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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Klaus McQuoid Sáb Ago 09, 2014 3:53 am

"¿Cómo es que de la belleza he derivado un tipo de fealdad; de la alianza y la paz, un símil del dolor? Pero así como en la ética el mal es una consecuencia del bien, así, en realidad, de la alegría nace la pena. O la memoria de la pasada beatitud es la angustia de hoy, o las agonías que son se originan en los éxtasis que pudieron haber sido."
– Berenice. Edgar Allan Poe.


Había sucumbido ante el capricho mortal de la sed. Aquella adicción de la sangre que le era tan necesaria para sobrevivir durante la eternidad. Porque para ella no había una partida al mundo de los muertos, no vería el rostro de Anubis jamás, y soñar con encontrarse al mismísimo Osiris era una simple ilusión creada por sus miedos infantiles. Estaba atada al mundo físico  para siempre. Era una maldición que llevaba consigo unos doscientos años, nunca la pidió. Fue producto del desespero de alguien más. Sin embargo, no le guardaba rencor a aquel ser vestido de noche que le otorgó la inmortalidad en un intento de salvarla de los brazos de la muerte. Pero no toleraba que su vida se hubiera venido abajo de un momento a otro, sólo quedaban ruinas de su pasado y no lograba huir de él. Algunas veces le atormentaba demasiado, sólo pensaba en dejarse convertir en cenizas ante el severo castigo de Ra pero algo la detenía, o más bien, alguien. Su único apoyo: Su tío. Otro vampiro como ella, quien había aceptado firmemente su condición y ahora cuidaba de su sobrina para guiarla fuera del tormento que le consumía cada pensamiento.

En dos siglos habían mejorado muchas cosas pero otras simplemente no se superaban. Los temores le acechaban como bestias durante el despertar de esas noches en donde la sed quemaba sus entrañas y le llenaba de culpa. Perdía el control de su mente y la telepatía le causaba malestares horribles, ver en el espejo a ese monstruo en el que se había convertido le borraba la sonrisa. Esa noche de primavera era una de esas en la que debía alimentarse de la sangre que le ofrecía París, llevaba casi tres días sin beber nada y estando sola se aferraba a su estado de negación. Aquello era insoportable, perdería la cordura de un momento a otro, debía volver a probar de ese líquido carmesí. Ya no existían disputas en su mente sino un fuerte deseo de alimentarse y volver a sentir que poseía alma. Sólo una vez más. Ahora era una bestia en busca de una presa, un depredador que acechaba en las sombras en donde las luces de los faroles no lograban llegar.

“Es la ley de la naturaleza, debes matar para sobrevivir ante otros… Nosotros no somos muy distintos a las fieras de los bosques. Tampoco dejamos de ser mortales porque el hombre nació siendo un asesino y juzgar a otros por la lucha de su supervivencia es mera hipocresía…”

Las palabras de su tío George retumbaron en su cabeza una y otra vez. Logró relajarse, no era la primera vez que entraba en desesperación por verse obligada a beber sangre. A veces temía, temía demasiado, ¿Estaba bien pensar que sólo lo hacía por necesidad? No lo sabía. No pensó en ello hasta que aquel elixir rojo recorrió su garganta, llenando cada parte de su ser de poderosas sensaciones. Se aferró a su presa hasta dejarla inerte en el suelo. No pensó en nada más, se había saciado lo suficiente y sólo eso importaba. Sólo tuvo paz y quietud hasta darse cuenta de sus actos, justo en el momento en que el bienestar había pasado. Huyó como una cobarde, huyó sin rumbo fijo. No había luna que la guiara y las estrellas no brillaban como otras veces. El cielo nocturno era una mancha negra carente de vida y esplendor.

El ruido parisino perturbaba sus oídos, y éste fue disminuyendo a medida que se alejaba más de aquel letal suburbio. Beltaine estaba intranquila, perturbada y estaba llena de culpa una vez más. Sólo quería estar en paz consigo misma, volver a platicar con la soledad y regocijarse en las ausencias de los recuerdos del ayer. El olor a hojas muertas y a madera llegaba a su olfato. La quietud del bosque era perfecta, no había alborotos ni perturbaciones, salvo la orquesta de diminutos insectos que se ocultaban en los troncos de los árboles, en la hojarasca y en cada rincón de la espesa arboleda. Dejó caer su cuerpo sobre las amplias ramas de un enorme árbol, aún sentía que la sangre de aquel desgraciado corría por sus venas. No había nada en ella, sólo oscuridad. Un inmenso vacío que empezaba a consumirla de nuevo, ¿Debía permitir que todo acabara de esa manera? El universo sería quién decidiría una vez más su destino. Aceptaría con resignación su decisión y se dejaría abrazar por el sosiego que le brindaba la gran Gaia en esos momentos.


