AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
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Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
No, yo no me llamo Erico. Ahora soy Vincent. Sí, muchos pensarán que estoy loco, pero sinceramente, eso me importa bastante poco. Bastante poco por no decir nada. Yo lo único que quiero es placer. Placer, qué bonita palabra. Esa palabra que lo resume todo. Esa palabra que me dice qué hacer, qué sentir. Placer, que lo describe todo. Únicamente existe eso. Quiero jugar, beber y tener sexo. O como muchos dirían, hacer el amor. Menuda chorrada. Hacer el amor es para los críos. Yo no hago el amor, yo practico el sexo. Sexo. Precioso vocablo, también. Eso sí que es vida. Esa es la razón por la que me pasé por aquí, por el burdel. Uno de mis sitios preferidos, ya que puedo beber, fumar, jugar y fornicar. Qué bonitos verbos. Y aquí estoy, en busca de una mujer (o un hombre, en su defecto) que me dé placer.
Me he librado de mi mujer y de mi hijo. Mi primer hijo, porque mi mujer está embarazada. ¿Y eso a quién le importa? A mí no, desde luego. Ya pueden buscarse la vida, ya que yo no les voy a dar nada de lo que gane esta noche. Ya pueden caer enfermos, contraer la peste, que yo no les pienso ayudar. No se lo merecen. No han sido ellos los que han sufrido palizas de su padre. Qué buenazo, Erico. Demasiado. Él los quiere, yo no. Esa es la principal diferencia entre él y yo. Yo no me parezco para nada a él. Que no nos comparen, por Dios. ¿Dios? ¿Desde cuando existe uno en mi vida? Desde nunca. ¿Por qué? Porque no existe. Dios es un personaje que se inventaron los humanos para no tener miedo, miedo a la muerte, a lo desconocido. Pero yo no creo en él. Así que dejémonos de trivialidades, y empecemos a pensar en lo que de verdad importa: las mujeres y los hombres que me hagan sentir vivo.
Sí, quiero sentirme vivo. Por eso vengo a este tipo de lugares. Me siento, observo a la gente, veo quién apuesta qué cosa y si me interesa, apuesto yo. Me pido mi vaso de absenta, me siento en mi sitio preferido, y observo a las mujeres. Esas mujeres que son como yo, a las que no le importa nada, a las que les gusta su trabajo, dar placer a los hombres. Fulanas. No hay nada mejor. Son guapas, de cuerpo esbelto, y de mirada penetrante, como yo. Hacemos buena pareja. Y lo mejor de ellas es que son felices cumpliendo órdenes de los hombre. ¿De verdad son felices, o simplemente lo hacen porque tienen que hacerlo? Me da igual. ¿Para qué engañarse? Sus sentimientos me son indiferentes. Lo único importante es lo que siento yo. Yo y otros hombres como yo. Que vienen aquí buscando lo mismo que yo. Hombres que no son felices con sus mujeres. Aunque en esta sociedad, ¿quién es feliz con su mujer? Los matrimonios, concertados, son fruto de los padres de cada uno. Para que den de sí una familia supuestamente feliz, donde los hijos sean felices y tengan dinero. Por eso no me asombra que la mayoría de hombres que vienen a este antro de mala muerte sean hombres ricos. Hombres ricos infelices, desdichados, a los que les gusta serle infiel a su mujer. Ellos no son tan diferentes de mí. La única diferencia es que ellos no lo aceptan delante de cualquiera. A mí, si me preguntan (aunque sinceramente, nadie lo haría) aceptaría que me gusta acostarme con mujeres y con hombres.
Las mujeres, con sus curvas, sus pechos, sus caderas... Y los hombres, con sus músculos marcados y su miembro erecto... Es todo tan delicioso... Y siempre quiero más. Más. Desgraciadamente, no siempre están libres las mujeres que me gustan. Tengo que esperar, y eso no me agrada. Esperar a que terminen con sus clientes. Seguro que ninguno es como yo. Seguro que ninguno puede transformarse en gato, o en lince, como yo. Eso me hace especial y me gusta. Así que espero que se den prisa, porque el Rey les está esperando. El Rey del burdel, del placer, del sexo. Y lo único que quería era que estuviesen libres. Mientras tanto, ahí estaba yo, sentado, bebiendo, esperando que alguna de mis mujeres estuviese disponible para desahogarme con ella. Y fue entonces cuando la vi.
Una mujer delgada y de cabello oscuro, de ojos marrones. No vestía de forma ostentosa, y eso fue lo que me llevó a pensar que era una simple cortesana. Era hermosa. De repente nació algo dentro de mí, algo que me decía que esa mujer debía ser mía. La observé minuciosamente. Ninguna joya en su cuello o en su muñeca, aunque algo me decía que era especial. “Tonterías” - pensé. Era una simple fulana, no tenía de qué preocuparme.
Me he librado de mi mujer y de mi hijo. Mi primer hijo, porque mi mujer está embarazada. ¿Y eso a quién le importa? A mí no, desde luego. Ya pueden buscarse la vida, ya que yo no les voy a dar nada de lo que gane esta noche. Ya pueden caer enfermos, contraer la peste, que yo no les pienso ayudar. No se lo merecen. No han sido ellos los que han sufrido palizas de su padre. Qué buenazo, Erico. Demasiado. Él los quiere, yo no. Esa es la principal diferencia entre él y yo. Yo no me parezco para nada a él. Que no nos comparen, por Dios. ¿Dios? ¿Desde cuando existe uno en mi vida? Desde nunca. ¿Por qué? Porque no existe. Dios es un personaje que se inventaron los humanos para no tener miedo, miedo a la muerte, a lo desconocido. Pero yo no creo en él. Así que dejémonos de trivialidades, y empecemos a pensar en lo que de verdad importa: las mujeres y los hombres que me hagan sentir vivo.
Sí, quiero sentirme vivo. Por eso vengo a este tipo de lugares. Me siento, observo a la gente, veo quién apuesta qué cosa y si me interesa, apuesto yo. Me pido mi vaso de absenta, me siento en mi sitio preferido, y observo a las mujeres. Esas mujeres que son como yo, a las que no le importa nada, a las que les gusta su trabajo, dar placer a los hombres. Fulanas. No hay nada mejor. Son guapas, de cuerpo esbelto, y de mirada penetrante, como yo. Hacemos buena pareja. Y lo mejor de ellas es que son felices cumpliendo órdenes de los hombre. ¿De verdad son felices, o simplemente lo hacen porque tienen que hacerlo? Me da igual. ¿Para qué engañarse? Sus sentimientos me son indiferentes. Lo único importante es lo que siento yo. Yo y otros hombres como yo. Que vienen aquí buscando lo mismo que yo. Hombres que no son felices con sus mujeres. Aunque en esta sociedad, ¿quién es feliz con su mujer? Los matrimonios, concertados, son fruto de los padres de cada uno. Para que den de sí una familia supuestamente feliz, donde los hijos sean felices y tengan dinero. Por eso no me asombra que la mayoría de hombres que vienen a este antro de mala muerte sean hombres ricos. Hombres ricos infelices, desdichados, a los que les gusta serle infiel a su mujer. Ellos no son tan diferentes de mí. La única diferencia es que ellos no lo aceptan delante de cualquiera. A mí, si me preguntan (aunque sinceramente, nadie lo haría) aceptaría que me gusta acostarme con mujeres y con hombres.
Las mujeres, con sus curvas, sus pechos, sus caderas... Y los hombres, con sus músculos marcados y su miembro erecto... Es todo tan delicioso... Y siempre quiero más. Más. Desgraciadamente, no siempre están libres las mujeres que me gustan. Tengo que esperar, y eso no me agrada. Esperar a que terminen con sus clientes. Seguro que ninguno es como yo. Seguro que ninguno puede transformarse en gato, o en lince, como yo. Eso me hace especial y me gusta. Así que espero que se den prisa, porque el Rey les está esperando. El Rey del burdel, del placer, del sexo. Y lo único que quería era que estuviesen libres. Mientras tanto, ahí estaba yo, sentado, bebiendo, esperando que alguna de mis mujeres estuviese disponible para desahogarme con ella. Y fue entonces cuando la vi.
