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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Nicolás D' Lenfent Mar Ago 16, 2016 9:59 pm

Plaisir coupable
La vida dentro de la penumbra,
¿Y la muerte? …
Sobre los crímenes de la música.



Finalmente sólo está en la espera de que todo se derrumbe, para poder sentir en sus manos los añicos de una destrucción anunciada, determinante y precisa, agonizante y efímera. ¿Es muy malo desear la oscuridad?, ¿Es muy malo esperar a que la luna deje de brillar? Y el fulgor idiota que envenena con la melancolía cada uno de los trozos de estrellas que se derrumbe como aquel sueño de ese infame pensador, de ese miserable idealista que con la filosofía de destrucción va forjando caminos peligrosos a la devastación. —Mírame y dime ¿Tienes miedo?, ¿No? Pues deberías temer, ya que soy aquel que observará fríamente en la oscuridad como la vida se desvanece esperando ese último resplandor de la luna roja.—El tuerto inmortal conversa con su querida ánima. Era igual la misma sensación de desesperación, el mismo sentimiento de vacío que hace años casi le consume. Es igual, el mismo deseo de desaparecer, la misma causa anidada. El dolor sigue ahí siguiendo sus pasos, el dolor abre heridas que creyó había superado, pero todo es mentira, una ilusión, la confianza es tan frágil y la realidad es tan cruel. Realmente siempre ha estado sólo escondido en su mundo que jamás he dejado a nadie ver la vulnerabilidad real. Todos ven lo que quieren ver, el reflector de sentimientos empáticos. Ese al que deben controlar, ese que finge ver a través de las luces y no en la oscuridad. Más su confidente único, era ese corazón de madera pulida. Un violín donde su esencia habita, donde el Nicolás se esconde y vive por la eternidad. Siendo ánima, lo que se grita, llora y ríe entre notas musicales.

Cansado una vez más de sumergirse en tantas falsas fantasías. Aquí solo es la sombra sin rostro. Aquí no existe realmente. Aquí murió hace tiempo y sus pasos ha perdido, la ceguera patética irracional y destructiva le encierra en la comodidad de ver todo destruirse sin mover un dedo, de ver todo aprisionarse en voz del amor, cariño o afecto. Sus cadenas ya no existen y aun la terquedad de una ilusión destruida tiene tanta fuerza para destruirse y salvarse al mismo tiempo. Lastimándose con las notas de ese terrorífico violín, interpreta su sublime melodía, ejecutándola como el verdadero músico del inframundo. Sintiendo las vibraciones acariciarle, siendo las melodías quienes le consuman y lleven a un dolor gratificante, la única cosa que es real. Su templo comienza a desquitarse de la voluntad, y la garganta duele, aunque no como la cabeza que de pronto quisiera hacer estallar. Celebrando en esa fiesta pagana, una escena moribunda, haciendo sangrar los tímpanos para quienes son puros en ese lugar, solo estas notas eran merecedoras de pecadores y monstruos, de bestias enjauladas entre escombros de pensamientos. Porque todos se han partido la madre en pos de un escenario digno para la expresión, claro que hubiera quienes creyeron en él y otros que no, al contrario hicieron lo posible para hacerle caer y no lo lograron. Burlándose de sus enemigos pero sobre todo miles de horas alejados de Morfeo, necesitaba danzar acorde al violín, moviendo sus dedos con una grandeza insuperable, un verdadero dios a la locura y desenfrenos, de caprichos, pasiones y traumas, y por las que no deben ser nombradas, tiene un altar de desgracias, pidiendo perdón a su amado violín por haber renunciado a él y a la escritura durante un tiempo de melancolía. Pero, ¿Que beta era? si está creado de ella, ha sido condenado como su esposa, jurándose una eternidad, y superando obstáculos, esta era la prosa de la muerte eterna, la que está peleando su lugar.

A este ritmo, el violinista que todos llaman cuervo, si de un ojo fue devorado. Ahora, el otro debía de ser desterrado. Para que así, solo en ceguedad caiga y al fin contemple su reinado. Eso que tanto ha ansiado Nicolás. Por lo que entre realidades y sueños que refleja esa mojiganga, le incitan a recorrer con su danza grotesca, uniéndose a los humanos a quienes piensa devorar si no bailan. Aunque a uno presiente, su sangre le llama, y lo empieza a seducir, quiere drogarlo a los tímpanos, marearlo, seducirlo. Esas malditas irises no deja de observar, describiendo a la perfección sus lucientes cabellos y de cómo en el paraíso viajaba para querer mancharlo como a un averno bienaventurado.

Reflejándose como un pájaro negro, su negrura capa figuraban alas agitándose, con sus cabellos sujetados a un listón, es que del rostro pueden apreciarlo, pero que no miren fijamente, porque no todo es belleza, y el castigo es que enamorados quedaran de sus heridas.


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Mensaje por Ghenadie Monette Mar Ago 30, 2016 7:02 pm



Plaisir coupable
todo es subjetivo, si te pones de cabeza, el cielo se hallará bajo tus pies
No hay mendigo capaz de evadir el filo del viento, pues ni el más frondoso abrigo de piel puede resguardar al transeúnte nocturno del árido y cruento azote liberado de su prohibición tras claudicar el sol. Era imposible distinguir la procedencia del ardor que colmaba el cuerpo del joven en huida, porque aunque el alma de un hombre proceda de otra dimensión inteligible, está incapacitado para ignorar la agonía de su morada. Tortura al encarcelado la frigidez de los barrotes, le ofusca la presión que ejercen unas rocas contra otras, transpira junto al suelo en el calvario del estancamiento.
Ardían las heridas de sus brazos, pero más aún se contraía su pecho por aquello que se las había infligido. ¿Cuándo había sido la última ocasión en que la había contemplado sonreír? El destello de las porcelanas alineadas en un arco de gozo en plena consciencia de su motivo de ser; y no sometidas a la ignorancia que consigo trae la demencia. Las risas que solían inundar los pasillos de su morada ―fuese la actual, fuese una pasada― se distorsionaban en la memoria del que ahora se coronaba espectador de convulsivas carcajadas. Ya no eran las campanas, era la estampida implacable de la horda de demonios que se alojaban en un espíritu. Un espíritu que alguna vez había amado, alguna vez había aspirado a la prosperidad.

El sudor le perlaba el níveo rostro, su expresión posesa del más palpable abatimiento. La Luna pugnaba en los cielos por abrirse paso a la escolta de nubes espesas que bloqueaban su visión y privaban al mundo de su vigilia, sin su centinela, los puros veían menguar sus esperanzas.
Los muros eran la fuente de apoyo más sólida que hallaba a su paso, incluso cuando éstos aparentaban flaquear en resistencia por sobre su cuerpo. Huir no era sencillo, requería de mucho valor. ¡He aquí la ironía! ¿Quién más valiente que el que deserta? Es muy sencillo perder la vida frente a un desafío, abandonarse al lujurioso abrazo de la muerte sin mayores esfuerzos; cualquiera sabe cuándo el fin se aproxima y la decisión de permanecer o escapar es la más elemental de todas. ¿No se oye idiota que el ratón, viéndose frente a frente con el león, permanezca inmóvil, desafiante, dispuesto a luchar por su vida? El león lo devorará, claro está, y las aves, los sapos, los insectos y demás ratones le exaltarán como a un mártir, admirarán su insolencia. Pero el roedor, de haber escapado por un hoyo en el momento preciso del encuentro, habría salvado su vida y vivido por la eternidad con esa carga: la de seguir respirando. Perecer es sencillo, el desafío verdadero reside en continuar existiendo.

Pero no se encontraban excusas que le hubiesen impulsado a quedarse esta vez, si estaba siendo valiente o simplemente precavido, era un hecho que se podía discutir; el punto era que corría y que sus brazos sangraban.
En ocasiones sucedía aquello: su madre comenzaba a tararear una dulce melodía, alabando la naturaleza y sus misterios; poco a poco, como el río que en su caudal se inmiscuye por entre las rocas, el concierto comenzaba a dotarse de turbulencias, a él se suman la danza y las expresiones, en aumento, en auge hasta que en su punto máximo, se desplomaba. Las alas se volvían pinzas, los trinos gruñidos y la bondad se teñía del más palpable cinismo. Y la mujer arrasaba con todo cuanto se hallaba a su alrededor, desde los muebles y las reservas hasta la integridad de su propio hijo.
Amarrarla nunca había sido una solución viable, las cuerdas corroían la piel de la opresa, abandonando sobre sus vestigios horrorosas quemaduras; ¿intentar rescatar la escasa lucidez mental de la víctima de la demencia? Imposible, no en aquel estado. Pues, entonces, sólo restaba huir; atravesar el pórtico y abandonarse al cobijo de la noche parisina.
Esta vez había esgrimido un atizador, Ghenadie solía olvidar las herramientas de mayor empleo al alcance de la mano y en esta ocasión ―como en tantas otras― su nimio despiste había derivado en una serie de cortes y moratones en sus brazos y espalda ―los primeros consecuentes de un intento por defenderse, los segundos propiciados durante la huida―.

¿Hacia dónde se dirigía el muchacho una vez concientizado de su carrera? Solía resguardarse en hoyos invisibles, como el animal que en las calles merodea, abandonado por los hombres que son bondad pura, olvido sistemático.
Esta vez, sin embargo, en ausencia de la Luna, un agujero no suponía una tentación; sí lo era, a su parecer, el pasearse por las angostas avenidas gitanas, donde alguna vez habría correteado huyendo del que la traía, buscando el escondite perfecto para sobrevivir a la cacería. Siempre carreteras de la música rítmica, caudales de vistosas telas, pero más aún, de extravagantes alhajas.  
Era de noche, sin embargo, y poco se podría apreciar de los colores en los que Ghenadie buscaba consuelo; pero a la lumbre de las fogatas, a orillas de la tibia pira, sabía que hallaría, cuanto menos, un refugio contra el viento.
Cuán ingrata fue su sorpresa al descubrirse solitario en medio de aquel bosque de erguidas carpas; los brazos le escocían envueltos en sus tensas mangas cuando descorría los harapos en búsqueda de gitanos. No los había por ninguna parte, no en las proximidades. El único indicio de insomnio se lo trajo la brisa, oculto en un enigma de canción; reconoció el chirrido del violín, la velocidad de una oscura melodía que le seducía como lo hacían las flores invernales en medio de la devastación. Avanzó en respuesta a un reflejo involuntario, como si al aumentar el volumen de la música también lo hiciera la hipnosis que le privaba de razonamiento.

Pronto lo encontró: el corazón del limbo. La pira no estaba encendida, ¿de dónde procedía, pues, la fantasmagórica luz que enmarcaba las siluetas de los entusiastas bailarines? Las farolas, quizá, que se erguían empaladas en una circunferencia que asemejaba el cobijo de un seno materno.
La luna se abrió paso entre las nubes y concedió a la escena un matiz aún más grotesco, Ghenadie pudo contemplar la danza desenfrenada de mancebos y doncellas morenos al son de un violín que se ocultaba detrás de sus vasallos. El joven albino, por aquellos lares conocido como el Hijo de la luna, se adentró en la volátil masa humana, dejándose llevar por el murmullo de las risas, el desenfreno de los espíritus cuyos hilos dominaba el músico titiritero. Las mujeres le tomaron por los heridos brazos y le obligaron a sumarse a la corriente, dejando a un lado todo cuanto ofuscaba su pensamiento, el ardor de la piel, las contracciones del pecho, el aturdimiento de los oídos.
Ghenadie danzó a la luz de las estrellas, custodiado por la Luna, abrazando a las multitudes y aproximándose cada vez más a la fuente del éxtasis. Allí estaba, el violinista. En el centro de la ronda, en el rincón más oscuro del valle, atravesado por las sombras de sus devotos. El corazón le dio un vuelco y de improviso, su cuerpo entero se estancó en un punto fijo, se le heló la sangre, se nublaron sus sentidos. ¿Por qué todos los reunidos gozaban, inocentes, de la amarga ofrenda que un monstruo llevaba a cabo?