Última edición por Beltaine McAdden el Mar Ago 26, 2014 4:33 am, editado 1 vez
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Mensaje por Mihăiță Dom Ago 17, 2014 2:55 pm

Mis garras cortan como el gélido acero
Mi olfato capta fantasmas y espectros
Mi pelaje se funde con el cielo tenebroso
Mis ojos son pozos hacia el mismo infierno
Linfa esparcida, manantial de asesinato; alguien está violando la carne humana, alguien disfruta de las sobras de la miseria humana bajo esta muriente luna, se desvanece el ritual de tal maldición, ¡El lobo no sabe lo que hizo, esta desorientado por la ofuscación! Yaciendo sobre la tierra húmeda del bosque, desnudo, sin conciencia alguna del ayer, sin saber los sucesos cometidos, sin llevar consigo mismo el sentido común, no podía esconderse de la oscuridad pero su desnudez quería ser cubierta, en cuanto la metamorfosis se iba consumando, el pelaje como una ilusión se fue desvaneciendo, yendo en poco en poco la notoria carnosidad que ese templo ejercía, pelo tras pelo que se ocultaba en las entrañas, detonando sus segmentos como el hombre que fue creado por tal dote siniestro, su barba como los bellos en su pelvis y esas axilas permanecieron, un bello oscuro pero sensual a su finura, era la creación jodidamente deseosa, y sus cabellos que celosos se agitan con el viento, despertándolo de ese pequeño trance olvidado, suplantando las patas de la bestia por la peor escoria andante, un colosal recostado en medio del bosque oscuro, sonando los búhos, los temblores de los animalillos por el clima tormentoso que no les dejaba dormir en esta sosegada aura.

Removiéndose en el escaso pasto, liberando la verdad cuando su hocico sangriento se encontraba pues de algo estaba seguro que había obtenido una gota más de venganza con la inmunda vida, teniendo los pensamientos más abominables de olfatear la naturaleza y esparcir esa furia por el dolor que le causaba, aunque no lo demostrase de tal manera solo él lo sabía y se enaltecía con ello para hacerse más fuerte, voraz y terminar con todo, entregándose más a la maldad contra la que de predicaba.

Condenando todo su entorno, pues el silencio eterno pedía la justicia a gritos, sus gruñidos anuncian que no habría perdón alguno, hundiendo los pies sobre la tierra, desprendiendo los pasos con lentitud, nombrando el mandato mismo con los puños presionados, queriendo dar un golpe y que desfalleciera la pestilencia por completo.


«• Vela solo por tus intereses
• No honres a nadie
• Haz el mal, pero finge hacer el bien por conveniencia
• Codicia y procura obtener todo lo que puedas
• Se el mejor vengador, un asesino temible
• Se brutal
• Mata por todo y sacia tu hambre
• Goza de la matanza, goza de la ira
• Mata a tus enemigos y si fuera necesario a tus amigos si es que llegase a tener
• Usa la fuerza, el coraje y el odio contra el prójimo
• Piensa exclusivamente en guerra, en muerte, en venganza
• Ódiate a ti mismo para odiar toda humanidad
• Recuerda quien fuiste y para que aúllas con estruendo.»

Nombrando cada uno en el pensamiento, como si esparciera el rencor mientras camina, golpeando su pecho con los latidos de su corazón que se está pudriendo por tanta evocación maligna, hundidas esas pupilas oscuras en un abismo inalcanzable, sin ser tocado por algo o por alguien, sintiendo solo la frialdad del aire rozar en la piel y una asquerosidad más le ocasionó un gruido, una calaca en su camino, la mierda de una momia estaba olfateando a lo cerca, ¡Una más, porquería de muerte, no hay inmortal alguno, solo está la mierda que nunca dejara de ser!

—¡Levántate escoria! —Con la voz gruesa, obligándose a respirar esa pestilencia, observaba el paraje y entre los arboles se posaba como un insecto disecado, acercándose un así más puesto que el andar era el mismo, esperando que la calaca danzara y dejara que este hombre jugara con sus huesos para dárselos a los perros más hambrientos, esos que se conformaban con la excreción de los humanos y esta era igual que ello y peor…
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Mensaje por Klaus McQuoid Mar Ago 26, 2014 4:32 am

“En efecto, Manrique amaba la soledad, y la amaba de tal modo, que algunas veces hubiera deseado no tener sombra, porque su sombra no le siguiese a todas partes. Amaba la soledad, porque en su seno, dando rienda suelta a la imaginación, forjaba un mundo fantástico, habitado por extrañas creaciones, hijas de sus delirios y sus ensueños de poeta.”
—El rayo de luna. Gustavo Adolfo Becquer.


