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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Rahzé Svarti Lun Ago 04, 2014 12:16 am

When we are born, we cry that we are come
to this great stage of fools

Eso es, corre, ¡huye como el maldito y desgraciado cobarde que eres! Te atraparé de todos modos, ¿escuchaste? ¡¿Escuchaste?! —gritó Rahzé al vampiro que llevaba siguiendo casi toda la tarde, al que se atrevía amenazar aun teniendo la batalla perdida—. Maldita alimaña...

Se había ido y Rahzé no sabía qué le dolía más, si el tiempo invertido en vano o su orgullo, que solía mancillarse con facilidad y que quedaría deshecho una vez que se presentara ante los suyos con las manos vacías, algo que se le había vuelto costumbre los últimos meses. Él culpaba al Papa de su inconcebible ineptitud, decía que el que lo hubiera destituido de su cargo como soldado para ponerlo al mando de la líder bibliotecaria, había sido como amarrarle las manos, que tanta pasividad fomentaba en él la torpeza, que lo estaban volviendo un verdadero inútil. Por eso de vez en cuando se escapaba de la inquisidora mirada de la perra de Narcisse Capet, como él le llamaba cariñosamente a sus espaldas, para salirse con la suya. Se las ingeniaba para conseguir información privilegiada de las futuras misiones que eran asignadas a sus compañeros soldados y espías, y se les adelantaba dando el primer golpe. Curiosamente, desde que hacía tal cosa, no había logrado capturar a ninguna criatura, era como si sobre él hubiera caído una poderosa maldición que se aferraba a él con afiladas garras.

Continuó a través del bosque italiano en el que se encontraba. Con sus callosas manos y las pesadas y toscas botas que calzaba, apartó la hierba y las ramas que le impedían avanzar y que obstaculizaban su visión. Los árboles crujían sobre su cabeza y las criaturas del bosque susurraban, pero fue un lamento que llegó claro hasta sus oídos lo que llamó su atención. Rápidamente, el inquisidor adoptó una posición de defensa. Alargó su mano y empuñó con decisión la afiliada hacha que había estado cargando sobre su espalda. La hoja del arma había sido previamente afilada y limpiada una noche anterior, pero aún así podían observarse sobre ella pequeñas manchas de sangre vieja que se aferraban al metal forjado, sangre de sus víctimas, algunas de ellas ya muertas.

Sigilosamente, con la agilidad y precisión digna de un felino, naturaleza que indudablemente poseía, se fue acercando al sitio exacto de donde provenían los lastimeros quejidos. Y la encontró. No se trataba del ladino vampiro que tenía en la mira, sino de una mujer que yacía tendida entre la hierba, con la espalda recargada contra un tronco. Pero ella no lo miró, por un momento pareció que la presencia del hombre le era indiferente; sus atractivos ojos claros estaban fijos al frente, en un punto exacto que miraba casi sin pestañear y con una expresión de verdadero terror. Rahzé se percató entonces de la víbora de cascabel que acechaba a la extraña, y de lo rápido que avanzaba hacia su víctima. Sin detenerse a meditar si realmente quería involucrarse, con una serie de movimientos muy veloces y una puntería que todo cazador envidiaría, lanzó su hacha en dirección al reptil y logró cortarle la cabeza de un tajo.

Sin decir una sola palabra o dirigirle de nuevo una mirada a la mujer que debía estar muy sorprendida por las habilidades de su salvador, Rahzé recogió su arma y dio media vuelta para salir de ahí como si nada hubiera ocurrido. Tenía la intención de esfumarse tal y como había llegado, de pretender que ella no necesitaba su ayuda, pero la voz de su consciencia, que en ocasiones le hablaba demasiado fuerte hasta dejarlo aturdido, lo obligó a detenerse a unos pocos metros.

Oh, maldita sea… —se quejó poniendo los ojos en blanco. Luego, con una excesiva parsimonia, dio media vuelta, arrastró los pies y regresó a donde la mujer se encontraba. La miró desde lo alto, estudiándola y maldijo por segunda ocasión cuando se dio cuenta de que ella estaba encinta, un pequeño detalle que había pasado por alto—. Me lleva el demonio.


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Mensaje por Giulia Di Moncalieri Mar Ago 12, 2014 6:31 pm

Corría por el bosque, intentando huir lo mas rápido que pudiera de sus captores. Había esperado a que éstos se descuidaran, a penas las primeras horas de la tarde se desperezaban de la siesta. Ella sentada en la sala de costura había conseguido un somnífero y colocado en el té que la dama de compañía solía tomar mientras ella se dedicaba a bordar alguna de las batitas que la pequeña Eleonore usaría en poco mas de un mes. A penas la sustancia hizo efecto, Giulia se levantó con cautela y desenvolvió el pequeño atado que había escondido en un mueble, lo tenía todo planeado. Desde el momento en que había oído sin querer una conversación entre el medico, el ama de llaves y la doncella que se encontraba inconsciente en el sillón de la sala de Costura. Los tres hablaban de la vigilancia y la necesidad de estar atentos al momento en que se desencadenara el parto, ya que su ama, esperaba con ansias el bebé. Un nombre había surgido de sus labios y el dolor en la cabeza de Giulia había recrudecido haciendo recordar una escena. Una pelea, entre una mujer de piel blanca como el mármol de sonrisa fría, y ese hombre que desde hacía un tiempo rondaba sus sueños, sus recuerdos, intentando hacer que ella recordara. Cuando el nombre llegó a su memoria, la muerte de su esposo se presentó, rotunda, dolorosa, fatal ante sus ojos, como si estuviera reviviéndola. Había tenido que encerrarse en su cuarto y mentir que se encontraba con dolor de cabeza, aunque en verdad lo que tenía destrozado era su corazón, pues descubría que aquella mujer era un vampiro y su esposo había perecido a manos de ese monstruo. Recordó ademas como con solo acariciar su vientre, el maldito demonio había casi asesinado también a su hija y por ello, no podía permitir que al nacer apartaran a su hija, de ella, para entregarla a un ser como ese.

Así apenas con lo puesto, con una daga como única arma de defensa. Pero, uno de los guardias que custodiaban la mansión la observó salir. La siguió, con cautela, hasta que se internó en el bosque. Esa zona de Italia solía ser bastante lluviosa y aunque no estuviera lloviendo en ese instante, nubes amenazantes se podían distinguir en el cielo, a pesar de que el follaje cubría casi la totalidad del bosque, haciendo que éste se volviera cada vez mas oscuro, a medida que las horas transcurrían y la noche se avecinaba, pudo distinguir que la lluvia no estaba muy lejos. Por eso Giulia, intentó alejarse lo mas posible de su cautiverio, antes que el viaje se le hiciera casi imposible. Al cruzar un grupo de abedules, un inquisidor, le cortó el paso,  aunque ella poco  recordaba que podía estar haciendo un hombre de la iglesia en su casa, la mirada sombría y los movimientos que realizaba, la hicieron poner alerta. Intentó dialogar con él, pero no le escuchaba. La tomó por el brazo y comenzó a arrastrarla de regreso. Estaba segura que si volvía a la mansión, la responsable de su cautiverio apresuraría sus planes y de seguro uno de ellos era el asesinarla.

Opuso toda la resistencia que pudo, tirándose al suelo, al ver que no pensaba ayudarlo, la levantó por los hombros, para luego descargar un golpe en su mejilla, dejando el rostro de la mujer con una mancha roja. Se abalanzó sobre ella, con una daga  en la mano, el metal brilló en la semisombra del bosque, - no lograras ir muy lejos, deja de luchar y enfrenta tu destino - le espetó, mientras Giulia  ya corría entre los arboles, intentando alejarse de su cazador. Porque eso era, aquel hombre había decidido que le sería mas fácil, desaparecer su presa en medio de aquel bosque, que volver a llevarla a la mansión. Su vestido estaba sucio, en parte rasgado, ya que en varias oportunidades había resbalado en el suelo fangoso y enganchado. La tela con las ramas bajas de los arboles, le impedían poner la suficiente distancia y sentirse a salvo. Tropezó cayendo al piso, y golpeando su vientre. Intentó ponerse de pie, entonces oyó las pisadas de su verdugo acercarse con rapidez. Una mano le ciño los cabellos, levantándola literalmente del suelo, el arma blanca, una afilada daga le acarició el cuello. El asesino, reía divertido, - ¿sabes que nadie echará en falta a una ramera como tu, verdad? - La apretó entre uno de los troncos y su propio cuerpo, - bueno, creo que lo mejor sería terminar con ésto pronto, ya que anochecerá y no sería conveniente que sospecharan de un siervo de Dios - su risa volvió a ser desquiciada, inundando ese sector del bosque. Con rapidez la hoja vibró en el aire antes de  ser descargada  con un golpe en el cuerpo de la joven.

Estaba por apuñalarla nuevamente cuando, la voz de un extraño lo alertó, - maldición - despotricó, mientras se apartaba de su victima, y se alejaba con rapidez, Giró su cabeza para contemplar por última vez a Giulia - no te preocupes preciosa, no soy de dejar las tareas incompletas -. La Mujer, se tomó con una mano el costado derecho, una mancha de sangre se  expandía por su vestido a la altura de la cintura, al ultimo momento ella había girado su cuerpo apenas un centímetro lo que desvió la hoja haciendo que la herida no fuera mortal, aunque sangrara bastante.

Utilizando las pocas fuerzas que le quedaban, con suma dificultad  sorteo  uno o dos alisos antes de apoyarse en uno de éstos y dejarse resbalar hasta quedar sentada en el suelo.   - ¿que haré con ésta herida y si no consigo donde refugiarme para curarla, antes de caer la noche? - pensó enojada consigo misma al no prever semejante situación – ¿a donde huir, si no tengo en claro donde me encuentro? - su respiración era fatigosa y angustiarte, un sudor frío le cubría la sien, intentó contener un sollozo, no podía flaquear, no podía pensar en Hayden en ese momento, solo en huir y poner a resguardo a su hija, aunque ella se condenara - Dios, es un vampiro, si el inquisidor le avisa, cuando la noche caiga no demorará en encontrarme... ¿y que será de ti... pequeña? - susurró mientras se dejaba caer suavemente en el suelo amortiguado por helechos y plantas diminutas que cubrían en suelo del bosque, el dolor de la herida, intensificado por otro en el vientre le arrancó un gemido, - no por favor – cerró los ojos e inspiró profundamente para  destensar los músculos de su cuerpo y así la contracción pasó. Herida como estaba, casi sin fuerzas, no podría dar a luz. Suspiró aliviada, pero entonces oyó un sisear, un movimiento entre las plantas y las hojas muertas. Su vista se empecinó en buscar el origen de ese sonido, - ¿sería acaso el culpable de que mi captor huyera?- se dijo, agudizando su sentido de la vista, descubriendo que era lo que se acercaba a ella, de forma amenazante. Una serpiente de cascabel la contemplaba, hipnótica, dispuesta a lanzarse contra ella en aquel mismo segundo. Horrorizada, sin saber que hacer, con su única arma en la mano, que de poco o nada le serviría para salir indemne de esa situación, se mantuvo paralizada, conteniendo la respiración, la mirada fija en la cabeza del reptil.

Entonces, ésta fue cercenada por un arma, un hacha reluciente que cortó de un solo golpe el amenazante peligro. Su mirada siguió la dirección de donde había provenido el arma, observó caminar con paso firme y sin detenerse a contemplarla, a un hombre vestido como un cazador, alto, fornido, con sus cabellos trenzados y en parte rapados, haciendo que pareciera más feroz de lo que podía ser – ¿o en verdad era un bárbaro? - caviló la mujer, sin saber si ahora estaba en menor peligro o por el contrario éste era un nuevo secuaz de su captora.