Le pesó respirar en cuanto sus ojos percibieron el aura del músico, la negrura de su espíritu. Si entrecerraba los ojos y se concentraba, podía divisar a la perfección cómo la decadencia, la oscuridad emanaba del cuerpo muerto del hombre que yacía allí erguido. Era sofocante, grotesco, terrorífico; y su corte de seres terrenales había elegido someterse al vals de la perdición, el que él mismo interpretaba con sus finos dedos.
Pero existía algo, algo más en aquella escena novelesca que le impulsaba a sentirse compungido, presa de la angustia más decadente. Aquello no era una marcha en honor a la caza, era un himno de melancolía. Las lágrimas comenzaron a brotar, entonces, de los platinados ojos del gitano, barriendo con los residuos que teñían su casto rostro.
De improviso el mundo de cuerpos convulsionados se esfumó de su consciencia y sólo restó la visión del violinista infernal.
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Mensaje por Nicolás D' Lenfent Miér Sep 14, 2016 5:38 pm

Qué espléndido era ver cómo interpreta ese tenebroso violín, una magnífica presentación que sin duda alguna no era para sus espectadores, sino sólo era una descarga de su limbo, asfixiado se siente, grita como si los malditos cielos estuviese luchando, despertando a todo ser oscuro para que se sientan amenazados e invitando aquellos que conocen de la oscuridad a que se alcen y dancen. Ejecutando un baile destructivo, entre el violinista con su violín, se agita al compás que las melodías van direccionadas a una profundidad, se sumerge, desbordando sus emociones que lo están llevando a una hoguera, a una muerte final que provoca con sus deseos de maldecir a la humanidad, ir en contra de ellos sin que lo entiendan, los repudia y la tonada era eso. Una escaramuza entre lo que fue, lo que es, y lo que será. Aumentando su ritmo, transformando su agonizante dolor en un furioso crescendo permitiendo que su rabia contenida explosionase como un crisol de fuego y lava, como una tormenta de truenos cuyo eco retumbara con lúgubre fragor en el corazón vacío de la noche.

Su ávida necesidad de desaparecer, de pertenecer a la sola soledad, y de existir plenamente en la umbra. Se materializaba en sus manos que aferrado fuertemente al violín esta, lograba transformarlo en un catalizador, un transmisor de sus propias pesadillas que le mantenían ligado contra su voluntad a una realidad maldita de la que no podría escapar nunca. Y qué mejor actuación con aquel que pudo haber sido su amado querubín, pero no lo era. Ese a quien rodea en un exótico baile, comenzando a encadenarlo en imaginables cadenas que se van cociendo desde la caja del corazón del violín, hacia las manos y pies de aquel herido humano, su linfa fue la causante de que la madera se interesara en él, en que el cuervo de un ojo lo mirase, el percibir su hedor le mantuvo atraído. Olfateando consunción, la debilidad que se siente. No se percata de que el violinista lo está conociendo a través de la música, a través de su pupila. Lo está desnudando, incrementando los giros y movimientos que ejecuta a su alrededor. Mientras que se despeja el cielo negro, la Luna se ha puesto celosa que se indigna de ver a Nicolás jugar con el filo de una nota, que exterioriza su tristeza, tornándose entre sombras. Era un mal augurio lo que le espera al inmortal, los lobos están muy cerca y lo primero que quieren es asesinar. Pero no es de su preocupación, no despeja los ojos del joven de cabellos blanquecinos con un tono plateado. Era extremadamente exquisito, su nívea piel aflora y la hace llamativa para el festín, Su sufrir era el licor perfecto, se adentraba a su mente, yendo por remembranzas prohibidas que ese humano mantenía con aferró, dedicadas todas y efusivamente a sus heridas. Un agónico ángel veía, y lo quiere seducir, probar de su llanto, envolverse en su dolor para alimentar su cuerpo con la sangre que derrama. Sin faltar la pulida madera, que de sus notas quiere mancharse de esa linfa. Aunque se lo prohibía Nicolás, ese era solo exclusivamente para quien de nombre es Hero.

Y tan cerca estaba, que entre giros y el llanto de la quinta nota. Con un grito de cólera, deslizó por última vez el arco sobre las cuerdas en un gesto de iracundo frenesí. Estando frente a ese humano, formulando un círculo imaginario entre ellos, le cerró la salida, no había a donde correr. Y solo ese secreto era entre ese humano y un inmortal, lo atrapo. Quedando un violín lloroso hasta que en silencio permaneció por desahogar sus lágrimas y nadie lo comprendió, excepto él. Con el que se refleja en sus pupilas y es ese albino. Nadie había llorado, nadie derramó una lágrima junto con su tragedia. Nadie, hasta que apareció frente a sus ojos, alguien que reconoció su melancolía. Y desprende una leve reverencia, echando la capa hacia atrás y dejando caer sus cabellos. En un íntimo movimiento, alzó el arco girado, deslizando la parte de madera por debajo de su ojo, atrapando su lágrima que finaliza con al parecer un beso en este. Sin embargo solo capturo de entre sus labios esa gota salada, probando ese sentir humano. — ¿Por qué me has entregado tu dolor? ¿Por qué has llorado, y aún, porque me permitiste tomarla? —Aguardo, bajando el arco, y con el eco de una voz excitada pero reservada a la agudeza. Exponiendo su más fiel deseo.—Para mí, una lágrima es la invitación hacia la sangre…


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Mensaje por Ghenadie Monette Dom Sep 25, 2016 9:29 pm



Plaisir coupable
lloran, los vivos, sobre el silencio de los muertos
El tiempo detuvo su curso y la melodía cesó su rezo, siendo el eco de los convulsos pasos de baile el vestigio de una armónica plática con el infierno. Y el violinista reparó en él, se aproximó y ofreció sus respetos sin fundamento; fueron sus lágrimas presa del arco endemoniado y fue a través de su pulida madera que se inyectara el oscuro veneno de la melancolía, un estremecimiento indujo a su cuerpo en una imperceptible convulsión.
El gitano permaneció inmóvil, alojado en un universo alterno construido exclusivamente para el músico y él.
¿Por qué? ―repitió, hipnotizado, el disparador de la interrogación.

Frunció el ceño y oprimió los labios, extendió sus delgados dedos hasta su rostro y procuró contener el caudal de gotas impolutas que, perezoso, brotaba de sus ojos. Pero le fue imposible cesar su llanto. La angustia le oprimía el pecho y la resonancia de la voz de su interlocutor se abría paso con el filo de la aceptación en sus oídos. Podía percibirlo, aquel arremolinamiento de oscuros sentimientos, el devoto secreto que el difunto se lleva a la tumba, el susurro de la eternidad inserto en un frasco de cristal.
El joven dio un paso al frente, guiado por el impulso de la compasión e ignorando a su mudo instinto de supervivencia.
Los muertos no lloran ―acotó suavemente, mientras extendía su mano en dirección de la mejilla que compartía fracción del rostro con el ojo inútil del inmortal―, por eso necesitan de alguien que lo haga en su lugar. Los vivos se reúnen en los cementerios para derramar las lágrimas que el enterrado no es capaz de liberar.
Aguardó, inmóvil, con discreción, a que el individuo reaccionara al roce de su tacto, olvidando que le sangraban las heridas, dejando a un lado la consciencia de saberse hombre. Ahora compartía con aquel un secreto y solo muerto estaría dispuesto a traicionar su recién fundado pacto de silencio.

No puedes llorar y es por ello que me veo en necesidad de hacerlo por ti. ―Como si de una obviedad se tratase, prolongó su explicación al joven, antes de retraer su mano de regreso al sitio que le correspondía junto a su cadera.
Echó un vistazo al cielo, aún consumido por la congoja, pues allí, en el manto de estrellas, le aguardaba expectante la Luna, como dispuesta a dejarse caer sobre la Tierra si algo ocurría a su hijo.
No es necesario ―prosiguió, devolviendo la atención a su interlocutor― que seas invitado a la sangre. El destino te ha convertido en su amo y señor, es tu deber tomarla siempre que te plazcacomo a la cortesana de la que dispones; tal y como a la luz del sol que a los vivos corresponde por ser vasallos del día; como a la flor que desde el prado hipnotiza con su belleza y llama a la muerte en manos del hombre al que ha enamorado.
Retrocedió un paso, con gracia y ligereza, respetando la fluidez de la danza que aún ardía en sus pies.
Aunque, permítame el atrevimiento, señor, de rogarle que no la tome de mí esta noche. ―Disimuló con sus manos los cortes resecos que adornaban su piel, como si con ello hiciese más que recalcar su existencia― si es usted el legítimo causante de mi muerte, aún no lo sé, pero sí estoy seguro de que, llegado el momento, estaré al tanto y ofreceré mi sumisión al curso pautado por el universo.

¿Qué restaba para un servidor del porvenir, para un indigno mortal presa del vals que aún fluctuaba a su alrededor? Aguardar. Abandonarse al curso del tiempo como hace el roedor en su escondite, siempre consciente del predador que le asecha y le aguarda, en la salida, dispuesto a devorarle de un único y definitivo bocado.
Aún se sentía confundido, aunque el violín hubiese cesado su vertiginoso zumbido, su esencia permanecía impresa en el aire, como si este hubiese liberado una bruma constante cargada con su atosigante mensaje. Por tiempo indefinido, quizá por la eternidad. Y esa longevidad percibía en el aura del portador del instrumento, aún se le dificultaba no caer maravillado ante el misterio del cuerpo que permanece por los siglos de los siglos aprisionando el alma que, de vivo, le hubiera dado su razón de existir. Los hijos de la oscuridad resistían el transcurso de los años como las historias que se independizan de las hojas para convertirse en miembros del tiempo y cónyuges del conocimiento; sin embargo, los primeros, funcionaban de una forma inversa: eran sus portadores ―sus cuerpos― los que permanecían longevos, mientras que su espíritu, poco a poco, se iba corrompiendo junto con la esencia de lo que alguna vez habían sido.
Ghenadie elaboró una interrogante que, aunque insonora, deseó hacer al violinista del infierno: ¿es que acaso era, aquella, la única canción que podía interpretar?

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Mensaje por Nicolás D' Lenfent Mar Oct 11, 2016 7:07 pm

Blasfemia, fantasía, adoración...el violinista ha jugado con sus propias notas, ha hecho de ellas un terror precioso, tan adictivo para quien las interpretase. Resonando ese latir que ya era suyo, justo en ese momento podía controlarlo y para ello, lo ha percibido. Ha sembrado un hilo a las emociones del gitano. Tan despiadado es, así como arrebata las lágrimas de esa miel para su paladar, siendo lo único que aclama para llenar el vacío forjado en su cuerpo. ¡No debió dejar lucir su debilidad! ¡No debió permitir que el violinista viera esas lágrimas! Se vuelve un monstruo cuando las mira, porque no está satisfecho y quiere más. Peor, fue el quien reconoció la belleza de esta trampa. Y quien ha caído. Porque el tocar no es para liberar, es para atrapar lo que envuelve a la nota, lo que lo siente y se vuelve parte de ella. Siendo el melodrama una de sus exquisitas habilidades para perpetuar. “¿Por qué?”… ¿porque es que sostiene sus irises? ¿Porque, es que probó de sus lágrimas? ¿Porque, un gitano ha tenido el privilegio de que un cuervo lo probase? ¿Porque? ¿A que de tantas incógnitas se refiere ese albino? Hubiese reído ahí mismo, si no fuese por sus expresiones, sus movimientos, y sus sensaciones. Era evidente que ha sido presa de las manías que el inmortal realiza como pájaro. Ya que, la presa quiere saber quién es su captor, por qué ha deparado en su presencia. Más, toca, no se lo impide, la hiel puede ser dañina si se toca demasiado. Siguiendo la humedad de sus ojos, deleitando esa figura; era extraña, y provoca una enloquecedora sed.