Sólo una mano sobre su pecho bastó para confirmar lo que temía en cada pensamiento, estaba muerta. Sí, muerta en vida. Sus ojos se cerraron y sólo le acompañó los murmullos del silencio del que sólo era intérprete la naturaleza, aquella que reinaba con majestuosidad sobre el espeso lecho de un bosque que estaba más vivo que Beltaine. Era un ser vacío, incompleto al que se le había condenado con las cadenas de la eternidad, aún se preguntaba cómo habían otros inmortales capaces de soportar tanto. Aquellos que aunque siendo perseguidos por la sed de la sangre mortal, deambulaban por los rincones de la tierra sin sentirse desdichados. Su tío era un fiel ejemplo de esos que no repudiaban lo que eran, ¿Por qué ella no podía sentirse de igual manera? No entendía. Jamás pidió ser presa de la sangre, hubiera preferido que la muerte la abrazara con sus enormes y oscuras alas. Si había un más allá, quizás estaría mejor en ese desconocido lugar al que sólo se les permitía el paso a los iracundos espectros. No existía lógica alguna en su mente, pues estaba atrapada por una extraña sensación de aborrecimiento que se apoderaba de sus pensamientos cada vez que la soledad, a la que tanto amaba, le hacía bromas pesadas cuando se reflejaba en los más finos espejos. Los espejos que sólo mostraban muerte. Exhaló sin ser el aire necesario en ese momento, pues nunca lo fue. El cielo era oscuro, tan oscuro como su interior, las estrellas no deseaban brillar y se ocultaban en ese fosco manto que parecía consumir todo a su alrededor.

Estuvo en el mismo lugar demasiado tiempo, tiempo que para ella se había congelado hace mucho. Pensar en tiempo le causó cierta gracia, ella estaba atrapada en una dimensión en donde Cronos no era capaz de mover las manecillas del reloj. Todo cambiaba, menos Beltaine. Se quejó de mala gana, en doscientos años había lidiado con situaciones peores que esa. La primera vez que tuvo que buscar alimento si fue un verdadero martirio, era novata y poco experimentada, ya debía dejar al lado esos temores infantiles que sólo la dejaban expuesta a los enemigos invisibles. ¡Basta! exclamó su conciencia, agotada de tanta pesadumbre. Es hora de avanzar y dejar, como de costumbre, el pasado atrás. Pero algo en ella no la quería liberar, era una lucha entre fuerzas invisibles que regían en cada ser de esta inmensa galaxia. Cierta vez había oído a algún erudito hacer referencia a aquello, recordaba esas palabras de ese maestro, un sabio que se iba consumiendo en conocimiento y que en cada vocablo expresaba lo mucho que sabía. No se hacía ínfulas con el aprendizaje, al contrario, lo compartía con todo aquel que estaba deseoso de unirse al “saber ser”. Esas anécdotas arrebataron una suave sonrisa de sus labios, se dio cuenta de que no todo era tan malo en su infinita y condenada vida.

La paz volvía a Beltaine una vez más, una paz que se vio interrumpida por pesados murmullos. No era el bosque, era algo más. Cerró sus ojos y supo que un Mago del Siam se acercaba o mejor dicho, ya estaba demasiado cerca. Era una presencia que volvía tan pesado el lugar que sólo deseó irse de ahí. Ya había suficiente de sus debates mentales y ahora que empezaba a recobrar fuerzas para continuar adelante, nadie se la arrebataría. Bien sabía que los hijos de la noble Gaia no eran nada amistosos con aquellos que vivían bajo el amparo de la voluble Nyx. En sus cortos siglos había conocido a algunos cuantos lobizones pero los evitaba por razones obvias, más no les tenía recelo. Sólo quería evitar ese genio que a muchos gobernaba pero éste en especial se llevaba el primer lugar. La amargura en aquella voz hizo que Beltaine largara un innecesario suspiro, no era mujer de caer en provocaciones pero su oído rechazaba aquellos tintes sombríos de voz y su olfato se quejaba ante un desagradable olor. Ese ser exclamó una orden que fue rechazada de inmediato. Echó su cabeza hacia atrás, ella no quería entrar en discusiones que no llevaran a ningún lado, sólo buscaba paz. No se molestó en buscar con la mirada a la bestia, pues no deseaba verla y quería pensar que sólo era un espejismo de esos que suele crear la naturaleza nocturna de los bosques. Pero no, él seguía ahí.