Giulia entrecerró los ojos, apretó el mango de su daga entre sus dedos, - no te dejaré llevarte a mi hija tan fácilmente – pensó mientras observaba atenta cada uno de los movimientos que el cazador hacía. Estaba mal herida, a punto de entrar en trabajo de parto, no sería raro que muriera, pero mientras tuviera un hilo de vida, defendería a su pequeña. Pero éste pareció que se retiraba ignorándola, eso en cierta forma le causó alivio, pues quería decir que no estaba en su busca. Pero a la vez,  pensó, - ¿que haré si la noche llega y no puedo encontrar un refugio, ademas de la herida en mi costado? -. Abrió su boca para decir algo, y hacer así que se detuviera, pero antes de poder decir una sola palabra él se paró girándose luego para contemplarla, como si recién cayera en la cuenta que estaba allí. La frase que salió de los labios del extraño, muy por el contrario de ofenderle, le causó risa, en mitad de ese bosque, con un vampiro en su búsqueda, un verdugo que no tardará en terminar su trabajo, como se lo había asegurado, un embarazo a punto de culminar,  ¿que más le podía pasar? no pudo mas que  soltar el aire que había estado reteniendo en sus pulmones para susurrar – claro que sí... nos lleva el demonio – una sonrisa afloró en sus labios, que se extendieron a sus expresivos ojos, iluminándolos y volviéndolos mas azules.


Última edición por Giulia Vaggö el Jue Oct 09, 2014 8:43 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Rahzé Svarti Miér Sep 03, 2014 10:23 pm

Ladeó el rostro para estudiarla con detenimiento. La mujer le sonrió y Rahzé frunció el ceño, un tanto desconcertado.

Sonreír bajo las circunstancias en las que ella se encontraba no era precisamente lo más normal, pero no era la única. Él también recordaba haber hecho las cosas más absurdas en situaciones por demás peligrosas, como esa vez que aún siendo un adolescente había explotado en carcajadas en plena madrugada, despertando a todos sus captores, que dormían alrededor de la jaula en la que lo habían mantenido durante tantos años. Rahzé sabía que en ocasiones las situaciones angustiantes eran capaces de llevar a las personas hacia lo absurdo, o incluso arrastrarlos lentamente hacia la locura. Pero a la mujer desconocida se la notaba bastante cuerda.

Rahzé se inclinó sobre ella para olfatearla y detuvo su rostro severo y cubierto de polvo muy cerca del suyo. Entonces, observó sus ojos azules, muy detenidamente, como si éstos lo condujeran hacia un abismo sin final. Esa era la manera más eficiente para identificar a los sobrenaturales, mirándolos a los ojos, perdiéndose momentáneamente en su mirada que siempre los delataba, y antes de tomar cualquier decisión, quiso asegurarse de que no se trataba de uno de ellos. Mientras efectuaba su investigación, mantuvo su hacha al frente, apuntando directamente al vientre de la mujer, amenazante, por si acaso la descubría y ésta decidía atacarlo.

De antemano, sabía que un vampiro estaba descartado, ya que éstos no podían reproducirse, pero el resto, como los licántropos, cambiantes y brujos, sí eran capaces de tener descendencia, como cualquiera persona normal. Rahzé se había deshecho de muchos de ellos, hombres y mujeres de todas las edades y posiciones sociales. Y niños. También había matado niños. De ahí que otros lo describieran como un hombre bastante frío y cruel con sus enemigos, casi carente de corazón. Lo más sorprendente de todo era que él mismo era un sobrenatural y no se tentaba el corazón con los suyos, ni siquiera si se trataba de un cambiante.

Menos mal que eres humana. ¿Qué diablos haces aquí? ¿Saliste a dar un paseo y tropezaste mientras acomodabas tu peinado? —preguntó con sarcasmo, mientras volvía a enderezar la espalda hasta quedar erguido. Se ató el hacha nuevamente a la espalda y se quedó de pie frente a ella, de brazos cruzados, intentando comprender la situación, decidiendo qué hacer, como si en lugar de una persona se hubiera encontrado un cachorro abandonado y aún no decidiera si dejarlo allí o llevarlo a casa, o a cualquier otro lugar.

¿Está cerca de aquí tu mansión? Y no te esfuerces en negarlo, sé que eres una de esas riquillas estiradas, tus trapos de seda, aunque estén rotos y sucios, te delatan —enarcó una ceja, seguro de lo que afirmaba. Él nunca se equivocaba en esas cosas, era capaz de distinguir a los de clase alta a varios kilómetros de distancia, sus atuendos y las empalagosas fragancias que siempre llevaban encima, los hacían inconfundibles—. Seguramente ya te están buscando, me pareció escuchar voces a no muchos metros de aquí —le anunció despreocupado, pasando nuevamente junto a ella, dispuesto a irse, pues ahora que sabía que era cuestión de minutos que la encontraran para llevarla hasta su lujosa residencia, sentía que ya nada lo obligaba a quedarse allí.

El gesto lleno de terror que se dibujó en el rostro de la extraña le confirmó sus sospechas.

Ah, entonces no estás perdida, estás escondiéndote —comentó divertido, un tanto curioso. Se preguntó de qué podía estar huyendo una mujer como ella. Tal vez su marido había descubierto que el crío que llevaba en el vientre no era suyo sino de su amante y ahora deseaba asesinarla sin importar que estuviera a punto de dar a luz. Cualquier idea, por más descabellada que pareciera, era posible.

Entonces, debo suponer que no deseas regresar a tu casa, sino alejarte de ella. ¿Y pretendes que yo te ayude? —Preguntó, alzando esta vez ambas cejas y sonriendo con ironía—. No lo has pedido abiertamente, pero eso me dice tu mirada —rió aún más fuerte. Entonces, acercó su rostro una vez más hasta llegar al oído de la ojiazul, y le susurró—: ¿Y qué ganaría yo ayudándote? Ni siquiera puedo cobrarme con sexo en el estado en el que te encuentras, el dinero no me interesa, dime, ¿cómo pretendes pagarme? Porque no soy de los que van por la vida haciendo caridades.


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Mensaje por Giulia Di Moncalieri Lun Oct 13, 2014 6:22 pm

Había escuchado atónita, cada una de las palabras que el hombre dijera, intentando que las ganas de clavar aquella enorme arma – de haber podido -, en mitad del cráneo, no se notaran en su semblante. Apretó los dientes cuando él alejándose un poco, se dedicó a guardar su hacha – tienes suerte de que me encuentre en ésta situación – dijo mentalmente – si tuviera las fuerzas, la agilidad de hace tan solo un año, de seguro te hubiera rapado ese revoltijo de cabellos que llevas por peinado – caviló, mientras un brillo de malicia y diversión se dejaba vislumbrar en sus bellos ojos y en su efímera sonrisa. Suspiró, no quedaba otra opción de realizar el papel de la pobre dama desamparada, aunque tan lejos de la realidad no se encontraba – por lo menos en esas circunstancias -, pero con el orgullo herido y en buen estado físico, de seguro le hubiera hecho tragar cada una de sus altaneras palabras.

La piel se le erizó al pensar en el demente que hasta no hacía mucho la había perseguido, - ¿Cómo puede saber que hay personas cerca? Yo no escucho nada – recorriendo con su mirada nuevamente el rostro de aquel extraño personaje – que tonta, por supuesto, no eres un hombre común, tú eres el sobrenatural… y tenías el tupe de pensar que yo lo era… - le quiso gritar, pero solo se limitó a dar un pequeño bufido, que pareció, era provocado por algún malestar del embarazo. Agudizo su oído, intentando captar la distancia en la que se podrían encontrar sus captores, pero nuevamente le fue inútil. Solo el canto de los pájaros, la luz que cada vez se hacía más débil le daba indicios de que la noche llegaría, de ser así, no tendría que preocuparse solamente de un lunático que la perseguía, nid e la punzada en su costado que no perdía mucha sangre, eso significaba que era superficial. Un alivio cruzo por su mente, pero nuevos peligros surgieron en ella. La herida no era de gravedad, pero el olor a sangre, llamaría a los animales depredadores, en especial a los que salían a cazar de noche, -¿Qué haría en mitad de éste bosque, sola, sin fuego y sin un arma? – no había otra opción, debería seder a lo que el extraño le pidiera. Tragó saliva, lo miró a los ojos, con furia, no hizo el menor esfuerzo de ocultar su ira. Cerró los ojos, suspiró, exhalando todo el aire retenido en sus pulmones, Cuando abrió nuevamente los ojos, toda la ira, la desesperación, la frustración se habían recluido en un punto oscuro de su alma, necesitaba salir de allí, salvar a su hija, aunque tuviera que vender el alma al mismísimo demonio.

Guardó todo su orgullo, no por miedo a morir, su memoria había regresado, a penas salir de aquel lugar donde la tenían secuestrada. Recordó la muerte de su esposo, frente a ella, a esa mujer, ese vampiro que sin hacer el mas mínimo esfuerzo había clavado con una espada a su amado al techo de la habitación, solo recordaba momentos más, cuando todo comenzó a arder y la mujer la desmayo de un golpe. Era consciente que no tenía donde volver, su amado ya no volvería, el ser que le había cambiado su vida, que la había aceptado tal como ella era, ya no regresaría por ella. Hubiera querido morir allí, solo existía un motivo por el cual luchar por vivir. Esa razón era la pequeña criatura que dentro de su vientre insistía en moverse, asustada por tanto jaleo. Volvió a bufar,  inspiró hondo, -no puedo volver… no tengo a donde… por favor… ayúdeme – miró al hombre con la seriedad de alguien que está diciendo la verdad, aunque por ella perdiera la vida – no sé, como podré pagarle, solo puedo prometerle que mi familia y la familia de mi difunto esposo, le devolverán con creces todo lo que pueda hacer por nosotras – acarició su estómago. No podía asegurar que el bebé fuera niña, pero lo intuía. No contestó a la insinuación sobre cobrarse de forma impropia y poco moral la posible ayuda, no tenía muchas opciones, debía salir de allí y ese hombre de peinado extraño y mirada de hielo, era lo único más parecido a un ángel de la guarda, en ese momento, aunque en verdad, Giulia estuviera tentada a pensar -¿de ángel? solo lo caído-.
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Mensaje por Rahzé Svarti Miér Nov 12, 2014 11:21 pm

Eres viuda —analizó—. ¿Así, a punto de reventar como te encuentras? —la sutileza no era una de sus virtudes—. Mierda. Eso sí que es mala suerte —se mofó, burlándose de la desgracia ajena, como solo alguien tan hiriente como él podía hacer.

Desde lo alto, Rahzé la miró con aire de suficiencia y con una infame sonrisa dibujada en los labios que dejaba entrever el patán que podía llegar a ser, que sin duda era. Siempre había sido un poco cruel y un tanto engreído por naturaleza, todos los que le conocían lo sabían, lidiaban con ello todos los días, pero tener el control de la situación, como ocurrió en ese instante, lo volvía todavía más insolente, prácticamente insoportable. Le gustaba la sensación de poderío, tener la vida de otros en sus manos, y en esa ocasión no era una, sino dos. Cualquier otro no lo hubiera dudado, habría desechado al instante toda posibilidad de abandonar a la mujer encinta en medio del bosque, porque eso era lo que hacían las personas, conmoverse con los desvalidos, solidarizarse con los débiles, sensibilizarse ante una nueva criatura que estaba a punto de nacer. Pero no Rahzé. Él no era como todos los demás. Los sentimientos no lo gobernaban, es más, hasta parecía que carecía de ellos; era frío, apático, seco, indiferente.