Solo observa, su único ojo no se pierde por nada de algún rastro para atacar, inmóvil y frío como respuesta a su tacto. Los muertos no pueden, se les prohíbe sentir, son un bálsamo. Sin embargo, veía a lo que quería llegar el humano. — ¿Estás dispuesto a derramar valiosas lágrimas por otros?, ¿sin conocer a quien va dirigida? —. Tomo de la muñeca de esa mano que antes acariciaba la mejilla, alzándola a la distancia de su cabeza, jalando un poco, acercando más ese rostro. Era cierto que no podía llorar, ya su llanto se ha secado, más la melancolía sigue clavada en su pecho, en el vacío que yace por siempre. Y esbozo una media sonrisa, tan llena de cinismo, liberando la opresión anterior. —Me has visto llorar, me has escuchado gemir, no necesito derramar de mis ojos la tristeza, no es necesario que el dolor sea representado por sangre, por lágrimas, con palabras… — Errado, el albino lloro por una razón, pues la agonía del cuervo la halló en su música, esa era la razón por la que lloro, porque el pájaro cantó sus penas autodestructivas.

¿Desde cuándo la presa pide no ser devorado? No está en su disposición la decisión, su sangre ya estaba obsequiada, quien escucha su música deberán de pagar un precio. Y ese, es que...Con el índice mueve en forma de negación, dirigiéndose a su rostro, paseándose con travesía, recorriendo su cuello, su pecho. — Me gusta tu habla, sabes que eres ya mi presa, conoces ya el deber de una, —su nariz fue a dar a su cuello, olfateando, dejando que la extremidad recorriera cada rincón. — ¿por qué no he de tomarla? No hay nada que me haga hacer lo contrario, primero provocas al sediento y después, quieres salir ileso… imposible. — musita, dejando el aliento que tocara su expuesta piel, acariciando uno de sus brazos, donde las recientes heridas volverán a hacer abiertas. Interpretando su mente, esa voz interna obtuvo. — ¿Quieres oír más?, —interrogó, — ¿qué estás dispuesto a dar, a cambio de una nota más? —.Que no siga el juego, porque podría ser muy cruel, y solo para satisfacerse a sí mismo. Por lo que sus manos se hicieron de su violín de nueva cuenta, levantando el arco donde el filo que tira de las cuerdas lo deslizo en un sutil meneo, siendo suspensorio el sonido que emite el violín, para después, hacer el mismo movimiento pero es vez, sobre los labios del albino, logran hacer un corte, no profundo pero si el suficiente para que aflorara la linfa. […] este era el único precio…Pagar con sangre. Esperando que lo invitase a un lugar mas apropiado, donde solo los tres puedan estar; él, el violín y el tuerto cuervo.


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Mensaje por Ghenadie Monette Miér Oct 19, 2016 11:51 am



Plaisir coupable
en las sombras un rey se vuelve lacayo y un deudor, usurero
Contemplar el par de siniestros ojos en la proximidad resultaba embriagador, sentíase el gitano como aquel que busca en el ron ahogar sus falencias, extirparse la conciencia del error, sumergirse en las profundidades del no ser. Eran, pues, ese casal de orbes ―el que le miraba y el que no― como el fondo de un abismo: tentador, devorador, expectante. El albino sintió la inmediata necesidad de reparar en el instrumento del que su captor se jactaba, asemejaba componer un miembro adicional de su cuerpo, el alma que había desertado su pecho ahora alojada en la sensual silueta de un violín. Sería su caja morada de la furia e iracundo pesar, clavijas dotadas del gozoso delirio de la felicidad, un diapasón sobre el que descansara la pasión y la intensidad del amar, y quizá cuerdas de lágrimas ensangrentadas que olvidaran cómo llorar pero no cómo sufrir.
Ghenadie le había oído lamentarse, le había escuchado gemir, pues mediante aquel frágil instrumento, génesis del pesar cordófono, el espíritu cautivo hacía alarde de su sincero sentir.
No concebía, el gitano, el valor adicional que la humanidad le había concedido a la lágrima, ¿qué contrastaba en ella de la carcajada o el gozo? Alguien le había mencionado alguna vez que el llanto era como la risa o el canto, igual de puro y mitigante; el secreto se hallaba en aprender a hacerlo con lealtad.

No era la primera ocasión en la que el joven protagonizaba el rol de presa, esa era una de las cualidades por excelencia con la que habían sido dotados los seres humanos. El contacto directo con la piel del violinista impulsaba espasmódicos escalofríos en su corriente sanguíneo, los caminantes de la noche sacaban a relucir una de sus más exquisitas facultades a la luz de la Luna: no existía víctima capaz de resistirse a los seductores modales del predador.
Nuevamente librado del abrazo de su captor, aunque aún incapacitado para emitir palabra alguna, vio su deseo atendido y en vías de ser concedido, a cambio de alguna cosa, claro está. No detuvo el fluir de la sangre cuando la voz del violín rasgó sus labios, permaneció inmóvil, dubitativo, dispuesto a elaborar la composición de su tributo y así poder ser partícipe de la manifestación musical del alma que frente a sí se develaba; algo que le fuese útil, quizá la expresión de la solidaridad.

«Cuando des con un espíritu en miseria, ofrécele tres medidas de lo que pide, una dosis de consuelo y el anuncio de una esperanza.»
Resonó la consigna en su mente tan clara como la oración primera que un niño aprende; su madre, cuando aún era la de sus más gratos recuerdos, solía darle gentiles consejos que en su tierna memoria debía plasmar.
Esbozó una amplia sonrisa y contempló con abundante expresión el rostro de su interlocutor, dispuesto más que nunca a inaugurar un secreto acuerdo.
No deseo que me malinterprete, Monsieur, no estoy intentando privarle de tomar lo que le corresponde, simplemente deseo que con ello no se lleve mi entera existencia.
Alzó la cabeza lo suficiente para que el esplendor de la Luna bañara de lleno su rostro en el alba de su esencia; a su alrededor, los gitanos parecieron comenzar a despertar del ensueño y, aun cuando la danza se desenvolvía con invariable frenetismo, demostraron desligarse finalmente del hipnotismo fantasmagórico.
Ghenadie sostuvo la muñeca del violinista y le jaló con entusiasmo hacia las afueras del círculo. Se introdujo en el laberinto de tiendas precarias, eludiendo aquellas en las que gemidos, carcajadas y percusiones daban indicios de habitabilidad. Finalmente arribó a un claro en cuyo centro los longevos vestigios de una fogata anunciaban un verídico pacto de deserción, allí mismo desasió la extremidad del vampiro y, tras tomar precavida distancia, prosiguió a enfrentársele.

Dijiste que me dejarías oír más ―sentenció con su característica serenidad―, hagamos, pues, un acuerdo.
Señaló con ímpetu a la Luna, dispuesto a concederle el protagonismo que, por soberana, le correspondía:
Dedícale una melodía a la Luna, con todo tu espíritu, pues solo ella será tu oyente. ―Hizo una pausa, regresando su brazo al amparo de su cuerpo―, a cambio te concederé las gentilezas: tres copas de mi sangre, ser nuevo portador de uno de tus más grandes pesos, del que podrás desligarte hasta el último día de mi existencia, y una premonición del porvenir, una que solo yo pueda revelarte.
Y con ello inauguró la propuesta de un convenio, en el que ninguno tendría nada que perder y, sin embargo, mucho por ganar.


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Mensaje por Nicolás D' Lenfent Dom Oct 23, 2016 4:41 pm

Oscuros secretos empiezan a sembrarse entre el gitano y el cuervo, se entienden uno al otro, es una conexión que la sangre y el llanto los ha mezclado, más él tiene sus hábitos bien expuestos, jugando con lo que sería su alimento. Esto le aumentaba el sabor al manjar, servirlo con condimentos extras, y no eran menos que las evocaciones. A esto le llamaba un festín. Era claro que la oscuridad emanada del cuervo era traicionera, la virtud de la noche es cumplir con los deseos, y al violín sediento, se le brindó la linfa con la misma manera en la que libera sus gritos. Por qué después de que el arco se meneara en sus labios, llevo la sangre a tocar con las cuerdas, dándole una nota en representación a su sabor; caliente estaba, condensada y poseía un sabor espectacular, no era dulce, ni amarga, era inexplicable, pero es que tratándose de gitanos, era un frenesí... ¿Y por qué es que sabe? Porque no solo pasó a ser probada por las cuerdas, mancho todo el arco de estas y con la lengua lo limpio. Así se mezclan las sangres, complaciendo al vacío.

—No me sirve un cadáver, no temas a la muerte porque esta no está interesada en ti. He decidido que no solo escucharas mi música, sino, serás una obra para mi próxima sinfonía. —Pero como todo tiene un final, el hechizo pronto se fue desatando, la Luna dio en su punto fuerte y alumbró los rostros para que despertasen. Ninguno le interesó, más al que tiene en su frente, sus cabellos eran puros que le contaminan para desear mancharlos. ¡Y que maldito era! Se ha salido con la suya, el gitano lo tomó de la muñeca, dirigiéndolo a las lejanías. Mientras se desvanecen las voces, las risas y sonatas a la festividad de la noche. Apareciendo un claro a la distancia, el olor del agua y lo vestigios encantaban con la imagen de un hermoso momento. Ya había visionado con lo que haría con el albino, y estaba seguro que él al igual ya lo imaginaba, pues nunca había visto a un humano, ir hacia las trampas de un inmortal, aceptando un pago tras ofrecerse.

En cuanto quiso retomar una distancia que ya no existía entre ellos, le detuvo, tomándolo como si fuese su violín, porque a este lo dejó postrado en el suelo, para que sea admirador de un acto sangriento. Escuchando de sus palabras, capturando el aliento que desprende, sin mirar más a la Luna directamente, porque en esas irises se refleja, emitiendo una media sonrisa, siempre luciendo melancólico, aterrador en cuanto a una tristeza burlona. Pues se cree el albino merecedor de un acuerdo, pero dejo que prosiguiera, era interesante la manera en la que habla. —Eso es solo lo que tu deseas, ya he escuchado tus peticiones, ahora escucha las mías. —Lo mantiene sujetado del brazo en su espalda, con el rostro muy cerca en el ajeno. Y posando la única mirada en él. — Le dedicare lo que quieras a la Luna, pero será empleando tu cuerpo, mi violín se ha cansado y necesita reposar, más prometo que será la perfecta sinfonía no antes escuchada, será con toda mi pasión forjada. Más espíritu, no hay alguno que pueda sacar, por ello, serás tú mi caja—, era un retorcido placer, el producir notas en lo que se alimenta, era el mejor pacto brindado. —Tu deseas ofrecer tres copas, pero eso no me basta para que pueda interpretar con fulgor mi música, lléname, sáciame lentamente, es el que me alimente sin necesidad de matarlo, pero si, el herirte. —Deslizó la extremidad de la lengua por sus colmillos, negando. — ¿Cómo podrás ser un portador de mis más grandes pesos, si aún no eres conocedor de ello? , — ¿Y cuál era? Nadie lo sabía, excepto su amante, pero el último parecía ser algo interesante, sacar provecho de su magia. — mmm, una premonición, ¿por qué creería que solo tu podrías brindarla? Hay demasiados gitanos que le hablan a la Luna para revelar secretos, senderos inciertos. ¿Qué te hace ser especial? …—Aquel brindó sus servicios cuando el cuervo no los deseaba, por lo que con claridad mencionó que eran sus peticiones. — Pero veamos, yo en cambio quiero; que me brindes tu llanto, esa es la manera en la que calmo mi locura después de tomar sangre—. Ese era uno de sus defectos a la hora de alimentarse, el éxtasis que genera la sangre se acrecentaba, llegando al grado de excitarse y planificar un lazo sexual al que solo a su amante le permitía ya aprovechar.

Y sin más preámbulo, lo dejo a su elección, tenía dos opciones; el aceptar lo antes dicho, o atenerse a las consecuencias de llevarlo a ese lugar.