“Existen los lobos y existen los hombres, y la leyenda sólo adquiere relevancia sustancia durante ese fugaz instante de la metamorfosis, en esos escasos segundos en los que se confunden dos naturalezas, donde dos esencias se balancean sin imponerse una a la otra. Sólo en esos efímeros momentos podemos hablar de un ser que es parte hombre y parte lobo.” —Aelfwine Bregalad.

— ¿Escoria?  Sí, quizás lo sea. A fin y al cabo yo no pedí serlo, al igual que usted… Somos tan diferentes y a la vez tan iguales. Pero hay más diferencias que similitudes, los propósitos siempre serán distintos. Cada criatura es diferente en su especie —murmuró Beltaine casi en un susurro, nunca miró al hombre. Se había ensimismado en sus pensamientos una vez más—. Unos huyen de la luna pero ésta termina alcanzándolos porque su efecto es tan fatal como cuando observa atenta a los mares. Yo huyo de la sangre a la que fue condenado el hijo de un rey y luego de él cayeron muchos más ante la fatalidad. Otros se sienten orgullosos de lo que son, pero algunos sólo son desdichados por haber estado en el lugar equivocado con la persona equivocada. ¿Y usted? ¿Acaso se siente en aires de grandeza por lo que es o simplemente oculta su desdicha ante ese rostro esculpido en odio?

La claridad de sus orbes se clavó en el sombrío suelo, la hojarasca carecía de color tanto como el suelo. No mostraba los mismos matices durante el día. Hacía tanto tiempo que no contemplaba esos preciosos contrastes y no los volvería a ver nunca más, ahora sólo se quedaban en los recovecos de su mente. No quiso agregar más palabras, éstas no querían seguir interrumpiendo la extraña melodía que empezaba a crear el viento cuando se colaba entre las hojas vivas de las cimas de los imperantes arboles. Ya no más… Repetía su conciencia una y otra vez. Se dejó caer nuevamente en un abismo lleno de una extraña paz. La presencia de la bestia desapareció para Beltaine, como si careciera de importancia. Sabía que estaba ahí cerca pero a la vez tan distante, y sí, distante tenía que estar.
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Mensaje por Mihăiță Dom Ago 31, 2014 10:33 am

Cuando se hace daño a otro es menester hacérselo de tal manera que le sea imposible vengarse.

Matar a todo aquello inmortal, deshacerse de la estúpida basura que engendraba París, acabar con los trozos de mierda que se yacían en siembra tras siembra. ¡Basta! Deseaba masacrar el lugar, menospreciando la insulteria de vida que se llevaba a cabo, el engaño que la noche cobija para sus travesías, absurdo lo era todo; Como las hojas húmedas que sus pies asesina, pasando con el anhelo de no capturar el aire, tapar los pulmones y desfallecer, pudrirse como una bestia nueva, ser la peste que arrase por todo el mundo y acabar con ello.

]Entre los árboles que de sus hojas se agitan hipócritamente, sonidos producidos como un espejismo repleto de llagas, destellos de un filo mortecino para que el lobo pudiera de esa manera alabarlo pero ni así, aunque se disfrazara de heces no dejaría de ser lo que es.¡Todo, exclusivamente todo es una porquería!

Como a esa escoria, maldita hipócrita, estúpida calavera posando como un pájaro, vil ramera que se enreda en las ramas, su perfume, pestilencia maligna, de pétalos de rosas rojas captaba su fragancia.«Prefiero el perfume de mi propia mierda a el de los pétalos de una rosa que engaña con su maldito filo de humanidad…»Su pensamiento desgarrador, amputando toda humanidad que pudiese observar, menospreciando el frío que le hace percibir la presencia de momias movibles, payasos que flotan con descares.

« ¡Te maldigo a ti, luna maldita! Ahora es que deberías descender, convertirte en la viuda negra y bañarme más del odio, quiero desmembrarla, desfigurarla para los cuervos! » Tan solo con seguir viéndola, esos ojos negros, radiando el odio engendrado, un asesino temible para quien sabe desnudar los vacíos. Entre unos cuantos pasos más y se hallaba cerca, soportando la mezcla de olores.
—Dije que, ¡TE LEVANTARAS! —Molesto e indignado gruñe, hace notar sus colmillos con las garras alistadas para atacar…

—¡Cállate! No pedí que hablaras, mantén tu boca cerrada hasta que te demande hablar— No le interesaba sus palabras.—No hables de mí, abominable perra, lo único que pedí es el masacre.—Bramando se echa al tronco y como el lobo que había sido trepo hasta ella y al estar al frente le obligo a que le mirase y desprendió una bofetada, puñetazo por tal ofensa. — Jamás seremos iguales, tu mamas mientras yo muerdo, te revuelcas como a una ramera por el placer mientras yo aulló por el goce de matar…