Una mujer delgada y de cabello oscuro, de ojos marrones. No vestía de forma ostentosa, y eso fue lo que me llevó a pensar que era una simple cortesana. Era hermosa. De repente nació algo dentro de mí, algo que me decía que esa mujer debía ser mía. La observé minuciosamente. Ninguna joya en su cuello o en su muñeca, aunque algo me decía que era especial. “Tonterías” - pensé. Era una simple fulana, no tenía de qué preocuparme.
Última edición por Erico Kofler el Mar Ago 31, 2010 7:25 pm, editado 1 vez
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
¿Cuántos años hacía ya de la muerte de mis padres? Aún no había sido capaz de retomar mi vida, vivía el día a día, sin preocuparme el pasado, ni el futuro, y para qué mentirme... tampoco el presente.
A veces me daba cuenta de que vivía de forma taciturna, intentando pasar la mayor parte posible de tiempo convertida en alguno de mis animales.
¿Así terminaría mis días?, ¿Convertida para siempre en un animal?, Al menos transformada podía olvidarme de la opresión que sentía, podía ser libre, y no sentir cuatro paredes a mi alrededor.
Tras visitar la tumba de mis padres, decidí hacer acopio de algunas monedas de la fortuna que mis padres me dejaron en herencia y tomé como destino el burdel. Ahí nadie me molestaría, podría beber sin pudor, y llegar hasta tal punto en el que ya no recordase lo que ocurrió aquel día.
Ataviada con un sencillo vestido negro, elegante pero sencillo. Sin mangas, dejando mis hombros desnudos, pues el abrigo lo había dejado en el guarda ropa. Un escote en forma de corazón, mantenía mis senos cubiertos y bien sujetos, oprimiéndolos ligeramente realzando su redondeada y femenina forma. Entre las dos simétricas y sensuales formas, se ocultaba la única joya que siempre iba conmigo, un camafeo que perteneció a mi madre.
La joya resultaba imperceptible, pues quedaba oculta entre mis pechos, dejando tan sólo ver la fina cadena de oro perdiéndose descendientemente en mi escote hacia mis pechos.
Llevaba el pelo semi recogido, con un aplique sencillo para el pelo, hecho con plata y con una pequeña piedra de color ámbar.
Había bebido cerca de 7 copas ya y me sentía algo aturdida, quizás con un puntito entre la sobriedad y la ebriedad. Podía escuchar incluso los gemidos de algunas cortesanas prestando atención a sus clientes, y eso me producía un sentimiento de repulsión.
Cada vez me resultaban más incómodos los sonidos humanos y cerré los ojos pasándome una mano por el rostro. Me terminé la copa y la dejé sobre la mesa con un golpe seco y me levanté sin mirar, posiblemente a causa del despiste chocase contra alguien de forma indebida, y podría llegar a buscarme problemas.
A veces me daba cuenta de que vivía de forma taciturna, intentando pasar la mayor parte posible de tiempo convertida en alguno de mis animales.
¿Así terminaría mis días?, ¿Convertida para siempre en un animal?, Al menos transformada podía olvidarme de la opresión que sentía, podía ser libre, y no sentir cuatro paredes a mi alrededor.
Tras visitar la tumba de mis padres, decidí hacer acopio de algunas monedas de la fortuna que mis padres me dejaron en herencia y tomé como destino el burdel. Ahí nadie me molestaría, podría beber sin pudor, y llegar hasta tal punto en el que ya no recordase lo que ocurrió aquel día.
Ataviada con un sencillo vestido negro, elegante pero sencillo. Sin mangas, dejando mis hombros desnudos, pues el abrigo lo había dejado en el guarda ropa. Un escote en forma de corazón, mantenía mis senos cubiertos y bien sujetos, oprimiéndolos ligeramente realzando su redondeada y femenina forma. Entre las dos simétricas y sensuales formas, se ocultaba la única joya que siempre iba conmigo, un camafeo que perteneció a mi madre.
La joya resultaba imperceptible, pues quedaba oculta entre mis pechos, dejando tan sólo ver la fina cadena de oro perdiéndose descendientemente en mi escote hacia mis pechos.
Llevaba el pelo semi recogido, con un aplique sencillo para el pelo, hecho con plata y con una pequeña piedra de color ámbar.
Había bebido cerca de 7 copas ya y me sentía algo aturdida, quizás con un puntito entre la sobriedad y la ebriedad. Podía escuchar incluso los gemidos de algunas cortesanas prestando atención a sus clientes, y eso me producía un sentimiento de repulsión.
Cada vez me resultaban más incómodos los sonidos humanos y cerré los ojos pasándome una mano por el rostro. Me terminé la copa y la dejé sobre la mesa con un golpe seco y me levanté sin mirar, posiblemente a causa del despiste chocase contra alguien de forma indebida, y podría llegar a buscarme problemas.
Yvette C. Lemarchal- Mensajes : 491
Fecha de inscripción : 29/08/2010
Edad : 39
Localización : París, Francia
Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
“Es hermosa” - pensé. En ese momento, sólo existíamos ella y yo. Notaba algo creciendo dentro de mí. ¿Qué podría ser eso? Simplemente el deseo; el deseo de acostarme con esa mujer, de sentir placer, de sentirme vivo. Tampoco le di mucha importancia. Me acostaba con diferentes mujeres cada pocas noches, así que, si llegaba a algo con ella, tampoco sería muy distinto. Pero como ya he mencionado antes, ella parecía especial. Quería conocer su nombre, y por qué no, acostarme con ella cada vez que visitase el burdel. Debía ser mi “fulana especial”. Y eso fue lo que me propuse.
La observé aún más detenidamente. Llevaba un vestido negro, sin mangas, que dejaban ver sus bonitos hombros. Era sencillo pero bonito y elegante, saltaba a la vista. El vestido dejaba ver su escote, que encerraba dos buenas virtudes, y entre ellas, un colgante. Lo único que podía verse era una fina cadena de oro. “Un colgante barato, de esos que llevan las fulanas” - no le di más importancia.
Ella había bebido ya unas cuantas copas, y yo también. No sabía exactamente cuantas, pero tampoco me importaba. Estaba achispado, y eso me gustaba. Normalmente, cuando estaba sobrio me costaba bastante poco entablar conversación con las mujeres, pero ahora, que había bebido, me iba a costar aún menos. Iba a ser divertido.
Yo no dejaba de mirarla. Y fue entonces cuando se terminó su copa, y la dejó violentamente con un golpe seco. Me pregunté de qué era su copa, supongo que de alguna bebida dulce, de esas que les gustan a las mujeres, y al verla levantarse, la imité. Parecía que no le importase nada de lo que había a su alrededor, incluso en su cara había una mueca de desagrado, pero debía ser mía y lo sería. Así que me levanté, y fui directo hacia ella. Me choqué con varios hombres de camino hacia esa mujer, pero les di un empujón, y aunque me gritaron algo malsonante, a causa del alcohol que habían bebido, no le di importancia. Seguramente, en un estado normal, les habría pegado un puñetazo y se habrían callado, pero quería conseguir a esa mujer y los dejé pasar. Finalmente, llegué junto a ella. Y aunque no me mirase, le hablé, esperando que se fijase en mí. “Supongo que una mujer como tú cobrará algo más de lo normal... - le dije - pero no te preocupes, dime una cifra y te pagaré, si me antepones a cualquiera de estos borrachos, claro.”
La observé aún más detenidamente. Llevaba un vestido negro, sin mangas, que dejaban ver sus bonitos hombros. Era sencillo pero bonito y elegante, saltaba a la vista. El vestido dejaba ver su escote, que encerraba dos buenas virtudes, y entre ellas, un colgante. Lo único que podía verse era una fina cadena de oro. “Un colgante barato, de esos que llevan las fulanas” - no le di más importancia.
Ella había bebido ya unas cuantas copas, y yo también. No sabía exactamente cuantas, pero tampoco me importaba. Estaba achispado, y eso me gustaba. Normalmente, cuando estaba sobrio me costaba bastante poco entablar conversación con las mujeres, pero ahora, que había bebido, me iba a costar aún menos. Iba a ser divertido.