En silencio, y sin quitarle los ojos de encima, meditó la situación un momento, llegando a la conclusión de que allí no había nada que le obligara a quedarse, ninguna garantía de que la cabeza de la mujer embarazada realmente valiera su peso en oro. Hasta que la escuchó y reconsideró las posibilidades. Sus ojos grandes y de un color azul extraordinariamente inusual, brillaron llenos de codicia. Era un hombre ambicioso, sí, definitivamente, y también uno muy inteligente, lo suficiente para darse cuenta de que sería un tonto si no aprovechaba la oportunidad que se le estaba presentando. Entonces cambió de opinión.

Sin decir una sola palabra, el cambiante alzó la vista y echó un vistazo a su alrededor. Agudizó sus sentidos y comprobó que allí no hubiera nadie, que los hombres que buscaban a la extraña se hubieran alejado lo suficiente para que no pudieran descubrirlos. Entonces dio dos pasos al frente y se le acercó. Notó cómo ella daba un respingo, probablemente sorprendida o temerosa, pero no le dio oportunidad de protestar. Antes de que ella pudiera abrir la boca, con movimientos rápidos, toscos y decididos, el inquisidor extendió sus fuertes y macizos brazos y la cargó como si se tratara de una infante. Sujetarla no significó un mayor esfuerzo para él, puesto que, a pesar de que encontraba en un estado de gestación muy avanzado, con una barriga sumamente crecida y muy redonda, su peso era apenas notable. No fue nada sutil con ella. No le preguntó si se encontraba cómoda en esa posición o si le molestan sus ásperas manos encajándose en sus costillas, muy cerca de la herida. Simplemente continuó, pateando rocas y troncos del camino con sus enormes botas, abriéndose paso entre la maleza.

Tenía algunas preguntas para hacerle, la mayoría de ellas sobre su familia y la familia de su fallecido esposo, sobre sus riquezas básicamente, pero decidió dejarlas para después. En lugar de abrir la boca, apresuró el paso, porque deseaba llegar a su destino antes de que hubiera anochecido, y lo logró. La llevó hasta su casa, que era en realidad un departamento bastante reducido y de bajo presupuesto, carente por completo de cualquier tipo de lujos, con tan solo lo necesario para sobrevivir.

Te quedarás aquí —le anunció tras cerrar la puerta con una aldaba y colocar a la mujer sobre la mullida y destartalada cama, única en la habitación, la cual rechinó y se movió con su peso. Era un mueble bastante estropeado y además de viejo y ruinoso, tenía un olor extraño, como a humedad y moho—. Pero antes de cualquier otra cosa, déjame que te explique las reglas, mis reglas, porque sí, por supuesto que las hay —sentenció jalando una silla para sentarse a horcajadas sobre ella—. Regla número uno: no abrirás la boca a menos de que yo te lo pida. Las preguntas las hago yo, y no toleraré ninguna queja. Regla número dos: te quedarás en tu sitio. No quiero verte por ahí paseando como si esta fuera tu casa, porque no lo es, ¿está claro? Y la tercera y más importante: no sé cómo diablos vas a hacerle, a qué santo tengas que rezarle o a que demonio tengas que invocar, pero mientras estés conmigo, no tendrás a ese mocoso que llevas ahí adentro. Después, cuando yo haya cobrado tu rescate y pueda prescindir de tu presencia, podrás parir en la comodidad de tu casa, en el bosque o donde te venga en gana, pero de ninguna manera será aquí. Así que aguántate. ¿Has entendido? Y no te atrevas a quejarte, te recuerdo que fuiste tú quien me rogó que te ayudara.

¿Le importaba lo que ella pensara sobre su exigente reglamento? Por supuesto que no. Era su territorio y podía exigir lo que quisiera. Era su derecho.


Última edición por Rahzé Svarti el Dom Mar 08, 2015 1:51 am, editado 1 vez


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Mensaje por Giulia Di Moncalieri Sáb Ene 03, 2015 7:04 pm

Cualquiera se hubiera enfadado con las palabras, la burla a su mala suerte, - toda mi vida he llevado un estigma… solo cuando conocí a Hayden, pensé que aquello había quedado atrás. Pero me equivoque, el destino se burla, una y otra vez, de mí, como éste extraño… ¿pero puedo hacer algo para cambiar la situación? – un leve suspiro se llevó la frustración y la tristeza que la embargaba, - así parece, mi mala suerte – dijo en un hilo de voz intentando no derramar lágrimas en frente de aquel extraño.

Observó al cazador, inspeccionar los alrededores. Sopesando, a la vez, si el ayudarle  valía la pena. Todo aquello pasó en un instante antes de que con movimientos veloces, poco cuidadosos, la levantó y llevó en brazos, como si de una niña se tratase. No le fue muy difícil darse cuenta que aquella fuerza y destreza, serían imposibles para un hombre común, solo un sobrenatural podría cargarla de aquella manera y tener la agilidad suficiente para apresurar el paso y alejarla de un posible peligro. Frunció el entrecejo, - si se entera que provengo de una familia de cazadores, de seguro que terminaré en un foso-  se preocupó tensándose entre los brazos del extraño. Si a aquella reflexión le agregaba el hecho de que su esposo había sido un inquisidor, hizo que dudara en darle su verdadero nombre, pero de no hacerlo ¿Cómo podría aquel individuo comunicarse con su hermana o con sus suegros, para que la rescataran, pagando los servicios del cazador? ¿No sería poner en peligro también a sus sobrinos? Escondió el rostro en el pecho del extraño, no deseaba que éste pudiera intuir su inseguridad.

Cuando llegaron a lo que parecía ser la vivienda del cazador, Giulia fue acomodada en un lecho algo destartalado. Sus ojos recorrieron curiosos la habitación, ésta era pequeña, despojada, algo sucia y descuidada, - vamos, que aquí no ha entrado una mujer en años… o siglos – caviló. Decir que Giulia deseaba con todas sus fuerzas, darle una tunda, demostrarle que no dejaría que la tratase de ese modo, era no estar tan lejos de la realidad. Nunca había sido una damisela, hacía muy mal el sobrenatural en sacar rápidas conclusiones,  por aquellas ropas, la debilidad aparente. Todo aquello distaba de mostrar quien era en realidad  Giulia, aquella muchacha salvaje que amaba los bosques, como fastidiar a quien se le pusiera en frente.

Se retrajo lo más que pudo, apoyando su espalda al respaldo de aquello que se suponía era una cama – cucha, eso parece, una cucha de perro -  refunfuño al sentir el penetrante olor a humedad. Jamás dejó de escudriñar al hombre, que sentado en una silla igual de destartalada que el lecho, le hablaba y marcaba sus reglas, -¿parir aquí? ¿Acaso está loco? Esto está menos limpio que la porqueriza de los cerdos de mi tío – pensó mirando con rencor a su salvador o secuestrador, resopló levemente, asintiendo con la cabeza, - intentaré no romper aguas en… en… su hogar – necesitaba serenarse, mantener una respiración tranquila para así, poder calmar las contracciones - no pretendo que mi hijo nazca lejos de sus abuelos, en un lugar que no puedo decidir si es seguro o no – respondió a las palabras de aquel hombre. – Pero ante todo creo que podría decirme su nombre, pues en todo este tiempo no lo ha hecho – le reprochó – no sé a quién darle las gracias o a quien temer, pues aún desconozco quien es usted -, inspiró ante una pequeña contracción, - Mi nombre es Giulia, deberá contactarse con la condesa de Moncalieri… mi hermana -, con su mirada recorrió la habitación, intentando encontrar los elementos suficientes para escribir una pequeña esquela – si me permite, podría escribir una carta para ella, así pronto dejaría de molestar en su agradable residencia – esto último salió de sus labios sin intención de mofarse, pero era tan característico en ella el sarcasmo, que deseó haberse mordido la lengua.
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Mensaje por Rahzé Svarti Dom Mar 08, 2015 1:49 am

El inquisidor alzó ambas cejas y parpadeó ante el tono de sarcasmo que identificó en el comentario de Giulia. Irguió la espalda y cruzó sus enormes y musculosos brazos por encima de su pecho. Por un instante, pareció mucho más fuerte e intimidante de lo que ya era.

Así que a la señora no le gusta mi casa —reprochó con un tono mucho más irónico que el que ella había utilizado—. Qué enternecedor. ¿Preferirías una de esas enormes camas con dosel, almohadas de plumas de ganso, sábanas de seda y una de esas ridículas e inútiles alfombras persas? —hizo que sus cejas se alzaran aún más y una burlona sonrisa apareció en su rostro—. Apuesto a que sí. Ustedes los ricos son expertos en eso de despilfarrar el dinero en cosas idiotas que la mayoría del tiempo son inútiles. Solo por curiosidad... ¿qué más extrañas? —cuestionó mientras se ponía de pie y se acercaba a la cama—. ¿A tus doncellas? Seguro estarás preguntándote quién te ayudará a cambiarte de trapos, quién te cocinará —su sonrisa se ensanchó conforme fue hablando—. Te gustaría tener todo eso, ¿verdad? ¡Pues te aguantas! —concluyó, escupiéndoselo en la cara.

No iba a permitir que ninguna zorrilla de sociedad arrugara la nariz menospreciando su forma de vida, de eso estaba seguro. Recibía la cantidad suficiente de dinero como para vivir más dignamente, pero él lo prefería así. En el pasado, había pasado una importante cantidad de años dentro de una jaula, durmiendo sobre su propia mierda, alimentándose de las sobras que sus captores le arrojaban, como si se tratara de un perro, y bien o mal, se había acostumbrado a la austeridad. Por supuesto que no le hacía falta nada más.

¡Maldita sea, hace tanto calor! —exclamó para sí mismo, muy quitado de la pena, cuando terminó de ponerla en su lugar—. Me vendrá bien un baño —acto seguido, comenzó a desnudarse frente a ella sin el menor pudor.

Se deshizo de la camisa de lino, dejando al descubierto una ancha espalda llena de cicatrices que iban desde pequeñas quemaduras hasta algunas heridas de bala y cuchillo, y se sacó el pantalón, revelando que enseguida que era un hombre al que le gustaba ir más cómodo prescindiendo de la ropa interior. No se desnudaba frente a ella con la intención de que ella lo observara, lo hacía porque en realidad la modestísima vivienda constaba de una sola habitación y era inevitable. Además, estaba demasiado acostumbrado a hacer las cosas a su modo, por supuesto que no iba a cambiar sus costumbres solo porque ella estaba presente. Si no quería verlo, siempre tendría la opción de darse la vuelta, o bien podía cerrar los ojos.

En un rincón de la habitación, el inquisidor había construido un cubículo con un improvisado inodoro y había colocado una vieja —y nada higiénica— bañera que contenía cierta cantidad de agua que parecía haber sido utilizada con anterioridad. Rahzé entró en ella y se sentó cómodamente sin darle la mínima importancia. Tomó un trapo y enseguida comenzó a fregarse el cuerpo, en el cuello, por debajo de las axilas y más tarde en la entrepierna.

Cuando giró el rostro para vigilarla, ella estaba mirándolo, probablemente más consternada por su atrevimiento que interesada en su desnudez. Él le dio poca importancia.

¿Te gustaría saber cuánto pienso pedir por tu rescate? —Preguntó de pronto con absoluta frialdad, sin dejar de fregar su cuerpo—. Mucho dinero, más de lo que puedas imaginar. Y si al final la cantidad no me satisface por completo, pediré más. Estoy seguro de que podrán pagarlo, para ellos será como quitarle un pelo a un gato —mostró una sonrisa triunfal mientras intentaba deshacerse los nudos de la larga y rebelde cabellera—. De todos modos, aún no es tiempo, es demasiado pronto. Primero haremos que te extrañen. Te quedarás aquí un buen rato —le soltó sin más.