Ahuyentando el jodido silencio, amenazando la tranquilidad con que la calaca permanecía, la metamorfosis había sido un poder extenso que aun su templo pedía desgarrar, pero el peso no soporto la rama y cayeron de ella, el lobo con un ágil giro salto hacia un extremo y clavo las patas en el suelo, cual perro en cuatro patas, con piel desnuda y la cabeza ladeada, marcando el semblante detestable a la contra parte— Aquí estoy, excitándome del odio, de tener otra presa en esta estúpida noche callada, haré que cierres tu puto tragadero.—Y así avanzo hacia ella, imitando estar en su forma lobuna, yendo a retar a la muerte, alzándose para una vez derrotar ese imperio esculpido por engaños porque la fiera esta molesta y la larva le ha tocado probar, mas es intenso el odio producido por la transformación, que verse humanamente le hace ser un fobia para el lugar.
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Mensaje por Klaus McQuoid Dom Sep 28, 2014 2:02 pm

"Me parecía oír estas palabras con un ritmo y una dulzura infinita, su mirada tenía música, y las frases que me enviaban sus ojos resonaban en el fondo de mi corazón como si una boca invisible
las hubiera susurrado en mi alma."

–Morte Amoureuse, Théophile Gautier.



Quizás podía sentirse finalmente tranquila, quizás la naturaleza le devolvería la paz que la turbulenta ciudad se arrebataba cada noche. No estaba feliz con su condición y cada segundo de su existencia maldecía a aquel que le había arrastrado a ese laberinto sin salida, quitándole su humanidad en un terrible delirio. El bosque inmortal podría ser un perfecto refugio, por esa noche y otras más. El abrazo oscuro y silencioso del paraje tomaba la perfección de la que sólo Gaia era ama y señora. Después de tanto recobraba la poca humanidad que aún existía en ella y se sentía bien, pero la desgracia siempre acecha con cautela oscureciendo el horizonte con poderosas nubes de tormenta, ¿Qué acaso costaba tanto respetar la paz de otros? Aquel letargo que la libraba de las cadenas de la inmortalidad se vería quebrado de un momento a otro.

Beltaine carecía de bondad, o al menos eso creía, sólo buscaba hundirse en su propio egoísmo y en su tragedia personal. La miseria de su propia alma la abordaba como un depredador nocturno, el en el que ella misma se había convertido. El licor carmesí aún recorría sus entrañas y aunque la sensación resultaba agradable, el caos en su mente la señalaba constantemente como si fuera la peor de las alimañas. Todo se volvía en contra de ella y las ganas de huir derruían lentamente a su persona.

Pudo haber desistido de aquellas ideas malditas que demasiado la habían torturado, sólo si algo la hacía perder los estribos y justo pasó lo inevitable. Aquella bestia cegada por el más inclemente odio, irrumpió con fuerte figura quebrando ese instante de sosiego que rodeaba a Beltaine. La vampiresa hizo un esfuerzo mayor para ignorar su presencia y esos dichos contaminados de puro rencor. No le guardaba rencor alguno a los lobizones, le daba completamente igual la presencia de estos sobre la tierra, ella no tenía motivos para sentir semejante repulsión hacia ellos u otras criaturas. A veces creía que no encajaba con absolutamente nadie en este mundo, ni siquiera con su tío, que tan paciente había sido con ella durante los últimos años en los que ambos convivían. ¿Qué demonios tendría aquel animal en la cabeza? ¡Estaba demente! Incluso, más que ella. Y sí no era demencia, pues tuvo que haberla pasado bastante mal para tomar semejante actitud. La odiosa insistencia del sujeto hizo que Beltaine se saliera un poco de sus estribos. La serenidad que la rodeaba terminó desvaneciéndose al sentirse tan cerca de aquel. Sus palabras la hicieron sonreír internamente, ¿Acaso esas palabras buscaban dañarla? Ya bastante había tenido que soportar con su propia existencia como para echarse a llorar por las groserías de un licántropo que había perdido la cabeza.

La insoportable bestia se atrevió a tocarla o al menos eso intentó, Beltaine logró con especial agilidad, apartar el rostro antes de que el animal descargara una bofetada en ella. Apenas la rozó. Sin duda, aquella acción fue la gota que derramó el vaso, una sonrisa irónica de dibujó en los labios de la vampiresa. Si ella era una escoria, ese sujeto era algo peor que eso. El odio que profesaba el hombre lobo no le afectaba en lo más mínimo y menos caería en sus provocaciones sin sentido alguno. Hasta se permitió sentir lástima por el pobre infeliz, escudriñó su mente como si fuera un libro abierto. Afirmó su mirada en la del lobo mientras éste se acercaba tal cual animal salvaje. La dama recargó la espalda en el tronco del enorme árbol que al igual que otros, ocultaba el cielo estrellado entre un pesado manto de hojas verdes, se cruzó de brazos esperando pacientemente al que se consideraba a sí mismo su enemigo. Vaya tontería. De un momento a otro, la situación se tornó algo divertida para Beltaine y quizás con un poco de suerte, podría apaciguar el mal genio de su contraparte, de pronto le invadió la curiosidad por aquella existencia vacía, que a diferencia de la suya estaba plagada de odio.