Yo no dejaba de mirarla. Y fue entonces cuando se terminó su copa, y la dejó violentamente con un golpe seco. Me pregunté de qué era su copa, supongo que de alguna bebida dulce, de esas que les gustan a las mujeres, y al verla levantarse, la imité. Parecía que no le importase nada de lo que había a su alrededor, incluso en su cara había una mueca de desagrado, pero debía ser mía y lo sería. Así que me levanté, y fui directo hacia ella. Me choqué con varios hombres de camino hacia esa mujer, pero les di un empujón, y aunque me gritaron algo malsonante, a causa del alcohol que habían bebido, no le di importancia. Seguramente, en un estado normal, les habría pegado un puñetazo y se habrían callado, pero quería conseguir a esa mujer y los dejé pasar. Finalmente, llegué junto a ella. Y aunque no me mirase, le hablé, esperando que se fijase en mí. “Supongo que una mujer como tú cobrará algo más de lo normal... - le dije - pero no te preocupes, dime una cifra y te pagaré, si me antepones a cualquiera de estos borrachos, claro.”
Última edición por Erico Kofler el Miér Sep 01, 2010 8:17 am, editado 1 vez
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
En mi fallido intento por salir de aquel lugar, fui a parar derecha a los brazos de un sudoroso hombre maduro, que apestaba a perfume barato el cual no dudó en intentar sentir mis nalgas bajo sus manos. Fruncí el ceño y lo aparté de mí con un empujón que una fémina humana no podría realizar, no a menos que fuese una fortachona del circo.
Cuando el hombre se apartó de mí refunfuñando e insultándome, simplemente no le presté atención y seguí caminando chocando entre la gente hasta que un olor peculiar, facilmente destacable entre el resto de aromas a perfumes, fluídos corporales y alcohol. Me detuve aspirando unos segundos el olor, sin duda me resultaba ligeramente familiar [[Se supone que entre los Cambiaformas nos reconocemos por el olor]]
Entonces escuché una voz a mi lado, claramente se dirigía a mí. Le miré fijamente a los ojos aún con el ceño fruncido y tras su comentario desvié la mirada por mi cuerpo para volver a mirarle a los ojos. Puse una de mis manos en su pecho para apartarle, aunque me sentía bastante torpe - No existe dinero suficiente en todo el mundo como para pagarme - respondí apartándole con mi mano. Pero en ese instante una cortesana pasó a mi lado empujándome al ir jugueteando con uno de sus clientes.
Tan mala suerte para mí, que mi cuerpo impactó con el fuerte torso de Erico. Provocando que intentase sujetarme en él para no caer ridículamente al suelo. En cuanto pude recomponerme respiré profundamente llevándome una mano a la cabeza apartándome el pelo, algo frustrada, pero sin apartarme del desconocido.
Cuando el hombre se apartó de mí refunfuñando e insultándome, simplemente no le presté atención y seguí caminando chocando entre la gente hasta que un olor peculiar, facilmente destacable entre el resto de aromas a perfumes, fluídos corporales y alcohol. Me detuve aspirando unos segundos el olor, sin duda me resultaba ligeramente familiar [[Se supone que entre los Cambiaformas nos reconocemos por el olor]]
Entonces escuché una voz a mi lado, claramente se dirigía a mí. Le miré fijamente a los ojos aún con el ceño fruncido y tras su comentario desvié la mirada por mi cuerpo para volver a mirarle a los ojos. Puse una de mis manos en su pecho para apartarle, aunque me sentía bastante torpe - No existe dinero suficiente en todo el mundo como para pagarme - respondí apartándole con mi mano. Pero en ese instante una cortesana pasó a mi lado empujándome al ir jugueteando con uno de sus clientes.
Tan mala suerte para mí, que mi cuerpo impactó con el fuerte torso de Erico. Provocando que intentase sujetarme en él para no caer ridículamente al suelo. En cuanto pude recomponerme respiré profundamente llevándome una mano a la cabeza apartándome el pelo, algo frustrada, pero sin apartarme del desconocido.
Yvette C. Lemarchal- Mensajes : 491
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
Mientras me dirigía hacia ella, un sudoroso hombre maduro, que apestaba, por cierto, intentó tocarle el trasero. Una cortesana normal se habría dejado fácilmente, habría jugueteado un poco con él y habrían terminado en una habitación pequeña y cutre, de olor desagradable. Pero ella debía ser mía, así que me acerqué aún más, preparado para apartar al hombre ese de un empujón. Pero no hizo falta.
Ante mi sorpresa, la hermosa chica se me adelantó, y fue ella la que le dio el empujón. Eso hacía que estuviese aún más fascinado por ella. Me sorprendió la fuerza con la que lo hizo, pero tenía mejores cosa en las que pensar. Fue entonces cuando me contestó. Me dijo que no había suficiente dinero en el mundo como para pagarle. Debía ser una fulana de las caras. Pero tampoco me importaba. Puso su mano en mi pecho y me apartó. Me miró a los ojos, la miré yo, y sin saber por qué, se repente su olor me resultaba bastante familiar, como si lo hubiese estado oliendo cada día de mi vida. “El perfume de las fulanas” - no le di más importancia.
Hablando de fulanas, una pasó justo en ese instante junto a la misteriosa chica, dándole un golpe mientras iba con prisa hacia una habitación con un cliente. La verdad es que ella tampoco estaba mal. Me sonaba de algo, seguramente ya me había ofrecido sus servicios. Oportunamente, el golpe que le dio la fulana a la chica de ojos color café hizo que perdiese el equilibrio y terminase cayendo sobre mí, chocándose sobre mi torso.
“Bueno, parece que el destino nos ha juntado...” - le dije, al ver que no se separaba de mí. Parecía que estaba cómoda junto a mí, y para qué negarlo, yo también lo estaba. Y así nos quedamos un rato, pegados, haciendo caso omiso de lo que se encontraba a nuestro alrededor. Aspiré profundamente y noté otra vez su olor. Era agradable. Obviamente, yo no sabía nada acerca de ella, y ella aún menos de mí, así que decidí preguntarle su nombre. Y mientras esperaba su respuesta, volví a inspirar para sentir su olor en mis fosas nasales.
Ante mi sorpresa, la hermosa chica se me adelantó, y fue ella la que le dio el empujón. Eso hacía que estuviese aún más fascinado por ella. Me sorprendió la fuerza con la que lo hizo, pero tenía mejores cosa en las que pensar. Fue entonces cuando me contestó. Me dijo que no había suficiente dinero en el mundo como para pagarle. Debía ser una fulana de las caras. Pero tampoco me importaba. Puso su mano en mi pecho y me apartó. Me miró a los ojos, la miré yo, y sin saber por qué, se repente su olor me resultaba bastante familiar, como si lo hubiese estado oliendo cada día de mi vida. “El perfume de las fulanas” - no le di más importancia.
Hablando de fulanas, una pasó justo en ese instante junto a la misteriosa chica, dándole un golpe mientras iba con prisa hacia una habitación con un cliente. La verdad es que ella tampoco estaba mal. Me sonaba de algo, seguramente ya me había ofrecido sus servicios. Oportunamente, el golpe que le dio la fulana a la chica de ojos color café hizo que perdiese el equilibrio y terminase cayendo sobre mí, chocándose sobre mi torso.
“Bueno, parece que el destino nos ha juntado...” - le dije, al ver que no se separaba de mí. Parecía que estaba cómoda junto a mí, y para qué negarlo, yo también lo estaba. Y así nos quedamos un rato, pegados, haciendo caso omiso de lo que se encontraba a nuestro alrededor. Aspiré profundamente y noté otra vez su olor. Era agradable. Obviamente, yo no sabía nada acerca de ella, y ella aún menos de mí, así que decidí preguntarle su nombre. Y mientras esperaba su respuesta, volví a inspirar para sentir su olor en mis fosas nasales.
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
Alcé la mirada hacia los ojos de él cuando habló y pude sentir la calidez de su aliento sobre mis labios, bajé la mirada unos segundos algo aturdida, pues había bebido algunas copas de más, y ese chico tenía un rostro de lo más sensual, era un rostro masculino, con facciones marcadas, pero tenía un toque angelical e inocente.