El baño duró apenas quince minutos, y lo realizó sin la presencia de ningún producto de higiene personal, nada de jabón, pastillas, aceites o sales. Rahzé no era especialmente reconocido por la atención que ponía a su apariencia física, sino todo lo contrario. Se duchaba poco, apenas un par de veces a la semana, y en invierno el intervalo semanal entre baño y baño parecía volverse una maldita eternidad. Después de secarse y ponerse otro pantalón, la ropa sucia la enjuagó en el agua utilizada y posteriormente la colgó para que se secara.

Se acercó a la cama y jaló la desgastada manta. Notó cómo Giulia se tensaba.

¿Qué? ¿Acaso creías que dormiría en el piso? —Una de sus cejas se alzó—. Hazte a un lado. —Dicho esto, se echó a su lado. Se acomodó de lado, dándole la espalda. La destartalada cama crujió con fuerza con su peso y por un momento pareció que se partiría en dos, mas pareció ser más fuerte de lo que aparentaba.

Ah, y no intentes escapar. Duermo con un ojo abierto, te lo aseguro; te atraparía antes de que pudieras tocar el piso. Y si bien no he de matarte, nada me impide romperte un brazo, o una pierna. Piénsalo dos veces antes de hacer algo estúpido —sentenció, cruel y despiadado, antes de quedarse dormido.


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Mensaje por Giulia Di Moncalieri Lun Abr 06, 2015 9:38 pm

Giulia se movió nerviosa, sobre el pequeño lecho. No podía negar que lo expresado por el hombre la indignaba, - ¿Por qué me juzga tan rápidamente? Ni siquiera se ha tomado la molestia de conocerme, en verdad descubriría que soy totalmente lo contrario de lo que  afirma – quiso gritarle, todo aquello, pero las palabras se atragantaban en su garganta. Solo clavó la mirada en el extraño peinado que llevaba el cazador. Aun así sabía que él tenía todo el derecho de espetarle aquello en la cara, al final de cuentas ella era una extraña, que le estaba trayendo  inconvenientes, a su vida, que juzgando lo poco que podía apreciar del lugar, era bastante ajustada en lo económico – puede ser que las mujeres de clase alta se dirijan así… pero le aseguro que… jamás podría comportarme así… tiene derecho de pensar lo que quiera… pero…   - no era verdad, no en ella. Tal vez su hermana  podría haber sido juzgada de esa manera, aunque estaba segura que Chiara era dulce y comprensiva, jamás juzgaba a las personas por su poder económico o social. Pero hubiera podido, de ser otra, ya que había nacido en cuna de oro, querida y respetada por todos. Pero  Giulia no, su madre la había abandonado al nacer, su tío, hermano de aquella mujer,  le dio todo lo que podía necesitar, intentando protegerla del odio de una sociedad donde el parecer era más importante que el ser. Pero aunque intentó protegerla, de la maledicencia del pueblo, pronto supo que significaba bastarda. Jamás le importó la clase social, era  feliz en los bosque, en contacto con las bestias y sobrenaturales, que manteniendo una charla en algún café o en un baile. Si,  había cambiado, la mujer que gustaba de usar pantalones de cuero, camisa y botas, con su largo cabello sujetado en una gruesa trenza, pasando las noches  en vela, intentando desbaratar las cacerías  de inquisidores contra los sobrenaturales, había desaparecido bajo tantas capas de tules y muselinas. Aquella mujer se hundió en el olvido por amor, por ese amor que alguna vez había tenido por Hayden. Pero él ya no existía, solo los pocos recuerdos de aquellos días en que pensó sería feliz.  

Bajó su mirada, no tanto porque la hubiera avergonzado con lo que le dijera, sino, porque se daba cuenta que deseaba con todas sus fuerzas de que aquello fuera solo un mal sueño. Despertar sobresaltada, llorando y en la semi penumbra de un amanecer veneciano,  Hayden la atraería a él, diciéndole que todo había sido un mal sueño, pero  por más que intentara despertar de aquella pesadilla no lo lograba. Inspiró hondo y levantó nuevamente su mirada, enfrentándolo,  quería demostrarle que su espíritu no se doblegaría tan fácilmente, aunque en verdad ya se encontrara resquebrajado y a punto de hundirse en la desesperación.  

Si por alguna razón, aquel hombre pensó que Giulia se escandalizaría al ver como se desnudaba delante de ella, para darse un baño, se equivocaba de principio a fin.  Su mirada se deslizo por el cuerpo masculino, sin dobles intenciones, pero sí admirando el valor y la historia que podía tener cada una de esas cicatrices. Sintió un pequeño tirón en una vieja cicatriz que tenía en su costado, cerca de la herída que había recibido al huir aquella tarde de la mansión en donde la tenían prisionera. Su mano se deslizó por la tela que la cubría, y sonrió pensando que fue en esa oportunidad cuando casi el inquisidor le descubriera como parte de la Alianza, - ¿que habría pasado con aquellos camaradas? – la sonrisa se le borró, pensando en la última redada, aquella  en la que se desbaratara la organización y en la que su marido desapareciera. Suspiró dejando escapar el aire en una silenciosa exhalación.

Caviló que aquel hombre tenía tantas marcas de pelea y que su amado, jamás había sido lastimado, un una sola vez, pero no por eso dejó de ser uno de los grandes inquisidores que tuviera alguna vez la orden.  Frunció el ceño al ver el agua tan oscura, pero recordó que en peores charcos había terminado empapada corriendo en mitad de una de sus correrías nocturnas.

Se quedó muda, hundida en sus cavilaciones, en sus recuerdos, en las malditas preguntas que jamás tendrían respuesta, porque siempre ocurre que cuando perdemos  a los seres que estuvieron con nosotros, nos asaltan las preguntas, “por qué no le dije esto o aquello, porque no le repetí más veces ´te quiero´”. Volvió a sentir que las lágrimas trepaban por su garganta y su nariz se enrojecía, tanto como sus orbes. Giró la cabeza, para no mostrar su debilidad, su dolor,  a su carcelero, lo hoyó salir de la tina, secarse. Se sorprendió cuando el hombre se tendió en el lecho. Sus ojos chispearon de furia, claro que esperaba que se comportara como un caballero y se decidiera a tirar una manta en el suelo, durmiendo  allí, pero supo que eso no sucedería, resopló, mientras  intentaba hacerse lo más pequeña que podía, para darle mayor lugar a esa masa de músculos que se apoderó del lugar.

Esperó que estuviera dormido, dándose cuenta de que lo estaba por el sonido acompasado de su respiración. Entonces se incorporó,  haciendo un sonido el lecho al abandonarlo. Caminó por la habitación, giró varias veces la cabeza, inspeccionando que el hombre siguiera dormido y entonces comenzó a desvestirse, por supuesto que no usaría esa tina, pero había visto una jofaina con agua limpia, la utilizaría para refrescarse, asearse y limpiar su herida, ya que el caballero de brillante armadura, no lo iba a hacer. Dejó que el vestido se deslizara, quedando solo cubierta por un tipo de camisola, la que acomodó, de forma que le permitiera ver la herida, estaba manchada de sangre pero no había peligro, por suerte solo era una herida sin importancia. Tomó un trozó de la enagua de su vestido  rasgándola  de un tirón, esperando que el gran durmiente no se despertara, allí mojando el género en el agua limpia, se higienizo, rogando que su carcelero no se despertara hasta que ella volviera a vestirse decentemente.
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Mensaje por Rahzé Svarti Lun Jul 06, 2015 2:10 am

Lo que había dicho Razhé era completamente cierto. Tenía el sueño tan ligero que en verdad parecía que dormía con un ojo abierto y el otro cerrado. Como inquisidor, ese era su deber, algo netamente primordial, porque era la única forma en la que podía mantenerse alerta y cuidarse las espaldas. No podía darse el lujo de dormir placida y profundamente, si es que quería sobrevivir. Siempre se acostaba de lado, con la mano diestra sobre un puñal que llevaba junto al cinturón, de ese modo, si se presentaba un enemigo o cualquier situación que atentara en contra de su integridad, rápidamente podía empuñarlo y dar pelea. Aunado a eso, poseía las habilidades propias de su especie, los sentidos innatos de los felinos, que le eran de mucha utilidad a la hora de detectar presencias ajenas y posibles amenazas. Por eso sintió casi de inmediato cuando Giulia se levantó del destartalado lecho, dirigiéndose hasta la bañera.

¿Qué diablos crees que estás haciendo? —Gritó desde la cama, sorprendiéndola a medio baño, provocándole un susto de miedo.

Rápidamente, Rahzé se puso de pie de un salto y acudió a su encuentro con el puñal en la mano, el cual colocó sobre su cuello de manera amenazadora, haciendo que ésta se quedara de piedra, completamente pasmada y aterrorizada, sin saber qué hacer o qué decir. Desde luego, su intención no era degollarla, pero con el paso del tiempo había aprendido que la mejor manera de disciplinar a otros era inspirarles miedo, temerle al dolor. Después de todo, ¿no había sido así había sido como lo habían moldeado a él? Sí, a punta de golpes y maltratos, mismos que sufrió durante muchos años a manos de sus captores, hasta que aprendió y éstos ya no fueron necesarios.

¿Quién te dio permiso de utilizar mis cosas? —Preguntó, pero ésta no respondió rápidamente, lo que lo obligó a presionar aún más el arma blanca contra su carne—. ¿Acaso eres sorda? Te advertí que te quedaras en donde debías, y apenas me descuidé fue lo primero que hiciste. Vuelve a la maldita cama. Ahora. —Exigió, pero Giulia, que parecía haberse quedado petrificada, no se movió.

Sin darle oportunidad de reaccionar y moverse por sí sola, Rahzé se abalanzó sobre ella y, como si se tratara de un burdo saco de papas, la cargó con brusquedad y la llevó hasta el catre, donde la aventó sin el menor cuidado que requería su avanzado embarazo. Escuchó a la mujer quejarse en cuanto cayó sobre el sucio colchón, pero no le dio la menor importancia, puesto que creyó que se trataba de una escena. No obstante, Giulia continuó quejándose durante un buen rato, llevándose las manos a la barriga, como si ésta le estuviera provocando un gran dolor.

Deja de jugar, no ha sido para tanto. ¿Crees que no sé que solo estás actuando para hacerme sentir culpable? Pues lamento desilusionarte, pero no va a funcionar. Te quedas donde estás, y es mi última palabra —sentenció mientras guardaba nuevamente su puñal junto al cinturón y volvía a acostarse, quedándose nuevamente dormido casi al instante.

Giulia pareció haber aprendido la lección porque la noche transcurrió sin más interrupciones. De vez en cuando el inquisidor la sintió removerse junto a él, lanzar algún quejido, pero nada verdaderamente importante. Cuando hubo amanecido, Rahzé se levantó, trenzó nuevamente su larga y rebelde cabellera, y se preparó para salir.

Si serán holgazanes los de tu clase… ¿Acaso no te has dado cuenta de que ya amaneció? —Le dijo con la intención de que ésta finalmente se despertara, pero no obtuvo ninguna respuesta, lo que lo obligó a acercarse—. Hey, estoy hablándote —insistió, pero nuevamente no respondió. Con la mano la tomó de un hombro y la obligó a darse vuelta sobre la cama, descubriendo son asombro que ésta estaba como desmayada. Al ver que tenía el rostro cubierto de sudor, tocó su frente y descubrió que los malestares de la noche anterior no habían sido fingidos—. ¡Maldita sea, estás ardiendo en fiebre!