—Ha de ser muy bueno eso de odiarse a sí mismo, digo, como para recalcar con aparente orgullo que te excitas. La única presa de tu propio rencor eres tú. Puedes apestar, pero tu existencia me da completamente igual, ¿Por qué habría de perder mis valiosas emociones en un animal como tú? Ya otro se ganó ese lugar hace mucho —replicó Beltaine de manera odiosa pero con una serenidad que ni ella misma se lo creía—.Ah no, creo que cometí el fallo de perder algo en ti. Sí, por ejemplo, mis palabras. Aunque dudo que comprendas, la ignorancia y tu famoso odio te pone paranoico, ¿Por qué no te tomas las cosas con más tranquilidad? Vas a terminar tieso como estatua con tanta frustración que cargas encima.

Continuó con su posición mostrando abiertamente una incomprensible sonrisa, ocultaba muy bien sus intenciones. Quizás jugaba o tal vez iba en serio. Parecía divertirse con lo todo aquel meollo, pero la verdad estaba cansada y sólo deseaba estar sola. Las memorias del hombre no la reconfortaron en lo absoluto, la venda que cubría esos ojos no lo dejarían ver más allá de su propio rencor y eso no era tan bueno si se deseaba llegar a un acuerdo amistoso. A Beltaine le tocaría persuadirlo de algún modo, era una de las posibles opciones que le venían a la mente. Se incorporó nuevamente encarando al licántropo con una expresión de pura diversión.

— ¿Por qué no jugamos un poco? Quizás se te pase la rabieta ¿O prefieres que te rasque detrás de la orejas? Ah sí, y eso sin contar que necesitas un relajante baño. Te doy muy buenas opciones, deberías considerarlas bien, ¿No crees? —La voz de la vampiresa había cambiado notablemente, volviéndose más musical y suave, como la voz de un ángel. Se valdría de aquella habilidad para persuadir al vampiro, como hacían los músicos con las bestias más antiguas. El dulzor de sus palabras tan irónicas podía sentirse poderosamente como un canto que sólo buscaba calmar toda la ira que desbordaba el hombre lobo.
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Mensaje por Mihăiță Miér Oct 22, 2014 6:21 pm

Juego asesino de un lobo déspota.

Cara de un mismo frenesí por la aberración presentada, gruñendo, alterándose por la fuerza inmensa que le recorría el interior, su templo vociferaba desesperadamente por derramar sangre, estrangular con las propias manos y comer de ese hocico para calmar la sed, probar de la venganza y ejercer el alimento de esa noche o no terminaría su muerta metamorfosis. ¡Necesita liberar el desperdicio del sentir que lo está enloqueciendo!

Íntimamente el objeto anhelaba destruir, hay suficiente traición corrompida, el odio desprendido entre las palabrerías y bramidos, la violencia sujetada de la necedad de asesinar, ir a la contra con esa calaca movible, causar una riña, acabar con todo en el arte de la guerra. Y desechar sus entrañas, calmar al monstruo con un poco de demencia dolorosa para el enemigo, torturarla con las garras y tras la bofetada que le molesto al no causar la deformidad en esa puta piel que retoña con humillación de una dureza, mostrándose altiva, resaltando a las pupilas su maldita burla que aquello le aumentaba el enfado.

Porque hay algo dentro de él que intenta salir a toda costa, su más grande demonio asesino, lucha por escapar, por destrozar en mundo exterior, por terminar con esa noche y seguir con la mafia del plan. Engañándose, haciendo que se odie a sí mismo, para traspasar las puertas del rencor, que exploten las intensas evocaciones del mal para causar la estirpe de la escaramuza, consiguiendo saborear la ira, detestando más a los colmillos esqueléticos.

¡Grrrr! Y ataca, no espera que ese timbre de voz le llegue la vibración, era y sigue siendo una jodida bestia que aterra con sus aullidos y tras el salto hacia ella, en esas cuatro patas (aun en su forma humana, actuando como si su forma lobuna resaltara a la vista) dejo que sus patas delanteras (sus manos) empujaran su pecho, incrustando las garras en ella y las traseras (pies) golpearon su abdomen, logrando que el impulso y la fuerza le hicieran caer y azotar su putrefacto templo contra la tierra que apestaba a vida
— ¡Estúpida, cállate! Si vas hablar hazlo con palabras que no se han dicho ya, deja de repetir… ¡Perra cualquiera, no me interesa tu puta vida… cállate! ...—La aberración ante sus palabrerías le eran sin importancia, parecía ante esta mente una niña babosa que en esa misma poseía caca que le impedía analizar, como a este perro que iba con todo.