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Mensaje por Ghenadie Monette Lun Nov 28, 2016 10:36 pm



Plaisir coupable
graznidos en las tinieblas anuncian el inicio del banquete infernal
Un escalofrío ascendió por la extensión de su columna sometiéndole a un sutil y gélido espasmo; se vio en completa posesión de su acompañante, en brazos del monstruo que le ansiaba devorar sin demora; pero existía entre ellos un lazo de compromiso que le infundía cierta tranquilidad, la inminencia de un pacto justo que le devolvería a él la vida y el gozo a aquel que le tentaba.
Cuán desquiciado placer experimentó al atender la propuesta del vampiro, el gitano ansiaba con locura brindar un concierto abismal a su madre, la Luna, y saberse instrumento de la sinfonía le infundía plena felicidad. Ya poca conciencia le sobraba sobre la cordura que guiaba sus decisiones, la proximidad del cuervo, la intensidad de su mirada, el baile de su voz por las espirales de sus oídos, todo constituía el abismo precedente a la perdición, una perdición secretamente anhelada por todo ser vivo que exhibiera un atisbo de debilidad.

Sabiéndose exento de la muerte, cualquier propuesta que su captor le expusiera pecaría de justa. Se permitió una pausa para aclarar su garganta, la marea de pensamientos que se arremolinaban en los confines de su mente le impedían elaborar un discurso apropiado. El reflejo de la luna sobre el cabello de su interlocutor, sin embargo, le devolvió cierta calma.
Prometo, pues, cumplir el papel del instrumento, colma a la Luna de gozo y dejaré que tomes lo que pides.
Procuró aliviar la tensión de su cuerpo, dar lugar a la serenidad y la certeza de que nada de lo que fuera a suceder a continuación acortaría su hilo de existencia.
Tres copas he dicho y tres copas tendrás: la introductoria, que impactará el paladar del comensal y le impulsará a considerar todo sobre el origen; la segunda, destinada a saciar la sed, a socavar el dominio de la aridez y olvidar el porqué del principio; y finalmente la definitiva, la última y más dulce, aquella que recuerda que todo comienzo tiene un final y de la que debes desconfiar, pues sumerge al degustador en un desconcierto que le permite hurtar de él aquello que procura ocultar. ―Sostuvo la mirada del violinista hasta hacer mención del último vocablo; una única vez había sido capaz de degustar un vino de élite y fue entonces que se le permitió experimentar aquel recorrido descrito, ¿qué tanto distaría del consumo de la sangre? Aquella ínfima distinción entre la necesidad y el placer.

Si fuese capaz de revelarte una premonición, preferiría, pues, que me concedieras un indicio voluntario. No estoy seguro de qué tan estrecha es la línea que divide un intercambio de este tipo y los azares del destino; sólo puedo advertirte que, en caso de hallarme muy próximo al letargo o a la muerte en el momento en que nuestros espíritus se encuentren enlazados, no tendré el control de la información que pueda obtener, muy posiblemente date del futuro, aunque no lo sé, es la primera vez que alguien beberá de mi sangre. ―Resultaba fascinante, exasperante, tal y como el primer beso, como el inicial sueño premonitorio, el recitar correctamente el verso introductorio del poema más amado.
La Luna… ―Ghenadie era capaz de percibir la caricia de sus rayos tal y como un hombre corriente se percata de la presencia del sol en consecuencia de su calor. Nunca había sido capaz de comprobar si el astro rey de las tinieblas era, en realidad, una auténtica deidad; si podía escuchar sus poemas en el crepúsculo, si se regocijaba con los inciensos que le encendía cuando menguaba. Pero él jamás había dejado de creer en el estrecho lazo que a ella le amarraba, o dudado en su convicción de considerarla una madre.― Sé tanto de ella como cualquier hombre, todo lo que dicen los libros, todo lo que adornan sus cantares, y tan poco, pues, como el mundo entero. Es un astro misterioso, ¿verdad? Pero, por algún motivo, siempre me ha favorecido, no es por soberbia ni necesidad, simplemente, toda fortuna a ella se la agradezco y, a veces, presiento que me sonríe en respuesta.

Su pecho se colmó de dicha y se apretó contra el cuerpo de su captor. Se sintió listo, como si aquel fuera el momento indicado y no otro para que aconteciera aquello que estaba destinado a acontecer. Una vez más le invadió la necesidad de llorar, sólo que ahora ignoraba si era por su propia fortuna o la angustia que el corrupto espíritu del violinista le infundía con tanta intensidad.
De acuerdo, tú eliges cómo tomar lo que exiges, a cambio, te concederé eso que pides ―en un acto instintivo, recargó la frente sobre el hombro del vampiro e inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado.


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Mensaje por Nicolás D' Lenfent Miér Nov 30, 2016 12:07 pm

Lo tenía entre sus brazos, una calidez mundana, un perfume erótico para inspirarse en la sinfonía predilecta, está siguiendo el resplandor de la bella inmensidad, inmutable sin añoranzas a exterminarla, sin más dolor que la de un goce de caer cubierto con la linfa que la cálida noche sin estrellas pero con esa Luna, ofrecen. Sensaciones percibidas que altivan inciertos pensamientos del inmortal, como mieles amargas del llanto imborrable, invitando al gitano al embrujo perpetuo, a un pecado insólito y a un horror que en la calma no se vislumbra pero conforme avanza, su maldad se exhibe. ¡No sabe en qué garras ha dejado tocarse! ¡No conoce ni el pico con el que habla! Confiado el muchacho, tranquilo corazón y traicionado por prometer ser el instrumento del cuervo. ¡No sabe la magnitud del trato! ¡Oh, pobre corazón, que permanezca sosegado, atrapado, ya no hay de otra! Es momento de abrirle los ojos, devorarlo frente a la engañosa Luna, ya que es bien sabido que esta sacrifica aquello que posee belleza, tan egoísta y celosa es, que prefiere ser la única. — Mi violín, ya no hay marcha atrás. —. Sentenció, murmurando sobre su rostro, dejando que el aliento de su boca lo envolviera, para muchos ha sido embriagador, pues es un licor que emana, de frutos prohibidos.

— No hay copa con la que pueda medir la linfa, y sería un insulto si es de esa manera, no pretendo matarte, eso es lo que debe satisfacerte. Podrás ser conocedor de suministros para los inmortales, pero a mi manera, no creo que lo sepas. Permíteme ilustrarte, y me dirás si en tres copas encuentras las gotas que he de emplear. —Olfateo su rostro, la esencia que emana, el poder que lo atrae a su cuerpo. Maquillando una media sonrisa; tan maquiavélica y befada. —El vino y la linfa no se toman de la misma manera…—. Era un maldito error tanto de humanos como de inmortales, hasta algunos mediocres poetas lo asemejan en sus prosas, pero en qué error han vivido. Hasta el instinto de la demencia hace la diferencia, porque se es más sangrante, más retorcido, más doloroso, porque se vuelve a la vida.

Acrecentando un latir, tenerlo de aquella manera podía darle reflejo a su templo para que latiera ese corazón, sentía su vibración, el como la sangre fluía por su cuerpo, como su respiración calma se iba descompensado. Permitiendo que el pequeño en su hombro se posara, dando a relucir su cuello, y sus venas en pergaminos afloraron. Sus irises obtuvieron una hermosa imagen, su piel blanquecina manchada con venas violáceas, y con un premio, libera su lengua, delineando estas. Su pureza le advertía el vicio que representa, ahora comprende que no fue solo su llanto lo que quería, tan benigno no podrá calmar a su hambre.

— Si eres capaz de hallar a mi espíritu, decirle que se marche de mi templo, porque ahí es donde entenderás mi futuro. Y por ser el primero, serás el conocedor de mi real faceta, que quizás quedes demente a tan horrible presencia. — Musitaba, arrullando con la voz, sin ser mentiras, más que crueles verdades. Dentro de él se esconde un alma, al que de portador se hace llamar Nicolás; un ser muy oscuro, auto destructivo que no es más que un adorador de la tristeza, de la congoja, del daño a otros, una bestialidad que si no se controla mata todo aquello que ama.

— No sabes lo que dices, has estado errado, pero ve como es en realidad, — esta vez, una de sus garras se paseaba por ese cuello, enmarcando su yugular. Sin ser inesperada su aceptación, no le quedaba de otra. Un sacrificio para obtener lo que más se desea, beneficio, y placer...Todo ya brindado, lo eleva. Pronto ascendieron, flemático, siendo el viento quien los acaricie, rodeando la cadera del joven y con la otra, lo inclina, presionando en manera de acariciar su pecho hasta presionar su cuello, volviendo a hacer lo mismo pero esta vez, abre esa vestimenta, liberando su tersa piel, de modo que sus garras pasen y se lleve carne de este, las adornaría con un precioso decorado para así lamerlas y entrar al banquete. Dicho esto, fue como dio la bienvenida, relamiendo estas sin dejar mancha alguna o un pequeño trozo. ¡Exquisita tibieza! Su garganta quemaba, el recorrido que desprendía, quemaba todo a su paso, excelsa sensación que le daba un grisáceo azul a su única pupila. —, esto es a lo que llamo el instrumento del diablo. —Sobre su pecho rememoró, besando esté, lamiendo hasta llegar a su yugular. Y desnudo sus colmillos, clavando en esta y dejar que bombardeara sus heridas, que al mismo tiempo incrustó su mano —las 5 garras— en su vientre, adentrando los dedos, pues se dice que la música proviene de los órganos, quería darle un espectáculo a su Luna, ahí lo tenía, tal y cual esta idolatra. Y qué mejor sinfonía que la que provenga de la garganta de su hijo, Ghenadie toca para ella.

La sangre una vez acumulada, comenzó a lamerle, aun flotando era una adicción, y removiendo los dedos, volviendo a incrustar los colmillos. Necesitaba interpretar sus quejidos, yendo al compás de su cuerpo no se despega, y danza frente a la Luna, por encima de la tierra, obsequiando a la mente del gitano la historia de la Luna, cuán terrorífica es, pues esta sacrifica la belleza por ser la única.


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Mensaje por Ghenadie Monette Miér Dic 14, 2016 8:57 pm



Plaisir coupable
en el fondo del abismo existe un nombre, y quien lo pronuncie se consumirá
Con vehemencia palpitaba su joven corazón, dispuesto a donarse mártir por aquel sinigual cometido; en aquel doliente cuerpo, sometido al ajetreo de una Francia clasista, el órgano en su pecho era único génesis musical, impulsor de un constante y monótono tamborileo, capaz únicamente ―al menos en vida― de acelerar de tanto en tanto el ritmo de su compás.
La mente de Ghenadie perdió su arraigo terrenal y se inmiscuyó en el gran baúl de sus recuerdos, como aquel que ve transcurrir su vida entera en un instante previo al último suspiro, permitiéndose recopilar las tantas experiencias que resguardaba con estima.
Mientras su cuerpo se abandonaba al abrazo de su captor y su piel íntegra se estremecía ante el más sutil de los contactos, el gitano recorría los senderos de polvo y maleza que conducían al seno de sus aventuras: el árbol de los abrazos, cuyas ramas se habían suspendido con dulzura sobre el suelo para que los niños recorrieran su follaje como lo hacían en los prados de flores en primavera; o el tronco de las confesiones, cuya corteza yacía rasgada desde tiempos ancestrales por obra de los jóvenes incautos que deseaban sellar en palabras sus promiscuas promesas de amor eterno.

El ardor de la herida en su pecho le devolvió, siquiera por un instante, a la realidad que le concernía; abrió grandes los ojos para zambullirse en el grisáceo deseo de los ajenos, extendió los brazos y rodeó al vampiro con ellos, aferrándose sin recelo a sus prendas, siempre en búsqueda del soporte que en sus piernas comenzaba a flaquear.
Cerró los párpados, dispuesto a cualquier cosa y exhaló un último suspiro cuando el viento se escurrió por la curvatura de su pecho, justo antes de que la húmeda mariposa asechara su cuello.
Si estoy errado, entonces veré. Encontraré a tu espíritu y le preguntaré por ti ―alcanzó a murmurar, antes de verse su cuerpo profanado por la mordida del cuervo.