Finalmente me incorporé del todo apartándome de él - No voy a deciros mi nombre, pues no soy una cortesana, ni vengo aquí a ofrecer servicios sexuales. Y mucho menos a alquilar mi cuerpo para fines placenteros - espeté mirándole a los ojos fijamente, con cierto atisbo de desafío. Si no me hubiese confundido con una cortesana, quizás me hubiese sentido algo atraída por él.
Aunque... cierto era que me resultaba muy atractivo, y atrayente de una forma algo mística, como si existiese otra fuerza, fuera de la humana que me atrayese hacia él.
Sin previo aviso, las luces se atenuaron aún más, haciendo la visibilidad muy complicada, pero para un cambiaformas resultaba igual de fácil seguir viendo en la oscuridad, en especial a los felinos. Lástima que yo no fuese de esos, pero aún así mis sentidos eran superiores a los humanos.
Me giré mirando a mi alrededor y para cuando quise darme cuenta, una voz masculina anunció alguna especie de juego sexual, en el que participarían hombres y mujeres, toqueteándose los cuerpos en la oscuridad. Quizás buscando la finalidad de montar una orgía, o quizás de simplemente intentar tocar algo de carne tierna y prieta de alguna de las jóvenes cortesanas.
Tras el anuncio, empezaron las típicas risitas coquetas de algunas cortesanas que empezaban a ser manoseadas, y sin más, sentí dos enormes manos agarrándome las nalgas.
En ese instante di un leve respingo volviendo a apoyar las manos en el pecho de Erico. Me giré levemente y empujé nuevamente a ese hombre de mediana edad y de aspecto poco deseable, no medí mucho mi fuerza y el hombre retrocedió tambaleándose, e insultándome hasta que cayó bochornosamente al suelo.
Me giré algo asustada por el hecho de llamar la atención, y miré a Erico a los ojos arqueando levemente las cejas y me aparté de él para salir del lugar lo antes posible. No deseaba terminar en un lugar indeseado por haber empujado a un hombre, ni quería que nadie descubriese mi naturaleza.
Y mucho menos, que ocurriese lo mismo que ocurrió aquel día en el coche de mis padres, cuando los asesiné.
Me abrí paso entre la gente, aún sintiendo rudas manos intentando manosear mi cuerpo, hasta que alcancé la puerta y salí sofocada. Me acerqué a una pared del callejón, algo apartada y apoyé la espalda cerrando los ojos intentando respirar algo más relajada, pero estaba demasiado excitada. No excitada sexualmente hablando, sino por la adrenalina de la situación.
Finalmente me incorporé del todo apartándome de él - No voy a deciros mi nombre, pues no soy una cortesana, ni vengo aquí a ofrecer servicios sexuales. Y mucho menos a alquilar mi cuerpo para fines placenteros - espeté mirándole a los ojos fijamente, con cierto atisbo de desafío. Si no me hubiese confundido con una cortesana, quizás me hubiese sentido algo atraída por él.
Aunque... cierto era que me resultaba muy atractivo, y atrayente de una forma algo mística, como si existiese otra fuerza, fuera de la humana que me atrayese hacia él.
Sin previo aviso, las luces se atenuaron aún más, haciendo la visibilidad muy complicada, pero para un cambiaformas resultaba igual de fácil seguir viendo en la oscuridad, en especial a los felinos. Lástima que yo no fuese de esos, pero aún así mis sentidos eran superiores a los humanos.
Me giré mirando a mi alrededor y para cuando quise darme cuenta, una voz masculina anunció alguna especie de juego sexual, en el que participarían hombres y mujeres, toqueteándose los cuerpos en la oscuridad. Quizás buscando la finalidad de montar una orgía, o quizás de simplemente intentar tocar algo de carne tierna y prieta de alguna de las jóvenes cortesanas.
Tras el anuncio, empezaron las típicas risitas coquetas de algunas cortesanas que empezaban a ser manoseadas, y sin más, sentí dos enormes manos agarrándome las nalgas.
En ese instante di un leve respingo volviendo a apoyar las manos en el pecho de Erico. Me giré levemente y empujé nuevamente a ese hombre de mediana edad y de aspecto poco deseable, no medí mucho mi fuerza y el hombre retrocedió tambaleándose, e insultándome hasta que cayó bochornosamente al suelo.
Me giré algo asustada por el hecho de llamar la atención, y miré a Erico a los ojos arqueando levemente las cejas y me aparté de él para salir del lugar lo antes posible. No deseaba terminar en un lugar indeseado por haber empujado a un hombre, ni quería que nadie descubriese mi naturaleza.
Y mucho menos, que ocurriese lo mismo que ocurrió aquel día en el coche de mis padres, cuando los asesiné.
Me abrí paso entre la gente, aún sintiendo rudas manos intentando manosear mi cuerpo, hasta que alcancé la puerta y salí sofocada. Me acerqué a una pared del callejón, algo apartada y apoyé la espalda cerrando los ojos intentando respirar algo más relajada, pero estaba demasiado excitada. No excitada sexualmente hablando, sino por la adrenalina de la situación.
Yvette C. Lemarchal- Mensajes : 491
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
Cuando me contestó, sentí una sensación extraña en mi interior. ¿Cómo que no era una fulana? Me sentí aturdido, era la primera vez que confundía a una mujer “normal” con una cortesana. ¿Debía sentirme avergonzado? No. Así que en unos instantes lo olvidé. Yo no conozco la palabra vergüenza. Y así fue como se apartó de mí, mirándome directamente a los ojos, desafiándome. Me atraía esa mirada, ese perfume, ese pelo... Toda ella me atraía. El halo de misterio que la rodeaba era casi palpable, lo que me llevó a alzar un poco la mano hacia ella, para que siguiéramos en contacto.
Entonces la intensidad de las lámparas descendió. Costaba ver lo que había alrededor, pero no la perdí de vista. Una voz masculina anunció nosequé de hombre y mujeres que se tocarían entre ellos en la oscuridad. Tampoco le presté mucha atención; tenía mejores cosas de las que preocuparme. Como por ejemplo, qué hacía el hombre viejo y sudoroso acercándose a mi chica. Le plantó sus gordas manos en el trasero, y por un momento, sentí envidia. ¿Envidia? No. Yo no iba a sentir envidia de un viejo sudoroso borracho que se aprovechaba de las mujeres sin su consentimiento. Yo era mejor que él, mucho mejor.
Cuando la chica sin nombre sintió las manos del hombre, dio un ligero salto para volver a aterrizar sobre mi pecho. Pero enseguida, se volvió y lo empujó de nuevo, un poco más fuerte que la vez anterior. Su fuerza seguía impresionándome. ¿Cómo era posible que una mujer tan delgada y menuda tuviese tanta fuerza? El viejo hombre cayó al suelo entre insultos dirigidos a quien hasta hace unos segundos estaba apoyada contra mi pecho. La caída llamó bastante la atención de los presentes, cosa que pareció asustar a la chica, ya que me miró con las cejas arqueadas, como buscando mi ayuda.
Y se fue alejando entre la gente, que le dio poca importancia al asunto, y siguió manoseándose y besándose, aunque algunos intentaban alcanzarla y tocarla antes de que se marchase. Pero yo me había propuesto algo esa noche al verla, así que decidí seguirla. Cuando salimos, se acercó a la pared del callejón en el que estábamos y se apoyó. Parecía alterada, su respiración agitada lo demostraba. La cogí de la mano y le hablé: “Disculpe mi confusión, mademoiselle, pero estaba usted bebiendo, en el burdel, cosa que no hace cualquier mujer, y eso ha creado un malentendido. Espero que me perdone. Me llamo Vincent, un placer”.
Entonces la intensidad de las lámparas descendió. Costaba ver lo que había alrededor, pero no la perdí de vista. Una voz masculina anunció nosequé de hombre y mujeres que se tocarían entre ellos en la oscuridad. Tampoco le presté mucha atención; tenía mejores cosas de las que preocuparme. Como por ejemplo, qué hacía el hombre viejo y sudoroso acercándose a mi chica. Le plantó sus gordas manos en el trasero, y por un momento, sentí envidia. ¿Envidia? No. Yo no iba a sentir envidia de un viejo sudoroso borracho que se aprovechaba de las mujeres sin su consentimiento. Yo era mejor que él, mucho mejor.