Permaneciendo encima de ella, su postura era de deleitar, ya que su templo al desnudo y bien dotado le marcaba muy bien sus músculos y cada segmento endurecido.
—¡No juegues conmigo! Entre más hablas, mas muestras tu imbecilidad, haré que rasques tú asqueroso trasero.—libero las palabras con la misma potencia en la que le sujetaba, deslizando las manos a su cuello y le toma, ahorcándola— ¡Vamos, tira la varita que te haré ir por ella!..— «¡Maldita sea la mentalidad ajena, miserables aquellos que ven la personalidad de un lobo y piensen luego, luego en arrojarle la vara» Y así, poco a poco su mente abría paso al raciocinio, solo aparentaba el odio con su manto oscurecido, con sus faceta manipulada a destruir.

«¡Solo se puede hacer sufrir una vez a los humanos, pero a los muertos una y otra vez, es el más placentero goce de aniquilar!». Razono con un desquiciado anhelo, levantándose que ahora quería embarrar a esa escoria contra la tierra y así lo hizo, haciendo posesión de sus brazos que le giro y le clavo la cabeza contra la humedad de la tierra— ¿Ahora quien necesita de unos buenos consejos? —se alzo rápidamente, siendo hipócrita ante los caprichos propios, le nació el deseo de jugar, pero entre cada movimiento la sangre tendrá que derramar hasta disecarla y hacer que el mismo sol salga y corra esta alimaña a arrastras por lo que le llegara a hacer. Pues los mejores asesinos son los que predican en su contra— No pienses que deseo cogerte, prefiero tragar la mierda que libero  que estar dentro de ese agusanado agujero—El poderío de aplastar a esa contra sus pies, no es excitación de un tirano, pero si es la tiranía lo que aclama placer de sentir la muerte en sus manos.— ¡Vamos, levántate y juega conmigo, que ya estoy comenzando a disfrutar tu postura, anda ven por esta vara…!—Posando los pies sobre el suelo, levantado, mirando fijamente a su víctima que pronto cayo a la mafia del juego, pues la vara era su hermoso falo, y la única hembra, la perra en celo tendría que ser ella.


A través de la violencia puedes matar al que odias, pero no puedes matar el odio.
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The fall into Eclipse || Privado Empty Re: The fall into Eclipse || Privado

Mensaje por Klaus McQuoid Jue Ene 22, 2015 4:17 pm

“Tu alma, sobre la tumba de piedra gris
a solas yacerá con sombríos pensamientos;
Nadie, en toda esa intimidad, penetrará
en la delgada hora de tu Secreto.”

—Edgar Allan Poe.



Estaba completamente desorientada y un tanto impaciente por querer que aquel hombre se fuera, que la dejara sola de una buena vez. A Beltaine le estresaban ese tipo de compañías, si es que a ese se le podía llamar de esa manera. Algo dentro de ella le reclamaba salir aumentando considerablemente su ansiedad. Aunque al principio seguiría el juego de aquel maniático a los pocos segundos cambió de opinión. Su mente empezaba a inquietarse y al no haber acabado con su sed correctamente, ésta despertaba de nuevo junto con la agitación de sus sentidos. Su demonio interior luchaba por liberarse de sus ataduras, le gruñía para escapar de esa prisión en la que la cordura de la vampiresa lo mantenía durante casi todo el tiempo. Pero gracias a la no grata presencia del licántropo, ese ser oscuro que habitaba en el interior de Beltaine y que no era más que su propia sed vampírica, iba a fugarse y ella al verse en esa terrible situación, le permitiría, sólo por esta vez, escapar. Sí, ya era hora de tanta tortura. No podía estarse atormentando a sí misma de aquella manera. Su tío se lo repetía una y otra vez, ¡habían transcurrido dos siglos! No podía seguir en las mismas y menos por estar con la zozobra de que Lyssandro podría encontrarla en algún momento. La furia en su interior fue avivada por el odio que sentía hacia quien la había convertido en lo que era. Observó furiosa al hombre que tenía en frente, pero esa ira era más con sus memorias que con el lobo.

—Ya basta, animal —masculló entre dientes. No le faltaba el aire, pues no lo necesitaba.