Incrustó sus dedos sobre la espalda del violinista, presionando su mandíbula para que la agonía no se dotara de voz. El recorrido de sus pensamientos perdió cualquier destino y se encontró sumergido en un impenetrable manto de oscuridad; el frío le vistió el cuerpo entero y se sintió pequeño y miserable, sin embargo, su espíritu infantil desbordaba expectativas y pugnaba por hallar la luz en tan siniestro escenario.
Un gemido se fugó por entre sus labios cuando sus entrañas recibieron la caricia de unas garras; por un instante volvió a abrir los ojos y clavó la vista en la silueta de la Luna, avergonzándose del espesor y la oscuridad del néctar que de su interior manaba, pues en él se volcaba su esencia desnuda.
De sus cuencas brotaron lágrimas y sin reparo le bañaron el rostro, humedecieron su cuello y se tiñeron de carmesí cuando las manchas de sangre las hicieron sus cautivas.

Cuán pura y bestial agonía, sus vísceras eran revueltas por las zarpas de una bestia y el chapoteo de los fluidos entonaba el tributo a la única espectadora en el cielo. Y el hoyo en su estómago combatía de igual a igual con el placer punzante que ejercían los labios del violinista sobre la herida en su cuello; se sentía ―lejos de encontrarse en su sano juicio― libre de toda atadura terrenal, como si al vaciarse su cuerpo de esencia estuviese desatándose de la obsesión gravitacional.
Ahora que su cuerpo convulsionaba a la par de su captor y que sus manos pugnaban por destruir las vestiduras de éste, mientras sus ojos se deshacían en lágrimas de confusión y la vida se le escapaba de a sorbos; su mente volvió a tomar el protagonismo, desentendiéndose de la noche, de las tiendas, de la hoguera y del ritual, dispuesta a divagar en el fluir de los recuerdos, a ponerse en marcha dentro de la carretera que el destino configuraba con sus haceres.

Primero se topó con la caravana que alguna vez había habitado de niño en compañía de la bondad de su madre, vio desfilar frente a sus ojos cientos de rostros olvidados que acudían a la tienda de la bruja en búsqueda de su consuelo embotellado. A continuación, recorrió con sus dedos la corteza del árbol de los abrazos y leyó los nombres tallados en el tronco de las confesiones; persiguió al perro de la comunidad, anciano como las montañas y manso como las faldas de las bailarinas. Se topó con sus amigos en un claro y danzó con cada uno de ellos hasta que la Luna le llamó a la colina; tropezó con una roca y aterrizó de bruces frente a un recién nacido, un pequeño retoño de nieve que en soledad aguardaba su destino. Ghenadie se preguntó si ése habría sido él antes de que le encontraran y pronto se vio en brazos de la bruja a la que llamaba madre.
De improviso, el rostro de la mujer se tornó brusco y perdió todo rastro de gentileza, se halló en presencia de un individuo corrupto, de facciones toscas que apenas lograba reconocer en la oscuridad, había dejado de ser él, Ghenadie y ahora ocupaba el recuerdo de alguien más, de un espíritu que le era ajeno. Se contempló las manos y reconoció suciedad en las grietas de la piel, por algún motivo la falta de luz no le era un estorbo y el sonido de su propia voz recitaba dentro de su cabeza un constante fluir de estrofas.
Las paredes de piedra vibraron cuando el silencio dio paso a un grito y los balbuceos a un nombre. Prestó suma atención a los repetidos vocablos y concluyó en que alguien le llamaba por «Nicolás». Comenzó a correr sin rumbo hasta que unas manos enormes le apresaron y empezaron a surcar su aniñado cuerpo sin obviar el más íntimo de los rincones; luego recibió entre sus brazos un violín y un arco, pero cuando se disponía a tocar, una bofetada le expulsó de aquel cuerpo y, rodeado de plumas azabache, se encontró reposando hasta el anuncio del nuevo día.
Sus pensamientos eran un embrollo; así como la sangre fluía hacia el exterior de sus venas y su esencia compartía nuevo templo con el del vampiro, su destino se entrelazaba con el ajeno, revelándole un pasado tan desquiciado como el crujir de sus entrañas.
De improviso creyó despertar, pero la luz que reinaba a su alrededor le nubló la vista y sintió miedo. Comenzó a merodear en círculos hasta el agotamiento y cuando creyó que los gritos y maldiciones que le escoltaban en su huida iban a reventarle los tímpanos, una silueta rojiza desprovista de facciones le extendió la mano y cesó la algarabía. Quiso apoyarse en aquella nueva visión, pero le sobrevino la duda, por algún motivo, creyó que si lo hacía su cuerpo expulsaría a su alma y su destino quedaría reducido al de convertirse en nube y consumirse en los cielos.

La figura se convirtió en espejo y ahora era Ghenadie el que contemplaba el reflejo; sin embargo, quien le devolvía la mirada desde el cristal era el violinista, pero no aquel que había probado de su sangre, sino otro cuerpo de igual espíritu.
Nicolás ―le llamó, sin estarse convencido de que respondería a ese nombre, inmerso en el trance de la presa que es consumida, pero haciendo uso de sus propios labios terrenales.


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Mensaje por Nicolás D' Lenfent Sáb Ene 07, 2017 4:34 pm


¡Que festín se ha de llevar el cuervo! Con su elegancia engatusa, con su plumaje —su cuerpo — cautiva a su presa, tan vil resultaba el engaño, el hacer que su propio alimento se ofreciera a ser devorado, que conozca de la existencia de la luna, pero que sea con la cruda realidad de lo que viene siendo ésta en realidad. Todos hablan maravillas de ellas, la idolatran como a nadie, más es una falacia, su existencia pendió de tantos sacrificios, como la maldita vampiresa que para mantener una eterna belleza se bañaba con la sangre de las vírgenes, pues esta es aún mucho peor, hace que a todos que poseen una belleza sin igual, mueran, aumentando su brillo como un embrujo. Esto era la maldición de la luna, por qué tiene guardianes quien le proteja, esos perros que matan en nombre de su oscuro deseo, — bajo la luna llena — acabar con toda belleza. Así, el cuervo prosigue con esa pesadilla, abre los ojos del gitano con un tormento inolvidable. Compartiendo las sensaciones, las remembranzas, y los deseos, era sorprendente cómo se iban conectando por la sangre, porque la magia está ahí, escondida, entre la boca de Nicolás que relame la sangre que libera la herida, golpeando con la lengua una y otra vez con exquisitez, removiendo los dedos como lo haría con su magnífico arco para producir notas musicales, el seguir la partitura de una sinfonía bestial. Destruyendo privacidades, abriendo las mentes de cada uno, porque el cuervo sabe que encontrará a su espíritu, maldito y espejismo espíritu que se proclama suyo. Es un impostor, un tal Nicolás vive dentro y el cuerpo, ¿a quién le pertenece ese cuerpo? Oh, pobre Luthier que jamás tuvo tiempo de vivir, preferiría morir que seguir portando un espíritu que no es de él. Pero con el paso del tiempo, poco a poco este se fue adueñando de ese vacío, adhiriéndose a la carne, arrebatando todo. Aferrándose a las gotas de sangre, no basta una mordida, lo vuelve a hacer, incrustando los colmillos hasta que estos sean envueltos por su carne, completamente. Gimiendo esta, prosiguiendo la melodía de su mente, tararea, gozosos, ardientemente embelesado por él, su sangre fue un premio, porque el de cabellos platinados, era puro, como un recién nacido. Que se apaciguaba su corazón, la temperatura de ese cuerpo, lo trataban de seducir, y lo hacían. Y una de sus pupilas se tornó de un carmín voraz, mientras que el otro, un hueco, una carne podrida se muestra. Escuchando, introduciendo en su mente, interpretando las imágenes abstractas, recuerdos del gitano, que no tardó en manipular, tan peligroso es el cuervo, que la ilusión es un atractivo más cuando se alimenta. Forjando en la mente ajena su propio reino, que en vez de que sean flores con tonos vivos, serán flores secas, marchitas sin perfume alguno más que el de la muerte, que del árbol de los abrazos, están solo postrados los cuervos en sus ramas esperando devorar a todos esos niños, adorando el prado de esa sangre derramada, que sea una primera rojiza, llena de dolor y llanto. Ese mismo que percibe en el gitano, sus vibraciones son escandalosas, se está entregando y es que traga todo lo que posee.

Excitado, se apega a su cuerpo, no impide que sus 5 garras estén tocando las cuerdas de unos órganos, para que se mantenga apretado a su extremidad. Combinando las notas, graves, suaves, altas y bajas, todo representado en sus gemidos, embriagándose de la humedad de las lágrimas saladas, de la acida sangre y caliente que absorbe, y que se uniera al fin a este concierto, ambos producían la mejor sinfonía, que tan espléndida era, si la vida y la muerte se unen, si el pasado y el futuro se envuelven. Meneando la cabeza por el fluir de la linfa en su vacío, quemaba, un placer demente que entre más disfruta más quiere, sonriendo esta y befándose, el poder de las brujas es lo que le ha atraído al mundo de los cuervos. Su obsesión por la magia oscura se presenta, pues el gitano es el hijo de una bruja, estaban entrelazados para encontrarse, no fue un deseo casual, ya a él lo había estado esperando para probar.


Que llegó el momento de regalarle una pesadilla, destruye la imagen de su madre, le muestra la verdad de sus secretos, esperando que soporte esta historia o que se vuelva un demente, una u otra, pero empieza ahí la historia, se había mostrado un reflejo a través de un espejo negro, la oscuridad que se acecha es temible, y los gritos que se perciben son de agonía, fluyendo estos en unos ecos sonoros, golpeando al paso un sobrenombre, Nicolás. Ahí estaba, ahí se miraban uno al otro. El gitano frente a Nicolás, y viceversa, que aquel violín y arco que habían visto, fue destruido por el padre de este, abofeteado y amenazado que le cortarían las manos si seguía tocándolo. El y su música demoniaca, no lo querían, era hijo del diablo. Más se nubla todo con las descendientes plumas negras, llevando a un abismo donde caen ambos para ver su triste historia. Esa que antes vio fue la de Luthier, ya con la maldición de cargar a un Nicolás.

Y apareció el demonio escarlata tomando la mano del gitano. Este es de nombre Asmodeo, un inmortal que se enamoró del llanto de Nicolás, (un melancólico humano), que al encontrarse, se juraron amor eterno, un enfermizo amor que se alimentaba de dolor, tristeza, agonía, debían sufrir ese humano para que Asmodeo se sintiera amado por él, pero voló lejos el inmortal, y el humano con sus propias manos se arrancó el corazón, un sacrificio porque su demonio lo abandonó, juraron estar por la eternidad, y el, en la muerte lo fue a alcanzar, más el demonio al enterarse de su muerte, quiso crearlo a su imagen y semejanza, tratando con otros humanos, amaestrándolos para crear un nuevo Nicolás, ya que insertando el espíritu de este, usaba diferentes cuerpos que tuvieran el mismo cuerpo, pero todos morían, hasta que en un pequeño, Luthier, vio la perfección de su amado, él era igual que esté, más lo fue embelleciendo con maldades, debía sufrir para que su belleza aflorará más. Pero. Entre cada traslación de espíritu, él se debilitaba, debía descansar, dormir bajo tierra, y lo hizo sin antes dejarlo a cargo de la secta en la que realiza los rituales para ese espíritu. Y sin contar que en vampiro lo hicieron, quedó atrapado ese espíritu de Nicolás en el cuerpo de Luthier. Haciendo creer a todos y hasta a él, que era solo Nicolás, pero ahí estaba, al fin sabiendo esto, luchando porque ese espíritu gane y quede como dueño de ese templo. Una escaramuza que terminó los recuerdos con la llegada de más cuervos.