Colocó ambas manos sobre sus hombros y la sacudió intentando reanimarla, hasta que ésta se quejó y pareció volver en sí. La vio abrir los ojos con dificultad y entornar su rostro, dando un ligero sobresalto, como si le aterrorizara lo que él pudiera hacerle, lo cual era bastante lógico, después de lo que le había hecho la noche anterior. Estaba tan pálida, blanca como un papel.

¿Qué demonios te ocurre, mujer? ¿Por qué no me dijiste que estabas mal? ¡Maldición!

Rahzé podía ser muchas cosas, un bruto, un salvaje, pero eso no significaba que fuera un desalmado que deseaba que aquella desconocida, que además era una inocente y no una de las criaturas a las que cazaba, se muriera allí, justo en su cama, y por su culpa.


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Mensaje por Giulia Di Moncalieri Sáb Ago 01, 2015 6:59 pm

Giulia, no tuvo los reflejos necesarios para ponerse a salvo, tampoco los podría haber usado ya que en su avanzado estado de embarazo, todo le costaba el doble. Lo que llevó a que el inquisidor la sorprendiera, instintivamente llevó su mano a la altura de su tobillo, como si fuera costumbre de ella llevar una daga o puñal, pero no tenía nada y además, aún tenía lagunas en sus recuerdos, sabía que había sido cazadora, que tenía la destreza de hacer frente a un hombre como aquel carcelero. Pero no podía poner en riesgo a su pequeña Eleonore, así que cuando éste se abalanzó y le colocó un puñal en la garganta, intentó por todos sus medios, mantener la calma, lograr calmar la bestia que la mantenía aprisionada entre su pecho y sus brazos. Tragar saliva le era casi imposible por la forma en que el puñal le hería la piel. Cerró los ojos he intentó calmarse, podía sentir como la criatura se movía en su interior. Había escuchado que los no natos podían sentir los cambios de humor que tuvieran sus madres y hasta escuchar de alguna forma lo que pasaba en el exterior. Sería como estar dentro de una tina y escuchar amortiguadamente los sonidos que pasaran afuera de ese lugar, por lo que era lógico que la pequeña se moviera de aquella forma.

Él continuaba amenazándola, exigiendo que por una vez y para siempre le hiciera caso, la alzó, como si se tratara de un objeto sin importancia y la aventó sobre la cama. El golpe fue grande, le dolían los riñones, la herida se había abierto aún más, lo que hizo que su enagua se manchara, al igual que la sabana del catre. El bebé seguía moviéndose y pronto sintió que además de los movimientos propios de la criatura, la aquejaban dolores en el bajo vientre, - por favor, me duele  susurró, pero aquel hombre no la escuchaba, seguía reprochándole y diciendo que todo lo que se quejaba eran artimañas para salir de allí.

Lo observó refunfuñar mientras se volvía a acomodar en el lecho, dándole la espalda y quedarse dormido. Ella continuó quejándose, sintiendo dolores agudos en  la zona de su pubis, sentía como si todo su vientre se tensara, convirtiéndose en una piedra, para terminar aflojándose nuevamente. Lloró en silencio, se mordió la mano, para no gritar del dolor. La noche no pasaba jamás, las horas transcurrían con la lentitud de los caracoles y los dolores aunque se fueron calmando, continuaban, no tan constantes, más dispersos, pero permanentes. Cuando los primeros rayos del alba se colaron por la ventana, Giulia se encontraba casi inconsciente, había perdido bastante sangre, las contracciones se habían detenido, y el bebé se movía suavemente, pero la fiebre comenzaba a apoderarse del cuerpo maltrecho de la ex cazadora. Si no le bajaban la fiebre el no nato podría morir.

Entre la inconsciencia sintió que la sacudían, que le exigían despertar, pero ella no podía, no tenía mas fuerzas, la fiebre seguía subiendo, poniendo en peligro tanto la vida de la madre como la de la criatura. De sus labios solo se escuchó – la bebé… no está bien… ella… - volvió a caer en la inconsciencia y ésta vez, por más sacudones que recibió, no se despertó.
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Mensaje por Rahzé Svarti Miér Sep 30, 2015 2:41 am

No, no, no, no… ¡despierta! —la sacudió con violencia cuando ésta cerró los ojos de manera definitiva y su cabeza cayó hacia atrás, pero fue demasiado tarde. Giulia se había desmayado, y ésta vez de una manera bastante profunda porque no volvió a reaccionar—. Maldita mujer.

Fue hasta entonces que el inquisidor llegó a pensar que, quizá, la idea de haberla llevado hasta allí, había sido una total y completa estupidez. ¿En qué diablos había estado pensando al decidir semejante tontería? No solo era una mujer herida que había perdido mucha sangre; estaba embarazada, lo cual hacía todo doblemente peor. ¿Qué demonios debía hacer? Como siempre, lo primero que cruzó por su mente fue algo sumamente egoísta: regresarla al sitio donde la había encontrado. Si lo hacía, no sería más su responsabilidad. Pero, ¿realmente tenía tan poco corazón para hacer algo semejante? De hacerlo, había dos posibilidades: que alguien la encontrara rápidamente y la pusiera a salvo, o que no lo hicieran, lo cual irremediablemente significaría la muerte, no solo de la madre, sino también de la criatura. Rahzé ladeó el rostro y miró a la mujer desde lo alto, analizando la situación. ¿Realmente era su problema lo que ocurriera con ella y su hija? Resopló lleno de fastidio al percatarse de que sí, en el momento en que había decidido privarla de su libertad, ambos seres se habían convertido en su maldita responsabilidad. Y con lo que detestaba tener responsabilidades…

En ese momento, a Rahzé le hubiera encantado descubrirse como el hijo de puta que todos aseguraban que era y abandonarla a su suerte, sin estúpidos remordimientos, quitándose el problema de encima de manera instantánea. Pero no logró hacerlo. Y es que debajo de la dura coraza que con tanto esmero se había construido, todavía latía un corazón que si bien no lo hacía con demasiada frecuencia, aún conservaba la capacidad de sentir y conmoverse, por lo menos un poco, con el dolor y la tragedia ajena. Así que, tras resollar una vez más, ésta vez de una manera bastante audible y puede que hasta dramática, se resignó a lo inevitable: tenía que salvarle el pellejo. Y debía ser rápido, ponerse manos a la obra cuanto antes, si es que no quería un cadáver sobre su cama.

Puso a su mente a trabajar. Su primera opción fue ir en busca de un curandero, o mejor aún, de una partera, pero al darse cuenta de que se encontraban en un sitio bastante apartado y que localizar a cualquiera de los dos le llevaría al menos dos horas, la desechó por completo. Temía que ella no tuviera dos horas más. Supo que no había otra opción más que hacerse cargo él mismo. Después de todo, ¿qué tal difícil podía ser? Él rara vez había necesitado de la ayuda de alguien más para sanar sus heridas, las cuales habían sido muchas, por cierto, y muchas de ellas en verdad graves. Valiéndose únicamente de su ingenio, había aprendido a sacarse balas él mismo, utilizando solamente una navaja y un poco de ron, y a cauterizar las heridas para evitar las hemorragias, colocando directamente sobre la piel una pieza de metal hirviendo. Por eso no era nada extraño verlo por ahí todo remendado, con múltiples cicatrices alrededor de todo lo largo y ancho de su cuerpo, pero vivo a costa de cualquier cosa.

Rahzé cogió un recipiente de latón y lo rellenó con agua, luego buscó un trapo que pudiera servirle como compresa. Lo necesitaba preferentemente limpio pero, al no encontrarlo –porque era un hecho, nada en esa casa podía presumir de estar limpio-, desgarró una de sus camisas y decidió utilizar un jirón. Se sentó en la orilla de la cama y, tras remojar el trapo, se lo colocó a Giulia sobre la frente. Rodó los ojos con algo de exasperación. No daba crédito a lo que ocurría. No podía creer que él, precisamente Rahzé Svarti, estuviera cuidado a una extraña como si se tratara de alguien que gozaba de su estima. Ni en un millón de años lo hubiera imaginado, pues a su forma de ver, la única que se merecía tal privilegio, y solo por el hecho de llevar su sangre, era Bolanie, su hermana. Sin embargo, allí estaba, tragándose el orgullo.


***


Giulia no despertó. Al menos no durante las siguientes cuarenta y ocho horas, tiempo en el que solamente se quejó y removió un poco sobre la cama. No fue hasta el tercer día que finalmente reaccionó, primero entreabriendo débilmente los ojos pero, pasados apenas unos minutos, lanzando un grito desgarrador que le taladró los oídos al inquisidor. Svarti, que para entonces se encontraba algo cansado por las últimas desveladas, alertó todos sus sentidos y abrió los ojos de golpe.

¿Qué diablos te ocurre ahora? —Preguntó algo alterado por los gritos que se hacían cada vez más constantes y profundamente lastimeros.

¿Acaso no era obvio? La mujer gritaba porque algo en su interior la estaba partiendo en dos. Eso necesitaba salir, y Rahzé tenía que sacarlo cuanto antes. Dándose cuenta de que había llegado la hora, tomó un cuchillo y lo empuñó, mas permaneció inmóvil. Incontables veces había utilizado su arma, para atacar al enemigo, para pelar pollos para la cena. No obstante, sabía que aquello no era tan sencillo como desollar una liebre. No podía simplemente clavar la hoja sobre la barriga y rajarla hasta sacar a la criatura. Maldita sea, ¿cómo diablos se hacía aquello? Nunca en su vida se sintió tan inútil.

Maldición. Tienes que decirme qué hacer. ¡Rápido!


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Mensaje por Giulia Di Moncalieri Sáb Oct 31, 2015 5:32 pm

Aquella herida, la tuvo por días en un estado de inconsciencia, pero gracias a los cuidados del cazador,  se encontraba ya fuera de peligro, o por lo menos eso parecía. Durante los siguientes  días, se mantuvo en un sueño profundo,  en el que fue recuperando y fortaleciéndose. Dentro de ese mundo onírico,  se encontró con Hayden y aunque fueron momentos duros y sumamente tristes, pudo romper aquel  hilo espiritual que la unía al padre del pequeño bebé que crecía en sus entrañas.  Fuera ese encuentro,  una alucinación, un sueño o verdaderamente el alma de su difunto esposo,  en aquel lugar, entre la vida y la muerte, pudieron decirse adiós. El amor que se profesaban, había sido para toda la vida, más la de él fue demasiado efímera, como las flores que al final del otoño, mueren por el frio.

Cuando los sonidos del mundo real, llegaron a su sentido, tras la despedida de aquella alma, Giulia lloraba silenciosa su gran pérdida.  Inspiró calmada, acariciando suavemente el vientre, intentó acomodarse en el lecho, al despertar del todo, pero al querer incorporarse,  un dolor la traspasó. Era tan intensó e inesperado, que no pudo contener el grito. Su anfitrión, estaba dormitando en una silla cercana al lecho y se despertó gruñendo como un animal, asustado por los gritos que ella no pudo callar. Tomando su vientre con las dos manos, los ojos extremadamente abiertos, por la sorpresa, supo que  el momento había llegado. Ella hubiera deseado tener a su hijo, en la mansión de Venecia, con  su doctor  personal al lado de la cama, además de la matrona y su esposo tras la puerta, esperando con los nervios a flor de piel, a que le informaran que tanto su amada como su hija estaban fuera de peligro. Pero jamás pasaría como lo había imaginado tantas noches. Allí, recostada en un camastro, con sus ropas rasgadas y sin haberse podido refrescar adecuadamente, se encontraba soportando las primeras contracciones.