Cuando la chica sin nombre sintió las manos del hombre, dio un ligero salto para volver a aterrizar sobre mi pecho. Pero enseguida, se volvió y lo empujó de nuevo, un poco más fuerte que la vez anterior. Su fuerza seguía impresionándome. ¿Cómo era posible que una mujer tan delgada y menuda tuviese tanta fuerza? El viejo hombre cayó al suelo entre insultos dirigidos a quien hasta hace unos segundos estaba apoyada contra mi pecho. La caída llamó bastante la atención de los presentes, cosa que pareció asustar a la chica, ya que me miró con las cejas arqueadas, como buscando mi ayuda.
Y se fue alejando entre la gente, que le dio poca importancia al asunto, y siguió manoseándose y besándose, aunque algunos intentaban alcanzarla y tocarla antes de que se marchase. Pero yo me había propuesto algo esa noche al verla, así que decidí seguirla. Cuando salimos, se acercó a la pared del callejón en el que estábamos y se apoyó. Parecía alterada, su respiración agitada lo demostraba. La cogí de la mano y le hablé: “Disculpe mi confusión, mademoiselle, pero estaba usted bebiendo, en el burdel, cosa que no hace cualquier mujer, y eso ha creado un malentendido. Espero que me perdone. Me llamo Vincent, un placer”.
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
Casi desde el mismo instante en el que Erico salió del burdel, sentí su presencia, su olor. Por lo que alcé la mirada siguiéndole con ésta, observando que se acercaba hasta mí y cogía mi mano con suavidad. Nada que se acercase a su grosería de instantes antes. ¿Ahora me estaba tratando como a una dama?
Escuché su nombre y no me convenció del todo, el nombre de Vincent era más para un perro que para un chico como él, a él le pegaba algo con más elegancia. Tragué saliva respirando profundamente para llenar mis pulmones de aire puro y lo dejé escapar con un suave suspiro apartándome de la pared cuando terminó con su disculpa y presentación.
Yvette, me llamo Yvette. Sois poco observador Monsier Vincent, pues vos estabais haciendo lo mismo que yo, y sin embargo yo no os confundí con un cortesano. - dije con cierto cinismo en mi voz, esbozando una leve sonrisa entre superioridad e inteligencia. Aunque mi mirada no mostraba rencor alguno, y mucho menos buscaba aparentar ser una petulente dama como eran muchas de esas cortesanas.
Escuché su nombre y no me convenció del todo, el nombre de Vincent era más para un perro que para un chico como él, a él le pegaba algo con más elegancia. Tragué saliva respirando profundamente para llenar mis pulmones de aire puro y lo dejé escapar con un suave suspiro apartándome de la pared cuando terminó con su disculpa y presentación.
Yvette, me llamo Yvette. Sois poco observador Monsier Vincent, pues vos estabais haciendo lo mismo que yo, y sin embargo yo no os confundí con un cortesano. - dije con cierto cinismo en mi voz, esbozando una leve sonrisa entre superioridad e inteligencia. Aunque mi mirada no mostraba rencor alguno, y mucho menos buscaba aparentar ser una petulente dama como eran muchas de esas cortesanas.
Yvette C. Lemarchal- Mensajes : 491
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
Yvette... bonito nombre para una mujer como ella, la verdad es que le iba como un guante, para qué negarlo. Cuando me dijo que ella no me había confundido con un cortesano, no pude evitar reirme. Ella esbozaba una ligera sonrisa, como si me desafiase, como si se sintiese superior a mí. Me atraían las mujeres difíciles. Le contesté: “La única diferencia, mademoiselle, es que ese burdel está abarrotado de hombres como yo, que beben y fuman, que buscan sexo y juego. Al contrario, no se ven muchas damas que no sean fulanas merodeando por estos antros”. Cuando dejé de reírme, pude observar cómo un gato cruzaba el callejón en el que nos encontrábamos. Era negro, bastante delgado, y con unos ojos marrones. No pude evitar compararlo conmigo cuando estaba transformado en un felino similar.
Aspiré profundamente, y pude percibir el aroma de Yvette. No podía evitar el sentirme atraído por ese familiar olor, y como aún quedaba bastante noche por delante, decidí invitarla a tomar unas copas en una taberna que se encontraba aquí cerca. Tenía ganas de saber más acerca de esta chica, y pensé que podríamos conversar tranquilamente si nos sentábamos y bebíamos algo. Quizá el alcohol hiciese que se soltase y me contase por qué se había asustado de tal manera al empujar a ese hombre. Me acerqué un poco más a ella, esperando su respuesta, aún con su mano cogida.
El gato, que se había quedado parado mirándonos, empezó a acercarse lentamente. Llegó dónde estábamos nosotros y empezó a frotarse contra mis pies. Ese gesto me pilló por sorpresa, y aunque tenía unas ganas tremendas de darle una patada a ese sucio gato para que se alejase y nos dejase tranquilos, no pude hacerlo. Algo dentro de mí me lo impedía, supongo que es porque era de mi misma especie. Un momento, ¿yo preocupándome por un gato callejero? ¿Dónde se había visto eso? Decidí olvidarlo, así que le dije a Yvette: “¿Nos vamos?”
Aspiré profundamente, y pude percibir el aroma de Yvette. No podía evitar el sentirme atraído por ese familiar olor, y como aún quedaba bastante noche por delante, decidí invitarla a tomar unas copas en una taberna que se encontraba aquí cerca. Tenía ganas de saber más acerca de esta chica, y pensé que podríamos conversar tranquilamente si nos sentábamos y bebíamos algo. Quizá el alcohol hiciese que se soltase y me contase por qué se había asustado de tal manera al empujar a ese hombre. Me acerqué un poco más a ella, esperando su respuesta, aún con su mano cogida.
El gato, que se había quedado parado mirándonos, empezó a acercarse lentamente. Llegó dónde estábamos nosotros y empezó a frotarse contra mis pies. Ese gesto me pilló por sorpresa, y aunque tenía unas ganas tremendas de darle una patada a ese sucio gato para que se alejase y nos dejase tranquilos, no pude hacerlo. Algo dentro de mí me lo impedía, supongo que es porque era de mi misma especie. Un momento, ¿yo preocupándome por un gato callejero? ¿Dónde se había visto eso? Decidí olvidarlo, así que le dije a Yvette: “¿Nos vamos?”
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
¿Cómo podía ser tan insensata e irme con un desconocido el cual me había confundido con una cortesana? Cielo santo, ¡podría ocurrirme cualquier cosa! Pero por otro lado, me sentía extrañamente agusto a su lado, como si existiese feeling entre nosotros.
Tras unos segundos de dudosa decisión, terminé por asentir levemente con la cabeza y aceptar a su invitación- Supongo que mi cuerpo aún puede tolerar un per de copas más - dije alzando una ceja levemente.
Me pasé una mano por el pelo acomodándolo y bajé la mirada hacia mis senos para cerciorarme de que en mi huída, nadie me había pegado un tirón al cordoncillo de oro y me lo había agarrado. En ese instante me percate de que lo que yo estaba viendo, era lo que Erico veía, pues me sacaba con creces una cabeza. En ese instante, me mordí el labio inferior ruborizándome, y deslicé mi mano hasta dejarla sobre mi escote cubriéndolo.
Un pequeño gato negro se acercó a nosotros y no pude evitar sonreir y me agaché con elegancia y feminidad dejándole olerme la mano al felino. Aunque yo me convirtiese en animales de la familia de los canes, adoraba a los gatos. En cuanto me olió la mano mientras se frotaba contra la pierna de Erico, le acaricié con suavidad el mentón y luego el pecho.
Erico me habló y alcé la mirada aún agachada - Está bien, pero no lograréis hacer que pierda la cordura y beba hasta un extremo en el que me olvide de lo ocurrido- le advertí sonriendo levemente e incorporándome.