Nicolás abandonó su yugular, cerrando la herida tras lamer esos orificios, sacando las garras de sus entrañas y las relame, cada dedo chupando, sin desperdiciar su sangre. Acercándose a los labios del gitano cuando su nombre pronuncio, lo dio un corto beso para que despertara del trance en el que le había invitado. Terminando con inclinarlo para que mirara su Luna, mientras él desciende, sosteniendo sus caderas con firmeza, recorriendo la abertura que hizo en sus entrañas, aprovechando de continuar complaciéndose con su sangre. Acariciando con la lengua su piel, adentrando en cada orificio, adorándolo con dulzura, sin terminar su melodía tan sublime, siniestra y vivaz. — ¡Ah! He vuelto al mundo del pájaro de espino, es tu sangre, tu, me entristeces aún más. Es como si fueras ese demonio, matándome con tu sangre…—murmuro con la garganta quemada, una gama de sensaciones que hubiese querido convertirse en fuego y quemar todo.



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Mensaje por Ghenadie Monette Vie Ene 13, 2017 8:20 pm



Plaisir coupable
siéntate y contempla la muerte de un hermano, la tuya acecha, admírala
Ilustre monarca carmesí, embebida en el néctar de su tierna víctima, inauguró su ostentoso vuelo hasta posarse plácidamente sobre los labios del joven sacrificio. Es la Luna único testigo del concierto infernal, además de dama honorable en cuyo tributo cantaban las entrañas.
Ghenadie era presa en un limbo atroz, dentro del cual sus memorias se arremolinaban sin distinción ante sus ojos, sorteando su voluntad hasta devorarle y conducirle a presenciar una realidad ilusoria; el destino se desenvolvía, a su vez, con brusquedad, como pugnando por sustraer del engaño a su aliado y enviarlo de regreso al correcto curso de acontecimientos, dentro del hilado temporal de sus dominios. El gitano no lograba encontrar los fragmentos de su espíritu dispersos en aquel lazo de emociones, quizá hubiese perdido partes de sí mismo dentro de la sustancia ajena y le abordó una desbordante preocupación –el temor no era algo que él personalmente conociera–; permaneció en el trance del intercambio unos buenos minutos, ignorando el estado del mundo más allá de su conciencia, sumamente compenetrado en la tarea de reunir su esencia e instaurarla nuevamente como motora de su cuerpo.

Si su estómago no se hubiese hallado rasgado, las náuseas que le sobrevinieron habrían consentido cierta lógica dentro de la ocasión; sus memorias eran fragmentos plagados de improbabilidad, había logrado dar con la totalidad de su entidad en aquel escenario desolado en el que habitaba durante cada trance, pero la gran mayoría ostentaban una plaga, como si hubiesen sido infestadas con veneno y se corrompieran con cada instante que permanecían a la deriva. Hizo acopio de su restante poder de voluntad y se doblegó ante el curso del destino rogando que desechara aquel intruso en sus recuerdos; conocía el hacer del tiempo y estaba al tanto de su recelo a que alteraran sus hazañas, fue por ello que su súplica surtió efecto y pronto se encontró restaurando su anatomía etérea, dotada de un pasado, presente y futuro correspondientes con la realidad de los hechos.
Pero tras reconstruirse, se percató del conocimiento que había hurtado –o quizá recibido en obsequio– de Nicolás; tan lúgubre y atroz como desbordante de tristeza, una historia compuesta de traiciones, desilusión, artimañas y fraudes que, en conjunto, fundamentaban al hombre que le sostenía entre sus brazos.

El universo etéreo en el que Ghenadie se infiltraba para consultar al destino se deshizo de repente, expulsándole del trance y regresándolo al cuerpo doliente que le había sido asignado por el plano terrenal. Abrió los ojos –o simplemente volvió a comprender lo que veía, pues no podía estarse seguro de haberlos mantenido cerrados–, introdujo aire en sus pulmones con un espasmo y comenzó a pugnar con todas sus células por mantenerse con vida.
Las lágrimas se derramaban sin reparo por sus mejillas, los músculos le temblaban violentamente y las extremidades no respondían a sus órdenes motoras. La vida se le escapaba con cada segundo en que sus tripas  permanecían expuestas al viento, ¡y cuán cruenta su caricia! Eran cuchillas de impecable filo que rozaban la carne revuelta y se marchaban con el aroma del cadáver fresco. Iba a morir. ¡Estaba muriendo!
Tanto quemaba el orificio en su vientre que la única devoción de sus cuerdas vocales se resumía al dotar su respiración con agónicos gemidos; mantener los labios cerrados era enloquecedor, ¿pero qué otra cosa podía hacer para conservarse cuerdo? Necesitaba encontrar un motivo para no perderse en el suplicio de la herida, un indicio que le asegurara que aún era Ghenadie, que habitaba un cuerpo y era capaz de tomar decisiones.
Pero el demonio comenzó a lamer sus entrañas, a extraer la escasa sangre que aún contenía su templo, y entonces soportar la tortura de la carne expuesta pasó a convertirse en callar el desfallecer por un órgano ajeno removiendo los restos de la mutilación. Se aferró con tal firmeza a las prendas de su captor que las uñas se le resquebrajaron, sus falanges eran las únicas que sí acataban las órdenes de su cerebro; alzó el cuello cuanto fue capaz y contempló con ojos desorbitados el banquete del cuervo. Una lengua introduciéndose entre las vísceras. Sus vísceras.

Pero el hombre se apartó del vientre del sacrificio y alzó la voz, extasiado; el rostro de Ghenadie se hallaba oculto detrás del manto de lágrimas y aunque dolía, dolía lo suficiente como para desear la muerte antes que la conciencia en esa agonía, abrió la boca y se dispuso a responder.
¡No eres tú quien agoniza sino yo entre tus brazos! –exclamó presa del impulso, gritando todo el sufrimiento que se había callado–. ¡Dijiste que la muerte no me encontraría y sin embargo me acecha peligrosamente!  –Continuó con la voz que brotaba desde sus entrañas, dotada del vigor que combatía contra el óbito–. ¡¿Es por la canción?! ¡Porque la Luna llora en el cielo de gozo y desasosiego! –Debió tomarse un respiro, no disponía de energías más allá de las que le infundía el dolor–. Bebiste, bebiste e interpretaste la melodía, ¿por qué te entristeces? ¿No fue mi sangre, el precio, de tu agrado? ¡He visto a tu espíritu y me ha hablado de ti! –Volvió detenerse, pues un compuesto de sangre y flema ascendió por su garganta, induciéndole una arcada que imitó a la tos y expulsó el fluido sobre su pecho.
Te ayudaré a calmar el ardor –mencionó con suavidad entre sollozos, sintiendo menguar sus restantes fuerzas–, la quemazón se esfumará y sólo permanecerá la esencia. Tan solo concluye la melodía y cierra la herida. Yo no soy ese demonio ni comparto sus intenciones, deja ahora que te lo demuestre.
Clavó sus orbes de opal en los ajenos, uno en el que veía y el otro en el ausente, dispuesto a vivir para compartir su duelo y a respirar para consultar y anunciarle una esperanza.


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Mensaje por Nicolás D' Lenfent Vie Ene 20, 2017 4:36 pm


La linfa gitana no le había atraído al cuervo como lo hacía con este de cabellos platinados, jamás en su aperitivo, se había tornado la sensación de esta, ni con los hechiceros que se creía que la tenían maldita, le habían seducido de tal índole que le arrebata un dolor punzante, una agonía repleta en su dulzor, y como ansia de un llanto; que cuando las lágrimas se derraman de los ojos, estás arañan la piel por ser como espinas venenosas que lastimen, así se estaba convirtiendo ese placer, en un dolor gratificante, atroz porque en su interior era efímero, una rareza correlación que se mezcló con la angustia de saber que es portador de algo que le hizo sentir locura, miedo,y temor porque haya sido él quien le recuerde la presencia de Asmodeo, quizás era una advertencia, una que peligra si sigue relamiéndose los dedos, y las manos por su sangre extraída. Arrojando miseria al curso de la premonición, las remembranzas eran sacrificios que se cometen para no dañar más, más en esta ocasión, le brindó al gitano una pesadilla encarnada, que a partir de hoy, no dejara de soñar con este cuervo. Cada vez que sus ojos se cierren o que se abran al ocaso, lo único que vislumbrará será las alas de un cuervo agitándose con desespero, tomando un vuelo bestial que entre más avanza, choca, se estampa con las murallas, y sangra, muriéndose.

Atendiendo a las tripas rugir, torturadas descansan con el dolor, la lengua que se paseaba de orificio a orificio, lamiendo las heridas, sanando estas al mismo tiempo que se place de nutrirse su cuerpo, su única pupila se torna de un carmesí espléndido, donde se halla un punto de enfoque a un brillo color oro, como un sol naciente en pleno ojo. Con la escultura de un demonio hincado en las entrañas del humano, devorando como los viejos dioses, que eran alabados por la sangre derramada al paraíso, invitando a que la luna maldita se enfurezca por tremenda befa hacia su terreno. Manchando, pecando su vista para que aprecie lo que en realidad es la belleza eterna. Glorificando el latir lento de ese corazón, su cuerpo seducido a los deseos bestiales del cuervo, compartiendo el llanto, ya que mientras las del gitano desprenden cristales mágicos, las del cuervo solo son lagrimas sangrientas, envenenadas por muerte. Estaban unidos, así es como la perfecta sinfonía se debe escuchar, un acto que finalizó con el sonido pausado de gemidos agónicos, bajando su volumen hasta que se perdió con una voz muriente. Excitado, apasionado por cómo se sujeta el gitano, desesperado se aferra a la vida, invitándole a que sintiera el restaurar de su piel, un dolor inhumano, cruel y ortodoxo, la congoja pronto desaparecería o al menos físicamente porque la psicológica perdura. Así que ascendió a su cuerpo, dejando que su saliva hiciera efecto en las heridas, ya estas dejaban de sangrar poco a poco, escalando su tronco que al estar frente a su cuello, (porque estaba inclinado hacia el expendedor de la luna) lamió su manzana de adán, contornando con la extremidad de la lengua. Tomando entre sus manos ese rostro, y permitiendo que los pies se enredaran con los ajenos. Lamiendo su llanto, besando sus párpados. Siendo exquisito como se jacta de ira, volviendo a interpretar su escandaloso respirar. — Siente lo que es agonizar, no solo es una instantánea visita con la muerte —, la furia en sus palabras, en su mirar podía traslucir el fuego de un volcán en plena actividad, que al menos es sujetado por el cuervo, pero ¿quién demonios lo sujeta a él? , ladeando el rostro cuan animal le contradice, si hubiese sido astuto solo le hubiera comido los ojos y lo hubiese dejado morir, en plena oscuridad, que los espíritus malditos terminaran por poseer su putrefacto templo. — No es la muerte a la que estás mirando, observa muy bien, y dime, ¿a quién estás mirando? Si no le conoces, déjame presentarte, esto es simplemente la agonía. — ¡Río, descaradamente! No era la jodida Luna quien llora en el cielo de gozo y desasosiego, era él, el jodido cuervo quien lo hacía, quien derramó sus secretas lágrimas. Un rostro terrorífico, temible a la melancolía, y bello a la congoja. — ¡Deja de hablar de la Luna! ¿Acaso no te das cuenta que esta te tendió una trampa? Oh, síguela defendiendo, halagala, porque es tan hipócrita que te abandono, no brilla porque la música haya escuchado, esta así porque cree que pronto morirás. ¡Por eso es que no debes confiar en ella! Ya no idolatres aquello que es tan réproba. — Y ahí estaba, la vida queriendo lucirse en ese cuerpo, un insulto a la muerte pues se cree poderosa para gobernar. Pero tras ser manchado, negó, cometiendo un acto cruel, lamió el desecho de esa boca, capturando unas pupilas, un secreto yaciente en estas, que se mordió la lengua, reteniendo su propia linfa hasta que se acerca a esa boca, obligándola a que la abriera con la propia lengua, ofreciéndole de su sangre en esa intimidad reflejante, un beso, no solo fue vehemente, lo estaba drogando, proporcionándole la suficiente para que sane su interior, y para que fantaseé un poco. Insultándolo de cierta manera, regresándole lo que le arrebató pero con una ventaja, lo tendría a él en su sano juicio, una conexión tendrían, después de todo la magia es poderosa para un humano y un inmortal. Fue que tomó sus brazos, convirtiéndose en su titiritero, haciendo que ejecute un baile memorable. Un lado a otro, al compás de minué…— ¡Me entristece que hayas podido verlo y no hayas cumplido en arrojarlo lejos de mi cuerpo! ¡Eso me ensombrece! ¿Por qué, por qué no lo hiciste? Más no te extravíes, has hecho más que regocijarme, — en ese danzar se mezcla su entonación al hablarle, 1, 2, 3… Un ritmo epicúreo, esperando que le muestre quién es entonces, no es el demonio Asmodeo, eso lo sabe con exactitud, pero le hizo recordárselo, sin ansiar calmar el ardor, es grato que este perdure, es esencial en su manjar para que la satisfacción llegue. — No quiero solo la esencia, no me arrebates la quemazón, mi melodía ha concluido, sigues escuchándola porque te ha fascinado, más es traicionera contigo, porque jamás se callará, así como tus lesiones, ya han cerrado, pero perdurará la abertura, culpa a la sensación, culpa a la vida que todo depende de esta, demuéstrame, eres esclavo de los deseos ajenos, temo decírtelo Ghenadie —. Concluyó el baile, descendiendo poco a poco del cielo, pisado la tierra, pronunciando un nombre que arrancó de las memorias, era sorprendente lo que en esa noche obtuvo.