No había gritado tanto, o por lo menos, no lo había creído, observó como el gigante se acercaba a ella, con un cuchillo en la mano, - espera bruto, que crees que harás con eso  - le gritó, mientras intentaba alejarse, ocultando su voluminoso vientre y moviéndose peligrosamente al borde del lecho. Cuando el hombre se calmó, ella, entre jadeos y respiraciones profundas le explicó, - debes buscar un  recipiente limpio, pondrás agua a calentar y traerás paños – se calló por un segundo, al ver que en ese lugar, lo que reinaba era el desorden, la suciedad y los trapos roñosos. Resopló  tras la nueva contracción y cuando creyó que le sería posible hablar,  continuó, - busca entre mi vestido, allí encontraras una tijera de oro, la pondrás en el agua cuando hierba… con ella deberás cortar el cordón -  Le miró con una dureza que no parecía propia a una mujer que estaba próxima a parir – Si! se las robé al medico que me tenia cautiva, pero las necesito... luego has con ellas lo que quieras, ahora la necesito para mi hijo – volvió a gritar, pero contuvo el aliento, no quería que la criatura sufriera. Había atendido a varias parturientas, como ayudante de matrona, en el pueblo en que se  criara, además, el ser cazadora, la solía poner en situaciones de lo más inverosímil y comprendía perfectamente que debía hacer.

Se sorprendió, al darse cuenta que todos sus recuerdos habían vuelto, como si el hecho de dejar atrás el dolor de la pérdida de su amado, le hubiera devuelto su vida pasada, sonrió, a pesar del dolor, - vamos, no me digas que eres un debilucho y que si ves sangre te desmayaras -  quiso bromear. Se aferró a las sabanas y llevó su cabeza hacia atrás, debía saber si el bebé comenzaba a coronar, y solo lo podía hacer aquel hombre, aunque por el dolor y lo seguido de las contracciones, se daba cuenta  que el momento era inminente. Volvió a jadear, - apresúrate, rasga la tela del vestido, libera mis piernas y observa si puedes ver la coronilla del niño – lo volvió a mirar con sus ojos centelleante,  - pero antes lávate las manos, enjuagarlas con alcohol o alguna bebida espirituosa y calienta el agua – gritó como si él fuera su ayudante en un parto que no era el propio.
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Mensaje por Rahzé Svarti Jue Dic 24, 2015 2:30 am

Rahzé resopló ante la broma de la mujer. Si ella hubiera sabido la cantidad de cosas que el inquisidor había hecho a lo largo de su caótica vida, el número de vidas que ya había arrebatado, la cantidad de sangre que lo había empapado en más de una ocasión, y lo sanguinario que podía llegar a ser cuando era necesario, probablemente no se habría atrevido a pronunciar aquellas palabras, aunque se trataran de una mofa. Giulia Vaggö solo veía a un zarrapastroso hombre cuyos modales, además de su apariencia física, dejaban mucho que desear, pero no tenía idea de quién era realmente, las cosas que había vivido y que por tanto lo habían formado. De saberlo, probablemente lo habría pensado dos veces antes de poner en sus manos tanto su vida como la de la criatura que estaba por nacer, aunque a esas alturas ya no tenía demasiada opción y él era su única esperanza. Con un poco de suerte, obtendrían un alumbramiento exitoso, pese a que nada allí fuera lo deseado y mucho menos lo indicado.

Svarti miró a su alrededor. Era evidente que de todas las cosas que la parturienta había enlistado, allí nada encontraría, a excepción de la bebida espirituosa, que no podía faltar. Cogió la botella, un ron bastante corriente que solía beber con frecuencia, y con ella entre las manos se aproximó a la cama. Entonces la miró, una vez más lo hizo sin saber realmente por dónde empezar. Nuevamente deseó dejar atrás todo aquello, algo que en verdad consideraba un verdadero fastidio. Sin decir más, dejó la botella y salió por la única puerta que tenía la casucha. La mujer debió pensar que, efecto, la había abandonado a su suerte, que era un desgraciado por haberlo hecho, pero en realidad Rahzé salió a encender una pequeña fogata para poder calentar el agua, justo como ella había dicho. Volvió lo más rápido que pudo aunque para la mujer, cuyos dolores de intensificaban con el pasar del tiempo, debió ser una eternidad.

El inquisidor llevaba consigo una pequeña tina de aluminio con agua tibia, la cual dejó sobre el piso para poder rasgar el vestido hasta lograr obtener varios pedazos de tela, mismos que servirían como paños. Las tijeras también las dejó a la vista, y no podía negar que significaban una gran tentación. Pensó en cuánto dinero podía obtener si las ofrecía a un buen comprador, pero cuando la mujer volvió a gritar a causa de una nueva contracción, éste decidió que más tarde pensaría en ello y que debía concentrarse en lo que de momento sí significaba una urgencia: sacar a aquel escuincle de la enorme barriga de su madre.

Mentalmente repasó la lista que Giulia le había indicado y cuando consideró que todo lo que necesitaba estaba listo, se acercó a ella. Estuvo a punto de comenzar, pero enseguida recordó un punto que para ella parecía importante: la limpieza. Rahzé bufó y rodó los ojos pero a regañadientes cumplió con el requisito. Lavó sus manos con el ron, o mejor dicho, las enjuagó, la que evidentemente ni en un millón de años iba a tomarse el tiempo de llevar a cabo la higiene adecuada para una tarea tan delicada como la que estaba a punto de realizar.

Un sonoro y largo grito de la mujer le indicó que había llegado el momento. Entonces, intentando no ser demasiado brusco con ella, la acomodó sobre la cama y abrió sus piernas, a modo de que él pudiera tener total acceso.

Podía ser un hombre muy rudo, pero eso no le impidió ponerse nervioso, sobretodo cuando echó un vistazo. ¡Por Dios, cómo debía dolerle aquello a esa mujer! Había visto muchas veces las partes nobles femeninas, ¡pero nunca así! Sus genitales estaban deformados, tan inflamados y rojos como si una araña ponzoñosa le hubiera picado. La membrana se había roto y el colchón del sucio catre se encontraba empapado de líquido amniótico. Rahzé la miró impactado por la imagen. Había visto cualquier cantidad de horrores, pero nunca algo como aquello. Una nueva contracción llegó y Giulia, que parecía no aguantar más, arqueó la espalda. A Rahzé le pareció que le rogaba con la afligida mirada que se diera prisa, que sacara a la criatura cuanto antes, así que se compadeció de ella y eso lo hizo actuar. Abrió sus piernas todo lo que le fue posible y examinó con detenimiento.

La veo. ¡Veo la cabeza! —exclamó aún impresionado por la escena. No podía quitarle los ojos de encima. Era increíble que una criatura estuviera allí dentro, luchando por no ser despojado de su zona de confort, y que él tuviera que ayudarla a nacer—. Puja, tienes que hacerlo para que salga y yo pueda… —se calló de pronto. ¿De verdad estaba diciendo aquello? Quizá era la excitación del momento, o quizá se había vuelto loco.

Mientras la mujer pujaba, él colocó ambas manos alrededor de la vagina y con ayuda del paño, limpió la zona llena de sangre para poder tener una mejor visión. Mientras más pujaba, Giulia se desgarraba dolorosamente, pero gracias a ello la cabeza del niño lograba asomar unos cuantos centímetros más con cada esfuerzo que ella hacía.

¡Maldición! ¡Ahí está! ¡Ya viene, hazlo con más fuerza! —la incitó cuando observó que la cabeza del bebé había logrado asomar hasta la altura de los ojos. Hasta alguien como Rahzé, que no tenía la más mínima experiencia en partos, sabía que si ella no se daba prisa el niño podía asfixiarse.


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Mensaje por Giulia Di Moncalieri Miér Ene 20, 2016 11:50 pm

Giulia escuchó como el hombre le informaba que el bebé estaba a punto de nacer, mas habían pasado muchas horas desde el momento de comenzar las contracciones, hasta éste instante, donde la cabeza del niño se encontraba en el canal de parto y no habría vuelta atrás, o se daba todo de forma normal y en pocos minutos estaría cargando a su hijo, o podría existir una complicación, por la cual muriera la madre o el bebé o los dos.

Sus ojos no se separaron de la figura del cazador. Lo observó en cada movimiento que hacía, mientras las contracciones se hacían cada vez mas frecuentes y dolorosas. Intentaba no gritar, le habían dicho que al gritar, las mujeres le quitaban oxigeno al bebé, cuestión que podía llegar a  producir problemas en el parto. Pero el dolor era tan grande que no logró controlarse. Un grito agudo y desgarrador, emergió desde el fondo de su ser. Y pudo sentir el instante exacto cuando la cabeza traspasaba sus genitales. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras lagrimas de alegría, surgían de sus ojos. Aquella sensación de felicidad, le duró, lo mismo que un suspiro, ya que pudo ver claramente, por la posición en que se encontraba,  que el cuello del bebé tenía enroscado el cóndor umbilical. Si ella seguía pujando, estrangularía a su hijo.

Intentó concentrarse para dejar de pujar, con los dientes apretados, sus manos cerradas en  puño sosteniendo las sabanas sucias y raídas en las que estaba acostada, dio nuevamente un grito, - el cordón - pudo decir mientras una nueva contracción la traspasaba, haciéndola temblar. Volvió a inspirar con fuerza, jadeando, para que los dolores no fueran insoportables, así pudo tomar aliento para volver a hablar, - debes liberar su cuello... o morirá estrangulado - el dolor la hizo perder fuerzas, su espalda, cayó sobre el colchón y sus piernas temblaban de forma violenta.

Una angustia incontenible la embargó - no, no puedo perder lo único que me queda de ti - pensó, recordando a su esposo - si nuestro hijo muere, que sentido tiene que sobreviva a ésta tortura - de pronto la mujer fuerte, enérgica capaz de enfrentarse a ese desconocido, o a su propio asesino, había desaparecido tras sus miedos y terrores.  Mas como siempre, en pocos segundos, la cazadora volvió a tomar el control de la situación, - apresúrate, corta el maldito cordón y has que respire - le exigió, como si aquel hombre que la tenía secuestrada - de alguna forma -, fuera su ayudante.

Aquellos segundos, le parecieron eternos, los sonidos que escuchaba eran los de las manos del cazador, contando el cordón y logrando extraer el pequeño niño. Mas el silencio se extendió, el llanto anhelado no se escuchó. Giulia gritó, no ya por dolor físico, sino por su corazón desgarrado por la certeza de creer que había matado a su propio hijo.
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Mensaje por Rahzé Svarti Lun Mar 28, 2016 6:06 pm

Cuando la cabeza del niño salió por completo del cuerpo de su madre, Rahzé comprobó que lo que Giulia decía era cierto: el cordón umbilical estaba enroscado alrededor de su cuello y lo asfixiaría si no actuaba rápido. Sin pensarlo más tiempo, cogió las tijeras y sin saber realmente dónde cortar, se aventuró a hacerlo a mediación. El delgado y ondulado lazo de carne por el cual la criatura se mantenía unida a su madre, se rompió para siempre. Una vez liberado, con la ayuda de sus manos, Rahzé sostuvo con firmeza al pequeño y tiró con suavidad de su pequeño y resbaladizo cuerpecito, hasta que éste poco a poco fue cediendo con la ayuda de Giulia. De pronto, un bebé mojado, hinchado y con la carita cubierta de sangre, fue a parar a las toscas manos del inquisidor. Rahzé experimento una extraña y embargante, pero también agradable sensación cuando lo recibió. Nunca antes había presenciado el milagro de la vida de aquella manera. Era algo que sin duda se quedaría grabado en su mente, algo que sería digno de recordar. Pudo sentir la piel delicada del recién nacido sobre las ásperas yemas de sus dedos. Era tan pequeño, tan frágil e indefenso, como esas aves diminutas que de pronto caen accidentalmente de sus nidos.