Tras unos segundos de dudosa decisión, terminé por asentir levemente con la cabeza y aceptar a su invitación- Supongo que mi cuerpo aún puede tolerar un per de copas más - dije alzando una ceja levemente.
Me pasé una mano por el pelo acomodándolo y bajé la mirada hacia mis senos para cerciorarme de que en mi huída, nadie me había pegado un tirón al cordoncillo de oro y me lo había agarrado. En ese instante me percate de que lo que yo estaba viendo, era lo que Erico veía, pues me sacaba con creces una cabeza. En ese instante, me mordí el labio inferior ruborizándome, y deslicé mi mano hasta dejarla sobre mi escote cubriéndolo.
Un pequeño gato negro se acercó a nosotros y no pude evitar sonreir y me agaché con elegancia y feminidad dejándole olerme la mano al felino. Aunque yo me convirtiese en animales de la familia de los canes, adoraba a los gatos. En cuanto me olió la mano mientras se frotaba contra la pierna de Erico, le acaricié con suavidad el mentón y luego el pecho.
Erico me habló y alcé la mirada aún agachada - Está bien, pero no lograréis hacer que pierda la cordura y beba hasta un extremo en el que me olvide de lo ocurrido- le advertí sonriendo levemente e incorporándome.
Yvette C. Lemarchal- Mensajes : 491
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
Bien, Yvette había aceptado. Parecía que la capa misteriosa que la cubría se iba desvaneciendo poco a poco. Me gustaba. No pude evitar sonreír al ver cómo se sonrojaba al darse cuenta de que podía verle el escote bastante bien. Cuando Yvette se agachó me sorprendió lo bien que se llevaba con el gato, y me extrañó el hecho de que éste no le huyera. “Tendrá hambre y pensará que le va a dar algo de comer” - pensé.
De pronto, sin previo aviso, empecé a encontrarme mal. Realmente mal. El estómago me dolía horrores, y aunque hice una mueca de dolor, intenté que pasase desapercibido. La verdad es que no sé si lo conseguí, pero por intentarlo no se pierde nada. Recordé lo último que me había dicho Yvette, y le contesté, divertido, que no pretendía llevarla hasta ese extremo. La barriga seguía doliendo, pero pensé que una copa de cualquier cosa posiblemente la calmaría, así que, decidido, empecé a andar.
La verdad es que Yvette y yo hacíamos buena pareja. Pero no sólo físicamente, había algo más, algo que no se podía explicar. Una fuerza más allá de lo normal. Seguramente, si terminábamos haciendo el amor, sería increíble. Tenía ganas de comprobarlo, pero me reprimí, no quería asustarla. Así que seguí tan normal, intentando olvidar el dolor de estómago y deseando que Yvette me siguiera.
De pronto, sin previo aviso, empecé a encontrarme mal. Realmente mal. El estómago me dolía horrores, y aunque hice una mueca de dolor, intenté que pasase desapercibido. La verdad es que no sé si lo conseguí, pero por intentarlo no se pierde nada. Recordé lo último que me había dicho Yvette, y le contesté, divertido, que no pretendía llevarla hasta ese extremo. La barriga seguía doliendo, pero pensé que una copa de cualquier cosa posiblemente la calmaría, así que, decidido, empecé a andar.
La verdad es que Yvette y yo hacíamos buena pareja. Pero no sólo físicamente, había algo más, algo que no se podía explicar. Una fuerza más allá de lo normal. Seguramente, si terminábamos haciendo el amor, sería increíble. Tenía ganas de comprobarlo, pero me reprimí, no quería asustarla. Así que seguí tan normal, intentando olvidar el dolor de estómago y deseando que Yvette me siguiera.
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
Sonreí al pequeño felino, cerciorándome de que no era un cambiaformas, sino que era un simple gato callejero. Borrando levemente la sonrisa cuando alcé la mirada hacia Erico y le vi hacer una leve mueca de dolor.
Me incorporé acercándome a él y mirándole a los ojos - ¿Estáis bien, Monsieur?- le pregunté algo preocupada. Tenía mis dudas sobre la naturaleza de Erico, el que me resultase tan familiar su olor me hacía pensar que era un cambiaformas, pero quizás, simplemente era porque había coincidido con él en otro lugar.
Gracias a mi metabolismo, el achispamiento del alcohol poco a poco se iba dispersando, y podría volver a beber, pero por desgracia, ser mujer y tener un cuerpo tan menudo, me hacían ser poco resistente al alcohol. Y con pocas copas, me ponía bastante contenta.
¿Cómo podía ser que me preocupase ahora por la salud de un tío que me había confundido con una fulana? Debería dejarle ahí tirado y no preocuparme por él, ni aceptar ninguna copa. Estaba segura de que sus intenciones eran conseguir lo que me pedía dentro del burdel. Sexo, y gratis, bueno, a cambio de unas copas.
Pero, aunque por unos segundos me imaginé cómo sería besar esos labios, enseguida me dije a mí misma que no debía permitir que nada ocurriese, era demasiado joven, virgen, y poco experimentada. Para nada querría que mi primera vez fuese con un perfecto desconocido, que me había tomado por prostituta.
Me incorporé acercándome a él y mirándole a los ojos - ¿Estáis bien, Monsieur?- le pregunté algo preocupada. Tenía mis dudas sobre la naturaleza de Erico, el que me resultase tan familiar su olor me hacía pensar que era un cambiaformas, pero quizás, simplemente era porque había coincidido con él en otro lugar.
Gracias a mi metabolismo, el achispamiento del alcohol poco a poco se iba dispersando, y podría volver a beber, pero por desgracia, ser mujer y tener un cuerpo tan menudo, me hacían ser poco resistente al alcohol. Y con pocas copas, me ponía bastante contenta.
¿Cómo podía ser que me preocupase ahora por la salud de un tío que me había confundido con una fulana? Debería dejarle ahí tirado y no preocuparme por él, ni aceptar ninguna copa. Estaba segura de que sus intenciones eran conseguir lo que me pedía dentro del burdel. Sexo, y gratis, bueno, a cambio de unas copas.
Pero, aunque por unos segundos me imaginé cómo sería besar esos labios, enseguida me dije a mí misma que no debía permitir que nada ocurriese, era demasiado joven, virgen, y poco experimentada. Para nada querría que mi primera vez fuese con un perfecto desconocido, que me había tomado por prostituta.
Yvette C. Lemarchal- Mensajes : 491
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
Mierda, me había visto. No pude evitar el sentirme estúpido. Pero le hice ver que no había pasado absolutamente nada. Frente a su respuesta, yo le contesté: “Por supuesto, mademoiselle, no tiene de qué preocuparse”. No quería que se pensase que me sentía débil, aunque así era como me sentía. Pero yo empecé a preocuparme. No tenía ni idea de qué me pasaba, nunca me había sentido así. ¿Podría ser alguna enfermedad? Bueno, intenté olvidarlo de momento, quería pasármelo bien con Yvette.
Esta noche, la luna estaba en cuarto creciente, y estaba especialmente bonita. Grande y rojiza, se alzaba sobre las calles de la ciudad, imponiendo su belleza y majestuosidad. Debía estar en su cénit, supuse. Me parecía tan sumamente bella, que me costó más de un minuto bajar la vista hacia mi acompañante femenina. Yvette, la chica a la que había confundido con una cortesana, la chica a la que habían tocado el trasero sin su consentimiento, la chica que se había agobiado al llamar la atención en el burdel... La verdad es que la noche estaba siendo bastante extraña. Pero eso no me importaba.
La cogí de la mano, y tiré de ella.
Esta noche, la luna estaba en cuarto creciente, y estaba especialmente bonita. Grande y rojiza, se alzaba sobre las calles de la ciudad, imponiendo su belleza y majestuosidad. Debía estar en su cénit, supuse. Me parecía tan sumamente bella, que me costó más de un minuto bajar la vista hacia mi acompañante femenina. Yvette, la chica a la que había confundido con una cortesana, la chica a la que habían tocado el trasero sin su consentimiento, la chica que se había agobiado al llamar la atención en el burdel... La verdad es que la noche estaba siendo bastante extraña. Pero eso no me importaba.