Beltaine no estaba bien de la cabeza, quizás tantos años luchando consigo misma le estaban dañando lentamente, consumiéndola noche tras noche. Evitó seguir lidiando con la bestia desquiciada que tenía en frente. Sintió lástima de él, estaba tan perdido en este mundo como ella y sólo irradiaba odio. Un odio que a la mujer le aburría, ¿por qué perder su tiempo en alguien que ni conocía? Mejor se retiraba y dejaba que aquel vociferara su descontento con el mundo que lo rodeaba sin que ella estuviera presente. Antes de poder siquiera darse media vuelta para marcharse, el animal la sorprendió arrojándola contra la tierra húmeda. Un sonido gutural salió de la garganta de Beltaine. Eso era la última gota que derramó el vaso, le miró con ojos furiosos.

— ¿Qué crees que haces, pútrida sabandija? —Le interrogó estando evidentemente molesta. Más indignada no podía estar.

No se quejó de las acciones ajenas, guardó silencio ante sus palabras, que aunque trataban de herirla, sólo aumentaban la cólera en ella. Beltaine sólo se quedó callada con la mirada pérdida, mientras la tormenta que atacaba a su mente terminaba por liberar al diablo que llevaba por dentro. “Venganza… Cubre la noche de venganza”, le susurraba la voz de su propio rencor. Pero no, ella no era impulsiva, ya que aquel tanto le había provocado, la vampiresa haría una actuación única, una que el licántropo jamás olvidaría. Una que lo dejaría marcado por siempre. Ahora sí iba a tener verdaderos motivos para que la odiara, más allá de una absurda condición. Mientras la bestia sólo se jactaba de hablar y hablar, Beltaine recordó que entre su vestido llevaba algo que le había robado a Lyssandro hace mucho. Una daga de plata que debió haber pertenecido a algún hechicero turco, había hurtado el objeto para defenderse de su mismo creador que de seguro estaría buscándola y daría con ella en algún momento.

Sus parpados se cerraron con pereza y largó un suspiro antes de incorporarse, aunque una parte de ella se sentía humillada, la otra estaba en blanco, quizás porque ya tenía ideado un plan. Destilar odio nada la ayudaría, era una desventaja enorme actuar sin pensar. Ella no era así. Se quedó quieta dándole ventaja al licántropo, esperando en que se confiara demasiado para ella atestar su golpe final. Esa amarga sensación de un orgullo herido aún la conservaba. Se puso de pie y sacudió con calma sus telas, actuaba como si no le diera importancia al hombre, ¿y qué decir? Sin con ese no podía mantenerse una conversación digna, no ahora, ni nunca. Lo miró con sorna al momento en que ladeaba su cabeza y enarcaba una ceja. Estaba loquito el pobre y bueno, Beltaine no era que estaba muy cuerda, que digamos.

—Lo lamento Monsieur, no sabía que estaba tan indignado. Oh, disculpe usted mi altanería —mencionó con sarcasmo haciendo una muy teatral reverencia, pero luego de esto, todo cambió—. Puedes pudrirte en el infierno…

Esbozó una sonrisa, propia de una demente. Sólo le daba tiempo al pensamiento para que se volviera completamente oscuro como la noche, silencioso y lleno de abrumadores terrores. Sin darle tiempo a nada, sabiendo que cualquier segundo que pasara era importante en este caso, Beltaine se abalanzó sobre el cuerpo ajeno. Sus pasos fueron sigilosos y había desatado contra él toda la fuerza y la ira que se acumularon en su interior durante años. Lo hizo caer al suelo como lo había hecho con ella antes. Fue rápida y cuidadosa, pero también brusca. Le miró con el fuego de la rabia irradiando desde sus orbes, le mostraba sus afilados colmillos, los que terminó clavando en su cuello con una furia con la que jamás había tratado a ninguna de sus presas. Desgarró la piel del licántropo sin siquiera disfrutar el sabor de su sangre, más bien, le repugnaba. Pero a sabiendas que aquel no se quedaría quieto y que debía aprovechar al máximo la oportunidad que tenía, desenfundó aquella daga, oculta en alguna parte de su vestido, disimulando su presencia. La vampiresa clavó el cuchillo el pecho desnudo del hombre escuchando la piel ajena rasgarse ante la intrusión de la plata. Quería llegar a su corazón y traspasarlo, pero reaccionó antes de poder siquiera herirlo más. Se apartó de inmediato, mirándose a sí misma con la suciedad del barro y de la sangre ajena. Esta vez había ido demasiado lejos. Guardó el arma entre el escote de su vestido y como una maldita cobarde se echó a correr por el bosque, perdiéndose entre la arboleda, sin saber que tan lastimado había dejado al hombre y si éste aún con aquellas heridas en su cuello y pecho, la seguiría.
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