¡Ya nació! La tengo, es una hembra —le anunció, identificando su sexo a través de los genitales, como había aprendido a hacer durante su infancia con los animales que hacían en la granja de sus difuntos padres. Ni siquiera él fue consciente de la sonrisa que se le dibujó en el rostro al contemplar a la criatura. Sin embargo, ésta le duró poco. Era cierto, la niña no respiraba. Desde que había llegado a sus manos no había hecho ni un solo movimiento, ni un solo ruido, y eso era definitivamente malo.  

Consciente de que la vida de aquella pequeña e inofensiva criatura estaba en sus manos, con cuidado la colocó sobre la cama e intentó pensar en qué hacer para ayudarla. Lo primero que se le ocurrió fue sacudirla despacio, palmotearla insistentemente, esperando que ésta reaccionara a los movimientos pero, al ver que no obtenía respuesta, y que su pecho seguía tan inmóvil como antes, decidió inclinarse sobre ella para darle respiración boca a boca. Vamos, respira, respira, respira, se repetía internamente mientras acercaba su boca a la pequeña y con sus manos realizaba compresiones cardiacas. La resucitación no era tan sencilla como con un adulto, pues la niña era demasiado pequeña y él debía cuidar de no presionar demasiado fuerte o podía romperle las costillas. Ni siquiera sabía si lo estaba haciendo bien, pero de verdad lo estaba intentando.

Transcurrió un minuto y no hubo respuesta, pero Rahzé no se detuvo ni un segundo. Miró a la madre y ella le devolvió una mirada afligida, llena de terror. Era evidente que se imaginaba lo peor. Rahzé sintió pena por ella porque, aunque seguía insistiendo, él también empezaba a perder las esperanzas de que la criatura sobreviviera. Sin embargo, cuando estuvieron a punto de  cumplirse los dos minutos y medio, un milagro ocurrió. La niña finalmente reaccionó. Su pecho comenzó a moverse y se retorció entre las sábanas, chillando con debilidad.

Lo logré. Está respirando, está respirando —Rahzé se rió pero, como si de pronto se hubiera sentido incómodo o pensara que expresarse de aquel modo no iba del todo bien con alguien como él, inmediatamente cambió el gesto por su ya habitual hosca personalidad.

No sabía exactamente cómo debía hacerlo, pero sostuvo a la niña nuevamente entre sus manos, demostrando ésta vez su incomodidad. Era gracioso observarlo con aquella criatura, sosteniéndola con tan poca experiencia, como si se tratara de un pequeño saco de algún fruto demasiado tierno y temiera aplastarlo, o dejarlo caer al piso. La criatura, que parecía cada vez más viva, se removió entre sus manos y, no supo cómo pero, de pronto, una de sus pequeñas manos se cerró alrededor de uno de sus ásperos dedos. Rahzé quedó boquiabierto y por un instante se sintió incapaz de hablar o de moverse. Todo lo que podía hacer era observar aquel milagro, a aquella pequeña criatura que completamente inocente se aferraba a una vida que el inquisidor consideraba hostil y desgraciada –porque así había sido con él durante toda su existencia-. ¿Qué le tendría deparado el destino a la recién nacida? Nadie lo sabía. Sin embargo, estaba allí, peleando como una guerrera, obstinada ante la idea de existir y aferrada al dedo del hombre que le había salvado de morir, como si le estrechara la mano agradecida.

Rahzé fue consciente de que la niña lograba despertar en él sentimientos y sensaciones que para él eran completamente nuevas, inesperadas y también indeseadas. Se sentía extraño; sí, definitivamente incómodo. Se obligó a salir de su ensimismamiento y, decidido a alejarse cuando antes a la criatura, se la entregó a su madre. La mujer estaba débil, pero el inquisidor imaginó que querría verla, verificar que estaba bien con sus propios ojos. La acercó y se la colocó con cuidado sobre el pecho. Observó la escena con atención.


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Mensaje por Giulia Di Moncalieri Miér Mayo 25, 2016 9:01 pm

Creyó que no podría vivir si algo le pasaba a su pequeño tesoro. Sus mudas lagrimas recorrieron las mejillas, muriendo en la cuerva de la barbilla. Temblaba, como si de pronto se encontrara en mitad de una ventisca de nieve, ¿acaso su destino tenía que ser siempre así? Volvió a suplicar al alma de su difunto marido, para que le permitiera cuidar de su hija, eso había dicho el hombre, era una niña, pero no respiraba. Intentó incorporarse un poco en el lecho, pero no tenía muchas fuerzas, la verdad ninguna, pero si éste sería el adiós a su pequeña, deseaba abrazarla.

Con la mirada perdida en el cuerpo del cazador, que se inclinaba sobre el pequeño cuerpecito, le contempló haciendo movimientos que ella no conocía, ¿que estaría intentando hacer? su rostro estaba pálido, como lo estaba el de su hija, y cada segundo que pasaba, le parecía que se volvía un poco mas azul. Fue entonces que algo milagrosos pasó, cuando aquel gigante la contempló, sus miradas se unieron, sus labios pronunciaron un mudo, ¡por favor, sálvala!, le vio volver a intentar aquellos movimientos. Giulia logró incorporarse un poco mas, apoyándose en sus brazos, aun notoriamente angustiada, pero un nuevo rayo de esperanza surgía, había visto la decisión en los ojos de aquel hombre, de ser posible, no  abandonaría la lucha por salvar a su bebé.

un segundo después de pensar que todo podía ser en vano, la pequeñita daba su primer bocanada de aire, su pecho subía y bajaba, un débil sollozo salia de su garganta y los ojos de Giulia volvieron a nublarse, esta vez con lagrimas de alegría y agradecimiento. No dejó de contemplar maravillada, cada uno de los movimientos del diminuto cuerpecito de su niña, sonrió ante el gesto de tomar con su manita el dedo del hombre, como tampoco pasó desapercibida la risa cristalina y de genuina alegría de aquel que las había salvado.

El rostro alegre y pacifico del cazador, se volvió enojoso, y ceñudo, como en el momento en que le conociera, pero ya no le provocaba ni miedo, ni rechazo, ni enojo. Jamás podría dejar de tener una deuda infinita con ese hombre, pues le había devuelto su alma, desde ahora en más, no le alcanzaría la vida para agradecerle. Cuando se acercó a dejarle la bebé en sus brazos, ella los extendió presurosa, quería comprobar que estuviera sana, que sus labios ya no tuvieran un color morado, y que su respiración fuera normal.

Ella misma se encargó de limpiarla utilizando las capas de genero que rasgó de la ropa interior de su vestido, que le importaba quedar semi desnuda, o desnuda del todo, delante de aquel hombre, si ya había conocido, de la manera que solo una comadrona conocía otra una mujer, no era de ruborizarse tan fácilmente, y si ése hubiera sido el caso, con la perdida de tanta sangre en el parto, le quedaba poca para ruborizar mejillas. Lo único que le importaba era limpiar a su hija, con el agua tibia que le había pedido. Al terminar con la bebé, se la puso de nuevo en los brazos del hombre, casi sin pensar, demasiado distraída en arreglarse un poco, para así poderle dar el pecho. Se higienizó, y volvió a tomar a su bebé para darle por primera vez el pecho.

La unión de una madre y su hijo, hacen que todo lo demás desaparezca, y para ella, eso pasaba. La sintió succionar su pecho, mientras sus miradas se unían, y su dedo indice, era aprisionado por su regordeta manita. Sonrió, lloró, a la vez, mientras que por un momento se transportó mentalmente al cuarto que habían decorado con tanto amor, su amado esposo y ella. Se sintió rodeada de amor, del amor de aquel hombre que fuera el centro de su vida. Entre lagrimas, levantó la vista y le buscó, - mira que hermosa que es, mi vida... - sus ojos nublados por el llanto y la nostalgia, no contemplaron el cuerpo fuerte y aguerrido de Razhe, sino el esbelto y gallardo cuerpo de Vaggö, mas al pronunciar aquellas palabras, su visión se deshizo, y volvió al hogar del cazador, el hombre que la contemplaba, ya no era su amado, sino un extraño samaritano, que ya le diría cuanto le cobraría la ayuda, pero ¿importaba acaso? le sonrió, - gracias, gracias por devolverme a mi hija -.
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Mensaje por Rahzé Svarti Mar Jul 26, 2016 7:29 pm

La vida no había tratado nada bien a Rahzé. La mayoría de sus recuerdos eran terribles y estaban estrechamente ligados a emociones negativas, como el odio y la crueldad. Durante su secuestro, a la edad de ocho años, sus captores lo habían tratado peor que a un perro y, decididos a convertir su vida en una verdadera pesadilla, lo mantuvieron encerrado en jaulas, como si se tratara de una bestia, obligándolo a dormir entre las ratas. Humillado y muerto de hambre, a punta de golpes, fue forzado a realizar actos violentos y oscuros. Su alma se fracturó. La maldad le fue inculcada. Desde entonces no había vuelto a ser el mismo y nadie que conociera su historia podría atreverse a juzgarlo. Rahzé era como era, porque así lo habían hecho. Transformado en un hombre receloso, desconfiaba de la humanidad entera; pagaban justos por pecadores, cuando en realidad quienes más daño le habían hecho, era sólo un puñado de hombres.

Quizá por eso cuando Giulia tomó a la recién nacida entre sus brazos y comenzó a amamantarla, con aquellas lágrimas empapando su rostro lleno de felicidad, el inquisidor la miró un poco desconcertado. Escéptico. Sí, eso definía mejor su sentimiento ante la escena. Y es que al no haber conocido más que maldad en el mundo, le costaba creer que existiera un amor tan puro e incondicional como aquel que presenciaban sus ojos. Recordó entonces a sus padres, de quien tenía apenas vagas memorias y en quien hacía bastantes años no pensaba. Desconocía sus paraderos, ni siquiera tenía la certeza de que estuvieran vivos, pero no había duda de que eran las únicas personas que habían sido buenos con él, las únicas que se habían ganado a pulso que los recordase con cariño. Y aun así les guardaba cierto resentimiento, por no haberlo buscado lo suficiente luego de su desaparición.

Cuando se dio cuenta de que se había quedado mudo por demasiado tiempo, se apresuró a mover la cabeza para despabilarse.

Si, si… Para mí no es más que una mocosa como cualquier otra —contestó de mala gana a las palabras de la mujer, recuperando sus habituales modos.

Svarti frunció el ceño, aparentando estar irritado con la presencia de ésas dos en su casa; fingió que recogía algunas de las cosas que había utilizado en el parto pero, en cuanto pudo, discretamente estiró el cuello y volvió a mirar a la criatura. Ni él con su desagradable genio podía negar lo que Giulia aseguraba, y no precisamente porque se tratara de su madre, sino porque era demasiado obvio: era una niña preciosa. Un suave y fino cabello rubio le cubría parcialmente la cabeza y mamaba tan pacíficamente del pecho de su madre, que cualquiera de hubiera enternecido con el cuadro que protagonizaban. Rahzé sería la excepción. Como buen felino era necio, tan arisco y huidizo en el trato, que difícilmente admitiría que empezaba a sentir empatía por ellas.