La cogí de la mano, y tiré de ella.
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
Seguía mirándole algo encandilada, y vi que alzaba la mirada hacia la luna. No pude evitar seguir su vista y fijar la mía también a la luna, era realmente hermosa, con sus tonos cálidos que indicaban que el día siguiente sería algo caluroso, cosa inusual ya que en otoño habían pocos días calurosos.
En mis labios se perfiló una leve sonrisa, en ese preciso instante sentí la mano de Erico coger la mía y bajé enseguida la mirada hacia su mano.
No tuve tiempo para reaccionar, y el chico me atrajo hacia él tirando de mí. Avancé los simples dos pasos que nos separaban hasta que nuestros cuerpos quedaron pegados y nuestros rostros demasiado cerca para mi gusto, pues no me gustaba mucho el contacto físico y este tipo de cercanías.
Le miré a los ojos durante unos segundos, sintiendo como si una fuerza más allá de la natural me llevase a sentirme atraída por él, a fijarme en la profundidad de sus ojos.
Tragué saliva algo tensa, y desvié la mirada nerviosamente. Apoyé mi mano libre en su pecho para apartarme.
En mis labios se perfiló una leve sonrisa, en ese preciso instante sentí la mano de Erico coger la mía y bajé enseguida la mirada hacia su mano.
No tuve tiempo para reaccionar, y el chico me atrajo hacia él tirando de mí. Avancé los simples dos pasos que nos separaban hasta que nuestros cuerpos quedaron pegados y nuestros rostros demasiado cerca para mi gusto, pues no me gustaba mucho el contacto físico y este tipo de cercanías.
Le miré a los ojos durante unos segundos, sintiendo como si una fuerza más allá de la natural me llevase a sentirme atraída por él, a fijarme en la profundidad de sus ojos.
Tragué saliva algo tensa, y desvié la mirada nerviosamente. Apoyé mi mano libre en su pecho para apartarme.
Yvette C. Lemarchal- Mensajes : 491
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
Cuando tiré de ella y la atraje hacia mí, nuestros cuerpos se juntaron y nuestras caras estaban a punto de tocarse. Como era más bajita que yo, tenía que mirar hacia abajo para observar sus ojos. A pesar del dolor de estómago, me sentía bastante bien a su lado. Me daba la impresión de que juntos, podríamos conseguirlo todo. Era extraño. Yo, Vincent, jamás había sentido nada igual por alguien. Un sentimiento extraño, parecido al miedo, luchaba por salir a la luz, pero yo era más fuerte. Y no lo dejé escapar. Seguía sin preocuparme por nadie más que yo mismo, ni por la familia que tenía Erico, ni por cualquier persona de este mundo. Pero ella parecía diferente. No, no lo parecía. Era una chica más, hermosa, pero una más. No merecía la pena ponerse así por ella.
La lucha interior que se libraba en mi interior me resultaba extraña. Extraña en el sentido de que nunca me había pasado. Extraña porque era algo nuevo, y que podía hacerme caer. No debía permitirlo. Pero la sensación que esa chica me producía era anormal. Pero me gustaba. Debía dejar de pensar en ello por el momento. Aunque seguramente, no la volvería a ver, y eso me aliviaba. Si conseguía no pensar en ello en lo que quedaba de noche, habría ganado.
De repente, una voz que me era conocida resonó en mi cabeza. Era Erico, que me decía que debía ir a casa, que su familia lo estaba esperando. Pero, como hacía siempre, no le hice caso. Yo seguía con la mirada fija en los ojos color café de Yvette. En ese momento, era lo único que me importaba. Por eso, cuando puso la mano en mi pecho para apartarse, me sentí decepcionado. Pero fue entonces cuando un hombre mayor, de unos 60 años, salió del burdel, más borracho que una cuba, y se dirigió hacia nosotros con una navaja en la mano. ¿Intentaba robarnos? No lo permitiría.
La lucha interior que se libraba en mi interior me resultaba extraña. Extraña en el sentido de que nunca me había pasado. Extraña porque era algo nuevo, y que podía hacerme caer. No debía permitirlo. Pero la sensación que esa chica me producía era anormal. Pero me gustaba. Debía dejar de pensar en ello por el momento. Aunque seguramente, no la volvería a ver, y eso me aliviaba. Si conseguía no pensar en ello en lo que quedaba de noche, habría ganado.
De repente, una voz que me era conocida resonó en mi cabeza. Era Erico, que me decía que debía ir a casa, que su familia lo estaba esperando. Pero, como hacía siempre, no le hice caso. Yo seguía con la mirada fija en los ojos color café de Yvette. En ese momento, era lo único que me importaba. Por eso, cuando puso la mano en mi pecho para apartarse, me sentí decepcionado. Pero fue entonces cuando un hombre mayor, de unos 60 años, salió del burdel, más borracho que una cuba, y se dirigió hacia nosotros con una navaja en la mano. ¿Intentaba robarnos? No lo permitiría.
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
Me sentí realmenhte extraña mirando al chico a los ojos,podía sentir su respiración sobre mis labios, al igual que el debía poder sentir la mía. La cercanía de nuestros cuerpos hizo que mi corazón se acelerase un poco y suspiré levemente para apartarme.
Cuando lo hice escuché un balbuceo ronco y tosco, me giré aún con la mano en el pecho de ''Vincent'' y vi a un hombre maduro, borracho tambalearse hacia nosotros con una navaja en la mano. Me envalentoné un poco y mi instinto de supervivencia y protector, me llevó a situarme delante del chico para protegerle mientras veía acercarse al hombre - No siga avanzando monsieur o tendré que tomar medidas- advertí.
Pero el hombre simplemente se rió y siguió acercándose. De sus labios salieron palabras soeces y de mal gusto dirigidas principalmente a mí y a mi cuerpo femenino. Eso provocó que me tensase, y cuando el hombre se fue a acercar finalmente con algún oscuro propósito, hice un rápido y ágil movimiento, que escapó a la vista y comprensión del hombre, y provoqué que ese pequeño cuchillo saliese disparado hacia uno de los lados, quedando a varios metros de nosotros.
Miré fijamente al hombre con una expresión superior, denotándole la poca amistad que iba a tener hacia él. Aquella noche sin duda estaba siendo de las peores de mi vida, y creía que ya nada peor, ni mejor podría pasarme... Simplemente se quedaría en una desastrosa noche.
El hombre retrocedió algo confuso y empezó a blasfemar y a decir que era una bruja por haberle conseguido quitar el cuchillo con tanta facilidad.
Cuando lo hice escuché un balbuceo ronco y tosco, me giré aún con la mano en el pecho de ''Vincent'' y vi a un hombre maduro, borracho tambalearse hacia nosotros con una navaja en la mano. Me envalentoné un poco y mi instinto de supervivencia y protector, me llevó a situarme delante del chico para protegerle mientras veía acercarse al hombre - No siga avanzando monsieur o tendré que tomar medidas- advertí.
Pero el hombre simplemente se rió y siguió acercándose. De sus labios salieron palabras soeces y de mal gusto dirigidas principalmente a mí y a mi cuerpo femenino. Eso provocó que me tensase, y cuando el hombre se fue a acercar finalmente con algún oscuro propósito, hice un rápido y ágil movimiento, que escapó a la vista y comprensión del hombre, y provoqué que ese pequeño cuchillo saliese disparado hacia uno de los lados, quedando a varios metros de nosotros.
Miré fijamente al hombre con una expresión superior, denotándole la poca amistad que iba a tener hacia él. Aquella noche sin duda estaba siendo de las peores de mi vida, y creía que ya nada peor, ni mejor podría pasarme... Simplemente se quedaría en una desastrosa noche.
El hombre retrocedió algo confuso y empezó a blasfemar y a decir que era una bruja por haberle conseguido quitar el cuchillo con tanta facilidad.
Yvette C. Lemarchal- Mensajes : 491
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
¿Hola? ¿Alguien me podía explicar qué había pasado? Todo ocurrió demasiado rápido, por lo que me costó asimilarlo, pero al final, me di cuenta de que Yvette intentaba protegerme. ¿Me iba a proteger una mujer? Qué gracioso. La verdad es que me sorprendió bastante, ya que fue rápida poniéndose delante de mí, y el movimiento que desarmó al borracho fue preciso y ágil. Definitivamente, esta mujer no era normal. Y yo debía descubrir qué se escondía bajo su disfraz.
