Mar Jul 15, 2014 8:49 pm

Noche hermosa con estrellas que alumbran el cielo nocturno, una pequeña damita es tirada de las manos y las faldas de su vestido por unas manitas pequeñas que entre risas llevan a su cuidador hasta el parque de diversiones, los padres de los pequeños angelitos sonríen al ver como la cuentista se lleva a los retoños a uno de los juegos mecánicos subiéndolos uno a uno con una beso cálido en la frente para luego ella bajar y solo observarlos para saludarles con la mano desde donde los admira.

Poco a poco las horas van pasando y los niños agradecen a su protectora el haberles el haber pasado con ellos aquella noche, solo queda una pequeña que había venido con la jovencita del orfanato donde vive la pequeña de rulos rubios que le tomaba la mano mirando el algodón de azúcar y unas manzanas acarameladas, la castaña al verle con ese deseo fue a comprar dándole los dulces a la pequeña.

El viento agitado movía las prendas y cabellos de los presentes por lo que la joven dama tuvo que tomar a la niña en brazos cargándola para que no sintiera frío –Sabes pequeña esto no se puede enterar la madre superiora y la dueña del lugar o si no, no podría volver a verlos, está bien y espero que sea la última vez que te escapas- la niña con una mirada de tristeza asiente dándole un beso en la mejilla a Constance la cual solo acaricia la cabeza de su pequeño ángel, cuando la pequeña le pidió que le dejara subir a otro juego, que a regañadientes acepta.

Al cabo de dos horas de solo diversión entre las dos confidentes, la castaña decide llevar a la pequeña al orfanato y antes de retirarse a su hogar decide volver al parque para esta vez al menos ella ver si podía divertirse en la montaña rusa, una atracción que le provocaba algo de vértigo por la altura y porque era probable que le toque subir sola ¿o quizás no?

Solo dejó que el viento guiara a sus pasos hasta la atracción mecánica con el pulso acelerado y agitado por tener que enfrentar uno de los miedos pero los gritos de las personas le hacía dudar más sobre si subir o no, al punto que empezó a dar pasos hacia atrás alejándose que en momentos se volvían en pasos hacia adelante con la esperanza de vencer ese miedo.

por **Vayne Mercury** Vie Jul 18, 2014 4:38 pm

Enternecedora imagen la que captaban los verdosos ojos del mayordomo, que oculto tras una tarea encomendada por sí mismo observaba a la jauría de niños correr de aquí para allá como locos, riendo y saltando, emocionados por todo lo que les rodea, que en el fondo no era más que unas toneladas de metal y madera y cientos de docenas de tornillos, de los cuales la mayoría estaban mal colocados y montados. (Me pregunto si serán conscientes del mundo oscuro que les rodea y sus peligros), se dijo el moreno mientras caminaba tranquilo entre todos ellos y sus padres. Así pasó la tarde, merodeando con sus elegantes ropajes por aquel lugar, despreocupado de sus tareas en la mansión por unas horas confiado que los sirvientes y criadas los resolverían sin problemas. De rato en rato se estiraba el chaleco para seguir el gesto con la camisa y los guantes, dejando totalmente lisa la superficie de estas telas a su vez que atraía con estas refinadas acciones las miradas de un cumulo insano de señoras que se preguntaban qué hacía él por ahí, escondido entre las sombras más oscuras del parque e intentado dar inadvertido un imposible paseo. (Tsk!) Exclamó aquello en sus adentros al darse cuenta de las cotillas miradas que se le clavaban en la espalda y demás partes del torso, aunque claro, mantuvo en todo momento su rostro habitual, el cual era básicamente así: ojos medio cerrados, con una cálida sonrisa en sus labios contraria a su naturaleza, y con una expresión pulcra de felicidad y belleza incomparable. Así todas las horas que estuvo vagando por allí, oculto entre las más lúgubres sombras y camuflado en una multitud que esperaba ansiosa la noche para el plato fuerte de aquel "circo" mecánico que tanta curiosidad le había despertado en sus adentros.