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Mensaje por Ghenadie Monette Lun Ene 23, 2017 9:51 pm



Plaisir coupable
de esto estamos hechos, de aire y polvo
Cuán grata y desesperante resultaba la mortalidad, Ghenadie siempre se había fascinado con la efímera belleza de los caminantes del destino, la maravillosa tonalidad de la flor en primavera y la visión de sus pétalos descuajados y marchitos yaciendo en la tierra tan pronto como el viento decidía darles fin. Las calles parisinas eran cruentas a los ojos de la nobleza, que sintiéndose pieza elemental de la ciudad brindaba el mismo trato que ésta a los desdichados; pero quien fuese amante de la mismísima vida, podría descubrir un universo entero en los ojos de un leproso, avidez en el comportamiento de las ratas, gallardía en el mortecino destellar de las farolas. Y el secreto de la hermosura oculta en cada ser y objeto residía en su inminente destrucción, un final diagnosticado por el tiempo y el consecuente origen de una nueva sustancia.
El gitano estaba experimentando en carne propia su arraigada mortalidad, la agonía, el rugir de sus entrañas eran un indicio más de que se hallaba con vida y que esa existencia que le había sido concedida por el destino pendía de un delgado hilo. ¿No era él, entonces, una de las más majestuosas criaturas concebidas por el curso del universo? Y la Luna sí lloraba –aunque en secreto, nunca le agradó develar su debilidad– por la fortuna de su hijo; pues estaba presenciando su gracia expuesta en plenitud.

Ghenadie creyó que perdería la conciencia si seguía recibiendo aquel deguste de sus entrañas, hacía el mayor de sus esfuerzos por continuar aferrándose al dolor y a la silueta del astro pagano, reivindicando sin dar brazo a torcer que el curso de su vida no podía concluir aquella noche. Sus lágrimas ofrendaban oraciones al viento, pugnando por un nuevo espasmo que introdujera oxígeno en sus pulmones; el banquete dio paso a una ronda de exploración y su nívea tez se vio profanada por la lengua del demonio.
¿Por qué besaba su rostro y limpiaba su llanto? ¿No habían pactado interpretar una sinfonía macabra, dotada de la tortuosa mutilación de una víctima, que a la Luna expusiera su desnuda belleza? El gitano cerró sus párpados y buscó serenar su inestable corriente de pensamientos; se agolpaban en su conciencia recuerdos de un pasado remoto, las imágenes que resumían a su espíritu y siempre se manifestaban en el momento final. No debía alimentar el desasosiego, pues no iba a perecer durante esa velada, debía recobrar el sentido y aferrarse con todo su restante vigor a su propia esencia de vida. Una vez más se sintió un niño, siendo arropado por su madre entre besos y canciones cuando aún le ocasionaba malestar que sus sueños resultaran en predicciones.

Agonizar, ciertamente desquiciante; el cuerpo se volvía independiente del alma y se enfrascaba en una guerra contra la propia destrucción, revelando su más cristalina impotencia y abriéndose a la muerte con cada espasmo a voluntad; sin embargo, era entonces que la belleza de la mortalidad encandilaba a las deidades, como bien se dijo anteriormente. El paso previo al abismo desnuda la sublime magnificencia.
La Luna, nuevamente la Luna, ¿es que aquel blasfemo no comprendía? Ella no le estaba traicionando, le estaba obsequiando una verdad única y plena, su legítima alma aflorando desde cada poro en su templo.
Bastaron escasos segundos de contemplarse mutuamente para que Ghenadie distinguiera las falencias de aquel que le abrigaba entre sus brazos. ¿Cómo podría un inmortal, jamás comprender las maravillas de la vida si les era privada la posibilidad de una muerte? El poder solo instruía infelices y les privaba de la posibilidad de aceptarse a sí mismos. No era necesario que su sustancia recelase ese cuerpo, pues ahora le pertenecía; y, ¿no era el pasado un simple peldaño en que apoyarse para ascender a la máxima expresión del propio ser? Sufrir no correspondía con una maldición, era una mera elección.

Abrió los ojos, desorbitados fragmentos de estrella, cuando el vampiro introdujo su profanadora lengua en su boca y le cedió parte de su corriente sanguíneo. El líquido descendió espeso y ardiente por las paredes de su garganta, estancándosele en el pecho como parásito en su pureza; su cuerpo le rechazaba, su espíritu repelía el hechizo del demonio con todo su ímpetu, el estómago comenzó a revolvérsele, sanando sus heridas por imposición y elaborando un plan de fuga para expulsar aquel intruso de sus dominios.
Ghenadie se quedó ciego, sordo y mudo, mientras que su captor se divertía danzando con su complexión inerte. Alguien susurró en los confines de su mente, era la voz más hermosa que hubiese oído jamás, clara como el cristal, dulce como la miel, firme como las raíces de los ombúes y tan sabia como el mismo tiempo. ¿Era el destino? El joven se conmovió como nunca antes y se dejó guiar por aquella sublime habla; le estaba reprendiendo, creyó, por haber permitido tan atroz despliegue del ritual, pero más aún, sintió que le estaba prohibiendo rendirse. Si ya había presenciado su más sincera belleza, era inconcebible que la dejara perecer.

Oyó su nombre ser pronunciado y de inmediato recuperó el sentido. Haciendo acopio de su fuerza de voluntad, se desprendió del agarre del vampiro y se dejó caer de rodillas sobre el suelo, allí mismo regurgitó el veneno que se alojaba en su estómago, la sangre que le había sido suministrada yació entre el polvo y las malezas, desprestigiada por un mortal que estaba decidido a continuar viviendo sin dependencias.
Se volteó tan pronto cesó la tos y contempló, con nuevos ojos, al hombre frente a él.
¡No es la muerte a quien veo! Pues ella solamente se deja contemplar por los que están dispuestos a recibirla con los brazos abiertos. No, la agonía no es visible, no se oye ni se palpa, la agonía surge desde el interior mismo del cuerpo y se infunde hacia el exterior destrozando la carne, ¡y es la agonía la responsable de manifestar la única verdad! –Hizo una pausa para recuperar el aliento–, dime que lo presenciaste, ¡dime que también pudiste apreciar la melodía además de interpretarla! Lo notaste, ¿verdad? Cómo brotaba de mi cuerpo la belleza más sublime, ¡la que poseen todos los mortales! –Estaba emocionado, como el niño que recibe un regalo inesperado.
Pero no juzgues a la Luna, ella no me ha traicionado, simplemente ha aceptado el tributo que le brindamos y ha sido gentil al permitirnos apreciarla también, ¡por favor, dime que también la escuchaste!, –exclamó como le fue posible dentro de una doliente anatomía, necesitaba que el joven le dijera que sí había vislumbrado la hermosura, la plenitud en la congoja de un mortal reducido a su naturaleza.
Bajó la vista y contempló la tierra, el sitio en donde había escupido la sangre ajena, meditando por unos instantes cuán extremadamente magnífica había sido la experiencia. Ya no sentía aquello que se asemejaba al temor, aunque sí vergüenza por haber sucumbido, siquiera por un instante, a la desesperación, habiéndose incapacitado un momento para apreciar la naturaleza de la que se hallaba enamorado.
Te lo agradezco –mencionó despacio–, esa abertura de la que hablas, es la cicatriz que perdurará para recordarme cuál es la esencia de la vida y la experiencia que me ha llevado a descubrirla.
»Pero te equivocas al llamarme esclavo, dudo que un esclavo goce al realizar sus tareas; que sea servidor, un servidor del destino, dispuesto a revelar a los hombres cuanto deban saber, ¡y te revelaré algo, tal y como lo prometí!
»Ese alguien al que he visto, no es nadie más que tú, Nicolás
–esbozó una débil sonrisa–. Sin importar que el espíritu en tu interior no proceda del cuerpo que le acoge, el sitio en el que se haya ya le pertenece. Es como en las conquistas, ¿leíste sobre ellas? Cuando una religión avanza sobre otra y profana sus santuarios y destrona a sus deidades; en su lugar edifica un nuevo templo, uno que acoge su propio dogma. La blasfemia que implica el asentar el hogar de un dios pagano sobre el de otro que le precedió, pronto se sume en el olvido y aquel que reside sobre los escombros es, nuevamente, el que rige el santuario. –Juntó las piernas y las aprisionó entre sus brazos, recargando las rodillas contra su pecho, en un intento por aliviar el malestar que aún se alojaba en su vientre.
Es solo cuestión de tiempo y de que logres contemplarte a ti mismo en esencia, despojado de la historia y tus deseos, claro como el agua que brota de los manantiales, y que puedas aceptar todo de ti. Será eso o lograrás consumirte a ti mismo sin remedio, lo que es un completo desperdicio, –acotó, meditativo. Aún podía defender su esperanza–. Estoy seguro de que habrá alguien –frunció el ceño–, no… de que hay alguien –se corrigió–, que extraerá la belleza que yace en tu interior, concedida a todos los seres vivientes a la hora de su alumbramiento.

Exhaló un suspiro e intentó incorporarse, le llevó unos segundos encontrar el equilibrio y la fuerza necesaria para lograr ponerse de pie. Encorvado en consecuencia del incesante dolor alojado en su abdomen, extendió el brazo en dirección del vampiro, exponiéndole la palma de su mano diestra.
Únicamente, procura no acercarte en este momento, creo que si lo haces posiblemente serás repelido y eso arruinaría la ocasión. –Alzó el rostro para volver a contemplarlo a los ojos –bueno, el ojo–, con el alma desenvuelta en los propios–, gracias, nuevamente, has sido imprescindible para lo que acabo de concebir.