Te dije que no quería que la tuvieras aquí. Te lo advertí, pero no pudiste aguantarte, ¿verdad? —mirándola con cara de pocos amigos, le recriminó, fingiendo estar molesto, aunque siendo menos duro que antes. Sus ojos recorrieron el lugar y se detuvieron en el viejo catre—. Mira lo que le hiciste a mi cama —gruñó, como si aquel sucio y maloliente mueble fuera la gran cosa—. Más vale que te recuperes pronto. Tú y la mocosa se irán en cuando puedas andar —mas nunca especificó si su idea de pedir rescate por ellas persistía, o si sencillamente las echaría a la calle sin el menor remordimiento.


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Mensaje por Giulia Di Moncalieri Dom Sep 11, 2016 7:27 pm

Aquella madre se encontraba tan feliz, plena con su niña en brazos, que no prestó atención a la forma en  que  aquel cazador le hablaba. Por el contrario, aunque le gritara, ella no se enojaría, ¿Cómo podría hacerlo? Desde ese día en adelante, mientras viviera, tendría una deuda imposible de saldar. Jamás podría dejar de agradecer aquel milagro que él había logrado, devolviendo a su bebé de las garras de la muerte.  – Si, la trajo de las puertas de la muerte, mi pequeña ya no  respiraba, hasta que él le insufló un poco de su alma – caviló, mientras enarcaba una ceja, - ¿acaso eso fue lo que ha pasado? – pensó, sin poder salir de su perplejidad -  ¿Será que en verdad el cazador es un brujo? – se preguntó, mientras acariciaba con sus dedos la mejilla sonrosada de la pequeña.  Su mirada dejó de contemplar, por un momento, la adorada cabecita de su niña, para observar  meticulosamente aquel lugar,  intentando encontrar aquellos detalles que le confirmaran sus dudas,  lo hizo con el asombro de quien descubre que luego de tantas horas, es la  primera vez que prestaba atención a todo lo que le rodeaba.

Aquella construcción, se podría denominar  cabaña, por  contar con un techo a dos aguas, y el material predominante ser la madera, en  techos, paredes, puerta, ventana, piso. Todo a excepción de la estufa a leña, parecía estar confeccionado con tozos de árboles,  algo totalmente lógico cuando se encontraba en un lugar rodeado de vegetación y en un claro del bosque.  Si hasta los objetos más comunes de un hogar, por llamarlo de alguna manera, se confeccionaban a mano y con el mismo material, mesa camastro, asientos, repisas, cajas, cajas y más cajas en donde seguramente guardaría las pieles de sus presas, algunos elementos básicos para sobrevivir y sus provisiones. No, no era un hombre común, más bien un ermitaño, al que le habían venido a romper la paciencia, una mujer y una recién nacida.  Y a pesar de todo ello, había sido amable en el momento que debía serlo, aunque ahora se volvía a encerrar dentro de esa coraza de malos modos y poca educación. Pero a Giulia, ya no le molestaba, su agradecimiento al cazador era sincero.

En su mente solo pensó en cómo podría devolverle un poco de tanto que había hecho por ellas, tal vez si le acomodaba aquel desastre que tenía por refugio, alguna comida más sustanciosa y suculenta que carnes de animales diversos y tubérculos de dudosa procedencia.  Asintió en silencio, con un suave movimiento de cabeza, se sentía extenuada, no era sola la pequeña quien se había relajado, y ya dormía plácidamente. Sonrió al cazador con sus ojos entrecerrados por el cansancio que la vencía aunque no quisiera. Debía dormir, aunque sea una hora, cuando despertara, se prometía comenzar a mejorar el aspecto de aquel lugar, solo esperaba que con la luz del día, él tuviera cosas que hacer y le permitiera trabajar sola y sin gruñidos. Le sonrió dulcemente, - sí, lo que quiera, pero… ¿no le parece que debería decirme como se llama? Creo que hemos pasado por un momento que marcará nuestras vidas, y ya no podemos ser simples extraños – dijo, casi en un susurro, a punto de dormirse, con su hija en brazos.
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Mensaje por Rahzé Svarti Lun Mar 06, 2017 9:57 pm

Aunque las palabras del inquisidor resultaban ofensivas, Giulia supo demostrar que la serenidad la conformaba. Nada parecía afectarle. Y no solo la insultaba a ella, también a su pequeña, una pobre e inocente criatura que no tenía la culpa de haber nacido en ese horrible lugar, socorrida por un hombre hosco, sucio y de tan pocos modales. ¿Cómo era que ella lograba mantenerse apacible, tan libre de brusquedad y violencia? Razhé se lo preguntó. Quizá se debiera a lo que había hecho por ella, especialmente por la niña. Después de todo, les había salvado la vida, a las dos. Tal acción conllevaba una gran deuda. Darse cuenta de ello, lo obligó a torcer el gesto. Svarti odiaba que la gente creyera que le debían algo, porque eso significaba que difícilmente se desharía de ellos y de su indeseada presencia.

Siempre seremos extraños —con el mismo tono desagradable, contradijo. Lo hizo motivado por la creencia de que debía dejarle claras las cosas desde ese instante, antes de que fuera tarde y ya no pudiera librarse de ella y de su criatura—. ¿O acaso crees que por haber salvado a esa niña algo cambiará entre nosotros y seremos amigos? —Se rió, burlándose de semejante tontería—. Amigos. ¡Qué tontería! —resopló con fuerza.

En ese instante, Rahzé se giró y le dio la espalda, manifestando rechazo. Fue hasta donde guardaba algunas mantas y pieles, y se entretuvo revolviendo aquí y allá, restándole importancia a su indeseada conversación.

Para que lo sepas, yo no tengo amigos. Nunca los tuve. Jamás los necesité. No me hacen falta —se jactó con desdén—. Además, que no se te olvide que estás de paso por aquí. Quiero que te vayas, cuanto antes, mejor. Comienza a resultarme irritante escuchar todo el tiempo tu voz. Y esa niña. Si empieza a llorar de nuevo, juro que enloqueceré. Eso si no me estalla antes la cabeza.

Se hizo un largo silencio.

Rahzé Svarti —se oyó decir de mala gana. ¿Para qué dar tantas malditas vueltas al asunto, si iba a decírselo de todos modos? No obstante, si ella había logrado escucharlo, era un misterio.

A Rahzé le llamó la atención no escuchar ninguna réplica de su parte, y cuando se giró para averiguar el motivo de tan inesperado hecho, descubrió que se había quedado dormida. Debía agradecer que hubiera sido así, al fin se vería libre de sus cuestionamientos. Pero lo cierto es que en el fondo, lo lamentaba. Contrario a lo que había dicho hacía apenas unos minutos, comenzaba a agradarle su voz. Su presencia no le molestaba tanto como aseguraba.

La cabaña era húmeda y fría. Se sentó en un rincón, en un banco de madera, luchando contra el inesperado impulso de acercarse para cubrirlas con una manta, reprendiéndose para sus adentros por permitirse preocuparse por quienes debían ser para él sólo dos extrañas.


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Mensaje por Giulia Di Moncalieri Sáb Abr 01, 2017 5:12 pm

Que cansada que se sentía, sus parpados pesaban, como si fuesen de plomo. El calor de la única manta que la cubría, unido al que le entregaba la pequeña niña, le provocaban una sensación de confort que en otro momento hubieran sido imposible de experimentar, en mitad de una cabaña y  en un otoño que pronto se convertiría en invierno, lo que haría casi imposible poder permanecer en aquel lugar. Pero en ese instante y bajo las condiciones en que se encontraba, - extenuada por el parto y los nervios de pensar que su hija moría -, Giulia, fue cayendo en un sopor que la fue adormeciendo, y aunque podía escuchar lo que aquel hombre decía, no poseía las fuerzas para lograr debatir sus comentarios. Solo podía escucharlos e intentar encontrar una respuesta a la cual aferrarse, en el instante en que, ya repuesta, pudiera contestar a esas palabras amargas.

Claro que se daba cuenta que para un hombre, acostumbrado a vivir solo, debía de ser en extremo molesto que una mujer irrumpiera en su vida, y que no siendo suficiente éste hecho, ella terminara pariendo en su lecho, siendo ya, no solo una persona mas, sino, una bebé, la cual pondría su vida de cabeza. Ante esa verdad rotunda, Giulia no pudo mas que sonreír, mientras el sueño se apoderaba de ella, - lo lamento querido desconocido, pero a la vez, doy gracias a Dios, por ponerte en nuestro camino - pensó, ya casi en el umbral del mundo onírico.

Entre sus sueños, la voz grave, con un tinte de reproche, dijo un nombre, Razhe, mas Giulia ya se encontraba en ese mundo mezcla de realidad, de muerte, vida e ilusiones. Ese lugar en donde lo vivido, se une a lo que jamás fue, siendo a la vez, el portal entre el mas allá y los que aún están vivos. La italiana se encontró en mitad de unas campiñas, las que le parecieron conocidas, - si, ésto es Arezzo - pensó, mientras cabalgaba intentando encontrar a su hermano Girolamo. Mas al llegar a la que otrora fuera su hogar, se topó con el líder de la Resistencia Sobrenatural, aquel lobo escoses que unió a muchos sobrenaturales y humanos, para ir en contra de la iglesia, con el fin de crear un mundo en el que las diferentes razas pudieran vivir en paz. El sobrenatural habló, - debemos lograr sacar a los inquisidores de la madriguera, tomar la información que podamos, es menester asestarles un buen golpe en el nido de su institución -.  

Cuando estaba preguntándose porqué ese hombre se encontraba allí, todo cambió nuevamente, ésta vez, se encontraba en París, exactamente en la plaza frente a la sede inquisitorial, apenas amanecía y Giulia corría desesperada,mientras gritaba intentando que algún inquisidor, la salvase de una cambiante que la perseguía. Las tornas del sueño volvieron a girar y se encontró  frente a un espectro una silueta negra que poco a poco fue tomando cuerpo y mostrándose en luces y sombras, hasta que descubrió el amado rostro de su difunto marido, que le observaba con tristeza, - ¿porque?- le reprochó observándola fijamente al rostro.  Giulia no se sorprendió, por el contrario, aquello fue como haber podido, por fin, dejar caer un gran peso de sus hombros. Él esperaba una respuesta a ese secreto que jamás le había revelado, pero que ya conocía.

Antes de conocer al que sería su marido, Giulia, había sido parte de los enemigos de la inquisición. El amor, y comprender que al final, aquella utopía, solo podía acarrear, penas y desgracias para los dos bandos, abandonó todo aquello. Aquella mirada de dolor, en los orbes que tanto había amado, la hicieron bajar la mirada, - no supe como decírtelo, cuando, estaba por hacerlo, partiste a París, por una redada, y jamás volviste -  se escuchó decir. El espectro, le reprochó su silencio, diciendo que si había perecido era solo por su cobardía, que sus manos estaban manchadas de la sangre de inquisidores, pero que ellos le vengarían. Entonces, se dio cuenta que su esposo no estaba solo, un numero de hombres vestidos iguales, la miraban con odio y resentimiento. Entre esos rostros, el de aquel extraño que la cobijaba en la cabaña, l contemplaba con desprecio y sed de sangre. La voz de su esposo sonó perentoria, como la de un juez al dar su condena, - Razhe, te hará pagar tu maldad, morirás en sus manos traidora - le gritó, mientras todos los inquisidores echaban a correr tras ella, como los sabuesos tras la zorra, en un día de caza.

Giulia, despertó sobresaltada, sudando frío, angustiada por el sueño que había tenido, - ¿acaso ese hombre, Razhe, es un inquisidor? - tragó saliva, giró su rostro para contemplar el semblante sereno y despreocupado de su pequeña, para luego, buscar con cautela al hombre que llevaba por nombre Razhe, si el sueño era una premonición, debería tener mucho cuidado con él.
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