[...] Poco más tarde de las once de la noche observa como una hermosa joven se gira vacilante a la atracción metálica más grande del lugar, pese a que ésta está apunto de cerrarse; el mayordomo la mira desde la lejanía, un poco a la derecha del puesto de manzanas caramelizadas, dibujando una sincera sonrisa en sus congelados labios al verla avanzar y retroceder casi al mismo tiempo. (¿La ayudo?), se pregunta él mismo mientras ya avanzaba hacia ella. En poco menos de dos minutos ya se encontraba a la espalda de la muchacha, pues había sido sigiloso en su acercamiento, casi tanto como en el momento que posó su mano en la cintura de la doncella y la empujó suavemente hacia la gran máquina productora de emociones, gritos y adrenalina, a la vez que decía: -Disfrute de su fugaz viaje, señorita-. Pocas veces el demonio puede hacer verdad un viejo consejo, pero cuando lo consigue le resulta tan placentero que por un momento se olvida por completo de todo y observa, puesto que de la misma manera que un padre que ve como su hijo aprende a nadar tras un empujón, él mira a la muchacha subirse en la gran atracción para pasar unas de las sensaciones que considera más extrañas para sí mismo. Luego, y al mismo tiempo que observa la puesta apunto de toda aquella robusta maquinaria, se vuelve a acomodar la ropa, estirándola por un lado y dejándola completamente planchada sin haber hecho uso alguno de la misma plancha; todo para acabar mirando con una sonrisa a la mujer que subía y bajaba junto aquel cúmulo de errores metálicos, también llamado montaña rusa.

Espero no molestar, Srta. Zaïre.

por **Constance A. Zaïre** Vie Jul 18, 2014 9:42 pm

El viento movía todo a su alrededor jugando con las personas al llevar las telas de los enormes y hermosos vestidos de un lado al otro, los cabellos siendo enlazados por finos e invisibles dedos que solo alborotaban los perfumes caros y baratos que llevaban las damas; los caballeros en cambio solo sonreían al ver a sus acompañantes sonrientes y muy relajadas con las brisas que las acariciaban, para ellos estaban aún más bellas y para otros ni las miraban, la seriedad y la felicidad estaban intrínsecas en aquel lugar lleno de luces y emociones, de niños y adultos divirtiéndose como si todos fueron unos pequeñines.

Las atracciones infantiles y peligrosas poco a poco iban cerrando y apagando sus luces a un tono tenue, indicando de esta manera que eran pocos los usuarios de las atracciones ya no los pequeñines si no las bellas parejas que buscaban momentos de soledad y románticos para estar juntos; la castaña a lo lejos divisa todo aquello con el corazón en la boca por tener que subir a aquella atracción que solo gritos arroja, su pulso se acelera a cada segundo que pasa, su cabeza niega y en su mente pasa el fugaz deseo de salir corriendo a su casa como una cobarde, no le importaba aquello además nadie le diría nada pues nadie la conocía, pero antes de siquiera poder dar un paso más atrás para huir de aquel terror, unas manos en su cintura acompañada de una sonrisa cálida la envuelve para arrojarla a las fauces de la bestia mecánica.

-Pero…pero- no pudo decir frase alguna cuando el joven mozo que era el encargado de la atracción cerraba el asiento dejándola sola, sus ojos se cerraron fuertemente y sus manos palidecieron al tomarse de aquel fierro que hacia como seguro, sus nudillos más blancos que la tez de su piel, su corazón latía a más de mil por segundo, sentía su corazón en la garganta –oh ángel mío no me desampares- el cacharro comenzó a sonar en un ruido que anunciaba a todos que la diversión comenzaba, al subir la castaña se comenzó a agitar más al punto de estar completamente rígida en su asiento, sentía que le faltaba la respiración y sus labios se abrieron para tomar la mayor cantidad de aire que podía tomar.

Sus rezos no cesaban al contrario aumentaron conforme la velocidad del juego avanzaba hasta que sé que quedó estática quedándose ella arriba sintiendo el frio calar en lo más profundo de sus huesos haciendo que temblara más el asiento, trató de moverse pero en sus pensamientos estaba una sola razón –Voy a matar al que me subió aquí- susurraba al mismo viento con sus ojos cerrados, al cabo de unos segundos, baja y la atracción a acabo, la joven salió de aquella tortura débil, sus piernas no respondían y sentía un gran dolor en el pecho, acercándose temblorosamente llego al joven que la había empujado –Señor le agradecería que al menos me hubiera acompañado, no sabe el sufrimiento que me ha causado- una sonrisa dejó salir, quizás por la costumbre de ella de siempre sonreír afablemente –Si quiere que pierda el miedo al menos debió avisarme, además existen otras maneras menos peligrosas- se arreglaba el cabello con sus temblorosos dedos blanquecinos del susto que ha pasado