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Mensaje por Nicolás D' Lenfent Miér Feb 01, 2017 9:09 pm

La nueva sinfonía fue guardada en esa caja de madera, devorada en sus entrañas, sin ser olvidadiza, pues es el elixir nuevo de un deseo representaba; siendo como un claroscuros irremediables sobre la decadencia existencial, miradas en el vacío en torrenciales sentimientos que marcan el final de cada existencia, donde a través de las vibraciones las interrogantes se exponen, fluyendo la duda, y el porqué,  ¿será el fin?, ¿será el comienzo? El existir dejando de vivir, ¿es esa la prueba?, vivir para morir, y morir para existir de nuevo.  Ciclos marcados de miedo,incertidumbre y caos. Vidas colapsadas bajo la oscuridad, (bajo la engañosa Luna) Moribundas decepciones y crecientes alucinaciones; es el porvenir de las vidas marcadas por la fatalidad. Vive y muere a cada segundo, vive y muere con cada susurro de vitalidad.  Que el minué de la sinfonía es solo encontrar el camino del caos (no es fácil, nadie dijo que lo sería, terrorífico quizás, todos saben de ello) encontrándose llanto y desesperación, no hay retorno en el camino, no hay oportunidades de redención. Solo el gitano y el viento arrasando la gloria. Solo el gitano y la dicha de encontrarse en la muerte, (una vaga sensación más bien, la agonía es conocida) existir para vivir, vivir para morir, y morir para existir. Esta fue la partidura más esbelta, más sensual, pues la sangre fue la que surge como final del acto. Era espléndido lo que se vio en ese cielo, lo que se escuchó, lo que se sintió. Sí, como un dios que alaba lo grotesco, que santifica la tragedia, porque solo así es como pudo el violinista saborear de las lágrimas,  idolatrar la propia música en carne, nadie conocía que sería de esa manera, nadie lo sabía, ni el de cabellos platinados. Que el beso, no solo fue por la excitación que genera interpretar las notas, sino, es vicioso del llanto, pues es el pájaro creado con el llanto, por el llanto y para el llanto. (Que, ¿como se negaría a esas lágrimas?) Que cada estado en la que se presenta, es el proceso de un pájaro de espino, le invitó a sentirse como uno, el gitano ya había conocido todo lo que en sus ruinas aguarda. Eso que padeció, no es más que el reino del inmortal.  Un mundo perfecto para la destrucción más sublime.  

¿Siendo quizás el reflejo oscuro de su ser?, ¿sera la dura realidad que se resiste aceptar? Nicolás es la salida y la muerte, la creación y destrucción.  Un lazo hundido en el tiempo,  un rencor sembrado más allá del tiempo,  sin límites sin ataduras. Solo el uno y el otro peleando por la supervivencia cuando de la tierra se sujetaron. (El por la vida, y Nicolás por sus deseos) Aquí no existe más que el centinela y el custodio. Tal vez la conexión podrá romperse dejando en libertad la mente atrapada bajo candados de una sobredosis, sin quererlo, sin haberlo planeado, se adentra a un mundo, destruyendolo (porque eso hizo en la mente, en los recuerdos del gitano) quizás por eso, quedó hecho añicos, como un pequeño en espera de consuelo, enfermo, (por la maldad del inmortal) mirando como si fuese el terror de esa noche. No lo mató porque no es de él, arrebatar las vidas con mediocridad, lento, tortura, y dolor es el método para matar, pero con él, se limitó, estaba maravillado al parecer de las atrocidades del músico, no se da cuenta de la horrorosidad en la que le convirtió solo por placer. Alucina, sandeces desprendía de su boca, drogada esta, o quizás perplejo por lo que le mostró. Dejando que liberara sus emociones, como un niño contento se vislumbra, maravillado por haber sido partícipe de un juego. Riendo, aplaudiendo porque el humano ha enloquecido, eso es lo que provoca, lo que produce sus aterradoras melodías.

— No comprendes, sigues perdido en el laberinto de las notas, no ves el mundo como los demás lo ven, es normal que pienses, y nombres las cosas de esa manera, pero no harás que crea en ellas. ¡Eres un memo aún segado! Insultas con tus interrogantes, con tus palabrerías, calma, no dejes que el momento te haga perder la cordura. Estás frente al que se vendió al diablo para tocar las más sublimes melodías, unos me llaman el violinista del diablo, pero solo soy el sentimiento de cada uno. He conocido tu interior, y lo he interpretado a mi manera, no oses decir que los mortales crean esta sinfonía, no, mírame, soy yo quien lo hizo con estas manos, ningún cuerpo por muy vida o poca que tengan, sin mi, nadie, absolutamente nadie tocara como yo lo hago. ¡Callate! Yo conozco más de la Luna, hasta desnuda la he presenciado, y solo se escuchó su burla, su coraje, su miedo. Teme a mi violín, teme a mis melodías, nadie, ni ella, puede asemejarse a tan perfecta belleza.

Avergonzado debería estar aquel que le invito a ser su musa, su instrumento para interpretar al mundo, y le pega con insultos, con befas absurdas, ¡miserable se debería de sentir, que la muerte y la vida lo golpeen! No sabe nada, no comprendió en nada, que su coraje se escucha, el desprecio y la furia entonó, si, molesto se gira, mirando sus manos, sus magníficos dedos. Negando, había arrojado el manjar que todos desean privar de él, y este viene a escupirla, (satanás está muy furioso, alguien tocó a su instrumento, alguien oso tentarlo y su música, alguien se la arrebato) que el cuervo en sus pupilas, (en la única que poseía) se traslucía blanca, sin pupila, sin punto de enfoque. Debía pagar por la alta traición, faltó al pacto, pero el gitano seguía iluso, ignorante. Acorralado como un pequeño, recordando a Hero cuando se siente solo, triste, humillado. Pero a este, era lo contrario, un dolor diferente. Caminando, calmando su ansia, saciando al cuerpo de que no cometa una locura.

—No agradezcas algo que no comprendes, la abertura, como te he dicho, la sensación perdurará, no es esencia de vida, no es ni la muerte, es el dolor, la congoja lo único que se entona, duele, te desgarra por dentro, te quema, te arde, sufres. Si eres esclavo, estás disfrutando de esto, no es difícil aceptarlo. ¡Ghenadie, Ghenadie! ¿Crees que soy Nicolas? …

Fue el momento en que repitió las mismas palabras, no era el primero en decirle aquello, mas le resultó repulsivo, convertirse al fin en alguien que ha odiado, el caer a las profundidades de un atroz deseo, ser él quien se convierta en una sola ave, esa pesadilla, que si aceptaría por ser adicto a la tragedia, a las tempestades, sin ellas es posible que no pueda, y termine matándose.

— Edifican una nueva deidad, pero sus restos yacen bajo los escombros, bajo la derrota, bajo el olvido, pero ahí está, sigue existiendo. Busca y encontrarás... Tú, que procedes de la luz, de la magia pura, deberías responder con otras palabras, certeras y creyentes, mas no con falacias. Hablas con un corazón puro, pero temo decirte que el mundo no es como siempre lo has visto, no pudiste sentir mi maldición, la magia negra que me consume, no lograste ver más de mi, porque desconoces de la maldad, si fueras un hechicero, o un ser oscuro, descubrirás lo que tus ojos te esconden. No has logrado ver mi linea de existencia, porque no te permitieron hacerlo, no me engañas, no puedes hacerlo, yo vi todo, yo se que es lo que vistes. No hables más, porque sigues hablando de vida, de luz, de esperanza. Cosas que no soy, ni seré. Porque me conozco es lo que te digo. Cierra sólo los ojos, no es que vayas a morir, o a perder tu esencia. Descansa en mis brazos, que cuando los abras, sólo será un recuerdo…

Mencionó, advirtió, aconsejo tras ser tocado por ese brazo, detenido, pero se giró a su dirección y le tomó entre los brazos, cargandolo, conociendo que el momento de adormecerlo llegaria, las energías debían equilibrarse, y la sanación requiere mucha para esto, lo vio dormir, respirar calmadamente y pausado, intranquilo su cuerpo está, pero entre el sendero que retoma, recorre el mismo con el que había avanzado para llegar al que se encontraba anteriormente, regresandolo a su aldea, siendo ágil, rápido y silencioso, lo posa en un catre de una campaña, volviendo a ver por última vez, sin imaginarse de que aquel, fue su más preciada melodía para asesinar a la Luna, a la paz, a la luz…


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Mensaje por Ghenadie Monette Sáb Feb 04, 2017 8:53 pm



Plaisir coupable
«morir, dormir: dormir, tal vez soñar»
Resulta dificultoso referirse a la dicha en palabras premeditadas, lo cierto es que emociones de su intensidad carecen de una definición que les sea suficiente. ¿Cómo manifestar en vocablos el sublime descubrimiento de la plenitud? A un paso de la muerte, el gitano había desnudado la esencia de la mortalidad, su indómita belleza, aquello que le hacía el anhelo de todo eterno. Era lo efímero de los seres vivientes el perpetuador de su hermosura, el hecho de necesitar ser apreciados mientras aún transitan el mundo, pues, una vez exhalado su último suspiro, abandonan lo que son para no volverse a repetir.
¡Ah!, pero cuán equivocados se hallaban los inmortales, los desprovistos de un final irremediable, creyéndose dueños de lo perenne. Y el músico se atrevía a expresarlo a viva voz, el destino estaría retorciéndose de ira en sus etéreos aposentos, insultado por uno de sus hijos traidores.

La melodía, ah, la melodía; también de su autoría se jactaba el violinista, Ghenadie se preguntó en su inestable condición de somnolencia, si la ceguera en su ojo estaría privándole de la vista intelectual. ¡Ese hombre no deseaba abrir su corazón a la más cruda y drástica de las verdades! No poseemos nada, pues todo nos es dado y quitado a antojo del porvenir. Nicolás no había fabricado la sinfonía, él la había expuesto con sus garras e interpretado con todo su cuerpo, la había extirpado de la mortalidad de su víctima y hecho menguar hasta los oídos de la Luna para que ésta se deleitara con la integridad de su hijo.
El astro madre en las tinieblas no temía jamás, ella era capaz de poseerlo todo a gusto, lo absoluto a excepción del Sol, su amante no correspondido, su contraparte. Ella era sumamente paciente, sensible a la suerte de sus poetas y egoísta en la expresión de su contento; solía ser malinterpretada por aquellos que no le dedicaban un sincero escrutinio, pues una monarca en los dominios del pecado jamás podría haber sido bien vista por un forastero. Pero la Luna no era cruel, no deseaba hurtar la belleza para volverse más blanca y redonda, prefería llorar sus desdichas en silencio y ahogarse en el resplandor de sus lágrimas antes que profanar los rostros que hubiesen recibido la caricia del Sol.

Ghenadie no estaba en condiciones de erguirse con naturalidad y marcharse a paso seguro, en el suelo yacía el veneno pero su cuerpo aún entablaba una disputa contra los efectos del elixir. Creyó, por un momento, que quizá el no haber aceptado la ofrenda del vampiro podría ser visto por éste como un insulto y deseó poder disculparse con suma sinceridad; desafortunadamente, la voz ya no alcanzaba a escaparse de sus labios y su conciencia se iba apagando con intención de reservar al letargo el resto de las tareas.
Instantes previos a sumirse en un profundo sueño, dejó que las palabras ajenas le conmovieran; cuánta tristeza le infundió el hecho de que el vampiro se negara a recibir los obsequios del destino, que rechazara su declaración de tregua y la posibilidad de volver a vivir durante una eternidad. El sumirse en la oscuridad de un imposible, resignarse a una condición de la que se podía privar, existir en la dolencia de ser indeseado y aguardar la extinción sin ánimos de continuar respirando, era una condena que él mismo se imponía en el repudio de la alianza con el tiempo.

Cerró los ojos y sintió cómo el otro le cargaba en brazos, la comodidad del abrazo y el arropo de la Luna le infundieron la sensación de haberse tornado un niño otra vez, cuando las preocupaciones rondaban el listado de juegos a llevar a cabo durante el siguiente día o si las semillas que hubiese plantado demorarían mucho en germinar. Su anatomía centró las energías en sus deberes de recuperación mientras la mente se sumía en los intrincados laberintos de ficciones elaborados en el subconsciente. Presenció extensos recuerdos, navegó por vastos disparates, descansando de vislumbrar las convencionales premoniciones.

El sol despuntaba en el horizonte cuando el gitano volvió a abrir los ojos, se encontraba en soledad, yaciendo en una tienda que le era desconocida. La Luna aguardó a que reparara en su tenue silueta antes de exiliarse del reinado del Sol y Ghenadie se apresuró en abandonar las tierras de su gente para regresar al seno que resguardaba a su madre.
Con la visión renovada contempló las mínimas magnificencias de la aurora, alojadas en el destello de las gotas de rocío, el trino de las bandadas al despertar, las grietas de la tierra senil y el susurro del gélido viento, que anunciaba la inminencia de un nuevo y vanaglorioso encuentro.


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