Antes de poder reaccionar, me encontré situado detrás de Yvette, la navaja de hombre estaba en el suelo, y el borracho, blasfemaba y acusaba a la mujer de bruja. Me dirigí al lugar donde había caído el arma blanca, y la recogí. Era una navaja pequeña, afilada, y con el mango de marfil. ¿Quién era ese hombre y por qué tenía algo tan caro? Bueno, quién sabe, a lo mejor era una imitación barata. La metí en mi bolsillo, y me acerqué al hombre. Le dije: “Señor, no sé quién es usted. Tampoco me importa. Pero por su bien, debería retirarse. Está usted demasiado bebido y puede acabar mal. Es un aviso. Váyase”. Empezaba a cansarme de esta situación. Al principio me pareció graciosa, pero ya era suficiente.
Decidí que ya era suficiente. Me di la vuelta y me situé frente a Yvette. Entonces, cuando tenía la guardia baja, el viejo borracho vino corriendo hacia mí para golpearme con su puño.
Antes de poder reaccionar, me encontré situado detrás de Yvette, la navaja de hombre estaba en el suelo, y el borracho, blasfemaba y acusaba a la mujer de bruja. Me dirigí al lugar donde había caído el arma blanca, y la recogí. Era una navaja pequeña, afilada, y con el mango de marfil. ¿Quién era ese hombre y por qué tenía algo tan caro? Bueno, quién sabe, a lo mejor era una imitación barata. La metí en mi bolsillo, y me acerqué al hombre. Le dije: “Señor, no sé quién es usted. Tampoco me importa. Pero por su bien, debería retirarse. Está usted demasiado bebido y puede acabar mal. Es un aviso. Váyase”. Empezaba a cansarme de esta situación. Al principio me pareció graciosa, pero ya era suficiente.
Decidí que ya era suficiente. Me di la vuelta y me situé frente a Yvette. Entonces, cuando tenía la guardia baja, el viejo borracho vino corriendo hacia mí para golpearme con su puño.
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
Al estar frente a Erico, pude ver el avance inminente del rollizo borracho y deslicé rápidamente mis manos hacia las del chico y tiré de él hacia mí justo en el instante en el que el borracho iba a arremeter contra Erico.
Al quitarle de la trayectoria a su objetivo, el hombre se tambaleó por la inercia hasta caer sobre un montón de cajas y basura cayendo al suelo blasfemando. Aquella situación ya estaba levantando demasiado alboroto. La gente empezaba a salir del burdel en busca de los causantes del altercado.
Me giré mirando a Erico a los ojos, yo me encontraba apoyada en la pared y el contra mi cuerpo- Deberíamos irnos de aquí... vamos a buscarnos problemas si nos quedamos.- dije sobre sus labios, ya que al mirarle, me vi obligada a alzar mi rostro hacia el suyo, y él se vió obligado a bajar el suyo para mirarme.
Estreché un poco sus manos apartándome un poco, escurriéndome hasta tirar nuevamente de él para que me siguiese, pero ésta vez sería sólo de una mano - Vamos, salgamos de la zona, escondámonos en los jardines de la plaza, allí no nos seguirán. - dije volviendo la vista atrás, mientras con mi mano libre me sujetaba la falda del vestido alzándola para no pisármela en la carrera.
Al quitarle de la trayectoria a su objetivo, el hombre se tambaleó por la inercia hasta caer sobre un montón de cajas y basura cayendo al suelo blasfemando. Aquella situación ya estaba levantando demasiado alboroto. La gente empezaba a salir del burdel en busca de los causantes del altercado.
Me giré mirando a Erico a los ojos, yo me encontraba apoyada en la pared y el contra mi cuerpo- Deberíamos irnos de aquí... vamos a buscarnos problemas si nos quedamos.- dije sobre sus labios, ya que al mirarle, me vi obligada a alzar mi rostro hacia el suyo, y él se vió obligado a bajar el suyo para mirarme.
Estreché un poco sus manos apartándome un poco, escurriéndome hasta tirar nuevamente de él para que me siguiese, pero ésta vez sería sólo de una mano - Vamos, salgamos de la zona, escondámonos en los jardines de la plaza, allí no nos seguirán. - dije volviendo la vista atrás, mientras con mi mano libre me sujetaba la falda del vestido alzándola para no pisármela en la carrera.
Yvette C. Lemarchal- Mensajes : 491
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Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
Al caer, el viejo borracho armó un gran escándalo. Eso provocó que la gente que estaba en el burdel, disfrutando de las cortesanas y bebiendo absenta, saliese de aquel sitio, preocupados por el alboroto que se formó en el exterior. De repente, me sentí acorralado. Varios hombres y mujeres, de diferentes edades, se habían agrupado en torno a Yvette y a mí. Mientras tanto, el hombre gordo que me intentó atacar, yacía dormido sobre el suelo, bajo los efectos del alcohol. Y ahora que me daba cuenta, Yvette me había salvado la vida. Debía de estar agradecido con ella, pero ya lo hablaríamos, no era el momento. No había que volver a distraerse.
Cuando mi joven acompañante propuso que nos alejásemos hacia los jardines de la plaza, tiró de mi mano, hacia ella, para que la siguiera. No me pareció mal, y echamos a correr. La gente nos miraba desde la puerta del burdel, y me sentí algo intimidado. Pero yo no podía sentirme intimidado. Yo era Vincent, el rey de la noche. Nadie me podía mirar por encima del hombre, porque yo valía más que cualquiera de ellos. ¿Más que Yvette? No lo sé. Ella era especial. Eramos parecidos, pero no sabía decirte en qué sentido. Tenía ganas de besarla. Pero tampoco era el momento.
Cuando mi joven acompañante propuso que nos alejásemos hacia los jardines de la plaza, tiró de mi mano, hacia ella, para que la siguiera. No me pareció mal, y echamos a correr. La gente nos miraba desde la puerta del burdel, y me sentí algo intimidado. Pero yo no podía sentirme intimidado. Yo era Vincent, el rey de la noche. Nadie me podía mirar por encima del hombre, porque yo valía más que cualquiera de ellos. ¿Más que Yvette? No lo sé. Ella era especial. Eramos parecidos, pero no sabía decirte en qué sentido. Tenía ganas de besarla. Pero tampoco era el momento.
Invitado- Invitado
Re: Les femmes... et le plaisir. (Yvette C. Lemarchal)
Ambos desaparecimos con bastante rapidez de la escena del ''crimen'' hasta que llegamos a la plaza y me detuve en la entrada de los jardines. Sin soltarle de la mano cruce la entrada tirando de él, instándole a seguirme. Y así fue, caminamos unos minutos más hasta que llegamos al corazón de los jardines, donde había un estanque y unos bancos de madera a ambos lados del estanque en el que paseaban dos parejas de cisnes, y bajo las aguas las carpas nadaban.
Había recibido señales cada vez que habíamos estado cerca, pero imaginé que era simple atracción, pero al haber corrido juntos, de la mano, me di cuenta de que él era como yo. Así pues, cuando le solté la mano, me aparté un poco de él viendo el reflejo de la luna en el estanque - ¿En qué puede convertirse? - le pregunté girando mi rostro, mirándole por encima de mi hombro.
Quizás ser tan directa no fuese lo más apropiado, pero estaba casi segura al 100% de que él era un cambiaformas, al igual que yo.
Había recibido señales cada vez que habíamos estado cerca, pero imaginé que era simple atracción, pero al haber corrido juntos, de la mano, me di cuenta de que él era como yo. Así pues, cuando le solté la mano, me aparté un poco de él viendo el reflejo de la luna en el estanque - ¿En qué puede convertirse? - le pregunté girando mi rostro, mirándole por encima de mi hombro.
Quizás ser tan directa no fuese lo más apropiado, pero estaba casi segura al 100% de que él era un cambiaformas, al igual que yo.
Yvette C. Lemarchal- Mensajes : 491
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