por **Vayne Mercury** Sáb Jul 19, 2014 6:21 pm

Qué recuerdos le traída la debilidad de la carne ante las nuevas experiencias, así como a lo desconocido, a la vez que veía bajar a la doncella de aquella traumática atracción. Piernas temblorosas y llenas de nerviosismo aún latente entre sus cálidas arterias eran el primer detalle de un cúmulo de pistas de lo que realmente le sucedía a la damisela en ya no tan graves apuros; pero lo que confirmaba la sospecha del inmortal esclavo fueron aquellas primeras palabras de la muchacha, que más o menos dejaban entrever a través de su sonrisa sus verdaderas emociones. Éstas eran dichas con algo de resentimiento y molestia, así como de sarcasmo a la mente del mayordomo, que sonriente le contesta lo siguiente: -Señorita espero que comprenda que padezco de vértigo, y subir allí arriba me produciría algo más que cercano a la muerte, aunque si lo prefiere puedo invitarla a algo mejor. ¿Quizás una taza de chocolate o a un té?-. Dijo aquello elegantemente y con total humildad y relativa convicción, pues lo del vértigo era mentira. -Ya sabe, a modo de disculpa por mí transcendental intromisión en sus planes de diversión-, añadió humildemente y haciendo una leve reverencia de disculpa, mostrando una falsa vulnerabilidad. Posteriormente levantó de nuevo la cabeza, alzándose notablemente por encima de la muchacha por el mero hecho de ser él más alto físicamente hablando. -¿Acepta, señorita...?-. Con aquel alargamiento de la última vocal en su pronunciación dejó claras sus intenciones de conocer el que seguramente sería un hermoso nombre de la joven; y es que no era que le importase demasiado, pero era políticamente correcto conocer al menos el nombre completo de la dama que invitas a tomar alguna bebida tibia o caliente.

por **Constance A. Zaïre** Jue Jul 31, 2014 7:46 pm

Con una sola palabra la joven de ojos claros sintió aún más el frío calarse por todo su ser hasta alcanzar sus huesos que le hizo temblar levemente como si fuera un calosfríos quizás porque algo de lo que había dicho ha creado algo opuesto, el miedo expresándose frente a ella, sus ojos abiertos como dos enormes platos y sus pupilas contraídas ante el shock que sentía en su cabeza con cada pensamiento, quiso abalanzarse contra el caballero para disculparse pero solo quedó en un intento junto a una reverencia donde su cuerpo se curva hacia adelante y sus manos juntas sobre la falda de aquel vestido –Lo siento, siento que haya tenido que hablar de su miedo, discúlpeme en verdad he sido una tonta-

Su rostro sonrojado por la vergüenza del mal uso de las palabras “Excelente Cony, eres única siendo una experta en palabras” se regañaba mentalmente por aquella exabrupto que tuvo con un caballero que trataba de ayudarle –Acepto Señor, pero creo que debo ser yo quien le invite por haberme atrevido a insinuar que me acompañara sin saber de su…- guarda silencio alzando la mirada al joven con una sonrisa y sus ojos cerrados de alegría –de su malestar a ese tipo de atracciones, déjeme redimirme ¿sí?- sus ojos se abren mostrando aquel matiz claro ámbar, su sonrisa no deja de estar dibujada en aquellos labios rosáceos.

-Que tonta de mi parte- se toma los pliegues de la falda realizando una reverencia muy educada y refinada –Un gusto Monsieur, Constance Zaïre, pero puedo llamarme Cony- la joven arruga su nariz un poco moviendo la cabeza ligeramente cuando termina su presentación –Constance es para cuando están molestos Monsieur- se percata que no sabía el nombre de su acompañante pero no quería hacer una especie de entrevista laboral a las que estaba acostumbrada en escuchar en su pequeña florería.

Tose un poco para romper el silencio entre los dos –Monsieur, entonces ¿me dejará ser yo quien le invite para pagar por mi atrevimiento? Por favor- mira al joven directo a los ojos, uno de los defectos de ella es ver directo a los ojos y casi no agachar la mirada a menos que se sienta avergonzada o intimidada, caso que no era.

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